FÁBRICA “LOS LENTES”
Período 1957/1973 (sr.
Gil)
Personal:
·
Agustín
Gil Oto (sr. Gil “el amo”)
·
Andrés
Peralta (“el Andrés”), hijo del Jaime de la Central.
·
Antonio
Buñuel (“el domíno”)
·
Antonio
Martín (“el aquilino”)
·
Avelino
Zapater
·
Carmen
Serrano (“la farinas”)
·
Carmelo
(“el benito”)
·
Francisca
Baeta (“la gaitera”)
·
Ignacio
Doñate (“el Doñate”)
·
Jorge
Gil (“el hijo”)
·
José
Peralta A. (“el modesto”), de Abenfigo. Mi suegro
·
José
Peralta G. (“el pepito”), mi cuñado
·
José
Pastor (“el villa”), padre de Julia Pastor
·
Jesús
Royo (?) (“el pataco”)
·
Ma.
Carmen Ejarque (“la planas”)
·
Paco
(?) (“el punciano”)
·
Paco
(?) (“el Marcos”)
·
Pepe
Arrufat (“el Arrufat”)
·
Pedro
Baeta (“el gaitero”), hijo de “la gaitera”
·
Pilar
(“la royica”)
·
Pilarin
(?) (“la Elisea”) y su hermana Rosa
·
Pilarin
(?) (“la de la tienda nueva”)
·
Pilar
Martí (“la valencianica”)
·
Pilarin
Escorihuela (“la Tomasa”)
·
Rosario
Peralta G. (mi mujer), hija de José Peralta A. y hermana de José Peralta G.
·
Teresa
(“la esportonera”)
·
Tomás
Escorihuela (“el Tomás), padre de Pili Escorihuela
Todos ellos, frescos en mi
memoria, llevaron a cabo las diferentes fases de fabricación de las lentes. En
algunos casos, puestos de trabajo muy duros, casi infrahumanos, sucios,
peligrosos, penosos, impensable que, a día de hoy, nadie llevaría a cabo con la
Ley de Riesgos Laborales. Les recuerdo a todos en sus respectivos puestos con
la ilusión de “tener un jornal” pequeño, pero seguro. Cabría de reagrupar a esa
plantilla. A la que recuerdo de “buen rollo” cuando cada 18 de julio ibamos a merendar a la central de Abenfigo,
al pantano, a la Balma a hacer costilladas y paellas;
viajamos a Peñiscola, San Sebastián, Vitoria…. ¡Que
tiempos!
Así
se manifiesta en las fotos publicadas en “El Masino”,
clasificadas como “antiguas”. Excursiones patrocinadas por la fábrica “Los
Lentes” y a las cuales se apuntaban familiares y amigos “para llenar un correo”...
Es
mi intención definir todos y cada uno de los puestos de trabajo en la medida
que mis capacidades descriptivas me lo permitan, puesto que sólo la memoria me
asesora. No hay documentación acreditativa.
Es posible que haya
olvidado algún nombre, algún detalle, alguna anécdota. Pido disculpas
anticipadamente si alguien pueda no sentirse identificado con mis
apreciaciones. Para mí son objetivas, para otros, quizás pequen de subjetivas.
Mi intención, es sólo resucitar en un relato, la fábrica de “Los Lentes” de sus
cenizas, como el Ave Fénix, para la historia. Desde la óptica de la madurez
actual y los recuerdos de la adolescencia (15-19 años entonces).
A
continuación, iré desgranando las distintas etapas en el proceso de fabricación
de las llamadas lentes “Bi” (o Bi-cóncavas o Bi-convexas). Cabría describir
previamente lo que significan estas lentes.
Cóncava: Lentes negativas. Definidas por el
signo – (menos). Son las que se prescriben en optometría para la compensación
óptica de las miopías (-1.00,
-1.50, -2.00, etc. hasta -20 ó -30) por poner un límite. Sus superficies son cóncavas o sea, divergentes. Ver fig. 1
Ver fig. 2
En el caso anterior, el
perfil obedece a la definición Bi-cóncava.
El mismo principio se
utilizaría para las lentes “convexas”. Definidas con signo + (positivas o
convergentes). Utilizadas para compensar hipermetropías y corregir algunos
tipos de presbicia o “vista cansada”
Ver fig. 3
Estas últimas eran muy apreciadas
por los “zagales”, y las veíamos circular por las escuelas como lupas o “lentes
del
Obtención
de las placas de cristal
En la recepción de placas
de cristal (tipo ventana) comenzaba la manipulación: con un utillaje sencillo y
rudimentario (no por ello ineficaz) se cortaban las planchas en tiras
cuadriculadas según el diámetro que iban a tener las lentes.
Fig. 4
El útil era una tabla de
aglomerado con unos clavos insertados de tal forma, que con un regle se apoyaba
en un extremo y en el opuesto, y esto servía de guía para la “rulina” (instrumento
con una pequeña cuchilla giratoria sobre un eje) y que a modo de lápiz
marcaba las planchas. Luego un sencillo y energético golpe o flexión convertía
la plancha inicial en tiras. Estas se
almacenaban en función del espesor necesario para el tallado de las distintas
lentes que se fabricarían después.
Fig.5
Cortado
en círculos
En esto tenía la “mano
rota” el José Pastor (“el villa”). El utillaje constaba de un eje vertical
montado en un soporte con una manivela superior que se desplazaba con un
muelle, y en cuyo extremo giraba una rulina sobre la tira de cuadritos, marcándolos en circunferencias.
Apoyada la tira sobre el tope y desplazándola lateralmente. Ver fig.6
Se
obtenían con un certero golpe de alicate 4 ó 6 placas dispuestas para su
proceso de fabricación perfectamente redondas (a nivel anecdótico, diré que no
eran pocos los cortes y partículas de cristal que se clavaban y herían las
manos “pinchas”). En la extracción de dichas “pinchas”, eran especialistas la
Carmen (“la farinas”), las “pilis”
del control, y demás expertas, que con un alfiler y maestría, mostraban el
“trofeo” al extraer la “pincha” con orgullo. Un poco de agua oxigenada, ¡y hala
a seguir!
