De la República
a la Idea. Memoria
histórica en Mas de las Matas
PROTAGONISTAS DE LA II REPÚBLICA:
LUIS BELLO, PRESIDENTE DE LA COMISIÓN DEL ESTATUTO DE CATALUÑA
José Miguel González Soriano
Investigador
(Publicado en CIERE. Cuadernos
Republicanos 66)
En la mañana del 14 de abril de
1931, cuando el hasta entonces rey de España Alfonso XIII se disponía a
abandonar el país rumbo al exilio, y un nuevo gobierno provisional republicano
se aprestaba desde Madrid a asumir el poder de la nación, en Barcelona, el
venerable coronel retirado Françes Maciá proclamaba, por iniciativa propia ante una multitud
enfervorizada, la «República catalana» «...como Estat
integrant de la Federació Ibèrica».
Semejante declaración –claramente
inspirada en las tesis federalistas de Prat de la Riba–,1 pronunciada por el
anciano militar desde un balcón de la Diputación, no pudo por menos que
provocar la sorpresa y el desconcierto entre los futuros miembros del Gobierno
provisional. La República aspiraba a crear un Estado descentralizado, no
uniforme, en el que tendrían cabida las autonomías regionales; pero dentro
siempre de un concepto incuestionable de unidad integral que no admitía el
modelo federativo para su organización. Asaltaba, pues, al nuevo régimen, desde
el mismo momento de su nacimiento, la necesidad de dar resolución a las
reivindicaciones históricas del catalanismo político, pues la Monarquía, con su
concepción centralista de la administración del país, no había aceptado otra
modificación en la organización territorial del Estado que la creación, en
1914, de una Mancomunidad catalana derogada pocos años después, tras el
pronunciamiento del general Primo de Rivera en 1923.
1 Vid. (e.g.), La Nacionalitat
Catalana (1906), su obra más conocida e influyente, en la que desarrollaba
la idea de construir una nueva España, una «Iberia» –incorporando a ella a
Portugal–, bajo la fórmula federalista o de un «Estado compuesto».
Tres días después de proclamada
la República, tres ministros del nuevo Gobierno –Nicolau d’Olwer,
Marcelino Domingo y Fernando de los Ríos– viajaban en avión rumbo a Barcelona,
con el objeto de intentar convencer a Françes Maciá para que atenuase sus palabras del día 14, acerca del
«Estado catalán»; y se atuviera a los compromisos suscritos en el denominado
«Pacto de San Sebastián». Dicho pacto había tenido lugar meses antes, ya en el
ocaso de la Monarquía, en una célebre reunión sostenida en la capital
donostiarra entre los representantes de diferentes partidos republicanos y los
de diversas fuerzas políticas catalanistas, con vistas a organizar el futurible
cambio de régimen y acordar la estructura nacional que configuraría el país. La
fórmula de consenso allí alcanzada establecía que, una vez proclamada la República,
una Asamblea de Ayuntamientos de Cataluña confeccionaría un estatuto que, tras
conseguir mediante plebiscito la aprobación del pueblo catalán, sería sometido
a la libre resolución de las Cortes Constituyentes, encargadas de su definitiva
votación y aprobación; y cuya Ley fundamental sería la norma delimitadora de
las autonomías regionales y sus competencias.2 No sin dificultades, los tres
ministros del Gobierno provisional republicano desplazados a Barcelona
conseguirían dar por íntegramente válido el Pacto de San Sebastián, a cambio de
ofrecer garantías a Maciá de acelerar al máximo los
trámites de la convocatoria del referéndum para votar la autonomía. Un decreto
publicado el 21 de abril legalizaba la existencia de un gobierno provisional de
la Generalitat; y unos días después, el apoteósico viaje oficial del presidente
Alcalá-Zamora a Cataluña se encargaría de sellar de forma definitiva el
acuerdo.
Unos meses después, el 14 de
agosto de 1931, era Françes Maciá
quien se dirigía a Madrid para hacer entrega oficial al Gobierno del proyecto
del Estatuto, redactado con gran celeridad por una comisión municipal, y
abrumadoramente aprobado por el pueblo catalán dos semanas atrás, para
2 Acerca del Pacto de
San Sebastián, cfr. Miguel Maura, Así cayó Alfonso XIII... Madrid,
Marcial Pons, 2007, pp. 167-170.
su elevación ante las Cortes;3
pero su discusión parlamentaria no podría llevarse a cabo hasta que no
estuviera promulgado el nuevo texto constitucional, lo que no sucederá hasta el
9 de diciembre. El futuro Estatuto de Cataluña debía de ajustarse de forma
escrupulosa a lo estipulado por la Constitución, pero las divergencias
existentes entre ambos textos eran, sin embargo, más que evidentes.4 Pocos días
antes de ser proclamado Manuel Azaña como primer jefe de Gobierno
constitucional de la República, las Cortes nombraban una Comisión de Estatutos
cuya primera tarea consistiría en tratar de poner de acuerdo el cuerpo
legislativo del Estatuto con el cuerpo legislativo de la Constitución; y
elaborar así un dictamen cuyo texto sería el soporte de la discusión
parlamentaria. Al frente de dicha Comisión se nombró a un ilustre miembro azañista, diputado a Cortes por Madrid, quien, no obstante
su falta de conocimientos forenses –aunque de joven había estudiado la carrera
de Derecho–, su indiscutible prestigio personal y su postura inequívocamente
favorable hacia el estatuto le hacían merecedor de la confianza de las
principales fuerzas políticas, muy especialmente entre el grupo catalán: el
periodista y escritor Luis Bello Trompeta.
Luis Bello:
trayectoria política y vinculación con Cataluña
Nacido en Alba de Tormes
(Salamanca) en 1872, y criado desde la infancia en Madrid, era Luis Bello un
castellano integral, «castellano cien por cien» –como señalaría tras su muerte
su compañero y amigo Roberto
3 El proyecto
estatutario catalán, conocido como el «Estatuto de Núria», fue aprobado el 2 de
agosto de 1931 mediante referéndum popular por mayoría casi total: sólo 3.000
electores de 600.000 votaron en contra de dicho proyecto, siendo la
participación electoral del 75%.
4 El Estatuto de Núria
establecía de hecho una estructura de Estado para Cataluña, al crear una
ciudadanía catalana, posibilitar la incorporación de otros territorios,
declarar como lengua oficial el catalán y establecer condiciones especiales
para el cumplimiento del servicio militar. La Constitución de 1931,
estableciendo el precepto de Estado «integral», admitía las autonomías
regionales, pero negaba su derecho de autodeterminación, rechazando así un
modelo de República federal.
Castrovido-5; viejo, de la Villa
y Corte y también de la Sagra, pues era descendiente
del linaje de los Trompeta, naturales de Carranque
(Toledo), una familia de rancio abolengo republicano, «republicanos
progresistas, librecambistas de la Asociación para la reforma de los Aranceles,
bien quistos en la tertulia de la calle de Esparteros y en el Círculo de la
Unión Mercantil».6 Asentados en Madrid, donde se dedicaban al comercio de paños
y tejidos, fueron los Trompeta colaboradores estrechos del Partido Democrático
Progresista, en el ala revolucionaria encabezada por Ruiz Zorrilla; y, dentro
de la sostenida polémica de segunda mitad del siglo XIX entre los partidarios
del librecambio y los de la protección arancelaria,7 figurarían en el número de
los más entusiastas librecambistas, al ocupar Ildefonso Trompeta –tío carnal de
Luis Bello– el cargo de secretario de la Asociación para la Reforma de los
Aranceles de Aduanas (A.R.A.A.), la principal organización librecambista
española. Los proteccionistas –conservadores en su mayoría–, por su parte, se
agrupaban en torno a las asociaciones representantes de la industria textil
catalana, que constituía, precisamente, el grupo de presión más organizado y
constante. Viviendo a través de su propia familia aquellos conflictos de
intereses entre la industria textil castellana y la de Cataluña, surgirán los
primeros vínculos de tipo personal de Bello con la política catalanista, como
recordaría posteriormente (1907) en un artículo publicado en el periódico El
Mundo:
Yo he visto aparecer el problema
catalán desde un almacén de paños que hubo frente a Correos, en la calle de la
Paz. Allí, a la edad de Aníbal, juré odio eterno a los romanos, que eran los
catalanes. Allí veía diariamente la aparición de los viajantes y de los
librecambistas, porque mi tío Ildefonso no era un almacenista vulgar, era el
secretario de la «Junta para la reforma de los aranceles de Aduanas». (...) Y
digo que apareció allí el problema catalán,
5 Roberto Castrovido, «Luis Bello», Heraldo de Aragón,
Zaragoza, y El Liberal, Bilbao, 10-11-1935; El Luchador,
Alicante, 12-11-1935; El Noroeste, Gijón, 14-11-1935.
6 Id.
7 A este respecto, cfr.
José María Serrano Sanz, El viraje proteccionista en la Restauración, La
política comercial española, 1875-1895, Madrid, Siglo XXI, 1987.
más que por la visita asidua de
los leaders librecambistas, por la intrusión
pacífica de los viajantes catalanes. Cierto es que aquella casa comercial
perdió con Sabadell y con Tarrasa lo que había ganado con Alcoy y con Béjar;
pero ¡cómo sabían insinuarse los catalanes! ¡Y cómo se arreglaban para que cada
éxito oratorio de los librecambistas fuera acompañado de una nueva subida de
las tarifas!
–Cuando esto logran –pensaba yo
ya entonces– deben ser el demonio los catalanes. Pueden más que Costa, más que Moret y más que mi tío. –E imagínese si en mi criterio
juvenil serían formidables esos tres poderes.
Pudieron más. ¡Se acabó el
librecambio! ¡Es cursi hablar de librecambio! Todos los folletos de propaganda
están arrinconados no sé dónde, en algún sótano, y yo, mientras el negocio se
arruinaba paso a paso, he escrito muchos versos en un papel con membrete, que
decía: «Asociación para la reforma de los Aranceles de Aduanas».8
Escribía Luis Bello este artículo
sobre el catalanismo en el contexto de una campaña periodística contra la Solidaritat Catalana –coalición de la mayoría de partidos
de Cataluña, en la que participaban desde los carlistas hasta los
republicanos–9 emprendida poco antes por aquel diario, fundado por
Santiago Mataix el 21 de octubre de 1907, y al que
Bello se había incorporado tras abandonar la dirección de la famosa hoja
literaria de «Los Lunes» de El Imparcial. Anteriormente, Luis Bello
había pertenecido también a la redacción del Heraldo de Madrid –donde
comenzó su carrera periodística, tras ejercer como pasante en el bufete de
Canalejas–y permaneció un año en París (1904) como corresponsal del diario España,
además de colaborar en varias de las muchas revistas literarias de principios
del siglo XX.10 Aunque el anticatalanismo y la oposición a Antonio Maura
8 Luis Bello, «Del
problema catalán. Los sentimientos», El Mundo, 15-12-1907.
9 Sólo los partidos
dinásticos y una parte del republicanismo, la fracción liderada por Lerroux, se situó al margen y en contra del movimiento
solidario. Su gran éxito electoral en los comicios de 1907 supondría la masiva
irrupción, por primera vez, de los catalanistas en el Parlamento español, al
obtener 41 de los 44 diputados que se elegían en Cataluña.
