Cazarabet conversa con... Georg Pichler, editor de “Telefónica”
(Hoja de Lata) de Ilsa Barea-Kulcsar.
Ilsa Barea-Kulcsar , una mujer que guardó
memoria del Madrid de la Guerra de España y se ve retratada , por activa y por
pasada, con esta propuesta que nos hace, Telefónica…aquí en esta nueva propuesta narrativa que nos acerca Hoja
de Lata.
Se encarga de la edición y de su cuidado Georg Pichler y lo traduce Pilar
Mantilla.
Una obra seria, firme, contundente desde la
mirada de esta periodista escritora austríaca que narra las vivencias y
el pálpito en el que vivían los corresponsales extranjeros en el Madrid de la
Guerra Civil Española.
Aquello que nos explica la editorial Hoja de
Lata de esta obra narrativa:
«¿Es cierto que cuando oyes silbar las
bombas ya no te pueden dar?» se preguntan temerosos los corresponsales
extranjeros mientras cruzan la Gran Vía madrileña. Han venido a España para
cubrir la guerra civil y cada día envían sus crónicas desde la central de la
Telefónica, sede de la oficina de censura para la prensa extranjera. Es el
edificio más alto de la capital, el primer rascacielos del país, y los
aviadores alemanes tratan a diario de bombardearlo para aislar las
comunicaciones de la República.
Allí llega un buen día la voluntaria alemana
Anita Adam, pequeña, rolliza, independiente y muy decidida. La han asignado a
la oficina de censura ya que habla varios idiomas. Su modo de ser autónomo
choca de pleno con el machismo de los españoles y con el rol subordinado de las
españolas, siempre esposas o amantes. Allí, en el enorme edificio que tiembla
bajo las bombas de los junkers y los obuses del
quince y medio, refugio inexpugnable y prisión asfixiante al mismo tiempo,
permanecerá inalterable la pequeña Anita, trabajando a la débil luz de las
lamparillas de su escritorio.
Ilsa Barea-Kulcsar escribió una vibrante
novela basada en sus propias experiencias de guerra, en el Madrid sitiado en el
que todos desconfían de todos y en el que ella encontró el amor de Arturo
Barea. El texto, que ha permanecido inédito durante ochenta años, lo concluyó
el día antes de que, cautiva y desarmada, la Segunda República sucumbiera.
La pluma, Ilsa
Barea-Kulcsar:
(Viena, 1902-1973) fue una periodista y
socialista austriaca. Bajo el gobierno protofascista
del canciller Dollfuß, ella y su primer marido, Leopold Kulcsar, organizaron la resistencia clandestina.
A finales de 1936, Ilsa
continuó de forma activa en la lucha contra el fascismo, como periodista en la
Guerra Civil española. La asignaron a la oficina de censura de prensa
extranjera dirigida por Arturo Barea, quien se convertiría en su segundo
marido. A los cinco días de casados, lograron salir de España camino a París.
En la capital francesa Ilsa
escribió gran parte de Telefónica y Arturo comenzó a trabajar en su
célebre trilogía La forja de un rebelde. A finales de febrero de 1939
ambos partieron hacia su exilio definitivo: Gran Bretaña.
Bajo el título de In der Telefonica (En la Telefónica) Ilsa
puso fin a su manuscrito en un día señalado de la guerra de España, «31st March, 1939».
Telefónica se publicó en 70 entregas en el
periódico socialista austriaco Arbeiter-Zeitungentre
el 13 de marzo y el 4 de junio de 1949.
Cazarabet conversa con Georg Pichler:
-Amigo Georg,
¿cómo fue que te hiciste con esta historia acontecida en el Madrid de la Guerra
Civil vista, vivida y escrita por la periodista Ilsa
Barea-Kulcsar?
-Hace unos tres años
encontré en un libro sobre la Guerra Civil española una referencia a una novela
que presuntamente había escrito Ilsa Barea. Conocía a
la autora gracias al tercer tomo de La forja de un rebelde de Arturo
Barea y por lo poco que se había escrito sobre ella en alemán. Las referencias
eran muy vagas, pero me puse a buscar el texto y lo encontré en un portal de
internet que recoge un gran número de periódicos austriacos: ahí estaba la
novela completa publicada en 70 entregas en el periódico socialdemócrata
austriaco de referencia, la Arbeiter-Zeitung
de Viena, entre marzo y mayo de 1949.
El siguiente paso era
encontrar a los ominosos “herederos de Arturo Barea” que figuraban en todos los
libros, para solicitar los derechos de la publicación. Al final, y gracias a la
ayuda de un amigo, el escritor austriaco Erich Hackl,
los encontré en Londres. Era la sobrina de Ilsa, Uli Rushby-Smith, que se alegró
mucho cuando se enteró de la idea de publicar Telefónica tanto en alemán
como en español. Y otra vez gracias a la ayuda de Erich Hackl
encontramos la editorial “Hoja de Lata” en España y la editorial “edition atelier”, de Viena, que contestaron con mucho
entusiasmo cuando recibieron el manuscrito.
