Microrrelato
El “chucho” de la
masada de la Vega de Camarón
Entre las masadas
de La Vega y el soto del Perdiguer, se encuentran
unas masadas, grandes, nada discretas y muy presentes como de manera
omnipresente con sus corrales. Dicen que pertenecieron a la familia Zaera que bajó de Fortanete hace
décadas. Masadas que debieron de pertenecer a personas con posesiones
importantes. Estas paredes gruesas son las que albergan rebaños que balan,
sobre todo al paso de extraños. Guardándolas y en el portal del corral de uno
de estos corrales todas las tardes hay un guardia, de cuerpo peludo presente,
se trata de un chucho de pelo largo, tamaño grande negro con trazos blancos. El
chucho en cuanto oye que unos pasos polvorientos se acercan desde La Vega, cruza, cabizbajo el camino y
se esconde entre rocas y algún tronco, él te ve, no te pierde de vista, pero
debes esforzarte para dar con él que sabe más de escondites y camuflajes. El
chucho es atrevido, fiel y concienzudo con su trabajo porque si retrocedes
desde el Soto del Perdiguer, volverás a verle hacer
la misma operación: guarda el corral y se esconde cuando oye que alguien va a
pasar. Es tímido y pasa de la misma manera todas las épocas del año con una
fidelidad que es ultrajante y que nos vuelve insignificantes. Este perro,
guardián de ovejas, se ha convertido en una especie de alma que de nota a faltar el día que no lo percibes, que no está
donde debería. El perro, sin nombre
aparente, nos recuerda el valor de la
dignidad y del valor de la fidelidad y, aunque
presa de su timidez, se ha convertido en un amigo al que hechas en falta
el día en que es más pillo que nosotros y se camufla tan bien que no se deja
ver.