CAMBRILES. EL REPORTAJE
José Giménez Corbatón
El mito
Cambriles
tiene múltiples caras. El primer enigma es el nombre. Viajamos por las sierras
turolenses y nos sentimos impulsados a pensar que collados, morrones, cabezos,
barrancos y fuentes nacieron con el nombre puesto. No nos preguntamos desde
cuándo tal o cual topónimo existe.
El
paisaje se presta a esa sumisión nuestra. Parece estar allí desde la noche de
los tiempos, ser el mismo, inamovible e indiferente desde que Dios se tomó el
séptimo día de descanso. Quizá ese barniz se lo dé la erosión. De estos montes
el desgaste parece haberse llevado el aire, el agua, el fuego, toda la tierra,
y sólo quedan piedras fracturadas que han dado una vegetación dura,
esquelética, agresiva, rala, aunque llena de aromas tan intensos que nos
embriagan.
El
segundo enigma es el propio devenir de lo que allí aconteció. Me refiero de
nuevo a Cambriles. Recordamos los “topos” de la guerra civil desde que Jesús Torbado y Manuel Leguineche, en
1977, popularizaron el término, otorgándole una acepción que ha llegado hasta
nuestros días. Su libro homónimo es todavía hoy un referente en el estudio de
las consecuencias de la guerra civil para los derrotados. Conocemos la larga
posguerra que aún no ha terminado del todo. España es un país de topos. Los
primeros fueron esos seres solitarios que pasaron meses, años, décadas algunos,
escondidos en un agujero, sin ver nunca el sol, alimentados por parientes
asustados. Siempre me he interrogado sobre la inmensidad de ese miedo vivido
por esposas, hijas y madres. Las mujeres de la retaguardia. También me he dicho
en muchas ocasiones que los verdaderos héroes han sido siempre esas mujeres.
Dé
quién tendrían más miedo, de los represores o de sus propios topos, empeñados
en vivir como cuerpos enterrados en vida, sin mortaja ni extremaunción.
Cambriles
son muchos topos. He ahí el enigma, acaso su extraña y, si se me permite la
paradoja, escuálida grandeza; a buen seguro, su singularidad.
Pero
hay más enigmas. Sobre todo el que constituye esa sociedad secreta que se llamó
La Caverna.
Sus
instigadores, sus ideólogos: mentes en apariencia simples, pero dotadas de una
misteriosa facultad para vivir proyectos desmesurados y absurdos que sólo
encontramos en las sierras donde los hombres pasan horas interminables urdiendo
probables maneras de conjurar la soledad
Los
documentos: de paradero misterioso, que acreditan algo que semeja más a una
quijotada de tres al cuarto que a un sólido plan de supervivencia.
El
origen y el destino de sus protagonistas.
Las
razones que los movieron. La sinrazón de esas razones.
El
tibio fervor religioso que apenas dio fruto.
Su
culpabilidad o su inocencia.
Aquel
férreo silencio, ¿qué culpa ocultaba?
Demasiadas
preguntas, demasiados enigmas.
Sólo
alguno de ellos hallará respuesta. No en vano la sociedad se llamó a sí misma
secreta.
Cambriles
ha adquirido, con el tiempo y el sigilo, ciertos rasgos míticos. Quien aún se
hace eco de ellos es el padre José Conesa Coloma, que
fue párroco de Ladruñán desde la festividad de San Pedro de 1941 hasta 1943,
durante los inicios más duros de la posguerra. De Ladruñán pasó a ejercer su
ministerio en Luco de Bordón, y más tarde en algún otro pueblo hasta desembocar
en Zaragoza.
Para
el cura Conesa el Maestrazgo está poblado de hitos de
vital relevancia: el Tigre Cabrera, Cantavieja, el
último castillo templario de Castellote, la presencia del queso de Tronchón en
el Quijote y, por supuesto, por encima de todos, Cambriles: como un templo
donde confluyeran la razón y la esencia de todas las verdades que encierran los
demás hitos.
Antes
de contarme nada, se apresura a prevenirme:
-El
Maestrazgo posee, a mi juicio, una especie de embrujo; hablar del Maestrazgo
encierra cierta unidad. Si se mira de realzar el Maestrazgo dentro de la
provincia de Teruel, y dentro de España, el Maestrazgo, su embrujo, es hoy,
sobre cualquier otra cosa, Ladruñán, por bastantes motivos, pero el más
importante es la cueva Cambriles. La cueva Cambriles tiene un valor enorme, lo
mire quien lo mire, sean cuales sean los ojos que lo consideren. Quiero decir:
un lugar en el que hay una serie de personas valientes, que poseen ingenio, que
supieron defenderse, y que lo hicieron con éxito, un caso único en la guerra
española. La cueva Cambriles forma parte del prestigio del Maestrazgo. Aún
cuando uno sea de otras ideas, siempre lo sucedido en la cueva de Cambriles hay
que mirarlo como una cosa extraordinaria. ¿Estás de acuerdo conmigo?
No
puedo sino asentir. Me ha recibido en su casa, tras alguna demora desde mi
primera llamada telefónica. El cura Conesa, que nació
en Tronchón (ay, el queso cervantino) en 1914, no se pierde ningún año las
fiestas de su pueblo; me ha recibido por fin en su piso del barrio zaragozano
de Las Fuentes, donde vive con una sobrina que me habla siempre con extrema
amabilidad:
-Tendrá
que llamarlo usted a mediodía. Por las tardes sale a decir misa y se ve con sus
amigos. No vuelve a casa hasta la hora de cenar.
El
cura Conesa me acoge con cierta frialdad, como ya lo
hicieron los escasos testigos de Cambriles que aún permanecen vivos. Poco a
poco, todos le irán cogiendo gusto al palique. Sólo en un caso me decidiré a
mantener oculto el magnetófono que graba sus voces. Acabo teniendo la impresión
de que lamentan que su memoria no haya conservado más datos sobre Cambriles.
Y
siempre me acompaña, al final de las entrevistas, la amargura de que he llegado
demasiado tarde, cuando ya se ha borrado casi toda la memoria de Cambriles. No
puedo evitar sentirme un poco culpable.
Toda mi vida
he oído hablar de la Cueva de Cambriles. Cada verano de mi infancia y de mi
adolescencia he divisado, desde las orillas del río Guadalope, la silueta
altiva del morrón donde se abre su diminuta boca. He soñado cientos de veces a
lo largo de mi vida con el misterio de lo que allí pudo haber sucedido.
Nunca
me han hablado sino de retazos de verdad, palabras sin importancia, argumentos
de segunda mano planeando por encima de lo fundamental. He sido en cierto modo
un cómplice más del silencio de sus protagonistas.
-Ése es el
punto primero –prosigue el párroco jubilado-. En tal sentido te puedo ayudar, y
te ayudaré. Porque ya me gozo yo de que lo que se hace no es una cosa
partidista –se refiere a mi trabajo de investigación-, que si éste es bueno o
que si ese otro es malo; sino más bien lo que tú quieres, me parece, es una
cosa realista, por el ingenio que tuvieron, algo único en España, como te avisé
al principio.
Las
Fuentes es un barrio de aluvión. Se formó en los años sesenta en torno a una
sola calle, con la emigración interior del campo aragonés. La calle más antigua
se llama Rusiñol, y se componía de parcelas donde
vivían algunos obreros y, sobre todo, labradores que trabajaban los huertos de
las orillas del Huerva y del Ebro. La calle Rusiñol,
hoy día, no ha perdido del todo su vieja prestancia. La he sacado en alguno de
mis libros. No sé si el cura Conesa sabe que soy
escritor, pero de lo que sí estoy seguro es de que no se ha tragado el cuento
de que me mueve en exclusiva el interés por saciar una curiosidad que hunde sus
raíces en esos misterios que se arrastran desde la infancia. Estamos sentados
en torno a una mesa camilla, en el salón de su casa. Mientras dura nuestra
conversación, oigo en la cocina las voces de su sobrina y de algunas amigas o
vecinas que han venido de visita.
El
mosén habla con voz algo entrecortada, muy deprisa, con un cierto nerviosismo.
A veces tartamudea. Al igual que Domingo Folch, a
quien vi hace poco más de un mes en Mas de las Matas, parece importarle mucho
más el dejar claras algunas cuestiones ideológicas que suministrarme una
información que adivino, de antemano, escasa, como la de la mayoría de
testigos. O no la poseen, o no la recuerdan. La edad no perdona. Sobre lo que
ellos llaman el sentido de Cambriles han edificado un mito, una leyenda, un
envoltorio ideal que tiene una importancia relativa; no digo desdeñable, desde
luego, pues Cambriles, nadie puede negarlo, constituye un fenómeno bastante
extraño y, como el cura Conesa insiste en señalar,
único, al menos por estos contornos nuestros. Pero su singularidad también
reside en lo que podría aportar la narración ordenada de los hechos. Una utopía
a la que no renuncio.
-¿Tú
sabes por qué se llama Cambriles?
Llegan
voces de niños desde la calle. Es la hora en que salen de la escuela. Estamos
en septiembre, y aún no han empezado las clases por la tarde. Al cura le
brillan de repente los ojos, contento de sorprenderme.
-El
nombre se lo puso Aniceto Brea.
Aniceto
era uno de los varios secretarios de ayuntamiento que vivieron en Cambriles. Lo
era de Ladruñán. Debía de representar la línea dura del grupo. Se cuenta que
fue partidario de fusilar al alcalde republicano cuando los nacionales entraron
en el pueblo. El mismo alcalde que había evitado que los vecinos más radicales
quemaran la parroquia.
-Arderá todo
el pueblo –acertó a argüir como pieza de convicción.
La iglesia
de Ladruñán está adosada a un grupo de casas, en la cara norte de una plaza
diminuta. Los incendiarios se conformaron con coger algunos santos, sacarlos a
las afueras del pueblo, por el camino de Santolea y, poco antes de llegar al
empalme que entra a Crespol, organizar con ellos una
buena hoguera.
Manuel Aznar
Moles me indicó el sitio donde tuvo lugar el auto de fe.
-Aún se ven
las manchas del fuego en las piedras donde prendieron la fogata.
Bajé a ver
aquellas piedras. Vi las manchas rojizas, pero no me pareció que fueran por lo
que la gente, Manuel Aznar Moles entre ellos, aduce. Claro que es ese tipo de
afirmaciones que, en lo tocante a historias de la guerra o del maquis, no vale
la pena intentar discutir.
Aniceto no
se salió con la suya. El alcalde no le había hecho daño a nadie. Siempre se
mostró prudente y moderado.
-La figura
de San Ramón, que sucumbió en la quema, nunca fue restituida. Por eso se puso
en su lugar, en la capilla que aún conserva el nombre del santo, la Pilarica
que compramos para Cambriles.
Le digo al
cura que ya he visto esa capilla, y hasta la misma Virgen. Lo que pretendo es
saber quién adquirió la imagen.
-Primero te
aclaro lo del nombre. Me lo dijo el propio Aniceto: tuvieron que ponerle
Cambriles porque había peligro de que los encontraran, y por disimular le
pusieron el nombre de un pueblo de Andalucía.
Se equivoca
el cura Conesa. En realidad Cambriles no es un
pueblo, sino una cala del municipio de Almuñécar, una playa flanqueada, a un
lado, por el castillo de Castell de Ferro y al otro por la Torre de Baños. Esta
última fue edificada a finales del siglo XVI como torre de vigilancia, para
prevenir ataques y desembarcos berberiscos que intentaban subir hasta las
Alpujarras.
No le digo
nada, pero me divierte pensar que, si el verdadero Cambriles está ligado a la
lucha contra los árabes, el nuevo, el del Maestrazgo, tuvo a la morisma por
aliado frente a lo que él no dudaría en llamar barbarie roja.
Pero lo
cierto es que el cura me pone sobre la pista. Una amiga catalana me ayudará a
buscar el Cambriles andaluz en Internet.
Almuñécar.
Me dan ganas de llamar al cura Conesa y contarle que
en esa localidad estuvo el poeta y brigadista inglés Laurie Lee. Que hasta le
dedicaron allí un monumento. Pero no lo hago. Por si no le ve la gracia a la
casualidad.
Lo que nadie
sabe es por qué Aniceto Brea conocía ese lugar.
El cura Conesa también ignora lo que significa la expresión estar
hecho un cambriles.
-Un
escuálido, un débil –le explico.
Hace un
gesto con la mano como rechazando la información. Le debe de parecer una salida
de tono, y parece a punto de ofenderse.
Insisto en
que me cuente la historia de la Virgen.
-También fue
Aniceto el que hizo el sello de la sociedad secreta La Caverna.
-¿Y qué fue
de él?
-¿De
Aniceto?
-Del sello.
Se levanta y
va en busca de un álbum de fotos. Me deja unos instantes solo en el cuarto de
estar. Cada vez me resulta más sobrecargado de objetos y de muebles. Siguen las
voces femeninas en alguna parte de la casa, es probable que en la cocina.
Los gestos
del sacerdote obedecen a un guión preconcebido. Me ha costado varias semanas
hablar con él. Ahora tengo la impresión de haber caído en una trampa: ha
elaborado una estrategia que no conduce, en lo que a mí respecta, a parte
alguna. Sus elipsis, sus silencios, sus distracciones, no es posible que
respondan tan sólo a las secuelas de la edad.
-Le
preguntaba por el sello –atajo cuando lo veo dispuesto a pasearme por su álbum
de recuerdos.
-¿El sello? ¿No lo has visto?
-No, el
sello no he podido verlo. Lo contemplé estampado en el libro de actas que se
guarda en el archivo municipal de Mas de las Matas. Pero no me permitieron
hacer fotocopias. Así que lo copié, lo dibujé, casi lo calqué, lo mejor que
pude. ¿Usted se acuerda de él? ¿Quién lo tiene?
-Acordarme,
acordarme... El sello, sé que desapareció.
-¿Pero usted
lo vio?
-Me lo
dieron a mí, lo tuve yo. Igual que el diario que llevaban allí, hoja por hoja,
lo tuve yo en casa.
-Vamos por
partes. El sello, ¿dónde está?
-Sé que
desapareció, hubo rumores de que el gobernador de Teruel, no rumores, cartas,
sí, cartas, de las que yo era sabedor y... lo que fuera... pensaban que ese
sello era una muestra de una subversión o de algo... raro, y entonces el sello
ese desapareció en Teruel. En cuanto a las hojas, en cambio, hojas folio, yo
las tenía, y sé que...
Le digo que,
en efecto, me interesaría mucho ver esas hojas del diario en las que se
ordenaba a cada topo las actividades que debía efectuar a lo largo del día, si
no libraba.
-Recordando
ahora, el cura de Tronchón, que es hijo de Villarluengo,
escribió una obra de allí, unas novelas escribió él... Pues ese hombre tenía
mucho empeño, y lo sabía, estaba enterado de Cambriles, y dice: “Oye, José, qué
libro más bueno haría con ese diario”, y eso me lo comentó a mí varias veces, y
yo lo tenía en mi poder, y... ya no puedo saber si entonces lo cedí o no lo
cedí, chico, le debí de decir, pues míralo...
Hace una
pausa mientras desliza las palmas de las manos por el álbum de fotos.
-Enrique
Royo se llamaba el cura. Ha muerto ya. A sus padres los mataron cuando la
guerra. Escribió una novela titulada Pinceladas, o Pinceladas de Villarluengo, no sé seguro. Se metió con mucha gente,
yo sé que hasta hubo disgustos... Estuvo en Ladruñán y supo que yo conocía todo
ese ambiente...
Se lo
contaría usted mismo, pienso.
Pasea sus
manos por entre las páginas del álbum y me enseña una foto en la que aparece
él, muy joven, en compañía de otros hombres. Me dice que está hecha cerca de la
central de la Ponseca, la que se sitúa río arriba de
Cambriles.
-En esa
central nació mi madre –le digo.
-Toda la
cuestión de Cambriles... Tú vas a hablar en un sentido que me gusta. Cambriles
se ha utilizado bastante mal, yo he leído cosas que no me han parecido
adecuadas...
-¿Sobre
Cambriles?
Por un
instante temo que me descubra una publicación que desconozco. Se gira y, de una
estantería cercana, coge una pequeña pila de libros que, estoy seguro, ha
preparado en mi honor:
-Mira este
libro... Hay alguna cosa en él que no...
El libro que
me muestra es La guerra de los vencidos, de Mercedes Yusta
Rodrigo. Cómo le va a gustar. El libro de Merche pertenece a un hemisferio ideológico
–idéntico al mío- que se encuentra a años luz del de este cura de posguerra.
-En cambio,
me agradó mucho éste, es muy diferente...
Acierto a
leer el título: Belchite a sangre y fuego.
El tiempo
apremia. En la salita hay un reloj de pared que ha cantado ya dos veces, con
fúnebre solemnidad, el cuarto de hora. Oigo el clic del casete y aprovecho el
instante de silencio que se ha producido para darle la vuelta.
-El peligro
que tenía la cueva –prosigue el mosén-... El peligro es que... frente a mi casa,
en Ladruñán, antes de estar yo, había una chica, María, que aquí en Las Fuentes
tiene unos familiares, que se sugestionaba y... Una vez me llamaron el alcalde,
el secretario, el médico y el practicante, más la familia entera de esa María,
te puedes imaginar que esto que te voy a contar ha de quedar entre nosotros...
Adopta un
tono de confidencia frente al que no puedo disimular una sonrisa bastante
hipócrita.
-Y es que
cuando esta María se dormía, esto que te digo, cuando me llamaron, debió de ser
hacia el año 1941 o... 1942, yo le di la voz de despertar, y despertó.
Echo de
menos un cigarrillo, pero no me atrevo a pedirle permiso para fumar. Quizá el
cigarrillo me quitaría la impresión de languidez que me invade en este salón
donde cada cuarto de hora el péndulo repica tres campanadas (¿o son cuatro?),
un sonido lúgubre, estremecedor, que parece avisarme de que saldré de esta casa
sin saber quién compró la Virgen de la capilla de San Ramón ni qué se hizo del
famoso diario de la caverna.
-Y es que
cuando se dormía, decía cosas, adivinaba y todo eso, y habían pensado que sabía
ella que en la cueva había escondidos, y que podía contarlo. Cuando yo llegué
al pueblo María la Bruja aún entraba en trance y nadie la podía sacar. Yo le
cogía la mano, le hablaba, y no tardaba en volver en sí.
-Para
entonces Cambriles ya no servía de refugio.
-No, te
hablo de después de la guerra.
-¿Tenía
visiones?
-Puede. Eso
habían temido los de La Caverna. Por eso uno de los acuerdos que tomaron fue
salir una noche y matarla. Pero Aniceto, que la conocía, dijo: “No, que no lo
puede saber, ella no puede saber que estamos aquí.” Y otro decía: “Es que si
nos descubre, los muertos somos nosotros.” Pero Aniceto venció: que no lo podía
saber.
-¿Y en qué
basaba esa seguridad?
-Había la noticia,
la idea, de que la había hipnotizado ese mismo Aniceto, tiempo atrás, y que
ella le tenía cierta propensión. Él, que conocía prácticas, y tal, pues habían
estado jugando, y ella caía fácilmente en aquel estado. El hermano de ella
estaba también así, de continuo medio loco, y hacía barbaridades en el pueblo.
Escribía una carta a Franco con acuse de recibo, y le contaba nada menos que
estaba en contacto con el Espíritu Santo.
Pepe Cortés,
quien más tarde sería alcalde de Mas de las Matas, ya acabada la guerra, de la
familia de los Azcones de Dos Torres de Mercader, fue quien propuso hacer una
especie de capilla.
-Fuimos a comprar la imagen a casa de los hermanos Albareda, en Zaragoza, junto a la plaza de José Antonio
Primo de Rivera. La queríamos colocar en el agujero primero de la cueva, el más
grande, antes de la boca estrecha que da paso a la caverna. Casi seguro que la
pagó Pepe Cortés. Pepe corría peligro de que lo mataran, así que le echaron un
cable desde la cueva, le avisaron de que fuera allí, como al Ayora de Tronchón.
La condición es que no supiera nadie, ni la propia madre siquiera, que se
escondían allí. Al cura de mi pueblo lo mataron en Cantavieja,
también lo habían invitado a la cueva, pero él dijo que no iba si no se lo
podía contar a su madre... Bien caro pagó su amor filial.
Le pregunto
qué otros escondidos se interesaron por la instalación de la capilla.
-No recuerdo bien. Unos pocos. Manuel López Aguilar, que después
fue maestro en Dos Torres. Yo me quedaba con él en una casa cuando oficiaba en
ese pueblo. Y entonces hablábamos mucho de Cambriles.
Le enseño el reportaje de prensa que apareció en El Noticiero
el 12 de septiembre de 1939. Bajo el título de “Peregrinaciones al Pilar”, el
rotativo informaba sobre la visita al templo mariano de tres grupos de devotos
procedentes de Cervera, de Alcoy y de Cambriles.
