Cazarabet conversa con... Enrique Javier Díez Gutiérrez, autor
de “Pedagogía del decrecimiento. Educar para superar el capitalismo y aprender a
vivir de forma justa con lo necesario” (Octaedro)
Un libro
imprescindible en educación de valores, estilo de vida, gestión educativa y
sociedad desde la editorial Octaedro.
El libro cuenta
con el prólogo de Yayo Herrero y el epílogo de Carlos Taibo, y llega desde la
pluma de Enrique Javier Díez Gutiérrez.
La sinopsis o
aquello que nos vamos a encontrar en él:
No es posible el
crecimiento continuo en un planeta limitado. La economía del «crecimiento» del
actual sistema capitalista, lejos de producir bienestar y satisfacción de las
necesidades para toda la humanidad, ha conseguido asentar la denominada
sociedad del 20/80: unos pocos son muchísimo más ricos, mientras que la mayoría
se precipita al abismo de la pobreza, la explotación y la miseria. Al mismo
tiempo, el planeta es esquilmado, saqueado en sus recursos limitados y empujado
hacia una catástrofe ecológica que pone en serio peligro la vida sobre la
Tierra y la supervivencia de las futuras generaciones.
Sabemos que
únicamente la ruptura con el sistema capitalista, con su consumismo, su
productivismo y su despilfarro, puede evitar el desastre.
El decrecimiento
es la opción deliberada por un nuevo estilo de vida, individual y colectivo,
que ponga en el centro los valores humanistas: la justicia social, las
relaciones cercanas, la cooperación, la redistribución económica, la
participación democrática, la solidaridad, la educación crítica, el cultivo de
las artes, etc.
Por eso, el
decrecimiento implica construir nuevas formas de socialización educativa que
antepongan el mantenimiento de la vida y el bien común a la obtención de
beneficios económicos de unos pocos. Esto es lo que debe permanecer en el
corazón de los centros educativos: la configuración de un nuevo imaginario
colectivo en las futuras generaciones que permita que aprendan a cambiar el
mundo y hacerlo más justo, sostenible y habitable.
El índice de este
libro:
Índice
Prólogo.
Decrecer por las buenas o por las malas (Yayo Herrero)
El
decrecimiento
El caso paradigmático del ferrocarril
Cuestionar el pensamiento único
La urgencia ante la Edad del Colapso
Extractivismo y saqueo neocolonial
Quietismo climático
El capitalismo es el problema
Evitar el ecofascismo
La alternativa es
el decrecimiento
Un modelo de sociedad decreciente
Desaprender
y deconstruir el imaginario neoliberal del capitalismo
Desaprender una socialización educativa para el mercado
Desaprender una educación orientada a producir
Desaprender una educación para la competitividad
Desaprender entender la educación como producto de consumo
Desaprender educar en y para el consumo
Desaprender las reglas del capitalismo
Descolonizar el imaginario dominante
Educar
en y para el decrecimiento
Educar para el decrecimiento
Educar en el decrecimiento
Un
horizonte de transformación y emancipación
Epílogo (Carlos Taibo)
Bibliografía
Un YouTube
imprescindible:
https://www.youtube.com/watch?app=desktop&v=brVwA-dByk4
Cazarabet
conversa con Enrique Javier Díez Gutiérrez:
-Buenas,
amigo Enrique, en torno al decrecimiento, ¿qué prejuicios versus pensamiento
único se producen, perduran y hay?
-El primero es
que no es posible el crecimiento continuo en un planeta limitado. La economía
del “crecimiento” del actual sistema capitalista, sustentado en la ideología
neoliberal, lejos de producir bienestar y satisfacción de las necesidades para
toda la humanidad, lo que ha conseguido es asentar la denominada sociedad del
1/95, como denunció recientemente Oxfam-Intermon: que
unos pocos, cada vez menos, sean muchísimo más ricos, mientras que la mayoría
de las personas del mundo se precipitan en el abismo de la pobreza, la
explotación y la miseria. Al mismo tiempo, el planeta es esquilmado, saqueado
en sus recursos limitados y empujado hacia una catástrofe ecológica que pone en
serio peligro la vida sobre la Tierra y la supervivencia de las futuras
generaciones.
El segundo es que
realmente todo el mundo lo sabe. Todos y todas somos conscientes, de una forma
o de otra, que la humanidad corre hacia el precipicio con nuestro actual modo
de vida, basado en el aumento del crecimiento de la producción y el consumo. Pero
nos negamos a asumirlo porque este capitalismo y la ideología neoliberal que lo
alimenta han colonizado incluso nuestro imaginario mental y utópico.
