Manuel López Aguilar, superviviente de Cambriles
José Giménez Corbatón
Fuente:
Diario de Teruel
Del Convento del Olivar a
13 de Julio
de 1936. Los monjes del convento del Olivar se afanan en la siega. Se acerca
hasta ellos el cartero de Estercuel: "Una noticia muy mala les traigo.
Han matao a Calvo Sotelo". Días después, el
golpe de Estado, o el Movimiento, como los religiosos prefieren llamarlo. Y se ponen a la espera angustiada de las
columnas de milicianos catalanes que ya alcanzan los pueblos más cercanos. Son
anarquistas, pero llevados una vez más por la corriente que les arrastra, los
monjes prefieren llamarlos comunistas. Para ellos son los comunistas quienes
están apoderándose del Bajo Aragón y de las tierras
turolenses.
El Padre
Superior envía, en pequeños grupos, a los jóvenes Postulantes y Coristas a las
diferentes misas que se celebran en los pueblos, con el fin de recabar
noticias. El 2 de agosto, un cura y un fraile de Alcorisa, huidos, les
previenen del peligro: "Pero, benditos de Dios, ¿qué hacéis aquí? El
martirio no hay que buscarlo; si viene, se recibe, pero de ninguna manera hay
que buscarlo..."
Se decide
que todos los frailes a los que les sea posible, especialmente los jóvenes,
abandonen el convento. Algunos de los que no lo hacen perecen en las semanas
siguientes. Por Muniesa, por Oliete, quedan
resquicios que permiten el paso a Zaragoza. A Manuel López Aguilar le ordenan
que regrese a su pueblo, Dos Torres de Mercader.
Cuenta
Manuel diecinueve años, recién cumplidos el 5 de marzo. Es hijo de un labrador
de Dos Torres con algunas tierras que muchos años después venderán sus
hermanas. A él le dan carrera: ingresa en
Manuel sigue
la senda que el destino le marca. Pasa junto a Berge,
y, ya cerca de Molinos, en un pajar, oye voces y ve armas largas apoyadas
junto a la puerta. Consigue pasar desapercibido. Cruza Molinos, junto a las
huellas incendiadas de la iglesia. Un hombre narigudo, que lo observa en
silencio, le da mala espina. A punto de salir del pueblo, camino de Dos Torres,
le interceptan dos hombres armados y le piden el salvoconducto. Como no lo
lleva, uno de ellos lo conduce al "Comité Antifascista CNT-UGT-FAI".
Lo interroga, mientras escribe en Una mesa que podría haber pertenecido al
cura, un tipo malcarado, el Presidente del Comité, "con pelambrera y
barba de quince días". Se empeña en que debe de ser seminarista, aunque
Manuel insiste en que estudia, en Valencia, para ser algún día maestro.
- Pues tu
padre será faccioso -le ataja el hombré, que no deja
de escribir en sus papeles-, porque ... ¿estudiante en Valencia? Tu padre, rico,
faccioso.
El que lo ha
acompañado dice conocerlo:
- Conozco a
su padre. Ha estao trabajando en Francia.
Allí fue
concebido Manuel, pero su familia quiso que naciera en Dos Torres, por lo que
regresaron un mes antes de que viera la luz. Su madre murió al poco tiempo, y
su padre ha contraído nuevas nupcias.
Al
Presidente del Comité le traen malos recuerdos los maestros.
- Aún tengo
condolidas las orejas de los estirones y de los palmetazos que me dio el mío.
Si lo pudiera yo pescar, a aquel maricón ...
¿Conoce a
alguien que pueda responder por él en Molinos?
Se dirigen
al café donde ahora se encuentra ubicado el Centro Socialista. Lo regentan
unos parientes suyos, que dan razón de Manuel, que incluso corroboran su
versión:
- El año que
viene termina su carrera de maestro, y ya se lo rifan las chicas de Dos Torres,
de Santolea, y hasta alguna de Castellote.
