El anarquismo en Mas de las Matas: 1933-1939

Javier Rodrigo Sánchez, Antonio Serrano Sanz

 

 

Publicado en Mas de las Matas 19 (2000)

 

 

 

 

ÍNDICE

 

1.    INTRODUCCIÓN. ANARQUISMO Y COLECTIVIDADES: MARCOS Y TEORÍAS GENERALES

2.    RASGOS DE ARTICULACIÓN LOCAL

           La tierra

           El anticlericalismo

           La vida política. El Centro Republicano y la llegada del anarquismo

3.    ASÍ INSTAURARON EL COMUNISMO LIBERTARIO: 1933

           España en 1933

           El levantamiento de Mas de las Matas

           La represión

4. LA APERTURA DE LA VÍA REVOLUCIONARIA. JULIO-1936/AGOSTO-1937

          Los primeros pasos

          La economía y la producción

         ¿Revolución espontánea o forzosa?

5. LA VIDA EN COLECTIVIDAD      

          La vida política

          Modos de vida y sociabilidad

          La relación con los "individualistas"

6. HACIA EL FIN DE LA COLECTIVIDAD. AGOSTO-1937/FEBRERO-1938

         Llegan las tropas de Líster

         El epílogo del colectivismo

7. CONCLUSIÓN

FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA

 

 

 

1.               INTRODUCCIÓN. ANARQUISMO Y COLECTIVIDADES: MARCOS Y TEORÍAS GENERALES.

 

Y mientras estábamos allí, el sol salió por entre los cerros lejanos y empezó  a lucir por la carretera, a donde daba la tapia blanca del cuartel, y el  polvo  en el aire se hizo de color dorado; y el campesino que estaba junto a mí miró a la tapia del cuartel, miró a los que estaban por el suelo, nos miró a nosotros,  miró al sol y dijo: “Vaya, otro día que comienza”

ERNEST HEMINGWAY. Por quién doblan las campanas.

 

 

            En primer lugar, expresar nuestro agradecimiento al Grupo de Estudios Masinos. Sin el apoyo recibido vía beca de ayuda a la investigación “Museo de Mas de las Matas”, este trabajo se habría quedado en un proyecto. También, por supuesto, a todos cuantos nos han animado a su realización. Y sobre todo, un fuerte agradecimiento a cuantos quisieron conversar con nosotros sobre sus vidas y experiencias. Para que la memoria no se pierda. Esta labor habría sido imposible sin Pilar Ferrer, Nicolás Mir, Emilio Bernuz, Tomás Mir, Regina Gil, Félix Calpe, José Cebrián y su esposa Pilar Blasco. Para ellos y ellas es nuestra mayor deuda.

 

            El uso de la Historia Local como medio para ratificar, demostrar o invalidar las teorías históricas generales ha de ser la premisa fundamental que nos alumbre a lo largo de este texto. Sorprende poco gratamente el que, en la multitud de estudios que sobre anarquismo, colectividades o Guerra Civil se atienda poco a los personajes, las poblaciones individuales o vistas en su entorno cercano, y sobre todo a las percepciones individuales o colectivas que al respecto tenían las gentes que vivieron los hechos que han marcado nuestra Historia. Por tanto, un estudio local como éste no está enfocado hacia una historia cerrada sobre sí misma, sino hacia la muestra de la relevancia de acontecimientos particulares, visiones y personas en los sucesos históricos. Más si cabe en casos como el que nos ocupa: la relevancia de lo acontecido en Mas de las Matas no ha sido pasada por alto en algunos de los mejores trabajos sobre la época[1]. Por tanto, no se debe dejar de lado el estudio microscópico, si éste da buena muestra de lo macroscópico, y sobre todo si señala las percepciones particulares de los protagonistas y de su memoria.

 

            Los trabajos centrados en localidades aragonesas bajo dominio anarquista durante la Guerra Civil son escasos y habitualmente su distribución es exigua. La estela dejada por el matrimonio Simoni en su libro para Cretas o por Julián Casanova para Caspe no puede decirse que haya sido abonada. Aún así, sigue vigente lo que el segundo indicaba: “Ceñir el asunto a un caso concreto permite, en cambio, una valoración más precisa”[2]. Una valoración más precisa, sobre todo, de los procesos sociopolíticos que determinaron, en mayor o menor medida, el desarrollo general del conflicto bélico. Procesos en los que vemos mezclados redecillas políticas, pero también personales. En los que las percepciones individuales saltan a la palestra como fundamentos del devenir histórico. En los que la influencia de un personaje u otro en una u otra localidad determinan su configuración histórica. Procesos, en definitiva, en los que lo general, las relaciones de poder o la economía se ve matizada y pormenorizada por lo particular, lo familiar, el recuerdo y la memoria. Es este tipo de historia el que desde aquí queremos hacer: que no olvide el horizonte de los procesos supralocales, pero desde la óptica de lo local.

 

            Las fuentes en las que nos basamos para la realización de este estudio dejan, de todas maneras, abiertos frentes de discusión en los que trataremos de ahondar. La documentación directa, consultada en el Archivo de Mas de las Matas y gestionada por el Grupo de Estudios Masinos, no llena las lagunas conceptuales e históricas de manera satisfactoria. En primer lugar, la documentación anarquista fue destruida ¾cuando se generaba¾, y las referencias a temas cruciales, como el de la vida cotidiana en el marco de la colectividad son siempre a posteriori. Las noticias sobre el carácter forzoso de las mismas o no, por ejemplo, han de ser rastreadas en documentos tardíos. En el ejemplo dado, en los actos de devolución de tierras y bienes materiales a sus dueños; y también en las quejas hechas por vecinos de la localidad hacia la injusta situación. Pero son fuentes lógicamente parciales, que pueden dar una visión de la percepción de una persona o un grupo de personas, y no así del carácter objetivo de la vida en colectividad.

 

            Más allá de las fuentes escritas, de las que suponen un pilar fundamental las fuentes secundarias, los libros, estudios y monografías, hemos hallado un sustento importantísimo en las fuentes orales. Las entrevistas realizadas, si bien no son todas las que podríamos haber incluido, dan buena muestra de no sólo las citadas percepciones individuales, sino de retazos de historia a los que la documentación, por interés, negación u omisión, no hacen referencia. Por tanto, pueden considerarse una fuente primordial, más allá de su carácter parcial o subjetivo. Cualquier tipo de fuente lo es; si se conoce este dato y se logra superar y completar el testimonio oral con el análisis metódico, hallamos unos testimonios fundamentales de los personajes protagonistas de la historia.

Índice

 

 

*  *  *

 

            El esquema de trabajo del que nos hemos valido trata de abarcar desde el arraigo de la doctrina anarquista en las localidades del Bajo Aragón, y fundamentalmente en Mas de las Matas, desde una tradición, una cultura y corriente de pensamiento liberal-progresista e instigada por elementos internos. Los rasgos de articulación local del poder y de las ideas dan buena muestra de los aspectos que configuran esa “cultura alternativa”, laica y republicana, que en localidades como ésta tienen más importancia real que las doctrinas cerradas de una u otra índole. El sindicalismo agrario, fundamentado o no en la necesidad o en la percepción individual y colectiva de la justicia social, se ve apoyado “desde fuera” por una doble singularidad: la de la importancia de la figura local de Macario Royo, por una parte, y la influencia desde la urbe del sindicalismo industrial y obrero por otra. Ello nos llevará, inexorablemente, a ver cómo por primera vez y en un primer intento de aplicación práctica de los dogmas anarquistas, diciembre del 33 se convierte en una fecha clave en la historia de la localidad.

 

            En dicha fecha, los apoyos previos a la Guerra Civil del anarquismo se verán con claridad; considerado raíz el levantamiento del proceso ulterior de desarrollo sindical o no, lo cierto es que para muchos de sus protagonistas la conexión estaba clara. El 33 era el “precedente”, la experiencia de la que hubieron de aprender. Y ese aprendizaje no fue otro que constatar la desunión, descoordinación sindical, así como la brutalidad represiva del estado y sus fuerzas del orden. Respondiendo a la pregunta de si puede considerarse comunismo libertario lo que en opinión de Macario Royo se implantó en Mas de las Matas, trataremos de adentrarnos en las valoraciones que al respecto se trazaron por algunos de sus artífices y detractores. Así como en sus consecuencias inmediatas y futuras: supone el referente, cuando menos ideológico, bajo cuya sombra andará el sindicalismo anarquista hasta la apertura de la vía revolucionaria, de la instauración de la colectividad y de la afirmación de CNT como referente político superior en una zona de arraigo anarquista fuerte, pero no mayoritario.

 

            Aspectos políticos como la influencia del Consejo de Aragón o de la Federación Regional de Colectividades no deben ocultar, como en la mayoría de las monografías al uso, el desarrollo interno del poder y la estructuración en cada localidad. Por ello, tanto la organización política como la configuración de las tareas administrativas bajo la colectividad han de tener aquí un papel principal. Las materias económicas ¾ no olvidemos que la colectividad agraria tiene una doble vertiente político-social y económica¾ también adquieren especial relevancia. El acto de colectivizar los recursos para el común es fundamental en la estructuración de una mentalidad proclive o detractora al respecto del sistema político. Por tanto, habremos de mostrar cuáles eran las “bondades” del sistema colectivista aplicado a una localidad como Mas de las Matas, predominantemente constituida en lo agrario por los pequeños propietarios. Y así habremos de ver, junto con los apoyos internos recibidos por los anarquistas, si la “revolución moral”[3] de la que se nos habla fue una imposición violenta, una aceptación tácita o un acto solidario para la mayoría no sindicada bajo el aura del anarquismo.

 

            Y, claro está, se tendrán que ver aspectos como la educación, la familia, la producción no agrícola, la cultura, el papel de la mujer... como determinantes en la configuración de la mentalidad de las gentes, de la visión y percepción que al respecto de la colectividad se estructuraron. Así como el denominado “fin de la colectividad”; que no fue brusco, sino progresivo tras el Decreto de disolución que terminó en teoría con los proyectos de producción comunitaria, y que sin embargo en Mas de las Matas se mantuvo hasta la caída del frente de Teruel, y tras una dura represión por parte de las tropas de Líster bajo el mandato del gobierno republicano de Valencia.

 

            El estudio del anarquismo, el arraigo y sistematización de la ideología anarquista en España, y de las colectividades agrarias durante la Guerra Civil han dado, en general, resultados fructíferos. Tema clave en el desarrollo de la política republicana, no ha sido pasado por alto en las monografías que respecto al proceso bélico se han escrito. La razón principal, dejando aparte justificaciones ideológicas o críticas ahistóricas, hemos de buscarla en el afán por explicar la derrota legalista en 1939. Por ello, los intereses se han dirigido hacia tratar de explicar la desunión, la falta de mando único, por una parte, o hacia mostrar el proceso revolucionario abierto tras el fracaso del golpe militar de julio del 36, por otra. Desde ambas perspectivas podemos hallar conexiones causales que devienen en la realización de las colectividades en los territorios “liberados”. Desde ambas podemos constatar el intento desestructurado pero real de dominio político por parte del sindicato anarquista, CNT, en el bando republicano. Y así también la falta de unión, de madurez teórica ¾y práctica¾ de los postulados anarquistas al respecto del “problema agrario” o en general respecto a la configuración de un poder político coherente y funcional. La disensión entre teoría anarquista y praxis ¾revolucionaria o no¾ factual será uno de los temas en los que, con mayor profundidad, entraremos a lo largo de este trabajo.

 

            Y, de manera específica al respecto de las colectivizaciones durante la Guerra Civil, el debate epistemológico sigue sanamente abierto en las escasas publicaciones que se lanzan. Son muchos los conceptos que aún hoy se mantienen a debate, como muestra Julián Casanova[4]. En el texto citado en nota, se pone en relación las teorías y las praxis colectivistas con los estudios teóricos sobre las luchas campesinas del siglo XX, no sin las evidentes dificultades. Aún así, algunas de las conclusiones que se desprenden son interesantes para trasladarlas a nuestro estudio local. En primer lugar, parece claro que la movilización agraria no proviene de las clases más favorecidas, sino de los pequeños propietarios; tan pequeños, que la ideología anarquista no les perjudica al despojarles de sus escasas propiedades, sino que les favorecen en el uso común de los bienes de labranza.

 

            Pero ello matizado objetivamente por el hecho de que la movilización tiene un carácter externo, exógeno. Sea vía milicias ¾como veremos más adelante¾, vía influencia de un personaje interno “adoctrinado” o vía sindicalismo urbano aplicado de manera teórica al mundo rural, lo cierto es que la colectividad, el sistema anarquista era querido a priori no por mucha gente. No ya sólo en Mas de las Matas, donde la tradición republicana o la existencia de núcleos cenetistas no parece suficiente para explicar la imposición de un sistema de poder no aplicado previamente y difícilmente adaptable a la realidad de cada economía. Tampoco en la mayoría de las poblaciones donde se mantuvieron. La extracción social del apoyo al anarquismo, no obstante, no está del todo clara. Es más, en localidades pequeñas los conceptos socioprofesionales se diluyen como un azucarillo en el agua de las relaciones interpersonales y familiares. Por tanto, la dificultad para conocer el verdadero índice de apoyo a las colectividades se multiplica de manera inusitada.

 

            Dicho debate sobre las colectividades se centra en caracteres del estudio de los movimientos sociales contemporáneos aplicados al campesinado, y especificados en cada caso concreto. E.R. Wolf[5] indicaba a finales de los años 60 cómo el lento cambio del modo de producción tradicional al sistema marcado por la producción para el comercio, más allá de la autosubsistencia, generaría movimientos contrarios al desarrollo de la economía capitalista. La desestabilización de las economías tradicionales y la organización social de cara al mercado minarían así los poderes tradicionales y la moral tradicional campesina. Ello implicaría una percepción de injusticia social que, a nuestro juicio, bien puede explicar el arraigo en ciertos sectores del campesinado de tradiciones y culturas políticas antimodernistas, como el anarquismo.

 

            Esas tensiones, que en palabras de Eliseo Moreno[6] podríamos denominar “estructurales” constituyen el poso cultural e ideológico que salta cuando tensiones coyunturales estallan favorecidas por las posibilidades abiertas por el sistema de poderes que las contienen. Las luchas campesinas, por tanto, difieren en sus medios de acción abiertamente con las urbanas, industriales, o con las protagonizadas por las clases medias. Para empezar, y como ya hemos apuntado previamente, el campesinado requiere una “inteligencia” exterior, una vía movilizadora. Eso, claro está, cuando está dispuesta a movilizarse. Porque no es lo mismo el grado de aceptación de una lucha que el grado de actuación, de implicación de las gentes. Como veremos cuando estudiemos detenidamente el caso masino, que más del 80% de la población participase en la colectividad no es sinónimo de que el mismo porcentaje la apoyase. Aunque sí es significativo, sin embargo, del índice de acatamiento.

 

            Según estas teorías, son los “campesinos medios”, los pequeños y medianos propietarios los que los convierten en la clave, en la piedra de toque para el revolucionarismo. Son los que, en principio, tienen cierto desahogo económico, cierta “libertad táctica” no sometida al asalaramiento, y cuya estabilidad se ve amenazada por la capitalización agrícola. Son los que creen en el común, en lo colectivo, en una “arcadia feliz” en la que se recuperen los usos tradicionales. Es a quienes “los propios esfuerzos por seguir siendo tradicionalistas les convierten en revolucionarios”[7]. Mas de las Matas parece estar lleno de esos pequeños propietarios. Pronto veremos si les pudo el afán de mantener sus propiedades, o si la cesión de sus bienes fue algo filantrópico al puro estilo teórico anarquista.

 

En definitiva, los ejemplos locales nos han de servir para constatar o revocar formulaciones generales. Un ejemplo más que evidente, y de una importancia fundamental en esta investigación, es el de la imposición  o no de las colectividades sobre la población. Problema que nos remite, una vez más, al de los apoyos internos y externos que dicha organización socioeconómica y política tuvo. Las visiones difieren enormemente según quién escriba, y según qué parámetros  ideológicos lo haga. Por ejemplo, desde la visión que ofrece Burnett Bolloten a la que pueda dar, por ejemplo, Félix Carrasquer, existen grandes diferencias. El primero, en este caso, indica que las colectividades inquietaron a los campesinos, artesanos, propietarios, aparceros, comerciantes, pequeños industriales... por su carácter obligatorio o pseudo-obligatorio, por la violencia con que fueron impuestas, y por pretender un cambio en todas las estructuras sociales  que intimidaría su estabilidad social. Así, no serían sólo los grandes propietarios los que se opondrían al sistema colectivista, sino una mayoría de pequeños propietarios. Lo que para los anarcosindicalistas sería un puntal de su revolución, un cambio en su forma de vida[8], para los otros sería una situación insufrible.

 

Si bien este autor reconoce que el nivel de incautación, de colectividad, es imposible de determinar, ello no le impide afirmar que “las colectividades no fueron otra cosa que formas de dictadura local”[9]. La cesión de tierras, la sumisión ante el sistema implantado por CNT no respondería a motivos idealistas, sino a la presión, a la intimidación de quienes lo hubieran hecho voluntariamente y creyeran firmemente en el sistema comunitarista. La presión de la ideología, viene a decir, y de la doctrina ácrata, así como una supuesta “violencia psicológica” habrían acabado en la adscripción  forzosa a las colectividades de gentes que no lo deseaban. Desde esta perspectiva, pues, el carácter forzoso del sistema en materia económica es tomado como principal eje de la argumentación. El problema surge cuando hallamos casos en que los apoyos internos no son abundantes, pero tampoco escasos. O cuando, como en el caso de Mas de las Matas, se tiene cercano un caso de insurrección de signo anarquista. ¿Hasta qué punto la colectividad del Mas fue forzosa, y hasta qué punto no fue aceptación, adaptación interesada a lo que parecía percibirse como un “nuevo sistema” al que había que amoldarse? Trataremos de dar respuestas en esta monografía.

 

Pero antes de hacerlo, consideramos que el lector debe conocer cuáles son las teorías al uso sobre el tema que vamos a desarrollar, para después, tras conocer el caso específico masino, hacerse una idea de las consideraciones que pueden o no adaptarse al mismo. Así, la teoría ya mencionada de Bolloten no es sólo por él defendida: muchos más son los que creen en el carácter violento y coercitivo del sistema “libertario”. El control de la vida cotidiana, el puritanismo de sus formas (tesis, por otra parte constatable en algunos de los mejores libros sobre anarquismo[10]) y de sus actitudes, contrarias al vicio y a la corrupción del sistema, así como la imposición ideológica vertebran este discurso que, si bien adolece de lo que critica al denostar la historiografía militante y categorizar los procesos históricos, se mantiene en cierto grado de rigor científico. Rigor que, ciertamente, no existe en monografías como las de Félix Carrasquer[11]. Si bien no es algo reprochable, puesto que el autor fue protagonista de muchos de los capítulos que narra en Las colectividades de Aragón, hay que leer siempre sus textos con la certeza de que la postura que adopta no va a ser crítica sino parcial y subjetiva.

 

Las tesis que defienden quienes justifican de una u otra manera la existencia de las colectividades se centran en cantar las bondades de las mismas, olvidando sus defectos. Y, además, aplican las consideraciones generales a todos los casos particulares, pero sin detenerse a estudiarlos. Así, hallamos que las colectivizaciones fueron una “espontánea epopeya”[12] realizada por el pueblo (o más correctamente, por los pueblos) de forma endógena, prácticamente sin ayuda externa, mantenida sin presiones “por el compromiso con la justicia” social que imperaría en las arcadias anarquistas. Desatiende, pues, a muchos y muy importantes caracteres de las colectividades que más adelante trataremos. No profundiza, por ejemplo, en el impacto de la entrada de las milicias anarquistas catalanas en los territorios “liberados” donde las colectividades fueron primordialmente realizadas. Tampoco abunda en las relaciones, siempre difíciles, de las cooperativas con los miembros no integrados a las mismas. En cambio, sí prefiere incidir en características inherentes al campesinado que le hacen creer firmemente en el colectivismo. Esa perspectiva revolucionaria, ese proyecto del pueblo para el pueblo es lo que Carrasquer lamenta no se pudo mantener por falta de tiempo: por no poder desarrollarse una sistematización y una hondura suficientes en la población.

 

Las respuestas que, por tanto, se dan desde la militancia activa para los problemas de las colectividades se mueven en los parámetros de la ideología y el pensamiento anarquista. La fe en el pueblo y en su justo sentido de la solidaridad se mantiene aún con el fracaso del proyecto anarquista de poder más desarrollado de la historia. Las causas del fracaso fueron para ellos exógenas, externas. El resentimiento comunista sería el que forzó el fin de la justicia social y del reparto equitativo, fundamento base desde el que planteaban la teoría para la acción. Sin embargo, se procura no tener en cuenta las diferencias intestinas y las inadaptaciones del sistema teórico a una práctica que era doblemente difícil: por una parte, un sector amplio de la población se resistía a ellas; por la otra, la situación de guerra abierta, y abierta bastante cerca de las áreas colectivizadas por cierto, no fue sobrellevada de la mejor manera. Si a ello le sumamos la evidente falta de coordinación política, hallaremos que la visión militante cojea no sólo en su percepción de los orígenes de las colectividades, sino en la de su fin y su legado, por no atender a las múltiples variables que se pueden hallar en el estudio de un fenómeno tan complejo como el que vemos.

 

Opiniones de uno y otro lado no faltan. Como tampoco faltan historiadores que destacan otros elementos de estudio para caracterizar el sistema de poder. Walther Bernecker[13] opta por utilizar un medio analítico basado en la practicabilidad, la viabilidad funcional del contraproyecto constructivo de un orden social y económico deliberadamente libre de dominación, según sus formas concretas y objetivadas en cada caso particular.  Para ello, más allá de la ideología, se debe ahondar en las relaciones interiores, en las relaciones con otras colectividades, y en la coordinación general de dicho contraproyecto de pretensiones globales. Dicho análisis debe mostrar, además, los medios de acción colectiva desplegados por los anarquistas en el medio rural, diversos como dispares eran las situaciones particulares que se hallaron en cada localidad y en cada comarca. Tras el telón de fondo que constituyen la situación socioeconómica en el sector agrario y los fallidos intentos de corrección[14] de las teorías anarquistas al respecto de la reforma agraria, los ejemplos concretos deben sintetizar y abarcar las generalidades para constatar las regularidades y diferencias de los pueblos del Bajo Aragón.

 

La categorización de esta revolución anarquista, desde su perspectiva, sería básicamente moral: “la buena disposición para la realización de medidas colectivizadoras tuvieron que ver con la carencia de necesidades de la población agraria que ni manifestaba otras exigencias que las relativas a los artículos de consumo necesarios para la supervivencia ni conocía problemas de tiempo libre”[15].  La calidad de vida, entre otras cosas, y la educación, la libertad..., serían los fundamentos de las colectividades. Tesis que, aun siendo difícil de demostrar, es apoyada por fuentes militantes. En los libros de Souchy-Bauer también se pretende mostrar esta visión: el desahogo económico y material facilitaría la sindicalización, el trabajo no remunerado para lo común. Pero esta mirada sobre las colectividades y sus objetivos morales no se acercan a aspectos fundamentales como el contexto en el que surgen, su trayectoria política y las dificultades que surgen a la hora de valorar sus resultados[16]. Así, la perspectiva que se debe mantener es científica, objetiva. La ruptura de la legalidad existente y la historia de las milicias, elemento coercitivo e impositor (según los críticos) deben acompañarse para mostrar una visión de las colectivizaciones que tengan en cuenta el mantenimiento general de las costumbres y tradiciones (salvo las prohibidas por CNT), la desconexión de los centros tradicionales de administración pública y económica con las milicias y los comités locales... o lo que podríamos definir por negaciones: las colectividades no fueron ni liberación ni opresión. Fueron un proceso histórico determinado y contextualizado que hay que ver en cada ejemplo particular, pero de manera global: el colapso de la estructura de poder tras el fallido golpe de estado de julio, precedido por el afán (en el caso anarquista) de crear las condiciones necesarias para hacerse con el mismo, estructuraron las posibilidades abiertas para la implantación del contraproyecto socioeconómico cenetista.

 

Proceso histórico del que hay que tratar de determinar todas las referencias causales para su conocimiento. Por ello toma carta de fundamental el hecho de la implantación forzosa dentro del marco bélico de la entrada de milicias anarquistas desde Cataluña y Valencia, en pos de Zaragoza. Es destacable que dichas milicias respondían a un criterio epistemológico de “urbanidad”. Es decir: eran ciudadanos que poco o nada conocían del mundo y la producción rural campesina, y que trataban de adaptar su proyecto de dominación, sus teorías políticas previas a las eventualidades contextuales con que se encontraban. Dicha teoría fue ratificada por el Congreso de Zaragoza de CNT en 1936. De él se desprende una teoría anarquista débil en cuanto a realización práctica, pero clara en cuanto al modo ideal de realización revolucionaria. La revolución en el campo se había de realizar mediante la colectivización de los bienes y del fundamento socioeconómico: la tierra. La tierra que otorgaba no sólo el medio de subsistencia, sino también posición en la sociedad. Tierra que, como ha sido mostrado en varias ocasiones, supone un referente fundamental en cuanto a las claves desde las que los proyectos reformistas se han movido en España[17], y que fue uno de los pilares teóricos de la revolución cenetista.