–jefe de Gobierno en aquel
momento– y a su proyecto de Ley de Administración Local, que se estaba
debatiendo en las Cortes, centraban la atención de El Mundo en sus
primeros meses,11 Bello comenzaba por advertir en su artículo su admiración por
el pueblo catalán: «Mis amigos de El Mundo no saben que yo soy un
castellano catalanista, y al llamarme a esta información están lejos de
sospechar que no he de hacer otra cosa sino explicarles mi catalanismo».12 A
pesar de los perjuicios económicos que en su día el proteccionismo arancelario,
avalado principalmente por la industria catalana de tejidos, había supuesto
para familias castellanas como la suya, declaraba Bello no sentir rencor alguno
hacia Cataluña:
¿No explicaría esto el odio a
Cataluña? Sin embargo, la vida enseña que en la lucha abierta triunfa lo que
debe triunfar. Me bastaron los primeros viajes a Barcelona para comprender su
fuerza. En la vida material, fabril, industrial, agrícola, los catalanes son,
dentro de España, un pueblo aparte. Van más de prisa. Van con paso más firme.
Es indudable que nosotros les pesamos, y se comprende muy bien que ellos sueñen
con que al quedarse solos sus movimientos habían de ser más desembarazados.
Tienen el espíritu más práctico.
La administración centralizada es inferior a ellos. Por eso yo soy catalanista,
y me complazco en decirlo y en darles toda la razón.
Pero ahora no se trata ya de
conseguir la elevación de unas tarifas. Se trata de la hegemonía de
Cataluña, impuesta por la invasión del criterio, del alma, de la fuerza
catalana. ¿Esto es posible? Hasta ahí no llega mi catalanismo.13
10E.g., Blanco
y Negro, Vida Nueva, Electra, La Lectura, Alma
Española, Nuevo Mundo, etc.
11 Vid. Cecilio
Alonso, Intelectuales en crisis. Pío Baroja, militante radical (1905-1911),
Alicante, Instituto de Estudios «Juan Gil-Albert», 1985, pp.120-146.
12 Luis Bello, art.
cit.
El primer viaje de Luis Bello a
Barcelona había tenido lugar en 1888, con motivo de la Exposición Universal
celebrada aquel año en la Ciudad Condal, desplazándose desde Mallorca –donde su
padre, Francisco Bello, ejercía como juez municipal– a bordo del barco Lulio.14
Lejos estaba entonces de imaginar la estrecha relación que, con el transcurrir
de los años, habría de guardar su figura con aquella ciudad, por motivos
políticos y de implicación personal. El proyecto de descentralización de Maura,
que había dado origen a la campaña anticatalanista de
El Mundo, habría finalmente de perderse en el Senado, tras dilatarse
extraordinariamente su discusión en el Congreso durante más de un año, sin que
llegara nunca a ser promulgado. Ya en 1909, los sucesos de la Semana Trágica de
Barcelona –más de cien muertos y numerosos conventos y edificios religiosos
quemados–, consecuencia de una huelga general convocada en Cataluña como protesta
por el envío de reservistas a la campaña militar de Marruecos, y la ejecución,
poco después, del pedagogo Francisco Ferrer Guardia, acusado injustamente de
ser el cabecilla de la revuelta, provocarán la caída de Maura y su gabinete,
como consecuencia de la presión popular; y la salida de Luis Bello de la
redacción de El Mundo, ante el claro giro hacia el maurismo que
había efectuado el diario en su política al situarse, durante los incidentes de
la Semana Trágica y la represión subsiguiente, inequívocamente al lado del
Gobierno.15 Este cambio de postura venía ya precedido de una actitud más
comprensiva en sus páginas con el problema catalán, habiendo pasado incluso,
desde febrero de 1909, a defender de forma abierta el antes denostado proyecto
autonomista.16
13 Id.
14 Así lo cuenta en su
artículo «El vuelo de Navarro», publicado en La Voz, 14-1-1930.
15 "En 1909, por
no seguir la campaña antiferrerista, me separé con
pena de mis amigos de la redacción de El Mundo". (Luis Bello, «Los
de hoy y los de mañana», El Liberal, Bilbao, 28-12-1923).
16 Sobre la errática
trayectoria de El Mundo durante sus años de existencia, cfr. María
Dolores Saiz y María Cruz Seoane, Historia del
periodismo en España. 3. El siglo XX: 1898-1936, Madrid, Alianza, 1998,
pp.96-98.
Tras abandonar El Mundo,
la formación, a finales de 1909, de la Conjunción Republicano-Socialista, que
generaría entre los sectores más avanzados del país un mayor clima de esperanza
e ilusión por la República, llevará a Luis Bello a colaborar, a partir de 1910,
en la prensa nacional de dicha filiación: El Radical, órgano del lerrouxismo, primero; y una vez que el Partido Radical se
desvinculaba en 1911 de la Conjunción, en España Nueva, el periódico
propiedad de Rodrigo Soriano. Junto a este último, además de Luis Blanco Soria
–el director del diario– y de Pablo Iglesias, llegaría a participar como orador
en un mitin de propaganda de la Conjunción, celebrado en Talavera de la Reina
(Toledo) en el mes de abril de 1912.17 Una vez apagados, sin embargo, los
entusiasmos despertados por el pacto entre socialistas y republicanos, Bello
retornará al campo liberal al ingresar nuevamente en El Imparcial,
llamado por Rafael Gasset para sustentar el programa de Joaquín Costa, la
llamada política hidráulica, logrando dar estado periodístico a las ideas que
aquel político le apuntara. Al estallar la I Guerra Mundial, además, escribirá
los artículos de fondo defendiendo la causa de los aliados. En 1915 pasará a
ser uno de los principales redactores del semanario España, fundado por
José Ortega y Gasset como órgano de expresión de la «Liga de Educación
Política» creada por él en octubre de 1913; y que, en opinión de José Carlos Mainer, fue «el periódico político más importante de
nuestra Edad de Plata».18
Ya en 1917, la implicación de
Luis Bello con el movimiento político catalanista se tornará aún más estrecha
al formar parte de la Asamblea de Parlamentarios que tuvo lugar en Barcelona en
julio de ese año. Antes, el 6 de abril de 1914, el gabinete conservador de
Eduardo Dato había posibilitado la constitución en Cataluña de la Mancomunidad
–cuya discusión parlamentaria previa hubo de romper, en buena medida, la unidad
dentro del
17 Vid. «Campaña
de la Conjunción. Contra la guerra. Contra la Ley de jurisdicciones. El mitin
de Talavera de la Reina», España Nueva, 15-4-1912.
18 José Carlos Mainer, La Edad de Plata (1902-1939). Ensayo de
interpretación de un proceso cultural, Madrid, Cátedra, 1999, p.147.
Partido Liberal–19, con la cual,
pese a su carácter meramente administrativo, el Estado español reconocía por
vez primera personalidad jurídica propia a Cataluña. No por ello, sin embargo,
quedarían satisfechas las aspiraciones autonomistas y de hegemonía política de
aquella región, fortalecidas además por su creciente desarrollo industrial,
propiciado por la neutralidad española en la Gran Guerra; y así, bajo el
liderazgo indiscutido de Francesc Cambó, los catalanistas de la Lliga Regionalista –el principal partido entonces de
Cataluña– impulsarán una serie de medidas para establecer reformas económicas
generales y modificar la organización del Estado. Cuando, en el verano de 1917,
el aparato institucional centralista entra en un periodo de crisis al iniciarse
un movimiento de revolución social que, tras la aparición de las llamadas
Juntas militares de Defensa (1 de junio), culminará con la huelga general del
mes de agosto, llegaba para el catalanismo «el momento de pasar a la acción; de
declarar incapaces a los partidos del sistema y crear un contrapoder; la
Asamblea de Parlamentarios».20
El 5 de julio de 1917, por
iniciativa de los hombres de la Lliga, se celebraba
en Barcelona una asamblea de diputados y senadores catalanes en la que, bajo la
presidencia de Raimón d’Abadal,
se declaraba la voluntad de Cataluña por obtener un régimen autonómico amplio,
extensible a todas las regiones de España; y la convocatoria inmediata de
Cortes Constituyentes. En el caso de que el Gobierno no accediese a ninguna de
sus peticiones, se invitaba a todos los parlamentarios españoles a una asamblea
extraoficial que, como representación legítima de la voluntad del país, actuase
de auténtica fuente del poder. El gabinete de Eduardo Dato se mostró inflexible
al respecto, rechazando las propuestas formuladas y prohibiendo la anunciada
reunión, al tiempo que tomaba medidas represivas para evitar que ésta pudiera
tener
19 En el mes de junio
de 1913, su mayoría en el Senado se dividía al debatirse la cuestión; y unos
meses más tarde, el 25 de octubre, al plantearse en el Congreso una moción de
confianza al gobierno Romanones, 44 diputados
liberales seguidores de García Prieto votaron en su contra, provocando al
momento su dimisión.
20 Borja de Riquer, «El fracaso de la Asamblea de Parlamentarios», en Cuadernos
Historia 16, nº254 (1985), p.23.
lugar.21 Era Luis Bello, por
entonces, diputado del grupo liberal por un distrito gallego, Arzúa, perteneciente al feudo electoral de los Gasset;
agradecido a su labor redactora en El Imparcial, Rafael Gasset había
correspondido a Bello como lo solían hacer en aquel tiempo los políticos
influyentes: regalando un acta al periodista.22 Mas, al surgir la susodicha
convocatoria de la Asamblea de Parlamentarios, Luis Bello, siguiendo a su
temperamento, se sumó a ella, lo que le valió tener que separarse de Rafael
Gasset y de El Imparcial. Así lo recordaba varios años después, ya en
plena etapa de la República:
Yo he sido uno de aquellos
diputados periodistas que debían su acta, ocasional, circunstancial, a un
artículo 29. Aquel artículo 29 tan desmoralizador, tan justamente combatido.
Pocos meses. Los necesarios para hacerme cargo de aquella terrible realidad; y
para desear a Galicia otra más justa y más libre. Fue el año 17 cuando tiré mi
periódico que me dio el acta, y el acta misma, para acudir a Barcelona,
arrastrado por el conato de revolución que entrañaba la Asamblea de
Parlamentarios. Aún conservo el borrador de la carta que envié a D. Eduardo
Gasset, árbitro entonces de cuatro distritos gallegos: «Se presenta hoy –decía–
una nueva fase del regionalismo. Cataluña abandona su actitud exclusivista y
quiere trabajar para todos. Creo sinceramente que esta tendencia, que, en suma,
no es sino el esfuerzo particular de cada región para estimular la acción
demasiado lenta del Estado, ha de triunfar en un porvenir muy próximo. Piense
que en Galicia nosotros podemos quedarnos atrás y que los moldes políticos no
son eternos, y la juventud debe pensar en el mañana».23
21 Ibid,
p.24.
22 Luis Bello sería proclamado
diputado, en noviembre de 1916, en la elección parcial convocada en aquel
distrito gallego para cubrir la baja del también periodista Alfredo Vicenti, fallecido dos meses antes, con arreglo al artículo
29 de la entonces vigente ley electoral, que establecía la proclamación directa
allí donde el número de candidatos fuese menor o igual al número de diputados
que correspondiese elegir (sobre legislación electoral, vid. Montserrat García
Muñoz, «La documentación electoral y el Fichero Histórico de diputados», en Revista
General de Información y Documentación, vol. 12, nº1 (2002), pp.107-108).
El 19 de julio de 1917, pese a la
ocupación por el ejército de las calles barcelonesas, 68 parlamentarios de
todas las tendencias, a excepción de los datistas y
los mauristas, se reunían en el palacio municipal del parque de la Ciudadela.