Por
increíble que parezca, no lo registran, y así no encuentran toda la
parafernalia religiosa con la que viaja.
Toman un
refresco y el responsable, confiado, le extiende un salvoconducto. Manuel
prosigue su camino. Pero una vieja conocida de su pueblo, al verlo partir,
exclama en medio de un grupo de mujeres:
- Los de Dos
Torres somos más pitos que los de Molinos. Ese que ha pasao
está estudiando pa' fraile en El Olivar.
Y una de las
que la oyen da el chivatazo. De inmediato se organiza la persecución. Por
caminos secretos Manuel se escabulle y consigue llegar a Dos Torres, donde se
encuentra con su familia, y con los responsables del Comité local, que están
colectivizando las tierras con el asesoramiento de gentes venidas de Alcorisa
y de Caspe: "¡Ya te cogeremos, escojonao, frailucho", oye que gritan detrás suyo.
El Comité de
Dos Torres lo acoge con benevolencia, ofreciéndole protección a cambio de que
trabaje en faenas agrícolas para la colectividad: entrecavar panizo, segar alfalz, recogerlo una vez seco, almacenarlo en la iglesia
desamortizada o en los solanares de las casas importantes o, lo que menos le
gusta, limpiar cuadras y acarrear el estiércol en los esportones, a lomo de machos.
A la mañana
siguiente, vienen milicianos de Molinos en su busca. El Comité consigue
disuadirlos: ellos son los únicos que toman decisiones en Dos Torres, y eso
incluye cuestiones como la vida o la muerte de sus paisanos. Manuel pasará
unos meses inmerso, lo mejor que puede, en una situación de guerra con la que
no se identifica. Enterrará con sus propias manos a un joven que no consigue
eludir la represión, y es fusilado y quemado en una cuneta de la carretera
que lleva a Cuevas de Cañart. Encargado de hacer guardia a la entrada de Dos
Torres, recibirá la visita de un grupo de anarquistas que bien pudiera
pertenecer a la temida columna de Fresquet, o a
alguna otra del mismo cariz. Seguirá viéndose con la gente con la que simpatiza
-aunque él tan sólo se declara creyente-, pero convivirá también con quienes
no son como él: asiste a las tertulias del Comité, discute con ellos sobre la
existencia de Dios o sobre el destino de los bienes de
Y es que
Manuel aún hoy sigue convencido de que el Bien o el Mal no reside en ser
miembro de tal o cual partido, sino en lo que lleva cada uno dentro de sí
mismo: "Uno es bueno, no por ser católico; el Bien o el Mal sólo está en
el fondo de cada persona".
De
Van transcurriendo los meses. Mientras Manuel López Aguilar trabaja en
la colectividad de Dos Torres, recibe la visita de un hombre de Santolea al
que nunca había visto antes, Sebastián Gil Félez. Sebastián sabe que Manuel ha
pedido un salvoconducto para ir a visitar a unos tíos de A1corisa que son
vecinos de una cuñada suya que vive con su nuera. Las milicias republicanas
han matado al marido de su cuñada -otros testimonios dicen que murió como
consecuencia de un infarto, en el momento de ser detenido-, y sus dos hijos han
acudido a Sebastián para que les busque un refugio lejos del ámbito de su
pueblo. Son los hermanos Pascual y José Navarro Guillén. Sebastián está en
contacto con gente de derechas de Ladruñán, y sabe que Domingo Folch Carbó, Aniceto Brea Royo y Vidal Royo Iranzo preparan un escondite seguro en una cueva que
descubrió el primero de ellos años atrás y que ya han bautizado con el nombre
de Cambriles. Los hermanos Navarro Guillén, sobrinos de Sebastián, serán los
primeros "topos" de la gruta, y los hombres de Ladruñán se unirán
muy pronto a ellos.
Sebastián quiere que Manuel tranquilice a la familia de los hermanos, y
añade:
-Y como sé que tú puedes algún día correr peligro y necesitar ayuda,
favor con favor se paga. Acudes a mi casa y ...