El tercer es que,
como consecuencia de los anteriores, hay que optar: capitalismo o vida. Es
decir, el decrecimiento presenta una enmienda a la totalidad del sistema
económico, social y mental del capitalismo. Supone la opción deliberada por un
nuevo estilo de vida, individual y colectivo, que ponga en el centro los
valores humanistas: la justicia social, las relaciones cercanas, la
cooperación, la redistribución económica, la participación democrática, la
solidaridad, la educación crítica, el cultivo de las artes, etc.
-
¿Crees que estamos ante la Edad del colapso y qué remedios hay ante ese colapso
si es que los hay y hemos llegado a tiempo?
-Actualmente
podemos decir clara y taxativamente que la Edad del Colapso ya está aquí: una
conjunción de crisis energética, climática y de biodiversidad sin precedentes.
Vemos cómo el modelo de crecimiento del capitalismo está esquilmando el
planeta, saqueando en sus recursos limitados y nos está empujando hacia una
catástrofe ecológica que pone en serio peligro la vida sobre la Tierra. Los
límites del planeta han sido rebasados por esta necesidad de crecimiento
continuo del sistema capitalista, ignorando los límites biofísicos del planeta
y la finitud de sus recursos. Hecho reconocido incluso por los propios
científicos del IPCC (Panel Intergubernamental del Cambio Climático).
Se puede
comprobar en numerosos síntomas de esta enfermedad que es el capitalismo: el
aumento de las temperaturas debido al cambio climático; se están extinguiendo
30.000 especies al año, mientras que en otros periodos se perdía una sola
especie cada cuatro años; mientras, convertimos la biosfera en un laboratorio
de alto riesgo introduciendo energía nuclear, transgénicos, clonaciones,
químicos artificiales…, en función de la “libertad del mercado” y el cálculo de
los beneficios empresariales, sin haber demostrado ni siquiera que no son
peligrosos para los ecosistemas. Hemos rebasado el pico del petróleo: La
Agencia Internacional de la Energía (AIE) hizo público que la producción de
petróleo crudo llegó a su pico máximo en 2018. Después está declinando tan
rápido como creció: el factor limitador de la extracción de petróleo es la
energía requerida y no su coste económico. El recalentamiento de los mares, que
va de récord en récord, causa mortandades en especies marinas. La circulación
del océano Atlántico, que transporta agua cálida, podría colapsar por las
continuas emisiones de gases de efecto invernadero, lo cual podría cambiar a un
estado irreversible el sistema climático de la Tierra.
Es decir, se han
cruzado ya muchos puntos críticos de inflexión (tipping
point), que acarrean cambios irreversibles y rápidos
en el planeta, que son ya muy difíciles de revertir. Solo cabe esperar que no
sea demasiado tarde para evitar la cascada sistémica que supondría haber
rebasado el punto de no retorno global, que nos llevaría a la Tierra
Invernadero, anunciada por científicos/as.
- ¿Es el decrecimiento, sí o sí, el
único camino y con qué urgencia hay que ponerse a trabajar en ello?
-El decrecimiento
va a producirse. Por las buenas o por las malas. El decrecimiento del consumo
material es una realidad que se está imponiendo por vía de los límites, lo
queramos o no. El tiempo juega en contra nuestra, máxime cuando hemos superado
el pico del petróleo y hay cambios ya irreversibles. Cuanto más lo retrasemos
menos posibilidades tendremos de planificar, de una forma progresiva y justa,
la transición hacia un sistema ecosocial que permita una vida digna para las
mayorías sociales y para las generaciones futuras, preservando el ecosistema.
El peligro y la
advertencia que tenemos que tener muy en cuenta es que, ante el actual colapso,
las “élites”, muy conscientes de ello, abogan por soluciones “ecofascistas verdes” de tipo neomalthusiano
que naturalizan la “limpieza social”, regular drásticamente la población, en
nombre de la preservación ambiental, mientras buscan y acaparan territorios
habitables para ellos y su progenie o hablan de ponerse a salvo fuera del mundo
mediante tecnología extraplanetaria, de modo que no se resienta el ecosistema
ni su nivel de vida con el lema de “aquí no cabemos todos”. El peligro de que
este ecofascismo se desate cada vez está más presente.
-La
neoliberalización, el capitalismo salvaje comporta
muchas cosas, pero está claro que van ligadas al extractivismo
abusivo y al estridente colonialismo, ¿cómo lo ves y nos lo puedes explicar
para desde ahí empezar a decrecer?; ¿cómo crees que se puede frenar?
-Efectivamente,
parece como si estuviéramos abducidos por un pensamiento único que ya no
necesita explicación, ni argumentación. Esta ideología prácticamente ha dejado
de necesitar justificación. Se ha convertido en el sentido común de un naciente
consenso mundial. La doctrina neoliberal ha adquirido una especie de aura
sagrada, acabando por reinar en la realidad y en las conciencias de la mayoría
de las gentes.
