El gato negro de Azuara
Se llamaba Ralo. Era un gato negro
con algún leve chispazo de pelillos blanquecinos. Era de pequeña estatura,
astuto, atento, pillo y genuino, aunque imprevisible. Sus ojos eran verdes con
el típico rascacielos vertical que delataba su pupila, uno de sus ojos, el
izquierdo, lo solía llevar un poco más cerrado…a modo de guiño, como un experto
jugador de póker o mus… eso le daba elegancia y cierta “malicia”, pero de la
bienintencionada. Ralo, era presumido y eso lo sabían sus dos amigos humanos a
los que fielmente acompañaba, Josefina y Florestán,
ambos maestros de escuela de pupitres de madera maciza y un poco herida por
incipientes y resistentes carcomas…como explicamos al ser presumido se dejaba
mimar y asear; así, llevaba una cinta
roja en el cuello. Obedecía solamente porque sabía que era lo mejor para sus
particulares dividendos que no sumaban poco. Y era de Azuara.
¿Por qué se llamaba Ralo?, preguntaban muchas de las personas que se acercaban
a acariciarlo, observarlo o quedarse embriagados por él. Sencillo, porque le
pusieron Raro, pero como solía ir con su amiga humana a la escuela, con la
maestra Josefina, pues algunos de los niños y niñas se resistían a pronunciar
bien esa “r” convirtiéndola en una “l”. De ahí que el gato de Azuara, sin nombre, en un principio pasó a llamarse Ralo y
así ha quedado porque, desde estas páginas, presentimos que Ralo todavía habita
pasando de alma gatuna a alma gatuna. Quizás es ese gato descarado que nos está
dando la brasa en estos precisos momentos; quizás es ese gato callejero al que
las autoridades le niegan el agua y el alimento como si se tratase de paliar
una peste de la Edad Media; quizás es el gato negro que se pasea desafiante por
la terraza, jugando a las sombras con el sol o a la luz de la luna…quizás sea
nuestro fiel acompañante en los días más férreos.
(Este
relatillo está inspirado, que no basado, en el testimonio de Avelino Zapater
sobre el episodio de los refugiados de Azuara en Mas
de las Matas durante la guerra)