El cura Conesa no conocía esa página. Me
pide que le deje una copia y la ojea con gran interés. Le confieso que a mí ya
me empiezan a bailar un poco las fechas. Cuando, según él, van a comprar la
imagen a Zaragoza, hacia finales de 1941, el proyecto es viejo. El diario
católico asegura que “en la gruta que les sirvió de refugio, se proponen
levantar un pequeño monumento a la que fue patrona de La Caverna; una pequeña
capilla, una escalerilla de acceso; los refugiados se proponen que arda día y
noche una lamparilla, en señal de perpetua gratitud.” Claro que el rotativo
añade: “Pero la obra, aun dentro de las proporciones que quieren darle, es
superior a sus esfuerzos. ¿Les faltará el apoyo particular u oficial para tan
simpática empresa? Esperemos que no.”
El cura Conesa no sabe qué contestarme.
Creo que a él mismo le sorprende que la intención datara de dos años atrás.
Decido no insistir. Posee la memoria de un octogenario. Me inclino a pensar
que, cuando Pepe Cortés y él mismo se desplazan hasta Zaragoza, según él
recuerda, a comprar la imagen, no existe en sus mentes más intención que la de
comprar una Pilarica que venga a tranquilizar la conciencia de unos hombres que
no habían conseguido llevar a buen término una promesa bienintencionada pero
absurda. Basta con acercarse al pie de la roca en la que, a catorce o quince
metros de altura, se abre la boca de Cambriles, para darse cuenta de lo
descabellado de la idea.
-Manuel
López Aguilar fue otro de los que se interesaron por la capilla. Él había
querido hacerse religioso en el Convento del Olivar, y allí estaba estudiando
cuando ocurrió que los avisaron de que iban a pegarle fuego, y de que iban a
matar, o lo que fuera, a todo el que encontraran, y entonces tuvieron que
cerrar el convento, y él se escapó, y como era hijo de Dos Torres, pues se vino
al pueblo, y luego estuvo escondido en Cambriles. Así fue como salvó la vida,
igual que tantos otros.
“Peregrinaciones
al Pilar. Hoy llegan los supervivientes de la cueva de Cambriles.” Así
encabezaba El Noticiero de Zaragoza su página 7 el 12 de septiembre de
1939. Y continuaba la entradilla: “Vivieron en una cueva en la cima de un monte
para esquivar la persecución roja.—Constituyeron una hermandad titulada La
Caverna”. El artículo, sin firma, no duda en calificar a los peregrinos de
“bravos y leales robinsones de la zona roja.” A continuación, el anónimo
periodista describe la cueva como “un nido natural de águilas y de buitres en
uno de los picachos más altos de Ladruñán, en el término judicial de
Castellote.”
Aunque la
cueva resulta visible desde cualquier lugar, desde el lecho mismo del río
Guadalope, y desde el barrio de La Algecira, nadie
conocía su extensión y su profundidad hasta que, según el diario, el pastor
Domingo Folch, en el verano de 1934, observando las idas y venidas de un
águila, la descubrió.
Domingo nos
contará que su descubrimiento data de mucho antes de lo que informara el
diario.
-Debía
de tener yo unos quince años.
Si
Domingo nació, según sus propias palabras, en 1910 –cuenta 92 años cuando lo
entrevistamos en 2002-, eso quiere decir, según sus palabras, que la descubrió
mediada la década de los veinte. Pero su memoria es aún peor que la del cura Conesa. Perseguía, dice, un águila imperial:
-La
vi con un conejo colgao a las patas, que le llevaba a
la cría. Yo, escopeta cruzada al hombro, y arriba que va. Se me escondió pa’dentro. Donde están los grandes laberintos se me
escabulló. Yo tenía una perra muy pita entonces, de caza, que me seguía, y
estaba abajo sentadica, me asomo y... subir he
subido, pero bajar, quién baja... allí había muchas piedras sueltas, las
tocabas y se movían y caían...
La
anécdota del descubrimiento nos habla de una época en que se pasaba hambre.
Perseguir a un águila imperial que lleva un conejo entre las garras, para
arrebatárselo; escalar catorce o quince metros de roca vertical; hay que tener
hambre para hacerlo.
Siempre
según El Noticiero, fueron Vidal Royo Iranzo y
Aniceto Brea, contramaestre y secretario, respectivamente, quienes, en agosto
de 1936, “temerosos de caer en manos de los sicarios de Moscou”,
pidieron a Domingo Folch Carbó, buen conocedor de los
peñascos del término, que les indicara un refugio seguro. El pastor los condujo
al futuro Cambriles. Inspeccionando el lugar, “vieron con sorpresa que su
espacioso recinto era capaz para un número grande de personas.”
Vidal,
Aniceto y Domingo informaron a otros amigos que se hallaban en la misma
situación de peligro; no se limitaron a ponerse en contacto con los hombres de
confianza de Ladruñán, sino que hicieron extensiva su oferta a los de
diferentes pueblos de la comarca, entre otros, siempre según el diario, al
médico y al veterinario de Santolea, don Adolfo Torres y don Fernando Biel.
Pero,
antes de huir a la cueva, decidieron crear una sociedad secreta que asegurara
los vínculos necesarios. Habría de llamarse La Caverna. La cuota de ingreso
sería “un pernil por cabeza.” Antes de instalarse definitivamente en el lugar
elegido, “se hicieron algunos trabajos para acondicionar la gruta, se nombraron
los servicios de enlace y aprovisionamiento y en septiembre de 1936 se
instalaron en ella los tres primeros inquilinos, que fueron los tres vecinos de
Ladruñán antes mencionados; poco a poco fue aumentando el censo de población
hasta 227.” Sobre este último dato tendré que volver más adelante: es del todo
imposible que en el recinto de la gruta pudieran convivir más de una veintena
de personas al mismo tiempo. Por otra parte, y como demuestra el libro de actas
que analizaré más tarde, los primeros inquilinos fueron los hermanos Pascual y
José Navarro Guillén (a los que el periódico no menciona), provenientes de
Alcorisa, el 24 de noviembre de 1936, y, trece días más tarde, el 7 de
diciembre, el propio Domingo Folch.
El
Noticiero informa de que los miembros de La Caverna se constituyeron,
primero, en Falange Española y más tarde en Falange Española Tradicionalista y
de las JONS, “con su directiva y su reglamento, bajo la advocación de la
Santísima Virgen del Pilar.” No dudo de la personalidad de la protectora
elegida, a juzgar por la idea de, una vez acabada la guerra, instalar una
capilla con esa advocación en la entrada de la gruta. En cuanto a la
adscripción falangista de todos los topos, es admisible la duda, pues nada dan
a entender al respecto las actas de constitución de la sociedad secreta, a no
ser la presencia del yugo y de las flechas en el sello. Claro que, victorioso
Franco, y campando a sus anchas la Falange, no es de extrañar que todos los
héroes de Cambriles se apuntaran al partido único que gobernaría España durante
buena parte de los años de la Dictadura.
El
periódico da algunos datos sobre la vida cotidiana en la cueva: cocinaban con
gasolina, para evitar los humos; disponían de servicio de alumbrado (no se
indica de qué tipo), de limpieza, de peluquería, y hasta un periódico -el
dichoso diario- del que, afirma, llegaron a tirar 102 folios. También contaban
con inodoro y un aljibe que construyó el propio Brea, de 3000 litros de
capacidad. Una esquila movida por una soga servía de timbre nocturno. Se habían
instalado tablones para formar literas, “como en los barcos”, y una radio “que
no llegó a funcionar.”
Algo
extraña resulta la afirmación de que con unas latas de petróleo construyeran un
ventilador. La llegada de algún ejemplar de El Noticiero (¡cómo no!)
“les llevaba noticias alentadoras de la campaña.” En realidad, afirma el
rotativo, sólo les faltaba un sacerdote que atendiera a sus preocupaciones
espirituales, pues debían de tenerlas. Pero “los rojos habían dado muerte a
todos los de la comarca.”
El
ocio, debió de pensar el periodista anónimo, resultaba difícil de llenar.
Presos de sí mismos, aguardando a que los contactos exteriores los pudieran
traspasar a la zona que, entre ellos, llamarían sin duda alguna libre, se veían
obligados a fabricar sus propias distracciones. No podía esperarse menos de
gente de tanto valor y perspicacia: los trabajos a los que se entregaban
servían para mantener tanto el cuerpo como el espíritu. Fabricaban cuchillos,
piezas de ajedrez, morteros para la cocina, petacas, pipas, y toda clase de
objetos de madera y de piedra. Mayor pericia debió de exigirles el bordado de
una bandera nacional que, al acabar la guerra, llevaron en ofrenda a Zaragoza,
hasta los pies de la mismísima Virgen del Pilar.
Se
comía mejor en Cambriles que en la zona roja, añade el redactor del Noticiero:
“Los de Cambriles no carecían ni de chocolate, ni de café, ni de arroz, ni de
tabaco; tenían coñac y champán; para los enfermos, medicinas, inyectables,
etc.; el médico de Santolea sabe bien cómo se verificó el milagro.” No en vano
los escondidos provenían, en su mayoría, de las familias más pudientes de la
comarca.
También
disponían de algunas armas de fuego, “por si las moscas”: revólveres,
escopetas, pistolas, y hasta un trabuco, al que llamaban “El Abuelo”,
perteneciente a Sebastián Gil. Y una de esas carabinas cortas que llaman
tercerolas, del galeno de Santolea, con cuatro mil tiros. Armados, pues, hasta
los dientes.
Siempre
según el periódico católico, fueron Ramón Salesa, evadido de Cuevas de Cañart en compañía de su hijo, y un tal Feliciano
(Feliciano Pedro Pérez), de Hinojosa de Jarque,
quienes sirvieron de enlaces entre Cambriles y la Quinta División. Ellos se
encargaron de ir sacando, en sucesivas etapas, a los topos de su madriguera,
siempre con éxito. Unas 150 personas fueron salvadas de ese modo, al decir del
diario, 54 de ellas en la última expedición que desembocó en Zaragoza. Uno de
los más ilustres rescatados fue el teniente coronel de Artillería don Ramón de
Pedro, al que el llamado Movimiento sorprendió en Alcañiz.
Sobre el tema de los rescatados de las hordas rojas gracias a
Cambriles, existe un curioso y pintoresco “Himno de la Cueba”
[sic], y un fragmento poético escrito por el polifacético y fogoso
Aniceto Brea. Ignoro en qué momento lo compuso, aunque puede adivinarse que fue
inmediatamente después de acabada la guerra. El primer texto proviene de un
cuadernillo facilitado por Antonio Sancho Martí a su sobrino Joaquín Mir,
integrante del GEMA (Grupo de Estudios Masinos), y fue copiado, al menos en
parte, pues parece distinguirse dos escrituras diferentes, por una hermana del
primero, Encarna Sancho Martí. Encarna tenía 16 años cuando finalizó la guerra
civil. Su familia regentaba una fonda frente a la cárcel de Mas de las Matas,
que se situaba en los sótanos de lo que había sido el centro republicano del
pueblo bajoaragonés. La anciana no recuerda hoy quién, ni en qué
circunstancias, le facilitó los versos que componen el himno. Su sobrino piensa
que pudo ser cualquier falangista que frecuentara la cárcel, o un maestro que
se alojara en la posada. Pero Encarna aún canturrea el himno que con sus amigas
entonaba a menudo en excursiones y meriendas, durante su juventud.
Del texto de Aniceto Brea ha llegado hasta mis manos una copia
mecanografiada en tres folios con el membrete, todos ellos, del Restaurante
Masía Típica Crusells, sita en la Carretera Reus-Tarragona,
km. 1, de la población de Reus, lugar donde se ofrecen ágapes con ocasión de
bodas, banquetes, comuniones, bautizos y convenciones. El restaurante
pertenecía, en el momento en que se copió el poema, a los hermanos Miguel Brea,
nietos de Aniceto.
En
el encabezamiento de los versos, se puede leer el siguiente texto: “ESTO
OCURRIÓ EN LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA; EN EL PUEBLO DE LADRUÑÁN (TERUEL). EL
TITULAR DE ESTA CANCIÓN LA CUAL ES HISTORIA FUE DON ANICETO BREA ROYO, ABUELO
DE LOS HERMANOS MIGUEL BREA.”
El
cuadernillo contiene el mismo texto de Brea, algo aumentado, más una especie de
“prólogo” de cincuenta y seis versos. La parte de Brea está, en el cuadernillo,
estructurada en una suerte de “novena” religiosa de ejecución imperfecta, tanto
en lo que se refiere a la longitud de las estrofas, a la métrica de los versos
o a los aciertos en la rima. Es imposible saber si fue Aniceto Brea el único
autor del texto en su totalidad. Si así fuese, ¿por qué sus nietos conservaron
tan sólo los fragmentos correspondientes a la “novena”, y además incompletos?
Copio
a continuación el “Himno”, en su versión más larga, destacando en cursiva los
versos que se reproducen en la copia de los nietos de Aniceto Brea. Mantengo la
ortografía y la puntuación del original correspondiente al cuadernillo:
Perseguidos
por los rojos
En
Cambriles se encuebaron
Camaradas
de falange
Con
dolor y con quebrante.
Las
abiertas sepulturas
Que
para algunos quedaron
Y
que los rojos abrieron
Otros
hermanos llenaron.
Por
eso muchos huyeron
Y
sus familias lloraron
Por
eso los falangistas
En
la cueba se ocultaron.
Ocho
meses y diez meses
Alguno
de ellos pasaron
Ocultos
en la caverna
Que
hoy hemos bisitado.
Por
fin un día salieron
Los
22 desdichados
Después
que ubienron sufrido
Tan
largo y duro calbario
Caminando
por la noche
Cinco
días emplearon
Asta
cruzar las trincheras
Que
los marxistas cabaron.
Al
llegar a Portalrrubio
Nuestros
balientes hermanos
Los
nacionales estaban
Vigilando
y esperando.
Alli en plena carretera
Los
guardias dieron el alto
Al
percibir los rumores
De
los que estaban llegando.
Al
verse ya todos juntos
En
la España Nacional
Unos
gritaban de gozo
Que
a otros les izo llorar
¡Viva
Franco! ¡Arriba España!
Se
lanzaron sin cesar
Recargando
a los ausentes
Y
a la Virgen del Pilar.
Bintidos hombres salieron
De
la cueba de Cambriles
Visitaron
el Pilar
Y
volvieron muy felices.
Cuando
la guerra termine
Bisitaran el Pilar.
La
caraba en aquel día
De
Ladruñán partira
Y
en peregrinación formada
Su
bandera llevaran
Así
cumplían su boto
Los
hermanos falangistas
1ª En la
peña los Morrones
Se divisa un
agujero
Muy
pequeño y muy redondo
A
once metros del [desde el] suelo
En
el anidaron buitres
Desde
muy remotos tiempos
Que
surcando los espacios
Se
remontaron al cielo
Vigilando
Estos
parajes
Que
son abruptos
Y
pintorescos
2ª Dentro de
ese agugerito
Quien
lo habia de pensar
Existe
una obscura gruta
Muy
dificil de habitar.
Jamas en ella posaron
La
planta humana los hombres
Porque
la desconocian
Y
no sabian sus condiciones
Hasta
que
Dios permitiera
Que
un masobero
La
descubriera
3ª La
desconocida gruta
En
los centenales esta
Cambriles
tiene por nombre
Que
a la Historia pasara
Bien
merece que su nombre
Lo
perpetue la Historia
Porque
este es un caso unico
Que
se ha cubierto de gloria
Salvando
Muchos
hermanos
Que
hubieran sido
Asesinados.
4ª Son 22 los salvados
Del marxismo
criminal
Que en
Cambriles se ocultaron
Y lo pasaron
muy mal
18 mas despues de estos
Y suman 40
ya
Los que con
Franco se fueron
A la España
nacional
Y así
Cambriles
Los
dio con gusto
Pues
los guardaba
Para
eso ya
5ª
Después de esos 40 hombres
Cuya
pista se trazaron
18
mas se escurrieron
Que
igual camino llevaron
Suman
ya 58
Los
hombres que se escaparon
Y
después de esto se fueron
Otros
mas 54
Son
100
12
los hombres que la caberna
A
liberado
6ª
De Alcorisa y Mirambel
De
Tronchón y Villarluengo
De
Dos Torres y las Planas
Se
refugiaron contentos
De
Fornoles Mas de las Matas
Se
hubieron de refugiar
Y
también se refugiaron
De
Cuevas y Ladruñan
Y
muchos
Mas se
esperaban
Hacerlo
igual
7ª
Cambriles de mis amores
Fortaleza
inexpugnable
Te
quiero mas que a mi vida
Como
se quiere a una madre
Y
de rodillas te juro
Que
si tuviera dinero
En
la entrada de la cueva
Con
letras de oro
Pondria un letrero
Diciendo
Viva
Cambriles
Lo
más hermoso
Del
mundo entero
8ª
Bendita y sagrada ruta
De
condicion singular
La
caberna te llamaron
Los
que alli habian de estar
En
memoria de tu nombre
La
secreta sociedad
El
tuyo adopto por suyo
Con
onor y seriedad
Para que la istoria un dia
No
olvide nunca
9ª
De la caberna gloriosa
Sus
moradores estan
Con
el pensamiento de Franco
Y
en su Virgen del Pilar
A
esta Virgen por patrona
Aclamaron
sin cesar
Prometiéndoles
en su dia
Levantarle
un Santo Altar
Que
a la gruta
De
Cambriles
Iremos
[iran] todos
No resulta
fácil, pues, determinar el número exacto de fieles a la causa fascista que
lograron pasar a las filas nacionales desde la zona republicana gracias a la
cueva de Cambriles. Aún oiré alguna cifra más. A juzgar por la importancia que
en el desarrollo de la sociedad secreta tuvo el secretario del ayuntamiento de
Ladruñán, el mencionado Brea, la cifra
por él aportada podría parecer una de las más fiables: 112 rescatados. El
Noticiero habla de 150, una cifra quizá demasiado redonda. El himno aporta
un dato más: escalona la liberación de los topos en tres fases: 22, 18, 18 y
54. La última cifra coincide con la dada por el diario zaragozano para el total
de componentes de la última remesa. Algún testimonio habla de presencias
tardías y menos numerosas en la cueva que seguían aprovechando los enlaces
establecidos, y cuyo número y frecuencia quizá desconociera Brea. De ahí que
nos tengamos que conformar con una cifra indeterminada entre 112 y 150. En todo
caso, la cifra de 227, dada por El Noticiero, es a todas luces
exagerada.
Me
parece interesante destacar alguna otra cuestión que suscita la lectura de la
“canción”. Brea cita 10 localidades de las que provenían los habitantes de
Cambriles, todas pertenecientes al Maestrazgo y al Bajo Aragón. Pero sabemos
que hubo quien provenía de otras, como Tronchón, Bordón, o Luco de Bordón. Por
otra parte, el verso “lo pasaron muy mal”, no invita a pensar en el consumo
habitual de chocolate y de champán, como insinuaba el diario zaragozano. Claro
que, cuando leamos las actas de la sociedad, veremos, no sin sorpresa, que
acordaron preparar algún ágape para el día en que estaban previstas las visitas
de familiares.
Brea
(si admitimos que él es el autor del himno o canción) se adhiere en su
“canción” al lenguaje fascista dominante, hablando del “marxismo criminal”.
Cita a sus “hermanos falangistas”. La última parte de la composición toma aires
claros de copla con excesos líricos del tipo de “con letras de oro, pondría un
letrero”, o “te quiero más que a mi vida / como se quiere a una madre”, sin
dejar de lado el tinte religioso contenido en los versos finales, poco después
de calificar la gruta de “bendita y sagrada”. Se anota la intención de ir a dar
las gracias a la Virgen del Pilar, y, aunque sea de pasada, la de dedicarle un
altar (¿en la propia cueva?), en la estrofa final que no copian los nietos de
Brea. El texto alude a una visita de los refugiados (“la caverna / que hoy
hemos visitado”), que sin duda tuvo lugar en cuanto el territorio fue liberado
del “largo y duro calvario” republicano.
Queda
muy clara la situación geográfica de la cueva: en la Peña de los Morrones, del
término de Ladruñán, y sobre la finca conocida como Los Centenales, que corre
en paralelo al Barranco del Huergo, y se desliza por
la ladera que baja entre La Algecira y el propio
pueblo de Ladruñán.
Vuelvo al Noticiero.
El periodista, que califica ahora de “rebeldes” a los refugiados de Cambriles,
glosa la gesta de “los amigos de la Caverna”, todos aquellos que ayudaron a que
un 27 de abril de 1938 (la fecha es errónea) los primeros topos pudieran huir a
las filas nacionales. Cita a María la del Topo (de la masía del Topo; hablaré
más tarde de esta casa); a Pascual Aznar y a su suegro, Juan Aznar, “el fiel criado”
de Antonio Azcón, de Dos Torres; a Sebastián Gil; a Joaquín Jarque,
de la masía del Nogueral (probablemente se trata del Higueral, situada encima
de Ladruñán y de la propia cueva de Cambriles); a Vicente Salesa, de la masía
del Pinar; y a un tal Ramón, de la Venta de la Cañadilla, “primera masía de
paso en la ruta de fuego”. Todos estos nombres los volveremos a escuchar más
adelante en boca de algunos testigos.
