Raimundo Suñer, “el alcalde” de Calaceite
Miquel Blanc Grau
El objeto de mi intervención
es el comentario a las memorias
de un calaceitano que se vio forzado
a vivir de cerca muchos de
los hechos más característicos y trágicos de nuestra historia relativamente reciente. Me refiero a los años previos a la guerra civil,
los de la contienda, los del exilio y los terribles,
casi indescriptibles años pasados
en el campo de exterminio de Mauthausen.
Apoyándose en su memoria prodigiosa, Suñer se decidió a escribir la experiencia de su vida y gracias a ello tenemos un testimonio impagable de un tiempo,
unos hechos y unas actitudes humanas absolutamente fascinantes.
Cuando yo conocí al “tio
Raimundo”, a finales de los
años sesenta del pasado siglo, en una de las visitas que le efectué para preguntarle detalles
de su historia, me comentó
y mostró unos cuadernos en los que iba redactando, con la letra vacilante y dificultosa propia de
la gente poco habituada al ejercicio de la escritura, su autobiografía y me comentó diversos pasajes poco conocidos de la situación política de Calaceite durante la República y la guerra. Su
muerte, acaecida en Fumel (Francia) el 26.3.1976, le impidió describir en su totalidad el extraordinario periplo de su vida, puesto que los escritos alcanzan hasta la víspera de la liberación en Mauthausen. Poco después de su fallecimiento, su hijo pequeño,
el amigo Manolo, me entregó dos gruesos
cuadernos manuscritos por él mismo, que eran
copia de las muchas libretas
rellenadas por su padre. Partiendo de estos cuadernos, pude organizar el material, dividirlo
en secciones, corregir la ortografía, suprimir pasajes de su vida privada (conflictos familiares y cosas por el estilo) e incluso
redactar de nuevo páginas enteras que estaban descoordinadas, pues Suñer escribió directamente, sin borrador y algunas veces dejaba sin acabar frases o repetía
lo ya dicho en otro lugar. Lo que puedo asegurar es que yo no he añadido absolutamente nada a lo que escribió
nuestro protagonista, en todo
caso, he suprimido, corregido
o mejorado, así lo espero,
la redacción original.
Dicho esto, pasaré a describir el libro, pero como éste no será corto (yo
supongo que tendrá, cuando se imprima, unas trescientas páginas), lo haré de forma, digamos, diagonal, agrupando los comentarios por temas.
Situación económica y familiar.
Raimundo Suñer nació en el seno de una familia agricultora, con seis hijos varones, de los cuales él era el menor. Sus padres tenían
buenas propiedades, una
intensa dedicación al trabajo
y muchos brazos colaborando en las faenas, todo lo cual permitía
a su familia vivir holgadamente. A Raimundo le agradaba
la agricultura y todavía más
el oficio de carretero, que permitía
desplazarse y ver mundo, el reducido
mundo que iba desde Calaceite a Mora de Ebro, a Tortosa, a Valderrobles, a Alcañiz o a Caspe.
Según cuenta, pasó una juventud muy alegre y divertida, pero su carácter independiente
le granjeó muchos desacuerdos con su padre, que se agravaron, una vez casado, en los tiempos de la
República, pues el viejo era muy
de derechas y a él ya le bullían
en la cabeza ideas nuevas, primero medio anarquistas, después republicanas de izquierda. Más tarde, la ruptura con el padre fue casi total y aquí he ahorrado,
al lector, al suprimirlos, los desacuerdos
familiares que el autor relata con detalle, pero que no tienen por qué hacerse públicos. Con la tierra que le habían cedido
a medias sus padres y con la de su esposa,
Isabel Bengoechea, más el transporte en caballerías y
carro, Suñer se defendía bien la vida, sin derroches y vivió contento en Calaceite, con su esposa y los dos hijos que fueron naciendo, hasta que tuvo que abandonarlo todo en marzo de 1.938.