¿Cómo fue que se mantuvo inédita
hasta ahora que la edita Hoja de Lata?
-Ilsa
trató de publicar la novela desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta
los años sesenta. Existen varias cartas sobre sus intentos, pero tras la
primera publicación en el periódico, que pasó sin pena ni gloria, fue cada vez
más difícil que, en plena Guerra Fría, una editorial se interesase por un libro
que habla de la Guerra Civil desde una perspectiva eminentemente política y de
izquierdas. Y la novela tampoco reunía las condiciones para que se pudiera
publicar en la República Democrática Alemana: Ilsa
había abandonado el Partido Comunista austriaco en los años 20 y el texto en sí
no cumple con los estándares comunistas de la época, es decir, no ensalzaba la
gesta del comunismo en la Guerra de España. Así se quedó en el limbo…
-¿Os atrajo la historia por acontecer
en un momento trascendental de la historia contemporánea del estado español o
también os atrajo, a la vez, esa pluma de una mujer que vivió en primera
persona el cerco sobre Madrid por parte de los alzados…estando ella, allí como
cronista y periodista?
-Por un lado, no ocurre
todos los días que se descubre una novela olvidada sobre un tema que en su
momento tuvo tanta trascendencia como la Guerra Civil y que esa novela, encima,
tiene gran calidad literaria y cuenta muchos detalles sobre el asedio de
Madrid, sobre los bombardeos que tuvo que sufrir la capital por parte de los
franquistas, nazis e italianos fascistas y, especialmente, sobre la vida en el
edificio de la Telefónica y la censura de la prensa extranjera. Por otro lado,
la vida de la autora es como una crónica de las luchas sociales de una parte de
Europa de los años 20 y 30. Por ello se decidió retratarla en un epílogo
inusualmente largo y detallado.
-En ese ambiente de guerra, en ese
cerco de Madrid, en la guerra conoce a Arturo Barea con el que termina
casándose… ¿Cómo interaccionan desde la vertiente de escritores? ¿Hay
influencias del uno sobre la otra y viceversa en sus trabajos?
-Muchas. Uli Rushby-Smith, su sobrina,
cuenta que en su casa inglesa de Middle Lodge solían trabajar en una misma mesa redonda del salón,
debatiendo sobre lo que estaban escribiendo. Ilsa
tradujo la mayor parte de la obra de Arturo al inglés, además a un inglés
excelente del que el hispanista Gerald Brenan dijo
que cualquier escritor inglés desearía escribir tan bien. Escribieron juntos
unos cuantos libros sobre temas españoles, sobre García Lorca o Unamuno, y
aunque Ilsa a veces solo figura como traductora al
inglés, colaboró también en la escritura. Hasta confesó a una amiga que a veces
escribía ensayos en nombre de Arturo. Los dos estaban muy compenetrados, él era
la parte artística, ella la parte intelectual, pero también la parte práctica
ya que fue sobre todo ella la que, con diferentes trabajos, ganó el dinero que
les permitía dedicarse a la escritura.
-Ella era una cronista que
estaba ya muy comprometida y muy directamente contra la amenaza del nazismo, el
fascismo. ¿Cómo crees que eso le repercute a la hora de informar y escribir
sobre lo acaecido en España desde aquel verano del 36?
-Venía de un mundo muy
politizado y, a la vez, había sido “profesora itinerante” en los pueblos de
Austria por encargo del partido socialdemócrata. Conocía muy bien ese mundo y
quería escribir una historia ilustrativa sobre la lucha contra el fascismo,
pero también sobre la liberalización de la mujer. Las mujeres que aprenden algo
en el libro son mujeres que pertenecen a las clases bajas y que ven en el
ejemplo de la protagonista una forma de buscar el lugar que realmente les
corresponde en la sociedad. Esa faceta didáctica, que a la vez es emancipatoria, revolucionaria, es muy importante en la
novela.
-¿Qué crees que es lo que le hace
decidirse a escribir Telefónica?
-Quería plasmar sus
experiencias en forma de novela, contar lo que había vivido, no como
autobiografía sino como ficción para dar ejemplo.