Este «evangelio»
se invoca para justificar cualquier cosa, desde ampliar el AVE hasta bajar los
impuestos de las grandes fortunas, dejar de lado las normas ambientales para
obtener más rendimientos, privatizar la sanidad y la educación pública, o
impedir regular un mínimo los inmensos beneficios de las multinacionales. Y lo
más trágico, normaliza y blanquea la barbarie. Se ha convertido en una especie
de dogmatismo fanático moderno que hace «impensable» siquiera plantear otras
posibilidades más allá de los límites y el marco de debate que establece ese
pensamiento único.
Este pensamiento
único está marcado por el imperativo del aumento del crecimiento, de la
productividad y la competitividad, del poder de compra y, en consecuencia, del
consumo.
El sistema
capitalista, para mantenerse, está condenado al crecimiento compulsivo, al
sobreconsumo, a la depredación y el despilfarro, que conducen a un agotamiento
de los recursos y al deterioro de los ecosistemas. Obviando que la destrucción
de ecosistemas genera pobreza ecosistémica, vulnerabilidad de la vida y, en
consecuencia, la vulnerabilidad de cada una de las especies que lo habitan y de
la posibilidad de continuidad de la especie y del planeta.
Si no asumimos un
decrecimiento redistributivo y justo, planificado democráticamente, se nos va a
imponer por la fuerza un decrecimiento violento y salvaje. El agotamiento del
petróleo, del gas y los minerales, el cambio climático y los desórdenes de los
ciclos naturales, están abocándonos a ello. Decrecimiento económico y material
por las buenas o por las malas. Podemos optar por dos vías: de forma voluntaria
y progresiva, con criterios de equidad y justicia social, o por la fuerza, de
forma brutal y posiblemente ecofascista (apropiándose
quienes tengan el poder de los recursos decrecientes), como analizaré de forma
más extensa posteriormente.
Por lo tanto, la
única opción sensata es, o debería ser, la reducción radical de la extracción
sin medida de energía y materiales, y la fuerte restricción en la generación de
residuos hasta ajustarse a los límites de la biosfera, a un planeta con límites
como el que tenemos. El único camino posible es abandonar la lógica de este
pensamiento único que se ha asentado como un parásito en el neocórtex del
modelo de vida occidental: la ideología neoliberal del capitalismo.
-Lo
más difícil para empezar a decrecer es ponerse a ello desde cero y con
conciencia, ¿verdad?, creyéndoselo y con conciencia, pero eso es muy difícil
estando como estamos sumergidos en la Edad del consumo y el bombardeo
publicitario... ¿no?
-Este es uno de
los problemas esenciales en el que vivimos. Tenemos un sistema de vida, el
capitalismo neoliberal, que ha construido la imagen de la felicidad en el
consumo constante, en tener y conseguir productos que una vez que se obtienen
impulsan a conseguir nuevos, que satisfagan los nuevos deseos, en un ciclo
constante. Nos educan en el deseo insatisfecho permanente. Por eso una de las
claves para educar en el decrecimiento es “des-normalizar”
el deseo y el consumo como forma de realización y de felicidad. Una labor que
debería hacerse también en la escuela, pero de la que debería responsabilizarse
toda la sociedad, especialmente los medios de comunicación, con políticas
públicas que regulen la publicidad en función del bien común y los derechos humanos,
y no el beneficio del mercado.
- ¿Cómo definirías al quietismo climático?
-Absoluta
irresponsabilidad con la propia especie, con el planeta y con las futuras
generaciones. Es la política del avestruz. Enterrar la cabeza en la tierra para
ignorar los problemas y afirmar como dice el presidente Trump: “después de mí,
el diluvio”. Es una actitud propia de la extinción y el catastrofismo que solo
pueden permitirse quienes viven ajenos al futuro y no sufren las consecuencias
de la barbarie.
-Pero
remarcas que la raíz del problema es el capitalismo. Sin tanto capitalismo
exacerbado no habría tanto el decrecimiento no debería de ser ni tan imperativo
ni tan urgente el decrecimiento, ¿no?
-La globalización
neoliberal constituye el triunfo absoluto de esa teología del crecimiento
económico sin límite, y que mientras perviva el modo de producción capitalista
existirá un conflicto manifiesto entre la destrucción de la naturaleza para
obtener beneficios y la conservación de la misma para poder sobrevivir como
especie.
Por eso decimos
que la emergencia climática es el síntoma, pero la enfermedad es el
capitalismo. De ahí que como dicen Carlos Taibo o Yayo Herrero solo hay una
alternativa: capitalismo o vida.