Ideas políticas
Suñer votó por la República, en 1931, pero
sin convicción, pues no tenia las ideas
claras. Cuando se organizó en Calaceite un grupo de trabajadores y pequeños propietarios, adictos a la C.N.T. simpatizó en principio con ellos,
puesto que la mayor parte eran amigos
suyos o bien los había empleado esporádicamente a jornal en sus tierras, lo cual le permitió conocer
de cerca sus miserias y aspiraciones. Aunque no se afilió, colaboró con la ayuda de 5 ptas. semanales para la compra de libros
y revistas de corte
anarquista. Revistas o periódicos
que él también leía y con cuyas ideas de justicia y libertad estaba bastante de acuerdo aún cuando le
preocupaban las palabras de
revolución, dinamita, metralla, etc. que pronunciaban sus amigos con tanto entusiasmo. En
las elecciones municipales
de abril de 1933, por antipatías personales
y a causa, según confiesa,
de su desorientación, votó por las derechas. Finalmente e inducido por su hermano Bautista,
que el único hermano con tendencias izquierdistas y con
que más congeniaba, así como por la familia de su esposa, todos ellos republicanos, se afilió a Izquierda Republicana,
el partido mayoritario y
casi único de las izquierdas
locales, aparte los libertarios. Ya empezó a chocar con sus amigos anarquistas
a causa de la campaña que éstos
emprendieron a favor de la abstención,
en las elecciones generales de noviembre
de 1933, que ganaron las derechas.
Y cuando fue testigo presencial, en Diciembre
del mismo año, de la insurrección anarquista en Valderrobles,
del desarrollo tragicómico
de la misma y
del comportamiento de sus paisanos, el desacuerdo con ellos ya fue definitivo.
Suñer se mantuvo fiel al ideario de Izquierda Republicana,
colaborando en mítines y defendiendo, en febrero de 1936
el programa del Frente Popular, que resultó el triunfador de aquellas elecciones. En abril,
dos meses después, y a causa de las muchas y airadas discusiones en el seno del Ayuntamiento, el Centro Republicano
de Calaceite decidió, por
190 votos de 194 afiliados,
sustituir el alcalde republicano
que había encabezado la lista, por Raimundo Suñer y el 4 de mayo fue nombrado oficialmente,
alcalde de Calaceite. En este
cargo le sorprendió el levantamiento
militar del 18 de julio. Y en él
continuó, pese a ser destituido por parte del Consejo de Caspe y reafirmado en el cargo por el Gobierno Central, hasta que, tras la disolución de dicho Consejo, en agosto de 1937,
se nombró un nuevo ayuntamiento, con otro alcalde de
I.R. y con la sorpresa de que, paralelamente, Raimundo Suñer fue nombrado
Delegado Gubernativo, con amplios poderes. En marzo de 1938 tuvo que abandonar
el pueblo, como tantos otros, ante la ofensiva de Aragón, que llevó la línea de combate hasta el Ebro. Se dirigió a Tortosa, con su familia y allí decidió presentarse como voluntario para defender la República. Actuando
como conductor de vehículos, entró
en contacto con diversos mandos, que resultaron ser del Partido
Comunista o del PSU, congenió con ellos,
quedó impresionado con su disciplina y rectitud y en julio
de 1938 solicitó y obtuvo
el ingreso en dicho partido, el PSU, por estar en Cataluña. Allí fue bautizado con el nombre de
guerra de “El Alcalde”, que mantuvo durante todo el resto de la contienda. La pertenencia a la ideología comunista marcó el rumbo del resto de su vida. Tras la batalla del Ebro, que vivió
junto a Líster, fue enviado a un curso de formación de cuadros, a cuya entrega de resultados acudieron nada menos que “La Pasionaria”, y Modesto, el Jefe del Ejército del Ebro. Obtuvo el grado de Comandante o Comisario de
Brigada, cargos que no ejerció
por quedarse adscrito al
Estado Mayor de Líster. La formación
teórica que adquirió le sirvió de guía
en los tiempos posteriores,
pasados en los campos de refugiados de Francia, en las compañías de Trabajo con el Ejército
francés y en el campo de Exterminio
de Mauthausen, en el que desempeñó
un importante papel dentro de la Organización de Liberación.
El personaje
Raimundo Suñer era un líder y un luchador nato, de los muchos que surgieron en aquellos tiempos difíciles. Además de pertenecer a la directiva de la Sociedad de Socorros Mutuos, intervino en mítines por diversos
pueblos a favor del Frente
Popular. Posteriormente fue
alcalde. Se enfrentó a su propia familia, a las derechas y a los anarquistas locales cuando al estallar la guerra, éstos rompieron el Comité conjunto para
formar el suyo propio que actuaba de forma independiente, obedeciendo las consignas de la
CNT i la FAI. Se enfrentó asimismo
con los incontrolados que mataban
a los que eran señalados de
derechas, lo cual casi le cuesta la vida.
