Manuel Ballarín
Aured
Para perfilar someramente el territorio que nos ocupa, conviene
también bosquejar unas brevísimas pinceladas previas. Este espacio, integrado
en la actualidad por diecisiete poblaciones, se hallaba inscrito en los años
treinta en el partido judicial de La Almunia de Doña Godina.
En ese momento contaba con una población de 30.000 habitantes y sus localidades
más populosas eran Épila, con 5.700 habitantes; La
Almunia, con 4.200; y Calatorao, con 3.500. Surcado por dos de las principales
vías nacionales de comunicación (la carretera y el ferrocarril de Madrid a
Francia), Valdejalón, salvo alguna de las localidades
del piedemonte ibérico, se hallaba bien comunicado. A pesar de contar con
varias pequeñas industrias transformadoras (harineras, alcoholeras y fábricas
de aceite), con las destacadas canteras de Calatorao,
con la cementera de Morata, y, sobre todo, con la principal azucarera española,
la de Épila, la actividad agraria era el principal
sostén económico de la comarca, precisamente en unos momentos en los que sus
tres principales cultivos (remolacha, cereal y vid) se encontraban sumidos en
profundas crisis de superproducción y afectados por graves dificultades en el
mercado.
En mi opinión, cabe apreciar tres etapas en el republicanismo de
izquierdas en Valdejalón. Una primera, desde la
instauración del nuevo régimen hasta la crisis padecida por el Partido
Republicano Radical-Socialista; otra, de reorganización de las formaciones
resultantes de la crisis y de acomodo a la semiclandestinidad devenida tras los
sucesos revolucionarios de octubre de 1934; y otra, desde el triunfo del Frente
Popular hasta el golpe militar de julio de 1936.
La
instauración del nuevo régimen.
Ante el horizonte del 12 de abril, los sectores del republicanismo
progresista de Valdejalón se encontraban encuadrados
casi exclusivamente en las filas del Partido Republicano Radical-Socialista, la
organización de carácter estatal nacida en 1929 alrededor de relevantes
personalidades como Marcelino Domingo o Álvaro de Albornoz y que en Aragón
surgiría auspiciada desde la fracción más avanzada del Partido Republicano
Autónomo. Como he señalado en Del paro al
Movimiento. La Almunia de Doña Godina en la II
República, el proceso electoral de abril de 1931 parece encontrar a las
agrupaciones radical-socialistas poco articuladas y, probablemente, con muy
bajos índices de afiliación, lo que indudablemente influirá en las dificultades
para formar candidaturas de izquierdas y posibilitará la constitución de
ayuntamientos por el artículo 29 de la Ley Electoral, según el cual, en las
localidades donde solamente se presentaba una lista, ésta tomaba posesión
automáticamente, sin necesidad de recurrir a la consulta electoral. En la
comarca, de esta peculiaridad saldrán más beneficiados “los de siempre”: los
bregados hombres de la Unión Patriótica y del Somatén, devenidos ahora en
constitucionalistas o independientes. En los pocos lugares donde hubo
elecciones, el triunfo, en general, sobre todo en las localidades más
importantes, correspondió a los monárquicos, y en alguna de ellas, de forma
abrumadora, como en La Almunia, Épila, La Muela o
Lucena.
La amplia abstención registrada en
algunas localidades de la comarca (más del 40% en La Almunia), parece sugerir una cierta
indiferencia o quizás un justificado recelo respecto al proceso electoral por
parte de importantes sectores de la población que habían sido testigos de las
corruptelas y manejos caciquiles registrados en anteriores comicios. El hecho
de que en La Almunia se escrutaran siete votos para Fermín Galán y otros siete
para García Hernández podría ser una anécdota pero, también, denotar la poca
confianza que a algunos votantes les merecía la consulta.
Otras posibles causas de la abstención (para ésta y posteriores
consultas electorales en 1931) quizás deban buscarse en la perplejidad, en el
desconcierto que cundiría entre sectores del electorado al apreciar la
confrontación de candidatos que hasta pocos días antes habían militado codo con
codo en las filas de la Unión Patriótica. Así, en Épila,
la organización primorriverista será el vivero de
donde surjan tres de los concejales radical-socialistas, el presidente local
del PSOE, el secretario de la sección azucarera de la UGT o el vocal comarcal
en la dirección provincial de Acción Republicana. En Ricla,
donde el 12 de abril habían vencido los monárquicos, en el momento de la toma
de posesión de sus cargos, cinco de ellos se declararon republicanos. En
Plasencia de Jalón, donde se aplicaba el artículo 29 de la Ley Electoral, todos
los concejales monárquicos se definían una semana más tarde como adictos al
nuevo gobierno. En Bardallur,
un antiguo vocal de la Unión Patriótica será el nuevo alcalde en una lista
socialista. En La Muela, todos los ediles de Derecha Liberal Republicana
elegidos tras la repetición de las elecciones municipales en mayo de 1931, lo
habían sido con carácter monárquico tan solo dos meses antes. En fin, la
relación, que podía ser mucho más prolija,
parece indicativa del momento de confusión que padecía la situación política en
aquellos momentos. Desde luego, quien lo tenía muy claro era el cacique de
pueblo referido por Gil Robles en No fue
posible la paz, liberal con Romanones, “berenguerista” en 1930, lerrouxista
en 1931, y de Azaña después: “Yo no cambio [decía el cacique]; los que cambian
son los gobiernos”.