Es la primera vez que Manuel oye hablar de Cambriles. Aún no sabe que pasará nueve meses en sus fauces oscuras, él también
como "topo", o como "troglodita" o "cavernícola del
siglo XX", unos apelativos que no dudará en aplicar a sí mismo y a sus
compañeros.
Porque exactamente cinco meses después de llegar a Dos Torres, mediado
enero de 1937, se presentan dos milicianos de Mas de las Matas en busca de
José Gracia Monforte y de su hijo José María Gracia
Guillén, vecinos de la casa de Manuel (los dos morirían a manos de la
guerrilla unos años después de la guerra civil). El padre,
"hombre muy pequeñito, muy delgao",
consigue huir por un ventanuco que da a los tejados. Manuel corre a prevenir a
su "quinto" José María. Los milicianos se van con las manos vacías.
Esa misma noche Manuel es convocado a una reunión en casa de Antonio
Azcón Buñuel, el labrador más rico de Dos Torres, conocido más tarde entre los
topos de Cambriles como "Su Alteza". Manuel acude a la misma aconsejado
por su padre. Están presentes Teodoro Monforte
Aguilar, carpintero y pariente de José Gracia Monforte;
este último y su hijo; Luis Aguilar Capapé,
secretario del ayuntamiento, que jugará un papel importante como enlace de la
cueva y en la redacción de los papeles de la misma; el dueño de la casa y dos
hombres más que no llegaron a tener relación directa con Cambriles. Al
parecer, las milicias de Mas de las Matas han decidido actuar para evitar que
en la zona se forme una "quinta columna". José y su hijo, Manuel y
el propio Azcón figuran en la lista de Dos Torres. Manuel, como integrante de
una orden religiosa. "Su Alteza" se dirige al del Olivar con estas
palabras:
-Es el momento de que sepas que tenemos una cueva donde ... hay ya
algunos, y todos los que peligramos hemos de ir a parar allí.
Manuel le interrumpe con acritud, pero sin perder los nervios:
-No hace falta que me diga, porque seguramente yo conozco la existencia
de esa cueva a lo mejor antes que ninguno de ustedes, los aquí presentes. Me lo
dijo el ángel de la guarda.
A Manuel le duele que la propia gente de derechas de Dos Torres no le
haya informado antes de la existencia de Cambriles. Para su propia
tranquilidad. Y prosigue:
-¿Quién me defendió aquí, cuando vine? Los del Comité. Ni usted
-dirigiéndose a Azcón-, ni tú, ni tú, ni tú -señalando a los demás-, nadie
dio la cara por mí. Sólo los del Comité.
Apaciguados los ánimos, el grupo decide que los cuatro de la lista
tienen que refugiarse en Cambriles. Manuel ignora
dónde se encuentra la cueva. Esa noche no vuelven a casa: la pasan en un masico de Azcón. La noche siguiente, la del 16 al 17 de
enero de 1937, los cuatro hombres que se sienten perseguidos se dirigen a
Cambriles acompañados por un mediero de "Su Alteza", Juan Aznar,
residente en Ladruñán, enlace de los "topos" que ya están en la
gruta y familiar de los Aznar del Mas del Topo, asimismo colaboradores de la
cueva. A Juan Aznar, el diario El Noticiero, el 12 de septiembre de 1939, lo
calificará de "fiel criado" de Antonio Azcón. Para Manuel, son los
años de convento los que le hacen sentirse perteneciente "a la otra
parte": se despide de su padre pidiéndole que agradezca a los miembros del
Comité todo lo que han hecho por él.
Se reúnen en el abrevadero de Las Piletas, junto al camino de herradura
que lleva a Ladruñán. Es de suponer que los cinco hombres caminan en silencio.