Estos
artilugios, ingeniosos, todos ellos, eran el resultado del “coco” del sr. Gil,
en estrecha colaboración con el no menos ingenioso, bromista y “gaire” tornero mecánico Ángel Ejarque
“el planas”. Un fenómeno al que la fatídica enfermedad se llevó, y que recuerdo
como un gran amigo, al que siempre he profesado admiración a pesar de la
distancia generacional que nos separaba.
Como
a mi padre le hacía falta un ejecutor de su inquieta mentalidad innovadora,
sustituyó al malogrado “planas” el tió Tolos, hombre
de pocas palabras, pero certeras. Era ya mayor,
por lo que colaboraba posteriormente su hijo Joaquín Tolos (el esposo de
Teresa “la esportonera”), que al casarse abandonó ya
la plantilla de la fábrica.
El
bloqueado o pegado
El
lugar donde se efectuaba el bloqueo en moldes de los ya cortados discos de
cristal se llamaba en el argot de la fábrica “la cocina”.
La
cocina
Situada
al fondo de la nave, colindante con el raso. Este lugar presentaba unas
características singulares: fuego, hornos, agua, humo, gases desprendidos por
la brea al fundir… casi, casi, las puertas del infierno.
El
rey de la cocina era Jesús Royo (“el pataco”) que doblaba el turno con el ya
fallecido Paco (“el Marcos”).
La jornada empezaba con
las listas de “partidas” que se tenía que poner en fabricación y que ya había
preparado, según los pedidos, la Carmen Serrano (“la farinas”).
A
primera hora (según la “faena” que obedecía a los pedidos desde BCN) a las 6 de
la mañana, se encendía el horno a base de carbón que se almacenaba “en la
carbonera”. Esta se llenaba mediante viajes de carretillo desde la carretera y
a través de un “ventanico” que aún existe en la parte más alta de la nave y en el camino que conducía a “los Casales”.
Por cierto, en “los Casales” había una cisterna subterránea que se alimentaba
de la “ceica” grande y que vertía el agua sobrante en
la “ceiquica” pequeña a través de un tubo que
normalmente siempre “chorraba”. Este sistema permitía
a la fábrica disponer de agua corriente, con circuito propio, ya que el consumo
de ésta era elevado.
A continuación, se
encendía una especie de fogón de obra, construido bajo un cubierto en el raso en cuya superficie, se encontraba
un agujero de unos 60cm de diámetro, y donde se alojaba un caldero, el cual
estaba rodeado de una pestaña que hacía de tope para no introducirse sobre las brasas.
Fig.7
La función de este caldero
era la de fundir brea, es decir, una especie de alquitrán en forma de trozos o
terrones similares al carbón, pero de aspecto brillante y vidrioso.
Esta brea al alcanzar su
estado líquido, ofrecía un aspecto viscoso, que a veces incluso llegaba a
hervir levantando unas gruesas burbujas, que subían lentamente y al explotar
liberaban un humo de color amarillo, espeso, tóxico, maloliente e irritante,
que al respirarlo te cortaba el aliento y te hacía llorar los ojos.
Ahí
es donde te quiero ver Jesús!! (pataco) a la hora de sacar el caldero a mano con
sus dos asas subiéndose sobre el fogón de pié (pesaría quizá 60kg?...). A
continuación se bajaba al suelo, se apuntalaba bien, se escarramaba…
y de un estirón ¡ale hop! acompañaba la caída del caldero balanceándolo entre
sus piernas; y así un día tras otro, día a día, mes a mes. Tenía una
impresionante habilidad para esta peligrosa maniobra. Algún quemazo más o menos
serio se llevó, puesto que la brea tenía la propiedad de “agarrarse” y provocar
ampollas en la piel. (A veces nos llevamos algún disgusto al jugar con la brea
a modo de plastilina…).
Comenzaba
la operación de bloqueado en una mesa donde se apoyaba el molde (como un
plato). Este tenía el radio y diámetro que la potencia determinaba. (A esto se
refería de forma muy explícita el Avelino Zapater en su artículo de “El Masino”). Más adelante comentaré las incidencias que él
relata, cosa que encaja perfectamente con los comentarios que yo oía a mi padre
cuando escuchaba sus conversaciones con el “planas”.
Claro,
en la época de Avelino, yo todavía era un chaval que iba “a escuela” y no
estaba en el “ajo”… luego comprendí!
Bien pues, la operación,
comenzaba “pintando” toda la superficie interna del molde con una solución de
agua más rojo, hasta alcanzar una textura semejante al barro. Se cogían los discos
planos de cristal cortados previamente (placas) y se colocaban cuidadosamente intentando
que no se tocaran unas con otras, empezando por los bordes y terminando en el
centro. A continuación se llenaba dicho molde con “blanco de España” (un polvo blanco
similar al yeso o talco) y con un paño se retiraba dicho polvo cuidadosamente
para no mover las placas. Claro, el blanco se adhería al “barro” del rojo
anteriormente citado y todos los huecos entre placas quedaban rellenos de
blanco formando una superficie uniforme con las lentes que aparecían limpias y
pegadas débilmente y sujetadas por dicho polvo.
El
paso siguiente consistía en introducir el “bloque” o contramolde
(plato al revés) en el horno sobre el fuego y las brasas para que alcanzara una
alta temperatura (el bloque y el molde eran de fundición de hierro). El molde
con las lentes se introducía en la parte superior del horno el cual, debía de estar
caliente. Seguidamente se colocaba el
molde en el suelo (sobre unas guías o canales) y se vertía sobre él un par de
cucharones de brea fundida, a la vez que se insertaban unas “galgas” o calces
en el perímetro del mismo, que marcaban el límite de profundidad que alcanzaría
el bloque al sentarlo con una llave de “T” con la que se roscaba al sacarlo del
horno con un gancho y deslizarlo por una rampa de metal.
La
brea se expandía, rebosaba por los bordes y se enfriaba el bloque vertiendo una
“caldereta” de agua fría en la parte cóncava que quedaba hacia arriba. Esta
operación se repetía con todas las “partidas” que había que pegar, según el
pedido o la hoja de producción del día. Según lo dicho, hacía referencia a las
lentes que después se tallarían como convexas o de signo positivo (+).