Si tuviéramos la
voluntad política de superar el capitalismo el decrecimiento sería la forma de
vivir la especie y el planeta. No es que no necesitáramos tanto decrecimiento,
sino que el decrecimiento sería la forma de estar en el mundo de la especie humana.
Una forma de vida respetuosa con el planeta y con los demás. Que reconozca los
límites biofísicos del planeta y la necesidad de ajustar el funcionamiento de
los sistemas socioeconómicos a estos límites, de acuerdo además a los
principios de equidad y justicia entre los pueblos y dentro de las propias
sociedades.
-
¿Cómo definirías el ecofascismo y cómo hay que reconocerlo y por tanto
prevenirse de él para apartarse?
-Como decía
anteriormente hay un movimiento que cada vez toma más peso en la agenda verde,
incluso en Alemania, que podemos denominar “ecofascismo”. Salvar el planeta se
convierte para este nuevo «neonazismo verde» en regular drásticamente la
población, de modo que no se resienta el ecosistema ni su nivel de vida. Los
excluidos pasan a ser un estorbo para los privilegiados, que abogan por su
«desaparición». El mensaje de «aquí no cabemos todos» se convierte en un
eslogan para quienes viven en la opulencia y quieren mantener sus privilegios a
cualquier precio, pero que es asumido y amplificado por un sector de la
sociedad que se siente «clase aspiracional» y desea ser parte de esa élite a la
que aspira a llegar y parecerse.
Están tan
persuadidos de que no habrá vida futura para todo el mundo que decidieron
desembarazarse hace tiempo, lo más rápido posible, de todos los lastres de la
solidaridad construyendo una especie de fortaleza dorada para el pequeño
porcentaje que lograría estar a salvo. He ahí la explosión de las desigualdades
que han crecido exponencialmente y donde parece no extrañarle ya a nadie que
una pequeña minoría esté acaparando los recursos del planeta y que, durante las
épocas de mayor crisis o de pandemias, acumule aún mayores beneficios mientras
el resto de la población sufre la escasez, el empobrecimiento y la muerte.
Lo cual está
generando, como efecto colateral, el crecimiento y auge de movimientos y
políticas ecofascistas, aporófobas
y xenófobas «sin complejos», que están inundando los países del Norte global. Y
que se extienden entre la población. Políticas y manifestaciones exhibidas por
una parte de la población que se siente abandonada y traicionada por las
políticas socioliberales que han gestionado el
capitalismo bajo el nombre de la socialdemocracia o del liberalismo, y también
por esa otra parte de la población, esa parte de la población que se siente
clase aspiracional y pretende imitar la forma de estar y habitar de esa élite
enriquecida, ya sin otra aspiración que seguir disfrutando de los privilegios
que consideran que han alcanzado merecidamente y que no están dispuestos a
compartir ni a renunciar a ellos.
-
No hay más alternativa para la vida en el planeta que el decrecimiento, ¿no?;
pero ¿cómo llevarlo a cabo para no caer en malas interpretaciones?; ¿y cuáles
son éstas?
-Efectivamente.
No hay más alternativa. Aunque aclarando que el decrecimiento no pretende
sustituir a las contestaciones históricas al capitalismo. Sino que plantea que
cualquier alternativa y superación del capitalismo debe ser decrecentista,
como también debería ser antipatriarcal o
antirracista.
Ahora bien, es
necesario no malinterpretar la palabra «decrecimiento». No se trata de vivir
todos en la miseria, ni renunciar a las conquistas de la ciencia y la técnica y
volver a vivir en las cavernas alumbrándonos con teas y trasladándonos en
carros. Son caricaturas que nada tienen que ver con lo que significa el
decrecimiento.
Es cierto que el
término «decrecer» puede suscitar una cierta aversión, puesto que se encuentra
situado en las antípodas del discurso hegemónico sobre la dinámica social,
económica o política y porque la austeridad, la contención, la limitación son
términos psicológicamente desagradables en una sociedad que exalta la opulencia
y el consumo como forma de realización.
Considerando el
estilo de vida que se nos propone en la sociedad del capitalismo, la contención
se percibe inevitablemente como una acción aversiva, un retroceso en el
bienestar, un regreso a épocas ya superadas. Pero si lo planteamos en términos
globales de salud vital, imaginemos a alguien que padece numerosos trastornos
asociados con la alimentación y que muestra una visible obesidad. Que tome la
decisión de perder peso no es retroceder, sino progresar hacia una vida más
saludable.
La finalidad no
es decrecer absolutamente nuestro consumo de energía y materia, sino hacerlo de
forma equitativa y justa hasta unos ritmos que se acoplen a los ciclos
naturales y permitan que todas las personas y pueblos del mundo cubramos
nuestras necesidades básicas de forma respetuosa con el ecosistema planetario.