 

Indica Malefakis que el problema agrario fue el instrumento “que despertó la conciencia de clase del campesinado, con la filosofía anarquista”[18] impregnada de mesianismo, de ética nueva, justicia cósmica, milenarismo y salvación milagrosa. Lo que denomina “doble característica fundamental” de dicha filosofía, la desesperación de sus seguidores y el carácter exaltado de la doctrina no parece ser adaptable a todos y cada uno de los casos, pero en cambio dichas características han sido reflejadas en diferentes obras para la implantación del anarquismo en el medio rural[19].  Lo que sí que parece claro es que la represión sufrida por los movimientos sociales durante la Restauración, y más propiamente por el anarquismo durante la dictadura de Primo de Rivera, unida a la influencia de núcleos urbanos en las áreas rurales son fundamentos del arraigo del movimiento en zonas como el Bajo Aragón.  Lo que Julián Casanova denomina la “semilla común”, la cultura común de los republicanos, socialistas y anarquistas durante los años 20 mucho tiene que ver con el reformismo agrario, con la injusticia en el reparto de la tierra.  Pero también con elementos que más tienen que ver con lo que antes veíamos como revolución de carácter moral: el odio a la monarquía, el odio a la Iglesia, la obsesión anticlerical, la identificación de un ideal frente a la corrupción generalizada en la política... Hasta el 33 no se rompería así esa ideología común, diferenciándose los proyectos políticos en función a sus posibilidades y a la represión que sufrieron antes del advenimiento de la República. Los modos en las formas de organización colectiva cambiaron y supusieron también la diferencia entre las tradiciones de lucha por los derechos de los trabajadores. La central sindical anarquista optó por la vía revolucionaria poco antes que ésta se abriese con el colapso del ejército y la división de los medios de coerción estatales; ello supuso el acicate político para la creación de milicias armadas y la eliminación radical de los símbolos del poder. la Iglesia, los propietarios... mediante la aplicación del “bisturí” social sobre lo que se consideraba elementos corruptos[20].

 

La incautación y la utilización de tierras sería, desde esta perspectiva, el medio de acción revolucionario en el medio rural. Respondería a las esperanzas de los campesinos afiliados al sindicato, y por ende, vía justicia social, a los intereses generales de la población y de la revolución. Por eso, de manera coherente con el proyecto político anarquista sobre el territorio leal, las milicias armadas confederales se aprestaron a realizar en la práctica lo que de manera teórica habían “ensayado” en congresos y conferencias. Dichas entradas de columnas son las que determinan en muchas zonas del medio rural la implantación de colectividades agrarias. De hecho y como veremos, en el caso de Mas de las  Matas no es suficiente el arraigo de la doctrina anarquista o el ejemplo adquirido tras los sucesos de  1933. La entrada de la columna Carod desde Morella fue la que, de manera coercitiva, determinó el cambio en las estructuras primero políticas y luego económicas (las sociales irían mucho más despacio). “Muchos propietarios habían desaparecido o huido, otros estaban a la expectativa y acabaron aceptando la nueva situación. Los obreros no dudaron en tomar el control, de una u otra forma, de los medios de producción en todo el territorio que quedó en manos de la República”[21].

 

Lo que se está gestando es, pues, un contraproyecto de sociedad que trata de responder a los preceptos teórico-ideológicos de CNT, y a su vez a las posibilidades, a la praxis a la que se enfrentan. “En las regiones agrarias, según dominasen los sindicatos de la CNT o de la UGT, variaron las formas de ocupar la tierra. En aquellas en que predominó el anarquismo se impuso la colectivización a ultranza, con experiencias de “comunismo libertario” a base de suprimir el comercio, la moneda, los impuestos, etc...”[22]. El proceso de colectivización, de sindicalización de los bienes, se hace así en función de la situación bélica, con dos caracteres fundamentales: por una parte, la mencionada formación de columnas confederadas de milicianos que, en el caso específico de Aragón, entraron desde Valencia y Cataluña (principalmente desde las áreas urbanas) e impusieron, no a veces sin resistencia, el modelo preciso de colectividades y “comunismo libertario”. Por otra, la huida de muchos de los grandes propietarios y terratenientes, o en general de muchos de los personajes amenazados por lo que se presuponía un cambio en el ámbito político de carácter violento y coercitivo, ayudó y facilitó la realización de las incautaciones.  Si bien hay que precisar que no se partía de cero, sino que en marzo del 36 se había producido la ocupación temporal de fincas declaradas de utilidad social por el IRE (Instituto de Reforma Agraria), también es cierto que la nueva coyuntura daba pie a nuevos modos de actuación. Y además, hay que tener en cuenta que el modelo teórico no pudo adaptarse de manera homogénea a todos los territorios “liberados”: la estructura de la propiedad de cada lugar hizo variar considerablemente lo que en principio se aspiraba que fuese un proyecto único de transformación económica.

 

Una visión interesante es reflejada por Tuñón de Lara, parafraseando a Jaques Maurice. Según él, “estalló la sublevación en el preciso momento en que la revolución agraria ya se estaba iniciando”[23]. La revolución agraria no empezaría pues en julio sino en marzo del 36: “revolución legal y pacífica, pero revolución, que explica históricamente (...) el golpe militar y contrarrevolucionario como defensa del sistema de relaciones de producción del campo español”. Por tanto, las monografías sobre el tema dan especial relevancia al problema agrario como marco en el que integrar el proceso de las colectivizaciones. Lo que no especifican tan claramente es el medio del que se sirvieron, la forma en que se realizaron. De hecho, las colectividades de entrada suscitan una serie de problemas de difícil resolución: en primer lugar las fuentes a las que acudir son parciales, cuando las hay. Además, ello deviene en otros problemas de peso, como la imposibilidad de constatar el número exacto que se estableció, la cantidad de hectáreas colectivizadas o los índices de producción que se lograron. Las precisiones sobre la propiedad de la tierra, sobre la incidencia de un sindicalismo rural en pañales o sobre el índice de conflictividad social previa y durante el proceso comunitarista han de moldear y perfilar lo que ha de ser una visión ponderada del proyecto cenetista[24].

 

Dicha visión ha de partir desde lo que son los orígenes de las colectividades; la citada formación de milicias anarquistas, junto con el surgimiento de comités locales antifascistas para suplir el vacío de poder de manera violenta o no (dependiendo muchas veces de factores internos de la vida local, o del peso del elemento coercitivo en el seno de las milicias), generan la “explosión revolucionaria” no obligatoriamente “popular” instigada por la actuación de los dirigentes sindicales y políticos, por las experiencias previas insurreccionales, por las luchas y deseos de los militantes y por el peso de las columnas armadas[25].

 

            También tienen una importancia fundamental la existencia de líderes locales, como es el caso del masino Macario Royo[26], para la instauración de climas favorables a la colectivización en el marco agrario. “En determinadas circunstancias, la actuación de alguno de ellos y en ocasiones su carácter carismático pudo influir en el surgimiento (...) de programas de acción colectivistas”[27]. Es entonces cuando los diferentes aspectos confluyen cuando el proyecto de gobierno, de dominio del poder por parte del sindicato anarquista encuentra la oportunidad que buscaba desde su nueva legalización. Pero sin perder la perspectiva de la vía militar ¾miliciana¾ armada que es la que, en definitiva (y más allá de “espíritus libertarios aragoneses”) invierte el desarrollo inicial de los acontecimientos, de tal manera que la fuerza ajena es la que determina, salvo excepciones, el desarrollo histórico de las localidades a su paso. Los planteamientos psicorraciales, indica también Casanova, han de ser desechados. Ni el amor a la libertad, ni la nobleza que da la pobreza, ni ningún otro argumento de esa calaña puede ser utilizado en un estudio histórico serio. Más bien hemos de atenernos a argumentos que observen las dificultades y necesidades exigidas por la guerra, así como el intento de realización, de manera exógena, de un proyecto de dominación política en el bando republicano por parte de CNT.

 

            En dicha visión sobre las colectividades hemos de ver, con ejemplos locales, la vida cotidiana de sus habitantes. El conocimiento de los modos de vida, de las continuidades y discontinuidades, han de acercar más a la realidad del contraproyecto social. La revisión histórica no puede ser, por tanto, solamente económica o política, si bien estos aspectos, el del reparto y la organización de la producción, así como la administración local del poder, han de ser tenidos muy en cuenta. Sobre todo porque en la ideología anarquista, el cambio económico y político sería el que daría pie a la nueva moral donde la justicia imperaría. De nuevo Julián Casanova ha puesto de relevancia muchas de las contradicciones del discurso anarquista con la praxis del día a día. El discurso basado en las libertades no abarca, por ejemplo, materias como el género. Y ello puede constatarse en la evolución de las prácticas cotidianas: la mujer no adquirió la carta de libertad que el anarquismo proclamaba para la humanidad. “La mujer no participaba en los comités ni en la vida política”[28]. Sólo cuando sus “dotes naturales” eran requeridas ¾como en los casos de las labores de punto, o en casos extremos cuando se necesitaban brazos para las labores agrícolas¾ participaban ellas en el proyecto revolucionario. El continuismo en las costumbres parece aquí claro: salvo casos excepcionales, las oportunidades no fueron iguales para hombres y mujeres dentro de las colectividades. Aunque en materias como la educación sí podemos afirmar un serio avance hacia el pluralismo y la igualación de capacidades entre ambos sexos, nada de ello sería posible sin la tradición libre de la enseñanza, que precisamente tenía en Mas de las Matas un centro histórico en el Bajo Aragón.

 

            Otros aspectos fundamentales de la vida cotidiana en las colectividades que han de ser considerados son las relaciones que se trazan entre los colectivistas y aquellos que no se incorporan a ellas. Así, el camino marcado llega hasta tratar de ver el índice de aceptación del sistema por las gentes de los pueblos, y tratar de delimitar el carácter forzoso o no de su condición. Baste indicar en esta introducción que en Mas de las Matas, de unos 2300 habitantes formaron parte de la colectividad unos 2000 hasta su disolución por parte de las tropas comunistas de Líster y bajo las ordenes de Negrín. Y que, tras la misma, la colectividad se rehizo hasta la caída del frente de Teruel, pero con muchos menos efectivos. Y cabe decir también que de los trescientos no colectivistas, la mayoría lo eran por motivaciones políticas: son los pertenecientes a Izquierda Republicana, partido de izquierdas mayoritario en la localidad. Ello quiere decir que si en 1937 se recogen 577 individuos censados en la colectividad[29] (después del decreto de disolución del 11 de agosto de 1937), si son 577 los incluidos en la “relación de socios colectivistas y sindicados que se abastecen de esta cooperativa y carnicería”, las bajas fueron más que considerables. ¿Quiere ello decir que los aproximadamente 1400 “socios colectivistas” que la abandonaron habían formado parte de ella de manera forzosa? No obligatoriamente, pero la señal parece inequívoca.

 

            Desarrollar este tema nos lleva a abordar el modo de producción y organización económica bajo el régimen colectivista. Noticias no faltan en las monografías dedicadas al período. Graham Kelsey indica que “no era sólo una teoría libertaria, era también la única manera de asegurar la máxima producción agrícola con un mínimo de corrupción económica (...) La colectivización mejoró rápidamente las condiciones laborales de todos los trabajadores”[30]. Esta impresión es también recogida por la mayoría de los autores más o menos favorables al sistema: para Souchy, los pilares de justicia e igualdad sobre los que se asienta la organización económica garantizaron la satisfacción de las necesidades de sus miembros. “El motivo predominante es la libertad”[31], indicaba, lo que desde su perspectiva aseguraba la perfecta distribución de las tareas y los trabajos desde una triple perspectiva: abastecer el producto para la localidad, intercambiar con otras colectividades en función de las necesidades de los habitantes, y abastecer en el frente a las columnas confederadas.

 

            Para ello, en cada población se estructuraban diferentes grupos de trabajo, de unos diez hombres para faenas agrícolas, vecinos o familiares, a los que la colectividad distribuye la tierra incautada, lo que según su opinión suponía el fin de la reforma agraria demandada por el campesinado “que sentía los ideales de la revolución social”. Con el trabajo como una obligación, los medios de producción pertenecían a la colectividad, gestionada por el sindicato anarquista. Los almacenes comunes eran los lugares donde se recogía el producto y desde el que se repartía a los miembros de la misma, en función de sus necesidades ¾del número de familiares¾ y del racionamiento impuesto para que, según fuentes cenetistas, “no le faltase a nadie”. Las cuotas de distribución serían no obstante el medio económico de control de la población, sujeto muchas veces al criterio personal de cada comité. Así, no serían pocas las quejas que se elevasen por la injustificada diferencia en el reparto entre los miembros de CNT y los que no lo eran. Si bien el racionamiento se aplicaba a toda la población, en multitud de ocasiones hemos hallado noticias de apropiaciones por parte de miembros sindicados, o de deficiencias en el reparto y en la estructuración del trabajo, en perjuicio siempre de los que eran acusados  de derechistas, o de aquello que de hecho lo eran pero que se habían adaptado al modelo colectivista. Y, casi siempre, impulsados por elementos exteriores: “Los que propagaban ideas colectivistas, coordinaban las actividades y proponían sus reglamentos eran (...) trabajadores de la ciudad que (...) impulsaban la revolución en el medio agrario”[32].

 

            Esta organización económica, basada en el racionamiento y en la aplicación práctica del precepto de abolición de la propiedad necesitó de una serie de razones gracias a las cuales pudo mantenerse de manera coherente. Así lo señala Gabriele Ranzato, al indicar que la poca coordinación entre las colectividades respondía por una parte a la ya de por sí escasa organización interna, por otra a las diferencias económicas entre ellas (aunque el modelo teórico que se impuso se trató que fuese el mismo), y por último y más importante, porque se trataría de economías ya cerradas[33]. Esto es, de sistemas económicos cuyo fundamento es el autoabastecimiento y que, en el momento de organizarse bajo los preceptos cenetistas, seguirían el esquema común: unificación de las propiedades, planificación y reparto de las tareas, almacenamiento, distribución e intercambio común y regulado, control de los servicios (bares, talleres, fábricas, peluquerías...), uso de bonos o moneda propia ¾o abolición de la misma, según los casos¾... dependiendo de las situaciones internas de cada localidad. En Aragón sobre todo, el medio ideal fue el uso de la libreta de consumo familiar, lo que eliminó el dinero como medio de cambio desigual (atribuible, según la doctrina ácrata, al propio sistema capitalista).

 

            También fueron habituales los bonos y carnets de producción: el racionamiento se convierte así en el hábito económico que asegura por una parte la eficacia económica interna, y el abastecimiento del frente por la otra. La cooperativa del pueblo era el lugar de aprovisionamiento, el organismo que “facilitó el paso a una economía socializada”[34], gestionada por los colectivistas organizados en asambleas. Las cifras que reflejan la socialización son difícilmente constatables. Las cosechas aumentaron, indica el autor, de un 20 a un 30%. Los datos anarquistas, además, hablan de la colectivización de un 70% de la tierra aragonesa republicana, con un total de 450 colectividades de las cuales 350 lo eran integrales y 100 con individualistas. Ello parece difícil, aunque es posible que sí incrementase con respecto a años anteriores: el uso de maquinaria agrícola en tierras cultivadas hasta entonces de manera primitiva seguramente implicó una mejora en su producción y rendimiento. Además, se tuvo acceso a tierras yermas y a aparejos para cultivarlas.

 

            En cuanto al sistema de valores morales que se establece, las visiones difieren según quién las expresa. Parece ser bastante importante el puritanismo, el “estilo de vida libre de valores materialistas”[35]: se renuncia (al menos en teoría) al tabaco, al alcohol, los burdeles... a todo lo que pueda dañar la salud. La colectividad pretende proteger al hombre desde que nace hasta que muere, siempre desde los parámetros de la ideología anarquista. Lo que, por otra parte, era poco compatible con las costumbres tradicionales: el matrimonio, el trabajo... en definitiva, la vida cotidiana. Para los habitantes resultó especialmente significativa la abolición de los cultos. Y para algunos historiadores ello es señal de las contradicciones que en el seno de las colectividades se encontraban. La prohibición de la religión se hizo de manera impuesta. Por tanto, lo que se rechazaba por ser un medio de dogmatización, de inculturización y de control es abolido de una manera que también recuerda a exactamente lo mismo: al control de la vida cotidiana.

 

Uno de los pocos datos “favorables” que no discuten los historiadores reacios al sistema colectivista de CNT es, sin embargo, el de la educación y la cultura. Aspecto que, claro está, hemos de incluir dentro del espectro de valores y moralidad, de percepciones individuales, que en sus habitantes despertó la colectividad. La educación, la escolaridad, los intentos ¾a veces infructuosos¾ de aumentar el tiempo libre de los trabajadores para que se dedicasen al cultivo personal, a la lectura... chocaron muchas veces con la inaplicabilidad del proyecto anarquista. Pero en otras, a nivel microsocial, los datos que se constatan son esperanzadores, según Bernecker[36]: el ocio, el tiempo libre y la calidad de vida, aumentaron en muchas localidades (indica que lo ha sabido mediante el testimonio oral, cosa que nosotros ratificamos en nuestras entrevistas a militantes anarquistas de la época) al tratarse de una forma de vida valiosa en lo ético-social: una comunidad de convivencia cuya premisa era la igualdad socioeconómica de todos sus integrantes. Es fácil, pues, dejarse llevar por una visión romántica en este sentido; el problema surge cuando, como veremos más adelante, se constata que muchas de estas arcadias se impusieron a golpe de pistola, o que el proyecto en que se integraban respondía más a los mitos e idealizaciones sobre el mundo agrario que a su realidad.

 

            La socialización de los medios de producción y de consumo no fue sino un “acto consecuente con las aspiraciones revolucionarias”[37], una vía de imposición del sistema cenetista ante el vacío de poder en los pueblos liberados por las columnas anarquistas. El hecho colectivizador, de gran peso en el medio agrario, fue lo que hizo de Aragón el centro de una de las polémicas más encarnizadas de la Guerra Civil. Porque no sólo hacía alusión al modelo económico: también, y como ya hemos indicado, son la respuesta a un proyecto de dominación global. Por ello, la estructuración del poder en el ámbito municipal, comarcal y nacional planteada ha de ser observada con detenimiento. Según Macario Royo, “los libertarios hacían la revolución, pero se negaban a ocupar puestos de responsabilidad. No supieron comprender que la teoría era una cosa y la práctica otra en tiempo de guerra”[38]. Lo único claro era la frontal oposición al PC y al control político que de la zona leal se pretendía, así como el rechazo ideológico a la vía legalista. Tal vez esa fuera la razón de la escasa coordinación en este sentido de los entes municipales y regionales dominados por el sindicato anarquista. El rechazo doctrinal a todo tipo de dominación y de poder, que llevaba no sólo a la desconfianza hacia el estado sino también hacia sus instituciones (el ejemplo del ejército es uno de los más conocidos: CNT y los anarquistas confiaban en las milicias, vía de expresión del anarquismo en su variante militarizada), explicado por la “decepción ante la política española (...) de corrupción, burocratismo, farsa electoral, caciquismo, centralismo...”[39] constituye la base de la difícil estructuración política de los territorios bajo su mando.

 

            Pero también han de tenerse en cuenta otros dos aspectos: la heterogeneidad de dichos territorios, donde muchas veces el sistema político era difícilmente impuesto sobre sus habitantes; y la inexperiencia de los propios dirigentes para hacer coherente y único el proyecto de poder. El momento en que se abre la posibilidad (con la división de las fuerzas del orden y la descomposición del estado) de promulgar definitivamente el sistema anarquista, coincide con el acercamiento, en el Congreso de Zaragoza, de las facciones dentro del sindicato. Acercamiento que, según Malefakis, supone más bien una victoria de la opción de la FAI. Esto es, la acción directa, la lucha antiestatal por encima de la negociación (postura que, a grandes rasgos, adoptaba la otra facción, los treintistas). De hecho, en el Congreso se votó la readmisión de los Sindicatos de Oposición, creados a raíz de la dimisión de los Peiró, Pestaña... Sin embargo, los Durruti, Ascaso o García Oliver lograron anteponer sus posturas sobre la organización del sindicato. Aunque otros autores consideren que no se trataba tanto de la FAI como del grupo anarquista “Nosotros”[40], de todas formas se constata la oposición rotunda a la obra constructiva, al anarquismo intelectualizado de colaboración sindical y política. A lo que, por otra parte, responde el hecho de la creación de las milicias y las colectividades: no se lucha con el estado, al lado de la República, sino que se opta por hacer la propia revolución, en el momento en que la situación no lo impide. La política de hostilidad implacable contra el régimen se extiende en todas las direcciones: la república burguesa es un objeto contra el que luchar, al igual que contra el fascismo[41]. La confianza en la visión del objetivo hacen secundarios los medios para lograrlo: la acción directa, no procesual, cree en el “optimismo iluminista”, en la fuerza de las masas, en la comuna rural[42].

 

            Dicha fuerza revolucionaria la constituirían los pobres y oprimidos; los Peiró, Montseny... mantuvieron sobre ella la fe en la realización libertaria, la organización y la estructuración política, contra la cientificidad del método y a favor de la acción directa[43]. Por tanto, el recurso al estereotipo retórico, a la mitificación, se convirtió en la tónica de una política que difícilmente pudo abarcar procesos más complejos y heterogéneos. Los planteamientos vertidos a raíz del citado Congreso de Zaragoza de 1936 son definidos por Bernecker como la “construcción de un ilusorio contra-mundo constituido por federaciones de asociaciones”. Una mezcla de revolución y teoría que habría de experimentarse en la práctica, cuando ya no hubiese marcha atrás. El idílico programa de distribución de bienes, de aportación máxima de esfuerzos individuales y colectivos que abarcaría la abolición de la propiedad privada, del estado, de las clases y del principio de propiedad se habría de aplicar a unidades macroeconómicas y macrosociológicas. Sin embargo, los peros que surgieron no fueron pocos.

 

            Los teoremas ya de por sí complicados de hacerse valer en unidades pequeñas, como los pueblos, serían las premisas de un proyecto revolucionario global. El ardiente programa faísta se hubo de enfrentar no obstante a una realidad que superaba sus a veces pueriles conceptos sobre la aplicación práctica, ante todo en el a veces desconocido mundo rural. La escasa organización en este ámbito, el difícil arraigo del anarquismo entre el campesinado ¾recordemos el carácter primordialmente urbano del movimiento, y que el arraigo en zonas como la aragonesa ha sido visto en multitud de ocasiones como influencia del foco cenetista de Zaragoza¾ los convierte en una fuerza revolucionaria dudosa. Y, pese a que eso no amedrentase a los dirigentes de CNT, es evidente (puesto que alguno lo reconocería más adelante) que ello impidió la realización plena de sus objetivos. El proyecto, por tanto, hubo de adaptarse a la nueva situación, al verse envuelto en la dialéctica entre las perspectivas de futuro y la práctica de una transición “temporal y necesaria”[44].

 

            Las colectividades eran, no obstante, uno de los puntales primordiales de la revolución. Según su propia percepción, mejoraban la producción económica y aseguraban la plena integración de los vecinos en las tareas políticas. Evitaban los abusos de los poderosos sobre los desposeídos, protegían a la población y elevaban su nivel intelectual. Sin reglas fijas en cuanto a la forma en que había de cristalizar, la ideología anarquista se adaptaba a la heterogeneidad de los diferentes ambientes en que se desarrolla, dentro de un marco más o menos general, más o menos fijo: el del comité. La organización interna recaía en sus miembros, y sobre ellos también la conciencia de coordinación organizativa. Grandes dificultades, no obstante, se planteaban para hacer realidad la sociedad anarquista de libertad total. La pregunta sobre si el fin de las colectividades fue la revolución en libertad o la coerción anarquista asaltan a muchos investigadores al observar no sólo la organización interna de las mismas (los comités dirigían, además de la actividad económica, la política ante el vacío de poder y para hacer frente a las necesidades revolucionarias) sino también la estructuración superior de los poderes.

 

            Cuando las colectividades lograron imponerse como referente social, “cuando los habitantes se decidieron por una colectivización integral”, las funciones tendieron a diferenciarse[45]. Los comités agrarios organizarían y supervisarían los trabajos en la tierra, mientras que los consejos administrativos, órganos políticos de representación municipal, se estructurarían con los habituales cargos: presidente, secretario, vicesecretario, contable, tesorero, delegados... En este aspecto tiene mucho que ver la tendencia hacia la legalización, hacia la “oficialización” que se marcó desde el sindicato. Y, claro está, es aquí donde entran los órganos superiores como el Consejo de Aragón o la Federación Regional de Colectividades en el juego político que determina el rumbo de las colectividades locales en su intento de configurarse como una red de poderes en la España republicana. El primero nace como marco legal para las actividades políticas. Es aceptado en principio por parte del gobierno ¾sobre todo por su presidente, Largo Caballero¾ por su planteamiento previo de ser el primer intento serio de encauzar la reconstrucción económica, y de poner fin a los excesos milicianos[46]. La actuación del Consejo se basaría, pues, en planificar y coordinar. En normalizar la vida municipal en pro de construir el aparato legal del estado y conseguir la unidad interna[47].

 

            Además, lo que en principio se planteó como medio político de expresión anarquista, más allá del sindicato, pronto se abrió ¾en diciembre del 36¾ al resto de formaciones políticas. El Consejo, que había nacido en el pleno de sindicatos del 6 de octubre de 1936 en Bujaraloz y se había constituido formalmente el 18 de octubre bajo la presidencia de Joaquín Ascaso con una composición “exclusivamente libertaria”[48] se había enfrentado desde un principio a quienes no habían optado por la vía revolucionaria y sí por la de la defensa de la República. A la vez que el resto de signos políticos entraban en él, y que CNT accedía a carteras ministeriales en el gobierno de Largo Caballero, en el plano local se aceptaba la sustitución de los comités locales por consejos municipales. Este hecho, que Casanova analiza como un intento de homogeneizar la administración e impulsar la autonomía de los territorios, así como un desarrollo de las ideas y superación de conceptos por parte de los anarquistas, supuso en las colectividades un verdadero golpe. Y es que lo que por una parte calmó los ánimos del resto de grupos políticos, por la otra indignó a los cenetistas. Los comités locales habían surgido de las milicias y asambleas populares, y su disolución se hacía ahora a golpe de decreto[49]. Por lo que, para contrarrestar injerencias sobre la actuación de las colectividades, éstas se constituyeron en Federación Regional como medio de trascender el marco de lo local. La necesidad de crear un órgano no injerente capaz de coordinar las actividades regionales es lo que, a juicio de Carrasquer, creó esta organización paralela. Una coordinación que evitase las desavenencias internas, las diferencias entre colectividades, que “impidiese el resurgimiento del asalariado, las clases y la injusticia, la inflación, la especulación del libre mercado”[50].