La asamblea, que volvió a ser presidida por Abadal,
acordó por unanimidad formular su protesta por la actitud del Gobierno; y se
declaraba indispensable la convocatoria de unas Cortes Constituyentes que
abordasen el problema de la reforma del Estado. Se formaron tres comisiones que
debían tratar, respectivamente, la problemática de la reforma constitucional, de
la defensa nacional, enseñanza y justicia, y de la situación económica y
social.24 Sin embargo, la policía y la guardia civil interrumpieron la reunión,
y tras un tenso diálogo entre Abadal y el propio
gobernador civil, la fuerza pública obligó a los parlamentarios a abandonar el
local.25 Aunque Luis Bello reconocía después haber asistido a la asamblea «sin
demasiada fe –sin fe, mejor dicho–, sólo por no decirme a mí mismo que había
negado concurso a un intento más o menos viable»,26 allí nacería el político
republicano y autonomista que fue desde entonces, al considerar definitivamente
agotados los cauces tradicionales del liberalismo monárquico para la
materialización de sus ideas regeneracionistas y de reconstrucción del país:
«La Asamblea de Parlamentarios fue su camino de Damasco. Allí conoció lo que
estorbaba a España y allí comprendió a Cataluña y abrazó la causa de su
autonomía».27
Si en Madrid había nacido el
escritor, el político nacería aquel año de 1917 en Barcelona. Desligado ya de El
Imparcial, el popular semanario satírico catalán L’ Esquella
de la Torratxa saludaba así su vigorosa y
resuelta actitud:
24 El texto íntegro de
los acuerdos fue publicado por El Imparcial el 30-7-1917 («De la
asamblea de Barcelona. Los acuerdos»).
25 El relato del
desarrollo de la Asamblea sería descrito por Luis Bello en el que fue su último
artículo dentro de El Imparcial («La asamblea del 19. Las dos
versiones», 31-7-1917).
26 Luis Bello, «En alta
voz. Los de hoy y los de mañana», loc. cit.
27 Roberto Castrovido, art. cit.
La ploma pirotècnica
d’En Brossa, saludant an En Lluis Bello, l’ha nomenat «el bon viatger». En Lluis Bello és un dels més fins,
inquisitius i pulcres dels joves escriptors
de Madrid. I per ara el més honest
dels periodistes. Per creure no podría tenir en el seu diari, després
de la Assemblea, una absoluta llibertat
d’acció política í de ploma, abandona el seu diari, és
a dir, un sòu com no n’hi ha cap en els diaris
barcelonins i una posició
política. Un gentleman. I aquí on un banquet a El Caballero Audaz ha estat
presidit pel que vol ésser el condestable de les nostres lletres, amb En Lluis Bello no hem partit ni un troç de pa, ni hem begut una fraternal copa de
vi de Catalunya. Si En Bello pogués excitar vanitats des de La Esfera, com
l’enrotllarien totes les nostres
inflades granotes filosòfiques i literaries!28
Tras la Asamblea, Luis Bello
publicará, desde las páginas de la revista España –donde, junto con La
Esfera, continuará escribiendo por entonces– una serie de artículos
analizando sus consecuencias futuribles y el resurgir de los sentimientos
autonomistas que trajo consigo, al concluir la I Guerra Mundial, el
planteamiento en toda Europa del derecho a la autodeterminación de las
nacionalidades. Especialmente crítico se mostrará con la actitud adoptada poco
después por Cambó y la Lliga, pues, tras afirmar que
los regionalistas no formarían parte de ningún gobierno «que no respondiese por
su estructura y finalidad a los acuerdos de la Asamblea del 19 de julio»,
aceptarán dos carteras, Hacienda e Instrucción Pública, en un gabinete de
concentración presidido por García Prieto, donde «no se reconoce ningún derecho
autonomista, ni ningún programa de reforma constitucional mediante la
convocatoria de Cortes Constituyentes (...) La Asamblea para él [Cambó] fue
sólo un instrumento, una medida de presión».29 Cree Bello, al discutirse
nuevamente en el Congreso, a finales de 1918, la cuestión de la autonomía para
Cataluña, que «en vano el régimen se resiste a aceptar el cambio radical
28 «El bon viatger», L’Esquella de
la Torratxa, 6-9-1917.
29 Luis Bello, «Más
sobre la moral regionalista», España, 13-12-1917.
de política y de hombres que
dirijan la nueva política», pues «la guerra ha dado otra energía a la dirección
de los Estados, una percepción más fina para apreciar el valor de los
sentimientos regionales».30 La autonomía no será el «bálsamo maravilloso» que
solucione todos los problemas de Cataluña; no obstante, lo más político es
concederla, «ya que tiene tanta fe en el remedio», y para el resto de España
«supondrá excitar el ansia de reformas, de trastornos, de cosas nuevas; y se
irá hacia ellas, por lo que no habrá resultado baldío el esfuerzo por la
autonomía».31
En diciembre de 1921, Luis Bello
dará un giro en su trayectoria y se trasladará a Bilbao para, a requerimiento
de Indalecio Prieto, hacerse cargo de la dirección de El Liberal de
aquella provincia. En una entrevista posterior, reconocía Bello que «cuando fui
a Bilbao para dirigir El Liberal, estaba en un momento verdaderamente
trágico. Habían venido las cosas rodadas de tal modo, que tuve que ir
abandonando todos mis medios de vida y me encontré, nos encontramos, totalmente
en la calle. La estancia en Bilbao me sirvió de mucho. Me hizo conocer
íntimamente la vida de una provincia española».32 Allí le sorprenderá, en
septiembre de 1923, el golpe de Estado y la Dictadura establecida por el
general Primo de Rivera, quien, al decretar el régimen de censura previa para
la prensa, restringía gravemente la libertad de expresión de diarios que, como El
Liberal, desde un principio declararon su oposición a la sedición militar.
Dicha circunstancia precipitará la renuncia de Bello a continuar al frente del
periódico; y una vez acabada la aventura bilbaína, regresará a Madrid en enero
de 1924 para colaborar en El Sol con su nombre y en La Voz con
los seudónimos de «El Tramoyista» y «Juan Bereber». Acorralado por la censura,
sin poder abordar en sus artículos los grandes temas políticos y de actualidad,
su vocación social y cultural le llevará a
30 Vid. Luis
Bello, «La autonomía» y «Notas de un viaje a Barcelona. La autonomía sin
sangre», España, 5 y 26-12-1918.
31 Luis Bello,
«El bálsamo maravilloso», España, 9-1-1919.
32 Paulino Masip, «La mujer en el hogar de los hombres célebres. La
familia de Luis Bello», Estampa, 13-11-1928.
emprender su gran obra
periodística, aquella que le proporcionaría fama y reconocimiento globales: su
campaña en pro de la enseñanza pública, la «Visita de escuelas», cuya
popularidad le valdrá, incluso, la celebración de un homenaje nacional hacia su
figura.33
Entre 1925 y 1931, Luis Bello irá
visitando –no sin contratiempos– las escuelas primarias de casi toda España y
denunciará sus lacras y deficiencias, bien por el material o bien por el
maestro o por la miseria de los alumnos. Sus artículos, publicados
sucesivamente en El Sol, forman en conjunto un libro de viajes, de
psicología experimental y de educación y enseñanza, pues Bello no hace
referencia solamente a la escuela de cada lugar, sino también a sus paisajes,
monumentos, costumbres, historia... Como cabría imaginar, dentro de su periplo
viajero no podían faltar las tierras de Cataluña, las cuales visitará en dos
ocasiones diferentes: la primera corresponde al invierno de 1925 y el otoño de
1926, al comienzo de su campaña; y la segunda se produce en la primavera de
1930 y el invierno de 1930-1931, cuando, una vez caída la dictadura de Primo de
Rivera, comienza a intuirse el viraje político que va a dar el país. Bello, que
se declara partidario del uso del catalán –lengua materna– dentro de la escuela
primaria, percibe el «ideal nacionalista» que la Mancomunidad, durante su etapa
de existencia –bruscamente interrumpida en 1923–, había implantado a sus
proyectos educativos, si bien la afirmación de su cultura estaba todavía, en
gran medida, por definir.34 Por lo demás, la región catalana conformaba
globalmente un escenario lleno de contrastes, como los existentes entre la
vital e industriosa
33 El 24 de marzo de
1928, cuando ya habían aparecido hasta tres tomos recogiendo las visitas a las
escuelas –aún aparecería un cuarto volumen en 1929–, Luis Araquistain
publicaba en las páginas de El Sol un artículo pidiendo un homenaje
nacional para Luis Bello («Homenaje necesario»). Tras el llamamiento se abría,
por iniciativa de la Asociación de la Prensa de Madrid, una suscripción pública
con el objetivo de regalarle una casa al escritor. Con pequeñas aportaciones
procedentes de toda la España liberal y de progreso, se reunieron más de
100.000 pesetas; y, una vez construida la casa, su entrega formal tendría lugar
en Madrid el 21 de junio de 1930.
34 Vid. Agustín
Escolano, «Luis Bello, profeta de la escuela de la República»,en
Ángeles Egido León (ed.), Republicanos en la
memoria. Azaña y los suyos, Madrid, Eneida, 2006, p.189.
Barcelona, ciudad a la que Bello
volvía siempre que quería pulsar los ritmos de modernización de un país tan
arcaico en formas y modos de comportamiento como la España de aquella época,35
y el resto de Cataluña, donde aún no se había producido «el hecho diferencial»
en lo referente a la enseñanza: «Puedo decir que no encontré frontera hasta
llegar al Pirineo. Y lo que vi en el Ampurdán, en la
Cerdaña, y aun en los mismos arrabales barceloneses, es harto semejante al
triste cuadro que llevo todavía en la retina desde que me asomé a la primera
escuelita del Guadarrama».36
Tras la visita, precisamente, a
un pueblo de Cataluña, Ripoll, en la provincia de
Girona, quedaría interrumpida la campaña escolar de Luis Bello, a causa del
cambio de propiedad, a manos monárquicas, de El Sol en la antesala de la
República, en el mes de marzo de 1931, lo que provocó su salida del periódico y
la de otros de sus más destacados redactores y colaboradores: llegaba para
Bello –que significativamente anunciaba en su última «Visita de escuelas» la
apertura de un «paréntesis indefinido»–, en vísperas de las elecciones
municipales que supondrían el triunfo republicano y la caída de la Monarquía,
la hora de pasar al primer plano de la actividad política, pues «éste es el
momento de ayudar a otra campaña más amplia, de urgencia más aguda, y (...) al
aproximarse días decisivos, dramáticos, debo estar dispuesto a la
movilización».37 Durante la Dictadura había firmado
35 «El español integral
necesita saber cómo marcha Barcelona, para saber cómo marcha España..., y cómo
marcha él mismo. Es una manera de tomarse el pulso» (Luis Bello, «Barcelona y enerode 1925. Concepto de la normalidad», El Sol,
23-1-1925).
36 Luis Bello, «Visita
de escuelas. Por Cataluña. Prólogo en la Rambla», El Sol, 18-12-1930. Los
artículos de Luis Bello referentes a las escuelas de Cataluña, junto con otras adiciones, han sido recopilados y reeditados de forma
reciente en el volumen Viaje por las escuelas de Cataluña, Valencia,
Tirant lo Blanch, 2002, edición y estudio introductorio de Agustín Escolano
Benito.