Juan ha traído su caballería bien pertrechada de víveres para los topos de
Cambriles. Manuel López Aguilar escribe en su biografía (inédita) Este viejo
árbol de mi vida: "Unas dos horas de andadura por camino siempre
irregular; tras dejar a un lado la masada o barrio de Crespol,
al otro la barriada de
Las figuras humanas no son sino los hermanos Navarro Guillén, que
acogen calurosamente a los nuevos inquilinos. Manuel aprende enseguida cómo
hacer uso de la cuerda que permite acceder a la boca de Cambriles: lo más
seguro es que un hombre se acomode a media altura y la combe tirando de ella
para que el roce con las piedras salientes no la rompa. Los más jóvenes de
entre los topos y colaboradores llegarán a ascender sin ninguna ayuda de soga.
Manuel conoce también, esa misma noche, a Domingo, a Aniceto y a Vidal,
los auténticos creadores de esa argucia que es Cambriles, y que sin duda
contribuyó a salvar un buen puñado de vidas. Su profunda religiosidad le lleva
a pensar, con dolor y con nostalgia, en los religiosos que no han tenido la
suerte, como él, de encontrar un refugio semejante.
Pocos días después reciben de nuevo la visita de Juan Aznar, el mediero
de Azcón. Al parecer, el Comité de Dos Torres ha hecho saber a las dos hijas de
"Su Alteza", Patro y Rosario, que, si
regresa a su casa, no sólo no le preguntarán dónde ha estado durante todos
esos días, sino que le garantizan su seguridad: "Pero que no esté
sufriendo por los pinares de Villarluengo, o por Bordón o por donde sea".
Azcón apenas se lo piensa, y abandona la cueva. Sólo a él, al más rico, se le
permite volver a Dos Torres: "Le había dao
jornales a muchos del pueblo", opina Manuel. Más adelante pasará a
Zaragoza, como tantos otros, utilizando, quizá, la red creada por los. hombres
de Cambriles. Sobrevivirá a la guerra.
Manuel López Aguilar, entretanto, descubre la cueva: angosta, oscura,
bella. Poco a poco se irá familiarizando con cada uno de sus recovecos. Han
tenido que romper muchas estalactitas y estalagmitas para hacerla más habitable.
Dormirá durante nueve meses sobre unos sacos de paja que hacen las veces de
colchón. Se alumbran con lámparas de petróleo.
Poco después, para distraerse, empieza a
escribir un diario que, a instancias de los demás, se convertirá en el Diario
de Cambriles, donde cuenta buena parte del acontecer cotidiano: qué enlace
trae noticias o prensa, las salidas nocturnas en busca de víveres y de agua,
tal o cual incidencia, las tareas que cada uno desempeña.
Ese diario no ha llegado a nuestras manos. Alguien lo quemó años después
de acabada la guerra, probablemente por miedo a que cayera en manos de la
guerrilla.
Nueve meses en la cueva de
Cambriles (3)
En la cueva
ya están instaladas las tarimas donde extender los sacos de paja que sirven
de colchón. El váter aún no está hecho, y el depósito de agua, o aljibe,
tampoco.
Van llegando
nuevos refugiados. Entre ellos, Fidel Ayora, de una masada de Tronchón:
"Ya le tenían hecha la fosa. Lo supo el día anterior. Años después se
defendió contra los maquis. Mató a dos o tres. Cogieron documentación
importante y hubo una pareja de la guardia civil de -retén en la masía, la
tuvieron allí...". Ayora es quien, con trozos de estalactita y una lima,
confecciona el juego de ajedrez que resolverá muchas 40ras de tedio. Tienen
que enseñarle a jugar, y luego les gana a todos. Más tarde aparece Fernando Bel
Conchello, el veterinario de Santolea, con sus tres
hermanos, que huyen de Fórnoles, su pueblo natal,
"donde estaban en peligro por ser de derechas".