El
reglamento de La Caverna fue redactado por don Luis Aguilar Capapé,
practicante de oficio y Secretario de Dos Torres de Mercader; en 1939, Aguilar Capapé pasaría a serlo de Mas de las Matas. El Noticiero
afirma que don Luis fue “el alma de la colonia”. En cambio, el encargado de
organizar el diario de la cueva fue don Manuel López, antiguo estudiante del
convento del Olivar, y natural del mismo Dos Torres.
No cabe duda
de que Cambriles se gestó entre Ladruñán y Dos Torres. De estos dos pueblos
surgió toda su materia gris. Este Manuel López que cita el periódico zaragozano
no es otro que Manuel López Aguilar, mencionado por el cura Conesa
en la entrevista, quien, al parecer, huyó del Olivar para salvar su vida. Pero
es hora de que hable del dichoso diario de Cambriles.
Me he
cansado de seguir su pista. Confié, con ingenuidad, en la que me proporcionó el
cura Conesa: según él, se lo había quedado Enrique
Royo siendo párroco de Tronchón. Enrique Royo falleció en 1973. Había nacido en
Villarluengo hacia 1910 ó 1911, su sobrina Alicia no
lo recordaba con exactitud cuando fuimos a visitarla, Antonio Losantos y yo, a casa de su padre –un hermano del cura- en
ese pueblo del Maestrazgo turolense. Le explicamos lo que nos había dicho el
cura Conesa, y tanto Alicia como su marido se
mostraron muy amables. Nos prometieron indagar entre los papeles dejados por su
tío, y nos citaron para una semana más tarde. Nos obsequiaron con un par de
libros del Padre Royo. Alicia sentía verdadera devoción por su tío, y, aunque
hubieran transcurrido tantos años desde su muerte, aún se emocionaba al hablar
de él. Parece una mujer muy piadosa.
Pero, entre
los papeles, no apareció nada que se pareciera al diario. Si llegaron a estar
en sus manos, aquellos papeles se perdieron en algún traslado (así lo supone
Alicia), pasaron a otras (y nadie sabe a cuáles), o fueron destruidos. Ésta es
la teoría de Domingo Folch. Adelanto sus palabras al
respecto:
-Había un diario, todos los días se hacía, todos los días se ponía
lo hecho, y me lo quemaron. No lo tiene el cura Conesa.
Ese libro enterico y verdadero se quemó en Mas de las
Matas. Yo sí que sé quién lo quemó, pero no me da la gana decirlo... Así que a
mí aquello no me trajo más que disgustos en mi juventud.
El tono que a lo largo de toda la entrevista empleó Domingo Folch fue tan misterioso y, por momentos, agresivo, al
evocar aquellos sucesos, que me hizo poner en duda algunas de sus palabras.
Así, preferí no desechar la pista Conesa, aunque al
cabo resultara infructuosa. Según Folch, no sólo
fueron quemadas las hojas, sino también el reglamento que elaboró Luis Aguilar Capapé:
-Cuando la entrada primera de los maquis por estas tierras, que
buscaban a la gente que había contribuido pa’ganar la
guerra... El que los quemó fue por miedo, y eso me confesó a mí. Teníamos fe,
que eso es lo bonito de esto, por eso yo, cuando quemaron el reglamento y
quemaron el libro diario, me pegaron un tiro en el corazón, que dije yo, ojalá
Dios quemara el pueblo entero, porque era una cosa bonita para un mañana...
Domingo Folch mezcla el pasado y el
presente y añade estas misteriosas palabras:
-No me extraña que este tío, cualquier día, por dos lenguadas que ha soltao en el
bar, vaya un día y le suelten dos balazos...
Como si hubiera retrocedido de repente a 1946.
Algunos socios del GEMA (Grupo de Estudios Masinos) me provocaron
otro sobresalto. Uno de ellos me dijo que un socio tenía fotocopias del diario.
Después resultaron ser de las actas, un documento que también me ha dado algún
que otro dolor de cabeza por ese temor de Dios que Cambriles sigue inspirando
incluso a unas generaciones jóvenes que, de entrada, tendrían que haber
superado un trauma que ni siquiera han conocido directamente.
Me inclino, en definitiva, por la versión de Folch.
El diario, posiblemente, al igual que el reglamento, fue destruido por temor a
que llegara a manos del maquis (o a que alguien se lo vendiera), y los
guerrilleros dispusieran de una lista de nombres con la que ajustar viejas
cuentas de la guerra civil. Pero tampoco descarto que alguna vez aparezcan una
copias, completas o fragmentarias. El diario, según el cura Conesa,
era un simple estadillo diario (“como órdenes militares”) en el que se iban
consignando las obligaciones de cada inquilino de Cambriles, los servicios de
vigilancia, recogida de agua, de alimentos, la limpieza, etc. (en palabras de
Domingo Folch, “habíamos una junta, la que
destinábamos salidas y entradas, quienes... los cargadores del agua y la leña,
y otras cosas que se hacían, estaban siempre destinadas de antemano, y cuando
llegaba el momento en la noche, venga, Fulano, tú...”). Al fin y al cabo los
topos tuvieron que poner en marcha una organización cotidiana de tipo cuartelario tanto para llenar las largas horas del día y de
la noche, como para mantener la disciplina y tratar de evitar los roces. Para
sobrellevar la situación penosa en que debieron de vivir a lo largo de las
semanas, de los meses, que permanecieron en tan húmedo y poco acogedor reducto.
Añadió el cura que todas las hojas llevaban la firma de Vidal Royo y el sello
de la sociedad secreta. Y muchas ostentaban “cagadicas
de mosca”, porque habían estado pegadas en la pared de la cueva. Los topos no
eran pues los únicos habitantes de la caverna. El cura recuerda que las hojas
del diario apenas superaban la treintena. Pero vete tú a fiar de su memoria. El
Noticiero, como ya he dicho, hablaba de 102 folios, lo cual también resulta
posible. El cura Conesa menciona en todo momento “un
paquete de hojas”, lo que también sugiere que el diario pudo haber sido
dividido en varios lotes para ser custodiado por más de una persona.
Hay otro misterio que no he logrado resolver, y este no tiene más
explicación que el de ese temor de Dios masino al que
he aludido antes. En el Archivo Municipal de Mas de las Matas se encuentra
depositado el libro de actas de la sociedad secreta La Caverna, de aventurada
consulta (al menos para mí). ¿Desde cuándo? ¿Por quién? ¿Por qué ese libro de
actas no fue quemado o destruido por cualquier otro medio, al igual que el
diario y el reglamento? La única explicación posible es que los tres documentos
fueran conservados por personas distintas, con el fin de que no pudieran caer
todos en manos hostiles al mismo tiempo. Quizá el custodio del libro de actas
tuviera menos miedo (y fuera más generoso con la Historia), que aquel o
aquellos a quienes se confió los otros dos documentos. Pero tengo que repetir
las preguntas: ¿quién y cuándo lo entregó en el ayuntamiento de Mas? ¿O fue
abandonado en la puerta del Consistorio, arrojado en un moisés como si de un
pobre huérfano se tratara? Pregunte el lector en el Mas. Le deseo una suerte que
yo no he tenido.
Ecos de
sociedad
Acabaré de una vez con el reportaje fascistoide
y católico del Noticiero. El periodista no olvida el anecdotario
humorístico, pues también lo posee Cambriles: “Un día algunos colonos [sic]
se descolgaron de la cueva y fueron a segar un campo de trigo de su compañero
Domingo Folch; estando en plena labor, pasó un grupo
de jóvenes libertarias; los cavernícolas [otra vez sic] segadores
suspendieron la faena y se dedicaron a piropear a las libertarias que iban de
excursión, hasta que se alejaron.”
La segunda anécdota contiene aún mayor pintoresquismo, por decirlo
de alguna manera:
“Otro día cerca de la gruta los aviones nacionales entablaron
combate con los “chatos” rusos; los colonos contemplaban con ansiedad el
dramático encuentro. Al pie de la gruta un pastor rojo [sic] se paró a
mirar también el cielo.
Cuando llegó al pueblo, le preguntaron si había visto los
aeroplanos.
-¡Cómo que si los he visto –contestó-. Hasta los he oído hablar y
todo!
Los locutores eran los cavernícolas.”
Domingo Folch nos amplió, a su manera,
esta anécdota:
-Aún así [acaba de referirse a las múltiples precauciones que
tomaron durante su estancia en Cambriles] nos encontraron, que tuvimos suerte
que el encontronazo fue bueno, se pudo desenvolver y... Un pastor oyó hablar
los aviones y empezó a sospechar y sospechar, y dijo, esto lo tengo que
descubrir y se nos metió sin que nosotros... No es que no nos diéramos cuenta,
que nosotros éramos más pitos que eso, si no, no hubiéramos llegao
a eso, pero, lo vimos, el hombre se estaba haciendo el longuis,
tomando el sol con su ganadico y lo que hacía era
vigilarnos, y nos encontró... Encontrar, no encontró nada... Él, que ya
faltaban pocos días para salir nosotros, ya teníamos todo tramao,
pero él lo que quiso es llevar su manía de descubrir aquello, y lo consiguió,
lo consiguió porque tuvo que venir allí, donde se le cantaron las cuarenta
claras, y después era uno de los buenos colaboradores. Él no sabía aquello el
peligro que tenía, a ver si me comprendes, ni la finalidad ni quién estábamos
allí ni lo que pensábamos ni lo que podíamos hacer, pero luego una vez que se
le leyeron los papeles, y alguna otra cosica más, el
hombre se desmayó y después era ¡el mejor de todos!”
Un hijo de Domingo Folch, Luis, mecánico
en Mas de las Matas, nos facilitó la entrevista con su padre. Cuando dejamos a
Domingo en su casa, nos vamos a despedir de él en el taller donde trabaja. Luis
Folch completa la narración de Domingo:
-El pastor debió de sospechar porque algunos días encontraba la
fuente donde iba a beber el ganado vacía. “Aquí hay alguien que madruga más que
yo”, se debió de decir, y se quedó a dormir una noche... Luego entró en el
pueblo, cacareándolo todo: “¡Hay gente, hay gente!”, aunque no sabía quiénes
eran, y tuvo la suerte de encontrarse el primero a mi abuelo Isidoro, que tenía
a Domingo y a dos hijos más en Cambriles, y que les subía comida con una
caballería por las noches –luego borraba la huellas un tío mío soltando las
ovejas por donde había pasado-; así que mi abuelo lo hizo entrar en la bodega,
“anda, no digas tonterías, ven a echar un trago”, y allí le puso una pistola en
el pecho y le dijo: “Como se te escape una palabra, ni de ti ni de toda tu
familia no queda ni rastro en la tierra”.
El mecánico también aclara que Aniceto Brea era el abuelo de un
primo hermano suyo.
También el Diario de Falange Española Tradicionalista de las
J.O.N.S. que lleva por cabecera Amanecer, en un artículo firmado
“Orlando”, y publicado el 13 de septiembre de 1939, recoge algunos datos sobre
la gesta de Cambriles. Según este periódico del Régimen, la cueva fue
descubierta por Domingo Folch en el verano de 1934,
“después de que de allí vio salir un águila.”
Declarado el Movimiento nacional “en agosto de 1936”, Domingo
pensó que el refugio podría servir para tres personas. Cierta noche, acompañado
de Vidal Royo y de Aniceto Brea (el primero de ellos, con Folch,
formará parte de la junta que dirigirá la sociedad secreta una vez constituida,
ya en la gruta), se decide a inspeccionar el lugar. Según el periodista,
hallaron al fondo “una rendija o brecha –no muy grande- que ellos procuraron
hacer más alta y extensa, por donde con toda facilidad penetraron. Cuál no
sería su agradable sorpresa al encontrar un sitio admirable para el refugio y
cobijo de varias personas, solamente rompiendo unas antiguas y preciosas
estalactitas. Fue comunicado tan feliz y providencial hallazgo –barrera
infranqueable para la muerte tan esperada y segura como violenta- a varios
individuos de los menos seguros y más perseguidos por el furor
satánico-marxista, y empezó enseguida el aprovisionamiento de comestibles y
armas defensivas. Se imponía la clausura.”
Los primeros refugiados llegan a la “laberíntica morada, arca de
salvación”, a primeros de septiembre de 1936 (en realidad sería en noviembre,
como demuestra el libro de actas). La información es más cercana a la verdad
cuando explica que en la cueva se llegó a formar un grupo de veintidós hombres,
a los que califica de “observantes y religiosos”, dedicados “a la oración y a
la lectura” durante “buenos ratos al día, pues para ello disponían de rosarios
y devocionarios.”
Formaban, siempre según el periódico, “un diminuto estado bien
organizado.” Confeccionaron una bandera nacional, “que depositarán ante el Santo
Camarín de la Virgen del Pilar”, y llevaban un diario “que consta de 102 folios
escritos.”
No ahorra detalles prácticos sobre la vida en la cueva: “Montaron
admirablemente todos los servicios higiénicos –base para la conservación de la
salud-; hicieron funcionar perfectamente la cocina, barbería y w.c.; disponían de agua bastante abundante, tanto para los
menesteres dichos, como para la bebida y cocimiento, a cuyo objeto idearon
técnicamente, y realizaron la construcción de un enorme depósito con una receptibilidad
de cerca de tres mil litros.”
Conocían las operaciones militares de los sublevados gracias a los
enlaces exteriores. Compraron una radio que “cantaba maravillosamente”, lo que
permitió a “los reclusos estar continuamente asomados a las ventanas de la
civilización y de la cultura.” Usaban un sello grabado en madera,
presumiblemente de boj. Usaban claves para los escritos que salían de la cueva,
y se servían de nombres ficticios como “Perdigón”, “Chispita”, “Caralampio”, “Zúñiga” o “Fournier”.
No olvida Amanecer la labor de retaguardia de las mujeres:
“Huelga decir que las buenas mujeres de aquellos pueblos –verdaderas Marías y
Martas del Evangelio- guardaron siempre el más impenetrable secreto acerca del
paradero de estos hombres, necesariamente aislados, y les suministraron todos
los elementos de cualquier género que precisaron. Quede tal hecho para la
historia y tribútese a ellas todo el homenaje y el honor, que bien merecidos
los tienen, por su fidelidad observada y excelentes ministerios prestados.”
“Orlando” añade que la primera salida de Cambriles hacia la España
nacional se produjo el 23 de septiembre de 1937, es decir, cinco días después
de la asamblea general en la que se decidió que el momento era propicio para
iniciar las evacuaciones; pues se dieron por buenos los contactos establecidos
con los enlaces en el exterior que se habían de encargar de su organización. La
junta aprovecha la peregrinación a Zaragoza para informar de su intención de
“dar fácil acceso a la célebre cueva, instalando una escala, de diez o doce
metros, en la roca viva, y construir una modesta capilla con su altar, en honor
y gloria y alabanza de la virgen del Pilar.”
Rebosante de júbilo, el periodista concluye su reportaje aplicando
a cada refugiado de Cambriles los versos de un poeta llamado Félix Antonio, y
extraídos de su libro ¡Arriba las cruces!:
“Él lleva oculta su cruz
y espera el día paciente,
porque al vislumbrar la luz
de cada aurora riente,
se acerca al Ebro cercano...
Y bebe -¡oh fecunda fuente!-
sus esencias en la mano.”
El diario Amanecer describe el término de Ladruñán como un
“terreno elevado, peñascoso, el de mayor montuosidad de todo el partido [de
Castellote], árido, improductivo, pobrísimo. Bosques antiguos espesos y altos,
bien nutridos pinares desaparecieron para siempre, por efecto de las talas, en
las últimas guerras carlistas.” El periodista, lejos de conocer el lugar, ha
consultado el “Diccionario Geográfico Estadístico Histórico” de Pascual Madoz y ha copiado casi literalmente sus palabras. La
peregrinación, continúa “Orlando”, está formada por amigos y parientes de los
refugiados provenientes de los pueblos de Ladruñán, Cuevas de Cañart, Santolea, Dos Torres de Mercader, Castellote,
Alcorisa, Abenfigo, Mas de las Matas, Fórnoles, Jaganta, Bordón, Luco
de Bordón, Las Planas de Castellote, Las Parras de Castellote, Seno y Villarluengo. El Heraldo de Aragón, el mismo día,
cita los mismos pueblos, excepto Bordón. El Noticiero, en cambio,
excluye Bordón y Fórnoles, pero añade Mirambel.
El fin de la peregrinación, según Amanecer, “no es otro que
mostrar su profundo agradecimiento a la Santísima Virgen del Pilar, por su
clara y continua protección durante el tiempo en que estuvieron recluidos
forzosamente, para evitar el ser fusilados por los rojos.” A ese propósito se
añade –“objeto secundario”- el de cumplir el “voto unánime de los reclusos de
confirmar a la Virgen del Pilar el nombramiento que de Ella hicieran como
Patrona de la Sociedad constituida y designada La Caverna.”
Los peregrinos, los tres diarios zaragozanos coinciden en afirmar
que alcanzaron el número de cuatrocientos, son recibidos por las autoridades en
la Puerta del Duque de Zaragoza, junto a la Parroquia y la Plaza de San Miguel,
a las once de la mañana del día 12. Amanecer los califica de insumisos
ante “los capitostes del marxismo”. La mitad de ellos han hecho el viaje a pie.
Sólo el Heraldo especifica las jornadas: cuatro en total: “Salieron el
día 8 del presente mes, pernoctando en Alcorisa, Híjar, Quinto y El Burgo”. De
creer semejante afirmación, se hace preciso constatar que las jornadas eran
desiguales. Quizá las fueron acortando para mitigar el cansancio acumulado.
Amanecer afirma que acompañaban a los peregrinos los párrocos de
Castellote, don Andrés Ginés; de Santolea y Ladruñán, don Marcos Montserrat; de
Cuevas de Cañart y Dos Torres de Mercader, don Ángel Lapeña; y el padre Torrijos, escolapio, de Bordón. El Heraldo
añade al cura de Mas de las Matas, sin citar su nombre. El Noticiero, a
un tal Pedro Piquer y a otro escolapio, don Salvador Dalmau.
No faltaba, como se ve, la representación eclesial.
En cuanto al comité de recepción, figuran el concejal don Miguel
Sancho Izquierdo, en representación del alcalde, señor Rivas. Por parte de la
Diputación Provincial, el Dr. López Buera. Por la Región Militar, el coronel
don Santiago Ruiz Plasencia. El capitán Sánchez Blázquez, por el Gobierno
Civil. El señor Martínez Barrado como representante del S.E.M. El teniente
coronel de Artillería don Ramón de Pedro, suponemos que a título personal, por
haber sido uno de los refugiados de Cambriles. Por parte de las jerarquías
católicas, don Salvador Torrijos y don Rafael Ginés, de la Junta de
Peregrinaciones.
Amanecer recoge la presencia, entre los peregrinos, de dos ancianas de
setenta y ochenta y seis años que “sin arredrarse ante las fatigas inherentes a
tan largo caminar, dieron prueba de su fe y esperanza al cumplir sagrada
promesa que hicieron en días azarosos.” El Noticiero aclara, en cambio,
que la casi nonagenaria no había venido a pie.
Desfilaron con numerosas pancartas, banderas y estandartes
religiosos (9, 28 y 4 respectivamente, según Amanecer) hasta el templo
del Pilar, precedidos por la sección montada de la Guardia Municipal. Allí, en
la puerta, los esperaban los canónigos Bayo y Carceller, y el capellán don Juan
José Gimeno. Entraron cantando el Himno del Pilar.
El beneficiado don Rafael Ginés ocupó “la sagrada cátedra,
glosando el texto de foraminibus terrae in cavernis maceriae. Algo así como “De los agujeros de la tierra a
las bóvedas celestiales de adobe”, pues fue mediante la invocación a la Virgen
como los refugiados pasaron de vivir amurados entre rocas a hallar una bóveda
celestial más acogedora y cálida, gracias al regazo de la Madre. Por lo cual,
“hallaron ánimo para constituirse en Cofradía, por la que se rigieron en
aquellos días de penalidad y sufrimientos”, siempre según Amanecer. No
faltaron las alusiones a la Cruzada y al Caudillo de España. A continuación
entonaron la Salve gregoriana.
Llegó la tarde.
Teatro Argensola. Se estrena ese mismo
día la pieza teatral titulada Mi niña es la Greta Garbo, un sainete con
ribetes melodramáticos de Ángel Custodio y Gastón A. Mantua. Protagoniza la
obra, como primer artista, el veterano actor Juan Calvo, nacido en Onteniente
(Valencia) en 1892. Está a punto de abandonar su carrera en las tablas para
engrosar las filas del cine italiano, antes de regresar a España, pasar por
México, y volver a nuestro país y encarnar al Sancho Panza de Rafael Gil, en
1947, y trabajar más tarde con Berlanga o con Vajda.
Moriría en 1962, siendo la célebre (en su época) Fray Escoba, de Ramón
Torrado, una de sus últimas apariciones.