En las negativas (-) o
cóncavas, se procedía de la misma forma, pero en este caso, el molde era
convexo y el bloque cóncavo, con lo cual, el enfriamiento se efectuaba bajo el
chorro de un grifo de gran caudal. Finalizaba el proceso cuando ya todo estaba
frío, con un golpe seco de martillo en el molde (puesto en posición vertical) y
desprendiendo ambas piezas.
Ver fig. 8
Al
ponerlas en las estanterías, quedaban a la espera de ser instalados los bloques
en las máquinas (“las burras”) para su tallado. De ello se encargaba el José de Abenfigo
(mi suegro) y al doble turno, el Tomás Escorihuela.
Las
burras
Se llamaba así a una
máquina de mecánica muy elemental y básica, que consistía en una bancada de
hierro y hormigón de unos
Sobre
esta bancada y sobre cada uno de los moldes, discurría un grueso soporte o viga
de hierro, que soportaba los ejes verticales que eran arrastrados por una polea
de unos 40cm de diámetro, movidos por una correa de transmisión de grueso cuero
y que recibían el movimiento de un “biombo” (o cilindro horizontal montado sobre
cojinetes amarrados a la pared) que era movido por un entramado o embarrado de
poleas y correas para alcanzar las rpm desmultiplicadas del motor de 15cv que
movía la máquina.
Dichos ejes verticales,
tenían un deslizamiento vertical, que propiciaba el encaje en el molde mediante
una punta o espiga que, a modo de manivela, movía dicho molde en un movimiento
circular excéntrico. Para detener el giro y/o ponerlo en marcha, se hacía con
las manos: para parar, sacando la correa con un palo. Para arrancar, se acompañaba
la correa sobre la polea, y el biombo que giraba, facilitaba el giro.
Tras definir
aproximadamente las “burras”, procederé a explicar el proceso de tallado de las
lentes: Se lavaban las “partidas” con una manguera y agua frotándolas con un
cepillo de púas de esparto. De este modo, se desprendía el “blanco de España”
adherido a la brea, pero este lo hacía con facilidad. Las placas sobresalían
sobre la brea, según el espesor calculado previamente con las galgas o calces
mencionados en el pegado.
-Dignos
de mención son las condiciones desagradables con las que se realizaba el
trabajo en las burras-. En invierno, el agua en el Mas, no está precisamente
caliente. El José y el Tomás usaban botas de agua e incluso zuecos para
desplazarse sobre unas rejillas de madera, por las que se evacuaba el agua y
los esmeriles que caían de las partidas. Si tenemos además en cuenta, que los
bloques con su brea y placas pegadas, venían a pesar entre 40 y 60kgs., nos
podemos imaginar: agua, peso, esmeril, rojo, frío y peligrosidad… ¡vaya un paraíso!
Desbaste
o “rebajado”
El
molde giraba sobre un esmeril en polvo denominado “carborundum”
(grano 200). Para el argot de la fábrica: “el granau”.
Este esmeril rebajaba la superficie de las placas, que iban tomando la curvatura
de los moldes con su giro regular. El operario de turno iba echando agua con un
pote, y esmeril con un palo y otro pote en la mano con gran habilidad para
alternarlo con el giro excéntrico del molde.
Cuando por observación
visual, se veían las placas cubiertas, se detenía el eje. Ya estaban las lentes
talladas con la curva predeterminada (000, +1.00, +1.50, +2.00… +3.00). Pero el
“granau” era muy basto. Había que sacar el molde. Lavar
escrupulosamente la partida y el molde,
y proceder a la fase siguiente que era el “entrefino”. Si quedaba un
resto de “granau”, la partida se rayaba y aparecían
rayotes circulares que no se podían tolerar.
Después,
se repetía la operación exactamente igual para pasar al “afinado” (un esmeril
de color gris con textura de barro) y que preparaba ya la partida para el
pulido final.
El pulido se efectuaba ya
al margen de las operaciones de desbaste y afino. En la misma máquina, pero
cuidando mediante unas mamparas que no salpicara ni un ápice de esmeril (se rayaría
la partida). El molde de pulido llevaba pegado con brea un “fieltro” que en una
prensa manual se ajustaba con el bloque convexo. Su ajuste perfecto, era el que
calificaba al operario como “buen pulidor” puesto que si no “tocaba” por igual
en toda la superficie la “falta de pulido” era evidente, y la partida no era
valida. Dicho ajuste se conseguía con toques de cuchilla, de forma manual en
las zonas precisas para conseguir el toque perfecto en toda la superficie del
bloque o partida.
El
material usado para pulir, era el característico “rojo” u óxido de hierro, que
imperaba por doquier por toda la fábrica y las personas que allí trabajaban:
máquinas, moldes, suelos, paredes, ropas, manos, caras, pies y hasta la
“matrícula” aparecían con el dichoso y persistente rojo. Cuando subía la
plantilla toda en peso a comer, más de uno exclamaría al verles: “ya vienen los
rojos”… (en aquella época).
Cuando
la partida estaba pulida, aparecía la brea teñida de rojo, y las lentes al ser
ya transparentes por el pulido, ofrecían un aspecto negro brillante (era la
brea que los adhería al bloque). Tras una exploración minuciosa, exhaustiva,
precisa y meticulosa con una luz portátil y una lupa, se daba por finalizado el
proceso de la primera cara o superficie. La segunda cara, repetía todo el
proceso, pero con especial cuidado de no rayar la cara pulida, la cual se
protegía pintando la lente con una laca protectora.
Al
incorporarse mi padre, se encontró con un grave problema, al que se refería el
Avelino en su relato:
¿Qué ocurría para que se
deformaran los moldes y las curvas de las lentes no respondieran a los
requerimientos necesarios para la obtención de la “graduación” exacta del
tallado de las superficies?
Pruebas y más pruebas, intentos, investigación,
¡un problema! ¿mecánico? ¿de torneado?
