Puertas y picaportes
Las puertas
con sus picaportes dicen mucho. Nos dan pistas, sobretodo, del tiempo que
llevan allí y así de lo que han visto y vivido. Las puertas se abren y se cierran
tantas veces que ven pasar todas las vidas de quien acciona los picaportes a
una mano u otra… para abrir o cerrar, para entrar o salir. Las puertas más
cálidas son las de madera y más si ya están muy amparadas por el paso de los
años y los tiempos, esas puertas que han soportado el paso de los calores más
sofocantes, de los fríos más ásperos, las humedades más pesadas, los vientos
más violentos. Los picaportes suelen ser de hierro y puede que estén menos
entrenados a nuestra anatomía, como los de ahora, pero son tan especiales que
cada vez que toco uno es como si invadiese una vida que no es mía. Algunas de
aquellas puertas todavía conservan el agujero, por donde los gatos entraban y
salían de las casas a su antojo, aunque hoy en día sea porque les negamos más
libertad a los felinos, sea porque nos hayamos vuelto más remilgados o sea
porque tengamos menos ratoncillos a cazar… pues esas comunicaciones entre
“nuestro mundo” y la calle está tapado por una chapa de madera (que como un
zurcido cubre el tablón), por una chapa metálica o por una especie de lona
clavada tenazmente. Algunas puertas se barnizan, otras se pintan y otras se
esconden detrás de cortinas de todo tipo y material… desde plástico, a aluminio
o telas. Las puertas, junto con esos picaportes y sus correspondientes llaves,
simbolizan entradas y salidas más allá de lo físico… más allá de una expansión
exterior o de nuestro recogimiento interior.