La boca de
la cueva, que apenas tiene la altura de un hombre, es bautizada como
"cuerpo de guardia". El paso más pequeño, el que hay que atravesar a
gatas para penetrar en el recinto, requiere ser agrandado para que quepa por
él el corpachón de Fidel Ayora. Y de paso sirve para Isaac Repullés
Repullés, alias "Bolita", secretario de Mirambel, que se refugia acompañado de su suegro y de su
cuñado, Manuel. Valles, Dálmau, alias "Fournier", y Manuel Vallés Perales,
"Heraclio" debían de jugar bien a las cartas-. A otro hijo de Manuel
Vallés ya lo han asesinado poco tiempo antes.
Isaac Repullés merece, como he dicho, el sobrenombre de
"Bolita": "Un hombre muy gordo, inactivo todo el tiempo, que no
llegó a salir desde que subió hasta que nos marchamos [aproximadamente, cinco
meses]. ¡A comer ya engordar!¡Como que nos vimos apuraos para sacarlo por el
"estrecho", y luego bajarlo, que lo bajé yo" [Manuel López se
refiere al momento de la fuga]. Manuel, por cierto, recibe el apodo de
"Crispín", en alusión al criado de “Los intereses creados”, de Jacinto
Benavente, cuyo protagonista se llama Leandro, justo el mote de su familia,
los Leandros de Dos Torres.
El cocinero
es Domingo Folch. Cocinan, durante el día, con un
hornillo de petróleo. Por la noche, con leña, en el hogar que han confeccionado.
Nunca supieron por dónde se evacuaba el humo. Sin duda hay alguna salida hacia
el exterior, en las zonas altas de la cueva, que no consiguen localizar, de tan
laberíntica como es la gruta.
Hacen el
váter en un hueco de fondo tan inconcreto como la salida de humos. Colocan,
con piedra seca, un asiento, y una tapadera redonda de madera, con asa
incorporada. Todo un lujo. Queda por resolver el problema del agua. Muchas estalactitas
rezuman, y tienden trozos de cuerda en sus extremos para que vayan depositando
las gotas en pequeños remansos. Pero pronto surge un doble problema: el agua,
muy caliza, solidifica en las cuerdas, y produce desarreglos intestinales en
los cambrileños. Domingo se acuerda de un pequeño manantial
al que acudía en sus tiempos de pastor. Bajan una noche a inspeccionar el lugar.
La fuente, aunque se embarra al vaciarla, no cesa de manar y el agua, si se espera
un poco, vuelve a ser cristalina. El padre y un hermano de Domingo, que les
apoyan desde el exterior, consiguen acondicionar unas garrafas con protecciones
y correas para colgarlas a la .espalda. Se organizan turnos nocturnos de
recogida: a Manuel le toca, como pareja, uno de los hermanos Bel Conchello, estudiante de medicina. Para no tener que salir
de la cueva con tanta frecuencia, deciden construir un aljibe en el interior
(todavía puede verse hoy). Son varios los viajes que tienen que hacer, siempre
por la noche, hasta
No faltan
las excursiones al exterior, por las noches. En verano, Manuel baja a bañarse
al río Guadalope, con otros ocho o diez topos de los más jóvenes, y vuelven
cargados de melones y -de otros frutos, guardados en la pechera (fue su único
pecado "social", confiesa). Hay que atender con frecuencia las
llamadas de los proveedores: para ello, han colocado una campanilla en la boca
de la cueva y un cordel que llega hasta la base del monte, que nace en pronunciada
pendiente. Pero, tras hacerla sonar, se hace indispensable la contraseña:
¡Cambriles!