Mi padre parecía que vivía
en otro planeta. Pensaba y pensaba a cualquier hora del día o de la noche.
Hacía gestos con las manos (imitando el movimiento de los moldes en las burras)
casi no hablaba en casa y no comía. Sólo “le daba al tarro”. A este
problema, se añadía otro, no menos
importante, y dramático: al girar el molde sobre el bloque, se generaba calor y
subía la temperatura, que al echarle agua con el esmeril, provocaba
contracciones en la brea y se despegaban las lentes ¡terrible! El molde paseaba
las lentes o placas desprendidas con las consecuencias imaginables. A eso se le
llamaba: Sr. Gil ¡¡se ha “blanqueau” la partida!!
Después de mucho pensar,
llegó la solución. Mi padre decidió “cortar” el diámetro del molde, es decir,
hacerlo más pequeño que el bloque. Además hizo practicar en el ápice del molde,
o sea en la parte más próxima al centro geométrico del mismo, un orificio.
Hoy
pienso y comprendo: la velocidad angular entre el centro y la periferia del
molde no era la misma, con lo cual, las lentes periféricas recibían más
“masaje” que los del centro y además, el esmeril y el agua que lo mezclaba no
llegaba al centro de la partida. Creo recordar, que estas decisiones
ocasionaron al sr. Gil no pocas críticas y calificativos como “este tío está chalao” y cosas por el estilo.
La
introducción de esmeril por el orificio superior solucionaba el problema de la
refrigeración y alimentación de esmeril en el centro de la partida y la
disminución del molde, a la mitad de su diámetro inicial, el de la deformación.
De ahí el comentario al Avelino: “Tendrás mucha faena para rectificar los
moldes, pero pronto se te acabará…” y así fue. El molde del pegado en la cocina
era tan grande como el bloque y el del “mecanizado” aproximadamente la mitad.
El
esmeril
Ya que al relatar el
proceso de tallado de las lentes ha aparecido el término esmeril, trataré de
explicar el sistema de obtención del mismo. Curioso por cierto:
Todo
el suelo de la nave de máquinas estaba labrado por “canales” que se encargaban
de guiar la mezcla de “granau”, blanco de España,
partículas de brea y polvo de cristal rebajado que caía de las “burras” a la
rejilla, hasta conducirlo a la “sección” de esmeril.
Toda
la masa (como un lodo o barro) se conducía hasta unas pilas de obra (similares
a las antiguas de los molinos de aceite) y allí se dejaba reposar. Esas pilas
se comunicaban entre ellas por la parte superior, con lo cual se iba haciendo
un “lavado” por decantación y se iba pasando de una a otra. En la primera caía
al fondo el material más pesado. En la segunda y tercera sucesivamente los más
ligeros.
Finalizada la primera
fase, se transportaba con “calderetas” el “material” (aún sucio) a una especie
de cubas o “portaderas” de gran tamaño (había 3). Con un grifo sobre cada una
de ellas (de gran caudal) se llenaban de agua, a la vez, que a modo de cuchara
en la punta de un mango parecido al de una azada, pero de 1,5mt de longitud, se
removía el material hasta dejarlo en suspensión mezclado (que no disuelto) con
agua.
Cada
cuba, tenía diferentes orificios a diferente altura, obturados por “palos”
cónicos que los cerraban perfectamente.
Los
tiempos de decantación (predeterminados) se apuntaban con una tiza. Cuando el
esmeril después de diversos “lavados”, había ya evacuado los elementos no
deseados destapando el orificio correspondiente, se procedía a evacuar el
“fino” (menos pesado) por el orificio superior a un barreño de uralita. A
continuación, cuando sólo salía agua, se procedía a sacar el “entrefino” (más
abajo) y finalmente, en el fondo quedaba el “granau”
lavado, de aspecto verde brillante que se extraía volcando la cuba. O sea que, sólo se adquiría en el mercado el “carborundum” o granau. Los otros
materiales se obtenían al “machacarse” éste con el uso, o sea, ya se reciclaba.
El
rojo no se reciclaba. Ese se evacuaba directamente al barranco mediante una
tubería que atravesaba los huertos de “Los Calceteros” y colindantes. Se
encargaba de esta tarea el José “el villa”, el Ignacio Doñate,
y otros, ya que era una tarea que llevaba su tiempo y se podía alternar con
otros trabajos.
Para
terminar con las “burras”, haré mención a otra máquina, también de grandes
dimensiones y con características mecánicas iguales que “las burras”, pero con
una diferencia: los moldes y los bloques o partidas no eran esféricos (como
grandes platos) sino cilíndricos o sea, similares a una teja. Esta
particularidad era la que diferenciaba el tipo de lente que se tallaba. Los
cilindros o esfero-cilindros (lentes utilizadas para la compensación de los astigmatismos
en óptica oftálmica).
Estas
placas ya venía de BCN moldeadas es decir, con una forma más o menos análoga a
la lente final, pero en bruto. Había que pegarlas respetando el eje para que
“tocaran” bien. La máquina estaba dotada de unos brazos articulados fuertemente
anclados en la bancada y que sujetaban el molde de tal forma que impedían el
giro del mismo y lo convertía en un movimiento de vaivén.
El
punto de apoyo de la espiga o punta que daba movimiento al molde se introducía
en una especie de grueso disco, alojado en una cavidad análoga, y que con un lubricante espeso, giraba de tal forma en
ese alojamiento que impedía que el molde pasara siempre por el mismo sitio. O
sea, trazaba un movimiento de vaivén y desplazamiento lateral excéntrico que
impedía la formación de “aguas” en las superficies trabajadas. De eso, se
encargaba el Tomás Escorihuela.
Ver fig. 9
El
despegado
Ahí
la que cortaba el bacalao era la Teresa (“la esportonera”),
persona dura y potente, que no se amedrentaba con el peso de las partidas
acabadas ya en las “burras”. Con un pañuelo a la cabeza y un saco a modo de
delantal, en un golpe de abdomen colocaba la partida sobre un banco de madera.