Se entrevistó con el Gobernador
en Castellón, y se fue a Madrid a explicar al Gobierno la situación del Bajo Aragón, siendo
recibido por el ministro de Gobernación,
Galarza, por el de Industria y Comercio, Anastasio de Gracia, por el de Agricultura, Uribe y por el Presidente del Consejo de Ministros, Largo Caballero. En la guerra, ya como soldado, organizó por su cuenta la recuperación de un importante depósito de municiones
escondido en un túnel de la línea de Val de Zafán. Siendo soldado raso dirigió el traslado de la 9ª
Brigada, perteneciente a la 11ª División,
en el paso del Ebro, lo que le
valió la felicitación del mando. Fue nombrado
pràctico del terreno en la
batalla del Ebro por el mismísimo Modesto,
al comprobar que conocía palmo a palmo la geografía de la Ribera de Ebro y Terra Alta. En la retirada de Cataluña actuó
como traductor de catalán para Líster
y sus fuerzas al tener que contactar con los habitantes
de masías que apenas hablaban en castellano. Y una vez en los campos de refugiados de Argelés trabajó infatigablemente para organizar las mínimas condiciones
sanitarias, construyendo
retretes improvisados y fuentes
de aprovisionamiento de agua, detalles que estaban completamente desatendidos. Cuando fue movilizado
en Compañías de Trabajo en Francia
así como después, al caer prisionero de los alemanes, se erigió en líder de
un grupo de jóvenes, protegiéndoles, aconsejándoles, orientándoles y en esta misión siguió incluso en el campo de Mauthausen y también en Francia, en los primeros tiempos tras la liberación, hasta que se fueron independizando. Formó parte importante del Aparato Militar Internacional de Liberación
que se apoderó del Campo antes de la llegada de los americanos y en la Orden del día del 6 de mayo de 1.945, emitida por dicho AMI, una vez liberados, fue citado el caso de Suñer y sus mecánicos,
por el esfuerzo realizado
en la reparación de vehículos,
trabajando sin descanso en los garajes.
Final
La pertenencia al Partido
Comunista dotó a Raimundo Suñer de ideología, de fuerza moral y de coraje para sobrellevar la enorme carga del destierro,
la supervivencia y la protección
del grupo de muchachos de
los que se responsabilizó. Uno
de ellos, mi primo Jesús
Grau, pronunció unas palabras en el cementerio de Calaceite, en agosto de 1986, con ocasión
del homenaje que se rindió
a los seis calaceitanos muertos en Mauthausen. Después de cavar trabajosamente un pequeño agujero en el suelo (su estado
de salud era muy precario) y de depositar una urna
con un puñado de tierra recogido en Mauthausen finalizó sus palabras
con la siguiente frase: “....si nuestro
querido y respetado paisano, el señor Raimundo Suñer, hubiese aún vivido,
era a él a quien correspondería presidir este acto, tanto por los grandes méritos de su actuación valiente
y decidida en el campo de Mauthausen como por su título elogioso
de antiguo alcalde de Calaceite”. Entre los calaceitanos
homenajeados estaba Bautista Suñer, el hermano de Raimundo, que también había ido
a parar al Campo, así como el propio
padre de Jesús, mi tío
Ricardo Grau. Cuando
padre e hijo fueron internados en el campo de
la muerte Jesús tenia dieciséis
años y durante los cinco años que pudo sobrevivir en aquel infierno, realizó la proeza de sacar al exterior la mayor
parte de los negativos fotográficos que le entregaba Paco Boix con los cuales,
éste pudo mostrar posteriormente, en el juicio de
Nuremberg, todos los horrores
que allí se cometieron.
He dicho antes que la pertenencia
al Partido Comunista dotó a
Raimundo Suñer de un ideario y una guía que le ayudó a sobrevivir
en los peores momentos. Pero también quisiera
añadir, por mi cuenta que,
al final, Raimundo resultó
ser una víctima más de su partido, al que se entregó en cuerpo y alma, por encima incluso de los problemas familiares y personales.