El tranvía nº 39
En estos días de frío es un poco difícil retrotraerse a tiempos más lejanos y calurosos en los que muchos aragoneses de entre los barrios de Gràcia y Guinardó cogían el tranvía para sofocar los calores entre las olas del mediterráneo en las arenas de La Barceloneta, que siempre olía a pescado frito…Los pasos cargados de una cesta o una mochila improvisada, la toalla de rallas o ornamentaciones marineras y las zapatillas de esparto que la madre hacía quitar solo llegar al bloque de pisos para no “dejar arena por donde se ande”. La Plaça Rovira coronada de plataneros recibían a muchos veraneantes de lla propia Barcelona y todos miraban al tranvía 39 para que les llevase a reencontrarse con los aromas del Mediterráneo , el salitre y el sol que dañaba sin dañar y estimaba las pieles de manera especial. Las esperas de bajada a La Barceloneta se hacían entre susurros, risas, entre confidencias y planes que, aunque fuesen de pocas horas, se entornaban largos. Al llegar a la Plaça Rovira la mirada de alguno de nuestros protagonistas se encaminaba hacia el estudio fotográfico de Català Roca…para muchos y muchas aquel trabajo era “especial”, cargado de una libertad, todavía anhelada. Una vez el tranvía paraba la gente iba subiendo con orden, pero con alegría casi eufórica…se sentaban en bancos corridos de maderas de esos que se disponen con listones…el viaje se emprendía por lo que ahora es Torrent de la Olla y entonces era Secretario Colón….nuestro paseante, estudiante de bachillerato, sentía cerca el colegio de los jesuitas al que iba, pero pronto alejaba el lugar conforme en zumbido del tranvía se acercaba a la Travesera de Gràcia y desde allí al carrer Bailén para ir a buscar, casi de inmediato y con la creciente impaciencia de sus habitantes, al Passeig de Sant Joan. La Estación de França quedaba ya cerca, una estación especial que muchos de estas gentes visitaba en un ir y venir de viajes largos a sus tierras de origen o a los respectivos trabajos…con las diferencias de que hoy era un domingo sofocado y poco socorrido. Desde França Estació algunos evocaban al Zoológico de Barcelona o a los paseos románticos y furtivos del parque de La Ciutadella. El tranvía, sin permiso, no lo precisaba, se recogía hacia El Born y desde allí los inquietos niños y niñas ya removían entre cubos y grandes gafas de buceo como preparándose para ser los primeros en pisar la arena y sucumbir bajo las olas. Nuestro paseante bajaba y se encaminaba para extender la toalla y, con esmerada, parsimonia, ir desvistiéndose para entrar tranquilamente en el mar, zambullirse y mirar a helios desde un rincón del Mare Nostrum. La mañana transcurría con parsimonia, con estabilidad, con cierta insistencia en querer abrasarse, pero el agua sofocaba cualquier intento…el refresco sabía a algo especial y los sandwichs eran engullidos con hambre feroz. Los gritos de los infantes eran sofocados por las cintas de cassettes y el estrenado transistor…el paseante dibuja sus huellas en la arena con sus idas y venidas de la toalla al mar y del mar a la toalla, hasta que desentierra el reloj y con un bostezo recrea la hora de volver con el tranvía 39 a casa. Sacude la toalla antes de enrollarla, guarda su libro, acomoda, entre algodones el transistor a pilas y es encamina hacia fuera donde lo último que hace es sacudirse las alpargatas…Espera el tranvía 39 de regreso a Plaça Rovira, aunque siguiendo un camino diferente, quizás melancólico con la mañana, pero esa es, ya, otra historia.