Para El Noticiero, a la comedia de Custodio y Mantua “no le
sobra más que la parte de astracán, o más concretamente, el tercer acto, que
francamente, no despega” (13 de septiembre de 1939). “La función, sigue
informando el periódico, era en honor y asistencia, de los peregrinos que se
refugiaron en la cueva de Cambriles.” No creo que les importara la
inconveniencia dramática del tercer acto. Lo que los fervorosos patriotas
debían de esperar con mayor interés era la actuación de la rondalla de Falange
de Zaragoza, gracias al favor del Delegado Provincial de Cultura, señor Sánchez
Romero, la de las parejas de baile y canto de jota formadas por seis hermanos
zaragozanos, “verdaderos ases de nuestro canto regional (Heraldo, 14 de
septiembre), y la de los hermanos Espada, de Santolea, siempre en el mismo
género musical. Para redondear el acto, uno de los actores de la compañía
teatral, Joaquín Roca, recitó “una bella poesía patriótica” que el citado señor
Sánchez Romero (alférez) compuso, “durante su cautiverio”, en honor del
Caudillo; y el médico de Santolea, señor Torres, “leyó unas cuartillas
presentando al descubridor de la cueva famosa y a sus padres.” El Noticiero
añade que “el mayor entusiasmo patriótico y regional reinó en esta parte de tan
emotivo acto”. La prensa zaragozana aclara también que los beneficios obtenidos
en la función se destinarán a la construcción del monumento que se quiere
levantar en la cueva.
Quizá tan sólo sirvieron para comprar la imagen que hoy adorna la
capilla de San Ramón, en la iglesia parroquial de Ladruñán. Quizá no fue Pepe
Cortés quien pagó la imagen, como afirma el cura Conesa.
A la mañana siguiente (miércoles 13) los peregrinos oyen misa de
comunión en la Santa Capilla del Pilar, oficiada por el párroco de Cuevas de Cañart, don Ángel Lapeña.
Participan todos en la eucaristía, mientras la Capilla de Infanticos entona
motetes. De allí se dirigen al Noviciado de Santa Ana, frente al Cuartel de Sangenís (Pontoneros), donde practican “un devoto
ejercicio. El mismo señor Lapeña volvió a dirigir su
apostólica palabra; excitó a todos a resucitar en las almas la fe viva y sólida
piedad; puso por modelo a la Madre Rafols, ante cuya
sepultura se encontraban; tuvo un delicado recuerdo para los hermanos ausentes,
que se veían imposibilitados de asistir materialmente a los actos celebrados, a
los cuales, sin embargo, asistían en espíritu.” (Heraldo, 14 de
septiembre).
El sacerdote Marcos Montserrat ofrece en adoración el Santo Cristo
Desamparado. Los peregrinos entonan cánticos piadosos, dirigidos por el
párroco. Concluidos los actos, la mayoría aprovecha las últimas horas en
Zaragoza para visitar la celda de la Beata catalana Maria Ràfols,
y el joyero de la Virgen del Pilar. El viento triunfante de los nuevos tiempos
llevó a los peregrinos a rendir pleitesía a la monja de Vilafranca
del Penedès (1781-1853), cuya causa de canonización
sigue abierta en nuestros días.
Al día siguiente regresarían a sus pueblos. Imbuidos de santidad,
puede presumirse.
Los tres periódicos acompañan sus informaciones con fotos de la
masa de peregrinos, con sus pancartas y banderas. No me resisto a recoger aquí
una información que, en apariencia, no viene al caso, y que ofrece El
Noticiero en la misma página 10 del día 13 de septiembre en la que glosa la
visita de los peregrinos de Cambriles. ¿No viene al caso? Que el lector juzgue
por sí mismo.
Bajo el título “La depuración arbitral en Cataluña”, el diario
católico transcribe la conversación mantenida con un tal Sr. Arribas,
Presidente del Colegio de Árbitros de Cataluña:
“-¿Muchos depurados?
-Sí, bastantes. 125 colegiados han sido depurados, quedando
habilitados para el servicio 36.
-¿Muchos casos de “rojismo agudo”?
-No. Se han eliminado todos cuantos tuvieron concomitancia con los
rojos, pero casos declarados de “rojismo” no se han
podido apreciar. También han sido eliminados los que no mostraban gran
entusiasmo por el arbitraje y no tenían historial. Finalmente, a los que en el
plazo fijado no pidieron su reingreso. Como puedes ver, la depuración se ha
efectuado a fondo. No tan sólo por desafección al régimen, sino por causas
múltiples.”
Por otra parte, basta ojear la prensa de aquellos meses para
constatar que las peregrinaciones al Pilar, provenientes de cualquier punto de
España, eran constantes. Y es que se estaba celebrando el XIX Centenario de la
Venida de la Virgen “en carne mortal a Zaragoza”. ¿Sabía el lector que semejante
evento tenía fecha determinada?
El Noticiero cerraba su crónica del día 12 definiendo a
los reclusos de Cambriles como “protagonistas de estas que parecen novelas de
aventuras”, e insistiendo en la decisión de instalar una capilla en la boca de
la cueva.
Ramón Aznar Martí, hijo de Pascual Aznar Aznar,
otro enlace que proporcionaba suministros a los topos, con quien nos
entrevistamos Antonio Losantos y yo en Allepuz, maestro jubilado (Domingo Folch
es hermano de un tío suyo), da una versión del proyecto menos edulcorada y
piadosa que la del periodista del Noticiero:
-Ésa
era la promesa que por lo visto hicieron, que tenían que hacer una ermita al
pie de la roca, y compraron la imagen y la imagen está en Ladruñán. Los que se
rajaron, que fueron muchos, porque a mi padre también le prometían el oro y el
moro, le tenían que hacer un obsequio por toda la colaboración.... El
secretario este que digo (se refiere a Aniceto Brea), el cuñao
de Vidal, quería fusilar al alcalde republicano, nada más que entró con los
nacionales, que fue el primero que entró en el pueblo, antes de los moros. Se
echaron mi padre y mi abuelo encima, y dijeron que en la guerra no había habido
muertos y que ahora no debía haber muertos tampoco. Y lo calmaron, pero venía
con unos ánimos un poco... Porque había sido secretario con el alcalde este, en
la República. Con lo de la imagen... revuelo no hubo mucho en el pueblo, yo no
me acuerdo, y el cura [Conesa] mucho bombo no creo
que le diera, yo sí que me acuerdo, la Virgen del Pilar, la Virgen del Pilar, y
mi padre estaba bastante enfadado por eso: una vez que ha pasao
todo, y ya no se acuerda nadie de ná, entonces
hubieran dao el oro y el moro, si yo, cuando me
venían, les hubiera pedido, la ermita estaría hecha, pero el momento que han
visto el cielo...
Antes
de despedirme del cura Conesa, me regala una foto y
escucho su elogio de la mujer de Fidel Ayora, quien años más tarde daría que
hablar por el tiroteo a muerte que mantuvo con la partida de guerrilleros que
asedió su masía con la intención más que
probable de ajusticiarlo:
-¡Lo
que ella hacía es único también! En la masía, tenía bastantes obreros. Ordenaba
el trabajo. A Fidel lo creía todo el mundo desaparecido, sólo ella sabía dónde
estaba. Y, de noche, cuando no se enteraba nadie, cogía un jamón y lo que
fuera, y desde allí toda la noche se desplazaba para llevarles comida. Y se les
dejaba la comida en un sitio determinado, que luego bajaban a buscarla. Y se
marchaba, y nadie sabía nada. Y volvía otra vez a la masía a despertar a la
gente.
Extrae
de un álbum una serie de fotos de comienzos de los años cuarenta. Grupos de
hombres, en torno al cura Conesa, de excursión aguas
arriba del Guadalope, por las cercanías de la Central La Morellana, donde nació
mi madre. Me indica nombres que no me dicen nada y que no sirven para mi
reportaje. Años de victoria, años triunfales. Luego me regala una foto, como
dije, en brillantes colores Fuji, ligeramente
sobreexpuesta: medio centenar de hombres, mujeres y niños rodean al cura Conesa en la puerta de la iglesia de Ladruñán. Celebran las
bodas de oro de su ordenación sacerdotal. El homenajeado luce sotana y
alzacuellos. Reconozco, entre los asistentes, a algunos miembros de mi familia
que residen en la Central del Maestrazgo, a mis primos Carmen y Santiago, o a
mi sobrina Lucita. Le doy las gracias y me despido de él y de su hermana, que
sigue de palique en la cocina.
Un
colaborador
Los que ayudaron. El padre de Ramón Aznar Martí fue uno de ellos.
Vivía con su familia en el Mas del Topo, frente a Crespol,
pequeño barrio de una sola calle en forma de L que forma un ángulo casi
perfecto de noventa grados. Media docena de casas o poco más. Diez minutos a
pie desde Ladruñán. El Mas del Topo está aislado, sobre la pista que lleva al Gallipuente
y después a Santolea, y aún se conserva en pie. Ramón Aznar Martí lo ignoraba
todo sobre la sociedad secreta hasta que yo se lo dije, durante la entrevista
que mantuvimos con él Antonio Losantos y yo en su
casa de Allepuz.
Me
habla de Vidal Royo Iranzo, que fue elegido
presidente de la junta directiva de La Caverna.
-Creo
que nació en las fábricas de lana de Villarluengo; su
padre ya era contramaestre, como más tarde él. Puede ser que vinieran a
trabajar a las hilaturas de la Ponseca.
Las
hilaturas de la Ponseca se encuentran cerca ya del
Puente Natural y de la Hoz Baja, sobrepasada la pequeña central hidroeléctrica
que lleva el mismo nombre de Ponseca o también el de
Morellana, porque la empresa que construyó tanto esta fábrica de luz como la del
Maestrazgo, descendiendo el río, más allá de La Algecira
(a principios de siglo XX y en la segunda década del mismo, respectivamente),
pertenecía a una familia de Morella. La Ponseca es un
lugar mágico, envuelto en agua. El nombre le debe de venir de fonseca y de puente, un lugar próximo en el que el río se
mete en la roca, desapareciendo hasta salir bastantes metros más abajo formando
una gruta fantástica que, cuando el agua no es demasiado abundante, se puede
atravesar unos trechos a nado y otros a pie o, como suele decirse en la zona, pescando:
ese accidente del río se llama Puente natural. Nunca he entendido por qué a un
lugar tan húmedo, donde pisas agua en cualquier tramo sobre el que pongas los
pies, lo llaman Fonseca o Ponseca.
-Sí,
quizá trabajaran allí –continúa Ramón Aznar Martí-. Luego recuerdo que vivían
en una casa en la plaza de Ladruñán, al lado de la iglesia. Acabó, después de
la guerra, en Barcelona. No sé por qué lo ficharon los otros. No se puede decir
que fuera rico, ni mucho menos. Tendría un huerto, como tantos. Pero eso ya era
ser un señorito. Aniceto Brea Royo, que era primo de Vidal, estuvo por Cuba.
Hizo dinero, pero no lo supo aprovechar. Lo habilitaron como secretario del
ayuntamiento de Ladruñán. Con Domingo Folch, de la
Masía del Higueral, formaron el trío inicial. Los llamaron a Alcañiz. Sabían
que si iban allí, no volvían. Les previno un soplo. Así que hicieron como que
se iban y se escondieron en la cueva. Domingo era hermano de un tío mío, ya te
lo dije antes. Trabajó también de caminero. Le gustaba cazar, como a tantos. La
perra se le metió por la buitrera y así encontró la gruta. En cuanto empieza el
Movimiento, enseguida entran en la cueva, yo creo que desde agosto del 36. Lo
más tarde en el otoño, octubre o noviembre. Desde antes tenían algo planeao. Desde el momento en que Domingo les habló de la
cueva, ellos... Lo que no sé es a mi padre cuándo lo buscaron. Mi padre era,
digamos, enlace. Iba a llevarles comida por las noches. Tenía un fusil. Lo
guardaba como un gran secreto, detrás de una escalera; yo iba todos los días a
tocarle la culata. Mi padre se llamaba Pascual, Pascual Aznar Aznar.
-¿Usted
sabe cuándo descubrió Domingo la cueva?
-Es
que yo creo que muchas reuniones no tendrían, porque me parece que fue bastante
reciente o próximo al Alzamiento cuando la encontró. Me parece, eh, eso el
mismo Domingo te lo dirá mejor, o Manuel [Aznar Moles], que estuvo escondido en
ella. No sé el tiempo que pasó hasta que explotó la guerra. Pero mucho no creo
que fuera.
-¿Su
padre tuvo contacto con los enlaces que evacuaban a la gente de Cambriles?
-Sé
que no eran de Ladruñán. Venían hasta de Zaragoza. Mi padre pasó a uno a La
Cañadilla. Ese señor vino al masico, lo traerían de
madrugada, o una noche, estuvo todo el día siguiente y por lo noche lo cargó en
un macho, pim pam, pim pam, a La Cañadilla.
-¿Sabían
los republicanos lo que pasaba en Cambriles?
-Esto
es lo que yo no sé, porque mi padre, pues, iba siempre rodeando el pueblo,
nunca pasaba por Ladruñán, por si ladraban a lo mejor los perros en el pueblo.
Iba por abajo, por el camino de La Algecira, luego
cogía por el del Latonar... Yo he oído, no lo sé, que precisamente un tío de mi
padre, el tío Anselmo, guardando el ganao, pasó un
avión, y los de la cueva se asomaron, pero esto yo lo veo un poco chiste,
¿sabes?, y que al oírlos hablar, o sea, que al ver el avión dijeron: “Es de los
nuestros”, y el otro estaba guardando por abajo y lo oyó, y luego vino al
pueblo y decía que desde el avión lo habían conocido a él, y que había oído que
decían: “Es de los nuestros”, y ése era, como te digo, mi tío Anselmo, hermano
de mi abuelo paterno, que era republicano, rojo. El Comité fue como el
ayuntamiento después de que viniera la República, ¿sabes?, y lo establecieron,
en vez de en el ayuntamiento, en la casa del cura, para más cachondeo...
-¿Su
padre le contó cómo vivían en la cueva?
-Apuraos
no vivían, eh, apuraos por lo visto no vivían, según decían mi padre y los
demás, que se organizaron la vida allí, que tenían su reglamento y su orden y
cuando... Algún tiempo tuvieron agua incluso allí. Cogían el agua de la roca
misma, con alambres, unos hilos de alambre que escurrían las gotas hasta el
aljibe que habían hecho. Pero, claro, cuando se juntaron treinta y tantos de
una vez, entonces no les bastaba. Entrando, a la izquierda, me dijeron que
tenían la cárcel, por si cogían a alguno. Ahora, no se sabe que pillaran a
ninguno. Caso de haberse encontrado con alguien, cuando salían por la noche,
por ejemplo, o mi padre mismo con alguno, pues por si se iba de la lengua... Yo
entonces tenía siete años, nací en 1930.
-Es
raro que, estando el frente republicano tan cerca...
-El
frente rojo tenía la cocina en una casita pequeña que hay encima del masico donde vivíamos, allí tenían la cocina, y mi hermano
y yo íbamos a todas horas, nos daban a lo mejor un trozo de carne con pan, y
sin que jamás nos preguntaran... porque por el pueblo se decía que en mi casa
que eran fascistas, ahora, eso de decir que sabían o no lo de la cueva... Yo
creo que lo sospechaban, pero saberlo cierto...
Le
digo que su padre figura, con nombre y apellidos, en el libro de actas de la
sociedad secreta, y apenas da crédito a mis palabras. Nunca había imaginado que
el nombre de Pascual Aznar Aznar hubiera estado así
comprometido en los papeles. Le explico que consta también un mote,
“Cascarilla”. No hay fecha de entrada, lo cual me había llevado a suponer que
nunca fue topo.
-Ahora
me suena eso de “Cascarilla”. Ay, pobre, Cascarillas, Cascarillas, le decía mi
abuelo, otra vez se va a repetir la historia del mío, le decía, cuando los
carlistas también lo cogieron para que les ayudara, y tuvo que marcharse a
morir a Londres.
Pascual
Aznar Aznar figura como proveedor en las “Cuentas de
los socios”, y hay cifras de “debe” y “haber” que indican que a veces se le
pagaba sin tener en cuenta con exactitud los gastos. Es el que más cifras tiene
anotadas: les proporcionaba vino, alpargatas y pan.
-Ya
se ve que se mosqueaban en el pueblo –dice Ramón- porque se amasaba tanto pan
en mi casa.
-Pero
su padre no era tonto, y lo cobraba –interviene Antonio.
-Hombre,
ya sólo hubiera faltao eso. Porque luego el único
recuerdo que le dieron fue una escopeta; se llevaron la que él tenía de dos
cañones. Fernando Bel, el veterinario que estaba en Santolea, fue el que más
trabajó con lo de la ermita, con lo de hacer algo y... al final se aborreció,
no le siguió ninguno.
-¿Tenían
armas?
-Creo
que sí. Con lo de la imagen... Revuelo no hubo mucho en el pueblo, yo no me
acuerdo, y el cura [Conesa] mucho bombo no creo que
le diera, yo sí que me acuerdo, la Virgen del Pilar, la Virgen del Pilar, y mi
padre estaba bastante enfadao por eso. Eso de las
actas en mi casa igual no lo sabían.
Le
enseño el artículo del Noticiero.
-El
fusil de mi padre no sale. El cura ese cantó misa después de la guerra. Yo
tenía ya once años. Fue el que me llevó al Seminario. En Ladruñán se pasó peor
la época del maquis que cuando la guerra. Cuando la guerra no ocurrió nada.
Allí en el masico los mismos soldaos nos decían...
Había un mulero sevillano, se nos metía el mulo en la alfalfa, en un bancal de
alfalfa, se nos metía el mulo en medio del bancal, y nos decían, con este
sevillano tengan cuidao que éste es muy malo, se
alardeaba de haber matao a no sé cuántos. Pero los
restantes, ya te digo, no se metieron jamás, todas las noches bajaban de allí a
mi casa, bajaban una cantimplora que tenían de coñá,
y a mí me acuerdo que me hacían decir las provincias, porque eran casi todos
valencianos, y oye, cuando les decía Castellón de la Plana, Valencia y
Alicante, entonces echaban un trago, me acuerdo de este detalle.
Le
leo la anécdota de los piropos a las libertarias.
-Serían
de Cuevas de Cañart, en Cuevas sí que había más
movimiento, pero en Ladruñán, no.
-No
había mujeres en Cambriles.
-Ni
una. Muchos eran solteros. Aniceto, no. Su mujer era la que llevaba el horno.
Se alimentaban del pan que les daban los que iban a hornear. Si no tenían
tierras, ellos... El Aniceto ese no tenía nada. El médico de Santolea, Adolfo
Torres, estuvo visitando a alguno, cuando se ponía alguno malo, iba a
visitarlo.
Manuel
Aznar Moles me contará días después que Adolfo Torres se comprometió a subir a
la cueva sólo si algún enfermo lo necesitaba de verdad:
-Pero,
si no, no subo más, dijo, de tantísimo miedo como pasó.
-El cura de Santolea –prosigue Ramón- se marchó durante la guerra.
Era de Bordón o de por allí. Lo tendría escondido su familia. En Cambriles no
hubo curas.
Un prófugo
A Manuel Aznar Moles lo vemos en su casa de Ladruñán, donde pasa
los veranos. Vive en Zaragoza desde 1963.
Entró en la cueva el 12 de marzo de 1938 y permaneció en ella
quince días. Eran pocos: uno de La Algecira, dos de
Ladruñán, dos de la Masía del Huergo (cercana a Las
Planas), dos de Alcañiz, otros dos de algún pueblo que no recuerda, y él mismo.
Tampoco había oído hablar nunca de la sociedad.
-Todo
esto estuvo en zona republicana hasta abril del 38; detrás de nosotros hubo dos
más aún. De mi grupo, yo era el más joven, de la quinta del 40. Me llamó a
filas la República. No teníamos armas. Yo no sabía nada de la cueva hasta que
fui. Cuando me llamaron a filas, vino mi tío, Manuel Aznar Buj
y le dije: a ver quién se niega. Había que presentarse. Y me dice: pues si no
quieres ir, por las circunstancias que sean, pues habla con Pascual [de la
Masía del Topo], y te escondemos. Cosas de críos, normal que tires donde tira
la familia, ¿no? Mi tío era suministrador de la cueva. Hablé con él y dijo,
bueno, pues tú vete. Y yo me marché, al otro día me había de presentar en
Alcañiz, con que me marché hacia Castellote, a coger el coche al otro día, y
marchar, y en Santolea me vieron unas mujeres, pues quédate aquí y mañana... En
Santolea había otro quinto mío, yo no iba a decirle nada a nadie, no íbamos a
meter gente allí que... a comer... y a ver quién trae la comida. Y yo me fui
hasta el puente ese, no el grande sino la revuelta más larga que hay, que es el
barranco Marinombre, llegaba de noche casi desde
Santolea. Media vuelta y al masico otra vez.
Desaparecido, claro. No me presento en Alcañiz, nadie dijo nada, en Alcañiz
protestaron y en Alcañiz nadie dijo nada. Pues me metieron en Cambriles. Cuando
las fuerzas llegaron a Castellote, vinieron y... nos pasaron a Castellote. Pasé
de Cambriles a Castellote. Dos Torres estaba entre dos fuegos, la parte de
arriba, los nacionales, y la de aquí, la noche que pasamos nosotros no había
nadie. Aniceto Brea respondió de mí ante la guardia civil. No sé si no estaba
también Vidal. Pero pusieron la pega de que era de quintas. Me hicieron preso.