Pero la jornada electoral, que transcurrió en Valdejalón
sin graves alteraciones de orden público, registró, sin embargo, importantes
irregularidades electorales que, tras ser reflejadas en el acta del escrutinio,
harían impugnar el resultado a los candidatos republicanos. Conocemos el caso
de Épila, donde tanto algún afiliado de la CNT como
varios de los candidatos republicanos reflejaron las imposiciones sufridas por
los electores a cargo de algunos guardas municipales, del alcalde saliente o de
los dependientes de grandes propietarios locales como el duque de Aliaga o el
conde de Montenegrón, que habrían coaccionado a sus
arrendatarios para que votasen la candidatura monárquica bajo la amenaza de
anular sus contratos. Irregularidades semejantes, por cierto, se detectaron en
Mas de las Matas, y son recogidas por José Ramón Villanueva en un artículo
sobre el republicanismo de izquierdas en el Bajo Aragón durante el período
constituyente.
Pese a lo adverso de los resultados en algunas poblaciones, los
comités republicanos de las localidades comarcanas, una vez conocida la
proclamación de la República, se lanzaron a la calle a festejar el advenimiento
del nuevo régimen, izaron en los balcones de los ayuntamientos la bandera
tricolor y arengaron a las masas, mientras en las calles se organizaban
manifestaciones espontáneas y los centros republicanos se veían desbordados por
un público entusiasta.
A finales de abril, el Ministerio de la Gobernación, por medio de una
circular, autorizaba a los Gobiernos Civiles y comités republicano-socialistas
a destituir a aquellos ayuntamientos afectados por supuestas coacciones o
falsedades en su constitución y a la designación de comisiones gestoras
interinas de tinte progresista. La reacción no se hizo esperar y en días
sucesivos se remitían expedientes por supuestas irregularidades electorales
desde buena parte de las poblaciones de la comarca. A partir de esos momentos,
y hasta la celebración de unas nuevas elecciones municipales que contaran con
las suficientes garantías democráticas, sus ayuntamientos serían regidos por
comisiones gestoras designadas desde el comité provincial de la Conjunción
Republicano-Socialista y refrendadas por el gobernador civil.
Los resultados de las nuevas elecciones (convocadas para el 31 de
mayo, pese a la petición de suspensión solicitada por numerosos pueblos de la
provincia, que veían en la convocatoria un peligro para el bisoño régimen),
terminaron de configurar una comarca en la que, como en el Bajo Aragón, podía
apreciarse una clara hegemonía política del Partido Radical-Socialista (sobre
todo en los municipios mayores, Épila, La Almunia y Calatorao); una presencia socialista importante en Morata y
Bardallur; algunas aisladas representaciones del
Partido Radical; y, a causa del artículo 29 de la Ley Electoral, un importante
núcleo de poblaciones en manos de “independientes” ex monárquicos,
comprometidos en mayor o menor grado con el nuevo régimen.
Algunas
singularidades del republicanismo valdejalonense
Uno de los pioneros en los estudios del sistema de partidos
españoles, Juan José Linz, utilizó la etiqueta de “partidos anti” para
encuadrar ideológicamente algunas formaciones de la II República. Algo después,
otro veterano estudioso, el catedrático de la Universidad de Zaragoza Manuel
Ramírez, haría suya dicha tesis. Ramírez, aunque aplica esta definición a Unión
Republicana (a la que define como una organización “burguesa, anticlerical,
anti-aristocrática, socio-reformista y de orden, no revolucionaria”, sostiene
que puede ser utilizada para los otros bisoños partidos republicanos creados en
los últimos años de la Monarquía o en el transcurso de la efímera República.
Sin embargo, a la luz de los datos que poseemos acerca de estas formaciones en Valdejalón, estas apreciaciones no pueden ser trasladadas
sin matizaciones para el caso de la comarca.