 

            Lo que interesa resaltar aquí es, por una parte, el descontrol institucional al que las unidades políticas, en este caso las colectividades, habían de hacer frente. Los comités, las asambleas, congresos, etc... se superponían cuando no se contradecían, lo cual no decía mucho del proyecto político cenetista. Además, por encima de todo ello se mantenía la supremacía del Comité Regional de CNT. Por otra parte, conviene destacar la reticencia de las colectividades hacia, en principio, el resto de formaciones y creencias políticas. Decimos en principio, puesto que los casos particulares pueden desmentir, como ya hemos indicado, cualquier teoría general. Pero lo que a todas luces resulta evidente es que fue la oposición interna dentro de la España leal la que acabó, de forma exógena ¾como comenzaron, de forma violenta¾ con el sistema colectivista, al menos el forzoso. En algunas localidades como Mas de las Matas, la colectividad se mantuvo pasada la tormenta desatada por el decreto de disolución de agosto del 38 y la intervención armada de Líster, que por otra parte no debe verse sino como un episodio más de lo que se está empezando a ver como una guerra civil dentro de la Guerra Civil, y de la que los sucesos de mayo en Barcelona son el reflejo más claro.

 

            El fin de las colectividades tuvo mucho que ver, por tanto, con las redecillas entre el PC y CNT, entre Negrín y Ascaso, con el aniquilamiento del Consejo de Aragón, y en general con las diferentes percepciones del conflicto civil y del modelo de sociedad al que se aspiraba durante o tras éste. La “unidad de acción” reclamada por el nuevo presidente se reflejó en las colectividades entrando en los pueblos con tropas de asalto, paseándose por sus calles, reprimiendo violentamente a sus líderes, encarcelándolos o matándolos, y amenazando a cuantos integraban las colectividades, de forma voluntaria o forzosa, con castigos si no la abandonaban al instante. “La colectivización se ha hecho a pistoletazo limpio (...) Casi todos los crímenes que en Aragón se han cometido han girado alrededor de las colectividades”, se podía leer en el periódico Vida Nueva[51]. Las críticas a los “dictadores anarquistas”, vertidas sobre todo desde los ambientes comunistas, ugetistas... reflejaban el fondo de la cuestión: el antagonismo, el enfrentamiento entre los movimientos sociales predominantes. Las acusaciones mutuas se lanzaban con o sin razón. Y, entre ellas, la que más daño hizo a CNT fue la de las presiones para forzar el ingreso en las colectividades de muchos campesinos. Aunque estas presiones se realizaran soterradamente, o bien fueran explícitas como en Mas de las Matas, el ingreso de los habitantes al modo de vida colectivista mucho tendrían que ver con ellas. Si bien, claro está, la diversidad de situaciones muchas veces dificulta la visión única del porqué del éxito del colectivismo.

 

            Las incautaciones se realizaron, eso es cierto. Pero también hay que tener en cuenta que muchos fueron los que, por encima de sus ideologías, se integraron a ellas por beneficio, interés personal, o ¾lo que nosotros consideramos todavía más importante¾ por que el sistema así lo exigía para no verse excluido de la vida del pueblo, de su marcha natural. No hay que creer a pies juntillas la propaganda comunista, puesto que sí hubo participación espontánea (por parte, según Ranzato, del ínfimo propietario y del jornalero sin tierra[52]), pero también hubo presiones, violencia y restricciones. La hostilidad hacia el modelo colectivista procedería del sentido de propiedad del campesino. Pero también, en ocasiones, “se trataba de una hostilidad que habría desaparecido frente a las ventajas económicas de las empresas colectivas [puesto que] los únicos perjudicados eran los campesinos acomodados”[53]. Esta visión, si bien es en buena parte discutible, no falta a la verdad cuando indica que parte de los habitantes de las comunidades locales se adaptaron al modelo en beneficio de sus intereses. Las costumbres no serían muy diferentes, cuando los agricultores, sus mujeres, hijas e hijos se integraban con toda naturalidad en un sistema sociopolítico de extrema complejidad.

 

            Y, de hecho, las fuentes orales así nos lo han transmitido en varias ocasiones: la imagen era que “eso es lo que había en el momento, y había que adaptarse”. Sin pretender entrar aquí en análisis psicosociales, sí parece interesante mencionar algo que poco o nada se ha tenido en cuenta en los estudios sobre las colectividades: el índice de adaptación al nuevo orden ¾sea cual fuere¾ de sus gentes. El caso masino así parece indicarlo: los miembros más politizados, los que ven en el proyecto político cenetista una amenaza a su propio interés global en materia de ordenación, son quienes deciden no formar parte de las mismas. La adaptabilidad del resto de las gentes puede deberse o achacarse a la incultura de muchos de ellos; pero también han de verse las presiones que desde el entorno bélico y las realizadas por los ya constituidos en colectividad se realizaban. Y, claro está, el interés personal. No por la mejora o no en el rendimiento económico: el interés personal en este caso es interés por sobrevivir.

 

            De todas formas, uno de los puntos más conflictivos en cuanto a las colectividades, su formación y la visión que de ellas tenían sus protagonistas es el de la relación con los “individualistas” ¾según la terminología propia anarquista¾, esto es, con los miembros del pueblo no integrados en la colectividad. Hemos reservado este aspecto para el final de esta introducción por su importancia absoluta y relativa en la comprensión del proceso colectivista, para dar pie a las ideas clave que de él se desprenden como punto y aparte teórico que se retomará en el apartado dedicado a las conclusiones. No hemos de creer la propaganda comunista cuando afirmaba que los campesinos los saludaban como a libertadores cuando entraban en los pueblos, pero tampoco creemos conveniente negar a ultranza las acusaciones que de coactivas se les lanzaron a las colectividades. Las percepciones individuales y sociales varían notablemente en función al credo político de sus dueños, y así éstas van desde la crítica feroz al elogio sin mediar a veces el término medio. El que la colectividad, una vez disuelta de manera oficial, se mantuviese trabajando en el caso masino revela que sí había “verdaderos” colectivistas, más allá de los cuadros cenetistas, que fueron detenidos mediada la represión comunista del sistema anarcosindicalista de producción y vida local.

 

El problema general del sistema, el de plasmar en una política global sus teorías[54], se constata a la hora de  enfrentase a las reticencias de muchos pequeños y medianos campesinos ¾los grandes terratenientes, por regla general, habían huido a la zona insurgente, con todos aquellos con pasados derechistas que les pudieran hacer recaer la acusación de fascistas¾ para aceptarlo de forma drástica e inmediata. El índice de “individualistas”, de todas formas, suele estar tergiversado por lo tendencioso de las fuentes. Es realmente difícil asegurar el grado de tolerancia de los anarquistas hacia aquellos que se oponían a su sistema, pero de lo que no queda duda, tras escuchar los comentarios (en el caso que nos ocupa, el masino) de gentes que no comulgaban con ellos, es de que el nivel de imposición y presión era, si bien variable, alto.

 

            Dichas reticencias a la hora de ingresar en la colectividad tienen varias raíces, algunas de ellas bastante hundida en el suelo de la mentalidad rural. En primer lugar está la diferencia ideológica, política. Es el caso de los ugetistas o de los miembros de Izquierda Republicana, que se solían mantener al margen de esta cuestión por motivos doctrinales. Luego está el interés económico, que para un mediano propietario con no pocos problemas para mantener su independencia monetaria distaba de un sistema que abolía la propiedad. Y, en tercer lugar, es destacable el rechazo de muchas gentes a la estructura de valores que preconizaba el proyecto anarcosindicalista. Sobre todo en lo tocante a la abolición del culto religioso, a la prohibición de los rituales católicos. Este hecho, que es rara vez señalado por los historiadores de las colectividades, se nos ha mostrado claramente en el conocimiento oral de los hechos. En el ideario campesino tradicional es más importante la misa dominical que la estructuración de la producción. Más importante la quema de la iglesia que las relaciones con la comarcal. Más la familia que el sindicato.

 

            En efecto, el modelo cenetista hubo de pasar por encima de muchas reticencias. La primera y más importante vino porque se oponía abiertamente a los medios de vida tradicionales, aunque en su desarrollo histórico y su evolución para adaptarse a la realidad cotidiana también hubiera de variar algunos de sus planteamientos. Y es que el rumbo oficial y factual con el que se encontraron en algún momento llegó a ser “peligroso para la doctrina anarquista”[55]. Así, lo que Casanova plantea es que “el hecho de que los esfuerzos de los libertarios por elaborar una alternativa revolucionaria al derrumbamiento del Estado no correspondiera con los postulados teóricos de la ideología anarquista, no se debió al quebrantamiento de las normas por parte de los dirigentes, sino a las circunstancias reales en que aquellas tuvieron que desarrollarse”[56].

 

O lo que es lo mismo: las dificultades y limitaciones que hallaron los cenetistas en proyectar sobre la realidad la imagen difusa de su teoría perfilaron y definieron sus posibilidades. El resultado fue heterogéneo, pero en gran medida puede decirse que la tendencia hacia la adaptabilidad del proyecto hubo de ser la tónica. Además, la falta de tiempo con que se iniciaron (con prisas al principio, puesto que la cosecha se hallaba inminente) y la falta de tiempo que tuvieron en su corta vida antes de ser reprimidas, tampoco permiten tener una visión nítida de los resultados que no sólo obtuvieron, sino que podrían haber obtenido.

 

            Otra fuente fundamental de rechazo hacia el colectivismo viene, como hemos señalado, de la lucha política por el control en la zona republicana. “Parecía, sin embargo, que eso a los cenetistas, inmersos como estaban en la vorágine revolucionaria, no les importaba demasiado. De ahí que sus esfuerzos durante esos primeros meses se encaminaran a propagar la colectivización. Para ello no hacían falta demasiados conocimientos acerca del proceso económico, estudiar detalladamente los procesos de producción o conocer las necesidades reales de la población. (...) Su concepción idealista [mostraba que] una vez expropiadas las tierras y los instrumentos de trabajo (...) la administración por parte de los propios trabajadores mejoraría automáticamente las condiciones de vida y laborales. (...) La confusión en la que incurrieron muchos cenetistas ¾y posteriores estudiosos de esa historia¾ consistió en creer que con la destrucción de la legalidad vigente y el cambio de propietarios la revolución era ya una cosa hecha”[57].

Índice

 

 

* * *

 

            Las visiones “tradicionales” parecen haber sido superadas. No se considera ya a las colectividades ni como revolución espontánea del pueblo, ni como dictaduras anarquistas impuestas a todos los habitantes de la zona bajo su dominio. Primero y ante todo, debemos verlas como un apartado en la lucha por el poder político desarrollada en el bando republicano, abierta tras el derrumbamiento estatal tras el fallido golpe de estado que inició la Guerra Civil; lucha prologada por episodios como el Congreso de Zaragoza, donde se trataron de perfilar los límites y objetivos del proyecto de dominio.

 

Dominio que cristalizó en las zonas rurales en el sistema colectivista, viejo en concepto pero renovado bajo el credo anarquista, y que hubo de luchar contra elementos de discordia y desacuerdo tanto dentro como fuera de él. Y contra las limitaciones con que se halló: la imposibilidad de establecer un modelo político en el contexto bélico, con todo lo que ello implica; la estructura tradicional socioeconómica y cultural, que dificultaría hasta hacerla imposible la construcción en poco tiempo de una organización estable sin caer en el cantonalismo[58]; las presiones sobre el campesinado, para quienes las colectividades y el sustento de las milicias llegaron a ser una carga insoportable... Y, sobre todo, la ruptura de manera exógena de las pautas de comportamiento tradicionales con criterios externos.

 

            En definitiva, consideramos que la mayor dificultad, lo que marcó la corta vida de las colectividades, y entre ellas de manera destacada la de Mas de las Matas, fue la inadecuación entre la teoría y la práctica. Entre un proyecto de dominación global planteado desde lo local, y las dificultades a las que hubieron de hacer frente. Realmente, su corta existencia no dio pie a saber si problemas como la difícil relación con los “individualistas” habrían sido llevados a buen puerto. Tal vez la trayectoria no se inició de la mejor manera, pero sí hay que tener en cuenta que las oportunidades que se les plantearon a los anarcosindicalistas, con su programa de libertades e igualdad ¾matizándolo como lo hemos hecho a lo largo de esta introducción¾ social no fueron muchas una vez instaurados los regímenes colectivistas.

 

            De todas maneras, dicha diferenciación entre teoría y práctica ha de ser, como todo cuanto hemos planteado hasta ahora, cuestionado y constatado con el ejemplo, con la historia de los acontecimientos a escala local. Tanto los planteamientos sobre el sistema colectivista y su proceso paulatino de implantación sobre las zonas “liberadas” por las milicias cenetistas, como los más generales sobre el desarrollo histórico del anarquismo en la localidad, y la influencia ¾o no¾ del breve lapso insurreccional del 33 sobre el 36. Hemos señalado al principio de esta introducción la importancia de los estudios locales como paradigmas de teorías globales. Por tanto, todo lo hasta ahora aquí explicado ha de ser constatado o refutado con el ejemplo que hemos elegido, el de Mas de las Matas. A ello nos vamos a dedicar desde ahora.

Índice

 

2. RASGOS DE ARTICULACIÓN LOCAL.

 

La cantidad innumerable de sociedades, clubes y asociaciones de distracción, de trabajos cientificos e investigaciones, y con diferentes fines educacionalees, etc., que se constituyeron y se extendieron en los últimos tiempos, es tal que se necesitarían muchos volúmenes para su simple inventario. Todos ellos constituyen la manifestación de la misma fuerza, enteramente activa, que incita a los hombres a la asociación y al apoyo mutuo.

PIOTR KROPOTKIN, El apoyo mutuo.

 

 

A la hora de estudiar la vida en Mas de las Matas, es necesario verlo no sólo como un caso aislado y único en la Historia, sino que hay que atender a una serie de factores y variables, que nos permiten considerarlo como una muestra  integrada en ámbitos mucho mas amplios, no sólo a nivel provincial o estatal, sino a un nivel global.Mas de las Matas se encontraba a principios de siglo inmerso en un proceso de transformación, que hacía que se tambaleasen muchos de los pilares de la sociedad exístente. Paul Preston nos presenta este proceso con inigualable maestría en la siguiente afirmación:

 

“Las presiones internas de la industrialización (...) constituyeron un reto para el orden vigente.  Si se hubiera abordado con flexibilidad, dicho reto habría podido resolverse en beneficio de la sociedad europea, pero lo cierto es que (...) en varios de los más prominentes países en vías de desarrollo- Rusia, Italia, España -, la respuesta fue la intensificación del enfrentamiento de la lucha de clases”[59].

 

Una vez dicho lo anterior, no hay que dejar de lado el estudio concreto y particularista.  Junto a los procesos a nivel mundial, no hay que dejar de mirar las situaciones concretas que se dieron en el pueblo. Ya que en un ámbito rural como es Mas de las Matas, las relaciones personales, y los enfrentamientos entre personas que se conocen mutuamente, nos pueden ser mucho más útiles para comprender los porqués de los acontecimientos que suceden en el pueblo a lo largo del periodo en el que ahora nos estamos centrando. El pueblo de Mas de las Matas era a principios del siglo XX una comunidad agrícola de las miles que se encontraban a lo largo y ancho de toda la geografía española.  En muchos sentidos se le puede considerar un típico pueblo español, pero es necesario entrar a observar con detalle sus peculiaridades propias, que dan su carácter al pueblo, y que nos han de servir de marco explicativo para entender su historia.

 

Índice

 

 

La tierra.

 

Mas de las Matas era una localidad compuesta por gente cuyo medio de vida se encontraba en la tierra, bien los consiguiesen trabajándola directamente con sus manos, o por medio de rentas. En el año de 1906 el 95% de los electores de Mas de las Matas eran jornaleros, labradores o propietarios agropecuarios[60], actividades todas ellas ligadas al trabajo de la tierra. En una zona rural como es el Bajo Aragón no nos ha de extrañar que en esas fechas se dedicasen a sectores distintos del primario sólo un porcentaje mínimo de la población. Si estudiamos las actividades que se realizaban en el conjunto de la provincia de Teruel en el primer tercio del siglo XX, se aprecia que un porcentaje muy superior a la mitad de la población (58´3%) se dedicaba al trabajo de la tierra o a actividades ganaderas[61]. Esta proporción que ha sido calculada para la provincia de Teruel no nos ha de extrañar que se dispare hasta casi la totalidad de los habitantes para el caso de un pueblo de la provincia, puesto que los individuos que se dedicaban a trabajar en actividades no unidas al trabajo agrícola se encontraban en los núcleos urbanos de mayor importancia de la provincia, o en localidades de actividad minera. 

 

Hay que tener en cuenta sin embargo que hasta los años treinta se produjo una importante expansión de la actividad económica en general y de los servicios y el comercio[62] en toda la zona de la provincia de Teruel.  Si nos fijamos específicamente en el pueblo de Mas de las Matas, encontramos en el año 1935 un cierto número de personas que se dedicaban a actividades económicas alejadas de la tierra y bastante diversificadas.  Entre estas actividades se pueden destacar la existencia de dos fábricas de yeso, otra de gaseosa, otra de toquillas, e incluso la fabricación de electricidad a partir de un pequeño salto de agua controlado por la junta de la Alfarda[63]. Toda España se vio favorecida por un ciclo de crecimiento gracias al vacío de producción que se había producido en Europa por causas de la I Guerra Mundial, que parecía que podría hacer disminuir las diferencias económicas entre España y el resto de países de su entorno[64].

 

Pese al desarrollo de actividades económicas diferentes de las ligadas al sector primario, éste seguía siendo el motor económico de la zona. Así, una vez que ya tenemos claro que la inmensa mayoría de la población se dedicaba a trabajar la tierra, podemos pasar a observar cuáles eran las condiciones en que se realizaba este trabajo. Más de la mitad de la población masina eran ínfimos propietarios de tierras que se autopercibían como jornaleros (concretamente una proporción del 57´25 %[65]). Esta media  de mínimos propietarios se sitúa por encima de la media comarcal. En el partido judicial de Alcañiz encontramos un porcentaje más alto de propietarios “mayores”[66]considerando como tales a los grandes y medianos propietarios. Es necesario ver el significado de jornalero para los habitantes de Mas de las Matas que se autodenominaban como tales. Si bien es cierto que no dudaban a la hora de encuadrarse en la categoría de jornaleros, según los testimonios recogidos, parece claro que Mas de las Matas no fue nunca un pueblo en el cual se ejecutasen excesivos jornales.

 

“Aquí la tierra estaba repartida, cada cual dependíamos de lo nuestro, había muy pocos que se dedicasen a trabajar para otros.  No había habido luchas en este pueblo, porque teníamos tierras, se hacían muy pocos jornales.  No como en otros pueblos cercanos en los cuales cambiaba esto, y claro..., todo cambiaba”[67].

 

El significado que se atribuían los autodenominados jornaleros coincide según los indicios hallados con el de mínimos propietarios. Se puede ver con claridad que el número de éstos era muy elevado, y seguramente realizarían algunos jornales para otros, pero de una manera estacional, ayudando únicamente en periodos de necesidad de mano de obra para tareas de recolección u otros trabajos específicos, pero la mayor parte del año, la inmensa mayoría de la población masina se dedicaba al trabajo de sus propios terrenos.

 

La gráfica nº1 nos muestra como la mayor parte de las tierras de regadío estaban distribuidas entre pequeños e ínfimos propietarios, muchos de los cuales no tenían más allá de una o dos horas[68] de tierra, siendo esta una cantidad a todas luces muy escasa para el abastecimiento de una familia.

 

 

Distribución de las fincas de regadío en el termino municipal (1935)[69]

       Eje X.- nº de horas de las fincas.

 Eje Y.- nº de contribuyentes.

 

 

La gráfica anterior nos explica cómo estaba distribuida la tierra de regadío. Es necesario hacer referencia a las tierras de secano, las cuales son muy abundantes en el término de Mas de la Matas, y nos pueden dar la clave de la subsistencia de muchas de las familias masinas. A principio de siglo, Cipriano Mata, era el propietario de todo el monte común, el cual había comprado al Estado a finales de siglo pasado[70]. Cipriano Mata vendió parte de estas tierra a Clemente Prats y Aranda, pero la situación resultante era evidentemente la existencias de grandes propiedades en el monte. Pese a esta situación, se puede sospechar (ya que no hemos encontrado pruebas documentales) que muchos de los habitantes de Mas de las Matas tendrían pequeñas y medianas propiedades en terrenos de secano, gracias a los cuales podrían subsistir, uniendo al trabajo de la tierra la cría de pequeñas cantidades de animales destinados al consumo propio, y otras actividades que ayudasen al abastecimiento de los hogares, como puede ser la caza y la pesca.

 

Los frutos que se producían en los campos de Mas de las Matas eran bastante variados. Si observamos los principales productos que se recogían de los campos encontramos, junto a la tradicional triada agrícola mediterránea (cereal, vino y aceite), cosechas de patatas, judías, frutas y alfalfa[71]. Este último producto se utilizaba para alimentar los animales con los que se realizaban todas las tareas agrícolas ya que hasta avanzada la Guerra Civil no llegó ninguna máquina agrícola al pueblo. Si  nos fijamos en el ganado predominante en el pueblo nos encontramos con caballos, mulos, asnos, vacas y ovejas. Pese a la escasa atención que le dedicamos en este trabajo a la cabaña pecuaria de Mas de las Matas, no hay que considerar que fuese pequeña. La presencia de animales en la vida cotidiana de los masinos resulta evidente, ya que fueron utilizados tanto con fines de tracción como con fines de alimentación u otros (como la producción de lana o leche). Sin embargo, a la hora de estudiar la vida cotidiana de los masinos del primer tercio del siglo XX, el factor del ganado no se puede considerar que tuviese una importancia suficiente para que determinase la vida en el pueblo.

 

Índice

 

 

El anticlericalismo

 

“Era como un crimen ser simplemente republicano, o de izquierdas o de la CNT en aquellos tiempos que dominaba la Iglesia”[72].

 

España ha sido tradicionalmente un país católico. Siendo sus habitantes en su inmensa mayoría practicantes devotos de la doctrinas promulgadas por la Iglesia.  Sin embargo, con el aumento de la confictividad social, fue apareciendo a la luz una fuerte tendencia anticlerical entre gran parte de la población española.  La Iglesia pasó a ser percibida y denunciada como una estructura de poder que apoyaba el orden social vigente, y que se había alejado del mensaje igualitario proclamado por Jesucristo.  Un fuerte estímulo para estas ideas fue la instauración de la República, que permitió una mayor libertad religiosa, y que por ello fue atacada con fuerza por los sectores católicos con gran influencia en el país.

 

Estas tendencia anticlericales, eran más fuertes y claras en las grandes ciudades, aunque no se ha de considerar jamás que eran mayoritarias. Sin embargo, en los pequeños pueblos, como Mas de las Matas, que constituían la mayor parte de la población española, el anticlericalismo era mucho más mitigado por causa de la mayor presión social existente. Como ejemplo de esta presión por parte de la mayoría de la población, encontramos un documento que nos narra cómo un matrimonio civil realizado en tiempos de la República, pedía ser realizado por el rito católico al cabo de unos meses. El motivo de esta petición era la insistencia de la esposa, que consiguió que el marido transigiese en su súplica, pero con la condición de guardar en secreto los esponsales por el rito católico hasta que el matrimonio se celebrase.

 

Esta anécdota que hemos narrado, nos ejemplifica también otra realidad clave en el anticlericalismo. Las ideas en contra de la religión católica, eran en su mayor parte procedentes de los hombres, y las mujeres adoptaban un papel pasivo en este alejamiento de la Iglesia Católica. Siendo muy escasas las mujeres que de motu propio (sin la presión de los hombres de su entorno y familia), decidiesen no participar en las actividades religiosas que se efectuaban en todos los ámbitos de la vida.

 

Las ideas anticlericales eran propias en el pueblo de los republicanos convencidos. La mayor parte de los republicanos optaron por alejarse de la Iglesia católica, y no someterse a la autoridad moral que los curas de la localidad se otorgaban.

 

“Un día celebraron una Junta general temiendo que fuese la última, y acordaron por unanimidad, referente a descubrirse o no al encontrase con la procesión, que cada uno hiciese lo que quisiera y que la mitad de la multa la pagaría la Sociedad. Pero el “tío” Modesto, rico propietario rural, discípulo de don Nicolás Salmerón, dijo que él nunca se descubriría y llegado el caso, pagaría íntegra la multa de su bolsillo.  El caso llegó y como había prometido, pagó íntegra la multa.  El “tío” Modesto fue felicitado por los socios y por algunos que no lo eran por su valentía y por haber cumplido su palabra en todos los aspectos.  Pero algún tiempo después, uno de los obreros que le trabajaba la tierra se encontró en el mismo caso, y tuvo el altruismo y la generosidad de pagar la multa que debía pagar el obrero”[73].

 

Este caso nos hace ver con claridad cómo la creación del Círculo Republicano tuvo importancia en que el enfrentamiento entre la Iglesia y los anticlericales se potenciase. Estos últimos se vieron arropados por sus iguales, y no tuvieron dudas a la hora de enfrentarse al párroco y a sus defensores, adoptando una política militante contra ellos[74]. El presbítero de la población, D. Manuel Almudí, no dudo en denominar la situación ocasionada por el “tío” Modesto como la “batalla decisiva por si él y los suyos podrán ofender el sentimiento religioso”[75].

Índice

 

 

 

La vida política.  El Centro Republicano y la llegada del anarquismo.