Me acompañaba uno que se había pasado de las filas republicanas, aprovechando
un permiso no regresó. Alcañiz, Zaragoza, León. Allí estuvimos hasta que
liberaron Ladruñán. Entonces de aquí mandaron papeles con lo que cada uno era,
hasta entonces de allí no salió nadie. En el campo había tantos prisioneros
como indocumentados. Hasta que Franco no tenía referencias, que alguien no
respondía por esa persona, no salía al frente ni a ninguna parte. De León a
Lugo. En Transmisiones. Pedían voluntarios. No salía nadie. Unos porque no
sabían lo que era, otros porque... Total, los que sabían leer y escribir a
Transmisiones. Yo no sé más que mal firmar. De allí a Palencia, Carrión de los
Condes, Morella, Castellón. Estuve en la 84 de Navarra, con García Valiño.
García Valiño, el enterrador de Navarra, le llamaban. Castellón otra vez: Nules, Onda, Villa-Real, la Sierra del Espadán,
la Sierra de Pàndols. Siempre en Transmisiones. Nos
dijeron que íbamos a descansar a Andalucía. Pero nos tuvieron un día en Alcañiz
y nos llevaron al Ebro. Y del Ebro al hospital: una erupción por todo el
cuerpo, como si fuera sarna, que me dicen, pero a mí no me picaba. Habíamos
bebido agua coloreada de sangre en el frente del Ebro. Estuve en ese colegio
que hay en Corona de Aragón. Colegio Nacional Cervantes, me parece que ahora no
está de colegio. Era hospital de horas. En ese hospital conocí a uno de los que
habían estado al principio en Cambriles, Luis Aguilar Capapé,
secretario y practicante de Dos Torres. Estaba de guardia en ese cuartel por
entonces. Luego fui a Tudela, y a Corella. Una cosa te voy a decir: en la zona
nacional no hubo escasez de comida hasta que acabó la guerra. De allí a
Cuéllar, en Segovia, veinte días. No quise ir voluntario a ninguna división.
Cobrábamos dos reales diarios con los nacionales y dos pesetas con los
italianos (los “flechas azules”). Los italianos, en cuanto se juntaban con
españoles, ya no retrocedían más, como hicieron en Guadalajara. San Juan de
Mozarrifar. Barcelona. Toledo. Valladolid. Todo esto con los italianos. Un
pueblo de Albacete. Sabadell.
Nos
sorprende su deambular por todos los frentes nacionales, aunque me parece que
los va citando de manera desordenada.
-Entré
en Cambriles pues porque la estructura ya estaba hecha. Se habían ido quienes
la montaron, pero seguía funcionando. ¿La vida allí? De día, dormir; y, de
noche, a buscar lo que hacía falta. Íbamos a por agua. La subíamos en garrafas
de veinte litros. Hemos venido a por agua hasta el mismo barranco del Huergo (el barranco que baja de la Cueva del Convento y
desciende hasta Ladruñán. No hay que confudirlo con
la masía del mismo nombre, que ya ha nombrado Manuel hace un momento, cercana a
Las Planas). Nadie sabía que había ese escondrijo. Sólo los que nos
suministraban la comida. De conocerlo, nos habrían fusilao.
Los primeros que la organizaron, ésos, si no se hubieran escondido, al final
los habrían matao. Aunque no creo que entonces fueran
ya de Falange. Un hermano de José Azcón se quedó al chico de otro de Alcorisa
que estuvo de los primeros en la cueva. Catorce años tenía el chico. Pues bien,
lo asesinaron y quemaron el cadáver, entre Dos Torres y Cuevas. Algunos eran
hacendados. Los de Alcañiz nos enseñaban a cantar. Tenían dos sacas de harina
de reserva por si sitiaban la cueva; mientras quedara harina, a comer
farinetas. Yo, mientras estuve, subía las garrafas de agua. Como era el más
joven, me las cargaban y subía atao. De no llevar la
carga, no necesitaba cuerda. Cuando cantábamos el “Cara al Sol”, que nos lo
enseñaban los de Alcañiz abajo donde estaba el fondo de la gruta, en el
botiquín, uno u otro se ponía afuera para vigilar si alguien nos oía.
-¿Sabe
por qué llamaron Cambriles a la cueva?
-No.
Era una contraseña.
Otra
vez bajó a por pan hasta el mismo Mas del Topo.
-Isidoro
Folch nos seguía suministrando. Luego, de la ermita
proyectada a mí ya no me dijeron nada. Todo el mundo se desentendió. La
planearon Vidal, los de Alcañiz, los de la Masía del Huergo,
que eran ricos.
-Díganos
algo más de la vida en la cueva.
-Ha
sido siempre húmeda. El agua que se recogía con los alambres valía para fregar,
porque para beber teníamos la que llenábamos el aljibe; rara era la noche que
no se salía por agua, un par de bombonas, cuarenta litros de agua.
Los niños de
Ladruñán aprenden el mito de Cambriles
Mari, la propietaria del Albergue de Crespol,
me proporciona el trabajo escolar que la maestra Nuria Allué
llevó a cabo sobre Cambriles durante el curso 1999-2000. Consta de tres hojas
escritas a mano, con letra muy legible, y se titula, sencillamente, “La Cueva
de Cambriles”. Lo abre una pequeña introducción que dice:
“Durante este curso, se decidió que íbamos a investigar un tema
que nos interesara y que tuviera que ver con nuestro entorno más cercano.
Después de votar se decidió que el proyecto a investigar giraría en torno a lo
que pasó en la Cueva de Cambriles durante la Guerra Civil.
Para ello nos tuvimos que preguntar: ¿Qué queremos saber? ¿Cómo lo
vamos a averiguar?”
A la pregunta “¿Cómo lo hemos averiguado?”, la respuesta es tan
escueta como clara: “Preguntando a la gente mayor de Ladruñán”. Los niños
aprenden que sus mayores pueden transmitir el conocimiento de una parte de su
historia que la Historia silencia. Aunque puntualizan: “Las versiones con las
que nos encontrábamos eran bastante contradictorias.”
La cueva, continúa diciendo el trabajo escolar, se encuentra
subiendo a Los Morrones, encima de la Masía del Latonar, a 15 metros del suelo,
al lado de unas buitreras.
¿Qué pasó?, se preguntan los niños. “La gente que no quería ir a
la guerra se escondía ahí. Les DABAN COMIDA y bebían normal. Quienes les iban a
buscar alimentos eran pastores y gente que no iban a la guerra. ESTABAN
ESCONDIDOS PORQUE TENÍAN MIEDO DE QUE LOS MATARAN. Los pastores con el ganado
tapaban las huellas y los guardias nunca se enteraron que ahí había gente.
Dicen que son más de 112 las personas que se salvaron gracias a la cueva.”
¡Bendita educación posmoderna, posdemocrática y posconstitucional! A estos
niños se les imbuye la idea de que los topos de Cambriles eran cándidos
objetores de conciencia avant la lettre. La guerra que se les describe es un sucedáneo
de guerra, un conflicto sin buenos ni malos, un mal-en-sí, o acaso una falacia
en la que los hombres se limitan a perseguirse y a matarse sin motivo. De aquí
saldrán nuevas generaciones cuyo destino se me aparece incierto, como envuelto
en una nebulosa de suave y sonoro celofán.
¿Cómo vivían?
“Dentro hicieron pisos con vigas para hacer plantas y
habitaciones. El espacio estaba muy organizado porque en un sitio bastante
pequeño convivían cuarenta personas de los pueblos de la zona.
Dentro hay un aljibe y un agujero como letrina.
Por la noche salían a escondidas y también les traían cosas que
necesitaban y alimentos.”
El trabajo se cierra con una “Reflexión”:
“No he pretendido remover viejas heridas ni reanimar viejas
discusiones, sino rescatar del olvido historias humanas que han quedado en
estos lugares. Mi pretensión ha sido más bien que las niñas preguntasen a sus
mayores acerca de una guerra que vivieron sus abuelos y abuelas; recuperar un
retazo de historia de mano de l@s
que la vivieron y que siguen viv@s.
¿Quiénes nos la van a contar mejor que l@s que las vivieron?
Espero que este proyecto haya servido o sirva, como legado de esta
tierra, a nuestra memoria. Para no olvidar. Y acaso también para imaginar cómo
vivían nuestros abuelos y abuelas hace 70 años. Para atisbar a comprender cómo
el día a día les condujo hacia una guerra entre gentes del mismo pueblo.
Gracias a tod@s
l@s que nos han
contado sus historias.
Niños, niñas y Maestra de Ladruñán.”
El trabajo consta de tres folios y está escrito a mano, con dos
letras diferentes: la de la maestra, y la de un alumno (“¿Qué pasó?”). Es
evidente que la “Reflexión” pertenece enteramente a Nuria Allué,
y supongo que la propuso a debate entre los niñ@s. Las @ son el único medio
–actualizado, por cierto- que se me ha ocurrido para reproducir el extraño
garabato, una especie de tosca estrella de David, con que la autora del trabajo
ha pretendido una denominación de géneros políticamente integradora y correcta.
En cualquier caso, hay una cuestión que conviene resaltar:
Cambriles perdura en la memoria de las gentes de Ladruñán, una docente se hace
eco de esa permanencia, y se preocupa de transmitirla a los niños, bisnietos de
quienes vivieron el conflicto entre hermanos.
En la última página, un dibujo que representa rocas escarpadas, la
boca de la cueva poblada por cinco personajes, un rebaño al pie de la misma, y
un grupo de pastores que parece llevar en sus manos provisiones para los
enclaustrados. Un sol de expresión algo enfadada ilumina la escena. Y unas
nubes que parecen ojos vigilantes.
El libro de
actas de “La Caverna”
Estoy en un pequeño despacho del ayuntamiento de Mas de las Matas.
Un empleado me muestra el libro de actas de la sociedad secreta La Caverna.
Tiene instrucción expresa de que no se realicen fotocopias. Me paso la mañana
llenando una libreta de notas, copiando fragmentos, anotando nombres y cifras,
y hasta tratando de calcar, torpemente, el sello de la sociedad, con la
esperanza de que mi hijo Aldo, que dibuja bien, sea capaz de reproducirlo con
fidelidad a partir de mi garabato.
Dos años más tarde. Acabo de recibir en mi domicilio, proveniente
del mismo ayuntamiento de Mas de las Matas, un sobre que contiene el libro de
actas enteramente fotocopiado. La intervención del concejal Javier Díaz me
parece que ha sido decisiva. Este lapso denota, en todo caso, cómo la Guerra
Civil, y en concreto Cambriles, sigue levantando recelos, silencios y, por qué
no, pasiones absurdas que no acierto a explicarme.
El cuaderno es un libro de actas de formato folio y tapas marrones
que ostenta, en la parte superior de la tapa, un papelito blanco pegado que
dice “Nº 7”. Aparecen arrancadas –cortadas a tijera o con una cuchilla de
afeitar- las cuarenta y ocho primeras páginas, por lo que los textos de La
Caverna dan comienzo en la que lleva la numeración 49. Las ocho actas que
llegaron a redactarse ocupan hasta el folio 62. Sin duda el cuaderno proviene
del ayuntamiento de Ladruñán o del de Dos Torres de Mercader, pues los secretarios
de ambos pueblos integraban la sociedad secreta y se hallaban en la cueva.
La página 49 ostenta el título de “Libro de Actas”, subrayado,
escrito a mano con letra grande y primorosa. El acta que da comienzo en el
folio 50 ocupa página y media. Está escrita por una letra diferente de las
otras siete, más grande, fina e inclinada hacia la derecha. Las siete restantes
pudieron ser escritas por José Navarro Guillén, que resultó elegido secretario
de la sociedad en esta reunión inaugural. José Navarro debió de ser quien anotó
los nombres de los 22 “concurrentes” a la misma, pues en este caso la letra
coincide con la del resto de actas, así como el nombre de los tres cargos
electos, que destacan con un trazo más grueso y oscuro que el resto del texto redactado.
Los tres últimos concurrentes (Luis Royo, José Cortés y Julio Blasco) aparecen
añadidos a la lista con otra tinta.
Es curioso anotar que este acta inaugural aparece firmada por los
tres cargos electos: Vidal Royo Iranzo, como
Presidente de la sociedad secreta; Domingo Folch
Carbó, como Vicepresidente-Tesorero; y José Navarro Guillén, como Secretario;
las tres firmas van acompañadas por el sello de la sociedad. Pero las siete
actas restantes, aunque el secretario, como es de rigor, despida siempre el
acta con la afirmación de “yo, el secretario, certifico”, aparecen sólo
signadas por el presidente y el vicepresidente-tesorero, lo que da una idea de
la situación fuertemente jerárquica que reinaba en la sociedad, y del poder que
debían de ostentar ambos cargos.
Hay que resaltar también que el acta última presenta el título de
“Asamblea general”, a la que asisten todos los socios, aunque sus nombres no
figuran al margen, como por otra parte se indica en el redactado. Las otras
seis son reuniones ordinarias o extraordinarias constituidas en exclusiva por
los tres cargos electos, a saber, Folch y Navarro,
presididos ambos por Vidal Royo. Ellos son quienes discuten y toman todas las
decisiones. Sólo una sesión, la séptima, tendrá carácter extraordinario. Podemos
imaginar que este modo de actuar, rígido y piramidal, era condición
imprescindible para mantener el orden y la disciplina en el seno de la caverna.
El “Acta de Constitución de la Sociedad La Caverna” lleva fecha de
20 de abril de 1937, y tiene lugar “en el domicilio social de Cambriles”. El
objetivo de la reunión es, en efecto, constituir una asociación que vele por el
cumplimiento de un reglamento redactado previamente: “Para cumplimiento y
efectos del Reglamento de esta sociedad de fecha quince de los corrientes, y
previo aviso circulado a los integrantes de esta entidad, se reúnen en el
precitado domicilio social los sujetos que se expresan al margen, bajo la
provisional presidencia del consocio Domingo Folch
Carbó, el que declara abierto el acto y manifiesta ser su objeto la legal
constitución de esta sociedad.”
Queda muy claro que Folch, además de
descubridor de la cueva, es uno de los principales instigadores de la sociedad.
A continuación se procede a leer el reglamento a los socios,
quienes lo aprueban por unanimidad “sin discusión alguna”, y juran cumplir y
hacer cumplir “cada uno de los preceptos que en el mismo se contienen.”
Para elegir la junta, que se ha de componer de tres miembros, y
siguiendo ya lo establecido por el reglamento, se procede a votar dos cargos
entre los socios fundadores y uno entre los colaboradores. Es curiosa esta
distinción, que indica la presencia de una elite de trece miembros, entre los
que se cuentan los únicos universitarios de La Caverna, como veremos luego. Llama
también la atención que no todos los socios fundadores que figuran como tales
en otro apartado del libro de actas estaban presentes en esta primera reunión,
por no haberse instalado todavía en la cueva. Pero, al no haber anotado, junto
a todos los nombres de los socios, las fechas de ingreso en Cambriles, no
resulta fácil dirimir esta cuestión. Me aventuro a decir, no obstante, que los
socios fundadores presentes en la constitución de la junta eran tan sólo
Domingo Folch Carbó, Vidal Royo Iranzo,
Aniceto Brea Royo, Fernando Bel Conchello, Adolfo
Torres Vinaja, Luis Aguilar Capapé
y Teodoro Monforte Aguilar. El resto, hasta
veintidós, son socios colaboradores: Pascual Navarro Guillén, José Navarro
Guillén, José María Gracia Guillén, Manuel Gracia, Manuel López Aguilar, Fidel
Ayora Carceller, Manuel Vallés Dalmau, Manuel Vallés
Perales, Luis Bel Conchello, Manuel Bel Conchello, José Bel Conchello,
Isaac Repullés Repullés,
Luis Royo Azcón, José Cortés Bonet y Julio Blasco Sancho. Estos tres últimos
ingresaron en Cambriles el 25 de julio de 1937, por lo que no estaban presentes
en la reunión inaugural, lo que explica que fueran añadidos con posterioridad a
la lista de presentes. Estamos pues ante un acta aprobada por un procedimiento
que podríamos denominar de “unanimidad retroactiva”.
Entre los asistentes a la reunión constitutiva aparece un Manuel
Gracia, que no figura en ninguna de las dos listas de socios del libro de
actas. Se trata sin duda de José Gracia Monforte, que
aparece en la de colaboradores con fecha de ingreso en la cueva de 16 de enero
de 1937.
Cada grupo se reúne por separado y resultan elegidos los tres
socios ya mencionados, quienes no sólo juran cumplir las funciones a las que
les obliga el reglamento, sino ser acreedores de las sanciones que, de no
hacerlo así, les imponga “la junta de socios de su respectiva calidad y
superior”. Aparece así doblemente comprometido José Navarro, que realizará la
labor de secretario perteneciendo al grupo de los “colaboradores”. A Vidal Royo
y a Domingo Folch ignoro qué “calidad superior” les
podía sancionar.
La asamblea termina con una exhortación, por parte de la nueva
junta, a la “cordura y comprensión dentro de los límites del Reglamento”, y con
la constatación de que todos los refugiados viven momentos difíciles.
La primera sesión ordinaria de la recién estrenada junta tiene
lugar al día siguiente, exactamente a las trece horas, y “en el local
señalado”, es decir, en la cueva de Cambriles. El acta ocupa los folios 51 y
52. La Presidencia manifiesta la necesidad de organizar los servicios, “pues
aún cuando ha observado que hasta la fecha todo individuo ha contribuido con
arreglo a sus fuerzas, sin regateo de ninguna clase, ve que de día en día las
obligaciones a realizar son mayores, pudiéndose además por la Junta el tener
que evitarse ver molestado algún socio, al sospechar que se le ordenaban
servicios por simple capricho.” Para confeccionar la relación de servicios,
pues, se tendrán en consideración “las ocupaciones habituales a que ha venido
ocupándose [cada uno] hasta su llegada a este domicilio, y demás circunstancias
que le han sido observadas.”
Así, Vidal Royo parece haber realizado un estudio de cada
individuo, tanto de sus habilidades como de su actitud en general o de sus
inclinaciones. No obstante, insta a la junta a que “examine con toda
minuciosidad la relación que presenta, para en su caso hacer las enmiendas que
crean [sic] oportunas.” Los dos vocales aprueban el trabajo de Vidal
Royo “por unanimidad.”
Una copia de la lista de servicios será fijada “en el salón más
indicado del local.”
Se acuerda asimismo redactar una circular en la que se exhorte a
cada socio a que “sin miramiento de ninguna clase exponga a la Junta directiva
cuantas quejas tenga por conveniente, así como de cuantas mejoras o servicios
puedan de nuevo realizarse, siempre como es lógico en bien de la Sociedad.”
El sello tiene forma de rombo apaisado, con una ancha franja en la
que puede leerse, con letras mayúsculas, en la parte superior, “SDAD SCTA
[ambas abreviaturas subrayadas] LA CAVERNA”, y en la inferior, LADRUÑAN. En el
centro de la cenefa, el símbolo falangista del yugo y tan sólo tres flechas
cruzadas. Sabido es que el emblema se compone siempre de cinco.
En la página 53 del cuaderno da comienzo la siguiente acta. Sesión
ordinaria de la junta directiva, en el domicilio social de Cambriles, a
veintiuno de mayo de mil novecientos treinta y siete, siendo las quince horas.
Vidal Royo da por abierta la sesión, dada la presencia de “la totalidad de
componentes de la Directiva”. Aprueban el acta de la reunión correspondiente al
mes anterior.
La sociedad anda escasa de papel y de tinta, por lo que, a
propuesta de la Presidencia, “y para que pueda llevarse con puntualidad la
redacción del Diario en Cambriles, se acuerda facilitarle al encargado de ello
cuanto material crea necesario y exista en el domicilio; quedando autorizada la
presidencia para su compra cuando se carezca de él.” Este hecho da noticia de
la precariedad de medios, y del aprovechamiento de los escasos disponibles. En
adelante, ninguna hoja merecería otro destino que el de servir para establecer
los servicios. Es de suponer, además, que ningún recluido mantenía
correspondencia, por razones de seguridad, con sus familiares.
Se deja constancia, a continuación, del final de la construcción
del aljibe. Ahora toca llenarlo de agua. Para esta tarea, se establecerán
turnos extraordinarios, al margen de los acordados en la sesión anterior por
Vidal Royo. Es decir que, sin que sirva de precedente, podrá adjudicarse dicha
tarea a socios que no la tienen atribuida hasta ese momento, hecho que se
justifica “toda vez que de todos es conocida la urgencia, por si se diese el
caso de descubrirse nuestro albergue, además de que teniendo lleno el depósito,
no precisa para atender a las necesidades el tener que salir fuera cuando por
consecuencia de lluvia se encuentra en malas condiciones el camino.”
Hasta ese momento, pues, los hombres de Cambriles habían consumido
el agua que aportaban las garrafas o las que recogían con los hilos de alambre
desde la techumbre de la propia cueva. La fuerte pendiente que conduce a la
pared rocosa donde se halla la boca de la caverna explica las dificultades para
transitar fuera de ella en los días de lluvia.