En primer lugar cabe
señalar que, al menos la base militante del republicanismo de izquierdas,
difícilmente puede ser tildada de “burguesa”, ya que se nutrió,
fundamentalmente, de jornaleros (el 75% en el caso de La Almunia) y de pequeños
campesinos, las más de las veces colonos, arrendatarios o medieros. Y, si bien
es verdad, que las reivindicaciones de las secciones agrarias
radical-socialistas tuvieron siempre un tinte reformista, no revolucionario, lo
cierto es que, en algunas de las localidades más populosas (como Calatorao o La Almunia), cumplieron el papel de los
sindicatos obreros, negociaron con las patronales locales e, incluso, les
plantearon huelgas. Y, no sólo eso. Desmintiendo el apoliticismo atribuido
mecánicamente a la militancia de la CNT, hay que hacer constar que, en 1932, la
mitad de la junta directiva radical-socialista de La Almunia pertenecía al
sindicato anarcosindicalista, y el máximo dirigente confederal lo era, a la
vez, de la Alianza de Labradores, el sindicato agrario del partido. Y no debe
considerarse un fenómeno aislado porque la misma doble militancia es apreciable
en localidades como Lucena de Jalón, Calatorao o Ricla, donde los máximos responsables cenetistas
fueron también dirigentes de la Alianza de Labradores y/o concejales
republicanos. Otros ejemplos de que las relaciones entre republicanos y
anarcosindicalistas fueron algo más que cordiales pueden extraerse de declaraciones
que he podido obtener de militantes libertarios de la zona, del sorprendente
mitin protagonizado en la sede epilense de la CNT, en 1931, por los destacados
líderes regionales radical-socialistas
José María González Gamonal y Mariano Joven y por el polémico diputado “jabalí”
por Ciudad Real, Pérez Madrigal. O, también, de la quizás no tan anecdótica
coincidencia de que en Épila y La Almunia el centro
republicano y el ateneo libertario compartieran el mismo edificio.
En mi opinión, las autoridades de las izquierdas republicanas de
la comarca no tuvieron un comportamiento abiertamente anticlerical, sino que se
limitaron a aplicar, en mayor o menor grado, la legislación laicizante
emanada de la Constitución. Y todo ello, pese a la manifiesta ofensiva desatada
contra ellas desde sectores del catolicismo más ultramontano.
A principios de 1932 se producía la expulsión de los jesuitas y
entraban en vigor las leyes de matrimonio civil, de divorcio y de
secularización de cementerios, desarrollando así los artículos 25 y 26 de la
Constitución, en la línea de lo establecido por la separación Iglesia-Estado.
Estas medidas gubernamentales tendrían repuesta inmediata por parte de los
capítulos eclesiásticos locales, menos timoratos que en meses anteriores, repuestos
ya del shock del 14 de abril, y
entregados a una importante campaña movilizadora, si hacemos caso a las
crónicas de los integristas corresponsales del diario El Noticiero. En Épila, por ejemplo, el 5 de febrero de 1932 recogía la
reunión del párroco con un grupo de feligreses, en la que se acordó que tanto
el culto como el clero de la parroquia no quedaran en lo sucesivo sin la debida
remuneración. Ese mismo día informaba que muchos padres, suprimida la enseñanza
del catecismo en las escuelas nacionales, facilitaban dinero para premiar la
asistencia puntual y continuada de los niños al ex convento de Capuchinos,
donde eran atendidos por seis sacerdotes y varias señoritas. El 24 de mayo de
ese mismo año, pasando de largo sobre el innegable componente lúdico y festivo
de la romería al santuario de Rodanas, vindicaba la
asistencia a la misma, para rendir homenaje a la Virgen, de al menos la mitad
de la población. Ya por fin, el 9 de junio, el corresponsal del diario católico
se hacía eco de las cuarenta nuevas altas registradas en la archicofradía del
Sagrado Corazón de Jesús. No informaba sin embargo de la no autorización por
parte del Ayuntamiento de la procesión del Corpus “en evitación de posibles
protestas”, ni de la desautorización en lo sucesivo de entierros gratuitos de
eclesiásticos en el cementerio municipal. Tan solo estos dos detalles parecían
dejar traslucir que España –como había dicho Azaña- había dejado de ser
católica. A juzgar por las crónicas del pío corresponsal de El Noticiero, al menos en Épila, asistían a misa hasta los militantes de la FAI.
