Microrrelato
La leyenda de Pedro
Gascón
Cuenta la leyenda que a Pedro Gascón,
le pusieron este nombre porque la noche en que su madre paría, entre dolores,
sudores y rodeada por los cuidados y los susurros de canciones que saciaban los
padecimientos de la comadrona Adelina; pues que aquella noche entre Las Vegas y
Las Fajuelas, lugar habitado por la familia Gascón,
repicaba intermitentemente en la oscuridad y entre los habitantes de la noche
un repique de piedra, justo después de cada contracción como acompasando los
momentos de tregua. Adelina, muy dada a pensar que en la naturaleza estaban
todos los remedios, hizo de aquel compás un aliado y el pequeño pronto asomó la
cabeza y se dejó coger, retorcer y sacar de su madre. Su grito y posterior
llanto alumbró e impregnó la noche. Las dos mujeres sonrieron y el padre entró
impetuoso. Adelina les dejó solos un rato hasta volver para adecentar a madre y
a hijo, acompañada de su hija que la ayudaba en una tarea que se transmitía de
generación en generación en la casa de los Jánovas,
misterio aún sin resolver. Así fue como Esteban pasó a ser Pedro, por el
repicar de aquella especie de piedra en la noche del parto. Noche que terminó,
al poco de nacer Pedro, en una tormenta plácida, casi a modo de llanto
sostenido y acompasado. La familia Gascón las invitó a
quedarse, incluso el abuelo se levantaba para armar a las caballerías, pero
Adelina y Luna, así se llamaba su hija, preferían subirse a sus burros e ir
abriéndose camino. El día era largo: había varias mujeres que habían dado a luz
en días anteriores a las que ir a ver y un parto más que previsible más allá
del paso. Marcharon, asegurando que todo había ido bien, que volverían a la
mañana siguiente, dejando a la abuela Petra y a los demás al cuidado de la
madre y de Pedro que ya estaba tetando… Adelina sabía de sobras que aquella
familia llevaba como un halo de bonanza, mecida por el río, que ahora ya
atravesaban con sus burros.
Pedro recordaba esto que le habían
contado bastante veces estirado mirando el sol y escuchando al río pasar sobre
una piedra, mientras entre los dientes sostenía una espiga y mientras pensaba
en qué construir en el edificio para ganarse la vida…él que no gustaba de
depender de lluvias y sequías, ni de ir de bracero y lo tenía claro ahora que,
aún jovencito, ya le dejaban sacar la docena de ovejas por aquellos lares.
Entonces escuchó el sonido acompasado, peculiar y casi descarado de un
martinete, aquel pájaro elegante, espigado, simpático y sagaz… y pensó en las
clases del maestro Antonio que les dibujó una fragua movida por las aguas de un
río. Pedro sacó unos papeles, los que envolvían el queso que acababa de
engullir, para dibujar la fragua de su martinete.
Una fragua que con su repiqueo no dejó
de sonar en años y que dio nombre y todavía da a una zona casi fronteriza, allá
en el corazón del País de Cazarabet, allí en Mas de
las Matas.
(Fotografía
del cuadro “Paisaje”, de Felicitas Fernández “Itas” –
Museo de Mas de las Matas)