37Luis Bello, «Visita
de escuelas. Paréntesis indefinido. Resumen. Consecuencias», El Sol,
25-3-1931.
el manifiesto fundacional de la
Alianza Republicana en 1926;38 y en lo concerniente a Cataluña, puso su firma
en 1924 en la proclama que una pléyade de intelectuales castellanos dirigieron
al general Primo de Rivera en defensa de la lengua y la cultura catalanas, y en
marzo de 1930 estuvo presente en el banquete de cordialidad celebrado en
Barcelona entre intelectuales catalanes y castellanos.39 Con razón podía hablar
Roberto Castrovido, en el semanario barcelonés La
Calle, de «otro amigo de Cataluña» cuando, tras las elecciones a Cortes
Constituyentes de la recién proclamada República, Luis Bello obtenía su acta de
diputado por Madrid: frente a la idea extendida de considerar a la capital y a
sus representantes políticos como centralistas y enemigos de la autonomía
catalana, «...a desvanecer el arraigado tópico ha de contribuir poderosamente
el nuevo diputado por Madrid»; el cual «por Cataluña ha andado, y sabe de su
personalidad, y ha de apoyar, seguramente, su demanda de autonomía íntegra».40
El proceso
estatutario
El 24 de noviembre de 1931, en pleno
debate constitucional dentro el Congreso, quedaba constituida la Comisión
especial encargada de dar dictamen sobre el Estatuto catalán, integrada, como
era preceptivo, por
38 Dicho manifiesto,
redactado por Lerroux, señalaba entre sus
aspiraciones «una ordenación federativa del Estado, reconociendo la existencia
de diferentes personalidades peninsulares», además de reclamar la convocatoria
inmediata de Cortes Constituyentes, «en las cuales lucharemos por la
proclamación del régimen republicano, sin renunciar por ello a ningún otro
procedimiento de los que no repugnan la conciencia individual ni la colectiva,
apelación que dependerá de la pertinacia en el empeño de arrojarnos y
mantenernos fuera de la ley y de los medios de que dispongamos.» (Texto íntegro
del manifiesto en Octavio Ruiz Manjón, El Partido
Republicano Radical (1908-1936), Madrid, Tebas, 1976, pp.130-133).
39 Vid. «Intelectuales
catalanes y castellanos. Cordial homenaje celebrado en Barcelona», El Sol,
25-3-1930. El manifiesto de 1924 fue reproducido (e.g.)
en El País, 5-7-1981.
40 Roberto Castrovido, «Otro amigo de Cataluña», La Calle,
17-7-1931.
representantes de todos los
grupos parlamentarios.41 Allí figuraba Luis Bello
como miembro de Acción
Republicana, la facción política encabezada por Manuel Azaña, a la cual se
había incorporado desde su fundación en 1930. Una semana más tarde, el 2 de
diciembre, se reunían oficialmente por primera vez los componentes de la
Comisión para determinar la configuración interna de la misma: Luis Bello, a
propuesta unánime de sus compañeros comisionados, era designado como
presidente; de vicepresidente, Antonio Lara; y Miguel San Andrés e Isidro Escandell, como secretarios.42 Recordaba con posterioridad
uno de aquellos miembros de la Comisión, el radical-socialista Francisco López
de Goicoechea:
Tuve ocasión de conocer a Luis
Bello cuando fui nombrado miembro de la Comisión de Estatutos en las Cortes
Constituyentes. El nombramiento de presidente de aquella Comisión fue por
unanimidad. Todos los partidos votamos la candidatura sin reserva de ninguna
clase, y Luis Bello dirigió con ahínco y perseverancia ejemplar nuestras
deliberaciones. Teníamos el temor de que nuestro presidente, que carecía de
dotes oratorias, en los apasionados debates parlamentarios fuera vencido por
hombres que cultivaron la tribuna pública.
El propio Luis Bello, cuando fue
nombrado presidente, nos dijo:
- Bueno, señores; yo acepto el
nombramiento; pero yo no hablo... A ustedes es a quienes les corresponde esta
labor.43
41 Cfr. Diario de
Sesiones, legislatura 1931-33, nº79, p.2.593.
42 Acuerdo que
notificarán a la Cámara al día siguiente (vid. Diario de Sesiones,
legislatura 1931-33, nº85, p.2.828). El resto de la Comisión la conformaban los
siguientes diputados: López de Goicoechea, Vicente Fatrás,
Francisco Basterrechea, Poza Juncal, Abad Conde,
Marco Miranda, Eloy Vaquero, Marcelino Pascua, Miguel Bargalló,
Sánchez Gallego, Enrique de Francisco, Castrillo Santos, Royo Villanova, Antonio Xiràu, Juan Lluhí, Bernardino Valle y Gracia y Vicente Iranzo.
43 Francisco López de
Goicoechea, «In memoriam. La modestia de Luis Bello», Heraldo de
Madrid, 6-11-1935.
No poseía Luis Bello, en efecto,
grandes cualidades oratorias; su voz, clara y bien timbrada, era sin embargo
débil, y apenas se podían escuchar sus intervenciones dentro del hemiciclo.
Cuando, obligado por las circunstancias, tenía que hablar en el transcurso de
algún debate, para mayor seguridad solía leer cuartillas, una práctica poco
habitual entre los parlamentarios en aquella época. Pese a ello, «cuando en el
seno de la Comisión se suscitaba un problema, casi siempre enconado, Bello
tomaba la palabra, y en tono menor pronunciaba un formidable discurso»,44 y en
el Congreso, al menos, pudo salir airoso las veces que tuvo que intervenir de
forma oral, ya fuera hablando directamente o bien a través de la lectura de
algún texto escrito, expresión de su pensamiento político. Se dará la
circunstancia, en la sesión del 13 de mayo de 1932, una vez iniciado el debate
estatutario, de ser Bello el primer diputado en hablar a la Cámara a través del
micrófono, medio acústico que, recién instalado en el hemiciclo, serviría desde
entonces para hacerse oír bien quienes no tuvieran una gran potencia vocal.45
Una vez sancionada la nueva
Constitución de la República el 9 de diciembre de 1931 –y con ella el régimen
autonómico de las regiones–, los primeros trabajos de la Comisión se centrarán
en adecuar jurídicamente el texto del Estatuto plebiscitado en Cataluña con la
Ley constitucional, elaborando de ese modo un dictamen, resultado del
compromiso entre todos sus miembros, que será presentado al Congreso para su
posterior discusión y aprobación. Como presidente de la Comisión, Luis Bello
habría de defender el dictamen de la misma ante ideologías políticas
pro-estatutarias y anti-estatutarias y frente a notables juristas. Su trabajo
será intenso y difícil. Se reúne a deliberar asiduamente con el resto de
comisionados y también con Manuel Azaña, jefe de Gobierno y –además– su jefe de
filas. «Ni uno solo de los argumentos en pro o en contra del Estatuto –señalará
Bello– dejó de aparecer en aquellas deliberaciones. Y la obra había de ser
imparcial, impersonal, por encima de grupos y partidos, puesto que todos
estaban allí
44 Id.
45 Vid. «Don
Luis Bello inaugura el altavoz en el salón de sesiones del Congreso», Ondas,
4-6-1932.
representados».46 También en el
seno de Acción Republicana serán frecuentes las reuniones y la disparidad de
criterios entre sus componentes, como señala Azaña, mordaz, dentro de sus Diarios.47
Con respecto a Bello, si bien al principio se limita a consignar que trabajan
juntos en la elaboración del dictamen, a partir de mediados de junio Azaña
criticará, a veces con dureza, la labor del presidente de la Comisión, en su
opinión demasiado «estatutista» por carácter, aunque
las razones no siempre le asistiesen, lo que a veces generaba un «barullo
indescriptible». Pese a su mejor voluntad, «en cosas de Derecho y de
administración, Bello, como es natural –enfatizaba Azaña– no sabe nada», lo que
podía hacer fracasar el proyecto catalán, y con él toda una política.48
Aunque, hasta el 8 de abril de
1932, la Comisión no haría lectura de su dictamen en el interior el Congreso,
ya desde el mes de febrero comenzaron a hacerse públicas algunas modificaciones
esenciales incorporadas al Estatuto, como el cambio en su primer artículo de la
denominación de «Estado autónomo» por la de «región autónoma», más acorde con
el texto constitucional; o la cooficialidad del idioma castellano junto con el
catalán.49
46 Luis Bello, «Del
Estatuto. La escollera», El Luchador, Alicante, El Liberal,
Bilbao, La Voz de Guipúzcoa, Avance, Oviedo, y El Mercantil
Valenciano, 25-5-1932.
47 Así, aparece escrito
en la entrada del 9 de mayo de 1932: «Reunión del grupo parlamentario de Acción
Republicana en el Ministerio de la Guerra. Tratamos del Estatuto. Casi todos
sienten recelos, pero uno solo es enemigo: Figueroa, trabajado por Sánchez
Román. Honorato Castro, a medida que voy explicando el problema, día tras día,
va cediendo. En la reunión hemos hablado mucho, he oído algunas tontunas.
Sánchez Albornoz, que admite ciertas partes de la autonomía, es muy enemigo de
otras. Y lo mismo le sucede a Fernández Clérigo, que es autonomista en todo,
pero no en lo de Justicia. Por su parte, Franco, que es hacendista, es
autonomista en todo lo que no toque a la Hacienda. Este fenómeno es bastante
general. Luis Bello es muy estatutista, pero no suele
encontrar buenas razones para defenderlo; diríase que es estatutista
por carácter» (Manuel Azaña, Diarios completos, Barcelona, Crítica,
2000, p.508)
48 Cfr. ibid., entradas del 18, 25 de junio y 8 de julio de
1932 (pp.532, 539 y 557).
49 Vid. «El
Estatuto catalán. La Comisión parlamentaria ha emitido dictamen», Luz,
1-2-1932.
Respecto a la fórmula de reparto
de competencias, la nueva Constitución establecía una división tripartita entre
competencias estatales, de las regiones y del Estado pero con ejecución
regional; y a dicha distribución debían de ajustarse de manera estricta
Cataluña y todas las futuras regiones que se acogiesen a régimen de autonomía.
Para el estudio de la parte económica y financiera, dada su importancia, se
nombraría una subcomisión de técnicos, compuesta por representantes catalanes y
del Estado, que, tras disentir a la hora de evaluar los recursos que habían de
ser cedidos a la Generalitat, presentará dos informes independientes que la
Comisión habría de intentar acoplar en su dictamen.50
Estas primeras enmiendas al texto
estatutario original provocarían la reacción airada de varios representantes
del catalanismo, en especial entre los miembros de la Lliga,
quienes, por hostilizar a la izquierda catalana, «no han visto inconveniente en
disparar contra el Estatuto».51 Desde las páginas de Luz –su nueva
tribuna periodística tras desaparecer Crisol, cabecera provisional
creada el 4 de abril de 1931 con el grueso de la redacción que había formado
parte hasta ese momento de El Sol–, Bello señalará (Estelrich,
Maspons, Pere Corominas...) a los sostenedores de una
actitud extremista, reacia a toda modificación sobre el Estatuto, y que, en su
opinión, obedecían al prejuicio de que la República –al igual que la Monarquía–
se desviaría de su compromiso de dar a Cataluña la máxima autonomía posible.
Mas «los trabajos parlamentarios nada prejuzgan, porque todas las cuestiones
van íntegras a las Cortes, que, en su calidad de Constituyentes, habrán de
resolver».52 Allí, los partidos catalanes, tomando como base de transigencia el
voto particular que sus representantes en la Comisión, Lluhí
y Xiráu, presentarán al dictamen, participarán de
forma decidida en la discusión del
50 Vid. «El
Estatuto de Cataluña», Luz, 28-3-1932. Dicha subcomisión estaba
integrada por Corominas, Campalans y Virgili, por parte catalana; y como representantes del Estado,
Lara, Viñuales y Gabriel Franco.