Si bien es verdad que desde los sectores católicos algunas de las
disposiciones laicizantes del primer bienio fueron
acatadas de mejor o peor gana (como la no asistencia corporativa de los
Ayuntamientos a procesiones y romerías, la prohibición del uso de banderas y
estandartes ostentosos en dichas procesiones, la secularización de cementerios,
o la retirada de las imágenes del Corazón de Jesús que presidían algunos
salones de sesiones), otras decisiones fueron atendidas a regañadientes o
abiertamente contestadas. En este sentido, en La Almunia se pueden constatar
tres incidentes sintomáticos. Por un lado, las críticas de un grupo de
feligresas y del párroco ante el acuerdo del Ayuntamiento de desentronizar el
Corazón de Jesús del salón de plenos y la omisión de invocar a Santa Pantaria en los programas de fiestas, que le costaron al
reverendo una dura reprimenda y una seria advertencia de expediente ante el
Gobierno Civil. Por otro lado, la denuncia del presidente local
radical-socialista ante un pleno municipal, advirtiendo en un escrito de las
arengas de un fraile ultramontano, que, con motivo de una novena que se
celebraba en la iglesia parroquial, aconsejaba a sus fieles firmeza “para
combatir y aplastarles la cabeza a sus enemigos”. Y, por último, la detención
del sacristán y de su familia por proferir frases contra el régimen republicano
en la noche del 11 de agosto de 1932, con ocasión de la manifestación popular
que tenía lugar para protestar contra el fallido golpe antirrepublicano del
general Sanjurjo. Lances similares se registraron en Salillas de Jalón, donde
el presidente y el tesorero de la junta de la cofradía del Rosario fueron
sancionados con sendas multas de diez pesetas por reunir a la junta
clandestinamente; en La Muela, donde los feligreses consiguieron que el párroco
fuera trasladado, debido a su carácter intransigente y autoritario; o Épila, donde, según el órgano cenetista
Cultura y Acción, el vicesecretario
de ese sindicato, había conseguido obtener un sepelio civil, a pesar de los
inconvenientes que se habían presentado para su celebración.
Tensiones importantes serán apreciables
también en Épila, Ricla y
La Almunia a la hora de tomar medidas para aplicar la prohibición de impartir
la enseñanza a las órdenes religiosas, a raíz de la aprobación de la Ley de
Confesiones y Congregaciones. Unas medidas que, como es sabido, los vaivenes
políticos posteriores y la guerra civil, se encargaron de dejar en papel
mojado.
A pesar de todo, la pugna por el “dominio simbólico del espacio
público” (en expresión del historiador De la Cueva Merino), que en muchos
puntos de España tendría su traducción en episodios violentos, como la quema de
iglesias y conventos, derribo de cruces de término o destrucción de hornacinas
con imágenes, apenas tuvo repercusiones en la comarca, y, allí donde se
registraron, parecen más fruto de gamberradas que de actos con un contenido
ideológico claro. Será el caso del derribo de una cruz de piedra existente en
una céntrica calle de Ricla, imputado desde la prensa
zaragozana a los militantes de la CNT, pero materializado, en realidad, por un
grupo de “señoritos” lerrouxistas; el caso del
agravio inferido a la imagen de la Virgen del Tremedal, en Calatorao,
que fue arrancada de un peirón y arrojada a una acequia por unos desconocidos;
o el caso de Épila, donde el derribo de varias cruces
fue atribuido por el corresponsal de La
Voz de Aragón a una “ola de gamberrismo”.
La componente anti aristocratizante de las izquierdas republicanas
apreciada por Manuel Ramírez tuvo muchas oportunidades de manifestarse en una
comarca como Valdejalón, enmarcada en un partido
judicial donde el porcentaje de la riqueza agraria en manos de grandes
propietarios casi duplicaba al de Aragón y donde el peso de la nobleza tuvo
tanta importancia entre la gran propiedad agraria. No hay que olvidar que
algunos de los principales Grandes de España, como el marqués de Camarasa, la duquesa de Terranova, el conde de la Viñaza o
el duque de Híjar, contaban con centenares de hectáreas en la comarca, y que
entre los aproximadamente 300 afectados por la Ley de Reforma Agraria en Valdejalón, era muy alto el porcentaje de títulos
nobiliarios. Significativamente, en 1933, uno de los componentes de la
candidatura de la Alianza de Labradores para las elecciones a la junta
provincial del Instituto de Reforma Agraria será el dirigente
radical-socialista epilense Alfonso Gaspar y, como veremos en 1936, las
gestiones solicitando la intervención del Instituto de Reforma Agraria y las
exigencias de roturación de las dehesas de la nobleza, se realizarán desde los
ayuntamientos republicanos con mucha vehemencia.
Otra característica lógica, innata, de las formaciones
republicano-progresistas, su afán republicanizador,
se hará patente desde los primeros acuerdos de los nuevos concejos, desde la
exaltación propia de los primeros días, y estuvieron encaminados hacia una
vindicación sin tapujos de “lo republicano”, incluyendo los cambios en el
callejero (no hubo localidad donde no se dedicaran calles o plazas a la
Libertad, a la República, al 14 de abril
y a Galán y García Hernández), la adquisición de retratos de los héroes de Jaca
y de alegorías de la República y los envíos de telegramas de adhesión a los
nuevos ministros del régimen.