-¿Cómo fue su paso por la Oficina de
Prensa de la República? Era políglota y eso le debió abrir no pocas puertas de
aquellos años, ¿verdad? Hablaba alemán como lengua materna, dominaba el inglés
y el francés a la perfección. Además, se manejaba con el ruso y del
holandés y entendía las lenguas escandinavas…
-Hay muchos mitos sobre
sus dotes lingüísticos. Ella era más modesta ya que dijo varias veces que,
cuando llegó a España, hablaba bien cuatro lenguas: alemán, inglés, francés e
italiano. Después aprendió el español, y es admirable cuando se leen sus cartas
escritas en esa lengua, lo bien que la dominaba ya que, aparte del año largo
que había pasado en España, su principal referencia española era Arturo y, en
otro plan, los libros que traducía y las cartas que recibía y escribía. Es
decir, apenas vivió en un ambiente hispano, pero tenía unos conocimientos
extraordinarios de la lengua. El padre de Ilsa apunta
en sus memorias que hablaba también un poco de sueco, de niña había estado allí
varias veces, y de rumano porque había viajado por ese país.
-El título de este libro,
“Telefónica” hace mención al edificio donde estaba albergada la oficina de
prensa del bando republicano… un lugar emblemático y que ella recoge…
-Fue el edificio más
alto de España en aquella época y un lugar lleno de alta tecnología ya que
desde allí salieron todas las comunicaciones telefónica y de telégrafo hacia
España y el mundo entero. Fue un lugar emblemático, como dices, diana de los
bombardeos franquistas, de la aviación fascista, pero a la vez uno de los
lugares más seguros porque se había fabricado con los materiales más
resistentes del momento y tenía dos sótanos en los que se albergaba a las
personas que habían tenido que huir ante los bombardeos y el avance de las
tropas franquistas. Allí también se topó con el mundo internacional de los
corresponsales y todas las contradicciones de su trabajo de censura en un
ambiente de guerra, de política y de muerte diaria.
-Las relaciones dentro de este
edificio nunca fueron una “balsa de aceite”; la propia Ilsa Kulcsar—después Ilsa
Barea-Kulcsar—tuvo diferencias con la directora Constancia de Mora…ya que
Kulcsar era socialista y la directora, Constancia de Mora, de
ideología comunista…
-Más que Constancia de
la Mora era Luis Rubio Hidalgo, jefe de prensa extranjera del Ministerio de
Estado, el que censuraba su trabajo. Arturo Barea ya había tenido bastantes
problemas con él antes de que Rubio Hidalgo, en un acto de poca hidalguía,
saliera a Valencia junto con el Gobierno por el avance de las tropas
franquistas. Contra Arturo e Ilsa hubo varias
denuncias, tanto por parte de anarquistas como de comunistas, Ilsa fue detenida dos veces, y los dos tuvieron suerte al
poder salir de España a tiempo. Es una historia oscura que habrá que investigar
más a fondo ya que solo se conocen la versión de Arturo y unos pocos escritos
de denuncia contra ellos.
-Trabajaba para los intereses de la
República facilitando información a los periodistas internacionales…información
supervisada, seguramente censurada…pero ella adquiría muchos conocimientos,
trabajaba por una causa por la que creía, estaba involucrada con la República y
estableció relaciones con los corresponsales en España. ¿Cómo le fue todo esto?
-Ella tenía que censurar
las noticias que los corresponsales querían enviar al extranjero. Se queja
varias veces, en la novela, pero también en textos autobiográficos, de que
sabía muy poco de la realidad que la rodeaba porque tenía mucho trabajo y
apenas podía salir de la Telefónica. Realmente, se enteraba de los
acontecimientos a través de los artículos que tenía que censurar. Y gracias a
sus conocimientos y su amplia experiencia en ese campo logró mejorar la forma
de censurar, dando pie a textos más periodísticos que servían mucho mejor como
propaganda para la República.
-¿Especialmente cómo se acercó a las
Brigadas Internacionales? Porque ella no deja de ser una brigadista, ¿no?
-No estuvo nunca en las
Brigadas. Vino como periodista, conocía a muchos brigadistas, alemanes y
austriacos, pero no formó parte de las Brigadas.
-El libro termina justo si no
recuerdo mal---estoy hablando de memoria—el día antes de aquel 1 de Abril del
39…se trata, pues, esta lectura de una crónica larga desde su experiencia en la
guerra de España…un testimonio importantísimo y de un valor incalculable tanto
en la historiografía de la guerra como en la historia de la literatura, ¿cómo
lo ves?
-El libro retrata cuatro
días de diciembre de 1936, días importantes para la capital y la República
porque en ese momento empezó la guerra aérea contra la capital que, por cierto,
tuvo el dudoso honor de ser la primera ciudad bombardeada a gran escala, antes
que Guernica y mucho antes que Coventry o Dresde. Ilsa Barea pone fin al libro el 31 de marzo de 1939, el
último día de los enfrentamientos. Al día siguiente, Franco hizo proclamar su
famoso parte de guerra. Era el día del final de la ilusión de que la República pudiera
vencer al fascismo, un fascismo que había invadido una gran parte de Europa. Y
cinco meses después, otro dictador bigotudo proclamó el inicio de la Segunda
Guerra Mundial con un ataque ridículamente fingido por parte de Polonia al
Tercer Reich. En ese contexto, el libro es, a la vez,
crónica de la Guerra Civil y advertencia ante lo que iba a venir y que
bastantes coetáneos estaban presagiando; pero pocos les hicieron caso.