51 Luis Bello,
«Política. En guerrilla», Luz, 8-4-1932.
52 Luis Bello,
«Política. Sobre el Estatuto», Luz, 16-4-1932.
Estatuto configurando un «frente
único» parlamentario; otra cosa «...carecería de seny,
y al genio catalán no le han faltado nunca ponderación y sentido práctico».53
No menos virulenta habría de ser
la campaña en contra del Estatuto que, bajo la consigna de que su voto suponía
la desmembración de la Patria, fue promovida desde los sectores monárquicos y
derechistas del país, encontrando eco, además, en diversas esferas de la
intelectualidad liberal, como las que podían representar Unamuno, Sánchez Román
o José Ortega y Gasset. Los socialistas, por su parte, exigían de inicio una
casi unanimidad para la aprobación del Estatuto, lo que suponía importantes
recortes en el dictamen para acercarlo al criterio radical. Ante la atmósfera
de hostilidad generalizada, Luis Bello equiparará, metafóricamente, el dictamen
de la Comisión a una «escollera» o «rompeolas –primero de la marea procedente
de Cataluña, después del viento originario del lado de la soberanía, y a veces,
de todo el cuadrante– que, a la hora de construirla, «hubo que ir con cuidado
para hacer obra sólida, y la Comisión se valió de algo más firme todavía que
los bloques de cemento. Se valió de la Constitución».54 Frente a las
acusaciones de antipatriotismo lanzadas por
determinados grupos centralistas –en especial, los agrarios, representantes de
intereses y votos castellanos–, los patriotas de buena fe, según Bello, tendrán
presentes dos cosas: primera, «que en el Estatuto viene expresada la voluntad
de la mayoría de los catalanes»; y segunda, «que el régimen de regiones
autónomas aceptado por la República en la Constitución mantiene la unidad
española y puede dar a España, seguramente dará a España, días más gloriosos
que el régimen unitarista de la Monarquía borbónica».55
En medio de una gran expectación,
el 6 de mayo de 1932 daba comienzo, en el salón de sesiones del Congreso, el
debate a la totalidad del Estatuto. Como presidente de la Comisión, Luis Bello,
con su voz ahilada, sería el primer miembro de la Cámara en intervenir:
Cumplimos el deber inexcusable
para esta Comisión de presentar a las Cortes nuestro dictamen sobre el Estatuto
de Cataluña. (...)
53 Id.
54 Luis Bello, «Del
Estatuto. La escollera», loc. cit.
55 Luis Bello,
«Política. Propaganda contra el Estatuto», Luz, 4-5-1932.
Este dictamen, señores diputados,
viene encajado, encarrilado fatal y forzosamente, no ya en dos pautas o dos
normas, sino en dos textos: uno de ellos, el primero en el orden del tiempo, es
el Estatuto de Cataluña, aprobado por el pueblo catalán en pleno, votado por
los Ayuntamientos y traído a estas Cortes en sesión solemne por el primer
presidente del Gobierno provisional de la República española. El segundo, la
Constitución. (...) Cada cual, según sus convicciones, podía aventurar una
opinión libre; pero todos estábamos y estamos obligados a mantener allí y aquí
la Constitución. No podíamos salirnos nunca de la Constitución, y mucho menos a
la hora del Estatuto catalán, que ha de servir de precedente para futuros
estatutos. (...)
El Estatuto es reformable; (...)
para eso estamos aquí, para eso estáis vosotros (...) tenéis tiempo por
delante; pero que no sea un obstáculo, que no sea un prejuicio contra el
Estatuto. La Constitución de España no estará terminada mientras no tengamos el
Estatuto catalán. He dicho. (Aplausos)56
De su delicada labor como
escritor y jurista al frente de la Comisión, dará cuenta en el debate a la
totalidad Felipe Sánchez Román cuando, en un momento de su discurso, entre
cariñosa y admonitoriamente le dice: «Es lástima que escritor tan fino como el
Sr. Bello no haya encontrado con su pluma una fórmula que añadir al dictamen
(...) Cuide, pues, el maestro de las letras que preside la Comisión
dictaminadora del Estatuto catalán de afinar, para este punto sustancialísimo, para este punto fundamental, su pluma
ilustre y exprese los conceptos con tal claridad que ni los legisladores...»57
Como orador, una
de sus intervenciones más
destacadas tendrá lugar en réplica al discurso
56 Diario de
Sesiones, leg. 1931-33, nº161, pp.5.456-5.457.
57 Diario de
Sesiones, leg. 1931-33, nº164, p.5.551.
pronunciado en la Cámara por José
Ortega y Gasset, quien, en famosa aseveración, declaraba que el problema
catalán «es un problema que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar».
Según Bello, la relatividad de aquella solución, y de cualquier otra, en
materia política, resulta inexorable:
Ha sido su discurso [el de Ortega
y Gasset], más bien que contra el dictamen, contra el Estatuto; pero quizá esto
sea excesivo; más que contra el Estatuto ha sido contra la idea de resolver
definitivamente el problema de Cataluña. No creo que ni en el ánimo de los que
han traído aquí el Estatuto, de los que lo han votado, ni en el ánimo de la
Comisión ni de las Cortes, se pueda considerar jamás que una obra
parlamentaria, una obra profundamente humana, pueda ser definitiva. El arreglo
de la situación de un país, el arreglo de la situación de una región respecto
de un país, no puede ser sino pasajero.
La política no es sino una serie
de fórmulas pasajeras que van tendiendo hacia una solución definitiva; lo
definitivo no llega nunca, y el Sr. Ortega y Gasset, que es maestro en todo, y
especialmente en Filosofía, sabe que lo definitivo no existe.58
Relataba Francisco López de
Goicoechea que, al comenzar a discutirse el Estatuto de Cataluña en el salón de
sesiones, Luis Bello, «después de haber leído unas cuartillas admirables, nos
«repartió los papeles», y a cada cual nos adjudicó una misión. A mí
graciosamente me dijo: «Mire usted: cuando un cura hable, usted le contesta».
Yo le repliqué: «Bueno, don Luis; ¿pero y si algún cura trata alguna cuestión
que yo no conozca bien?» Y él me replicó: «No se preocupe; ningún cura suele
saber nada de nada». Efectivamente: cumplí con el mandato que se me había
adjudicado, y en todas mis intervenciones quedé airosamente. Más tarde me
encargó Luis Bello de tratar lo referente a la cuestión social y a la Justicia
y le quedé enormemente agradecido por la singular deferencia que para mí
representaba el cumplimiento de esta misión».59
58 Ibid.,
p. 5.586.
59 Francisco López de
Goicoechea, art. cit.
En las primeras intervenciones a
la totalidad, a la postura soberanista protagonizada por Sánchez Román y Ortega
y Gasset, y a la reacción catalanista, entre sentimental y doctrinal, a cargo
de Hurtado y Abadal –más moderados, sin embargo, que
sus representantes en la Comisión, Xiráu y Lluhí–, sucederán los discursos con mayor calado político
de Lerroux –quien, pese a encontrar «maximalista» el
dictamen de la Comisión, declarará aceptar el mismo como base de discusión– y,
sobre todo, de Azaña, que defenderá, en la sesión del 27 de mayo de 1932, como doctrina
de la República la organización autónoma de Cataluña: «El organismo de Gobierno
de la región es una parte del Estado español; no es un organismo rival, ni
defensivo ni agresivo, sino una parte integrante de la República española; y
mientras esto no se comprenda así, señores diputados, no entenderá nadie lo que
es la Autonomía (...) Ahora es cuando vamos a hacer la unidad española. La
unión de los españoles bajo un Estado común la vamos a hacer nosotros y
probablemente por primera vez».60 «Este discurso –señala Bello–, de grandes
proporciones, gigantesco, pero no disforme, es parte
esencial de la doctrina de la República (...) Escrito ya en la Constitución el
texto legal, hacía falta proclamar la doctrina con tal fuerza de expresión que
acabara con los interesados y tendenciosos ataques al patriotismo de las
Cortes».61
En los problemas concretos
–Hacienda, Justicia, Enseñanza, Orden público, Legislación social–, Azaña irá
fijando la posición gubernamental, si bien dejará a la Cámara el conveniente margen
de enmienda y aclaración. La impresión general fue favorable; pero, habiendo
planteado el jefe de Gobierno alguna disparidad de criterio con respecto al
dictamen, surgirá el rumor de su posible retirada, que llegará incluso a
solicitar de forma directa –infructuosamente- mediante votación nominal en el
hemiciclo, el agrario Abilio Calderón. El argumento de Luis Bello para defender
su permanencia consistía en que, en el debate a la totalidad, nadie –excepto la
minoría agraria– se había declarado en contra absolutamente del Estatuto; sólo
se disentía de algunas líneas trazadas
60 Diario de
Sesiones, leg.1931-33, nº173, p. 5.865 y ss.
61 Luis Bello,
«Política. Nuevo rumbo», El Luchador, Alicante, El Liberal,
Bilbao, La Voz de Guipúzcoa, Avance, Oviedo, 2-6-1932; La
Región, Murcia, 14-6-1932.
por él. «Parece lógico, por
consiguiente, que si se discute sólo tal o cual artículo, se reserve el empuje
para cargarlo sobre el articulado».62 Respecto a las indicaciones realizadas en
algunos puntos del mismo por Azaña, para Bello éstas iban ya formuladas en
votos particulares y enmiendas, por lo que serían aportación útil para la
«obligada e indispensable corrección del dictamen».63
El 9 de junio de 1932 comenzaba
la discusión sobre el articulado, con alguna modificación previa introducida
por la Comisión en el título I, como advertía Bello en una breve intervención
de inicio.64 En nombre de la minoría radical, el diputado Salazar Alonso
presentará una enmienda al artículo primero del Estatuto, que, frente a la fórmula
«Cataluña es una región autónoma de la República española», proponía definir a
Cataluña como «región de España que se acoge al régimen de autonomía». Bello se
pregunta: «¿En qué riesgo pone a la soberanía de la nación el texto del
artículo? En ninguno. Al variarlo, sólo se pretende grabar en el pórtico del
Estatuto, más que el acto de acogimiento, el de sumisión. Cataluña se acoge.
Cataluña, que ha pensado en otras cosas, se somete. Por debajo de la letra van
unos capítulos de historia política que unos deseamos borrar y otros quieren
dejar presentes en cifra abreviada».65 Al hilo de este debate sobre el artículo
primero, comentará también en la prensa Luis Bello:
Como suele ocurrir en la
información del Estatuto, algún periódico -el ABC– tergiversa palabras
mías. Habrá que llevar notario a los pasillos del Congreso. Yo no he dicho que
«España sea simplemente una expresión
62 Luis Bello,
«Política. El dictamen», Luz, 6-6-1932.
63 Id.
64 Vid. Diario de
Sesiones, leg. 1931-33, nº180, p.6.116.