 

Mas de las Matas contaba desde principio de siglo (1913) con un Centro Republicano (según Joaquín Zurita la Unión Republicana de Mas de las Matas era la más antigua de toda la provincia de Teruel). Cuando se formó el primer grupo de republicanos a principio de siglo, estos se reunían en la barbería de el Yerbera[76]. Esta barbería fue derruida durante las obras de construcción de la carretera que une Mas de las Matas con Alcorisa, y los republicanos optaron por alquilar el Salón del Pueblo durante dos años.  Pero esta situación no fue definitiva, y se optó por construir el Centro Republicano, que fue construido a partir de acciones[77]. En este Centro se organizó una pequeño centro de lectura, compuesto por “folletos de literatura atea y rebelde, como “humorismo anticlerical”, “El burgués y el anarquista”, “En el café”, “Doce pruebas de la inexistencia de Dios”, etc. Los semanarios “El Motín” (...) “La Traca” de Valencia, y los diarios “El Sol”, “La Libertad” y “Solidaridad Obrera”[78], y a él acudían los hombres a tomar café, participar en tertulias y leer.

 

En 1910 se produjo a nivel estatal un congreso obrero que desembocó en la constitución de la CNT, un sindicato obrero que pese a aceptar teóricamente entre sus filas a cualquier trabajador, independientemente de su filiación política, en la práctica era el núcleo de reunión de la inmensa mayoría de los anarquistas españoles. El fin de esta nueva organización sindical era el intento de conseguir un cambio revolucionario de la sociedad[79].

 

En el pueblo de Mas de las Matas, la llegada de estas nuevas ideas libertarias vino de la mano de la figura de Macario Royo. Este masino emigró a Francia en 1916, saliendo del pueblo ya con cierto bagaje intelectual de fuerte connotaciones de izquierdas (era anticlerical y antimilitarista según sus propias palabras[80]). En Lyon se unió a la ideología anarquista mientras intentaba encontrar gente de ideología republicana con los cuales relacionarse y hacer más agradable la estancia en el extranjero. Tras conocer a un importante número de activistas libertarios comienza a realizar lecturas que marcarán su ideología para el resto de su vida (Malatesta, Sebastián Faberm, Kropotkin y Bakunin entre otros). En el año 1920 Macario Royo retornó a España y a través de Bruno Llado (el encargado del Comité Nacional de la CNT) conoció en Barcelona a los más importantes dirigentes de la organización anarquista. 

 

Cuando llegó a Mas de las Matas, Macario era un entusiasta seguidor de las ideas anarcosindicalistas, y no sentía la necesidad de acudir al Centro Republicano del pueblo, ya que él era anarquista, no compartía las ideas de los republicanos del Centro y no quería ser motivo de discordia, pero, según su testimonio, le fueron a buscar a su propia casa, pidiendo que fuera al Centro porque él pensaba:

 

“Como los de Barcelona; de los más adelantados que hay, y nosotros estamos en el Centro pero somos partidarios de lo que sea más avanzado, y como sabemos que eres tú, por eso venimos a buscarte”[81]. 

 

Macario Royo acudió al Centro, y llevó con él multitud de folletos que había traído al pueblo tras su estancia en Francia y Barcelona, y se generó de esta manera un primer grupo de ocho o diez hombres con ideología libertaria.  

 

Tras conocer el transcurrir de estos hechos, es necesario plantear las analogías religiosas descritas por algún autor. Según Malefakis, en una sociedad como la masina, el líder anarquista (en este caso Macario Royo) tomó el papel de director y adoctrinador que tradicionalmente había sido desempeñado por el sacerdote, y los panfletos y libros de donde se sacaba la doctrina libertaria suplantaron el lugar que había estado ocupado por la Biblia[82]. Así, una ideología que desea alejarse lo máximo posible de todo lo considerado sagrado, estaría preñada de aspectos religiosos, con un importante componente milenarista, basándose en una sociedad fundada en una nueva ética, con una justicia universal e igual para todos. Se planteaba la llegada de la sociedad anarquista como la salvación milagrosa que conseguirá la mejora general de las condiciones de vida de toda la humanidad.

 

La situación en el Centro Republicano se complicó por el enfrentamiento con gente que no compartía la ideología recién llegada, y que intentó expulsar del Centro a Macario Royo como exponente propagandista y defensor de las nuevas teorías sociales que arribaron a Mas de las Matas. Según las palabras del propio Macario Royo, el resultado de estos enfrentamientos fue que el Centro Republicano se transformó en la práctica en un Centro Progresista y Libertario, ya que un gran número de los republicanos aceptaron las ideas libertarias importadas por él mismo. Sin embargo, si nos fijamos en el testimonio dejado por Joaquín Zurita Castañer, la situación no fue tan clara, y se producían tensiones entre los militantes libertarios y los republicanos, que se encontraban en una situación de equilibrio. Si bien es cierto  que las ideas anarquistas tuvieron un importante arraigo en la localidad, especialmente entre la juventud, numéricamente, todo parece indicar que los republicanos eran mayoría,  pero es cierto que el movimiento anarquista se veía amparado por la presencia de Macario Royo, el cual tenía una capacidad oratoria superior al resto de los hombres del Centro Republicano, y tenía gran prestigio por haber actuado con los líderes del anarcosindicalismo de la época (Salvador Segí, Ángel Pestaña, Juan Peiró, Juan y Federica Montseny y García Oliver)[83]. Una anécdota narrada por Joaquín Zurita nos permite ilustrar cuál era la situación que se vivía en el Centro:

 

“En aquellas asambleas casi siempre pedían la palabra primero los republicanos; sus partidarios estaban impacientes deseando que no la pidiese Macario.  Recuerdo que en una de ellas, en la cual el presidente Juan Manuel Moliner y Alberto Prats defendían sus tesis apoyándose en el reglamento de la sociedad y que con sus argumentos parecía habían inclinado la balanza de la opinión a su favor, al pedir la palabra Macario, uno de los republicanos exclamó: “¡Ya la hemos jodido!”.  Aquella frase causó risas y murmullos tan prolongados que el presidente los hizo callar agitando mucho la campanilla”[84].

 

Como indicación de la situación de equilibrio inestable se observa que hasta enero de 1932 tanto anarquistas como republicanos compartían el mismo local.  En esa fecha se asignó a los militantes anarquistas la planta superior del Centro (de unos 12 metros cuadrados). Y a los cinco meses esta situación cambió de nuevo al trasladarse los republicanos de convicciones más profundas al “Universal Bar”, al sentirse en minoría. Muchos de los que se convirtieron republicanos una vez que ya estaba instaurada la República, se quedaron en el Centro afiliándose a la CNT, e incluso llegando alguno a afiliarse a la FAI, según el testimonio escrito dejado por Joaquín Zurita.

 

La ideología anarquista que se respiraba en aquellos años en Mas de las Matas era contraria a la acción directa, a la acción por las armas, y se intentó realizar una revolución mental para poder llegar de esa forma a la material (según las palabras de Elíseo Reclús: “Hay dos revoluciones por hacer: una en los cerebros y otra en las calles; la segunda depende de la primera”). En la sociedad rural turolense los grupos libertarios realizaron en esos años una importante tarea cultural, organizando reuniones culturales y salidas[85]. En este sentido se impulsó la fundación de una escuela racionalista en el pueblo y la creación de una biblioteca en el Centro, que fue organizada por el líder anarquista local, seleccionando él mismo los libros que la compondrían. El ambiente intelectual en aquellos años era muy bajo en Mas de las Matas, y gran parte de la población no podía ni leer ni escribir (en torno la 30 % de la población adulta[86]). Según el propio Macario Royo, en la escuela del pueblo, sólo se preocupaban por enseñar la doctrina cristiana, y la mayoría de la población no consideraba necesario el saber “de letras” para desempeñar las actividades agrarias a las que previsiblemente se dedicarían durante toda su existencia.  Acerca del escaso ambiente cultural, podemos llamar la atención acerca del mal funcionamiento de la Iglesia Católica que nos es evidenciado por un Informe del propio párroco, en el cual se manifiestan las carencias en educación, y el ambiente enrarecido entre la familias y el párroco[87].

 

            “Trajeron un maestro los de la CNT para que no fueramos educados de la manera que estaban entonces. Era la educación normal, pero claro, siempre había alguna cosica más. Había un maestro que nos enseñaba esperanto. Lo demás normal, de todo.

Entonces se criticaba mucho que fuésemos chicas y chicos, pero era normal. Y hacíamos excursiones, nos criticaban mucho a nosotros y a las familias, porque íbamos las chicas y los chicos juntos, pero… Íbamos chicas y chicos y estábamos siempre con gente mayor, nos explicaban cosas y leíamos libros… No eran revolucionarios, eran grupos culturales. Había muy buenos libros para los chiquillos.”[88]

 

Frente a la mala situación de la cultura impartida por los cauces oficiales, y estando en desacuerdo con las ideas que se transmitían desde la escuela del pueblo, la gente del Centro de Mas de las Matas se preocupó pues por crear una escuela racionalista, siguiendo los dictados de Ferrer y Guardia y su Escuela Moderna. La escuela que se fundó funcionó a partir de una docena voluntarios que se encargaban de enseñar a leer y a escribir a todas aquellas personas que deseasen salir del analfabetismo. Se reunían en el sótano del mismo Centro, y se impartían clases de alfabetización para adultos durante las noches invernales (noviembre, diciembre, enero y febrero). No se poseía la licencia para funcionar como escuela, y se optó por presentar esas clases, como veladas literarias culturales, justificándose diciendo que no existía ningún maestro. Pero este argumento no fue suficiente para mantener esta escuela racionalista abierta en contra de la voluntad del Alcalde y la Junta Local de instrucción pública de la villa. Esta Junta presentó una denuncia al Gobernador civil, notificando que realizaban actividades docentes sin contar con personas provistas del titulo profesional pertinente. Esta denuncia, ocasionó que, tras la comprobación de que efectivamente se realizaban las actividades propias de una escuela, sin la autorización del rectorado de la Universidad de Zaragoza, fuese al pueblo un inspector de Teruel que ordenó el cierre de la escuela organizada por el Centro[89].

 

En este momento es cuando se produjo el golpe de Estado de Primo de Rivera en el año 23, quedando la organización libertaria muy maltrecha por la represión y por las tensiones internas. Pese a esta mala situación a nivel estatal, en Mas de las Matas, no se produjo represión ni ningún enfrentamiento, manteniéndose abierto el Centro Republicano. En los primeros momentos se produjo una cierta inquietud por el futuro del Centro, pero pronto se pasó a un ambiente de tranquilidad e incluso de aburrimiento, puesto que al estar bajo un régimen que podía reprimirles con mayor fuerza, fue preciso mantener un aire de tranquilidad y no atreverse a adoptar comportamientos que pudiesen dar pie a que se actuase contra ellos.  Como testigo del ambiente que se vivía en aquel periodo de dictadura nos sirve el joven Joaquín Zurita:

 

“Intentaron hacerlo cerrar el párroco y el boticario denunciando que era un nido de ateos y anarquistas peligrosos, pero como no podían comprobar ningún delito porque ni individual ni colectivamente no se había cometido, el Ayuntamiento, que era de los suyos, no les hizo caso, y los “peligrosos” continuaban leyendo y comentando la prensa, siempre visada por la censura.  Por esto era más aburrida”.

 

Con anterioridad a 1930, para poder ser afiliado a CNT, era necesario ser asalariado, y en un pueblo como Mas de la Matas, en el cual la tierra estaba muy repartida, eran muy pocos los que podían ser considerados plenamente asalariados, ya que al mismo tiempo eran propietarios. Así, no se podían afiliar a la organización CNT pese a que se sintiesen simpatizantes de ella puesto que eran poseedores de  pequeños pedazos de tierra. Cuando en el verano del año 30 el secretario nacional de la CNT, Peiró, optó por una reestructuración de la organización, estimulando la constitución de centros locales, se permitió que se afiliasen sin la obligatoriedad de ser trabajadores asalariados. En Mas de las Matas se tuvo que esperar hasta el año 1932 para que se crease en el pueblo un sindicato anarquista que se adherió a la CNT, con un número de afiliados que no se ha de considerar que fuera de importancia, recayendo la presidencia en un hombre conocido como el Corneta.

 

Pese a no ser la localidad con más afiliados ni la mayor en población de la zona, Mas de la Matas fue nombrado como cabeza del Comité Comarcal de la CNT.  La elección de este pueblo como Comarcal se produjo por decisión del Comité Nacional situado en Zaragoza. Las razones más probables de esta elección fueron la alta proporción de cenetistas de Mas de las Matas, la buena situación como nudo de comunicaciones (puesto que tenia carreteras hacia Castellote, Aguaviva y Calanda), y por supuesto es necesario considerar en toda su importancia la altísima actividad realizada por Macario Royo, que como ya hemos dicho anteriormente, tenía un cierto bagaje cultural, y era de la confianza de los dirigentes nacionales de la CNT[90].

 

El 14 de abril del año 31 se proclamó la República en España. El 12 de abril se habían realizado las elecciones municipales en Mas de las Matas en las cuales había salido elegido alcalde Jerónimo Mata, uno de los hombres más ricos del pueblo, y del cual perdura entre los habitantes de Mas de las Matas (de todas las filiaciones políticas) un grato recuerdo. El día 1º de mayo de 1931 se produjo un ligero amotinamiento en el pueblo por causa de que el recién elegido ayuntamiento (elegido en periodo monárquico, puesto que la República se instauró el 14 de abril), puso en la ventana del ayuntamiento la bandera monárquica en lugar de la republicana, lo cual ocasionó que se obligase a dimitir al recién constituido ayuntamiento, y el Gobernador nombró una comisión gestora compuesta por seis personas, con representación de anarquistas en esta comisión. Esta comisión se vio encargada de convocar unas nuevas elecciones para sustituir al depuesto ayuntamiento. Pese a la tensión que se generó con la expectativa de una nueva votación, sólo se produjeron ligerísimos enfrentamientos (orales) entre la gente de derechas (encuadrados dentro del denominado Sindicato Agrícola) y los de izquierdas, pero que fueron solucionados sin que fuese necesario que interviniese la guardia civil, sino que fueron aplacados por Pedro Mir el Feliciano y Macario Royo, número uno y dos respectivamente de la comisión gestora. El resultado de las nuevas elecciones fue la instauración de un nuevo ayuntamiento de tendencia conservadora y como alcalde Juan Manuel Ejarque el Planas.

 

Pese a los movimientos sociales que se producían en el pueblo, a la hora de acudir a las urnas, éstas demostraban una mayoría de gente de derechas. Si hacemos caso de los estudios electorales realizados en la provincia de Teruel durante el periodo de la República, éstos caracterizan a esta provincia como una región evidentemente conservadora. Pese a esta presencia mayoritaria de gente de derechas, es necesario resaltar la existencia de un muy destacado número de sindicatos, y la presencia de la CNT como fuerza predominante en el Bajo Aragón y el Maestrazgo, teniendo en el año 31 alrededor de 4000 afiliados en Teruel[91], especialmente concentrados en el Bajo Aragón. A partir del año 32 la CNT experimentó un importante auge en todo Aragón, al contrario del resto de España. Así, pese a ser una zona de creencias conservadoras a la hora de acudir a las urnas (aunque hay que tener en cuenta que en las elecciones efectuadas el 19 de noviembre de 1933, en Mas de las Matas sólo acudió a las urnas un 42% de la población total del pueblo[92]), la ideología anarquista tenía cada vez más implantación, elemento que ha sido visto por algún autor como indicativo de la existencia de una cierta conflictividad rural causada por la lenta transición al capitalismo  que se producía en el campo español, en el cual la revolución liberal burguesa tardó mucho en llegar.[93]

 

En el pueblo de Mas de las Matas se dio la característica de la inexistencia antes de la Guerra Civil de enfrentamientos de importancia entre las distintas tendencias ideológicas que había. Si bien es cierto que existía cierta tensión, e incluso se establecieron pleitos entre personas de distintas ideas, en el pueblo no se pueden constatar enfrentamientos violentos más allá de meras disputas dialécticas. Esto no nos ha de extrañar en un pueblo de alrededor de 2300 habitantes, en el cual las relaciones eran ante todo personales, y existían lazos amistosos, familiares, y de todo tipo entre los pobladores.  Como indicativo del clima que había en el pueblo se puede resaltar el siguiente acontecimiento:

 

En el año 1929 se organizó la Sociedad de Baile de Mas de las Matas, llamada La Favorita. En un primer momento los señoritos decidieron no ingresar, pero posteriormente solicitaron el ingreso, “a lo cual se oponían muchos, hasta que fueron admitidos con esta condición: “no tendrían voz ni voto durante un año”. Aceptaron gustosos y todo fue bien (...) Un acontecimiento provocado por el Ayuntamiento al querer subir el precio del arriendo del salón, sito en la calle de la Costera en el cual estábamos instalados, favoreció a los nuevos socios que fueron los primeros en desaprobar tal medida, y todos juntos, un domingo por la tarde organizamos una manifestación de protesta pacífica por las calles del pueblo. Nuestro triunfo fue completo.(...)  Por su buen comportamiento desde aquel día a los nuevos socios les fueron concedidos todos los derechos, reinando entre todos la más completa armonía.”[94] .

 

La anécdota que nos es narrada por Zurita nos permite observar cómo las relaciones eran cordiales. Si bien es cierto que existía un cierto enfrentamiento entre los señoritos y el resto de los jóvenes del pueblo, este no iba más allá de las habituales rencillas existentes entre distintos grupos de jóvenes, y no impedía que realizasen actividades juntos y compartiesen incluso las actividades lúdicas.

 

Fue durante los años de la República cuando se levantaron las escuelas del pueblo en su actual emplazamiento. Los años de la II República fueron años en los que se produjo un despegue del interés por la cultura, tanto de la impulsada por el Estado español, como de la “independiente” y al margen del control de las fuerzas rectoras de la patria.

 

Mas de las Matas como otros pueblos , tuvo un Ateneo Libertario, organizó y abrió una Escuela laica-racionalista, cuyos gastos eran pagados mitad por los socios y mitad por los padres de los niños. Esta escuela fue abierta en febrero de 1933, pero con el primer maestro que nos envío el sindicato de profesionales liberales de Barcelona tuvimos mala suerte, pues era un jovenzuelo que se ocupaba más de hacer el tenorio con las chicas que de las enseñanza; hasta que por fin la Comisión de Cultura lo "facturó" y me nombraron a mí para reemplazarle hasta que enviaran otro.  En aquella época la enseñanza particular, casi toda en manos de laicos, progresistas y liberales, no recibía ni la más mínima ayuda del Estado”[95].

 

Junto a la creación de esta escuela laica, también se llevaron a cabo otras manifestaciones del ambiente de interés por la cultura que existía en el pueblo. Se creó un grupo artístico que se mantuvo hasta la insurrección de 1933, y representó “Juan José” de Joaquín Dicenta, y “El Pan de piedra”. En el plano de la lectura se estimuló el consumo de revistas de ideología ácrata, como “Cultura y Acción”, semanario que era el portavoz de la CNT en la región aragonesa. La difusión de este semanario llegó a ser de setenta semanales en el pueblo, y la distribución era realizada por el Ateneo, que se beneficiaba con los ingresos que estas ventas le ocasionaban.

Índice

 

 

 

3. ASÍ INSTAURARON EL COMUNISMO LIBERTARIO: 1933.

 

El mejor de todos los mundos posibles. ¿Para quién? EL mejor de todos los mundos posibles para mí no será el mejor para usted. El mundo en el que, de todos aquellos que yo puedo imaginar, yo preferiria vivir, no sería precisamente, el que usted escogeria. La utopía, sin embargo, debe ser, en algún sentido restringido, la mejor para todos nosotros; el mejor mundo imaginable, para cada uno de nosotros. ¿En qué sentido puede ser esto?

ROBERT NOZIK, Anarquía, Estado y Utopía.

 

 

A la hora de estudiar el levantamiento armado anarquista que se produjo en Mas de las Matas en diciembre de 1933, es de vital importancia encuadrar este movimiento en la vida política y social de España, y concretamente en la situación interna del movimiento anarquista español, el cual se encontraba en esos momentos fuertemente impregnado de las ideas de acción directa propugnadas por la FAI. Hay que tener muy en cuenta a la hora de ver el discurrir de los hechos que el levantamiento se produjo no a causa de las tensiones internas del pueblo, sino como respuesta a un dictado que provenía de fuera. Si bien es cierto que existían ciertas tensiones estructurales, en este episodio que ahora vamos a tratar, no fueron éstas las causantes del levantamiento, sino que fue una actuación que hay que encuadrar en el ámbito estatal, como respuesta a la política del Estado, y no sólo a los problemas inherentes al pueblo de Mas de las Matas.

Índice

 

 

 

España en 1933.

 

En 1933 nos encontramos una victoria electoral de la CEDA, que ocasiona que en Aragón se realizasen una serie de insurrecciones de cariz libertario ante el triunfo del centro-derecha. Si observamos el desarrollo de los hechos y cuáles eran las intenciones de los individuos que llevaron a cabo estas acciones, no puede por menos que asombrar el idealismo de unas personas que no dudaban de estar llevando a cabo una revolución a nivel nacional, y estaban convencidas de que iba a llegar a buen puerto. El recuerdo de este levantamiento inspiró al anarcosindicalismo en gran medida[96], y fue y es utilizado como medio de propaganda de la CNT.

 

“Ha llegado a nuestras manos el folleto “Cómo implantamos el Comunismo Libertario en Mas de las Matas”, escrito por Macario Royo en Francia. Es un relato bien hecho, pero incompleto, porque las últimas doce horas no estuvo presente, y además está todo tan reciente que algunas cosas sería imprudente decir. Ahora, en plena Democracia, ha aparecido un folleto con el mismo título y nombre del verdadero autor, pero incompleto y con muchos errores de bulto (…). Este folleto es tan apócrifo como la segunda parte del “Quijote”, escrito por Fray Aliaga.”[97]

 

La proclamación de la República había levantado multitud de expectativas entre los militantes de izquierdas de la época, ya que consideraban que se producirían cambios de importancia en la nación española. La CNT concedió a la recién inaugurada República un “periodo de gracia” que transcurrió desde de 14 de abril de 1931 hasta la segunda quincena de enero del siguiente año[98]. Pero la falta de medidas de agrado de los grupos más izquierdistas y la existencia de un contexto de crisis económica y desempleo generalizado, tuvo como consecuencia que grandes sectores de la sociedad se sintieron defraudados por el poco cambio que se produjo, y se efectuaron multitud de huelgas y movimientos de carácter social por toda España[99]. Es en estos años cuando la FAI se hizo con el control de la organización libertaria, y buscó la vía insurreccional como el mejor camino para transformar la sociedad[100]. El 19 de enero del 32 se produjo la insurrección del Alto Llobregat en la cual los militantes cenetistas plantearon por primera vez una alternativa de organización social basándose en la teoría del comunismo libertario. Por supuesto esta insurrección fue sofocada y reprimida por las fuerzas del Estado. En esta coyuntura se produjo la ya mencionada victoria de la CEDA en las elecciones, victoria que ocasionó que el Comité Nacional de la CNT y el Comité insurreccional revolucionario, que se encontraban en Zaragoza, celebraran un pleno de regionales en el cual se acordó que se produjese un levantamiento a nivel nacional. Este levantamiento armado tenía una fuerte inspiración faísta.

Índice

 

 

 

El levantamiento en Mas de las Matas

 

La orden de levantamiento llegó el día siete de diciembre a Mas de las Matas a través de dos hombres (El Bosque y el Velán), que se acercaron hasta el pueblo caminando desde Calanda. Desde Mas de las Matas las órdenes siguieron ruta hasta Castellote y Aguaviva. Del primero de los pueblos acudió al pueblo un solo hombre (el Chocolatero), de Aguaviva bajaron once, armados desigualmente[101].Tras asegurarse que la gente de derechas del pueblo no tenía ninguna sospecha de lo que iba a acontecer, los anarquistas intentaron tomar la noche del siete al ocho el cuartel  de la Guardia civil en el cual se hallaban tres guardias y la Fonda del Chapa, en la cual se alojaban los restantes y que en ese momento eran cuatro guardias y el cabo.

 

La acción comenzó a la una de la mañana. Lo primero que se hizo fue cortar el suministro eléctrico en el pueblo, tras lo cual se enviaron dos grupos numerosos al cuartel de la Guardia Civil y a la fonda, al mismo tiempo que fueron grupos más reducidos (de dos o tres personas) a las casas de aquellos hombres de derechas de los cuales se sospechaba que pudiesen tener armas y presentar resistencia al levantamiento. Fue en casa de uno de estos hombres (concretamente en casa de Félix el Seguidillas), donde comenzaron los disparos, que según Joaquín Zurita efectúo el Seguidillas desde dentro de la casa, si bien fueron tiros al aire con la intención de amedrentar a los sitiadores[102]. Una vez que se oyó el disparo, los guardias de la fonda intentaron salir de la misma, pero fueron obligados a retirarse por causa de las descargas de escopeta a que fueron sometidos. Al mismo tiempo fue tiroteado el Cuartel.                             

 

“El combate duraría unos diez minutos. Aquella noche rodearon el cuartel con bidones de gasolina. Y todas las luces apagadas, y en la fonda del Chapa, había dos jóvenes guardias, y estos salieron por un callejón, por la puerta de atrás. Se puso cada guardia a un lado de la calle, y abajo estaba el grueso de los anarquistas. Duró unos diez minutos el tiroteo. Ya paró el fuego y bajaba un guardia herido. Ya se entregaron, y se entregó el cuartel y todo.”[103]

 

Como resultado de estos disparos, uno de los guardias que se hallaban en la fonda fue herido en una mano, y otro de los que se encontraban allí recibió un impacto de perdigones en el rostro al intentar salir. Seguramente fueron dos los guardias heridos en los enfrentamientos. Frente a esta opinión, encontramos algún testimonio que habla de un solo herido[104], e incluso existen referencias que hablan de la automutilación de uno de los guardias civiles. Estas teorías seguramente son falsas, ya que individuos implicados en el asalto de los reductos de los guardias civiles admitieron la existencia de dos heridos por causa de las armas de los anarquistas, y no existen motivos para ampliar el número de heridos. Sin embargo, no es difícil imaginar los motivos de la reducción del número de heridos, puesto que de esta manera, se podría intentar una condena más leve para los autores del asalto.