Agarrando un martillo se daban varios golpes al bloque, y las lentes se “blanqueaban”
por la vibración de la fundición del hierro. Era curioso ver la habilidad con
que se cogían entre los dedos cinco lentes en cada mano y se encajaban en unos
“chasis” de madera en cuyas ranuras se insertaban los cristales sin que se
tocaran entre ellos. Las lentes que no se desprendían, se las arrancaba
mediante una pequeña escarpa golpeada por una maza de madera. En este caso, las
lentes aparecían con gruesos fragmentos de brea, que hábilmente, y sin “lascar”
el borde de la lente, se golpeaba la misma con una “macetilla” (como los
barriles del parchis) en cuyo extremo se anclaba un
alambre de acero rígido pero a la vez flexible, insertado en un mango (tipo
lima).
Después
se llevaba la partida o bloque ya sin lentes a una especie de pila, en el raso
donde, a martillazo limpio, se desprendía la brea y se dejaba el bloque listo
para iniciar el proceso de nuevo. Si las lentes eran de primera cara, había que
rascar con una cuchilla los restos de brea de la cara bruta para que se
sentaran bien en el molde y no quedaran inclinados.
Así
ya preparados, se volvía a la cocina para proceder al pegado y repetir todas
las operaciones para el tallado de la segunda cara. Con el dedo untado de rojo,
se hacía una cruz (x) en la lente del centro, que significaba, partida ya lista
y dispuesta para el lavado.
Lavado
Este
proceso era, a mi entender, uno de los más penosos. Lo llevaba a cabo sin rechistar
la Pilar (“la valencia”), persona menuda e inquieta a la que yo desde mis 14 ó
15 años, veía como muy mayor. Con el pelo blanco, un moño y con pocos dientes,
desarrollaba un trabajo duro, duro. Me paro especialmente en ella (soltera y
con una hija con un cierto grado de discapacidad) y que sacaba adelante su
vida, su casa y su existencia con su trabajo callado y desagradecido. Su labor
consistía en dejar los vidrios ya trabajados limpios y relucientes, listos para
el control y envasado. Recuerdo su indumentaria: botas de agua y delantal de
goma, largo hasta las botas, para no quemarse con el ácido sulfúrico.
Este
lavado, se efectuaba de forma manual, con el temible ácido sulfúrico (H2SO4),
que para que fuera más enérgico en su acción, se calentaba en una pila de plomo
inmersa “al baño María” en otra pila llena de agua, la cual se calentaba en un
hogar bajo a base de leña. Inicialmente, y debido a los vapores que desprendía
el ácido, ésta labor se hacía en el raso y a la intemperie. Posteriormente se
trasladó la tarea al almacén (puerta que hoy existe con unos graffitis y que algún día alojaría alguna peña en
S. Agustín…(?)).
El
proceso era el siguiente: los cristales despegados, tenían adherencias de rojo,
lacas, brea, etc.; tenían un aspecto sucio, pero no se podían manipular
demasiado porque ya estaban pulidos, y toda superficie pulida, es susceptible
de ser rayada sólo con mirarla.
Entonces,
se ponían en algunos chasis, parecidos a los de madera, pero de plomo para que resistieran
la acción del ácido. Dichos chasis pesaban a saber…, ella no los podía
manipular, por tanto, los sumergía (mediante unas asas) el Doñate.
Siempre dispuesto para, cuidadosamente, introducir el artilugio en el baño sin
salpicar (la Pilar le llamaba el “demonio” al H2SO4) porque si te caía una gota
en el pantalón, en la zapatilla, o cualquier prenda, te quedabas sin ella en un
plis plas.
Los gases que desprendía
la poca ventilación (una simple campana tipo hogar) hacían el resto. A
continuación, se lavaba el conjunto con agua abundante y se sumergían las
lentes en tricloroetileno (¡vaya con el disolvente también!)
cuyos vapores, todavía recuerdan a más
de uno, su acción irritante. Finalmente, ya limpias como patenas, las lentes se
aclaraban, se secaban y se trasladaban al control o clasificado.
Control
o clasificado
Desde
el punto de vista operativo, éste era el trabajo más limpio y más cómodo. Cuando
yo era chaval lo llevaban a cabo las hermanas Rosa y Pilarin
(“las Eliseas”). Recuerdo que cuando entraba al
“control”, siempre me provocaban y me ponían rojo haciéndome preguntas sobre
“mis amigas”…
Había
una cierta tradición, en aquel tiempo, de “salirse de la fábrica”, al casarse
las mujeres. Por eso me parece recordar que primero fue Rosa, después entró la Pilarin, a continuación la Pilar Escorihuela
(hija del Tomás) y seguidamente, ya las últimas, la Pili (“la planas”), hija
del “planas” (ya difunto) y, la que luego sería mí mujer (Rosario), hija del José
de Abenfigo y hermana de “pepito”. La labor era
limpia. La habitación oscura y con estufa de leña y eléctrica después.
Las
“clasificadoras” se sentaban en una mesa con una especie de “cueva” delante de
ellas y en cuyo interior había una luz o
bombilla con una pantalla. Con los codos apoyados y un paño suave, sin apresto,
limpiaban e inspeccionaban escrupulosamente todas y cada una de las lentes en
busca del más pequeño defecto (rayas, picos, lascas, faltas de pulido,
deformaciones, etc., etc.) poniendo las lentes perfectas en un chasis, y las
defectuosas, se marcaban con una cruz o circulo con tizas de colores y se
ponían en otro chasis.
Ahí
entraban las peloteras, rifi-rafes, discusiones y
diferencias de criterios con el Sr. Gil (mi padre). El día que las “partidas”
no iban “muy bien”, las operarias-verificadoras rechazaban más lentes de la
cuenta. ¡Ya la tenemos!! Al jefe no le gustaba y culpabilizaba a las chicas,
que le contradecían y entraban en discusión: ¡“yo si quiere las pongo todas
buenas Sr. Gil, pero cuando las devuelvan de BCN, a mí no me eche la culpa”! Y
en efecto, a veces la devolución desde el control de calidad de BCN era
inevitable, pero la cosa no pasaba de ahí. Había que detectar y corregir el
motivo en el taller, claro, y no en el control.