Luis Aguilar
Capapé les trae una radio que no consiguen hacer
funcionar. El tiempo discurre pues leyendo prensa del bando republicano -la
más frecuente, Solidaridad Obrera-, a la luz de las lámparas de petróleo, o en
lo más hondo del "cuerpo de guardia". Jugando al ajedrez, al
parchís, al dominó. O hablando, de la familia. Hay una cierta tensión entre los
topos de Ladruñán y los de los otros pueblas, pues los primeros abandonan con
más frecuencia, siempre por la noche, la cueva, para ver a sus familias, para
estar con sus mujeres. Manuel llega a quejarse de ese privilegio. Algunas
noches sale al "cuerpo de guardia" y se queda allí un rato, hasta notar
como le vigilan, como si temieran que fuera a darse a
la fuga. Es sólo un modo de mostrar su descontento. Lo hace durante varios
días. Es el único recuerdo turbio que Manuel conserva de su estancia en la
cueva de Cambriles. No duda en hablar de la hermandad que presidió en todo
momento las relaciones entre los topos, a pesar de que algunos de ellos, al
provenir de pueblos diferentes, aunque cercanos, no se conocieran antes de encontrarse en el refugio.
No hubo
nunca mujeres en la cueva. Salvo que consideremos como tales las fotografiadas
en cierta revista que Luis Aguilar Capapé, el
secretario de Dos Torres, les hizo llegar en alguna ocasión. Tampoco hubo
relaciones homosexuales, al menos que él sepa. Largos meses de abstinencia
sexual. Es de creer: Manuel confiesa que bastante tenían con comentar,
suponer, adivinar, los avances nacionales de los que podría resultar una pronta
liberación. También pasó por su cabeza, con frecuencia, la posibilidad de ser
seriamente descubiertos y sitiados por las fuerzas enemigas. Disponían de
reservas para resistir, al parecer, algunos meses. Pero la cueva no tenía más
salida que la misma boca de entrada, a casi quince metros del suelo: una
ratonera que, pese a lo que se haya dicho en alguna ocasión, sin rigor histórico
alguno, los guerrilleros antifranquistas nunca llegaron a utilizar, ni a planteárselo siquiera.
Manuel
recuerda haber leído, en Cambriles, un libro inolvidable: Miguel Strogoff, correo del Zar, de Julio Veme. Y otro en el que
un negro contaba su vida africana. De éste no recuerda el título, y mucho
menos el autor: "El tema sí que me chocó, porque dice que en su tribu
les obligaban, cuando entraba en relación un hombre con una mujer, a hacer el
acto sexual públicamente, rodeaos de los demás". No parece que a Manuel le
preocuparan, no obstante, los problemas de abstinencia erótica: "La
formación que dan [se refiere a sus estudios religiosos], el hábito de la
presencia de Dios, y el pensar en las cosas espirituales y todo eso, quita
mucho de la tendencia sexual". Manuel era el único religioso que se
refugió en Cambriles.
12 de
septiembre de 1937. Manuel lleva nueve meses en Cambriles. En total son ya
veintidós los hombres que conviven en la cueva. Alguno de ellos se acaba de
incorporar, o apenas tiene tiempo de hacerlo, aunque ha sido admitido en
Esa noche,
en Cambriles, hay chocolatada. Primero deciden salir
en tres grupos. Luego lo harán en dos tandas. Una aventura acaba, y otra
comienza. La guerra no ha terminado para nadie.
Balances de una experiencia en
La guerra no
ha terminado. Es más: los topos de Cambriles apenas la han vivido en sus
propias carnes: se han limitado a huir de sus consecuencias letales. Y lo han
hecho con éxito. Dos tandas, en vez de tres como pensaron en un principio. Cuatro
etapas: De la cueva a
Una nueva
alborada ... Manuel ha podido despedirse de los suyos: "Nos dieron permiso
[¿quién? ¿Domingo Folch? ¿Aniceto Brea? ¿Feliciano
Pedro, que portaba credenciales de
Una nueva
alborada ... Decepcionante para Manuel: "Esperaba yo que en la zona
nacional todo sería justicia. Y no hubo nada de eso". Manuel vive
experiencias que, cuando menos, matizan aquellos años de convento que le
hacían sentirse perteneciente "a la otra parte". Se sumerge ahora en
realidades que, antes que ratificar sus convicciones, aguzan su percepción de
la relatividad humana, aunque no entibien su religiosidad. Oficiales brutales,
en el Campo de San Gregorio. Cierta reputación emanada de su pertenencia a
Cambriles, que hallará su eclosión en septiembre de 1939, cuando la mayoría del
grupo peregrine al templo del Pilar zaragozano, o a la tumba de
Acudimos al
piso valenciano de Manuel y Josefina, el 12 de marzo de 2006, el fotógrafo
Pedro Pérez Esteban, el historiador José Luis Ledesma, y quien viene firmando
estas páginas, autores del libro "Cambriles". Los tres lamentamos no
haber conocido antes a Manuel, que resulta ser un protagonista y un informante
culto capaz de sopesar el valor de lo vivido. Nos recibe con calor, sorprendido,
quizá, de que nos interesemos por Cambriles. Consciente del esfuerzo que
hacemos por entender lo que sucedió en aquella cueva.