 

Una vez roto el factor de sorpresa con el que contaban los insurgentes y al encontrar resistencia decidieron sitiar ambos edificios y esperar ya que su armamento no permitía el plantearse asaltar por la fuerza los lugares en los que se habían fortificado los guardias. Ya por la mañana, y tras toda una noche de tensa espera, se hizo sonar las campanas, y el alcalde (Juan Manuel Ejarque, el Planas), al ver que el pueblo se encontraba en manos de los anarquistas locales, presentó su dimisión a Macario Royo. Éste, según su propio testimonio, no había querido tomar parte activa en el movimiento (seguramente por no estar de acuerdo con las ideas de “acción directa” propugnadas por la FAI, que era la instigadora del movimiento), y cuenta que fue llamado una vez que ya estaban los guardias civiles sitiados[105]. El recién dimitido alcalde se traslado en un primer momento a la fonda (a instancias de Macario Royo), para ver la situación que existía entre los guardias, y a través de este individuo el cabo de la Guardia Civil pidió hablar con Macario Royo, diciendo que era el único interlocutor que aceptaría. Con el fin de evitar el derramamiento de sangre, los guardias aceptaron entregar las armas a condición que se les asegurase su integridad personal, ésta les fue asegurada por su interlocutor, el cual comunicó a los hombres armados que esperaban fuera de la fonda cuáles eran las condiciones de la rendición, que fueron consideradas razonables y se produjo la rendición de los miembros de la benemérita.

 

Los guardias entregaron a través del balcón de la fonda del Chapa los fusiles, pero no todos. Según el testimonio de una trabajadora de la fonda, Dª Pura Ejarque, ella misma escondió entre el estiércol del gallinero que existía en la ultima planta del edificio, un fusil con correajes, cartucheras y munición[106]. El motivo del ocultamiento de la dotación de armamento de uno de los guardias, fue para evitar los guardias las sanciones disciplinarias que les hubiesen sido impuestas en el caso de entregar al enemigo la totalidad del armamento del que disponían. Posteriormente se dirigieron al cuartel, donde el cabo instó a los guardias que allí se habían hecho fuertes, que entregasen las armas, acto que realizaron sin poner reparos.

 

Tras la rendición los guardias civiles, los curas y otros tres individuos de derechas (Felix, el Seguidillas, Luis Trullenque y el primer secretario) fueron encarcelados en el Ayuntamiento, lugar al que fue llamado el médico (D. Salvador Zaera) para atender las heridas que los guardias habían recibido a lo largo del enfrentamiento.

 

De esta manera el pueblo fue tomado por los anarquistas locales. Pese a la existencia de algún testimonio de la época en el cual se habla de que los anarquistas masinos marcharon en dirección a Castellote[107], la mayoría de los testimonios nos narran como la actitud que se adoptó por parte de los dirigentes del levantamiento armado en el pueblo fue la de esperar a recibir noticias acerca del éxito o el fracaso de la movilización a un nivel más amplio que el propio Mas de las Matas.

 

A lo largo del periodo en el cual el pueblo estuvo tomado por parte de los anarquistas, se produjeron pequeños destrozos en la localidad. La mayor parte de los daños ocasionados, fueron selectivos, centrándose en la destrucción de toda la documentación existente. Según el testimonio de Emilio Bernuz, que fue el más joven participante en el levantamiento del 33, la filosofía de esta destrucción se puede reunir en la siguiente frase: “La quema de los archivos...Aquí no paga la contribución nadie ya”[108]. La destrucción de documentos, iba  directamente encaminada a la desaparición de la documentación escrita que atestiguaba la propiedad privada de la tierra (uno de los pilares de la sociedad contra la que luchaba la ideología libertaria). Si atendemos a los efectos que desaparecieron tanto en el Juzgado municipal, como en la Junta de Alfarda[109], vemos que la mayoría de los bienes desaparecidos era documentación de todo tipo (libros de actas, recibos, legajos, expedientes...), siendo anecdótica la destrucción o sustracción de otros efectos que los papeles (sellos del Juzgado, lamparas...). En el Ayuntamiento, se realizo la quema de las actas, y de toda aquella documentación que fue encontrada, al mismo tiempo que se destrozaron las urnas, la bandera, y las copias de pesas y medidas oficiales que se encontraban en el pueblo[110]. La Iglesia también fue objeto de ataques, que se vieron culminados con la destrucción de los documentos, y la quema de unas sotanas. 

 

Es interesante ver el papel simbólico de los destrozos efectuados. Un repaso a los elementos que fueron atacados por los anarquistas masinos nos indica que las  destrucciones se centraron en documentación ( como elemento constatador de la propiedad y de la desigualdad), y en elementos de alto valor simbólico que representaban los principales enemigos de la ideología libertaria (la bandera nos hablan del Estado, que controla los intercambios económicos a través de la imposición de unas pesas y medidas, las sotanas evocan directamente a la Iglesia y las urnas son la expresión de una participación democrática que los anarquistas veían como insuficiente y preñada de elementos negativos y que no era representativa de la voluntad popular).

 

Los líderes del levantamiento armado habían tomado las escasas radios existentes en el pueblo, para tener el control de las noticias del exterior. Las noticias que los anarquistas de Mas de las Matas recibían a través de ellas no eran muy concluyentes a la hora de asegurar el triunfo o el fracaso del levantamiento a nivel general por todo el Estado. Pese a que las noticias que llegaban por medio de los cauces oficiales hacían ver una absoluta tranquilidad por todo el territorio español, los insurgentes, opinaban que se podía tratar de un intento de ocultar la información, con el fin de lograr la desmoralización de los hombres que se habían levantado. Pero esta situación de duda acerca de los resultados del levantamiento fue pronto aclarada. Al mediodía del día ocho llegó, como era habitual, el autobús correo de Alcañiz a Castellote, y a través del conductor recibieron las noticias que hablaban de la absoluta normalidad a lo largo de todo el país, y el casi nulo seguimiento que había tenido el llamamiento a la revuelta por parte de los dirigentes cenetistas.

 

Mas de las Matas había sido uno de los pocos pueblos en los que se había seguido el dictado de hacer la revolución. Merece la pena destacar algunos pueblos aragoneses como núcleos en los que se intento ensayar el comunismo libertario. En Huesca, Alcalá de Gurrea, Alcampel, Albalate de Cinca y Villanueva de Sigena, y en Teruel, junto a Mas de las Matas,  Valderrobres y Beceite[111]. A la hora de comprender el por qué del mal resultado del llamamiento, es necesario destacar el fracaso de la coordinación, junto a la quietud de la mayoría del campesinado. No se había conseguido dotarlo de una organización que permitiese considerar a los campesinos como una fuerza revolucionaria, y el seguimiento del llamamiento del Comité Nacional de la CNT fue ignorado en la mayoría de las poblaciones, sabedores los propios anarquistas de la dificultad de alcanzar un éxito en ese intento. Sólo se produjeron unos pocos levantamientos, lo cual ocasionó que el sofocamiento  por la fuerza de estos escasos focos rebeldes fuese especialmente sencillo.

 

“Lo del 33 fracasó porque no hubo apoyos. Zaragoza no respondió, un pueblo no éramos nada, ni dos ni tres... El Bajo Aragón casi todo se puso, pero no somos nada. Enviaron aquí dos o tres compañías de guardias de asalto. Ni hubo lucha porque era inútil. Los más significados miraron de irse... A los demás nos cogieron...”[112].

 

No fue difícil observar la inutilidad que sería intentar presentar resistencia ante la previsiblemente inminente llegada de las fuerzas de seguridad del Estado. Los tres individuos más involucrados en el levantamiento, por el miedo a la segura represión, optaron por huir amparados por la noche sin siquiera avisar a sus propias familias[113]. Junto con el líder Macario Royo, huyó del pueblo Mariano Sánchez Añón, el Mazorras, y el individuo que había bajado de Castellote y era  conocido como el Chocolatero, y fueron a ocultarse en Barcelona, ciudad en la cual Macario tenía conocidos de su ideología que les podían ayudar, y de allí  marcharon a Francia.

 

Para calcular un porcentaje indicativo del número de gente que se considere que pudo haber participado en el levantamiento, puede sernos útil conocer el número de detenidos en la posterior represión. Se detuvieron alrededor de ciento treinta hombres en un pueblo de alrededor de dos mil habitantes. Si consideramos que de la totalidad de dos mil habitantes sólo mil eran hombres, y de éstos  podemos eliminar a un veinte por ciento, como niños demasiado jóvenes o ancianos, se puede afirmar que de alrededor de un total de ochocientos hombres susceptibles de haber tomado parte en la insurrección, fueron detenidos ciento treinta, lo cual nos indica un porcentaje de alrededor de un dieciseis por ciento de presuntos participantes en el levantamiento. Pese a que la exactitud del porcentaje no sea una cifra calculada a partir del número exacto de implicados, sino a partir de la represión posterior, nos puede clarificar cual era el índice de gente suficientemente politizada, como para tomar las armas con el fin de acabar con el régimen político-social que se encontraba vigente en aquellos años.

Índice

 

 

 

La represión

 

El día 10 de diciembre por la tarde comenzaron a oírse descargas de fusiles desde la zona de Alcorisa. Estos disparos eran realizados por los guardias civiles de asalto que se dirigían a la toma del pueblo. Desde la colina de Santa Bárbara realizaban disparos con la intención de amedrentar a los amotinados, y así intentar debilitar la resistencia de los rebeldes. Las precauciones de los guardias eran inútiles. Nadie en el pueblo se planteó la posibilidad de enfrentarse a los guardias civiles. Era muy distinto tomar un cuartel y una fonda por la noche a enfrentarse a un cuerpo armado superior en número, armas y entrenamiento. La motivación para defender el pueblo de los anarquistas masinos era nula (ya que el resultado de un hipotético enfrentamiento era con seguridad la derrota, mientras que el acto revolucionario que habían efectuado los días anteriores tenia para ellos ciertas posibilidades de éxito), y su pensamiento se centraba en esos momentos en la preocupación por la más que previsible represión. Además hay que dar importancia a la desmotivación adicional que supondría la huida en el más absoluto de los secretos de Macario Royo, Mariano Sánchez y el Chocolatero, lo cual dejó a los insurgentes masinos sin sus líderes, y percibiendo todos ellos que el intento de implantar el comunismo libertario en Mas de las Matas y en todo el país, había llegado a su fin, sin conseguir el objetivo propuesto, y que en esos momentos se debían preocupar de escapar de la represión, dejando los sueños anárquicos para otra ocasión.

 

La represión fue fuerte tal y como se esperaba. En un primer momento, y según testimonios de la época en un primer momento se detuvieron a inocentes, e incluso a gente de derechas[114]. Como ya se ha mencionado antes, el número de detenciones que se produjo fue de alrededor de ciento treinta individuos, de los cuales muchos fueron recuidos por las cárceles de los alrededores (Castellote, Híjar...).

 

La mayoría de los implicados (106 individuos) en el levantamiento masino fueron acusados en un pleito por lo civil, que se tramitó desde Teruel, y éstos pronto vieron la posibilidad de beneficiarse de una amnistía. Con el fin de presionar a las autoridades, los presos sociales de España, entre los cuales se encontraban los presos masinos procesados por el intento revolucionario, decidieron declarar una huelga de hambre en el mes de marzo. La medida de presión surgió efecto, y el Gobierno español declaró la amnistía para los presos procesados por lo civil en el mes de abril de 1934. Sin embargo, los catorce presos masinos que habían sido incluidos en el juicio militar (por las ya mencionadas heridas ocasionadas a los guardias civiles), no fueron incluidos en esta amnistía, y no fueron puestos en libertad hasta la victoria electoral del Frente Popular en el año 1936. Los juicios realizados por lo militar se realizaron en Zaragoza. La causa fue vista el 14 de junio de 1935, se dieron condenas de seis años para diez de los acusados, y de veinte para cuatro más[115].

 

            “En el 36, después de las elecciones, vinieron ya todos, los pocos que quedaban. Estaban unos en Calamocha y otros en Albarracín”.[116]

 

Como puede imaginarse, el local del sindicato anarquista, y el edificio de la Unión Republicana, fueron cerrados, ya que se consideró que eran los centros de los amotinados, y se optó por acabar con su centro de reunión, como medio de intentar extinguir en el pueblo las ideas libertarias y contrarias al régimen existente que habían desembocado en el intento revolucionario acaecido poco antes.

 

Pero un edificio que fue remodelado como consecuencia de los acontecimientos que tuvieron lugar en diciembre de 33 fue el cuartel de la Guardia Civil. El puesto de este cuerpo de defensa del Estado fue mejorado a comienzos de siguiente año (el 26 de enero de 1934 se acordó en el pleno del Ayuntamiento), aumentando el número de guardias allí destinados, al mismo tiempo que se aumentaron las defensas del edificio.

Índice

 

 

 

4. LA APERTURA DE LA VÍA REVOLUCIONARIA.

JULIO-1936/AGOSTO-1937.

 

La época exige violencia, pero sólo estamos obteniendo explosiones abortivas. Las revoluciones quedan sesgadas en flor, o bien triunfan demasiado deprisa.  La pasión se consume rápidamente. Los hombres recurren a las ideas.

HENRY MILLER. Trópico de Cáncer.

 

 

Las fuentes para conocer con profundidad el período colectivista en Mas de las Matas no van más allá de los escasos documentos, las entrevistas orales y los testimonios indirectos. Destaca entre todo el compendio realizado por Ronald Fraser en Recuérdalo tú y recuérdalo a otros. Historia oral de la Guerra civil española también a partir de entrevistas. Esta narración de los hechos sucedidos en Mas de las Matas entre el 36 y el 38, con sus lagunas ¾que las tiene¾ y con sus virtudes, ha de ser una espina dorsal de la que aquí pretendemos desarrollar. Pero también son valiosos los testimonios de la época, tales como prensa o apuntes de anarquistas que visitaban las diferentes localidades para supervisar el trabajo de sus compañeros anarcosindicalistas. También hemos recurrido a los testimonios orales recogidos en diferentes fuentes, y que hacen mención a la situación del pueblo. Por ejemplo, las entrevistas realizadas por Inma Blasco, Ana Aguilera y un equipo de investigadoras, resultado de los cuales es el vídeo Aguaviva, una historia en femenino, y su comunicación presentada en el I Congreso de Historia Local de Aragón[117]. Y también los valiosos testimonios presentados en los vídeos titulados La Guerra Civil española, dirigidos por John Blake y supervisados por Hugh Thomas, Ronald Fraser y Javier Tusell.

Índice

 

 

 

Los primeros pasos

 

            Luis Germán Zubero señaló grosso modo la estructura de la propiedad y los rasgos sociales de las localidades del Bajo Aragón durante la Segunda República y los momentos previos al desencadenamiento de la Guerra Civil[118]. En este estudio ya clásico refleja lo que él considera un desequilibrio socioeconómico y una heterogeneidad dominante en cuanto a la situación de los pueblos de esta comarca: los datos varían absolutamente entre una localidad y otra. Para Mas de las Matas señala como característica fundamental el predominio de la pequeña e ínfima propiedad agraria, que constituirían hasta más del 70% de los contribuyentes en el partido judicial de Castellote ¾al que pertenecía nuestra localidad¾: señala 10.023 ínfimos propietarios y 2.043 pequeños, frente a los 266 medianos y los 8 grandes propietarios[119]. Ello no hace obligatorio que esta situación se repitiese en Mas de las Matas, pero sí da una imagen más o menos delimitada del régimen de propiedad agrícola que encontramos a las puertas de iniciarse el proceso colectivista. Lo que está seguro es la ausencia de grandes propietarios, de grandes terratenientes.

 

            La mayoría pequeño-propietaria, que difícilmente podría mantener asalariados, es lo que configura lo que se ha venido a llamar “campesinado familiar”. Ese que, según han mostrado investigaciones recientes, constituye una clase social clave en el mantenimiento o cambio de los órdenes sociales[120]. Las resistencias a la imposición del sistema adquieren, pues, aquí características constatables en otras situaciones: el mediano y pequeño campesino tiende a la defensa de sus intereses. Y rara vez sólo, se desprende de ellos por el interés común. Por tanto, de aquí podemos concluir que, más allá de los propios anarquistas, de los militantes de CNT, los apoyos previos no serían muchos. Ideal de “justicia social”, de defensa de los intereses políticos progresistas no faltaba: la mayoría de la población comprometida con las causas políticas republicanas militaban en Izquierda Republicana. Pero la propiedad se respetaba, así, también desde su militancia político-sindical.

 

            Los cenetistas no eran, pues, ni mucho menos mayoría. Emilio Bernuz, anarquista de pro, reconoció esta situación, a la par que nos adelantó una teoría interesante que trataremos de constatar: “Había poca mano de obra, la propiedad estaba muy repartida... vivíamos de lo nuestro, había muy pocos asalariados. El sindicato estaba porque aquí sembrábamos las ideas, lo importante fue la cultura, no se iban a defender las horas de trabajo, sino por defender las ideas. Ambiente social en este pueblo ha habido siempre, igual republicanos... en CNT estábamos pocos, el de más ambiente era el centro libertario, de Izquierda Republicana. Pero se creía en conseguir las cosas por estudio, por convicción. Por la palabra”[121].

 

            Y es que la existencia de un núcleo republicano, de un centro social, de una escuela libre... no es baladí: los medianos propietarios optaban aquí por la defensa y la mejora de su situación; pero no desde el apoliticismo ni el colectivismo, sino desde una militancia de izquierdas que respetase la propiedad individual, y que usase como medio de acción la lucha política. Nunca la acción directa. De todas formas, CNT tenía un núcleo importante en la localidad. No tanto como IR, pero sí de cierta relevancia. La memoria de la insurrección del 33 y el impulso local de Macario Royo mucho tienen que ver en esta cultura apolítica. Que no era ni la mayoritaria ni la más preparada para desarrollar un proyecto de sociedad. Pero tampoco era la “basura humana de la localidad: vagos, matones y analfabetos. En definitiva, la CNT agrupaba a toda la escoria humana de la localidad” que alguien ha dejado escrito en el archivo histórico del pueblo.

 

El índice de afiliación había descendido desde la represión generada tras la insurrección; sin embargo, las agrupaciones libertarias, como señala Gastón Leval, “actuaron casi sin interrupción, y encontramos la última generación de sus componentes al frente de la organización colectiva del pueblo”[122]. El recuerdo de esta dura represión por los acontecimientos insurreccionales se mantenía vivo entre los habitantes, sobre todo en el caso de los afiliados, simpatizantes, familiares... de los cenetistas: “El tema del 33, de la represión, instigó para que hubiera un ideal revolucionario. De los encerrados, en el 36 vinieron los 7 que quedaban que no habían sido amnistiados. En la guerra explotó la rabia contenida de aquella injusticia.  Si había cuatro, se multiplicaron”[123].

 

            Con una economía buena, la revolución de los anarquistas era más moral, intelectual que otra cosa. O al menos es el argumento que emplean casi todos los escritores anarquistas de la época, como Zurita Castañer en sus “heterogéneas” Memorias Aragonesas, pero que no deja de denotar ciertas dosis de autojustificación: escribía Félix Carrasquer que CNT “llegaba al fondo de la sensibilidad humana tanto del campesino como del obrero industrial y vigorizaba la solidaridad entre ellos”[124]. Lo cierto es que la debilidad organizativa de un movimiento básicamente urbano se veía en cierta parte compensada por la fuerte influencia sindical sobre el Bajo Aragón de las zonas industriales catalana, valenciana y zaragozana. Por ello, estos anarcosindicalistas confiaban en la implantación en el ámbito rural, en el “sueño igualitario, libertario, respuesta a quienes desconfiaban de la capacidad organizativa del pueblo” que habría de germinar, en palabras de Federica Montseny, entre las clases desfavorecidas, entre el campesinado.

 

            Pese a esta confianza en la idea previa campesina acerca de su filiación hacia el sistema colectivista, lo cierto es que, en el momento en que el vacío de poder generó el ambiente propicio para desarrollar el proyecto anarquista, hubo de ser la fuerza miliciana venida de las zonas de mayor arraigo cenetista la que implantó el “sueño” de los agricultores. Y es que, por mucho que existiera una fuerza inicial, un arraigo anarquista en la zona, éste no estaba capacitado ni ideológica, ni logística ni humanamente para hacerse con el poder de manera endógena. La formación de comités antifascistas no suponía la toma del poder, y mucho menos la estructuración de un plan revolucionario global.

 

            En el caso masino, fue la columna Carod, venida desde Morella, la que entró en la zona, al socaire del ímpetu revolucionario que movía al movimiento anarquista, tras la victoria en el primer golpe de mano de su movimiento. El reconocimiento tácito de las autoridades constituidas del poder cenetista en las zonas donde el sindicato, armado y represivo, había logrado parar la sublevación militar y de las fuerzas del orden, había dado impulsos para la constitución de milicias sindicales que tratarían de, en función de sus posibilidades y al abrigo de su ideología, implantar el colectivismo por cuantas zonas pasasen. El objetivo, pues, no era tan sólo Zaragoza (destino, por cierto nada casual: allí residía una sección fuerte de CNT que estaba siendo duramente reprimida[125]), sino también el advenimiento de un mundo nuevo, sin propiedad ni capitalismo. Sin injusticias.

 

            Este loable propósito se realizaba, sin embargo, a la par que el “terror revolucionario” se extendía a su paso[126]. “Todo era «en bien de la salud pública». No deja de resultar llamativo que esa obsesión por la «limpieza», por la «higiene» o por la «salud pública» la compartieran en aquel verano de 1936 quienes mataban a un lado y a otro de la línea marcada por el éxito o la derrota de la sublevación militar”[127]. En Mas de las Matas, cuando llegó el momento, no hubo lucha contra los fascistas. No hizo falta: quienes hubieran podido ser considerados como tales habían huido, presumiblemente a Zaragoza, ante el anuncio de que desde Morella se acercaba la columna “con más de mil ametralladoras y cañones”, cuando en realidad iban armados de manera heterogénea y provisional. Uno de los que allí estaba, Joaquín Zurita, relataba que “entre los jóvenes de Castellón había de todo. Al llegar a Mas de las Matas, mientras la rodeábamos, un escopetero castellonense que estaba a mi lado dijo: «¡Ahora es la nuestra! ¡Ahora que no tenemos responsabilidad!»”[128].

 

            El relato de los hechos, grosso modo, nos lo ofreció Regina Gil:

 

            “El ayuntamiento se disolvió, y en los pueblos se hicieron los comités. Muchos comprometidos con la derecha se fueron a Teruel. La formación del comité fue poco antes que llegase la columna, que estuvo aquí de paso. De aquí se fueron unos cuantos a esperar a ver lo que pasaba, y se marcharon algunos hacia Morella para formar parte de la columna. Había también un grupo de derechas, que se quedaron algunos, otros se marcharon, y otros se mantuvieron escondidos”[129].

 

            En la proclamación del comité antifascista tuvo un peso importante de los cenetistas, representados sindicalmente en el pueblo desde 1932. En esas primeras reuniones ya se empezaba a trazar el futuro de la localidad. De hecho, el relato anarquista indica que fue la parte cenetista de dicho comité la que, en septiembre, propuso al resto el desarrollo de un sistema colectivista que implantara un modo de vida solidario, que trajera la justicia social frente a la acaparación económica, y que supliese el vacío de poder generado tras el fallido golpe de estado de los generales reaccionarios. “Aquí no se toca a nadie. Cuando acabe la guerra, que a cada uno nos juzguen según lo que hayamos hecho”, habían pactado tácitamente los responsables masinos. El hecho determinante, sea como fuere, lo había supuesto la llegada de la columna Carod. El impulso a la coacción sobre sectores de la población y sobre el propio comité antifascista por parte de sectores anarquistas de las columnas, del frente o de cenetistas de retaguardia dejó su sangrienta huella en varias ocasiones.

 

            Y es que, previamente a la llegada de las fuerzas milicianas, el vacío de poder únicamente había originado los comités antifascistas, comités de defensa o comités revolucionarios, según las diferentes terminologías[130]; e incluso se podría decir que esos comités ya habían “adelantado el trabajo” a los anarcosindicalistas, mediante “la labor de derribar la red económica y social existente, objetivo esencial de muchos de los anarcosindicalistas que formaban estas columnas”[131]. La configuración de ese comité en Mas de las Matas, como ya hemos indicado, era a partes iguales entre cenetistas y republicanos. “Formamos el Comité Antifascista compuesto de 16 miembros: 8 republicanos y 8 cenetistas. Yo fui el eterno secretario y redactaba las actas. Empezaba el mes de agosto y en el Bajo Aragón había mucha confusión sobre la situación general en España (...) El Bajo Aragón, política y administrativamente, al estar Zaragoza y Teruel en poder del fascismo, provisionalmente pertenecía a Castellón”[132].

 

            Es el momento en que la coacción, la imposición, empezó a actuar. Y es que, desde el punto de vista anarquista, “cuando no había tiempo para la educación y la persuasión, hacía falta la coacción”. La revolución se hacía así; y así lo expresaba Macario Royo: el propósito fundamental fue la igualdad social. Aunque hiciese falta la imposición de la voluntad de una minoría armada. El propio Carod, ex-secretario de propaganda del comité regional de CNT, entrevistado por Fraser, lo conocía perfectamente: “Sabía de sobras de qué modo el campesino se aferra a su tierra (...) Mantuve la tesis de que solamente debían colectivizarse las tierras de los que habían huido y las tierras comunales de los pueblos, y a las colectividades había que reconocerlas legalmente”[133].