65 Luis Bello, «Del
Estatuto. Cataluña, región autónoma», El Luchador, Alicante, El
Liberal, Bilbao, La Voz de Guipúzcoa, 9-6-1932; Avance,
Oviedo, El Mercantil Valenciano, 11-6-1932; La Tarde, Tenerife,
20-6-1932.
geográfica», ni al Sr. Salazar
Alonso, ni al Sr. Royo, ni a nadie. Conviene, por lo visto, circular estas
especies para presentarnos como antiespañoles. ¡Gran triunfo el del Sr. Salazar
convenciéndome a mí de que España es algo más que una expresión geográfica! Lo
que yo dije que era una mera expresión geográfica es su fórmula de que Cataluña
es «una región de España». Lo que debe aparecer en la primera línea del
Estatuto es la expresión política y jurídica de Cataluña: es decir, la calidad
de región autónoma, el hecho reconocido por las Cortes.66
Retirada la enmienda radical por
su autor, la Comisión aceptará, apoyada en los votos de la mayoría, la
presentada por Mariano Ruiz-Funes, de Acción
Republicana –correligionario de Luis Bello–, por la cual, recogiendo
fidedignamente el texto constitucional, «Cataluña se constituye en región
autónoma dentro del Estado español». «¿Diferencia de matiz? Sí. La Constitución
es más abierta, más generosa, más señora. No habla nunca de que vengan las
regiones a acogerse a su favor».67
Más laboriosa, aún, resultaría la
discusión del siguiente artículo, relativo al idioma y sus facultades,
partiendo de la base –aceptada por todos los sectores de la Cámara– de la
cooficialidad. La Comisión solicitará, ante las discrepancias de sus miembros,
durante la sesión celebrada el 17 del junio, la suspensión del debate, para
estudiar el contenido de varias de las enmiendas presentadas. Al respecto,
escribía Azaña en su diario:
En la Comisión del Estatuto reina
un barullo indescriptible. El presidente, Bello, tiene la mejor voluntad, pero
no sirve para cargo de tal monta. Ahora andan a vueltas con una enmienda de Rey
Mora, radical, que se mueve influido por Sánchez Román. Y hay otra enmienda de
Peñalba, de Acción Republicana, que quisiera yo sacar como texto definitivo. En
la Comisión chocan, naturalmente, y entre pocos, las furibundas pasiones y las
intrigas desencadenadas por este gran asunto. Para gobernar esta Comisión
66 Id.
67Id.
harían falta una autoridad, una
preparación y una destreza excepcionales. De modo que a las demás fuerzas que
he de domar y encauzar, se suma la Comisión como otra pieza loca, que en vez de
ayudarme, aumenta las dificultades.68
La mencionada enmienda de Matías
Peñalba establecía la notificación en catalán de las disposiciones oficiales
–salvo petición de la parte interesada, en cuyo caso se haría en catalán y en
castellano–; y, con el apoyo de Azaña, sería aceptada por la Comisión y
convertida en nuevo dictamen en la sesión parlamentaria del 23 de junio.
Unamuno, diputado independiente, acusará entonces a sus compañeros en el
Congreso de estar votando, por disciplina de partido, en contra de su
conciencia, lo que provocaría una manifestación de protesta por parte de Luis
Bello, primero desde el propio salón de sesiones y posteriormente desde la
prensa.69
A partir de aquel momento, el
ambiente adverso formado contra el Estatuto, tanto dentro como fuera de la
Cámara, se irá haciendo cada vez mayor. Una cantidad innumerable de votos
particulares, enmiendas y explicaciones de voto comenzará a caer sobre el proyecto,
obstaculizándolo. Especialmente significativa en este sentido fue la labor
impugnadora protagonizada por el catedrático de Derecho Antonio Royo Villanova, miembro de la Comisión por la minoría agraria,
cuyas continuas obstrucciones legalistas encresparán en más de una ocasión la
paciencia y los ánimos de los diputados. Azaña se quejará en repetidas
ocasiones de las dificultades planteadas por la oposición, cuyo verdadero
objetivo consistía en derribar al Gobierno; y de la ineficacia o insuficiencia
de la labor de la Comisión parlamentaria: «Por su falta de tino, de saber, y
por los discursos que hace, la Comisión puede hacer fracasar el proyecto, y con
él toda una política».70
68 Manuel Azaña, op. cit., entrada del 18-6-1932, p. 516.
69 Cfr. Diario de
Sesiones, leg. 1931-33, nº188, p.6.418; y Luis
Bello, «Política. La conciencia y otras cosas», Luz, 4-7-1932.
70 Manuel Azaña, op. cit., entrada del 8-7-1932, p. 557.
Luis Bello, ante las dificultades
amontonadas, llegará incluso a plantear su dimisión, pero sus compañeros se
negarán a sustituirlo.71
En un intento por acelerar el
debate, la Cámara acuerda, desde finales de junio, celebrar sesiones dobles, de
tarde y noche, simultaneándose la discusión del Estatuto con la de la ley de
Reforma Agraria. Ímprobo resultará entonces para Luis Bello, débil de salud y
aquejado desde antiguo de una dolencia de estómago, el esfuerzo por asistir en
pleno a las discusiones parlamentarias, lo que suponía un ritmo de trabajo que
lograría sobrellevar, además de por su perseverante voluntad y sentido del
deber, gracias a las inyecciones que, entre sesión y sesión, le administraba su
sobrino Santiago Santos Bello, estudiante de Medicina.72 Al sufrimiento físico
se unirá el dolor e indignación moral ante la serie de descalificaciones
personales que, desde la prensa contraria al Estatuto, comenzará a ser objeto
su figura. Así, Federico García Sanchiz le reprochaba
hacer suya la causa de los catalanes, siendo él diputado por Madrid y
habiéndole Madrid regalado un acta que suponía en sus manos «un arma
parricida»;73 César González Ruano, en Informaciones, le calificaba de
«espectro del 98», que apoya «la causa de la desmembración nacional como si
España fuera un traje más de los suyos»;74 Víctor de la Serna, cronista
parlamentario de La Voz, tildaba de heroico «...a muchas cosas en
relación con el Sr. Bello: sus peluqueros, por ejemplo».75 Y en todos su
números, la revista satírica Gracia y Justicia, dirigida por Manuel
Delgado Barreto y editada por la llamada «Editorial Católica», le dedicará una
serie
71 Cfr. ibid., entrada del 25-6-1932, p. 539.
72 Así lo afirmaba el
diario Política al recoger la noticia de su muerte («La enfermedad y el
fallecimiento», 6-11-1935).
73 Vid. «Una
alusión al Sr. Bello diputado por Madrid», ABC, 21-6-1932.
74 César
González-Ruano, «Los hombres y su sombra. Gárgola de Madrid», Informaciones,
28-6-1932.
75 Víctor de la Serna,
«Un paseante en las Cortes. De Milá a Ventura Gassol», La Voz, 21-7-1932.
de agravios y de chistes
particularmente denigrantes. Así recordaba meses después Luis Bello aquella
campaña desatada contra él:
Al discutirse el Estatuto de
Cataluña, la ofensiva de prensa arreció. Siendo yo el colaborador más
insignificante, una especie de simpatía al revés o viceversa de la estimación
me valió atenciones preferentes. Alguna vez dijeron, por ejemplo, que yo había
ido por los pueblos españoles para comer buenos jamones a costa de los
maestros. Cuando lo supe sentí que contra mi voluntad habían tocado una cuerda
sensible. Los muy canallas afinaban la puntería. –¿Cuánto te vale el Estatuto
de Cataluña? ¿Has cobrado ya tu medio millón de pesetas?– Eso que indicaban los
periodicuchos satíricos venía luego en anónimos y en alguna carta firmada, que
conservo. Sugerían las agresiones personales, y, en efecto, alguna vez tuvieron
la satisfacción de ver que algo lograban. Pero aquella nube de gases
asfixiantes en que quisieron envolverme, a mí como a otros de mucha mayor
significación y jerarquía en la República, pasaba, se limpiaba con viento fresco.
La República ha tenido la virtud de disipar nubes más serias, aunque yo no
niego que esta campaña de difamación, de sátira burda y de agresiones
calumniosas, ha sido quizá el arma que ha hecho, relativamente, más daño.76
También el Comercio de Madrid, a
través del Círculo de la Unión Mercantil, se sumaría a la campaña de acoso y
derribo organizada en torno al Estatuto; y de ese modo, el 27 de julio
convocará un mitin en la plaza de toros de las Ventas, presidido por Royo Villanova y con una asistencia de público masiva, para
expresar su protesta ante su posible promulgación. Debido a los ataques allí
vertidos en contra de los diputados a Cortes por Madrid, éstos –Luis Bello
incluido– redactarán conjuntamente un manifiesto, publicado en la prensa el día
29, en el que declaran que «estas Cortes fueron convocadas, entre otras cosas,
para votar el «Estatuto de Cataluña», sin que el anuncio provocara protestas de
nadie; por lo cual, ni nosotros podemos dejar de hacerlo ni nuestros electores
sorprenderse de que lo hagamos»; que «en el texto sometido a las Cortes no
hemos hallado concepto alguno que dañe, ni siquiera roce, los derechos o los
intereses de Madrid»; y que «nos juzgamos más auténticos representantes
madrileños cuanto más facilitamos el curso de las aspiraciones regionales
españolas».77
76 Luis Bello, «Sobre
un incidente. Argumentos de nuevo estilo que no tendrán fuerza en Madrid», Luz,
23-12-1932.
La discusión sobre el articulado,
mientras tanto, discurría de forma dificultosa. Al comenzar a debatirse, en el
mes de julio, las atribuciones de la Generalitat, en donde entraban en liza
materias tan delicadas como la Justicia, la Enseñanza o el Orden Público, Bello
consideraba muy complicado predecir cuál iba a ser el desarrollo de las
sesiones, pues, aunque la Constitución marcaba unos límites en lo referente a
atribuciones, «difícil será que la Cámara apure hasta esos límites».78 El día 8
afirmará escribir «en un momento dramático» del debate del Estatuto:
Anoche –noche del jueves– Royo
fue algo más lejos. Pedía sangre. Un levantamiento. Una pequeña guerra civil.
Necesita el Sr. Royo Villanova –y por él y con él
hablan millares de energúmenos– (...) que antes de darles el Estatuto a los
catalanes se lo ganen ellos con el sacrificio de unos cuantos mártires.
¡Temeridad! ¡Inconsciencia! El señor Royo puede hablar así. Lleva, sin darse
cuenta, la voz de una muchedumbre (...)
Por eso aparece con tanto
dramatismo esta hora del debate. Una escena más y acaso esté ya despejada la
suerte que vamos a hacer correr a Cataluña. Juegan también su partida dura,
porque puede ser partida final, el Gobierno y las Cortes (...) Sea cual fuere
el papel de los otros, yo, por mi parte, sólo tengo una palabra: lealtad.
77 Vid. «Después
del mitin del miércoles. Manifiesto de los diputados a Cortes por Madrid», Luz,
29-7-1932. Dicho texto lo firmaban, además de Bello, Alejandro Lerroux, Roberto Castrovido,
Largo Caballero, Julián Besteiro, Luis de Tapia, Andrés Ovejero, Melchor
Marial, Manuel Cordero, Andrés Saborit, Trifón Gómez, Ossorio y Gallardo
y Pedro Rico; e incluía una nota de adhesión moral firmada por Sánchez Román y
César Juarros, igualmente diputados por Madrid.
78 Luis Bello,
«Política. Las atribuciones», Luz, 30-6-1932.