Tampoco se
plantea que quienes no llegan a final de mes o tienen salarios de subsistencia
tengan que decrecer, ni que los países en los que no hay sanidad ni educación
pública, gratuita y universal tengan que ser los primeros en decrecer. Para las
sociedades de los países enriquecidos del Norte global, el decrecimiento
significaría desacoplar el bienestar del crecimiento económico, reducir la
producción y el consumo y salir del capitalismo. Para los países empobrecidos
del Sur global significaría eliminar las imposiciones que obligan a imitar las
pautas del «desarrollo» del Norte global y fomentar la construcción de
sociedades autónomas más allá del capitalismo.
Es decir, se
trata de priorizar el decrecimiento en los escenarios de despilfarro
insostenible, empezando por el Norte global, y avanzar progresivamente a todo
el planeta, pero asegurando un reparto justo y garantizando condiciones de vida
dignas y democratizadas para todas las personas. Se pretende generar una
sociedad igualitaria, superando el modelo capitalista que nos lleva a un
suicidio como civilización, con un modelo económico y social compatible con los
límites del planeta y la vida en su conjunto.
Además, no todo
tiene que decrecer. Al revés, el decrecimiento material debe conllevar un
crecimiento exponencial de la vida digna, la salud, la educación, los servicios
públicos, el tiempo de relación, la cultura, el bien común, la justicia, los
cuidados y la solidaridad colectiva, etc. Es decir, aquello que hace que la
vida sea buena y cada vez más humana y justa.
- ¿Cómo educar por y para el
decrecimiento y en qué nos sería, a priori, más difícil asumir el
decrecimiento?
-Para la
realización de una sociedad del decrecimiento es necesaria la descolonización
del imaginario mental y colectivo en el que hemos sido formados social y
culturalmente. Por eso el decrecimiento implica desaprender, cambiar de mirada
sobre la realidad y construir nuevas formas de socialización educativa que
antepongan el mantenimiento de la vida y el bien común a la obtención de
beneficios económicos de unos pocos.
La educación
puede ser parte del problema o de la solución. De la solución si se implica
activa y decididamente en ese proceso de desaprendizaje del pensamiento único
capitalista neoliberal y de educación en el bien común y el mantenimiento de la
vida. Pero puede ser parte del problema si sigue reproduciendo el actual
sistema capitalista y su ideología neoliberal sin cuestionarlo en todo el
proceso de aprendizaje y enseñanza, pues es la base del problema. También
seguirá siendo parte del problema si mira para otra parte, con un silencio
cómplice, inhibiéndose ante un problema vital para la humanidad y obviando
abordarlo o diciendo que la educación tiene otras prioridades.
Ya no hay tiempo
para dilatar más convertir el decrecimiento en la prioridad de la educación.
Centrar la formación de las futuras generaciones en salvar al planeta de la
voracidad y depredación del sistema capitalista. No podemos educar como si nada
de esto estuviese pasando. Esto debe estar en el corazón de los centros
educativos: configurar un nuevo imaginario colectivo en las futuras
generaciones que permita que aprendan a cambiar el mundo y hacerlo más justo,
sostenible y habitable. Mediante una doble vía: desaprender y reaprender.
-
Desaprender
una socialización educativa para el mercado: se ha producido a escala mundial
una auténtica mutación en la naturaleza y fines de la educación que, de formar
ciudadanos y ciudadanas provistos de valores, saberes y capacidades, pasa a
subordinarse completamente a la producción de “recursos humanos” dotados de
competencias flexibles para adecuarse al sistema productivo y aclimatarse a las
expectativas, intereses y comportamientos en la empresa. Emprendimiento,
bilingüismo, exámenes y presión para competir, etc. Con el argumento de que la
educación debe atender a las demandas sociales, se hace una interpretación
claramente reduccionista de qué sea la sociedad, poniendo a la escuela y a la
universidad al exclusivo servicio de las empresas y se centra la formación en
preparar gratuitamente, con el dinero público, el tipo de profesionales
solicitados por éstas. Las inversiones en la educación y el diseño de los
currículos están pensados de acuerdo con las
exigencias del mercado y como preparación al mercado de trabajo. El papel
público de la educación como campo de entrenamiento para la democracia y para
la ciudadanía democrática se ha pasado a considerar como un despilfarro del
gasto público, siendo reemplazado por el punto de vista que la empresa privada
tiene de la función de la enseñanza: un campo de entrenamiento para ajustar la
educación a las demandas del mercado laboral. Poco o nada se abordan contenidos
en la escuela y en las universidades relacionados con el consumismo y la
obsolescencia programada, con la globalización económica neoliberal, con las
consecuencias de la huella ecológica de quienes habitamos el mundo rico que se
salda con la usurpación de los recursos de otros territorios y de las próximas
generaciones; o con la deuda ecológica y de cuidados, con la reducción del
valor de las cosas a lo monetario, con el capitalismo depredador, con la
desigualdad que produce esta economía de forma estructural, con el ecofascismo
que crece socialmente, con la cultura patriarcal en que se sostiene, con el
poder y el control impuesto por las transnacionales y las grandes tecnológicas,
etc. Apenas se aborda el negacionismo climático, los límites biofísicos del
planeta, el desigual reparto de las tareas domésticas, el papel de los medios
de comunicación masiva en la producción de los deseos, los derechos laborales,
la explotación norte sur, las injustas relaciones internacionales, la crisis
climática, el colapso, etc.