El
despacho
Que
yo recuerde, era la Pilarin (“la de la tienda nueva”)
quien llevaba a cabo las tareas administrativas en un principio. Luego entró en
su lugar la Carmen (“la farinas”); realizando una “dura”
labor al lado del jefe con su variable humor. Ella se encargaba de cursar los
pedidos, elaborar hojas de producción, nominas, correspondencia, archivos,
facturación, etc., etc. siempre disciplinada y aparente en cualquier consulta
que se le efectuaba respondiendo con
eficacia.
Le
acompañaba “el amo” (así le decían a veces los trabajadores a mi padre) desde
el proceso final: sentado en una mesa, con un fronto
o lensómetro, verificaba uno a uno todos los
cristales por potencias (estaban revueltos), comprobando su exactitud y dando
el “conforme final” como técnico y óptico responsable que era.
El
final del proceso estaba servido. Se marcaban los sobres con la potencia de la
lente que había en el interior, se ensobraban, se introducían en cajas de
cartón alargadas con tapa y de ahí al almacén, en donde el Antonio (“el
domino”) se encargaba de embalar en cajas de madera con protección de virutas
intercaladas. El “Peris” era el punto final: transporte y entrega.
No
quisiera dejar en el olvido a una persona ajena a la fábrica, pero que estaba
fuertemente ligado a ella de forma directa. Se trata del tió
Jaime (“el de la Central”). Este hombre, que aún recuerda las peripecias que
llegaba a pasar en la Central de Abenfigo, propiedad
de la “Morellana” y que además de la fábrica “Los Lentes”, tengo entendido que
también suministraba energía eléctrica a otras empresas del Más (el Molino, ¿quizás?).
Vivía
en la propia Central con toda su familia y controlaba el buen funcionamiento y
estabilidad del generador, que movía “la ceica” de
Aguaviva con el salto que daba vida a su turbina. El consumo importante de electricidad de la fábrica hacía que
el generador del Más fuera insuficiente para la potencia de la instalación.
Como
anécdota (oída de relatos de mi padre) diré que cuando había tronada, y un rayo
hacía caer la tensión del transformador (en la coronilla) se paraba toda la
fábrica. El tió Jaime (sin teléfono, sin fax y sin e-mail…)
sólo con el “tam–tam” y “señales de humo”, hacía las maniobras necesarias para
recuperar la tensión, a la vista de su cuadro eléctrico instalado en la
Central. Claro, los motores eléctricos con tensión insuficiente “roncaban” con
riesgo de quemarse. Entonces él, corriendo, abría más la compuerta, dando más
paso de agua a la turbina. Y al desenchufar los motores, se le desmadraba el
generador y se le pasaba de tensión y de revoluciones.
Su
comentario: “Gil, cuando caiga la tensión, aguanta los motores conectados, si
no, no nos pondremos de acuerdo”. Más de una vez se desplazó con su Guzzi para controlar la situación. ¡Tiempos heroicos!
LA MODERNIZACION - UN PASO AL FRENTE -
La ciencia avanzaba, la
tecnología era imparable y las lentes “Bi” cada vez tenían menos demanda.
Faltaban pedidos, y las “burras” trabajaban a medio gas. Se veían las orejas al
lobo.
Mi padre, siempre mirando
más allá, se fue a BCN y buscó nuevos clientes para la fabricación de algunos
lentes que fueran compatibles con las “burras”. Lo encontró. Recuerdo que
visitó la fábrica un futuro cliente de nombre Andreu. Era un singular personaje
catalán, que hizo buenas migas con el Gil, y que fabricaba espejos de aumento
de gran diámetro (de los que se utilizan en los modernos cuartos de baño para
verse los pelillos y las espinillas…).
Con el permiso de la “plana
mayor” de Barcelona (gerencia, directores de división, jefes de taller y
personalidades en general), se le autorizó a fabricar dichas piezas, aunque no
formaban parte de la filosofía de INDO, que era la lente de uso oftálmico… (!)
Mientras se iban fabricando
(cabían 4 lentes o placas en cada bloque), mi padre fue buscando otras salidas,
que más adelante llegaron junto con “nuevas” máquinas que iban a traer de BCN.
Los
Meniscos
Llámense
así las lentes que aún hoy (con gran perfección) se fabrican para montarlas en
las gafas. Son más estéticas, ligeras y, técnicamente, más perfectas. Son
también lentes esféricas, que permiten el tallado con una gran amplitud de
parámetros, puesto que se fabrican combinando las curvas cóncavas y convexas,
de tal forma, que la gama de potencias es casi infinita (por decir algo).
Ver fig. 10 y fig.11
A título de ejemplo,
podríamos decir, que la cara convexa de un menisco de +3.00 combinada con una
cara cóncava de -2.00, dan una potencia total de la lente de +1.00 (caso de las
convexo-cóncavas). En el caso de la cóncavo-convexas, una cara convexa de +1.00
combinada con una cara cóncava de
-3.00, daría una potencia total de la lente de -2.00.
Son lentes que hoy forman
parte de la fabricación general, y que permiten combinarlas según el diámetro
de las mismas y los diferentes índices de refracción y materiales utilizados, pudiéndose
obtener una amplísima gama de espesores, pesos, resistencias, etc. Todo ello, sería otro tema, que no viene
al caso, puesto que las técnicas no son el motivo de éste relato y darían pié a
explicaciones que fácilmente podemos encontrar en textos publicados, internet,
foros y demás medios informativos.
Sin embargo, he creído
conveniente pasar de “puntillas” sobre ello, para comprender el “paso al frente”
que sobre la modernización de la fábrica “Los Lentes” se llevó a cabo.
Los procesos de
fabricación, en más o menos similitud, eran los mismos que los lentes “Bi”,
pero de forma más “civilizada” o sea, lentes fabricadas “a la pieza” o de una
en una, pero en grandes series.
La Paca (“la gaitera”) y
la Pilar (“la royica”) saben de esto un montón, ya
que ellas eran quienes pegaban y despegaban las placas pre-moldeadas que se
fabricaban.