Algunos topos no debían de resistir la tentación de asomarse al
precipicio en horas diurnas, impulsados por el aburrimiento. Corrían el peligro
de ser vistos desde alguno de los bancales y huertas que jalonaban la cuenca
del Guadalope. Se impone, así, como medida preventiva, colocar un límite de paso
“en la boquera” que en ningún caso, en adelante, podrá ser superado, y que
consistirá en “un asta de madera”.
El Presidente ha observado cierta desgana, cierto “desinterés”, a
la hora de efectuar algunos servicios. Propone que, cada mañana, se ofrezca “un
pequeño refrigerio”, y que se procure mejorar “la calidad y abundancia” de las
comidas. Ambos propósitos son posibles, “puesto que la situación de la Sociedad
está para ello en condiciones”. Se trata además, de acabar con “la falta de
fuerza que se notan [sic] a los socios cuando salen de este domicilio”.
El Presidente ha tenido conocimiento de ciertas conversaciones llevadas en
secreto en las que algunos miembros de la sociedad se quejan del empeoramiento
reciente de las comidas, por lo que desea “a todo trance la desaparición de
estos rumores”.
Se observa así un deseo de Vidal Royo de atajar desde la raíz
misma cualquier protesta que pudiese dar lugar a enfrentamientos o incluso a
algún motín por parte de los socios. El cocinero va a ver aumentado su trabajo,
por lo que se le asigna un ayudante, el apodado “Quintín” (se trata de Manuel,
el mayor de los cuatro hermanos Bel Conchello,
alojados todos en la cueva, y que es socio colaborador de La Caverna).
Con el fin de preservar las garrafas que se utilizan para la
traída del agua, los miembros de la junta deciden protegerlas por medio de un
“embalaje de tabletas”. Será Vidal el encargado de organizar dicho trabajo; se
le autoriza a proveerse del material que considere necesario.
“Acto continuo”, como reza textualmente el acta, sobreviene una de
las anotaciones más pintorescas de las actas de La Caverna. Conocemos ya las
condiciones precarias en que debía de desarrollarse la vida en el interior de
la cueva. Sus dificultades de acceso. La visibilidad que ofrece “la boquera”
desde cualquier punto del río Guadalope, desde el barrio de La Algecira hasta la Masía del Latonar. Los motivos aparentes
que han inducido a sus habitantes a buscar refugio en ella, durante meses –no
tienen la certeza de cuántos van a ser-, hasta conseguir cruzar las líneas
republicanas para adentrarse en las filas amigas. Pues bien, a pesar de todo
ello, los días festivos, aun en esas duras condiciones, revisten algo
extraordinario, como muestra lo que a continuación expone el Presidente de la
junta: “el ser su deseo de que para poder obsequiar a nuestros visitantes en
los días festivos, se hagan “churros” [sic], por el encargado de la
cocina.”
Me viene a la mente una y otra vez, cuando leo este fragmento del
acta del 25 de mayo de 1937, las palabras del cura Conesa,
glosando Cambriles como baluarte, prestigio y embrujo del Maestrazgo, por
encima de Cabrera, de Cantavieja, del castillo
templario de Castellote, y del queso de Tronchón que mencionara Cervantes en el
Quijote. En ese reducto de fanáticos atemorizados, a escasos kilómetros
de las colectividades anarquistas, se recibían visitas los domingos y se comía
churros. Y entonces me acuerdo de lo que siempre sostuvo en privado mi madre,
una joven nacida en 1917, residente en la Central del Maestrazgo o del Cantalar, y que emigraría a Zaragoza unos años después de
acabada la guerra. A mi madre, como a alguna de sus hermanas, los falangistas
de Ladruñán la perseguían, en la primera posguerra, para obligarla a saludar,
brazo en alto, la bandera rojigualda. A mi madre,
como a alguna de sus hermanas, la amenazarán, como si de un simple juego
perverso se tratara, con el paredón o el rapado de cabeza. También al alcalde
republicano que impidió que se quemara la iglesia lo quiso fusilar, dicen, Aniceto
Brea. Pues bien, mi madre, que enterró al pie de un árbol (nunca he conseguido
recordar si se trataba de un nogal o de una higuera) un pañuelito con la
bandera republicana y la aragonesa estampadas, bien protegido para que no
resultara dañado por la humedad (aún lo conservo), mi madre, digo, siempre
sostuvo que en Ladruñán, durante la guerra, casi todo el mundo sabía que en
Cambriles había hombres escondidos. Ellos han insistido, y siguen sosteniendo
los escasos supervivientes entrevistados, que no era así. Pero el caso es que
recibían visitas los domingos, como si en vez de en una cueva sumergida en la
roca y oscura, con la boca expuesta a la vista de cualquiera, estuviesen en una
residencia de ancianos cuidada por monjas. Y que les daban churros. Eso es, en
todo caso, lo que puede leerse en el acta de la sociedad secreta La Caverna de
25 de mayo de 1937. Ellos lo dejaron escrito.
Se acuerda a continuación la adquisición de un sello con la
inscripción “Sociedad secreta de la Caverna = Cambriles”. Es de suponer que
este sello, que ignoro si llegó a existir, debería de haber sustituido al que
conocemos por las actas. No aclaran si lo que les llevó a planear un nuevo
sello fue el menguado haz de flechas que adornaba el primero. Su destino sería
“estamparlo en cuantos documentos oficiales autorice la Junta directiva.” Ahora
bien, a continuación los tres socios reunidos “en vista de no ser posible el
poder adquirir el sello en una casa comercial, por tener el carácter de secreta
esta Sociedad”, acuerdan que sea Aniceto Brea (¿“Quingoci”
o “Ringoci”?) el que lo fabrique “del material que a
su juicio sea más sencillo, salvo la inscripción que será la acordada”.
La junta ha observado el interés de muchos socios por disponer de
una bandera “de los colores roja y gualda [sic]” para ser colocada en el
exterior de la cueva “el día de nuestra salida o darle el destino que en fechas
posteriores lo aconsejen”. Siempre complaciente, se acuerda facilitar su
“construcción”, habilitando la Presidencia para dicho fin “cuantos medios crea
necesario” provenientes de los fondos de la Sociedad.
El acta finaliza en la página 56, y es la más larga de las que se
llegaron a escribir. La reunión había durado dos horas.
La siguiente reunión tiene lugar el 21 de junio, a las ocho de la
tarde. El acta, esta vez muy breve, ocupa casi toda la página 56. Se limita a
informar del ingreso en la cueva, la víspera, de Francisco Herrero Ramia, “Calderero o Calderón”, el cual, “ante la
persecución de que ha sido objeto por parte de los de la C.N.T. de su pueblo,
se ha visto en la necesidad de acogerse en este domicilio.”
Francisco Herrero Ramia provenía de
Cuevas de Cañart, localidad próxima a Ladruñán que
había sido colectivizada. Su hermano Manuel, alias “Balija”,
era el cartero de Cuevas, de Ladruñán, de Santolea, de Dos Torres de Mercader y
de algunos barrios y masías de la zona. Y uno de quienes suministraban
alimentos a los refugiados de Cambriles. En el listado de Socios colaboradores,
a Francisco se le atribuye el oficio de “comerciante” y la edad de 44 años. Su
fecha de ingreso en Cambriles, en dicho listado, es la de 23 de junio, dos días
más tarde de la indicada en el Acta. Los hermanos Herrero Ramia
aparecen citados en las “Cuentas de los Socios”, sin más anotación que la de su
nombre. En el acta, en cambio, se dice que Francisco quedará inscrito “en el
registro correspondiente bajo el número diecisiete”. No conocemos el documento
a que se hace referencia.
La vida debía de discurrir en Cambriles, durante ese verano de
1937, con bastante calma, como lo prueba el hecho de que ya no se llegara a
reunir la junta en nueva sesión ordinaria: las cuatro actas restantes
corresponden a tres reuniones extraordinarias y a una asamblea general.
La primera de esas tres reuniones extraordinarias corresponde al
día 19 de julio de 1937, cuando hace un año que ha estallado la guerra,
efemérides de la que dicha acta no se hace eco. Los tres miembros de la junta
comienzan a debatir a las siete de la tarde. El motivo es similar al que motivó
la reunión del mes anterior: el ingreso de unos nuevos socios, esta vez a
propuesta del socio fundador Antonio Azcón Buñuel, alias “Su Alteza”. Tres son
los nombres propuestos, todos provenientes de Mas de las Matas: Julio Blasco
Sancho, Luis Royo Azcón y, por último, José Cortés Virgos (en la lista de
Socios colaboradores, aparece Bonet como su segundo apellido), futuro alcalde
de Mas y, según el cura Conesa, uno de los que pagó
la figura de la Virgen que compraron en Zaragoza. Los dos primeros son
labradores y el tercero comerciante. Sus nombres de guerra respectivos
contienen enormes dosis expresivas, que excluyen por sí mismas cualquier
comentario: “Cabrera”, “Viriato” y “Pelayo”.
Los tres, desde agosto de 1936, “se hallan ocultos en sus
respectivos domicilios, ya que fueron perseguidos por la Investigación del
referido pueblo, evitando con ello su fusilamiento, como sucedió con otros
compañeros.” La Junta, no obstante, parece haber tomado algún género de
precauciones: “En vista de cuantos informes ha podido adquirir para comprobar
cuanto ha manifestado el proponente Sr. Azcón, acuerda por unanimidad sean
admitidos en esta Sociedad en concepto de socios.”
Los “grupos de investigación” de las columnas anarquistas
catalanas, o formados por habitantes de los propios pueblos donde se llevaba a
cabo, funcionaron con intensidad desde el comienzo de la guerra hasta noviembre
de 1936 (en octubre se había constituido el Consejo de Aragón, y en enero del
37 lo hará el Tribunal Popular, con sede en Caspe). Poco a poco, no sin dificultades,
como analiza José Luis Ledesma Vera en su libro Los días de llamas de la
revolución, el nuevo poder, aún controlado por la CNT fue haciendo
desaparecer los temidos “coches de la muerte”, y los grupos mencionados, por
organismos “centralizados y dependientes del Consejo”.
Ingresan en Cambriles el 25 de julio de 1937. Como ya dije
anteriormente, sus nombres fueron añadidos a la lista de asistentes a la
reunión fundacional de la sociedad secreta, un gesto que no se tuvo en otros
casos. El acta ocupa la página 57 del cuaderno.
La página 58 está ocupada por la reunión extraordinaria que tuvo
lugar, a las ocho de la tarde, el 13 de agosto de 1937. El joven Aurelio Folch Carbó, alias “Fulvor”, que
cuenta veinte años, cuatro menos que su hermano Domingo, labrador como él,
ingresa en la cueva por “no estar conforme en prestar sus servicios militares
en la España roja, debido a su posición rotunda de luchar en contra de los
nacionalistas a cuyo partido es afecto, a pesar de tener su residencia en territorio
opuesto [Ladruñán].” El compañero Aurelio, como se le llama en el acta, no
necesita de informes especiales, pues “ha contribuido en gran manera hasta la
fecha a la provisión de víveres, y ello motivó que figurase ya inscrito en esta
Sociedad como socio [fundador] desde la fecha de la constitución.”
Recordemos también que el padre de los Folch
Carbó, Isidoro Folch Castel,
alias “Farol”, era también proveedor de Cambriles y socio fundador de la
Sociedad.
“Esta Junta hace constar en acta su satisfacción por lo
actualmente realizado por nuestro compañero de no presentarse a filas, en el
día de hoy, quedando como es su deseo el autorizar quede internado en el
domicilio social, para evitar su captura que seguramente se llevaría a efecto
si residiese dentro del territorio rojo”, concluyen los tres dirigentes.
La última acta extraordinaria corresponde al día 17 de septiembre
de 1937 y ocupa la página 59 y la mitad de la página 60 del cuaderno. La
reunión tiene lugar a las once de la noche. Una hora antes, se ha presentado en
la cueva Victoriano Barberán Carceller, alias
“Torcuato”, un labrador de Ladruñán que cuenta 28 años. Perteneciente al
reemplazo del 30, Victoriano ha decidido desertar. El acta cuenta con cierto
detalle los avatares de su decisión: “Se presentó a la Caja de Reclutas de
Alcañiz, hoy, haciéndose su anotación correspondiente, acordándole diez pesetas
en concepto de plus, y quedar enterado por los jefes de que podía ir a cuando [sic]
lo creyese conveniente, hasta las diez del día diez y ocho del actual, hora en
que forzosamente había de quedarse en el Cuartel. Una vez Torcuato en el
exterior del edificio de la Caja, pensó que todavía podía excusarse de
presentarse al día siguiente: evitándose de sostener la lucha en contra de los
españoles nacionalistas, empleando el procedimiento de refugiarse en Cambriles,
todo lo cual lo realizó evadiéndose de Alcañiz, seguidamente trasladándose a
este domicilio, en donde quizá no pueda ser capturado por las milicias rojas.”
La Junta tiene en cuenta, a la hora de admitirlo, los
“antecedentes derechistas del interesado”, y la presentación, por su parte, del
“recibo de ingreso” en la Caja de Reclutas de Alcañiz.
Los primeros
refugiados
Sin duda es hora de hacer recuento del número de integrantes de
Cambriles en la fecha en que, en Asamblea general, el dieciocho de septiembre
de 1937, a las once de la noche, deciden abandonar la cueva y pasar a la zona
nacional sirviéndose de los enlaces que han logrado establecer sus
colaboradores en el exterior.
He intentado reconstruir la lista de los mismos a partir de los
datos contenidos en el libro de actas, completando sus nombres con los escasos
datos que me ha sido posible reunir a partir de los informantes.
Refugiados presentes el 20 de abril de 1937, día en que se
constituyó la sociedad secreta La Caverna (las fechas consignadas corresponden
al ingreso en Cambriles):
24 de noviembre de 1936:
·Pascual Navarro
Guillén, alias “Xandaró”. 27 años. Labrador de
Alcorisa. Socio colaborador.
·José Navarro
Guillén, alias “Sanguiels”. 23 años. Hermano del
anterior y labrador en Alcorisa como él. Socio colaborador.
Los hermanos
Navarro eran sobrinos de Sebastián Gil Félez, por
parte de su mujer, que provenía de Alcorisa. Sebastián era socio colaborador,
labrador residente en Santolea, y suegro de Fernando Bel Conchello,
veterinario de esta misma localidad. El padre de los hermanos Navarro había
muerto de un infarto al ser detenido en Alcorisa junto con sus hijos.
Impresionados por el desenlace del arresto, sus captores los dejaron en
libertad. Los dos hermanos se fueron hasta Santolea buscando el auxilio de su
tío, quien los puso en contacto con Domingo Folch.
Antes de entrar en la cueva, vivieron escondidos en un masico
de la partida del Planazo, entre Santolea y La Algecira.
Domingo les proporcionó suministros hasta que él mismo buscó refugio en la
caverna.
7 de diciembre de 1936:
·Domingo Folch Carbó, alias “Zúñiga”. 24 años: Labrador de Ladruñán,
de la masía llamada El Higueral. Fue quien descubrió la cueva de Cambriles en
una fecha difícil de determinar. Socio fundador.
16 de enero de 1937:
·José Gracia Monforte, alias “Perdigón”. 48 años. Labrador de Dos Torres
de Mercader. Socio colaborador (en el acta de constitución figura con el nombre
de Manuel). Posteriormente sería asesinado por la guerrilla, “a golpes de
azuela” en la cabeza. Esta ejecución estuvo relacionada con la presunta
complicidad de la familia Gracia en el incendio de la masía de Castellote
conocida como Val de la Bona, de la que provenía el guerrillero Francisco
Serrano Iranzo, alias “Francisco” o “Rubio”,
compañero de andanzas de “la Pastora”.
·José María
Gracia Guillén, alias “Chispita”. 19 años. Hijo del anterior. También labrador.
Socio colaborador.
·Manuel López
Aguilar, alias “Crispín”. 20 años. Estudiante de magisterio. Proveniente de Estercuel, aunque residente en Dos Torres. Después de la
guerra fue maestro en este mismo pueblo. Socio colaborador.
28 de enero de 1937:
·Vidal Royo Iranzo, alias “Safari”. 32 años. Contramaestre. Proveniente
de las fábricas de lana de Villarluengo. Residente en
Ladruñán, en una casa de la Plaza, junto a la Iglesia. Es probable que
trabajara en las hilaturas de la Ponseca, de este
pueblo, donde, antes de la guerra, se fabricaban mantas. Marchó a Barcelona al
finalizar el conflicto. Socio fundador.
31 de enero de 1937:
·Aniceto Brea
Royo, alias “Quingoci” o “Ringoci”.
45 años. Habilitado como secretario del ayuntamiento de Ladruñán. Había estado
en Cuba, aunque, según algunas voces, “no le aprovechó demasiado el dinero que
allí ganó”. Emparentado con Vidal Royo Iranzo
(¿primos?) y, según un hijo de Domingo Folch Carbó,
mecánico en Mas de las Matas, “abuelo de un primo” suyo. Socio fundador.
28 de febrero de 1937:
·Fidel Ayora
Carceller, alias “Palomita”. 21 años: Labrador de Tronchón. Después de la
guerra se enfrentó, con éxito, a un ataque que la guerrilla perpetró contra su
masía. Socio colaborador.
29 de marzo de 1937:
·Manuel Vallés
Perales, alias “Heraclio”. 28 años. Labrador de Mirambel.
Socio colaborador.
31 de marzo de 1937:
·Manuel Vallés Dalmau, alias “Fournier”. 64 años. Labrador de Mirambel, padre del anterior. Socio colaborador.
3 de abril de 1937:
·Luis Bel Conchello, alias “Éter”. 22 años. Estudiante de Medicina.
De Fórnoles. Después de la guerra fue médico en El Forcall. Socio colaborador.
·José Bel Conchello, alias “Lamparillas”. 20 años. Panadero de Fórnoles. Socio colaborador.
·Manuel Bel Conchello, alias “Quintín”. 26 años. Labrador de Fórnoles. Socio colaborador.
·Fernando Bel Conchello, alias “Cascabel”. 24 años. Veterinario de
Santolea, proveniente de Fórnoles. Acabada la guerra
siguió ejerciendo como veterinario en alguna otra localidad turolense, como
Santa Eulalia. Socio fundador.
12 de abril de 1937:
·Isaac Repullés Repullés, alias
“Bolita”. 37 años. De Mirambel. Secretario de
ayuntamiento. Socio colaborador.
No figura fecha de ingreso:
·Luis Aguilar Capapé, alias “Candelas”. Secretario del ayuntamiento de
Dos Torres de Mercader, y practicante. Según algunos testimonios, fue el
encargado de redactar el reglamento de la sociedad, e incluso las actas de las
reuniones, es de suponer que al dictado del secretario de la misma, José
Navarro Guillén. Había sido seminarista en el Convento del Olivar. En opinión
de Domingo Folch Carbó, “era más listo que el
hambre”. Socio fundador.
·Teodoro Monforte Aguilar, alias “Clavel”. Carpintero de Dos Torres
de Mercader. Emparentado con el anterior y con Manuel Gracia Monforte. Socio fundador.
·Adolfo Torres Vinaja, alias “Caralampio”.
Médico de Santolea. Socio fundador. Según algunos testimonios recogidos, Adolfo
Torres tan sólo subía a la cueva si había algún socio enfermo. Ese grado de
colaboración hizo que fuera incluido en la lista de asistentes a la asamblea de
constitución de la sociedad secreta La Caverna. Torres Vinaja
poseía el único coche de Santolea.
En fechas posteriores, los ingresos fueron los siguientes:
23 de junio de 1937:
·Francisco
Herrero Ramia, alias “Calderón o Calderero”. 44 años.
Comerciante de Cuevas de Cañart. Socio colaborador.
25 de julio de 1937:
·Julio Blasco
Sancho, alias “Cabrera”. 31 años. Labrador de Mas de las Matas. Socio
colaborador.
·José Cortés
Virgos, alias “Pelayo”. 29 años. Comerciante y futuro alcalde de Mas de las
Matas. Socio colaborador.
·Luis Royo Azcón, alias “Viriato”. 24 años. Labrador de Mas de las Matas y cuñado de
José Cortés Virgós. Socio colaborador. Tenía un
hermano médico que militaba en Falange Española. Según algún entrevistado,
podía ser por ello uno de los elementos más politizados de Cambriles. Su
hermana Felisa Royo era la esposa de José Cortés Virgos. Fue muy comentado su
embarazo mientras su marido se hallaba oficialmente movilizado lejos de Mas de
las Matas. En realidad se escondía en su propio domicilio o en algún lugar cercano
esperando poder ingresar en Cambriles.
13 de agosto de 1937:
·Aurelio Folch Carbó, alias “Fulvor”. 20
años. Labrador de Ladruñán. Hermano de Domingo Folch
Carbó. Acabada la guerra, fue policía. Reside actualmente en Castellón. Socio
fundador.
17 de septiembre de 1937:
·Victoriano Barberán Carceller, alias “Torcuato”. 28 años. Labrador de
Ladruñán. Yerno de Aniceto Brea. Socio fundador.