 

            Especialmente traumático fue, de cuantos hechos violentos ocurrieron al inicio de la colectividad, el asesinato de Ejarque, el republicano que formaba parte del comité antifascista, y del que era presidente. El relato de los hechos se hace confuso cuando se pide que se cuente: los hechos más dolorosos, como la muerte de masinos a manos de masinos, y su memoria, han sido tamizados por el deseo de olvidar, por la crudeza de las imágenes que contemplaron. De hecho, la guerra se vivió dentro del pueblo no en la colectividad en sí, que a fin de cuentas no implicaba per se ningún tipo de represión ¾recordemos, además, el carácter pacífico de muchos de los cenetistas locales¾. La guerra, la lucha violenta, se vivió en el pueblo (y así quedó grabada en la memoria colectiva) en los asesinatos y fusilamientos. No sin dificultades, Tomás Mir lo relataba así:

 

            “Resulta que cogieron un cura los de la CNT. El Ejarque decía que había que llevarlo a su pueblo. Este de la CNT lo esperaba en la esquina. El Ejarque, después de comer se acercó al café, bajando por la calle. Y la discusión con uno de CNT seguía. Que si «A ese cura hay que matarlo», que si había que llevarlo a su pueblo. Conque llegan al final de la calle, y Ejarque ve la barandilla que hay al subir al café ese, al lado del ayuntamiento, y el otro le apuñaló. Y el otro aún pudo pegar un tiro, pero le dio a una puerta. Con que aquel día el Ejarque, muerto. Al cenetista lo cogieron los propios suyos que estaban de guardias, y lo fusilaron. Que estaba yo en el corro (estábamos todo el pueblo) y lo pusieron contra la pared del pueblo, atado de pies y manos. Y un cuñado del Ejarque le pegaba patadas... hasta que lo mataron. Aquella tarde murió el cura, murió el Ejarque, murió el tío Copas... Esto fue al poco, acarreando fajos, así que al mes, más o menos”[134].

 

            Una vez que mataron a Ejarque se quedó todo en manos de la CNT. El testimonio de Nicolás Mir no difiere mucho del anterior:

 

            “A Ejarque, que estaba en el comité de defensa, lo mataron al poco de entrar aquí las fuerzas anarquistas. Y entonces fue cuando se formó aquí el lío, porque no echaron culpa que fuese nadie del comité los que dijeron que vinieran a buscar a todos esos. Lo primero que hicieron fue encerrar a todo el comité. Era de noche, y con unas listas que llevarían que alguno de esos de mala fe que de las columnas de aquí cerca, a lo mejor fascistas ocultos en el frente, hicieron que los fusilaran. Pero no los del comité, que eran personas de mucho conocimiento, personas muy honradas. En la guerra no se gobierna como se debiera, porque después fusilaron por cada uno a más de cien”.

 

            Y de esta manera, Joaquín Zurita:

 

            “Informamos brevemente (...) y la vida continuaba su curso tranquilamente, en perfecto orden, hasta que desgraciadamente para todos, un grupo de jóvenes veinteañeros encontraron en el campo un cura que andaba huido. Lo llevaron al pueblo, le encerraron y pasaron tres o cuatro días. Pero uno de los más violentos (...) amenazó de muerte al presidente del comité, diciendo que si no mataban al cura, él mataría al presidente. Creímos que era una más de sus bravuconadas, pero lo horrible fue que la hizo realidad. Un día, cuando el presidente se dirigía al café, se acercó por detrás y le apuñaló la espalda (...) Le cogieron, le ataron con cuerdas brazos y piernas y en la plaza lo tiraron al suelo como un fardo. Así le quitaron la vida (...) Mientras esto sucedía, los que habían encontrado al cura fueron por él y lo llevaron al cementerio”[135].

 

            La configuración del comité antifascista da buena señal de que es difícil que la colectividad se hubiese formado de manera “espontánea”. Sí es el que propone la colectivización de las tierras, pero presionado por la presencia de los milicianos anarquistas; y cuando el sistema colectivista ya ha obtenido cierto peso en la política republicana. La colectividad agrícola, entendida por muchos anarquistas como un “modelo de existencia y un medio de organización adaptado por los anarquistas rurales de su propia existencia agrícola y adoptado por los comités locales como la única y más razonable alternativa al modo de organización feudal-capitalista (sic) que se acababa de hundir”[136] fue propuesta por los cenetistas en septiembre, apoyados por el hecho coercitivo de la cercanía de las columnas, por haberse constituido ya el Consejo de Aragón ¾presidido por Joaquín Ascaso, que facilitó la “legalidad” del sistema socioeconómico¾ y por el hecho de que los republicanos abandonaran el comité antifascista. Así es como se creó la gestora que organizaba el trabajo de los colectivistas.

 

            Por tanto, no es hasta septiembre cuando se decide la formación de la misma, seis semanas después del estallido de la guerra y cuando el modelo empezaba a instaurarse en otras localidades aragonesas. En principio era abierta, de libre entrada. Los acontecimientos, sin embargo, que veremos más adelante, señalan que esa “libertad” estaba muy condicionada: en cifras redondeadas, 2000 de los 2300 habitantes del pueblo entraron a formar parte de la misma en algún momento, que sería dirigida desde un principio por una comisión administrativa[137]. Desde septiembre, pues, y al socaire del paso de la columna cenetista de carácter miliciano y del ímpetu de los aproximadamente 200 cenetistas, “moralmente obligados” a ingresar en ella, la colectividad se pone en marcha con la entrega de tierras, aperos, ganado, existencias de trigo y otros productos de la tierra[138]. Y con un talante cuando menos esperanzador, que además podemos encontrar en el pensamiento del líder anarquista local, Macario Royo: la determinación de no llevar a cabo represalias personales, al menos de manera oficial o legitimada por el poder.

 

            El progresivo ingreso de colectivistas abarcaba en sus razones un abanico amplio. Desde los cenetistas, que entraban entusiasmados, hasta los derechistas, como veremos forzados por la situación, pasando por los que -pocos- no tenían casi recursos económicos:

 

            “En la colectividad se trabajaba todos juntos. Lo primero vino la columna de Morella, que ya muchos de aquí se marcharon y vinieron con ellos. La colectividad se hizo enseguida, primero los de CNT que eran voluntarios. Los únicos que no entraron, libremente, fueron los de UGT y los republicanos. Voluntarios no de CNT fueron unos que no tenían nada, nada, media docena de personas, que se les igualó a todos. Luego estaban los de derechas, a los que no dejaban tener a gente trabajando para ellos, y que, cuando entraron en la colectividad, se les incautaron las tierras”[139].

 

De hecho, la influencia sobre el anarquismo masino del líder local y de su forma de pensamiento, pacífica, se refleja en el sentir de unas gentes que lo recuerdan de una manera muy especial: “El Macario era una bella persona. No era de guerra, era de convencer por palabras, de buenos sentimientos. Te lo dirán todos, que era pacífico. Fíjate si era pacífico, que una vez veníamos allá por el año 28 o 30 con unas caballerías de la huerta, y eso que una las mandas delante, y no sé por qué le pegué a la yegua mía, y va y me echó un sermón, que no había que pegarle a los animales. Era vecino mío, pero aquel hombre estaba mucho fuera, por Cataluña y Francia. Era un gran orador, se ponía a hablar y no paraba. Y tranquilo, no se azaraba nunca”[140]. Como veremos más adelante, ese afán por convencer, por educar, tiñó la ideología de los anarquistas de Mas de las Matas; la violencia vendría de fuera.

 

            De dentro, sí, porque la ejercían los cenetistas. Pero de fuera, porque no eran los cenetistas locales. Ernesto Margeli, secretario de la colectividad, se lo indicaba así a Ronald Fraser: “No hubo coacción física, sí moral”. Pero la determinación era, al inicio de la colectividad, de no fusilar a nadie. Margeli, el secretario, le relató a Fraser qué opinaba: “Les dijo a sus compañeros que cada persona muerta representaba media docena de nuevos enemigos irreconciliables de la revolución, miembros de la familia y amigos del muerto”[141].

 

            “Unos entraron por ideal. Otros porque estando tan cerca el frente, de no entrar voluntarios habrían tenido problemas. La vida que se vivió fue una vida normal. Pero es que no es tan fácil gobernar en una revuelta que gobernar en la vida normal. Los primeros momentos eran de confusión. Vino aquí la columna Morella, que han dicho que estaba yo, pero eso es mentira. Y primero las colectividades fueron voluntarias, pero luego forzosas: por esta zona predominaban las columnas confederales, las columnas Ascaso y Durruti. Y como vieron que la cosa se tornaba que si no entraban todos a la colectividad habrían venido a cargar los de la parte del frente, entonces se puede decir que un 90% entraron, por calles”[142]

 

            Los primeros momentos de la colectivización son relatados como un lapso temporal en el que no se sabía muy bien qué iba a suceder. “Nosotros estábamos en las huertas... y vino la columna Morella y al entrar, llegaron hasta Muniesa donde se estancó el frente. Comenzaron las colectividades, primero voluntarias y después forzosas. Estaban Durruti y Ascaso y aquí venían sus hombres a por víveres preguntando al comité y al alcalde (que todavía había ayuntamiento). Las colectividades respondían a las necesidades del frente, pero había de todo. Sobre todo cuando venían del frente, pero primero estaba lo del pueblo. La vida en principio era tranquila, lo primero era trabajar.”[143] “Los primeros diez días se hicieron las colectividades. No las querían hacer obligadas, pero como entonces había gente reticente, y la guerra obligaba a producir mucho, se obligó a entrar en la colectividad. La colectividad era un medio de controlar la producción y de evitar el egoísmo que estaba en muchos y claro, al que no sabía de qué iba no le interesaba ni la guerra ni ganar ni perder. Pero aquí, para ser una guerra, se hizo un buen trabajo social. Comió todo el mundo y los de la colectividad no pasaron miseria.”[144]

 

            “Yo conocí a las familias [de los] que tenían propiedad. Pero en este pueblo más que revolucionarios hemos creído en la justicia social. Éramos más constructivos que revolucionarios. Pensábamos que se podía producir más trabajando menos, como cien veces trabajando la mitad. Que si cada uno en sus casas tenía dos o tres tocinos, pues fíjate, con una granja para todo el pueblo teníamos también para el que no tenía. Además creían que, con trabajo, de esa forma se podía producir mucho más y se hacía. Se produjo como diez veces más”[145].

 

            En materia económica, lo que se hizo de cara a la implantación del sistema de trabajo en colectividad fue dividir a sus integrantes (que al principio entraban libremente; la situación cambiaría más adelante) en grupos de trabajo. No sólo en lo tocante al trabajo agrícola; también en materia de servicios y útiles de trabajo. Benigno Castañer, ebanista y carpintero anarquista, lo relataba: “Mis máquinas fueron las primeras en ir al taller, un taller grande a las afueras; de nosotros nombraron un delegado en contacto con el comité”. “Yo entregué convencido de que, de propio, nada. Yo llevé los machos, el dinero que había (...) con un entusiasmo que ni me di cuenta”[146]. La tierra, dividida en aproximadamente veinte sectores, unidades de producción, era asignada a otros tantos grupos de trabajo, integrados por unas diez personas de la misma familia, vecinos o allegados de alguna manera. De ellos, al igual que contaba Castañer, uno se hacía responsable ante el comité y coordinaba el trabajo de los demás. A ello, además, hay que sumarles las ventajas que los colectivistas tenían: el uso de la ebanistería, la barbería (“las barberías se juntaron, y trabajaban de noche, cuando los campesinos regresaban”, decía Plácido Castañer), la albañilería o la carnicería se estipulaba de manera libre, y siempre en función del trabajo desarrollado y de lo que el comité consideraba las necesidades de cada uno y de sus familias.

 

            Pero el hecho que, al poco de iniciarse en septiembre la colectividad, marcó su vida posterior, fue la del grado de coacción alcanzado en los sucesos acaecidos con la quema de la iglesia y los asesinatos. La entrada forzosa de los derechistas, condicionados por el temor a nuevas represalias y venganzas personales, ante el nivel de violencia que se alcanzó, hizo que la vida de la colectividad no fuese la misma desde entonces. De Alcañiz llegó una banda de hombres armados “para limpiar el pueblo en nombre de la CNT”[147]. Precedidos por la quema de la iglesia, de la que tras los denodados esfuerzos de muchos de los habitantes masinos por sofocar las llamas quedó la estructura básica, los pilares, derrumbándose la techumbre (y esfuerzos también por salvar los objetos de culto: el copón fue guardado cautelosamente por la familia de Pilar Ferrer, según nos contó ella misma, cosido en el interior de un colchón). También se dinamitó: “Dinamitar... dinamitaron lo que quedaba tras prenderle fuego. A mí me tocó bajar todo de casa de mi madre porque pensábamos que se prendía fuego toda la manzana. Luego tiraron cañonazos que dieron a la torre”, nos declaró Nicolás Mir. El relato de esta quema nos lo dio Tomás Mir:

 

            “De la columna de Morella, que vino que había veinte de aquí, veinte de Aguaviva, veinte de Calanda... armados como podían, venían a tomar los pueblos. Habían entrado aquí, y el ambiente era como de fiesta. Nadie se atrevía a trabajar. Los de Calanda entraron en la iglesia, cogieron los trapos del cura y les prendieron fuego. En esto entró Ejarque y les dijo: ¿No os da vergüenza quemar todo esto? Estos trapos valdrían para hacer banderas. Banderas vuestras y banderas nuestras. Entonces echaron un bando para ir a recoger las cosas, los santos... y vino un camión, con el que trabajamos un rato. Y en eso viene mediodía, y fuimos a comer. Y mientras la gente comía, pues aprovecharon y le prendieron fuego, los cenetistas, que al principio eran de Calanda, pero eran todos uno”[148].

 

            Entre los que estuvieron trabajando por la extinción del fuego estaba José Cebrián:

 

            “Subimos a coger una bomba. Yo fui corriendo y bajé la bomba a los huertos. De ahí subimos el agua hasta los tejados, desde donde echaban cubos. Pero como la bomba cogió tierra, pues se echó a perder. La iglesia la incendiaron los que vinieron de fuera. En la puerta de la iglesia había una barra larga que impedía pasar, pero los que vinieron la empujaron y abrieron la iglesia, y le prendieron fuego, aunque nosotros no queríamos que lo hiciesen. Por eso, lo hicieron al mediodía, y por eso trabajamos desde los tejados para apagarlo. ¡Con deciros que yo dormí en el tejado!”[149].

 

            En la documentación del archivo histórico hallamos una referencia al hecho en cuestión: un informe del párroco, del 9 de mayo del 38, sobre la iglesia destruida. “Templo incendiado y volado con dinamita, se derrumbó la techumbre [según el documento siguiente, se dinamitaron cuatro columnas]”. A la vez que culpa a las “hordas marxistas”, se indica que algunos objetos, como el cáliz, se salvaron por estar fuera de la iglesia el día de la destrucción[150]. La furia anticlerical de origen anarquista, que ya había tenido parangón en las zonas por las que pasaron las columnas, es reflejo no sólo de la doctrina ácrata, sino también del nivel de represión ideológica al que se sometía la población. Este tipo de reacciones viscerales, que hoy pueden parecernos infantiles, encuentra su justificación en el hondo sentimiento de odio hacia una institución representante y creadora de la desigualdad social. La iglesia masina fue el objeto de estas iras casi seculares. Su reconstrucción, el símbolo a escala local de la “nueva España” que nació tras la victoria franquista en la Guerra Civil.

 

            Precedidos decíamos por esta quema que marcó la percepción de muchos de los lugareños para con el sistema colectivista, se detuvo al comité antifascista, acusado de “cobarde”, y se fusiló a seis personas, de una manera injustificable puesto que ya se habían sometido al poder político del comité. “En poco tiempo, 2000 de los 2300 habitantes ingresaron en la colectividad”[151]. La coacción moral les impulsó a aceptarla, más como una medida de tiempos de guerra, como algo pasajero de lo que librarse en cuanto pudiesen, más que como algo deseado o ansiado. “Los de derechas entraron todos, posiblemente por miedo. Si no entraban demostraban la rebeldía de que no eran adictos al régimen que se había implantado”[152]. La opinión de Margeli fue al respecto que “el asesinato fue una forma de comportarse absolutamente antianarquista. Por desgracia, no todos los compañeros tenían la educación suficiente para verlo así”[153].

 

            El matrimonio formado por Pilar Blasco y José Cebrián, a quienes había casado el cura asesinado en Aguaviva, vivió con especial angustia esta situación:

 

“De derechas había también muchos. ¡Mi padre el primero! Cuando la colectividad los aceptaron, salvo tres o cuatro que marcharon monte a través. Yo mismo hice volver a uno que marchaba. Le dije: «vuélvase, que no le pasará nada». Todos los que entraron, menos los de la CNT, entraron obligados. Pero resulta que uno de los que estaba en el comité se enteró de la represión que había en Zaragoza, y ellos, que eran buenos, empezaron a hacer atrocidades. Al ver que en Zaragoza pegaban tan fuerte es cuando mataron a esos seis. A Guillén, al Tío Jorge, el Chato, al herrero, y a los dos, Martín se llamaban. Los mataron los de la CNT, denunciados por uno de Caspe, pero los mataron gente de fuera. Una vergüenza, una vergüenza...”[154].

 

Este hecho desmiente por sí solo la visión idílica que desde las fuentes anarquistas se trató de dar de las colectividades. La “feliz arcadia” se llevó por delante a seis personas para que el resto formasen parte de ella. Ello, además, supuso un acicate contra la colectividad. La responsabilidad sobre estas muertes y sobre la quema de la iglesia recayó sobre el sector cenetista local, por mucho que se intentase hacer ver que la responsabilidad era enteramente de los pistoleros de Alcañiz. Cosa, por otra parte, imposible de constatar: quienes podían acusar quedaron tendidos en la carretera. Si “todo era tranquilo, feliz...” como indicaba Leval, lo era desde el miedo y la coacción, desde el temor a que, por oponerse al sistema, de nuevo llegase un camión cenetista para aplicar el bisturí político sobre la población. De entre ellos, especialmente dramático es el testimonio que a Fraser le hizo Lázaro Martín. Entre los seis asesinados se hallaban su padre y su hermano. Aún así, hubo de vivir y trabajar en la colectividad. Ésta, por su parte, condenó los hechos por antianarquistas e innecesarios. Según Fraser, al día siguiente el comité antifascista “convocó una reunión de todo el pueblo y se ofreció a presentar su dimisión en bloque por no haber podido impedir los asesinatos, que condenó unánimemente”.

 

            Aún así, indica Leval en su capítulo dedicado a Mas de las Matas que los no anarquistas ingresaron en la colectividad con ecuanimidad, haciendo buena cara a lo que no podían evitar. La tolerancia, añadía, era la que movía a los colectivistas a respetar las decisiones individuales. Pero lo cierto es que, salvo los integrantes de Izquierda Republicana, el resto de habitantes de Mas de las Matas entraron en ella más movidos por el miedo y la coacción que por los resultados reales del sistema. Lo cual no quiere decir que fuesen los masinos quienes coaccionasen, amenazasen... “Los de derechas entraron todos para que no fueran acusados de rebeldía”[155] por parte de la CNT que, sin los escrúpulos que implica la vecindad o el respeto hacia los que eran vecinos, no dudaba en enviar agentes desde Alcañiz quienes, ajenos a la vida cotidiana de la localidad, hacían su revolución forzando a la derecha a unirse a ella; la justificación es sencilla de hallar en el ideario anarquista: se les quita la capacidad de explotar a los demás, el privilegio de imponer la moral reaccionaria[156]. Además, como señala Esther Casanova, las víctimas de estas depuraciones, de esta represión en la retaguardia republicana fueron la mayoría pequeño propietaria, los comerciantes (lo que para ella es un reflejo de la pervivencia de los motines de subsistencia) y la iglesia. Entrar en la colectividad suponía librarse, al menos momentáneamente, de las acciones que bajo bandera revolucionaria aterrorizaban a la población[157].

 

            El uso comunitario de la tierra, bajo la autoridad cenetista, era la excusa, desde esta perspectiva, para desarrollar al programa de poder que la revolución facilitaba: el clima bélico ayudaba a la autoexculpación ante hechos como el semejante; ampararse en el bien de la humanidad es un recurso bello para creer que todo es justificable. Pero las gentes del pueblo que no creían en estas doctrinas no hacían sino adaptarse a ellas, criticándolas en la intimidad familiar.

Índice

 

 

 

La economía y la producción

 

            Una vez creada la colectividad, tras los comienzos en que englobó no a la mayoría de la población sino a los anarquistas y a los que vieron que podía favorecerles el sistema ¾ya hemos visto de qué manera se organizó la economía en esos primeros momentos¾, ésta llegó a su apogeo en cuanto a integrantes en el momento en que la coacción externa dio sus frutos y los derechistas entraron a formar parte de ella. Con una capacidad económica y humana abrumadoramente mayor, y en el control del comité y de la gestora de la colectividad, los cenetistas hubieron de adaptar sus modelos teóricos a la realidad económica de tener que manejar lo que antes eran las propiedades de los 2000 colectivistas. El trabajo, la producción y los servicios son los temas que vamos a ver en este apartado.

 

            El trabajo era una obligación. Era uno de los pocos preceptos que se aplicaba de manera unitaria. El resto “era improvisación, no había un plan de conjunto”[158]. Éste, como hemos señalado previamente, se repartía entre los miembros de la colectividad, labrándose las tierras que antes estaban en manos particulares. Ante el crecimiento de las propiedades colectivizadas tras los sucesos antes indicados, y para organizar convenientemente los bienes del común, el Sindicato Único ¾así se autodenomina CNT en algunos documentos¾ de Mas de las Matas se vio obligado a creas una Junta calificadora de bienes. En el documento del 1 de enero de 1937 hallamos: “El secretario de la junta calificadora al presidente de la misma: salud. La comisión que en representación de este sindicato interviene en la junta calificadora tiene abien (sic) comunicarle que cite a todos sus miembros (...) Salud y República.”[159] El comercio también estaba gestionado, controlado, por la colectividad. Cuando se recoge el siguiente documento ya está el comercio centralizado, supervisado, por Caspe, y ya está configurado el Consejo de Aragón con miembros no cenetistas. Pero da buena muestra del férreo control económico al que se veían sometidos los pueblos republicanos:

           

            “Tengo a bien comunicarle que a partir de esta fecha, ningún comerciante, industrial, agricultor, colectividad o ese Consejo Municipal, podrá efectuar venta o intercambio de artículos de comer, beber, quemar y anexos con las localidades no comprendidas en la Comarcal de Zaragoza - Teruel afecta a la República. Salud y República”[160].

 

            Pero vayamos por partes. Lo primero y más importante, la producción agrícola, requería por parte de todos un gran esfuerzo. “La recolección iba retrasada, trabajábamos día y noche”, se apresta a reconocer Emilio Bernuz. La obligación de trabajar, que es señalada también por Bernecker como uno de los fundamentos de la colectividad de Mas de las Matas ante su “rechazo a tener estatutos porque no querían que nada pudiese reducir su libertad de decisión”[161], es la base de un colectivismo entendido por los anarquistas como una forma de vida ética y socialmente superior. Y de cuantos trabajos “dignificaban” al hombre, el agrícola suponía el más importante; era, como hemos señalado en la introducción, la base de muchas de las reivindicaciones históricas del anarquismo. Y la forma de plasmarse esta aspiración colectivista en el campo fue la que venimos señalando: el reparto de tareas, el uso colectivo por turnos de los aparejos y la maquinaria agraria antes inaccesible para buena parte de la población, y el control de la producción, centralizada en el uso de almacenes colectivos. El trigo se llevaba a un almacén. Del almacén se llevaba al molino y al horno, para repartir el pan.

 

            Estos grupos de trabajo sumaban unos 32, según las especializaciones agrícolas y las dimensiones de los campos. Cada grupo tendría asignados una zona de secano y otra de regadío, lo cual aseguraría por una parte ¾siempre en el plano teórico¾ la mejoría instantánea del nivel de producción y de maximización de los beneficios, por otra. El que no podía trabajar en el campo, se juntaba con los de su oficio. “Durante la colectividad se trabajó mucho. A la hora de marchar por la mañana, según las faenas agrícolas se apretaba más o menos, y todo el día al monte, y al viñedo a vendimiar... Se hizo la división de las tierras. Si te tocaba de aquí a allá, era para tu grupo. Si un grupo tenía más fuerza, eran más jóvenes o acababan antes, iban a ayudar al resto. Pero se trabajó mucho”[162]. Con el aliciente añadido de implicar no pocas dosis de control social sobre los que habían entrado forzados a la colectividad, quienes según los testimonios orales procuraban no poner mucho interés y esfuerzo en la faena.

 

            “La gente que había ingresado forzosamente no trabajaba a gusto, trabajaba lo menos que podía. El campesino era muy individualista y había que persuadirle con el ejemplo”[163]. En los grupos de trabajo, según Jaime Ávila, siempre había algún vago, alguien a quien no le parecía bien trabajar para los demás. El interés personal, individual, se veía dañado por este hecho y por otro también muy significativo: el de no cobrar salarios, el no recibir un sueldo a cambio del trabajo. Y es que, como pronto comprobaron los anarquistas, era difícil enfrentarse al profundo arraigo de la mentalidad tradicional. Por mucho que hubiesen cambiado el medio económico y el sistema de relaciones de producción, todas las generaciones educadas en el medio rural y no imbuidas del fervor revolucionario que afectaba a muchos jóvenes de la localidad, habrían de resistirse al trabajo “gratuito”, y mucho más cuando éste les venía impuesto por una doctrina política que no era la suya. Tomás Mir lo explicaba así: “Cuando estaba la CNT, las cosechas eran normales. El problema es que había quienes no tenían interés, porque ibas en el grupo, y te habían destinado fincas a lotes, no las tuyas. Y había quien estando un poco hastiado, llegaban a una finca a trabajarla y había malas hierbas que había que trabajar mucho para eliminarla. Y decían: «¡Bah, déjala! Que si el amo la tenía por algo sería »”[164].