-
Reaprender,
como decía Ghandi, que debemos enseñar a vivir más simplemente, para que los
demás puedan vivir simplemente. Para ello debemos crear una nueva cultura
global asentada en nuevas formas de habitar el planeta que sean coherentes con
el decrecimiento. Crear esta nueva cultura no solo dependerá de la labor
educativa. Es imprescindible que simultáneamente hagamos cambios globales y
estructurales en la economía capitalista de producción y consumo, en el modelo
actual de la sociedad del consumo, en las prioridades de las políticas
cortoplacistas, o en las estrategias de comunicación social, publicitaria y de
creación cultural. Es decir, se necesita también voluntad política. Pero, a la
vez, se necesita paralelamente un cambio de mentalidad colectiva y personal.
Las políticas establecen el terreno de juego, pero se necesitan jugadores,
participantes que no solo respeten, sino que crean realmente en las reglas de
juego y en que éstas son necesarias para conseguir el fin compartido. Porque si
una política no está apoyada por un proyecto comunitario, por una voluntad
colectiva, se convierte en un cascarón vacío de imposición ante el que se
buscan continuos subterfugios para evitarlo o necesarias razones para
combatirlo. En este cambio de mentalidad los sistemas educativos tienen un
papel crucial. Para impulsar este cambio de mentalidad cultural, para
consolidar una cultura del decrecimiento, desde la educación se necesita una
estrategia de “pinza”. Avanzar en dos líneas de actuación complementariamente.
o Solo será posible
si, por una parte, deconstruimos la forma en que se ha enseñado a nuestras
sociedades a percibir la realidad desde las creencias y la fe de ese
capitalismo neoliberal fundamentalista que nos lleva al abismo y a la extinción
de la especie y del planeta. Un paso fundamental, por lo tanto, es destejer el
“analfabetismo ecosocial” que se ha asentado en la cosmovisión neoliberal del
capitalismo y que ha normalizado el deseo y el consumo como forma de
realización y de felicidad y la destrucción del planeta como forma de
conseguirlo, sin pensar en las consecuencias presentes y futuras. Esto es lo
que se ha abordado en el capítulo anterior.
o Pero a la vez y
simultáneamente, hemos de enseñar, de forma pedagógica y sistemática, a la
actual generación y a las futuras otra forma de mirar el planeta, las
relaciones con los demás y la vida desde el bien común y los derechos humanos,
la solidaridad y el apoyo mutuo, asumiendo la interdependencia y la ecodependencia que nos caracteriza como especie y como
ecosistema. Desde la educación infantil hasta la Universidad debemos educar en
una ciudadanía consciente y capaz de comprometerse con la justicia ecosocial,
la igualdad, el cuidado de los demás y del planeta, desde los primeros años de
vida. ¿Es esto, los problemas de la vida real, lo que se trabaja en el proceso
de enseñanza y aprendizaje de nuestras escuelas? ¿O lo que realmente prioriza
es preparar para superar exámenes y para el mercado laboral futuro? Ciertamente
es necesario reconocer que hay experiencias extraordinarias en determinados
centros educativos y por una parte del profesorado que hace un esfuerzo
sumamente valioso. Pero se trata de una mirada sobre todo el sistema educativo.
No es suficiente con que algún profesorado voluntarioso o algunos centros
comprometidos se embarquen en experiencias extraordinarias. Se trata del modelo
educativo. Del derecho que tiene todo el alumnado a recibir una formación y
unos conocimientos, principios, prácticas y valores que les enseñen a cuidar de
la vida colectiva y del planeta, a priorizar el bien común de las generaciones
presentes y futuras y a asegurar una sociedad más justa y mejor de la que heredaron.
Prácticamente toda la población, al menos en los países del Norte global, pasa
por el sistema educativo durante al menos diez años. En algunos casos es el
único contacto que tienen con el conocimiento académico y la educación formal.
o Pero debe ser una
tarea de toda la comunidad. A través de la educación formal, sí, pero también a
través de la no formal e informal: la familia, los medios de comunicación, la
ciudad y el pueblo, los colectivos sociales, las organizaciones y movimientos vecinales.