Así pues, eran (sin tener en cuenta al médico de Santolea, Adolfo
Torres) 24 los refugiados presentes en Cambriles en el momento en que toman la
decisión de abandonar la cueva, el 18 de septiembre de 1937. Los más antiguos
llevaban en ella casi diez meses. El más reciente, un día. El “Himno a la Cueba” habla de 22 escondidos, y ésta es también la cifra
que proporcionaron a la prensa zaragozana. Cabe la posibilidad, pues, de que
dos de ellos no estuvieran ya en la cueva aquel 18 de septiembre, o que nunca
llegaran a personarse en ella. ¿Quiénes?
Socios y
colaboradores
Pero hay más nombres en las listas de la sociedad secreta La
Caverna, aunque no llegaran a ingresar en la cueva. Comenzaré por los incluidos
en la lista de “socios fundadores”.
Entre ellos, figura en primer lugar Isidoro Folch
Castel, padre de Domingo y de Aurelio. Su nombre de
guerra era “Farol”, y quizá no le resultara inapropiado a juzgar por la
tenacidad y el arrojo que debía de poseer, y de la que ya he dado al menos un
ejemplo al mencionar su manera de resolver el descubrimiento de la cueva por
parte de un pastor. Contaba 48 años en 1937 y era, como sus hijos, labrador.
Proporcionaba suministros a los topos de Cambriles.
En la misma lista de “socios fundadores” figura Feliciano Barberán Carceller, hermano de Victoriano, el último
ingresado antes de la gran evasión. Su alias, “Sandalio”; contaba 21 años y era
labrador, como su hermano, en Ladruñán.
El tercero de esta lista es Sebastián Gil Félez,
alias “Montgonfiel”, labrador de 41 años, proveniente
de Santolea, y suegro de Fernando Bel Conchello. Sin
duda se interesó por contribuir a la buena suerte de su yerno veterinario, y de
sus hermanos, todos ellos fugitivos de la República.
El cuarto y último es Antonio Azcón Buñuel, alias “Su alteza”,
labrador rico. Fue quien propuso la entrada en la cueva de tres nuevos “socios
colaboradores” (“Cabrera”, “Pelayo” y “Viriato”), tal
como figura en el acta extraordinaria correspondiente al día 19 de julio de
1937. Probablemente estaba emparentado con Luis Royo Azcón, “Viriato”.
Si nos detenemos en la lista de “socios colaboradores”, los
nombres a tener en cuenta son más numerosos (los anoto en el orden en que
aparecen en el libro de actas):
·Juan Aznar Aznar, alias “Jota”. 41
años. Labrador de Ladruñán. Hermano de Pascual Aznar Aznar.
·José Aguilar Portolés, alias “Quijote”.
27 años. Labrador. Probablemente emparentado con Manuel López Aguilar y Teodoro
Monforte Aguilar, de Dos Torres de Mercader.
·Aurelio Sancho Margelí, alias
“Merengue”. Confitero. Probablemente emparentado con Julio Blasco Sancho, de
Mas de las Matas.
·José Abril Abril, alias “Trifinus”. También conocido como “el Montero de Cuevas”.
Guarda forestal de la zona.
·Pascual Aznar Aznar, alias
“Cascarillas”. Labrador. Padre de nuestro informante Ramón Aznar Martí. Vivía
en la masía El Topo, de Ladruñán. Suministraba alimentos (pan, entre otras
cosas) a Cambriles, y sevía de enlace de los fugados
hasta La Cañadilla.
·Joaquín Jarque Castel, alias “Nuez”. 44
años. Labrador.
·Vicente Salesa Salesa, alias “Tedas”.
Labrador de Cuevas de Cañart. Proveniente de la que
en ese pueblo se conocía como Casa Grande, un edificio situado en su Plaza
Mayor que hoy ha sido transformado en el apart-hotel
y restaurante Don Iñigo de Aragón por obra de Francisco Herrero, hijo de Manuel
Herrero Ramia, alias “Balija”,
cartero y colaborador de Cambriles, y sobrino de Francisco Herrero Ramia, alias “Calderón” o “Calderero”, que ingresó en la
cueva el 23 de junio de 1937, como ya he relatado.
·Manuel Herrero Ramia, alias “Balija”, que acabo de mencionar.
·Manuel Aznar Buj, alias “Colom”.
Labrador. Probablemente emparentado con los Aznar Aznar
de Ladruñán.
·Enrique Clemente Pascual, alias “Cienfuegos”. Labrador.
39 son pues los nombres que llena el llamado “Libro registro de
Socios”, que se extiende entre las páginas 175 y 179 del libro de actas. Las
páginas 180 y 181 aparecen encabezadas por un título enigmático: “Socios de
número”. Tanto más enigmático cuanto que no aparece ningún nombre inscrito. Los
apartados son los mismos que en las listas anteriores: “Nombre y apellidos”,
“Pseudónimo”, “Edad”, “Profesión”, “Fecha de ingreso en la sociedad”, “Fecha de
ingreso en Cambriles”, “Fecha de la baja”, “Causas que motivan la baja” y
“Observaciones”. Tanto en el caso de la lista de “Socios fundadores” como en la
de “Socios colaboradores”, los únicos que aparecen cumplimentados –con las
lagunas que han quedado reflejadas- son los correspondientes a “Nombre y
apellidos”, “Pseudónimo”, “Edad”, “Profesión” y “Fecha de ingreso en
Cambriles”.
Socios de número: la idea es suficiente. La Caverna debía de ser
una asociación fuertemente jerarquizada. El número es el escalafón más bajo en
el soldado, en la guardia civil, y, por qué no recordarlo, hasta en el Opus
Dei, aunque no reciba ese nombre. Clase de tropa. No tuvieron tiempo de
desarrollar esa categoría. ¿Qué tipo de hombres respondían a ella en la mente
de los creadores de Cambriles?
Hombres. En Cambriles sólo hay hombres. Ni siquiera figura la
mujer de Fidel Ayora como “socia colaboradora”, a pesar de que, si damos
crédito al cura Conesa, ejerció labores de apoyo y de
suministro, con harto sacrificio por su parte, y hasta con riesgo de su propia
vida. No merecía ese trato. Cabe otra pregunta: ¿formaban parte las mujeres de
esas visitas festivas obsequiadas con churros por parte de los encerrados?
Las mujeres fueron en muchas ocasiones espectadoras de la
represión que se ejerció en ambos bandos durante nuestra guerra civil. Los
hombres mataban, los hombres morían. Ellas veían morir a sus maridos, a sus
hijos o a sus padres como contemplaban las llamas en las que ardían los
símbolos religiosos arrebatados a las iglesias, o los templos mismos: en
silencio. Proseguían, en lo más hondo de los hogares teñidos de lágrimas, la
dura labor cotidiana, los trabajos que mantenían en pie a las familias. Y
muchos de los casos en los que sufrieron de manera directa la represión, lo fue
no tanto por sí mismas, por sus supuestos delitos o por sus posicionamientos
políticos, cuanto por los que se atribuían a sus padres, a sus maridos o a sus
hermanos, que permanecían escondidos, huidos, o alistados en el bando enemigo.
En cuanto al perfil profesional de los integrantes de Cambriles,
en nada difiere de los estudiados por José Luis Ledesma en el libro ya
mencionado, aun cuando su investigación abarque las comarcas de la retaguardia
republicana de Zaragoza. Trece de los veinticinco hombres declaran ser
labradores. Este término sirve para clasificar tanto a pequeños propietarios de
la tierra como a jornaleros. A pequeños propietarios que necesitaran alquilarse
como jornaleros de vez en cuando, o a jornaleros que poseyeran cuatro palmos de
tierra. Las personas con las que hemos hablado se muestran de acuerdo en decir
que en Cambriles no había ningún propietario verdaderamente rico. Se les
perseguía no sólo en tanto que representantes de una clase social elevada, sino
por ser, simplemente, de derechas, o por haber apoyado el levantamiento militar
del 18 de julio en sus pueblos. En cuanto a los jornaleros con poca tierra o
sin ella, eran víctimas de la ancestral fidelidad al amo que les daba
protección o trabajo, aunque a cambio les obligara a votar a los partidos de
derecha o a asistir a misa los domingos y fiestas de guardar.
El segundo grupo profesional lo formaban los comerciantes (sin
duda, tenderos), un panadero, un carpintero o un contramaestre. Caldo de cultivo
también de la derecha, gente temerosa de la revolución que, tendían a pensar,
podía privarles de su estatus de clase media o clase media baja en el medio
rural. Algunas profesiones liberales: médico o veterinario; y estudiantes,
futuros integrantes de ese medio. Sin olvidar tres secretarios de ayuntamiento,
un cargo ligado al poder institucional. En todos los casos, elementos
profesionales que podían tener una influencia decisiva sobre el estamento
campesino más pobre en lo que se refiere a favores, ayudas, préstamos o
servicios de cualquier orden, también del político.
Del mismo modo que se fusilaba por familias, los huidos responden
a lazos de parentesco que no dejan de estremecer dado el alcance trágico que
revestía para muchos hogares. Hallamos en Cambriles hermanos, padres e hijos,
suegro y yerno, y hasta primos hermanos.
En cuanto a los pueblos de procedencia, el mayor número (cinco en
cada caso), están ligados a Ladruñán,
Dos Torres de Mercader y Santolea. En el caso de este último pueblo, no obstante,
incluimos a los cuatro hermanos Bel Conchello, aunque
el único residente en el lugar era Fernando, el veterinario. Luis, José y
Manuel habían venido desde Fórnoles buscando su
ayuda. A propósito de los parentescos a los que he aludido, hay que anotar que
se prolongan incluso después de acabado el conflicto. En efecto, Luis,
convertido en médico, se casó con una hija de José Cortés Virgos, futuro
alcalde de Mas de las Matas. Es decir, tres localidades muy cercanas, que
circundan Cambriles. Siguen en número los procedentes de Mas de las Matas y de Mirambel (tres, respectivamente); dos de Alcorisa; uno de
Tronchón y otro de Cuevas de Cañart.
Voy ahora a las páginas 101 a 126 del libro de actas. En la
primera de ellas, encontramos el título “Cuentas de los socios”. Las
veinticinco páginas restantes están encabezadas por el nombre de alguno de
ellos; en ciertos casos, el nombre se acompaña de una fecha; en unos pocos,
nombre, o nombre y fecha, se acompaña de cifras. Vamos por partes.
Nombres que aparecen sin ninguna otra anotación: José Gracia Monforte, Sebastián Gil Félez,
Antonio Azcón Buñuel, Luis Aguilar Capapé, Teodoro Monforte Aguilar, Aurelio Sancho Margelí,
Joaquín Jarque Castel,
Vicente Salesa Salesa, Manuel Herrero Ramia y Manuel Aznar Buj. De
todos ellos, sólo José Gracia Monforte, Luis Aguilar Capapé y Teodoro Monforte Aguilar
llegaron a ingresar en Cambriles.
Leemos, sólo con indicación de fecha, los siguientes:
·Isidoro Folch Castel,
16 de abril.
·Manuel López Aguilar, 16 de abril.
·Vidal Royo Iranzo, 16 de abril.
·Aniceto Brea Royo, 16 de abril.
·Manuel
Vallés Dalmau, 16 de abril.
·Francisco
Herrero Ramia, 25 de junio.
No
es fácil adivinar qué indica la fecha, sobre todo porque no va acompañada de la
correspondiente al año. ¿Al pago de cierta aportación económica necesaria para
atender a las exigencias de la empresa? Conviene observar también que, excepto
en el caso del primero, todos los demás llegaron a residir en la cueva.
Contamos con algunos casos más
interesantes.
·Pascual
Navarro y hermano. “16 de abril: Entregadas en metálico con anterioridad a esta
fecha. Haber: 50,-.”
·Fidel
Ayora Carceller. “24 abril: Entregado en metálico, para compra general. Haber:
239,-. 30 julio: Entregado a cuenta para aceite a Torcuato. Haber: 50,-. 21
septiembre: Entregado a cuenta para Colom. Haber: 75,-.” “Torcuato” es el alias
de Victoriano Barberán Carceller, colaborador que
ingresó en Cambriles apenas unos días antes de que se establecieran de forma
definitiva los contactos que permitieron la huida. “Colom” no es otro que
Manuel Aznar Buj, un proveedor que no llegó a
ingresar en la cueva.
·Fernando
Bel y hermanos. “16 abril: Por varios géneros y en metálico. Haber: 172,60.”
·Isaac
Repullés Repullés. “16
abril: Entregado en metálico. Haber: 86,20.”
·Victoriano
Barberán Carceller. “30 julio. Recibidas a cuenta.
Debe: 50,-.”
·Adolfo
Torres Vinaja. “25 junio. Recibidas en metálico para
comprar géneros y procedente de Fidel Ayora. Debe: 200,-.”
·Pascual
Aznar Aznar. “25 junio. Tiene a cuenta en metálico.
Debe: 20,-. Por tres pares alpargatas a 4,50. Haber: 13,50. 15 septiembre. Por
abono de 8 decalitros de vino suministrado. Debe: 50,-.”
·Enrique
Clemente Pascual. “25 julio. Entregadas con anterioridad para géneros. Debe:
10,-. 21 septiembre: Idem a cuenta de varios géneros
suministrados. Debe: 75,-.”
·José
Cortés Virgos. “15 septiembre. Ingresados por pago de géneros. Haber: 50,-.”
Aunque
la información que estos datos nos proporcionan es escasa, podemos deducir que
los refugiados en Cambriles pagaban por adelantado a los colaboradores que les
suministraban lo necesario para su subsistencia, y que las aportaciones
económicas iban encaminados a un tipo de género que la propia familia y
allegados no les podían suministrar con facilidad: alpargatas, aceite o vino,
por ejemplo. Fidel Ayora, de Tronchón, y los hermanos Bel Conchello,
de Santolea y Fórnoles, se contaban entre los que más
aportaciones económicas proporcionaban. La fecha tantas veces repetida del 16
de abril indica, sin duda, el momento de una colecta lo más amplia posible de
dinero entre todos los socios. Por último, es de destacar también el hecho de
que el médico de Santolea, Adolfo Torres Vinaja,
quien acudía cuando era requerido a atender a los enfermos de Cambriles, y que
probablemente no llegó a residir en la caverna, realizó también labores de
suministrador.
La fuga
El 18 de septiembre de 1937 se celebra la última reunión oficial
de la sociedad secreta La Caverna. Se trata de una Asamblea General. El
encuentro tiene lugar a las 23 horas y reviste carácter urgente. Según el acta
correspondiente, asistió a la misma una mayoría de socios.
Se
ha presentado la víspera, en el “domicilio social” de la Sociedad, es decir, en
la misma cueva, Feliciano Pedro Pérez, proveniente de Hinojosa de Jarque. Lo acompaña Isidoro Folch,
colaborador de Ladruñán y padre de Domingo y de Aurelio. Trae cartas de Pedro
Navarro Félez (de Santolea, sin duda pariente de
Sebastián Gil Félez), de Miguel Portolés,
conocido como “Tío Ballestero”, también de Santolea, y de Ramón Salesa Salesa, pariente a su vez del mencionado colaborador
Vicente Salesa Salesa. Los tres se encuentran ya en
la zona controlada por los nacionales, concretamente en Zaragoza, o, como dice
el acta, “en territorio fascista, a partir del movimiento de la revolución”.
Los tres requieren a los refugiados para que “vayan a su terreno, para lo cual
han establecido un enlace, del que forma parte el señor Pedro Pérez.”
Feliciano
Pedro Pérez expone a los miembros de La Caverna el plan de fuga, detallando los
puntos de enlace hasta alcanzar el frente, así como también “el número de
expediciones en que había de hacerse el traslado y fecha a empezar.”
Se acuerda que, una vez abandonada la cueva,
la Directiva dejará en suspenso sus funciones. Dichas responsabilidades “no
serán restablecidas hasta tanto no esté en poder de los Nacionalistas [sic]
este término municipal, o por el mero hecho de tenerse que volver todos los
socios a este domicilio social, si no pasaran al frente y a la vez conveniente
refugiarse de nuevo, caso que puede ser voluntario a los actuales socios.”
Se
acuerda que tres expediciones serán suficientes para evacuar a todos los
socios. Se establecen listas, que no han quedado reflejadas en el acta. No sólo
las funciones de la junta quedarán en suspenso a partir de la salida, sino
también las de la sociedad misma, insistiéndose en que así ha de ser “hasta
tanto esté ocupado el término donde se halla situada la caverna por las tropas
nacionalistas.” Una vez restablecidas las funciones de la Directiva, se
practicará la “liquidación general” de acuerdo, al parecer, con el artículo 37
del “vigente Reglamento”, que no nos ha sido dado conocer.
Asimismo
se decide que “todos cuantos documentos tenga actualmente la Sociedad serán
entregados por la Directiva al socio Isidoro Folch Castel, quien conservará en su poder bajo su más estrecha
responsabilidad; quedando prohibido el entregarlos todos o parte de ellos a
ninguna persona excepto a la Directiva en cuanto vuelva a sus funciones.”
La
asamblea termina haciendo constar en acta “la satisfacción que ha causado a
todos los socios el enlace conseguido para la evasión de referencia, por cuyo
motivo se queda o demuestra nuestra gratitud hacia cuantas personas contribuyen
a realizar tan humanitaria obra.”
Una
hora bastó a los socios para tomar la decisión de fiarse de los enlaces y
abandonar Cambriles.
Miguel
Perdiguer, pediatra ya jubilado residente en Alcañiz, originario de Santolea,
conoció a Feliciano Pedro Pérez y lo visitó en diversas ocasiones, antes de su
muerte, en una residencia de ancianos de Alcorisa. A Miguel le debo conocer el
itinerario que seguían los fugados de Cambriles hasta alcanzar el frente
fascista.
El
trayecto se hacía en tres etapas. Caminaban de noche y permanecían ocultos
durante las horas del día.
La
primera jornada comprendía el trayecto entre Cambriles y Las Ventas de la
Cañadilla. Servían de guías Pascual Aznar, de la Masía del Topo de Ladruñán, y
Sebastián Gil Félez, de Santolea.
La
segunda los llevaba hasta Hinojosa de Jarque, donde
residía Feliciano Pedro, que era albañil y contratista de profesión. Los
acompañaba el propio Feliciano o un guía de Aliaga que ejercía de
transportista. Pasaban el segundo día ocultos en un pajar propiedad de
Feliciano. Éste, al día siguiente, los conducía hasta un corral, también suyo,
situado a ocho o nueve kilómetros de Hinojosa, donde lo relevaban guías
provenientes de la zona nacional. Se trataba de cruzar la línea de batalla, que
se situaba entre Son del Puerto y Portalrubio.
Alcanzada esta localidad, se consideraban hombres libres. En Zaragoza les
esperaba el Cuartel de San Gregorio, donde eran investigados y clasificados por
los mandos franquistas.
Feliciano
Pedro, un tiempo después, se sintió vigilado. Su doble actividad, como albañil
y como enlace o espía faccioso, empezaba a levantar las sospechas de los
republicanos de Hinojosa. Decidió marchar a Zaragoza. Invitó al secretario del
ayuntamiento y a su mujer a acompañarles, pues presentía que corrían los mismos
peligros que él. La mujer se limitó a darle recuerdos para un hermano que
residía en Zaragoza, confiándole un doble secreto. Lo acompañó al corral y le
dijo:
-En
esa conejera guardo dinero; y aquí, en la faltriquera, las escrituras de la
casa y de las tierras. Díselo a mi hermano, por si algo ocurriera.
A
la entrada de los nacionales en Hinojosa, la pareja había sido ya fusilada. Se
halló el dinero en la conejera, pero hubo que desenterrar el cadáver de la
mujer para hacerse con los documentos.
En la cueva
Nos hemos detenido, para ver atardecer sobre el llano de Santolea
y el pantano, junto al Morrón que en mi infancia llamábamos Peña del Botijo.
Aunque por su forma recuerda más bien a un barral de vino. A nuestra izquierda
se extiende, lánguido, el lomo de las Carcamas. Hemos
pasado junto a Mirambel. Hemos dejado a un lado
Tronchón. Vemos, a la derecha, apoyado en una montaña gris y pelada coronada
por las ruinas del castillo templario, Castellote. De Santolea, como es sabido,
sólo quedan cuatro casas en ruina, una ermita y un calvario vergonzosamente
abandonados por los aranceles del progreso. Adivinamos, más allá de esos
esqueletos, Dos Torres de Mercader, Cuevas de Cañart.
Y más allá de las Carcamas, Ladruñán y las rochas
donde se abre el hueco casi invisible de Cambriles.
Contemplamos
el escenario de aquella aventura absurda (y algo quijotesca, aunque no
entendamos la libertad con el mismo sesgo que sus protagonistas). No nos cabe
duda de que sirvió para salvar un puñado indeterminado de vidas, hecho que
parece suficiente para conferirle la atención que desde hace varios meses hemos
decidido dedicarle.