 

            “No quiero decir que fuese mejor trabajar por cuenta propia, no; pero hacía falta tener un estímulo, un incentivo, y eso era lo que nos faltaba. Los de aquí no éramos la clase de gente más indicada para que el experimento saliera bien. Para eso hacía falta algo más que el respeto mutuo... Y mientras tanto, ¿qué pasaba en el resto de la nación? En un lugar mandaban unos y en el otro lado de las líneas mandaban otros. Los más fuertes obligarían a los más débiles a abandonar su sistema y les impondrían el suyo. Era un lío y una confusión que jamás he entendido”, decía a Fraser Jaime Ávila. Y en sus palabras no falta la verdad de quienes ¾muchos¾ solamente perdieron en la Guerra Civil.

 

            Por tanto, resulta difícil considerar espectaculares aumentos en el nivel de productividad de los campos masinos durante el tiempo que estuvieron colectivizados. Para empezar, la comparación con otros años es imposible: no se recogen las cantidades cosechadas en ningún documento. Además, hemos de recordar que el proyecto anarquista se extinguió al verano siguiente. Si ya sería difícil un gran aumento en dos veranos, en uno sólo resultaría casi imposible. De todas formas, sí es cierto que la utilización de maquinaria sobre tierras en las que antes no las habían usado, junto con la labranza de tierras comunales y yermas parecen denotar el incremento al que siempre se refieren los cenetistas. El trabajo era mucho. Sobre todo teniendo en cuenta que buena parte de los jóvenes del pueblo se hallaban en el frente.

 

            El matrimonio formado por Regina Gil y Félix Calpe vivió de manera intensa este período de la vida del pueblo. Nos ratificaron que la dureza del trabajo era mucha, pero que ésta se veía mitigada por el ambiente de solidaridad que reinaba entre los colectivistas.

 

            “Había unos cuantos vecinos, unos grupos de ocho más o menos [en cada grupo de trabajo] y había uno que era el técnico, el encargado, que decía: hoy toca aquí, hoy allá. Los que no trabajaban en el campo se repartían: modistas, carpinteros, panaderos... Los que más trabajaban eran los de CNT, porque estaban metidos en comités... Los jefes de grupo eran los que más trabajaban, porque si los demás entraban a trabajar a las 8, ellos se reunían a las 7 para decidir y repartirse. A lo que llegaban los otros, llevaban ya una hora organizando: tú a aquella partida, tú a la otra... Los jefes de grupo eran los que más implicados estaban políticamente, los de confianza de CNT. Siempre eran militantes de CNT, porque había muchos”[165].

 

Para hacer más llevadera la labor, se compró una trilladora checa de motor eléctrico, que fue pagada con productos de la colectividad (judías, fruta y ganado que estaban en el haber de la cuenta de la colectividad en el Consejo de Aragón[166]). El pago se realizó, además, mediante una derrama de los masinos que estaban en el frente. José Cebrián se encargó de llevar el emonumento a manos del comité: “Yo traje del frente el dinero, que recolectamos. Y se lo di al comité, y con eso compraron una trilladora. Me dieron dos perniles y una miaja de arroz, que me lo llevé al frente”[167]. Se incautaron, además, dos o tres motos para el uso de los pastores. Y algún vehículo más: un “auto de la marca Studebaker, matrícula B- 48524 de Antonio Lecha”[168]; “un automóvil marca Chevrolet, matrícula C.S.-1474, de Ismael Eixarch Michavila, farmacéutico”[169]. Y un “camión Graham Brothers, matrícula T-2273, de Jacinto Vivas Pertegaz”[170].

 

            Los intercambios económicos estaban determinados por el hecho de ser Mas de las Matas cabeza comarcal. La colectividad tenía que controlar el comercio no sólo interno y con otras colectividades, sino también el de otras colectividades entre sí. Era responsable ante el Consejo de Aragón en este sentido. Pero la clave en el ámbito interno radicaba en la realización del ideal colectivista también en el sector servicios. “En un garaje de las afueras del pueblo instalamos un taller colectivizado de carpintería, donde siete u ocho carpinteros del pueblo fabricaban muebles para la colectividad, hacían reparaciones, todo gratis para la casa de un colectivista, y trabajaban en proyectos de construcción con los albañiles, que también estaban colectivizados. Montamos una barbería en la que trabajaban todos los barberos del pueblo, una carnicería colectivizada, y así sucesivamente...”, indicaba Margeli[171]. Precisamente sobre los barberos contaba la anécdota Benigno Castañer en el vídeo La Guerra civil Española. 5, Cara y cruz de la Revolución. Los barberos se paseaban por el día sin trabajar, lo cual molestaba bastante a los anarquistas. Pero el hecho es que trabajaban, pero cuando regresaban los campesinos por la noche. Y, ya que era gratuito para los colectivistas, muchos se afeitaban todos los días; por ello, cerraban la barbería muy tarde.

 

            Otros servicios colectivizados eran utilizados de manera gratuita por los agricultores. Lo cual supuso, al menos en lo material, un incremento en el nivel de vida. Muchos fueron los que pudieron acceder a vestuario nuevo, tal vez tras muchos años sin renovarlo. Ello fue debido a que se instauró también un taller de confección. A Pilar Ferrer aún la conocen en el pueblo como la “modista”, y a ello contribuyó su trabajo realizado en el seno de la colectividad, por mucho que ella y su familia se considerasen de derechas, tanto como para esconder en su casa el copón de la iglesia, objeto cuyo descubrimiento habría sido sin duda causa de una dura reprimenda ¾cuando menos¾ por parte de los cenetistas. Las mujeres tejían en la puerta de sus casas, conversando plácidamente sentadas en la acera[172], mientras los hombres trabajaban en el campo o en los talleres. Siempre y cuando su presencia no fuese requerida en el campo. El testimonio de Nicolás Mir al respecto habla de la poca capacidad política de las mujeres: “Las mujeres trabajaban, por ejemplo en la alpargatería o en el corte, de modistas. Capacidad de decisión política tenían poca, aunque había mujeres apuntadas, jóvenes, que sí tenían responsabilidades, pero no en el consejo municipal. Había quienes estaban encargadas de repartir la leche, el pan, pero no cuestiones políticas, sino de trabajo. Las que no, iban al campo: como había poca gente, iban a vendimiar, a coger judías o a lo que les tocaba”.

 

             Llama la atención en este sentido que, lo que Leval muestra como un logro del colectivismo, la paz social reflejada en las mujeres “conversando plácidamente” no fuese sino una rémora de la mentalidad tradicional, un severo continuismo con las formas de vida pretéritas, esas con las que se había roto con el advenimiento de la revolución. Que un anarquista como Souchy afirme que lo más destacable de las jóvenes masinas fuera que iban “limpias y bien vestidas”, sin atender a si las mujeres habían accedido a cotas de poder, doméstico o local, o a si el proyecto anarquista de igualdad de derechos (y no sólo derechos: también igualdad en cuanto a consideración social) se había realizado o se había quedado en meras palabras, da buena muestra del arraigo de mentalidades tradicionales, puritanas, en las mentalidades individuales y sociales

 

            Los que más trabajaban para la colectividad eran los jóvenes anarquistas, que por regla general ya estaban afiliados a CNT antes de la guerra, y que daban todo su esfuerzo por el bien común. Sin darse cuenta a veces que no era eso, el bien común, a lo que aspiraban muchos de los que se habían integrado en la colectividad. Más bien aspiraban al beneficio individual o familiar. Emilio Bernuz lo relató así: “Los jóvenes ingresaban en CNT, pero había mucho republicanos. Pero los jóvenes estaban con el anarquismo, porque aquí estaba Macario, Macario Royo, que fue el primero en sembrar aquí ideas anarquistas. Venía de París... pero no en plan de lucha, sino por crear colectividades... El anarquismo en el Mas era diferente”.

 

Aun así, los detractores existían, y no eran pocos. Como Pilar Ferrer, quien nos contó su opinión hacia el colectivismo, hacia los proyectos económicos anarquistas y hacia la formación recibida. Resume perfectamente la visión que de todo lo que estaba sucediendo tenían los sectores de la derecha masina:

 

“Se vivía regular. Pusieron la colectividad sólo para unos cuantos, pero después nos obligaron a entrar a todos: no dejaban que nadie ayudara en el trabajo; no tenías más remedio que entrar en la colectividad. Cuando nos hicieron entrar tuvimos que dar las tierras. Iban todos en reunión a labrarlas, pero nosotros no vimos nada: ese año tuvieron una cosecha buena de aceite, pero no nos dieron casi nada: poco pan, y carne racionada... Nos daban comida, pero poca. Los que habíamos sido de derechas recibíamos poco, pero para los jefes de ellos todo muy bien, todo lujos. Para los de derechas la colectividad fue mala. Pero para los más pobres la colectividad fue buena.

 

Yo cosía para los del pueblo, pero todo gratis. A los de CNT les gustaba mucho mandar, pero poco trabajar. La relación con los militares que venían por aquí era regular. Venían al taller, y yo les decía: «Sentaos por los lados, y las chicas que trabajen». Claro, como estaban allí todas las chicas, pues venían. Hasta me hicieron un poema y todo. La gente trabajaba donde les mandaba la CNT: la colectividad era impuesta, no la deseaba nadie. Nadie conocía ni había leído sobre colectivismo. Los únicos, los jóvenes, que luego fueron los que estuvieron en la colectividad. Para hacernos entrar a los de derechas, fusilaron a unos cuantos, pero lo hizo gente de fuera. No era sólo la cosa política, también la cosa personal. Alguno debía deberles dinero, y se dijo: así no le tengo que pagar”[173]

 

Los testimonios acerca del uso del ganado durante el régimen colectivista no van más allá del panegírico anarquista. Realmente no hemos obtenido datos fiables al respecto de cómo se empleó el sector ganadero, excepto que el pastoreo se realizaba también de manera común, siendo llevado el lanar a pastar por dos o tres pastores. Aquellos a los que la colectividad dio las motos para facilitar su trabajo. En cuanto al crecimiento del número de cabezas, Gastón Leval indica que los carneros y ovejas incrementaron en un 25%; las cerdas, en un 50%; y las vacas, en un 33%. Eso sólo en un año. Lo cual demuestra que, de ser cierto el dato, las colectividades lograron un prodigioso aumento en los recursos alimenticios (leche, carne) y de vestido (cueros y lana). Eso, claro está, si aceptamos los datos como fiables.

 

            Otros servicios controlados por la asamblea de la colectividad eran las fábricas, como la de alcohol, o las tabernas. De hecho, éstas fueron cerradas. A juicio de los cenetistas, los vicios que dentro de ellas se desarrollaban no llevaban sino a la perdición del cuerpo y a la degradación de la mente. No eran más que elementos de alienación capitalista por medio de los cuales el sistema dominaba al individuo en todos los sentidos: también en su ocio tras el trabajo. El local social se habilitó para acoger el ocio de los colectivistas, por supuesto sin cobrarles el café que tomaban o el tabaco que consumían ¾evidentemente, el restrictivo sistema de racionamientos también lo sujetaba, pero pronto vieron que no podían ni debían prohibir los pequeños vicios, si no querían crear más enemigos para la colectividad¾. Respecto a este elemento, el del tabaco y el café, sorprenden las declaraciones de Benigno y Plácido Castañer: “Surgió un problema: todo el mundo quería tomar café, porque era gratis”. “Queríamos suprimir los vicios pero vimos que con el tabaco, al darlo gratis, había más que fumaban”.

 

            Pero pronto, tabaco y café, pan y carne... todos los productos se racionaron, se vieron sometidos al control de su distribución y consumo. Sin dinero, como veremos, la clave estaba en abastecer a los miembros de la colectividad y reservar, cuando se podía, para el intercambio con otras localidades y abastecer al frente bélico. El pan, por poner un ejemplo, estaba racionado en 500 gramos por persona y día. La carne, en 100 gramos. El azúcar, el aceite, el arroz o el vino también eran distribuidos en función a una cuota fija. Y “a cada varón se le asignaba una cuota para vestir de 200 pesetas por cabeza y año, que no podía gastar de una sola vez. Como recordaba Margeli, el sistema resultaba engorroso pero funcionaba”[174]. Como hemos indicado, esto estaba en función de las necesidades de cada uno y de sus familias. Aunque, según algunos testimonios, el reparto no era equitativo; la teoría quedaba relegada en una práctica desigual de ventajosas condiciones (si aceptamos lo dicho por algunas fuentes) para los anarcosindicalistas.

 

            Aunque no debemos olvidar que las fuentes militantes, cuyo relato es perfectamente válido ¾sometido a la misma crítica histórica que el de los no militantes y los detractores¾ no olvidan señalar la justicia social implicada en el hecho del reparto por igual. Lo cual, efectivamente, da señales de que, si era realmente así, el funcionamiento de la colectividad, tras los titubeantes y violentos inicios, supo adaptarse a una realidad bélica que, más allá de los sueños teóricos, había de controlar el consumo personal, equipararlo al del resto de los habitantes, y sostener las necesidades de unas milicias confederales sin apoyos por parte del gobierno central. Que este hecho sea interpretado como un régimen de libertades, como una revolución de la que hablaba Bernuz (“nosotros no dábamos la vida por el capitalismo, la dábamos por la revolución”) o como una miseria impuesta por una serie de pistoleros es un aspecto implicado en las percepciones individuales, en las opiniones personales.

 

Continuando con el apartado de la vida económica, es destacable el aspecto monetario. Desde un principio se decidió la supresión del dinero estatal por una serie de bonos, de dinero local que se usaban como medio de intercambio con los diferentes gremios, en función a las necesidades de cada uno, las de su familia, y su producción para la colectividad. “El mundo del dinero y la propiedad, de ricos y pobres, había desaparecido”[175]. “Se creó la tarjeta familiar, y había una cantidad asignada de los artículos”[176]. Los repartos y las limitaciones a la libre economía se ven plasmados en algunos documentos: una “Nota del Comité Popular Antifascista prohibe la venta sin autorización del Comité de azúcar, arroz, sopa y garbanzos”[177]. El testimonio de José Cebrián y Pilar Blasco acerca bastante a la situación en este aspecto:

 

“Todo era gratis, ibas con el vale y te lo cambiaban por productos. También hacían canjeo con objetos. Aquí no ganaba nadie un real. Trabajo y comida, nada más” (Pilar). “También se llevaba al frente, y eso se notaba: creo yo que ninguna división comía tan bien como nosotros (José)”[178].

 

El siguiente documento archivado es una colección particular de 29 recibos de la Colectividad, con los sellos del Grupo Los Rebeldes (faísta), y del Comité de Trabajo Colectivo. Llama la atención aquí, además, la aparición del sello de Izquierda Republicana: ello da señal que las diferencias ideológicas eran tácitamente superadas. Lo que no queda claro es si por la aceptación del sistema colectivista o por la necesidad de adaptarse a él para no autoexcluirse de la economía local[179]. Todos los productos se gestionaban y repartían desde los almacenes comunes. Los carteles que sobre las entradas de los mismos pendían eran: “Almacén comunal de alimentación; de ferretería; de máquinas y otros objetos” o “Depósito comarcal de abonos químicos”, o “Almacén de tejidos y vestimenta”[180], todos demostrando el dominio cenetista sobre la población: las letras siempre estaban escritas sobre un fondo rojinegro.

 

            Los resultados de la colectividad en materia económica no son fáciles de baremar. El hecho de que se introdujera el racionamiento alimenticio es importante, pero no suficiente para decir que el balance fuera negativo, ya que esa fue la tónica económica de todas las colectividades. Además, suponía una adaptación necesaria del modelo teórico, idealista, a la realidad de necesidades bélicas y repartos colectivos. Las cartillas familiares parece que abastecían las necesidades de la población integrada; y los productos de los que no se disponía eran intercambiados, con la supervisión de, primero, el Consejo de Aragón, y después de la Federación Regional, con las colectividades de la comarcal. El exiguo tejido industrial de la comarca y de la localidad era gestionado a tal efecto. Y, además, muchos pequeños propietarios y jornaleros pobres pudieron acceder a productos (el de la indumentaria es siempre señalado como uno de los más positivos) para los que, si no hubiese sido por la distribución y el trabajo especializado, posiblemente no hubiera tenido disponibilidad económica. Nicolás Mir lo relataba así: “En el pueblo no puede decir nadie que se viviera con necesidad por el motivo siguiente: cada uno comía lo que le pertenecía. Desde luego, no se vivió mal comparado con la posguerra, a pesar que la carne estaba racionada; pero económicamente no se vivía mal. La vida era tranquila, la gente iba a trabajar como siempre, y normal. Además, daban ropa”[181].

 

            En lo estrictamente agrícola, el fundamento último de las colectividades (no olvidemos que la terminología exacta es colectividades agrarias), resulta difícil evaluar los resultados reales. La cosecha del 36 ya estaba iniciada y la del 37 no llegó a dar todos sus resultados, puesto que la disolución ocurrió en agosto. Es de suponer que los desvelos del comité por hacer llegar maquinaria a tierras sobre las que ésta no había trabajado antes traerían un incremento en la productividad. Pero ello, como hemos indicado, es imposible de constatar de manera oficial. De manera oficiosa todas las fuentes hablan de esa falta de tiempo. Si el experimento hubiese durado más, habrían visto si realmente daba buenos resultados:

 

            “Si llega a durar la guerra dos o tres años más, aquí habría habido comida para dos o tres pueblos. Si hubiéramos ganado la guerra y no hubiera habido problemas con los comunistas, éste podría haber sido un medio político viable. Si se ha visto... Además sabíamos cómo se tenía que distribuir todo. ¡Hombre! Si acostumbrados a trabajar diez o doce horas pasamos a que con seis u ocho horas había bastante sólo con eso. Si aquí no se había visto un tractor antes, y con el dinero de gente del frente compramos uno”[182].

 

            La opinión de un republicano acerca del resultado de la colectividad no deja duda de su opinión sobre el sistema agrario:

 

            “Los proyectos agrarios eran buenos, eran beneficiosos para la producción. Es como lo de las cooperativas, hacer el género por nuestra cuenta, y las cosas bien hechas. De las colectividades entonces no se pudo demostrar nada, porque se trabajó con muchas limitaciones. Se trabajó sin abono... Se demostró que sí, que había ideas. Pero la colectividad no pudo hacer más que mirar cómo el personal no tuviera que pasar mucha necesidad. No se podía avanzar de otras formas, porque no había medios. Había que mantenerse, metidos enmedio de una guerra, cogiendo a veces las reservas que había en las casas. Con la colectividad no se puede demostrar nada salvo que se mantuvo a la gente para que no padeciera, y se mantuvo al frente como se podía”[183].

Índice

 

 

 

¿Revolución espontánea o forzosa?

 

            Con respecto a estos que hemos venido llamando “primeros pasos” de la colectividad anarquista, una de las cuestiones más candentes es la del carácter forzoso o no de la entrada en la misma de los no afiliados a CNT. En los testimonios que hemos desgranado hasta ahora puede verse las diferencias conceptuales que existen sobre este tema. Pero consideramos que su importancia en la configuración del modelo socioeconómico, y en la forma de pensamiento y la visión que cada colectivista tuvo del mismo, es suficientemente grande como para dedicarle un apartado, que empezará a verter conclusiones sobre cómo se formó y cómo se vivió durante el otoño y el invierno del 36, y la primavera y el verano del 37 en Mas de las Matas.

 

            Hemos visto cómo la mayoría de las personas entrevistadas se referían en alguna ocasión a la coacción principalmente moral a la que se vieron sometidos los derechistas a la hora de ingresar en la colectividad. La violencia, de carácter ante todo externo corría paralela como ingrata compañera de viaje a los intentos por parte de los anarquistas locales de formar, de convencer, de lograr la pacífica convivencia bajo los preceptos de la ideología cenetista. Por eso, resulta difícil categorizar de una manera definitiva el carácter real de la revolución que se inició en Mas de las Matas en el 36. Más adelante hablaremos de la relación con los que, definitivamente y aún con las coacciones morales, económicas... decidieron no someterse al sistema cenetista: los mal llamados “individualistas”. Lo que nos interesa ahora es trazar una visión objetiva sobre el hecho determinante de la entrada de los miembros derechistas tras los fatídicos acontecimientos de los asesinatos, puesto que tras los mismos casi 1500 personas pasaron a integrar la colectividad. Tomás Mir lo relataba de la siguiente manera:

 

            “Yo sería partidario a ese régimen, pero si estuviésemos preparados, adecuados para ello, sin militares ni nada. Los de las derechas entraron forzados. Mi padre no tenía ideas políticas, pero recogió unas ideas que no gustaban mucho a los de CNT, y quince días antes de forzar a los de derecha, le hicieron entrar. La izquierda se quedó sola, sin entrar. Les hicieron la vida imposible, pero no entró nadie a la colectividad, ni republicanos ni socialistas”[184].

 

            La coacción fue especialmente dura hacia los republicanos, pero estos se mantuvieron firmes en sus creencias y no entraron en la colectividad. Más adelante veremos cómo les fue. Quienes sí cedieron fueron las familias que, neutrales o con ideas conservadoras, vieron cómo la violencia y el terror revolucionario se iba imponiendo a las ideas de convivencia y paz que no pocos anarquistas propugnaban. Así, el hecho determinante de los asesinatos, en los que según nos han contado tuvieron mucho que ver redecillas y envidias personales, supuso el punto de inflexión, el momento de no retorno para los que preferían ver en la colectividad una medida de guerra a la que adaptarse, preservando su propia seguridad y las de sus familiares. Pero, y esto es lo que podemos empezar a tomar como primera conclusión al respecto, parece claro en los documentos orales que la violencia y la coacción cenetistas eran en principio externas, no de gente del pueblo.

 

            Tal vez la razón no sea tanto por el carácter pacífico ¾sin desdeñar esta idea, pero no exclusivamente¾ que Macario Royo había tratado de imprimir al movimiento anarquista local, como por el hecho de tratarse de una población pequeña, sin grandes propietarios, sin exageradas diferencias económicas, en la que las redecillas eran más por temas personales que sociales. Cuando la muerte es de un desconocido no afecta tanto como si no lo es. Cuando el asesinado tiene rostro, y ese rostro y el de sus amigos y familiares los has visto toda la vida, no es fácil acatar órdenes salvo cuando media un odio personal profundo. Por eso la violencia mortal llegó desde fuera: acompañada por las críticas hacia el comité antifascista por “cobardes”, por colaborar con el resto de formaciones políticas la CNT, por aceptar la libre decisión de no entrar en la colectividad de los miembros derechistas.

 

            La coacción, la violencia y la muerte vinieron como parte integrante del programa político cenetista; de modo coherente, eso sí, con su milenarista concepción de que un “mundo nuevo” se abriría cuando el capital se agotase y se acabase con los miembros corruptos que impedían la realización de la apuesta revolucionaria. Por tanto, y aún cuando gentes del pueblo también participaron (por acción u omisión) en estos actos, podemos afirmar que, a la vista del rechazo que produjeron en todos los sectores, el anarquismo masino no pretendía estos derroteros para su camino hacia la nueva sociedad. La razón para tal suceso habremos de buscarla en el contexto bélico, en la “necesidad” de los cenetistas de implantar por encima de todo su proyecto de poder en la zona republicana. Además teniendo en cuenta que los sucesos acontecieron cuando las voces del gobierno republicano y de los enemigos políticos de la CNT empezaban a alzarse contra el modelo de poder que se estaba instaurando por no facilitar precisamente el desarrollo bélico y utilizarlo como vía para realizar su propia revolución.

 

            Los mayores perjudicados de esta situación fueron los derechistas. El sometimiento al sistema socioeconómico y de valores podía ser aceptado de maneras diferentes: adaptándose a él, confiando en él (más bien confiando en la gente del pueblo que lo llevaba, para la mayoría viejos conocidos) o rechazándolo, pero siempre desde dentro de la propia colectividad. Algunos ejemplos los hemos visto anteriormente de las diferentes situaciones: tanto de anarquistas que rechazaban la violencia contra sus vecinos, como de no anarquistas que se adaptaron de mejor o peor manera al sistema colectivista.

 

Pero de todas maneras ello nos obliga a desechar la visión espontaneísta de la revolución, y nos lleva a ratificar alguna de las teorías que hemos expuesto en la introducción: como medio de control político, la CNT utilizaba las agrupaciones anarquistas para, mediando la imposición armada y la coacción física y moral, establecer un dominio que pretendía ser global, pero que difícilmente podía pasar de esa aspiración. La aplicación práctica de las doctrinas revolucionaristas, la “gimnasia revolucionaria”, acarreaba consigo el uso de medios de acción violentos como el asesinato, ya fuese como “reprimenda” a una población o como vía de coacción moral. O, como en el caso masino, por ambas razones.

 

            Sea como fuere, la colectividad masina es tratada en todos sus aspectos como ejemplar. Sobre todo por las fuentes de filiación anarquista, pero no sólo. Muchos eran los que opinaron que, si se hubiese limitado el carácter político, a veces violento y a veces coactivo, de la “revolución” cenetista, aquél podría haber sido un movimiento de carácter beneficioso para la población, por su grado de solidaridad para con los menos favorecidos; por las mejoras en materias de enseñanza, por la liberación de los antiguos yugos históricos (represión institucional, educación religiosa, poder económico y político concentrado...) y por las mejoras agrarias devenidas del uso colectivo de los medios de producción. Pero lo cierto es que, a la vista de los resultados (que no son fácilmente evaluables, por su escasa duración) y sobre todo de los medios, por mucho que estos tuvieran más que ver con la “depuración” cenetista que con la justicia social a la que aspiraban los masinos, no podemos considerar el colectivismo en sus dimensiones política, económica y social como una “revolución” espontánea. Aunque tal vez lo fuera, eso sí, en sus intenciones:

 

“Había mucha gente que pensaba que era un robo. Pero todo el mundo comía, había ración para todos. Pero como fue sólo un soplo... No fue un desastre como algunos decían. Es mentira lo que decía la propaganda comunista. Todos vieron cómo en la granja daba mucho más con un hombre que con diez antes”[185].