Lealtad. Con ella iremos hasta donde
haya que ir (...) Todavía, cuando escribo, hay unas Cortes y un Gobierno que
afirman (...) su solidaridad ante el deber común.79
Para rehacer el título II del
dictamen, que «tal como lo ha dejado la Comisión es lastimoso», Manuel Azaña
remitirá el texto para su revisión y ordenamiento a Jiménez de Asúa, destacado jurista y presidente de la Comisión
constitucional, «...y que él con Ruiz Funes lo
defiendan ante la Cámara, para evitar el triste espectáculo que da la
Comisión».80 Tras la aprobación, los días 14 y 20 de julio, de los artículos 5
y 6 del Estatuto, el 21 de julio comenzará el debate del texto relativo a la
enseñanza, cuya discusión se prolongará durante dos semanas. En ella, Luis
Bello «fue por primera y última vez de una gran intransigencia, y mostró una
energía tal que a todos nos dejó asombrados. Aquel hombre que conocía el
problema tan a fondo no admitía objeciones».81 Bello, que no había dejado de
preocuparse por las cuestiones educativas tras la proclamación de la República
–fue nombrado vocal del primer Patronato de Misiones Pedagógicas y también de
la Comisión parlamentaria adscrita al ministerio de Instrucción Pública–,
presentó, al redactarse el primitivo dictamen de la Comisión, un voto
particular a este respecto, en el que se concedía a la Generalitat la ejecución
directa en materia educativa –que en el dictamen era competencia única del
Estado–; la Universidad de Barcelona quedaba con autonomía bilingüe a cargo del
Gobierno catalán; y se afirmaba que el Estado español podría mantener en
Cataluña instituciones de primera y segunda enseñanza en castellano, según las
necesidades que
79 Luis Bello, «El
Estatuto. Lealtad», El Luchador, Alicante, 9-7-1932; El Liberal,
Bilbao, La Voz de Guipúzcoa, La Región, Murcia, El Mercantil
Valenciano, 10-7-1932; Avance, Oviedo, 12-7-1932; La Tarde,
Tenerife, 20-7-1932.
80 Manuel Azaña, op. cit., entrada del 8-7-1932, p.557.
81 Francisco López de
Goicoechea, art. cit.
determinara la población.82 El
rechazo del mismo supuso para Bello el momento de mayor contrariedad en todo el
proceso estatutario, como reconocería posteriormente: «Me proporcionó un gran
disgusto. Sufrí la amargura de ver que no se podía realizar el voto particular
que tuve que retirar y que no compartía la mayor parte de la Cámara».83
Dos fueron las intervenciones
parlamentarias más relevantes de Luis Bello sobre esta materia: al comienzo del
debate, en respuesta al voto particular del vicepresidente de la Comisión, el
radical Antonio Lara, y, a continuación de Unamuno, el día de la aprobación del
artículo, en la sesión celebrada el 2 de agosto. Aspecto principal de la
discusión, además de lo relativo a la Universidad, consistía en dilucidar si el
texto del dictamen debía contener la facultad o la obligación del Estado de
crear y mantener centros docentes de todos los grados. En su propuesta, Lara
establecía la obligación del Estado de asegurar una enseñanza en castellano, a
través de sus propios centros, en Cataluña. Bello se opondría a la
obligatoriedad, en nombre de la Comisión, al alegar que el asunto estaba
dilucidado en el artículo 50 constitucional, que sólo establecía la facultad
estatal; además, si no existía esa imposición al Estado, el esfuerzo económico
del poder central sería menor a medida que Cataluña crease centros, lo que la
convertiría en más autónoma cada vez en el área educativa.84 A la cuestión
universitaria se referirá fundamentalmente Unamuno en la defensa de su
enmienda, partidario de que el Estado tuviese la obligación –no la facultad– de
mantener los centros de su propiedad, y por tanto de que mantuviera la
competencia en la Universidad de Barcelona, lo que negaba su autonomía y
abocaba a la existencia de dos
82 Cfr. Diario de
Sesiones, legislatura 1931-33, apéndice 11 al nº159 («El diputado que
suscribe lamentando disentir del criterio de sus compañeros de Comisión, tiene
el honor de proponer a las Cortes el siguiente voto particular sobre el
dictamen de Estatuto de Cataluña.- Palacio de las Cortes, 4 de mayo de 1932.-
Luis Bello»)
83 Vid. El Sol,
8-9-1932.
84 Cfr. Diario de
Sesiones, leg. 1931-33, nº204, pp. 7.235-7.240.
universidades, española una y
catalana la otra. Como respuesta a Unamuno, Bello afirmará: Sustituir el
«podrá» por «es obligatorio», es asegurar ya, desde ahora y para siempre, un
régimen opuesto al concepto que nosotros tenemos de la autonomía. (...) ¿Es
posible, cree el Sr. Unamuno, que la Universidad de Barcelona estará en el
nuevo régimen, que implantemos con el Estatuto, peor que como está hoy? ¿Es
posible que haya mayor lucha entre lo que S.S. llama las dos culturas, que yo
estoy conforme con esto con el Sr. Unamuno, que no creo que haya dos culturas,
sino una sola, pero por los menos entre las dos lenguas? Yo creo que la batalla
continuará; cualquiera que sea el régimen que nosotros acordemos aquí, la
batalla entre las dos lenguas continuará (...)
La Universidad podría funcionar,
según la Constitución, separadamente; podría funcionar la Universidad de
Barcelona dentro del régimen del Estado, es decir el que existe hoy. Pero ¿es
que hay alguien dentro de la Cámara que considere conveniente que la
Universidad de Barcelona continúe como hoy? Cualquiera de las fórmulas que
encontremos será siempre preferible. (El señor Unamuno: Cualquiera no).
Cualquiera será preferible. La Universidad castellana entregada a la
Generalidad sería preferible; evitaría la lucha (...)85
También en sus intervenciones se
manifestaron a favor de la doble universidad y en contra de la única bilingüe,
por ser aquélla la solución que presentaba menos dificultades, Ortega y Gasset
y Sánchez Román. Tras unos titubeos iniciales, la Comisión adoptará como
dictamen una enmienda de Francisco Barnés, que será la que al fin prosperará,
por la cual se falcultaba a la Generalitat a crear
los centros de enseñanza que considerase oportunos, con independencia de las
instituciones docentes del Estado –redacción que ocultaba o atenuaba lo que
hiciese el poder central en el futuro–; en cuanto a la Universidad, se otorgaba
al Gobierno de la República, a propuesta de la Generalitat, la facultad de
decretar su autonomía, en cuyo caso se organizaría
como universidad única regida por
un Patronato, que ofrecería garantías recíprocas de convivencia y mutuos
derechos para las dos lenguas. Una fórmula de transacción que, aunque en uno de
sus discursos, Bello proclamaba que «...así he entendido yo desde el primer
instante que debían desarrollarse los trabajos de la Comisión y la labor del
Estatuto. Un trabajo de concordia en el cual nosotros tenemos que sacrificar
una parte y otra parte los catalanes»,86 pocos días después reconocía, en el
diario Luz, cómo, a su juicio...
Hubiera sido mejor llegar
resuelta, categóricamente, a la autonomía de Cataluña en la enseñanza. (...) No
lo han sabido ver así o no lo han querido ver así D. Miguel de Unamuno y D.
José Ortega y Gasset. Pueden jactarse de haber hecho imposible la solución más
limpia. Don Miguel de Unamuno por su posición de siempre: unitarista,
imperialista. Respetable, aunque equivocada; si puede haber error en lo que
corresponde a la natural contextura. Don José Ortega y Gasset por motivos
políticos, circunstanciales, que le han hecho rebajar para Cataluña el cupo de
atribuciones correspondientes a la región –a la gran comarca–, según criterio
no de ahora, sino de hace años. Véase su libro La redención de las
provincias.87
Esta última afirmación irritaría
sobremanera a Ortega, quien, en tono malhumorado, responderá a Bello afirmando
que excluía a Cataluña y a Vasconia, en el libro
citado, de su política de autonomías regionales, porque allí se plantea una cuestión
«totalmente distinta de la autonomía», y no era válido confundir
«barateramente» con ella la cuestión nacionalista.88 Bello le replicará a
continuación aseverando que, en La redención de las provincias, «no hay
tal exclusión de Cataluña. Estará en otra parte; allí no. La obra tiene
contextura bastante sólida para omitir punto tan esencial. En el libro básico
libro básico España invertebrada, tampoco. Porque decir que debe
armonizarse el poder central con las autonomías regionales –Estado fuerte, región
libre– no es otra cosa sino autorizar previamente la Constitución de 1931».89
86 Diario de
Sesiones, leg.1931-33, nº204, p. 7.240.
87 Luis Bello, «Notas
sobre instrucción. Cultura», Luz, 6-8-1932.
88 José Ortega y
Gasset, «Por si sirve de algo», Luz, 8-8-1932 (Obras Completas,
tomo V (1932-1940), Madrid, Taurus / Fundación José
Ortega y Gasset, 2006, pp. 45-46)
Apenas un día después, sin
embargo, de esta polémica, y tras debatirse en el Congreso la cuestión del
Orden Público, un hecho sedicioso acontecido en Madrid y Sevilla resultaría
decisivo para la marcha del Estatuto: el 10 de agosto de 1932, el general
Sanjurjo encabezará un alzamiento militar antirrepublicano que concluiría en un
fracaso. Sofocada la rebelión, lejos de interrumpirse la actividad parlamentaria,
la fallida intentona golpista provocaría una reacción de solidaridad entre
todas las fuerzas republicanas y socialistas, lo que sirvió para acelerar el
voto del Estatuto y de la Reforma Agraria. Así, a la aprobación, el día 11, del
artículo 10, sobre la legislación de ayuntamientos y municipios, sucederá, al
día siguiente, la aprobación del artículo 11, sobre las competencias exclusivas
de la Generalitat; y el día 17 la de los artículos 12 y 13, referentes a la
administración de Justicia, sin apenas oposición y con escasa presencia de
diputados. Luis Bello, que se mostraba muy satisfecho de la celeridad con que
se llevaba entonces la discusión («Ya todo el mundo va dando facilidades,
incluso los agrarios, que no piden tantas votaciones nominales como antes»90),
analizaba desde Luz las razones de aquel giro catalizador producido en
el debate estatutario:
La labor obstruccionista de la
oposición jugaba con provocar el cansancio de adversario, dilatando el tiempo
para dar ocasión a que surgiera la circunstancia, la eventualidad que haga
imposibles el Estatuto, la Reforma agraria, la vida del Gobierno y la de las
Cortes (...) Pero resulta que se han cansado ellos, con las sesiones dobles,
con las enmiendas múltiples, las intervenciones forzadas, las votaciones
nominales... (...)
89 Luis Bello, «Motivos
políticos, circunstanciales», Luz, 9-8-1932.
90 Vid. «Hablando
con el Sr. Bello», Luz, 18-9-1932.