Dormiremos
en Crespol, en el refugio que administran Mari y
Manolo. Mañana subiremos a Cambriles: Antonio Losantos,
que me ha acompañado en casi todas las entrevistas; Pedro Pérez Esteban, quien,
armado de su Leica, ha tratado de desentrañar la
verdad de unos rostros mientras dibuja paisajes a los que infunde esa serena
belleza cuyo misterio nos está vedado a los profanos. Pedro es un fotógrafo
relajado y meticuloso, parco en palabras, ajustado de gestos. Posee una mirada
secreta que no deja de posarse sobre todo lo que le rodea, con un movimiento
que los demás no percibimos. Viene con nosotros Antonio Ruiz, un guarda
forestal asilvestrado y culto que afronta con humor y tesón envidiables
cualquier curva de la vida.
Mari
prepara una cena sencilla hecha con cariño. Estamos a finales de agosto de
2002. Tardaré dos o tres años más en escribir estas páginas. En todos los
encuentros sucesivos con Mari no olvidará nunca preguntarme qué hago con
Cambriles. Ella sola bastaría para justificar este acto de escritura.
Manolo
nos lleva en su coche al pie de la empinada pendiente que sube hasta la base
rocosa de Cambriles. Salimos de los pinos y trepamos describiendo pequeños
zigzagues entre tomillos y aliagas. Alcanzamos, sudorosos, la base de la roca.
La pequeña boca de Cambriles debe de estar a unos doce o trece metros de
altura. Hay que escalar por la piedra rojiza y gris, recta y rugosa. Hay
suficientes salientes para ir colocando manos y pies. Manolo sube sin ninguna
protección, con las cuerdas y los arneses al hombro. Nosotros lo haremos
también por nuestros propios medios, pero atados y sujetos a un saliente de la
roca. Manolo nos irá indicando por donde orientar nuestra escalada, cómo
avanzar metro a metro hasta las fauces de Cambriles. Antonio Ruiz es el único
que ha vivido experiencias similares. Subimos también el equipo fotográfico de
Pedro.
La
boca de Cambriles es un rectángulo casi perfecto, situado a la derecha de un
abrigo poco profundo de dimensiones más grandes. Entre los dos, se abre un
tercer hueco más pequeño. Desde el Guadalope, o desde La Algecira,
parece que la cueva ha de ser el abrigo más grande.
La
boca tiene la suficiente altura como para permanecer de pie en ella. En su
fondo, a unos dos metros del exterior, se abre la verdadera entrada de
Cambriles, una hendidura baja por la que hay que deslizarse a gatas. Antes de
atravesarla nos asomamos al vacío. Divisamos a los lejos el Morrón o Botijo, la
cola del pantano de Santolea, las ruinas del pueblo que asoló, en la década de
los sesenta, la penúltima recrecida de la presa, la fila rocosa de las Carcamas. Más cerca, a la izquierda, La Algecira,
la loma de Santa Bárbara, las primeras casas de Ladruñán. Frente a nuestros
ojos, las lomas pardas y ocres nos tapan Bordón. A la derecha, el barrio del
Latonar. Adivinamos la serpiente honda del Guadalope que dibuja su curso tras
franquear el estrecho de la Hoz Baja. Es mucho lo que se otea desde Cambriles,
pero también hay numerosos puntos desde los que la cueva puede ser avistada.
Cambriles
vive en una oscuridad absoluta. Encendemos las linternas y las luces frontales.
El lugar no puede ser más tenebroso, húmedo y frío. Nada más penetrar en su
interior, al instante ya deseamos abandonarlo y volver a la luz.
¿Aquí
vivieron unas cuantas docenas de hombres durante meses, algunos casi un año
entero?
La
cueva es laberíntica y angosta. Me produce un agobio asfixiante. Me quedo
paralizado. No salgo de mi sorpresa, de mi perplejidad: no hay un solo corredor
por el que se pueda caminar con despreocupación. Se hace preciso subir y bajar
sin respiro por piedras resbaladizas e irregulares, a través de pasillos
estrechos por donde no puede deslizarse más de una persona. En la parte central
de la cueva, se conservan visibles restos de los entarimados que, suspendidos
sobre el vacío, servían de lecho a los refugiados de la caverna. De ellos, en
realidad, no quedan más que algunos troncos maltrechos que apenas sirven para
hacerse una idea de lo que debía de suponer permanecer, en la práctica, muchas
horas al día casi flotando en el aire, siempre al lado de uno o de varios
compañeros de prisión.
Digo
prisión, pues es la palabra que, de inmediato, me viene a la cabeza y que mejor
resume la idea que me hago de la vida, durante meses, en semejante lugar.
Esto
es, acaso, Cambriles. Un encarcelamiento voluntario. Estos hombres fueron
topos; huían del riesgo, quizá de la muerte, rechazaban una aventura al aire
libre, junto a sus enemigos o a sus correligionarios, salvar el pellejo.
Preferían vivir como alimañas todo el tiempo que fuera necesario, antes que
poner en riesgo sus vidas. Pero, ¿no era un precio muy alto?
Manolo
alumbra con su linterna un pequeño hueco en la roca, a un metro de la
superficie sobre la que ahora asentamos nuestros pies, en una de las pequeñas
simas sobre la que se instalaban los pisos de madera que servían de camas. En
la oquedad, un par de alpargatas o de albarcas, apenas se distingue su forma
precisa, que sin duda alguno de los refugiados dejó olvidadas, y que quienes
han visitado posteriormente la cueva no se han atrevido a llevarse.
No
cabe negar que trataron de dignificar cuanto pudieron aquella reclusión: darle
una apariencia de organización y de normalidad. Subiendo hacia la parte derecha
de la cueva, hallamos, en primer lugar, la piedra plana que, situada a media
altura, servía de hogar donde encender el fuego y cocinar. Como una moderna
barbacoa. Un poco más adelante, el aljibe, en buen estado de conservación. De
obra, lavado de yeso, bien enjalbegado, formando un semicírculo en torno a un
ángulo de la roca. A su lado, uno de los rótulos que, siempre con letras
mayúsculas y rojas, señalan las diferentes dependencias de la caverna: la
BODEGA (una repisa natural que se abre en la piedra) o el Dpto. DE HIGIENE. En
efecto, junto al aljibe, en el suelo, se abre la diminuta sima que servía de
letrina. Todavía se conserva una parte del marco de madera de la cubierta que
tapaba el aljibe. Encima del mismo, escrito con la misma pintura, leemos
LAVABO. Frente al aljibe, muy borroso, puede leerse una inscripción que reza
así: Nº 100. No sabemos el significado que encierra. En la parte central de la
cueva debía de extenderse el piso superior de madera que, partiendo de la
cocina, profundizaba en la caverna formando un amplio “salón”. No cuesta
imaginar a los refugiados sentados en círculo, charlando o comiendo.
Volvemos
atrás, y descendemos hacia la zona izquierda. Cruzamos el ENTRESUELO, que nos
conduce hasta la AUDITORÍA, acompañada de un no menos misterioso Nº 1, y, a su
lado, la B.TCA, que hace pensar en biblioteca o en botica. Nos
inclinamos por esta última opción. Nos preguntamos también para qué debía de
servir la auditoría. ¿Se reunía allí la junta? ¿Recibían en ese rincón las
quejas o las sugerencias de los miembros de la sociedad? ¿O era donde se
efectuaban las recriminaciones y las llamadas al orden? ¿Un lugar donde guardar
documentos? En la entrada de la auditoría descubrimos pequeños restos de hormigón
pegados a la roca, que pudieron sustentar algún tipo de puerta o de reja. Es
posible que los tres cargos de La Sociedad se reunieran allí a puerta cerrada
para discutir decisiones o elaborar las órdenes diarias. En uno de los lados,
un pequeño orificio, por el que apenas puede pasar un hombre, conduce a una
cámara no muy espaciosa, de techo elevado, que semeja un zulo natural abierto
en la roca. ¿Era la cárcel que los topos de Cambriles reservaban a los incautos
que tuvieran la desgracia de descubrirlos; cárcel que, en palabras, de Ramón
Aznar Martí, nunca llegaron a utilizar?
La DESPENSA, frente a la supuesta cárcel, es de boca también
pequeña.
No
sé cuánto tiempo pasamos en el interior de Cambriles, pues nos retiene la
sorpresa y el deseo de explorar cada hueco. Más de dos horas. No hay, en
apariencia, ninguna otra salida al exterior, aunque suponemos que, por las
rocas altas, se tiene que abrir algún pequeño respiradero natural. Tampoco
descartamos que algunas de las simas se hayan visto taponadas desde la época de
la guerra civil. En cualquier caso, no nos cabe la menor duda: en el verano de
1937, semanas antes de la salida por turnos de los inquilinos de Cambriles, el
hacinamiento en la oscuridad (habría que economizar el carburo), la ociosidad forzada,
la larga espera, debían de ser las notas predominantes en la vida cotidiana de
la sociedad. No nos extraña ahora el sistema de organización jerárquica que los
miembros decidieron imponerse a sí mismos. Lo más parecido a un régimen
militarizado, cuando no carcelario.
Era
el precio que tuvieron que pagar a cambio de la supervivencia. Al menos así lo
creían.
Abandonamos
la cueva practicando un sucedáneo de rapel, es decir, bien sujetos por las
cuerdas, los arneses y los cerrajes que dispone y controla Manolo. Aquellos
hombres se ayudaban de una simple soga.
Antes,
desde la boca, contemplamos por última vez el paisaje: los tejados de La Algecira, las Carcamas, el
pantano de Santolea, por un lado; el Latonar y la cuenca alta del Guadalope,
hacia el Puente Natural y la Hoz Baja, por el otro. Grandiosidad natural.
Miseria humana.
Pedro
Pérez Esteban y yo subiremos a Cambriles en otras dos ocasiones, en 2004 y en
2005, siempre ayudados por el mismo guía. En la tercera visita nos acompañarán
José Luis Ledesma y Jesús Cirac. Y nuestras
compañeras. Cambriles recibe así unas presencias femeninas que le fueron
vedadas durante la guerra civil. En cada ocasión, descubrimos un nuevo detalle,
el Nº 100, o las señales de hormigón que quizá delatan el límite jerárquico que
establecieron Vidal Royo, Domingo Folch y José
Navarro. No nos cuesta imaginar a Aniceto Brea o a Fidel Ayora pendientes de lo
que los tres cargos electos deliberaban agazapados en su receptáculo. La
imaginación se dispara: tensiones internas, rencillas, diferencias de criterio,
paces y claudicaciones. Presión sexual. Hoy la cueva parece un reducto mucho
menos habitable que el que sin duda acondicionaron aquellos hombres: faltan los
camastros, el aljibe lleno de agua, un fogón siempre dispuesto, incluso algunas
cortinas delante de la letrina... Sí, la fantasía busca, en cada recoveco, un
indicio de humanidad con los nervios a flor de piel. Y nos preguntamos: ¿No fue
excesivo el empeño? ¿No les bastó, como a otros topos, con enterrarse vivos en
sus propios hogares? ¿Por qué se constituyeron en Sociedad Secreta? ¿Para qué
tanta “mise en scène”? ¿Jugaban a héroes inspirados por un grupo de
falangistas? Nos parece que hay algo de grandioso –como afirma el cura Conesa- en el empeño de Domingo Folch
y de sus seguidores, pero también un toque de tragicomedia, una impostura algo
grotesca. Cambriles no nos deja indiferentes. Nos repele y nos fascina con la
misma intensidad. Nos seducen sus enigmas.
Domingo Folch
Habla el nonagenario Domingo Folch
Carbó. Está sentado en una silla de ruedas, de la que ya no puede moverse.
Sigue transmitiendo una impresión de tesón y de fuerza que nos impresiona.
Antonio Losantos y yo le hacemos algunas preguntas,
aunque Domingo sigue su propio discurso incontinente sin hacer demasiado caso a
las mismas.
No
me he atrevido a pedirle que me deje grabar sus palabras, por lo que acciono el
mando del casete sin sacarlo del bolso de mano; le he dicho a Pedro que no le
haga fotos, pues también tengo la certeza de que eso desbarataría la
entrevista.
Su
mujer –fallecida ya cuando empiezo a esbozar estas páginas- se acurruca detrás
de él sin articular ni una sola palabra. Resulta diminuta a su lado. De vez en
cuando Domingo se gira hacia ella, como si quisiera comprobar que no se ha movido
de su sitio.
-La
cueva no parecía destinada para una bandada, que aquello fue una cosa
descabellada, sino para dos o tres amigos. Para una semana, para dos días...
¡Estuvimos siete meses!
Domingo
me coge del brazo y aprieta con fuerza su manaza huesuda.
-Usted
entró en noviembre del 36.
-¿Noviembre?
No, más tarde.
Corrijo:
fue el 7 de diciembre.
-Más
de siete meses estuvieron.
-Más.
Se fue prolongando con varias amistades, afectados por el Régimen y... fuimos
organizando, fuimos hablando... Entonces había dentro una fuente de agua, que
para cuatro o cinco personas había abastecimiento para lavarse, guisar, para el
servicio de cuatro o cinco personas, estaba dentro y no había que dar a nadie
más. Y la calefacción y el alumbrao, pues teníamos
discurrido eso.
-Explíquese.
-Con
carburo que fuimos acaparando a tiempo. Al final lo teníamos preparado todo
para diez o doce personas, al que le tocara. Simple casualidad, cosas que han
de ocurrir, uno de los señores estaba comprometido con otros, que valía más que
no lo hubiéramos conocido, tenía otro hermano en Alcorisa con dos hijos.
Sin
duda Domingo Folch se refiere a Sebastián Gil Félez, y a los sobrinos de su mujer, los hermanos Navarro
Guillén.
-Llega
un día que, matando, matando, ni más ni menos, nada más principiar la guerra,
estos chicos, fueron a por ellos a un campo, que estaban cogiendo olivas, allí
mismo enfrente, y no los encontraron, pero sí que los encontraron en otro sitio
con su padre. Al encontrarlos con su padre, ataron un hijo a cada brazo,
cogieron los tres y tira... Éstos, conociéndose el panorama... Al padre le dio
un golpe al corazón y se quedó seco. Le dicen al muchacho, que uno era sordico, puedes marcharte que tú ya tienes lo que te
mereces, y al otro que era el más joven de edad, de la quinta del 35... A monte
través, que conocían aquello de ir de fiestas a Santolea, vamos a ver el tío lo
que nos dice, que me parece que tienen una cosa preparada en el monte para tal
y para cual. Cogen y me los traen a casa una noche. Yo vivía en el Higueral.
Vamos a esconderlos.
La
memoria de este anciano es zigzagueante, y apenas se centra en lo que está
narrando. Recojo los hilos del relato como jirones de niebla densa.
-Cuando
la guerra ya estaba en su apogeo, la matanza... ya éramos muchos, más de
cincuenta los complicaos, con algunas armas, y ordenaos y preparaos para lo
que... Llegamos y decimos, bueno, vamos a llevarlos allá, y yo me cuidaré desde
aquí, contando que todo aquello podía aguantar ocho días, diez días, un mes, lo
que fuese, mecagüen la puta de oros y... la cueva se
iba complicando, más socios, mataban a un amigo aquí, a otro allá, a otro
pariente en otro sitio... Y nos fuimos organizando y éramos fuertes.
Olvida
Domingo –acaso no lo pensó nunca- que la represión republicana no produjo la
guerra. Fue la guerra –consecuencia del golpe de estado de Franco y los
militares que lo secundaron- la que produjo un vacío de poder por parte del
Estado republicano, y el funcionamiento autónomo de aquella represión.
-¿De
quién fue la idea de formar la sociedad secreta? –le pregunto.
-Con
un secretario de ayuntamiento, secretario y practicante en Dos Torres de
Mercader [Luis Aguilar Capapé], ése fue el inventor
del reglamento, uno que está aquí en el ayuntamiento de Mas de las Matas,
porque no se puede tocar de ahí, y una vez que yo haya muerto –ya no más quedo
yo-, que hagan lo que les dé la gana.
Mi
entrevistado –me cuentan que también ha fallecido cuando hago las últimas
correcciones a este reportaje- confunde el reglamento con el libro de actas. Se
me ocurre que debió de ser él quien hizo entrega de este último al ayuntamiento
de Mas de las Matas (¿acaso no fue a su padre a quien los miembros de la
sociedad, en su última asamblea, decidieron confiar todos sus documentos?).
Pero Domingo no recuerda o no se muestra dispuesto a aclararme semejantes
detalles.
-He
tenido ofertas. Ya me hicieron una de las más gordas, porque fíjese usted que
había un diario, todos los días lo hecho en la cueva, y me lo quemaron.
Me
niega que acabara entre las manos del cura Conesa.
-Ese
libro enterico y verdadero se quemó en Mas de las
Matas. Yo sí que sé quién lo quemo, pero no me da la gana decirlo. A mí todo
aquello no me trajo más que disgustos en mi juventud.
Extraña
confesión de quien muestra tanta entereza a la hora de conservar secretos a
pesar del tiempo transcurrido.
-Llegamos
a formar un grupo tan grande que, cuando saltamos los primeros a Zaragoza,
salimos cincuenta y dos, pero había complicaos más de doscientos, y de todos
aquellos quedarían pocos que no fuesen a Zaragoza por el mismo camino, que todo
eso lo sabemos los que vivimos, que soy yo, y los que están enterraos, que han
ido desapareciendo todos.
El
baile de cifras. Cincuenta y dos, muchos más de los que figuran en el libro de
actas. Doscientos. Ciento doce, según el poema de Aniceto Brea.
-El
de la Masía del Topo era uno de los fundadores. Hacíamos la partida de pelota y
en vez de jugar lo que hacíamos era hablar de nuestras cosas. Ése era un labradorcico corriente, cazador como yo, nos llevábamos muy
bien.
Le
pregunto sobre la disciplina y el trabajo en la cueva.
-Habíamos
una junta, la que destinábamos salidas y entradas, quién... los cargadores del
agua y la leña, y otras cosas que se hacían, estaban siempre destinaos de
antemano, y cuando llegaba el momento en la noche, venga, Fulano, tú...
-¿Tenían
visitas?
-Sí,
allí no nos faltó médico ni medicamento ni ninguna cosa, cuanto se necesitó.
-¿Y
las mujeres?
-Del
otro género, nada, de eso nada. Le voy a decir una palabra, teníamos fe, que
eso es lo bonito de esto, por eso yo, cuando quemaron el reglamento y quemaron
el libro diario, me pegaron un tiro en el corazón, que dije yo, ojalá Dios
quemaran el pueblo entero, porque era una cosa bonita para un mañana. Porque a
mí hubo unos periodistas del Ya que intentamos hacer un libro y vivir de
ello. No pudimos hacer nada, por aquello de que si usted gana un duro, yo gano
dos. Todo esto lo dejamos, porque son palabras tontas, y agua pasada, que dice
aquél.
-¿Cuándo
se quemaron el reglamento y los diarios?
-Cuando
la entrada primera de los maquis por estas tierras. Buscaban a la gente que
había contribuido pa’ganar la guerra. El que los
quemó lo hizo por miedo, y eso me confesó a mí.
-¿Qué
hizo cuando salió de la cueva?
-Acabé
en el cuartel de Palafox, en Zaragoza, donde ya había hecho la mili. Un
teniente coronel, de Calamocha, me dijo que me quedaría con él. Tú te vas a
quedar conmigo, me dijo, y moriremos juntos en esta guerra.
-¿Qué
recuerdo tiene de su estancia en Cambriles?
-No
se estaba tan mal en la cueva. En una ocasión fuimos a Mirambel,
a buscar a unos fulanos, que ya no los cogimos, hacía un rato que los habían matao, unos que eran tratantes de caballerías, dos
hermanos.
Me
dice de Luis Aguilar Capapé:
-Era
más listo que el hambre.
-¿Qué
llevaba a la gente a refugiarse en Cambriles?
-No
alistarse en las filas republicanas y los malquereres
de los pueblos. El único burro era yo, sabía poner mi nombre y se acabó. Pero
allí había gente muy inteligente que después han llegao
a ser figuras.
Su
rostro se endurece:
-De
lo ocurrido soy el amo yo. Quiero morirme con la historia sin que nadie la
pueda redactar.
La
entrevista parece haber concluido. Domingo me ha apretado varias veces el brazo
con su enorme mano, con una fuerza inesperada para su edad, y adivino en su
mirada un tono casi amenazador. Entonces, a punto de despedirnos, Pedro le
invita a dejarse fotografiar. Para mi sorpresa, Domingo no se resiste. Yergue
el pecho, levanta la cabeza, y posa con evidente placer. Mira con fijeza al
objetivo de la Leica y esboza una sonrisa mostrando
una dentadura desigual, amarillenta, pero aún completa en la fila inferior.
Orejas, ojos, nariz, todo es desmesurado en su rostro. Se me ocurre que me he
equivocado al decirle a Pedro que no lo fotografiara desde el principio. Su
rostro no se ha suavizado en ningún instante de la larga conversación como lo
ha hecho ahora.
-De
lo ocurrido soy el amo yo.
Decido,
al despedirme, olvidar estas palabras que se me antojan amenazadoras. No sé si
desvelaré los enigmas de Cambriles, pero tengo que librarme de ciertas
sensaciones si quiero, cuando menos, intentarlo.