-El cuerpo de esta novela lo escribe
en París porque en febrero del 38, junto con su marido, marcha allí,
seguramente previendo lo que fue el final de la guerra. ¿Cobra como una
perspectiva más tranquila su narrativa al distanciarse de la primera línea?
-Los dos se marcharon
porque se les había avisado varias veces de que los servicios secretos les
estaban vigilando y que querían detenerlos por trotskistas. Una advertencia muy
peligrosa que podía implicar su muerte. Por eso, y porque ya no encontraron
trabajo en España, decidieron marcharse a Francia tras casarse en febrero en
Barcelona. Parece que Ilsa pronto puso manos a la
obra ya que en septiembre de 1938 mandó unas 19 páginas a una fundación internacional
para pedir una beca, que al final no obtuvo.
-¿Podríamos
decir que se trata de “narrativa del exilio” sobre la Guerra Civil española?
-Por supuesto, pero creo
que el texto pertenece más al exilio en lengua alemana. Sin embargo, la autora
muestra un conocimiento de España y una identificación con el pueblo español
que no se encuentran en la mayoría de los textos germanos, e ingleses,
franceses, etc., sobre la Guerra Civil.
-Ilsa
Kulcsar es la traductora de su marido, Arturo Barea ¿Cómo es esa tarea que dio
a conocer más las obras de uno de los escritores más sobresalientes de la
narrativa posguerra civil en el exilio?
-Hubo una traducción al
inglés del primer volumen de la trilogía que hizo muy pronto Peter Chalmers-Mitchell, bien intencionada, pero malograda. Así
que Ilsa tradujo el segundo y el tercer volumen y,
más adelante, volvió a traducir el primero. También tradujo La raíz rota
y publicó un libro de cuentos de Arturo en inglés. Su versión de La forja de
un rebelde fue la base de casi todas las traducciones a otras lenguas,
incluida la versión al español que los dos tuvieron que rehacer tras perder el
manuscrito original. Por eso, en las primeras ediciones, por ejemplo, la
argentina y la mexicana, hay muchas faltas y anglicismos. También fue la base
para la traducción al alemán, aunque no lo tradujo ella sino un amigo de los
tiempos del exilio inglés, Joseph Kalmer. Parece que
ella hizo una primera versión que Kalmer convirtió en
la definitiva que posteriormente se publicó solo con su nombre; a Ilsa no le pagó más que unos honorarios por la traducción.
-Nuestra escritora es una escritora
que no sé si escribirá narrativas del exilio, pero sí vive de exilio porque
ella, de alguna manera, va escapando de la amenaza fascista, de las garras del
nazismo, de los otros fascismos europeos como el de los falangistas y
franquistas en España, como el de la invasión nazi en Francia…
-Primero tuvo que salir
de Austria por la instauración del régimen austrofascista,
un primo no tan lejano del franquismo, católico y reaccionario, pero menos
sanguinario. Ilsa y su primer marido habían trabajado
en la resistencia hasta que descubrieron su grupo clandestino y tuvieron que
huir a Checoslovaquia, uno de los pocos países democráticos en aquella época.
Vino a España, que era una esperanza para muchos exiliados porque aquí podían
luchar, al lado de la República, contra el fascismo que les había expulsado de
sus países. Luego estuvo en Francia y, finalmente, en Inglaterra, uno de los
pocos países europeos seguros ante el avance del nazismo. Y tardó hasta 1965 en
volver a Austria. Su regreso fue, como para todos los exiliados, un paso
difícil.
-¿Cómo podríamos explicar que le fue
en el exilio a esta periodista, cronista y escritora austríaca?
-El exilio nunca es agradable y ofrece dos opciones
fundamentales y opuestas, con muchas variantes entre
ellas: la añoranza de la patria perdida o el hacerse con el mundo nuevo. Ilsa escogió claramente la segunda opción ya que empezó a
trabajar en inglés, español y alemán y se convirtió en una referencia
intercultural, como se diría hoy en día, traduciendo y haciendo de puente entre
las tres culturas y literaturas. En su legado hay cartas de escritores muy
relevantes, desde Francisco Ayala hasta Ernesto Sábato, que le piden que
traduzca sus obras al inglés. Lo de Ilsa fue una
respuesta muy fuerte, muy valiente a la situación del exilio. Aunque ante las
dificultades económicas que implica trabajar en el mundo cultural sin tener un
trabajo fijo, y por su mala salud, que en parte fue el resultado de dos
estancias en la cárcel por su compromiso político, fue una situación muy
difícil para ella, sobre todo tras la muerte de Arturo.
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