El momento que esperaban ya llegó
y no tuvo éxito. (...) Los que procuraban resistir, ganar tiempo, aprovechar
las circunstancias o provocarlas si a tanto llegaba su fortuna, se han
convencido ya de que es inútil cansarse. El desánimo no viene de la lucha
parlamentaria, sino de la decepción de fuera.91
Tras la aprobación del artículo
14 –único del título III–, sobre el Parlamento de la Generalitat, el 19 de
agosto; y la supresión de los primitivos títulos V y VI del Estatuto –excepto
el primer artículo de este último, incluido con alguna pequeña modificación al
final del título III–, relativos a los derechos individuales de los ciudadanos,
que, al estar ya estipulados en la Constitución, resultaba innecesaria su
incorporación al Estatuto, el 25 de agosto comenzaba el debate a la totalidad
sobre la parte correspondiente a la Hacienda autonómica, que parecía –a
priori– la de más difícil acuerdo. Sin embargo, sería aprobada apenas una
semana después, sin gran discusión, después de otra destacada intervención
parlamentaria del jefe de Gobierno, Manuel Azaña, en respuesta a un discurso de
impugnación protagonizado por el ex ministro liberal Santiago Alba.92
Finalizado el debate a la totalidad, el 1 de septiembre se aprobaba el primer
artículo del título de Hacienda, tras aceptarse una enmienda de Alba referente
a la revisión del régimen de impuestos y participaciones; y el segundo artículo
–y último– del mismo título, en la sesión del día siguiente. A través de ellos,
la Generalitat recibía una parte de los impuestos directos, que podía verse
eventualmente completada con una parte de los otros impuestos; sistema revisable
cada cinco años de forma ordinaria y de forma extraordinaria siempre que el
ministro de Hacienda, con las Cortes, lo creyera conveniente. «Esa facilidad
para la revisión –declaraba Bello, ordinaria o extraordinaria, eliminó desde el
primer momento la cuestión más grave. La idea de comprometer para siempre, como
se nos decía, la Hacienda española en beneficio de una región».93
91 Luis Bello,
«Política. Sobre el cansancio», Luz, 22-8-1932.
92 «La Hacienda: este era
el verdadero punto sensible, el punto neurálgico. Aquí esperaban,
encastillados, los antiestatutistas, y ha sido la
solución más afortunada y el triunfo personal más satisfactorio para el señor
Azaña» (declaraciones de Luis Bello a Julián Bonzon, Nuevo
Mundo, 9-9-1932).
Solventada la parte hacendística,
podía considerarse ya virtualmente aprobado el Estatuto; y de ese modo, tras
acordar la fórmula de la posible revisión o modificación del texto estatutario
–para la cual se necesitaría el voto favorable de las dos terceras partes del
Congreso–, y el establecimiento de una disposición transitoria organizando las
elecciones del primer Parlamento en Cataluña, junto al inventariado, a cargo de
una Comisión mixta, de los bienes del Estado que pasaban a la Generalitat, el
día 9 de septiembre de 1932, tras 107 días de debate parlamentario, se procedió
a la votación definitiva, que arrojó el resultado aplastante de 314 votos a
favor por 24 en contra. En medio de la emoción y alegría generales, los
catalanes gritan alborozados: «¡Visça nostra Espanya!», a lo que los
restantes diputados responden: «¡Viva nuestra Cataluña!» Se llegaba así al
término de la consecución de «esta colosal tarea, sin semejante en el
Parlamento español», como la definiría el propio Azaña en sus Diarios.94
Epílogo
A lo largo de su paso por las
Cortes, el primitivo «Estatuto de Núria» había sufrido importantes
modificaciones; aún así, los catalanes lo consideraron finalmente suficiente
para iniciar el ejercicio de su capacidad política. La II República fue así,
por tanto, el primer régimen político español que intentó dar respuesta y
solución al problema de los nacionalismos regionales. El mismo día de su
definitiva aprobación en las Cortes, el grupo parlamentario catalán invitaba a
una comida de homenaje en el hotel Palace a Julián
Besteiro, presidente del Congreso; Manuel Azaña, jefe de Gobierno; y a Luis
Bello, presidente de la Comisión de Estatutos. Llegaba para este último, tras
las luchas políticas, las campañas injuriosas y las dilatadas discusiones
parlamentarias, la hora del reconocimiento público y de las más sinceras y
desinteresadas felicitaciones por parte de Cataluña y del resto del país.
93 Modesto S. Monreal, «Al habla con don Luis Bello. Ante la ya inminente
aprobación definitiva del Estatuto de Cataluña», La Voz, 7-9-1932.
94 M. Azaña, op. cit., entrada del 9-9-1932, p. 624.
En sus primeras declaraciones,
cuando la promulgación del texto estatutario era ya inminente, Bello, además de
resaltar el gran porvenir que, en su opinión, aguardaba a la autonomía catalana
(«Hay una cualidad que nadie puede negar a Cataluña: el carácter, la condición
de energía, de perseverancia y de voluntad en el trabajo»95), y de señalar que,
en su forma definitiva, el Estatuto era «tal como podía darse» dentro del
equilibrio de fuerzas de la Cámara y del estado de opinión del país, destacaba
de modo especial el trabajo de sus compañeros en la Comisión:
Los miembros de la Comisión nos
hemos limitado a cumplir nuestra tarea, el encargo de las Cortes, y sería
inocente que identificásemos nuestra personalidad con la obra de la autonomía
de Cataluña, obra magna que no corresponde a una Comisión, sino a la República,
que no hubiera podido realizarse sin el esfuerzo del Gobierno y de los partidos
gubernamentales. (...)
En los votos particulares del Sr.
Iranzo, que pertenece a la Agrupación al Servicio de
la República, ha habido una porción de indicaciones que se han atendido. El Sr.
Lara, de la minoría radical y vicepresidente de la Comisión, ha prestado una
labor considerable, y lo mismo los señores Valle, de la federal; Poza Juncal,
López Goicoechea y demás miembros de la Comisión.96
Todos mis compañeros han
trabajado con la mejor intención. No puedo olvidar la colaboración que, por
ejemplo, me han prestado Iranzo, del grupo Al
Servicio de la República; Lara, radical; Valle, federal; Poza Juncal,
95 «Creo que el
porvenir de la autonomía es espléndido», dice don Luis Bello, presidente de la
Comisión», El Sol, 9-9-1932.
96 Modesto S. Monreal, art.
cit.
gallego; López Goicoechea y San
Andrés, radicales socialistas, y los miembros de la minoría socialista.97
Tendría incluso, Luis Bello,
palabras de respeto y consideración para su gran opositor en la Comisión y en
el Parlamento, el controvertido Antonio Royo Villanova:
Hay una parte del trabajo
realizado por la Comisión que desde luego considero no sólo conveniente, sino
indispensable: la controversia, la oposición, la actitud declaradamente en
contra de la autonomía. Por eso yo he estimado siempre como una oposición leal
la del señor Royo Villanova. Alguna vez me habrá
parecido maniática; pero era una posición clara. Lo peor ha sido la serie de
obstáculos sin sentido interpuestos por los que en principio se declaraban
partidarios de la autonomía. Éstos, que en definitiva no han realizado trabajo
útil, se han limitado a contribuir a la formación del ambiente derrotista en
que se pudo suscitar el pronunciamiento del día 10.98
Yo tengo que destacar la
oposición leal del Sr. Royo Villanova. Su actitud ha
sido franca en todo momento. Más digna de elogio que la de aquellos que se
declaraban partidarios de la autonomía y luego la obstaculizaban tanto como
podían.99
El 25 de septiembre de 1932, se
procedía en Barcelona a la entrega solemne del Estatuto por parte del jefe de
Gobierno. El recibimiento que el pueblo catalán dedicará a Azaña es el más
triunfal que haya recibido jamás un mandatario español en Cataluña; los
catalanes reconocían así su decisivo protagonismo en la recuperación de sus
libertades. Pero, junto a él, la
97 «Creo que el
porvenir de la autonomía es espléndido», dice don Luis Bello, presidente de la
Comisión», loc. cit.
98 Modesto S. Monreal, art.
cit.
99 «Creo que el
porvenir de la autonomía es espléndido», dice don Luis Bello, presidente de la
Comisión», loc. cit.
muchedumbre descubre a Luis
Bello, «su figura quijotesca y los rasgos particularísimos de su persona lo
delataban en todas partes, y por donde iba los grupos le cercaban, los vítores
le ensordecían y los abrazos y manifestaciones de simpatía y cariño le
abrumaban».100 A lo largo de un fin de semana, la Asociación de la Prensa
barcelonesa le nombra «socio de honor»; la Unión Radio-Barcelona le reclama
para dirigir, desde su micrófono, unas palabras al pueblo catalán; se organiza
un banquete de homenaje a su figura en el restaurante Miramar... «Nuestro
presidente en todo momento quería hacer ver que el triunfo había sido de la
Comisión; pero el instinto popular, siempre tan certero, señalaba al hombre que
con su recia voluntad había sabido imponerse en los momentos de peligro».101
No acabará, con el Estatuto, la
vinculación política de Luis Bello con Cataluña. En las elecciones generales de
1933, Luis Bello obtendrá su acta de diputado por la ciudad de Lleida, y a esta
ciudad representará en las primeras Cortes ordinarias de la II República, si
bien su precario estado de salud apenas le permitirá ya la asistencia a las
Cortes. En octubre de 1934, hallándose en Barcelona, Bello será detenido junto
a su jefe de filas, Manuel Azaña, acusados ambos, injustamente, de participar
en la sublevación del Gobierno de la Generalitat, doloroso incidente que le
mantuvo encarcelado más de ochenta jornadas, y que algunos relacionan con su
muerte, diez meses después, en noviembre de 1935. El centro barcelonés de
Izquierda Republicana convocará una velada de homenaje a su memoria al que
asistirán todos los partidos catalanes de izquierda;102 y su antiguo enemigo
político en la contienda por el Estatuto, Royo Villanova,
le rendirá, noblemente, «derecho de gentes», en un sincero artículo testimonio
de su austeridad y honrado comportamiento político:
Siempre he creído que en la lucha
política como en la guerra internacional debe existir un derecho de gentes y
que así como entre los beligerantes se rinden honores al cadáver del enemigo,
todas las pasiones, todos los rencores, todas las diferencias que engendra la
vida política deben detenerse ante la muerte. (...)
100 Francisco López de
Goicoechea, art. cit.
101 Id.
102 Cfr. «Una vetllada d’ homenatge a la memòria de Lluís Bello», La Publicitat,
17-11-1933.
Conocí a Luis Bello siendo
conmigo diputado ministerial, afiliado él, como reflejo natural de sus
relaciones periodísticas, al grupo político de don Rafael Gasset. Y fue
entonces cuando sin merma de nuestra amistad personal, comenzó él a alejarse de
mi posición política. Se convocó la célebre Asamblea de Parlamentarios en la
que por primera vez aparecieron unidos don Francisco Cambó y don Alejandro Lerroux. (...) Y a esa Asamblea fue Luis Bello impulsado,
sin duda, por un movimiento generoso de su espíritu, pero sin que ello le
proporcionara el menor provecho personal, puesto que a partir de aquel día ya
no volvió a ser diputado en ningún Parlamento de la Monarquía.
Al proclamarse la República (...)
presidió la comisión dictaminadora del Estatuto de Cataluña, y fue leal a los
compromisos del Gobierno y a los antecedentes que arrancaban del pacto de San
Sebastián. Yo recuerdo que hube de defenderle en el terreno particular en más
de una ocasión, cuando se pretendía relacionar con motivos inconfesables la
conducta, al parecer contradictoria, de un diputado por Madrid que servía a los
intereses del catalanismo. Luis Bello –decía yo– no hace más que cumplir
lealmente sus compromisos políticos (...) Ningún provecho personal obtuvo Luis
Bello de su adhesión política al señor Azaña, como ningún provecho había
recabado de su espontánea adhesión a la Asamblea de Parlamentarios. El acta de
diputado a Cortes por Lérida es muy poca cosa para lo que Luis Bello hizo en
servicio del catalanismo político.
(...) Conste, pues, que si el
derecho de gentes obliga en la guerra internacional a rendir honores al cadáver
del enemigo, la más elemental solidaridad política, periodística y humana
obliga a tributar un homenaje de justicia y un tributo de respeto y de
admiración al adversario.103
103 Antonio Royo Villanova, «Derecho de gentes. El caso de Luis Bello», Heraldo
de Aragón, 3-12-1935.