De la hegemonía a la crisis
radical-socialista
Hasta la crisis padecida a finales de 1933, Valdejalón fue un auténtico feudo del Partido
Radical-Socialista. En mi opinión, las causas de ese ascendente hay que
buscarlas en la apreciable implantación que ya registraba el partido en el
momento del cambio del régimen, en su posición de fuerza en los ayuntamientos
(fruto de su gran número de alcaldes y concejales), en su notable militancia y
en la influencia ejercida, primero por las secciones agrarias del partido, y
después a través de su sindicato “correa de trasmisión”, la Alianza de
Labradores de España, que se erigió en abanderado del derecho de los jornaleros
al arriendo de tierras, de las reivindicaciones comarcales de construcción de
pantanos y de los intereses de los arrendatarios y medieros remolacheros frente
a las maniobras especulativas de los trusts
azucareros. Para estas campañas, en las que tuvieron que competir con algún
sindicato “amarillo” próximo al Partido Radical (como en el caso de la Unión
Agraria de Calatorao) y con las derechistas y
confesionales sucursales de la Asociación de Labradores de Zaragoza y del
Sindicato Central de Aragón, contaron con la incansable brega de sus diputados
Antonio Guallar y Venancio Sarría y con la ocasional
visita de directivos nacionales del sindicato como Gordón Ordás o Ruiz Folgado
La otra formación de la izquierda republicana, Acción Republicana,
tuvo una escasa presencia en la comarca, y las primeras noticias sobre sus
actividades son bastante tardías, de 1933. Ese año será cuando se constituya la agrupación de Calatorao y cuando, en Rueda de Jalón, obtengan los dos
únicos concejales de la comarca, a raíz de la celebración de elecciones
municipales en las localidades afectadas por el artículo 29 de la Ley
Electoral. Significativamente, el delegado comarcal en el consejo provincial de
Acción Republicana será el epilense Gregorio Cobos, ex miembro de la Unión
Patriótica, ex candidato monárquico en 1931 y administrador local de uno de los
mayores latifundistas españoles, el duque de Híjar.
En septiembre de 1933 tuvo lugar el III congreso nacional
extraordinario del Partido Radical-Socialista, saldado con una gravísima crisis
interna. Las diferencias, motivadas por las divergencias internas sobre la
política de colaboración con los socialistas, tendrían como consecuencia que el
sector favorable a esa posición, liderado por Marcelino Domingo, se escindiera
del partido, formara el Partido Republicano Socialista Independiente y, unos
meses más tarde, junto con Acción Republicana y la ORGA (el partido de Casares
Quiroga) constituyera Izquierda Republicana. Por su parte, el núcleo ortodoxo
del Partido Radical-Socialista, afín a Félix Gordón Ordás, terminará fusionado
con el Partido Radical Demócrata de Martínez Barrio y creando una nueva
formación, Unión Republicana.
En líneas generales, las dos localidades más importantes de la
comarca, La Almunia y Épila, actuarán de referentes
comarcales en dicha crisis. La agrupación de la cabecera del partido judicial,
La Almunia, se inclinará por la opción de Izquierda Republicana y, con ella, lo
harán otras dos importantes organizaciones vecinas, las de Ricla
y Almonacid de la Sierra. En esta decisión
probablemente tuvo mucha influencia el ascendente de Marcelino Domingo en La
Almunia, donde el destacado político tortosino había recalado en alguna ocasión
y donde, por otra parte, había nacido su abuelo. No menos decisivo pudo ser el
hecho de que uno de los principales líderes aragoneses de la formación de
Azaña, Mariano Joven, fuera natural de Almonacid de
la Sierra. Por otra parte, el hecho de que el líder de la facción más moderada
del radical-socialismo, Gordón Ordás, hubiera protagonizado un importante mitin
en Épila y fuera amigo personal del destacado líder
comarcal, el epilense Alfonso Gaspar, pudo contribuir a que esa localidad
optara por Unión Republicana y arrastrara con ella a dos de las más importantes
agrupaciones de la comarca, las de Calatorao y
Salillas de Jalón.
Tiempo de derechas
En noviembre de 1933 tuvieron lugar las elecciones generales,
saldadas con un espectacular triunfo de la derecha en la comarca. Organizada
alrededor de Acción Popular Agraria y de sus filiales (la Asociación Femenina
Aragonesa y las Juventudes de Acción Popular), la derecha contó a su favor con
la presencia en su candidatura de destacadas personalidades ligadas al
Sindicato Central de Aragón (erigidas en paladines de los intereses trigueros y
remolacheros) y con el inestimable apoyo del clero (protagonista de una
descarada campaña desde los púlpitos que obligará al gobernador civil a
amenazar con la imposición de severas sanciones). La derecha pudo contar, tal
vez (la cuestión es obviamente indemostrable), con el auxilio de buena parte
del electorado femenino, muy permeable todavía a temas como los preconizados
por los candidatos derechistas (religión, orden, propiedad...); y, desde luego,
con la manifiesta abstención de los sectores obreros vinculados a la CNT.