El instrumental, podríamos
simplificarlo mediante un hornillo para la brea (tipo freidora) y una plancha
eléctrica para calentar los bloques. Luego las manos, y las canciones que iban
cantando… hacían el resto.
Allá,
por los años 60, apareció “el peris” con una máquina “moderna” (?) llamada “menisca”. Era una bancada de unos
En
cada espiga, se insertaba un molde con un orificio cónico, que encajaba con el
cono macho de cada eje. Este giraba con unas 3 ó 400 rpm, y el brazo articulado
(que se subía o bajaba a mano) con una punta de acero, se apoyaba en un
casquillo que soportaba la lente bloqueada con brea en el mismo y generaban el
movimiento de centro a borde de forma regular.
En
una cubeta, cuatro ejes afinaban los meniscos que ya venían moldeados de BCN;
los doce restantes, pulían los mismos con el fieltro pegado en el molde.
El
esmeril se aportaba en el afino con un
pote y un palo, en el pulido se llenaba la cubeta con 2cm de rojo líquido y con
un pincel, se iba aplicando sobre los diferentes moldes, cuidando que no se
secaran, ni aumentaran la temperatura y acabaran desprendiéndose los paños al
fundir la brea.
A
modo de ensayo, primero se hacían meniscos en bloques de 3 unidades (tréboles).
Luego se hacían “a la pieza”, o sea, de uno a uno. Más velocidad, más presión,
más control por parte del pulidor que en este caso era el “pepito” de Abenfigo.
Esto
implicó unos cambios en la fabricación de las lentes más avanzado. Por tanto,
la Dirección de BCN decidió enviarnos dos meniscas
más. Esto generó una transformación en la distribución de la nave.
Se
derribó una bancada de “burras” (había dos frente a frente), se pavimentó el
suelo, se instalaron tubos fluorescentes, se pinto la nave de blanco, a la vez,
que se derribaban tabiques y divisiones, se empotró la instalación eléctrica,
se sustituyeron conmutadores (el artífice fue el José “el hojalatero” y se
abrió un gran ventanal en el despacho, desde el que se divisaba toda la fábrica.
Los vestuarios tuvieron duchas, la cocina también fue remodelada levantando un tabique transversal que la dividió en dos
partes. La más profunda para pegar las lentes “Bi”; la de nueva creación para
el pegado y despegado del nuevo producto que se iba a fabricar. Aquello ya parecía un moderno taller.
Las
“nuevas meniscas” que llegaron ya no trabajaban con
“rojo” sino con óxido de cerio (un polvo blanco mucho más amigable).
Se
instalaron una a continuación de otra (32 ejes). La primera que llegó,
transversalmente, prioritariamente destinada al afinado. La alimentación ya no se
hacía con brocha, sino con una bomba que por circuito cerrado repartía el cerio
desde un depósito a través de canalizaciones y tubos flexibles que dirigían los
chorros a cada molde.
El
ruido de rodamientos era ensordecedor; la temperatura que se generaba era alta.
¡Parecía una fábrica! Trabajábamos a todo trapo.
La
rebajadora
Ver fig. 12
Era
una máquina de accionamiento manual. Constaba de una bancada metálica en la que
se montaban 1, 2 ó 3 espigas y, que su eje vertical, como todos los mencionados
en otros tipos de máquinas, sólo tenía la misión de provocar el giro del molde,
insertado mediante un cono. Este giro, se efectuaba dentro de una cubeta
circular, ya que al añadir esmeril, la fuerza centrífuga salpicaba el interior
de la misma. El cubo era para limpiar y verificar las lentes.
Era
una máquina para “especialistas”, puesto que, el movimiento de traslación de
borde al centro del molde, se efectuaba con una “maneta” articulada, por el
mismo operario. Era de vital importancia mantener una regularidad en el
movimiento, precisa, milimétrica, al igual que la presión ejercida, de lo
contrario, el molde o el bloque se deformaban. Se controlaba la curva de los
mismos mediante una plantilla. Si la luz no pasaba por ninguna zona, el molde
estaba “clavau”. Sí se veía luz por el centro, el
molde estaba “flojo” y si clareaba por
los bordes, se decía que estaba “fuerte”.
Más
adelante ya se comprobaron las curvas mediante el “comparador de reloj”, un palpador con una esfera milimetrada, con una precisión de
Era
habitual entonar varias jotas mientras se trabajaba. Se cantaba
individualmente, a dúo de picadillos, etc. El rey de la jota aragonesa era
Ignacio Doñate, que también formó parte de la
orquesta “Maracaibo” y que, aparte de la trompeta, hacía de vocalista.
La
“rebajadora” era muy utilizada: para rebajar blocadas de radios fuertes, entrefinado y afinado de todo tipo de lentes. Sin embargo,
no lo era para pulir. De alguna manera, era la máquina ideal para “dar un
toque” manual y artesano a cualquier lente, que con una ventosa o con unas
“zapatillas” y una junta de goma, no era necesario pegar con brea.
Mientras todo esto
ocurría, la inquietud y el temperamento innovador de mi padre, hizo que éste
buscara más productos compatibles con el trabajo de las “burras” que se paraban
inexorablemente.
Se encontró un fabricante
de prismáticos para niños: las lentes positivas eran del tipo plano-convexas,
con lo cual, la cara plana se pulía en las burras (80 piezas por partida), y la
cara convexa, se bloqueaba en moldes mucho más pequeños (12 unidades/molde) ya
que la curvatura que exigía la potencia de dichas lentes, daba unos radios
pequeños con lo cual se trabajaban en las “meniscas”.
La lente más “pequeñica”
era “bi-cóncava”,
pero con un diámetro de unos 12mm, que también se bloqueaban en moldes y se
trabajaban en las meniscas.
En la conversación que
mantuve con el “Gema”, hay un error de transcripción que me gustaría aclarar: Estas
lentes mencionadas, nunca se fabricaron
al margen de la fábrica “Los Lentes”, ni en el sótano de nuestra casa. En esos tiempos,
la visión del Sr. Gil, era la de encontrar clientes ajenos a la INDO, para en
caso de “emergencia” poder subsistir, puesto que la plantilla de especialistas
en fabricación de lentes del Mas, era más que notable.