-
Ejemplos
de esta educación serían en dos direcciones:
o (a) Educar para el
decrecimiento: empezar por Educar al profesorado para el decrecimiento en su
formación inicial en las Universidades; Un currículo transversalizado por el
decrecimiento; Educar para cooperar, no para competir; Educación lenta frente a
la aceleración; Educar para la desobediencia civil crítica; Educar para una
cultura de paz y solidaridad internacional; Educar para el compromiso con el
bien común.
o (b) Educar en el
decrecimiento: Sobriedad frente a los deseos; Justicia social y redistribución:
Riqueza 0; Trabajar menos para vivir mejor; Soberanía tecnológica y digital;
Alfabetización ecosocial crítica relocalizada (por sostenibilidad ambiental,
por participación democrática, y por sentimiento de pertenencia a una comunidad
y de responsabilidad por la vida compartida) y en acción (empezando por colocar
bombillas de bajo consumo y hacer un uso adecuado de la climatización;
reutilizar los muebles o los equipos informáticos evitando la obsolescencia
programada; instaurar un sistema de recogida selectiva de papel y otros
residuos para su reciclado; prohibir la venta de botellitas de agua; organizar
el transporte colectivo del profesorado en planes de movilidad; abrir y
utilizar la biblioteca de centro a la comunidad social; comedores escolares de
productos ecológicos de cercanía; rutas escolares seguras para venir a clase
andando o en bici; patios escolares verdes para conectar con la naturaleza y frenar
el cambio climático, huertos escolares o los jardines verticales que permitan
aprendizajes vinculados a la experiencia directa de “volver a la tierra” y
recuperar su importancia para la vida, a la observación y el cuidado lento de
la vida que crece, concebir y plantear las ciudades y los pueblos como espacios
educadores etc.)
- ¿Cómo sería conseguir un modelo de sociedad
ya “en decrecimiento”?
-Algunos rasgos
que podrían caracterizar una sociedad decreciente podrían ser los siguientes:
-
Se
produciría para satisfacer necesidades básicas, no deseos, pensando en las
necesidades de toda la población y partiendo de priorizar las necesidades de la
población que más lo necesita.
-
Basaría
la satisfacción de sus necesidades energéticas en el sol: se obtendría energía
de paneles solares, molinos eólicos y saltos minihidráulicos, fundamentalmente.
Y la producción energética estaría descentralizada y controlada comunitaria y
democráticamente por la población.
-
Además,
el consumo energético sería reducido.
-
Todos
los materiales procederían de lugares cercanos (de las huertas dentro de la
ciudad, de las granjas en las afueras, del río, de la cantera de la comarca,
etc.).
-
El
trasiego de materiales sería mínimo.
-
Se
respetarían los límites ecológicos y de restauración del planeta, repartiendo
los recursos y medios de forma justa entre toda la población.
-
Cerraría
los ciclos de materia: los excrementos del ganado y el compost irían a las
huertas, el agua usada se depuraría y regaría jardines y calles, el ganado
pastaría en los prados y los abonaría, los residuos sólidos urbanos se
reciclarían, etc. Pero su lema sería: el mejor residuo es el que no se produce.
-
Enmarcaría
la producción de alimentos bajo los parámetros de la agroecología.
-
Tendría
una producción y consumo locales: para ello habría gran variedad de
profesiones, oficios y habilidades en los municipios, de modo que se pudiera
encontrar cualquier bien o servicio básico (atención médica, vestido, calzado,
arreglo de bicicletas, educación, semillas, libros, carpintería...).
-
Planificaría
su urbanismo de tal manera y tamaño que haría muy práctico el uso de la
bicicleta y el transporte público, y la mayoría de los lugares serían
accesibles a pie.
-
Alargaría
la prolongación de la vida útil de los productos, al margen de las modas
efímeras, que eviten obsolescencias programadas, con políticas que fomentarían
el mantenimiento y reparación de los productos, el uso compartido y comunitario
y los componentes de fácil reciclaje.
-
Pondría
límites a la acumulación y la riqueza y establecería una renta básica
incondicional que permitiera una vida digna a todo ser humano.
-
Repartiría
el trabajo de producción y reproducción (también el no remunerado) de forma
equitativa y justa, con un trabajo garantizado remunerado justamente.
-
Reduciría
las necesidades de movilidad a largas distancias, excepto para coordinarse y
enriquecerse con otras comunidades.
-
Posibilitaría
espacios para la vida del resto de los seres, espacios que deberían estar
interconectados mediante corredores biológicos.
