El
Bergantes no fue el culpable
Aitor Clemente
(Publicado en Compromiso
y Cultura nº 5. Abril)
Las intensas lluvias caídas de manera incesante
en la zona del sureste de Aragón y el norte de Castellón durante casi una
semana provocaron que ríos como el Matarraña, el Bergantes o el Guadalope experimentaran
significativas crecidas, tras las cuales cabe denunciar las enormes y graves
deficiencias de la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE) en la gestión de estas avenidas, especialmente en
toda la cuenca del Guadalope, y que podrían responder a dos motivos, o bien por
la manifiesta ineptitud de sus responsables, o bien por un trasfondo de
interés.
La estrategia de
la Confederación de administrar las crecidas a través de los embalses, con la
falsa sensación de seguridad que ello conlleva, se basa sobre todo en una
adecuada previsión y preparación anterior a la llegada de la avenida, así como
en una correcta gestión de la misma una vez ésta ocurre, para que puedan
cumplir esa función de laminación. La tecnología de la CHE permite tener una
predicción meteorológica anticipada y fiable para poder actuar con varios días
de margen.
La riada comenzó
a llegar al pantano de Calanda a mediodía del sábado
21 de marzo, momento en el cual el embalse calandino tenía el casi el 80% de su
espacio ocupado, ya que no se había liberado caudal previamente ante la crecida
prevista en ambas cuencas vertientes. En el Guadalope, la avenida llegó al
embalse de Santolea con este pantano y la presa del
Puente superando el 100% de su capacidad, ya que tampoco se realizó un desembalse
preventivo para conseguir un volumen de resguardo.
Así pues,
conociendo de antemano la previsión de fuertes precipitaciones y con esa alta
ocupación en los pantanos, ¿por qué no se comenzó a desembalsar desde Calanda y Santolea dos días
antes? ¿No es prioritaria la seguridad de las personas? Esperar la llegada de
un fenómeno de gota fría con estos volúmenes almacenados resulta de una
temeridad absolutamente intolerable, más si cabe dado que, como hemos podido
saber, las condiciones de seguridad de ambas presas no son las idóneas.
La configuración
de la cuenca indica que el embalse de Calanda debe
laminar las crecidas del Bergantes, mientras que Santolea
debe hacer lo propio con las del Guadalope. Sin embargo, éste último se mantuvo
completamente lleno y, por tanto, sin poder retener, por lo que siguió
aportando caudales de hasta 100 m3/s hacia la presa calandina
durante todo el episodio.
Esta deficiente
gestión llevada a cabo impidió que los embalses cumplieran con la función
laminadora que tienen encomendada. A pesar de la versión difundida desde la
Confederación, el embalse de Calanda no redujo las
puntas de la avenida extraordinaria y sólo las dilató en el tiempo, ya que los
caudales máximos de la riada en el Guadalope por Alcañiz
y en el Bergantes por Zorita fueron prácticamente iguales, en torno a 500 m3/s
en ambos casos.
Además, las
maniobras de desembalse realizadas en plena crecida, con sucesivos saltos en
los cantidades evacuadas, en lugar llevar a cabo una intervención anticipada y
menos abrupta con objeto de minimizar afecciones, y las constantes
contradicciones en las informaciones emitidas, son más propias de una
improvisación continua que de un trabajo planificado. En el caso de Santolea, las gráficas incluso muestran movimientos inverosímiles
que podrían hacer pensar que los datos hayan estado manipulados.
Ante algunas
voces como la del Presidente de la CHE, Xavier de Pedro, que ha aprovechado
para insistir en la construcción de la presa de Aguaviva, es importante dejar
claro que, de haber estado en marcha esta infraestructura su influencia para
laminar la avenida habría sido nula, ya que la capacidad prevista para sus
desagües de fondo es de casi 500 m3/s, por lo que todo el caudal hubiese
circulado por éstos. La gestión de la riada dependería, como en la situación
actual, de la laminación que se hiciera a través del embalse de Calanda.
Debemos recordar
también que las crecidas son inevitables, además de necesarias tanto para la
propia vida y la dinámica fluvial del río y su entorno, como para garantizar
los abastecimientos para las diferentes poblaciones de la cuenca, la industria
y la agricultura, y que el cauce de los ríos no se limita únicamente al espacio
que ocupan en condiciones normales, sino que también forman parte del mismo todas
las zonas inundables que comprende el Dominio Público Hidráulico, y que deben
ser siempre respetadas con una ordenación del territorio adecuada.
Por último,
esperamos que se depuren todas las responsabilidades derivadas de esta nefasta
e interesada gestión que llevó a la población aguas abajo del embalse de Calanda a una situación de alarma eludible y completamente
innecesaria.