En la planta baja de mi
casa, lo que sí se instaló, fue un torno paralelo, con vistas a la creación del
taller mecánico que mi padre necesitaba para llevar a cabo su inquieta mentalidad,
de miras al infinito. Para eso, mi formación inicial, se llevó a cabo en la
Escuela de Maestría Industrial, rama metal, de Zaragoza. ¡¡Necesitaba un
técnico!!
Mientras tanto, en BCN
entraba con fuerza la electrónica, la
informática, la hidráulica, la neumática, las máquinas de alta velocidad, y
grandes presiones, la metrología de precisión, todas ellas, las fabricábamos y
montábamos en el taller mecánico de S.A.C.O. (Sociedad Anónima de Cristales
Ópticos), división de INDO, donde ingresé al terminar el servicio militar.
Todo lo demás se fue al
traste. Viendo que se acercaba el final, el último intento del Sr. Gil, fue
convocar a los trabajadores e invitarles a la formación de una nueva empresa en
régimen de cooperativa. La respuesta fue decepcionante. Un no rotundo!
Era evidente: los sistemas
antiguos, las comunicaciones pésimas (srta… póngame
una conferencia con BCN…) -las 9 de la mañana- la conferencia llegaba a las 3
de la tarde cuando los jefazos estaban comiendo…
Los desplazamientos: la
carretera del Mas a BCN (7 horas) con el Peris. Los viajes en tren 12 horas…(no
teníamos coche).
La administración de
Teruel, colaboraba de forma “eficaz” imponiendo sanciones y levantando actas
por… vete tú a saber!! Más de una enfrentamiento tuvo el “jefe” con los
inspectores de Teruel, que curiosamente les costaba algún disgusto y reprimenda
ante las quejas del Sr. Gil ¡precisamente a ellos!, y alguna disculpa creo
haber oído (a título anecdótico).
Si a todo ello, le sumamos
la “miopía” de la dirección de S.A.C.O., que no alcanzó a razonar un futuro, me
pregunto yo ¿no se podría haber creado una gran industria del sector?
Yo ya estaba casado,
trabajaba en PROPTIC, S.A (Productos Ópticos) división de INDO, que fabricaba
aparatos para oftalmología y maquinaria avanzada para las ópticas.
Cándido Feliu, puede dar fe, al igual que Pepe Arrufat
y Delfín que también andaban por allí.
La noticia me llegó en el
año 73: “Jordi, cerramos”, me escribió mi padre en una carta. Ya no ví nada. Cuando vine al Mas, todo se había destruido a
golpes de “mallo”.
La última colaboración que
recuerdo con un sabor agridulce, fue la ayuda a todas las familias que se
trasladaron a Zaragoza. A buscar piso para mis suegros y cuñado, a trasladar, a
subir y montar muebles como locos a casa de todos los desplazados. Todos éramos
uno, un equipo, un todo, en definitiva… volver a empezar.
Hoy la fábrica “Meniscos
Puntuales, S.A.” en Zaragoza (MEPSA) no existe. La fábrica INDO de Hospitalet tampoco existe (hoy en el 2010 esta compañía se
encuentra en concurso de acreedores). Con la llegada de la Comunidad Europea y
la globalización las grandes multinacionales avanzan irremediablemente. Grandes
firmas con alta tecnología y logística avanzada sirven sus productos a las
ópticas con unos niveles altos de calidad, más rápidamente que nuestra fábrica
nacional, que (en mi opinión personal) pudo haber sido y no fue.
A mi padre, inicialmente,
lo usaron como “técnico de pruebas” de las nuevas tecnologías que se
avecinaban. Realmente, no era así. A los 60 años, optó por irse de la empresa y
montar su propia óptica. Corría el año 78, se convalidaron y homologaron
titulaciones, y a día de hoy, mis hijos Elena y Jordi, continúan la tradición
familiar, dirigiendo dos establecimientos de óptica en Castelldefels
y un Centro Auditivo -Widex Gil-, poderosa
multinacional que nos ha concedido la distribución oficial de sus sofisticados
sistemas de audición.
El Sr. Gil, falleció a los
70 años, en Barcelona el 19 de Marzo del año 1985 (día del padre). La
enfermedad acabó con él, y aún, en el límite de sus fuerzas, quiso ver la nueva
tienda adquirida en Castelldefels (febrero de 1985)
para “aconsejarme qué es lo que me faltaba allí”… Tenía razón.
Creo que el relato toca a
su fin. El 17 de Octubre de
Al visitar el molino y el
magnifico trabajo realizado por el “Gema” con su animación virtual, empecé a
acariciar la idea de resucitar la
fabrica “Los Lentes”.
Aquí
está el recuerdo, la memoria transcrita en el papel, por si a alguien le
interesa…
Un
apunte final. En la fábrica había otros sistemas rudimentarios de fabricación:
la rebajadora, las tóricas manejadas por personas
como el Pedro (“el gaitero”), Antonio Martín (“el aquilino”), Andrés Peralta
(hijo de Jaime de la Central), todos ellos eran capaces de desempeñar cualquier
trabajo en la fábrica. Todos eran comodines.
También
quiero dejar claro, que me consta y soy consciente, de que hay personas a las
que les sabe malo que les nombren por el mote. Es típico del Mas, de sus casas
y familias (incluso a mí cuando alguien que no me identifica a priori, les digo
que soy “el de los lentes” y la exclamación inmediata es ¡Ah si…! “el del Sr.
Gil”). A todos ellos pido disculpas, si les he molestado. Quiero que sepan que
no es mi intención hacerlo.
Por
último un recuerdo para aquellos que ya no están con nosotros:
v
El
“Sr. Gil”
v
El
“planas”
v
El
Tomás
v
El
José de Abenfigo
v
El
José “el villa”
v
La
Pilar “la valencia”
v
El
Paco “el Marcos”
A todos ellos, mi recuerdo
más íntimo y afectuoso.
Hasta
siempre Masinos!!
Jordi Gil