Además, la derecha obtuvo un indudable provecho del acusado desgaste radical-socialista,
fruto de varios años de difícil gestión salpicada de problemas (cambios en las
alcaldías, dimisiones de muchos de sus ediles, importantes conflictos sociales,
constantes tensiones con el clero…), y, fundamentalmente, de las gravísimas
disensiones padecidas en el seno del partido.
A pesar del cambio de orientación política en el gobierno de la
nación, los ayuntamientos progresistas surgidos en las elecciones de 1931 se
mantendrán en el gobierno municipal hasta su destitución a raíz de los sucesos
revolucionarios de octubre de 1934. Sin embargo, durante los meses anteriores a
la frustrada revolución, España vivirá casi en permanente estado de alarma.
Como ha señalado Paul Preston, la llegada de Salazar Alonso al Ministerio de la
Gobernación suponía, de hecho, la desaparición de autoridades que desafiasen la
dominación de los caciques; en una palabra: Salazar Alonso conseguiría retrasar
el reloj a los años veinte.
Tras las jornadas revolucionarias de octubre de 1934 (saldadas sin
incidentes apreciables en la comarca), los ediles republicanos de Valdejalón, escrupulosos cumplidores del orden y la
legalidad, serían tratados cual dinamiteros asturianos y sustituidos por
gestores nombrados por el gobernador civil, afiliados a la CEDA, al Partido
Radical o al Partido Agrario.
Hasta principios de 1936, una atmósfera conservadora impregnará la
vida nacional. Con las cárceles repletas de miles de presos políticos y buena
parte de la izquierda forzada a la clandestinidad, se asistirá a un manifiesto
retroceso en las conquistas sociales obtenidas durante el primer bienio
republicano. Será el momento de la vuelta de las procesiones a las calles, de
las misas cantadas por los militantes de las JAP, de las cuestaciones
patrióticas, del resurgir de cierto somatenismo...
En enero de 1935, de los restos del naufragio radical-socialista
surgirá la organización zaragozana de Unión Republicana, de cuya comisión
gestora provincial formará parte el veterinario epilense Alfonso Gaspar. Pero
este será, fundamentalmente, el momento de la derecha, presente,
significativamente, en un feudo radical-socialista como Salillas de Jalón, por
medio de un mitin del líder del Partido Agrario Romero Radigales.
El momento de la derecha y... de la emergente ultraderecha, que el
15 de abril se presentaba en La Almunia bajo las siglas de Falange Española de
las JONS, en la que sería una de las primeras apariciones en Aragón de la
organización fascista. Como era de esperar, su presencia estuvo desde el primer
momento rodeada de tensiones y contó con la oposición de los republicanos almunienses, que, considerando una provocación inadmisible
la pretensión de los falangistas de organizar el mitin en día tan señalado como
el de la festividad de la República, consiguieron retrasarlo al día siguiente.
Las primeras señales de vida del republicanismo de izquierdas valdejalonense se harán ostensibles con su nutrida
presencia en un mitin celebrado en Alagón, en septiembre de 1935, que,
protagonizado por Marcelino Domingo y Mariano Joven, sirvió de presentación de
Izquierda Republicana en la provincia de Zaragoza. Apenas un mes más tarde,
Manuel Azaña congregaba en Madrid a unas 350.000 personas llegadas desde toda
España, y, significativamente, el tren especial fletado desde la capital
aragonesa, dotado con 800 plazas, efectuó paradas en Épila
y Ricla para acoger a los numerosos militantes
comarcanos que se desplazaron al gigantesco mitin de Comillas.
El 16 de febrero de 1936 tuvieron lugar unas nuevas elecciones generales
y, de nuevo, volveremos a encontrar unidas a las izquierdas republicanas, pero
esta vez, codo con codo con las formaciones marxistas, en el seno de una
coalición, el Frente Popular de Izquierdas, creado unas semanas antes como
antídoto para tratar de atajar el imparable ascenso del fascismo.
En la comarca de Valdejalón los
resultados electorales fueron muy dispares. Hubo amplias victorias de la
derecha en La Almunia, Urrea, Morata, Lucena, La Muela y Chodes,
y apretadísimas, en Plasencia, Calatorao o Rueda;
mientras que el Frente Popular, que había vencido en catorce de los veintisiete
municipios del partido judicial (entre ellos en nueve de los trece de más de
mil habitantes), ganaba de forma abrumadora en Almonacid,
Alpartir, Ricla y Salillas;
con holgura, en Épila y Lumpiaque;
y, ajustadamente, en Bardallur.
En febrero de 1936, tras el triunfo de la izquierda en el conjunto
del estado, los concejales republicanos depuestos en octubre de 1934 volverán a
los ayuntamientos para constituir comisiones gestoras en las que las bajas
producidas durante el “bienio negro” serán cubiertas gubernativamente, pero
atendiendo ya a la nueva correlación de fuerzas; conformando corporaciones
municipales más en sintonía con la realidad del país en 1936.