-
Priorizaría
el tiempo de vida en torno a las relaciones y la convivencia, la solidaridad y
el apoyo mutuo, la reflexión, la cultura y el arte, el ocio creativo y el
cuidado y la atención a los demás.
-
Garantizaría
sistemas públicos universales y gratuitos de sanidad, educación, servicios
sociales, pensiones y justicia que garantizaran los derechos humanos.
-
Orientaría
los medios de comunicación sociales no a la publicidad para crear deseos, sino
a informar veraz y rigurosamente, a investigar y controlar el poder, y ofrecer
una visión de la vida conforme a los valores y derechos humanos que hemos
consensuado colectivamente.
-
Impulsaría
la implicación política de toda la sociedad para tomar las decisiones mediante
democracia participativa real (eliminando los lobbies y, con una redistribución
equitativa, justa y solidaria de los recursos y la responsabilidad del poder,
entendido como servicio, entre sus habitantes.
-
Articularía
mecanismos internacionales de coordinación y apoyo mutuo para gestionar
globalmente las decisiones locales y resolver los conflictos de forma pacífica
y dialogada erradicando la producción de armamento y ejércitos.
-
Etc.,
etc.
- Para llegar a decrecer hay y habrá
que ir desprendiéndose de muchos hábitos y formas de vida ancladas a nosotros,
¿cuáles son las que crees pueden parecer más difíciles y por qué? Reflexiono un
poco porque siempre se antepone la productividad por encima de todo, el
consumismo, el ir acelerados, el síndrome de los caprichos, el alucinante uso
del turismo y de los viajes como por todos los lugares como si se tuviesen que
ir tachando lugares, el nunca preguntarse si lo que estoy haciendo está bien o
mal…
-Es verdad, que
incluso los planes de recuperación de las crisis (impulsados tanto por partidos
políticos, como sindicatos, organizaciones empresariales y medios de
comunicación) se asientan constantemente en grandes obras e infraestructuras,
que deterioran aún más la situación y aumentan el desastre ecológico a mayor
velocidad. Que en estos planes se entrecruzan el modelo de productividad que se
impulsa, el consumismo asociado a esa productividad, la aceleración que
conlleva este modelo de vida, los deseos como impulso de la producción y el
consumo, entre los que se encuentra cada vez con mayor frecuencia
(especialmente en los países del sur global) el turismo como forma de ocio que
se ha generalizado y se impulsa desde las administraciones públicas (viajes del
Inserso, el club de los 60, etc.). Pero no se trata
de culpabilizar a las víctimas de un sistema social. Claro que cada uno y cada
una tenemos responsabilidad y capacidad de analizar si lo que estoy haciendo
está bien o mal, si tiene consecuencias y cuáles son y a quién afectan. Pero el
decrecimiento no es solo un enfoque de vida individual o personal (que
también), sino, sobre todo, una política colectiva y social. Se trata
efectivamente de una propuesta de transformación individual, pero especialmente
de un enfoque político, es decir, que se adecue este modelo para generalizarlo
a toda la sociedad y a las políticas económicas, sociales y ambientales para
que sea realmente eficaz. En caso contrario esta filosofía de la simplicidad
corre el riesgo de transformarse en un «integrismo ascético con resonancias
místicas» como dice Serge Latouche.
En definitiva, el
decrecimiento es la opción deliberada por un nuevo estilo de vida, individual y
colectivo, que ponga en el centro la justicia, el bien común, los valores
humanistas y que estos sean las prioridades que nos muevan: las relaciones
cercanas, la cooperación, la participación democrática, la solidaridad, los
cuidados de la vida, la educación crítica, el cultivo de las artes, el bien
común, etc. Implementar la filosofía de la simplicidad, de una vida sobria,
para aprender a reducir y limitar deseos, pero también muchas necesidades.
En resumen, una
sociedad del decrecimiento exige reevaluar –revisar valores que rigen nuestra
vida–; relocalizar, redistribuir –repartir la riqueza y el acceso al patrimonio
natural–, reducir –rebajar el impacto de la producción y el consumo sobre la
biosfera–, reutilizar –en vez de desprenderse de un sinfín de dispositivos–,
incluso, si no queda más remedio, reciclar. Y todas las «r» que queramos añadir
a las anteriores…
Estos principios
son los que deberían orientar las decisiones a la hora de diseñar las políticas
energéticas, económicas y sociales de una sociedad decreciente, pero también
las actuaciones personales y sociales a la hora de establecer relaciones y
formas individuales de calentarnos, refrescarnos o alimentarnos.
Para avanzar
hacia una sociedad justa e igualitaria que viva con mucho menos con el fin de
vivir todos mejor y evitar el colapso global.
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Cazarabet
Mas de las Matas
(Teruel)