Juegos en el cielo e imaginaciones adivinativas
en el microrrelato
Abrí
los ojos, tendida sobre un lecho que
olía a cereal recién segado y me encontré con los juegos que dibujaba mi
imaginación en la infancia… juegos que no me habían dejado nunca. Animados
cuando se movían cambiantes en sus formas y danzas o inanimados si se detenían
a contemplarte porque yo estaba, y seguramente un poco aún lo estoy, segura que
ellos y ellas te veían , te contemplaban y hasta te curioseaban desde su perspectiva
de “hacer un picado” desde ese gran angular.
Tenía unas ganas inmensas de dormirme con
aquella bella cara de perfil con los ojos alargados, los labios perfilados y
con una cara casi tan relajada como las brisas que los iban desdibujando… hasta
una saciedad endiablada porque como un mandala
porque lo que aquí se desdibuja se iba
reformando un poco más al sur, al norte o quizás al este o al oeste utilizando,
casi, las mismas brumas. Bajo un mismo cielo todos los días se reunían nuestras
imaginaciones que abren los pinceles que eran nuestros ojos y contemplaban sus
mejores lienzos, los que guardaban a buen reguardo en el corazón, en la memoria
locuaz de un día saciado, mimado y casi terco… aunque para todo esto, hay una
premisa imprescindible a cumplir... el estar allí, puntual como un reloj del país por excelencia de los Alpes… ese
país en el que una niña fue a soñar y a vivir en una pequeña cabaña desde cuyos
prados contemplaba, poco más o menos, los mismos cielos, aunque con sus juegos
e imaginaciones.
He aquí, amigos y amigas, una adivinanza que
emerge ante nosotros para poner a prueba algo más que un atisbo de nuestra
presumible inteligencia y es que nuestra imaginación debería volar entre
nuestros razonamientos alimentarla y retroalimentarla en un viaje de ida y
vuelta.
(“Charca”.
Josefina Paricio Serrano. Fondo
de Artes Plásticas. Museo de Mas de las Matas)