En este período tendremos
oportunidad de confirmar alguna de las supuestas peculiaridades apuntadas al
principio de nuestra intervención: la doble militancia republicano-cenetista, puesta de manifiesto en localidades como La
Almunia, donde más del 20% de los afiliados cenetistas
lo era también de Izquierda Republicana; en Épila,
donde esa doble condición alcanzaba al mismo alcalde frentepopulista, militante
de la CNT y Unión Republicana; o en Ricla y Calatorao, donde esta situación afectaba a algunos ediles
de Izquierda Republicana.
Otro aspecto que cabe reseñar es que, pese a la contrastada
movilización apreciable en el electorado femenino popular a raíz de los
comicios que dieron el triunfo a la izquierda, al menos en Valdejalón,
la militancia femenina en las organizaciones republicanas, sí la hubo, tuvo un
carácter absolutamente minoritario, insignificante, en claro contraste con los
centenares de afiliadas que poseía la Asociación Femenina Aragonesa, la sección
femenina de la CEDA aragonesa.
Pero, aunque no prescindirán de
la práctica política propia, Izquierda Republicana y Unión Republicana
desarrollarán a partir de febrero ( y ya junto a concejales de la izquierda
marxista) aspectos del programa del Frente Popular. Juntos tratarán de hacer
frente a la crisis por la que atravesaban tres de los principales productos
agrarios de la zona (el trigo, la vid y la remolacha); a los estragos
ocasionados por las devastadoras riadas de la primavera; y, sobre todo, a los
terribles efectos del endémico paro obrero.
En este período, las autoridades
republicanas volverán a retomar medidas ya ensayadas (obra pública para generar
jornales, reparto de parcelas municipales entre los más necesitados...); se
ensayarán otras (subida de algunas contribuciones); y se reivindicará, con gran
vigor, la roturación de dehesas incultas, la aplicación de la reforma agraria y
la devolución del patrimonio comunal usurpado. Para la consecución de estos
objetivos será constante el recurso a las autoridades provinciales del Frente
Popular y al grupo de diputados electos de esta coalición.
Esta será una etapa donde la conflictividad social alcanzará cotas
muy altas, después de varios años sin que el movimiento obrero tuviera
posibilidad de ejercerla, debido a su descabezamiento tras los sucesos de octubre
de 1934 y a la suspensión de las garantías constitucionales. Por estas fechas
se registrarán numerosas huelgas parciales y algunas, generales, en las que,
por primera vez aparecen acciones conjuntas UGT-CNT, a la par que comenzará a
hacerse patente una clara escalada provocativa por parte de la extrema derecha,
que tendrá como resultado más sintomático el atentado infligido el 24 de marzo
contra el alcalde de La Almunia, Mariano Díez Traín.
También es detectable un innegable cambio en la mentalidad republicana
del momento, ya que, si la aprobación del estatuto de autonomía de Cataluña, en
1932, había levantado ampollas en algunos sectores del movimiento obrero y el
rechazo de alguno de los ayuntamientos republicanos de la zona, en 1936 parece
apreciarse una mayor sensibilización respecto al fenómeno de las
nacionalidades, a juzgar por las expectativas que levantó en la comarca el
Congreso Pro Autonomía Aragonesa celebrado en Caspe, auspiciado no solo por las
formaciones nacionalistas aragonesas, sino, también, por los partidos de las
izquierdas republicanas. Indicativos de ese nuevo espíritu parecen hechos como
la visita a La Almunia de una representación de la comisión organizadora del
Congreso caspolino, la existencia constatada de comités de apoyo en algunos de
los pueblos, las simbólicas subvenciones aportadas desde algún Ayuntamiento, la
presencia física de varios concejales en el acto de Caspe y las adhesiones
mostradas desde algunas corporaciones y círculos republicanos de la comarca.
El 11 de julio de 1936, cuando la bien urdida conspiración
fascista estaba a punto de dejarse sentir, tuvo lugar en Épila
un último acto cívico, democrático, pleno de simbolismo: la celebración de la
Fiesta del Libro. Una fiesta que, concebida como un homenaje al libro, sería
presidida por el gobernador civil Vera Coronel, en la que sería una de sus
últimas apariciones públicas. Pocos meses después Ángel Vera sería ejecutado en
Pedrola y los libros, lejos de recibir homenajes, serían incautados o
destruidos, con la sola excepción de aquellos que respondieran “a los sanos
principios de la Religión y la moral cristiana” o exaltaran con su ejemplo el
patriotismo de los niños.