Charlamos
unas cuantas horas. Manuel leerá nuestro libro, unos días después, y me
ofrecerá algunas puntualizaciones. Pone en duda algunas de las afirmaciones
que otros informantes han vertido antes que él. Reafirma otras. Soy consciente
de que han transcurrido muchos años desde entonces -Manuel cumplió veinte años
en la caverna, y ahora le esperan los noventa. La memoria es selectiva, pero a
Manuel le sigue moviendo el ansia de verdad. Al menos así me lo parece.
Apenas
recuerda las inscripciones que guían al visitante en el corazón de la cueva.
A medida que va viendo las fotos del libro y el texto le adentra en los
recovecos del recuerdo, se va haciendo más luz en su mente. Anota a mano, por
ejemplo, junto a la página que muestra la foto del cártel "N° 1.
Auditoría": "Me parece recordar los letreritos y que los tomábamos a
broma. ¿Para qué los necesitábamos?" Se me ocurre que, quizá, los
escribieron poco antes de abandonar Cambriles, para uso de los futuros
ocupantes, derechistas y, sobre todo, prófugos del ejército republicano, que
se sirvieron del refugio y de la red de huida creada por los miembros de la
fundacional sociedad cambrileña, para pasar a
Zaragoza antes de marzo de 1938.
No recuerda
quién redactó las Actas de
Pues bien:
tras cotejar las dos escrituras diferentes que aparecen en las Actas con las de
Aniceto Brea y Luis Aguilar Capapé, no es posible
llegar a conclusión alguna con un mínimo de convicción. ¿Por qué no seguir
pensando pues que esas Actas las redactó el secretario electo de
Lo cierto es
que, tras el intento de elevar a categoría de mito del régimen franquista la
anécdota desmesurada de Cambriles, con la peregrinación de septiembre de
1939, y el consiguiente apoyo de la prensa zaragozana, y el no menos
grandilocuente propósito -frustrado- de instalar una imagen de
El Boletín
Informativo de Mas de las Matas El Masino, en su número 295 de julio de 2006,
publica una carta de Aniceto Brea, dirigida al Presidente del Consejo Municipal
de Ladruñán, en la que le comunica la decisión que ha tomado al ver su vida en
peligro: "Me fugo también y voy correr mi suerte y tal vez mi desventura,
aunque ésta, ya la tengo hace días". La carta está firmada el día 31 de
enero de 1937, el mismo día que figura en las Actas de Cambriles como fecha de
ingreso en la cueva del señor Brea. Manuel López Aguilar entró el 16 de enero
(su propio testimonio coincide también con el de las Actas), pero afirma que
dicho señor Brea ya estaba allí. Extraigo dos lecciones de estas afortunadas
coincidencias: que las Actas, al parecer, no mienten -lo que garantiza el
valor del libro "Cambriles", que se apoya, en su mayor parte, en
ellas-, y que las continuas entradas y salidas de los cambrileños
de su refugio invita a creer, como ya escribí en el libro, que es difícil que
alguna gente, al menos de Ladruñán, desconociera su peripecia. Pero preferían
mirar hacia otra parte.