Entre los días 19 y 21 de julio, dependiendo de la resistencia
mostrada por las fuerzas antifascistas, columnas del ejército llegadas de
Zaragoza y Calatayud, dotaciones de la guardia civil de la comarca, milicias
falangistas y paisanos de la CEDA, se hicieron con el control de la comarca,
tomaron los centros republicanos (donde practicaron simbólicas quemas de sus
objetos), depusieron a las corporaciones del Frente Popular y las sustituyeron
(otra vez) por gestoras derechistas, desposeyeron a buena parte de los
funcionarios, y comenzaron a improvisar cárceles en escuelas, almacenes y
viejos calabozos. La represión fue inmediata y sus formas, crueles y
variopintas. En el inmediato genocidio fueron asesinados los alcaldes de Lumpiaque, Salillas, Plasencia, Almonacid
o La Almunia. También, buen número de concejales, líderes locales de Unión
Republicana e Izquierda Republicana, y numerosos afiliados de esos partidos, de
sus juventudes y de las organizaciones obreras. Algunos alcaldes como el de Calatorao, Pantaleón Cabello, o el de Épila,
Jaime Boada, consiguieron salvarse y llegar a las
filas republicanas; mientras que a las dos personalidades más señeras del
republicanismo valdejalonense, Alfonso Gaspar y
Mariano Joven, les cupo diferente suerte. Alfonso Gaspar, el primer alcalde
republicano de Épila y miembro, en 1936, de la
dirección provincial de Unión Republicana, fue fusilado en Calatorao,
el 9 de agosto de 1936, por un piquete de falangistas. Mariano Joven, natural
de Almonacid, ex gobernador civil de Soria,
Salamanca, Granada y Madrid, y diputado electo de Izquierda Republicana, le
sorprendió la sublevación en Madrid. Esta circunstancia le salvó la vida (algo
que no ocurrió con su hermano y con su cuñado). Mariano Joven, que durante la
guerra civil fue elegido para una de las secretarías del Congreso de los
Diputados, terminó sus días en el exilio de Méjico, donde será fundador del
Ateneo Español, presidente del Centro Republicano Español y activo colaborador
del gobierno republicano en el exilio.
Hoy, casi setenta años después de aquel pogrom,
todavía campean en las esquinas de algunas de las localidades de la comarca los
azulejos con los nombres de los espadones que acabaron con la experiencia
republicana, las lápidas de los caídos por Dios y por España en las fachadas de
las iglesias, y, en el caso de Chodes, la herrumbrosa
placa con el yugo y las flechas ofreciendo su tétrica amenaza a los visitantes.
Buena parte de los protagonistas de la experiencia más ilusionante y
progresista del siglo XX todavía forman parte de la ingente nómina de los
“desaparecidos”, y tan solo alguna publicación esporádica, algún homenaje
semiclandestino, se encarga, de vez en cuando, de reivindicar su memoria.
Decididamente, todavía serán necesarios muchos Coloquios sobre
Republicanismo y, sobre todo, muchas dosis del talante que nos ofrece Mas de
las Matas.
Muchas gracias.
Manuel Ballarín Aured
Coordinador de la Sección de Historia de la Fundación “Rey del
Corral” de Investigaciones Marxistas
Bibliografía específica sobre el
republicanismo en Valdejalón
ALARES LÓPEZ, Gustavo:
“Movilización campesina y violencia fascista en La Almunia de Doña Godina: una huelga campesina en 1936”, La Replazeta, n.º 7 (2001).
ALARES LÓPEZ, Gustavo: “La
República manchada. Épila, 1932”, La Replazeta de Valdejalón, n. º
9 (2002).
BALLARÍN
AURED, Manuel: Del paro al Movimiento. La Almunia de Doña Godina en la II República, La Almunia de Doña Godina, Carra L´Aspro Edizións (Asociación Cultural L´Albada),
2002.
ASENSIO
GUAJARDO, Miguel y BALLARÍN AURED, Manuel: Lloviendo piedras. Crónica de la
II República y de la represión franquista en Calatorao,
Zaragoza, Carra L´Aspro Edizións
(Asociación Cultural L´Albada), 2003.
BALLARÍN
AURED, Manuel: “Valdejalón Contemporáneo”, en Manuel Ballarín Aured (coord.), Comarca
de Valdejalón, Zaragoza, Diputación General de
Aragón, 2003.
BALLARÍN
AURED, Manuel: Mariano Joven, diputado del Frente Popular de Zaragoza,
Zaragoza, Ayuntamiento de Almonacid de la Sierra y
Diputación Provincial de Zaragoza, en prensa.
PLOU
GASCÓN, Miguel: Historia de La Muela, Zaragoza, Ayuntamiento de La
Muela, 1995.
VV.AA.
: En Enrique Bernad Royo (coord.), Republicanos y
República. Socialistas y republicanos de izquierda en Zaragoza y provincia,
1931-1936, Zaragoza, Grupo Socialista de la Diputación Provincial de
Zaragoza, 2003.