 

“Esta forma de vida que se hizo aquí, digan lo que digan, para mí se llevó todo lo mejor posible. Si es que alguien quiere decir por envidia, por rencor... lo contrario, no es cierto, porque aquí todo el mundo tuvo la misma ración. El hijo un día de uno de abastos le dijo un día a mi padre: «oye, que no tengo pantalones». Y mi padre le respondió: «tú sí tienes pantalones». La colectividad se los dio”[186].

Índice

 

 

 

5. LA VIDA EN COLECTIVIDAD.

 

Las fronteras que dividen a los pueblos

Las romperemos pronto.

Las masas hablan mil lenguas

Pero tienen un solo corazón.

 

Los hombres cantan mientras trabajan.

Las mujeres cantan en sus tareas.

Todo el mundo canta

Cuando por fin el pueblo es libre.

ANÓNIMO. Canción popular[187].

 

 

La vida cotidiana, el devenir diario de la localidad durante la colectividad, la sociabilidad entre las gentes, o aspectos como el de la educación, la escuela, la moral y las mentalidades son los temas que, grosso modo, vamos a tratar en este capítulo. Que lo consideramos, por otra parte importante como el que más: ya hemos señalado en la introducción nuestro deseo por bajar a los modos de vida, a las percepciones individuales y sociales que de ellos se derivan, y a las mentalidades que adquirieron o mantuvieron los habitantes de Mas de las Matas. Y, aunque sea harto complicado por la escasez de las fuentes o lo “etéreo” de la temática, consideramos que tanto la vida política como el contexto general del período histórico no son sino eso: contextos en función a los cuales podemos tratar de los verdaderos protagonistas de la historia: sus actores.

 

Índice

 

 

La vida política

 

            La configuración de la vida política en la localidad siguió la tónica del resto de las colectividades. Los comités, asambleas, comisiones y sindicatos se agolpaban a veces en una barroca estructuración de poderes, aun cuando la doctrina anarquista hablaba del rechazo a todo tipo de poder, a todo tipo de dominación. El originario comité antifascista dirigía la vida local desde el momento en que el vacío de poder, reflejado en la huida de los poderes estatales, dejó paso a la falta de autoridad de carácter nacional, que fue aprovechada para la proposición de proyectos de cambio y reforma de la jerarquía social. Este comité, como hemos comentado, estaba formado al cincuenta por ciento por anarquistas y republicanos. Y en él se trabajó en favor de la lucha contra las corrientes reaccionarias, como podemos ver en la documentación consultada.

 

            “El Consejo Municipal de Mas de las Matas, a fin de acabar con la sorda y solapada campaña de carácter fascista que encubiertamente se viene haciendo en esta localidad propalando bulos y noticias tendenciosas que puedan abatir la moral antifascista, y sin perjuicio de las disposiciones que esta Presidencia ordena (...) que el FPA local organice como mejor crea una policía secreta que pueda descubrir a quienes son propaladores manifiestamente intencionados de tal estado de cosas”[188].

 

            El comité antifascista también dictaminaba la cantidad de trigo necesario que en Agosto del 36 se necesitaba para siembra (63.000 kilos) y consumo (440.190 kilos para los 3015 habitantes que se contabilizaron, entre vecinos y evacuados de Azuara[189]). Lo cual denota que, ya antes de la instauración de la colectividad, el consumo y la producción eran manejadas por los organismos generados en el pueblo, pero sin la imposición de ninguna vía política. El documento que lo certifica, por cierto, está remitido al Instituto de Reforma Agraria, subdelegación de Zaragoza. Posiblemente la dificultad de los trámites burocráticos que se interponían al crecimiento de la producción tuviera que ver en la determinación de optar por el colectivismo bajo el amparo de una ideología anarquista que veía todo más simple (bastaba con juntar todas las propiedades y trabajarlas en común).

 

            El peso de CNT era alto, y de hecho la proposición de crear una colectividad vino de ellos[190]; pero la colectividad se crearía más por la casi inmediata presencia de las columnas anarquistas, si bien se llegaría al acuerdo de hacerlo cuando la “legalidad” de las mismas ya hubiera sido reconocida. Esto es, para no ser la primera, para constatar el apoyo en el ámbito regional al proyecto. El aprendizaje por parte del sindicato cenetista local de la experiencia de tres años antes, cuando su implantación del “comunismo libertario” se vio duramente reprimida porque casi ninguna otra localidad secundó ¾o logró que se hiciera secundar¾ la insurrección, fue aquí importante. Aunque el contexto había cambiado en algo fundamental: en el 33 se luchaba contra una autoridad vigente, unida y represora. En el 36 no hay autoridad: se lucha por la revolución, por un proyecto y no contra un proyecto. Pero de todas formas, esta mezcla de recelos cenetistas y búsqueda de acuerdo con los partidos de izquierda en el pueblo, hicieron que se retrasara la creación de la colectividad hasta septiembre.

 

            Los acontecimientos violentos que hemos relatado tuvieron también una incidencia fundamental en la vida política de la localidad. Hasta que aconteció la entrada de la derecha la colectividad no engrosaba la porción de la población que tras ella tuvo. Y hasta que no se acabó con la vida de Ejarque, la CNT no controló en su totalidad el comité local. En ese momento pasaron a ser los cenetistas quienes tomaran el control de la población, divididos en diferentes vías de ejecución del poder: “Había dos comités importantes: un comité de defensa y otro de abastos, para repartir las cosas: no se llevó mal. Pero ya sabéis lo que pasa: no siempre hay gente que está a gusto. Presidente del comité de defensa fue primero al que mataron, a Ejarque. En abastos seguramente era Peralta, pero eran cuatro o cinco personas”[191]. Esta es la situación que cambió y que devino (no sin producir rechazos entre los anarquistas locales que, recordemos, no eran proclives en principio a este tipo de violencia) en que colectividad y consejo estuvieran a las órdenes del sindicato. Es por ello por lo que decíamos en la introducción, parafraseando a Julián Casanova, que el órgano supremo de las colectividades y de la vida política de los pueblos colectivizados fue el comité regional de CNT.

 

            Un valioso testimonio en este sentido es el de José Cebrián que, aunque delata sus filiaciones políticas, da buena muestra del control de los medios de representación por parte de los anarcosindicalistas:

 

            “En política no nos metíamos. Lo hacían los anarquistas, el comité manejaba y los demás no sabíamos nada. Entonces había que acatar lo que hubiera, y era por demás. Pero yo siempre decía lo mismo: ¿Cómo va a haber un gobierno en cada pueblo, sin que haya un gobierno central que llevara toda la política, al menos de cara al exterior? Yo creo que de esa forma no se puede funcionar, se necesitan demasiadas cosas”[192].

 

Por ello, la historia de la vida política en Mas de las Matas transcurre desde ese momento paralela a la del resto del Aragón republicano controlado por los anarcosindicalistas. El 6 de Octubre, en el Pleno de Sindicatos de Bujaraloz se había decidido crear un órgano de representatividad que, de cara al exterior (al resto de grupos políticos republicanos) y al interior (para acabar con los excesos milicianos y reconducir la situación hacia la ansiada revolución global) legalizase y regularizase, a la vez que coordinase, la actuación de los grupos cenetistas que estaban ejerciendo el poder en los pueblos aragoneses. Doce días más tarde se constituía el Consejo de Aragón, de composición libertaria, que nació entre las críticas del gobierno republicano y de la Generalitat, así como del PC, la UGT... pero entre los saludos alborozados de los cuadros cenetistas. No obstante, las fuertes oposiciones a las que hubo de enfrentarse y la inexistencia de un programa global coherente pronto hicieron que, de cara a mejorar la imagen y la efectividad de dicho Consejo, se abriera al resto de formaciones políticas, bajo el auspicio y con la complicidad de Largo Caballero. Así, a la par que CNT entraba en el gobierno central, el Consejo de Aragón acataba (muestra de su progresiva pérdida de importancia organizativa) que miembros de grupos políticos no anarquistas formaran parte de su directiva, así como de los comités de las localidades colectivizadas. Esto fue lo que sucedió en Mas de las Matas: el comité inicial fue sustituido por un Consejo municipal.

 

Pero a la vez que esto sucedía, progresivamente los anarquistas fueron viendo al Consejo más como una “alternativa a su poder”[193] tanto a escala local como a escala regional. Lo que denota, por otra parte, el afán del sindicato anarquista por no perder cotas de dominio y no cederlas al resto de formaciones políticas. Y lo que nos lleva a tratar de analizar en su contexto el grado de representatividad del que disponían los colectivistas. El comité por una parte, y por otra el consejo municipal desde el momento de su configuración, eran quienes manejaban la política, de cara al exterior (en el Consejo de Aragón, en la Federación Regional de Colectividades...) y al interior. Sus disposiciones en materia económica, política... estaban generalmente poco sujetas a la aprobación por parte del resto de los miembros de la colectividad. Por eso, porque los testimonios orales así nos lo han ratificado, podemos afirmar que el nivel de participación política de la mayoría de la población, los no integrantes de los órganos de poder incluso de aquéllos que se responsabilizaban de algún grupo de trabajo, era escaso. Por mucho que la teoría anarquista optase por el sistema asambleario, la responsabilidad y el trabajo político quedaban en manos de los miembros más politizados; en manos de la CNT.

 

Lo cual no hace sino responder a la “lógica revolucionaria” que el sindicato, desde sus altas esferas, promulgaba de cara al control político en el bando leal a la República. Los intentos de crear un contrapoder eficiente obligaban a limitar la representatividad, limitándola a sus miembros que, voluntariamente y atendiendo a las consignas cenetistas, ocupaban cargos como el de abastos, cultura o defensa. “A la hora de decidir las cosas, sólo participaba el consejo”, reconocía el faísta Félix Calpe. Por tanto, en vistas al control social de los modos de actuación, de las doctrinas políticas, y para lograr un índice de convencimiento o de limitación de las alternativas políticas, la mayoría de la población no podía hacer sino someterse a los dictámenes del consejo; que en su mayoría eran los del Comité Federal de CNT.

 

Margeli explicaba la situación a Ronald Fraser de manera convincente: “¡Sin darnos cuenta habíamos creado una dictadura económica! Iba en contra de nuestros principios y andando el tiempo tendríamos que cambiar las cosas (...) Pero llegué a la conclusión de que alguien tenía que ser el responsable de dar las órdenes. Las cosas no podían funcionar dejando sencillamente que cada cual hiciera lo que quisiese”[194]. Tanto fue así que “empezó a caer en la cuenta de que las asambleas, en las que muchos anarquistas depositaban toda su confianza, no eran siempre el mejor vehículo para seleccionar a los que debían encargarse de las cosas, ya que a menudo los que asistían a ellas no tenían bastante en cuenta que el escogido fuese psicológicamente adecuado para el puesto. Y elegir a la persona idónea era lo más importante”.

 

Así pues, la representatividad política, los cargos... y las conclusiones a las que se llegaban estaban casi exclusivamente en manos de los cenetistas. Era su forma de hacer la revolución, contraria a los poderes establecidos y a cualquier tipo de dominación. Pero tras esta imagen de rechazo al estado y sus formas de imposición política, tras la que la teoría anarquista se parapeta para justificar el no reconocimiento de instituciones como los ayuntamientos, etc... existía un deseo deliberado por encauzar a la población hacia su teoría. Así, a la par que se proclamaba la libre asociación o la pluralidad ideológica, se limitaban sus poderes representativos. Poderes que, por otra parte, tampoco poseían durante períodos históricos precedentes (como por ejemplo la petición de responsabilidades o el control de los cargos), pero que la revolución había asegurado para aquellos que decidiesen formar parte de ella. Con la apertura del Consejo de Aragón al resto de formaciones políticas, y la formación de los consejos municipales, la situación se “institucionalizó”, pero no varió en materia de representación política.

 

Como muestra, un documento de Enero del 38, cuando ya la colectividad se había reorganizado permitiendo a los derechistas salir de ella. En él vemos cómo, aún tras la represión sufrida tras el paso de la división de Líster en virtud del decreto de disolución de las colectividades (firmado por el presidente Negrín), los cargos del consejo municipal están copados por anarquistas: José Gracia antiguo presidente, ahora teniente de alcalde, Manuel Serrano, Manuel Arrufat, Aquilino Angelo y Enrique Royo consejeros engrosaban las listas de la FAI cuando el 29 de Enero se reestructuró dicho consejo[195].

Índice

 

 

 

Modos de vida y sociabilidad

 

            La impregnación del modo de vida anarquista era uno de los objetivos que perseguía CNT en las pequeñas localidades, en los pueblos bajo su dominio. Éste, que ha sido considerado puritano por el control de los vicios, etc... dista bastante de la realidad de las necesidades en cuanto a ocio, cultura y sociabilidad del campesinado. Y dista, además, de los tópicos que desde la doctrina católica vencedora de la Guerra Civil se vertieron hacia el anarquismo y sus pretensiones, por ejemplo, de “amor libre”. Las ideas ácratas se alejaban de la imposición de cualquier tipo de poder que alienase la libertad del individuo, pero no hasta los extremos pacatos y exagerados que se mostraron desde la cultura “oficial” del franquismo. El medio de vida es imposible de cambiar de un día para otro; y  más en poblaciones rurales cerradas como Mas de las Matas. Por eso, la premisa de la que vamos a partir en este apartado es la continuidad de la moral y las formas de actuación tradicionales, aún cuando la educación anarquista, sobre todo en la juventud, incidiese con su nueva ideología ¾también habremos de ver hasta qué punto era innovadora, y hasta cuál se limitaba a un continuismo impregnado de retórica libertaria¾ en las formas de pensamiento.

 

            El fundamento del colectivismo era el trabajo. Pero ello no era óbice para tratar de penetrar con la ideología anarquista en las mentes y en los hábitos de los colectivistas. Por ello, quienes ingresaron en ella hubieron de adaptarse a cambios impuestos por CNT. De entre ellos, el más significativo puede que fuese la abolición de los cultos y, en general, de todo tipo de poder fáctico previo, por considerarlos medios del sistema de dominación capitalista. Era el capitalismo lo que había que derrocar, y con él sus instituciones más características. “Lo que es avance es bueno. Primero hay que deshacer el capitalismo, y la revolución es el medio; pero la gente tiene que estar preparada, tiene que haber cultura, teatro... no vicios ni hostias”[196]. La gente tenía que estar preparada para la revolución, y el medio de prepararla era la educación y la vida en los nuevos valores. Por eso se prohibió el culto eclesiástico, se trataron de suprimir los vicios y se hizo especial hincapié en potenciar la tradición de la escuela republicana, adaptándola a la nueva situación. Y también en generar en el tiempo de ocio la creencia en que se estaba viviendo en la mejor de las sociedades posibles.

 

El ocio, que según algunas fuentes habría aumentado notablemente al facilitar el trabajo colectivo la cosecha de cereal y oliva o la manufactura de productos necesarios, se trató que se llenase con las “libres relaciones” que el anarquismo mostraba en su teoría como la base de la sociedad nueva. Los mítines, la lectura de textos anarquistas... formaban parte en el ideario cenetista de lo que un colectivista debía hacer al finalizar su jornada laboral. “Había baile y un café, No era una diversión como si no hubiese guerra, las quintas estaban muchas en la guerra. El Centro Republicano se usaba de café, y los bares se cerraron. El verdadero anarquista tiene bien lejos el alcohol, no va con ese tipo de vida. Viene mucho con las enseñanzas que habíamos recibido en la escuela”[197]. “Todas las tabernas fueron cerradas. Los libertarios siempre fueron hostiles a los bares, porque eran fuente de vicio, discusiones y peleas (...) Sólo quedó abierta la sala grande del centro de CNT. Allí la gente podía tomar café o bebidas no alcohólicas (...) El juego fue suprimido”[198].

 

            “Había un café de los socialistas. Abajo en el centro estábamos los de derechas, los independientes y los de la CNT. Allí nos tomábamos el café y no pagábamos, pero no todo el que queríamos. No había, aún así, problemas de comida, porque daban según las necesidades”[199]. El centro de CNT era el lugar idóneo para el desarrollo de las relaciones interpersonales libres. Era el sitio donde difundir la idea, donde entrar a las mentes, donde tratar de convencer del pacifismo ácrata a los escépticos derechistas. Como nos recuerda Emilio Bernuz, “los que estaban a la fuerza tenían creencias equivocadas, porque entonces hasta los más ricos estaban aún mejor que cuando estaban trabajando por su cuenta. Aquí se fue a la cultura, no se quiso matar a nadie ni mucho menos”. Se iba a la cultura, a crear el ambiente propicio para que, mediada la victoria en la Guerra Civil, se instaurase el comunismo libertario, la nueva sociedad sin clases ni privilegios. Pero para ello, un paso fundamental era la creación de una conciencia, un modo de pensar favorable que superase ¾siempre dentro de la terminología libertaria¾ lo tradicional. Este paso era la educación. José Cebrián lo tenía claro: “Para todos esos regímenes no hay cultura. Yo no digo que fuese malo, sino que no hay cultura. Porque siempre hay alguno más inteligente, otros que no lo son... y era difícil de arreglarse”[200]. A lo que hay que añadir la cultura propia del campesinado, reacia a despojarse de su propiedad. Seguramente porque su propiedad es el resultado de largos períodos de esfuerzo.

 

            “Mi marido marchó, yo tenía a la niña pequeñica, y mi padre tenía cerca de ochenta años. Y lo que pasa es que teníamos un cerdico, que pesaría unos 100 kilos o más. Y como no lo matábamos, pues nos quitaron el cerdo y se lo dieron a los vecinos de enfrente, que eran cuatro. Y eso de quitarle el cerdo a mi padre le dio mucha pena”[201].

 

            Esta concepción sociocultural es la que, creían los anarquistas, lograrían deshacer mediante la educación, la coacción y la imposición. De nuevo vemos, pues, cómo un programa ajeno al mundo rural se trata de adaptar a las realidades de este medio, lográndolo de maneras muy diversas y con muy diversos resultados. En Mas de las Matas, al igual que en muchas de las colectividades, se hizo un hincapié casi obsesivo en la mejora de la enseñanza y la educación. Por ello, pronto se puso en marcha de nuevo la escuela, que era obligatoria para todos los niños y niñas. Entre libros, maestros, excursiones y cierto grado de dogmatización vivieron quienes pasaron parte de su infancia y adolescencia en la colectividad. Un relato de primera mano es el que da Regina Gil. Regina era de Juventudes Libertarias. Su familia había sido siempre republicana, moderada, pero ella estudió en Valencia en la escuela anarquista Durruti (entre sus materias, estudio de esperanto y lectura de Sembrando Flores, de Federica Montseny), gracias a los consejos de su maestra y a sus aptitudes intelectuales.

 

“Entonces trajeron un maestro para que no fuéramos educados de la manera en que estaban entonces. Estuvimos dos o tres años, hasta diciembre del 33. Se criticaba mucho que fuéramos chicas y chicos juntos, y hacíamos excursiones... Se cerró por el movimiento revolucionario, yo tenía 12 años. Cuando la colectivización era verano; luego empezó la escuela, pero era diferente, chicos y chicas juntos. Unos maestros estaban aquí, otros no estaban... estaba Pilar Royo y otra chica más con los pequeños. Hubo maestros que se tuvieron que marchar, que estaban de vacaciones o que habían huido. Por eso, para suplir su falta la gente que tenía carrera venía y hacía de maestro. Plácido Castañer estaba... Había diferencias en la educación, sobre todo en religión, que no había. La educación era normal en la escuela, pero algo encaminada al sistema político que había. Los libros de texto los habían conseguido en varias veces, pero fue importante la actuación de Macario Royo para conseguirlos”[202].

 

            Ciertamente, los anarquistas tenían una preocupación ejemplar por la cultura y la educación, siempre enfocadas hacia el fin de las injusticias sociales y de la dominación por parte del capitalismo, que subyugaba los intelectos de forma consciente para crear no seres libres, sino esclavos para su sistema. Este idealismo constructivo se traducía en potenciar el índice de escolaridad y en tratar de que la dogmatización ideológica no existiera en las aulas. Aulas de las que, claro está, habrían de salir hombres y mujeres formados, libres... y, preferentemente, anarquistas. Para ello, destinaban buena parte de los recursos de la colectividad a la enseñanza, a comprar libros y materiales didácticos. “Una maestra joven dijo que nunca había visto nada parecido. Antes era imposible conseguir fondos para la enseñanza”, decía Margeli. A lo que añadía la importancia que, para la infancia y la adolescencia, tenían actividades culturales como las que se realizaron en Mas de las Matas: una revista infantil, proyecciones de cine, y un grupo de teatro.

           

            El modo de ver la vida cotidiana durante la colectividad depende mucho del carácter que para unos u otros de los protagonistas ésta tuviese. Así, difiere absolutamente la opinión de un derechista con la de un anarquista; y en ello tiene mucho que ver el carácter forzoso que, abierta o soterradamente, tenía el sistema colectivista. Para quienes tuvieron que entrar sin desearlo, para aquellos que, por no presentar resistencia a lo que se veía como la coyuntura a la que había que adaptarse, decidieron ingresar para asegurarse su  propia seguridad, el día a día podía hacerse muy duro. Sobre todo porque habían tenido que renunciar a muchas de sus costumbres (como las misas) de cara a no provocar una reacción contraria por parte de sus vecinos. Una de las familias de derechas que entró en la colectividad debido a la presión externa e interna que contra ellos existía era la de Pilar Ferrer:

 

            “Se vivía casi igual, pasabas a buscar la ración, y a vivir con lo que te daban. Pero se vivía regular... Además, eso sí, misas ni una: estaba prohibido hasta rezar, y se llevaban los crucifijos de las casas. Las bodas las hacía el comité por aquel entonces. Y los entierros... lo dejaban allí y se acabó”[203].

 

            En cambio, para quienes la colectividad era el resultado de una larga lucha por sus aspiraciones libertarias; por llevar a la realidad sus sueños igualitarios, la justicia social que les habían contado en los libros anarquistas y mediante la actuación de personas como Macario Royo, la vida cotidiana no era sino la cristalización de un ideal de solidaridad. Lo que se ve reflejado en sus recuerdos, sus percepciones sobre la vida cotidiana durante el año escaso que duró la colectividad generalizada a la mayoría de la población:

 

            “La colectividad era algo bueno, con un clima de solidaridad. No había ninguna colectividad como nosotros. Era una cultura aparte, nada religiosa, con libros muy buenos. La revolución era sobre todo cultural, de las mentes. Había una solidaridad absoluta entre todos. Trabajaba por igual desde el presidente hasta el último trabajador”[204].

 

            La aplicación de los dogmas ideológicos del anarquismo a una pequeña población rural como ésta acarreó no poca confusión entre quienes estaban acostumbrados a la moral tradicional y a una vida cotidiana menos mediatizada por el cariz político de la situación; aún así, resulta difícil constatar que de hecho la nueva moral llegara a calar entre los masinos, excepción hecha de los ya sindicados, y de personas que sí llegaron a creer en el proyecto de la nueva sociedad. “Fiesta o baile no había, y bares poco. Además, las mujeres no entraban nunca. De liberar a las mujeres, poco. Algunas se bañaban, las libertarias, en el río con los milicianos. Y algo de amor libre supongo que sí que habría (risas)”[205]. A muchos de los habitantes les costó, sobre todo, tener que renunciar a sus costumbres, a los rezos y las misas. Pero, dejando aparte este aspecto, la mayoría de las personas entrevistadas opinan que la vida transcurrió con normalidad. Sin grandes sobresaltos, teniendo en cuenta que el país estaba en guerra y que CNT realizaba purgas entre los que acusaba de “fascistas”. Pero nada, a fin de cuentas, que no respondiese primero a la razón bélica, y segundo a los deseos del sindicato libertario por imponer, por la fuerza o por la razón, su contraproyecto de sociedad.

Índice

 

 

 

La relación con los “individualistas”

 

            Al igual que hicimos en el capítulo anterior, cerramos éste con un tema de los más polémicos de cuantos atañen a las colectividades. El de la relación de los miembros más politizados de las colectividades anarquistas con los que ellos mismos, en su terminología anarquista, denominaban “individualistas” esto es, aquellas personas que no habían accedido a formar parte de la misma es un tema que ha servido de argumento para los detractores de las colectividades. Y también para los historiadores, para ratificar la disensión entre teoría anarquista y práctica revolucionaria. Desgraciadamente, no logramos contactar con nadie que no hubiera sido colectivista en Mas de las Matas; no es tarea fácil: hasta la familia de Nicolás Mir, cuya cabeza era uno de los fundadores de Izquierda Republicana, ingresó en ella.

 

            Los testimonios orales dan, por regla general, buena muestra de la difícil relación que se estableció entre cenetistas y republicanos moderados: “Las relaciones con los que no estaban en la colectividad no eran muy buenas; eran sobre todo republicanos conservadores. Pero mala no fue para nadie”[206]. “Había de todo, contentos y descontentos... Los de izquierda con la colectividad no estaban contentos, eran enemigos de la CNT. De la CNT había muchos: en el Bajo Aragón era la inmensa mayoría. En el pueblo, los jóvenes casi todos”[207]. Lo que nos refleja, una vez más, la dificultad de implantación del proyecto cenetista: la oposición política era llevada de una manera complicada. Los intercambios económicos de los republicanos (que, recordemos, no ingresaron en la colectividad por motivos políticos: lo que desmiente visiones del colectivismo como organización puramente económica; también lo era política) con el comité o con la gestora de la colectividad no respondían a la lógica de las necesidades mutuas, sino que estaban impregnadas de las redecillas personales y “oficiales” entre diferentes concepciones y posturas en cuanto a la cultura política de la población.

 

            La raíz de este enfrentamiento hemos de buscarla en las tradiciones sindicales y organizativas contrapuestas; Izquierda Republicana era más numerosa y más influyente que CNT, históricamente, en el pueblo. Fundado en 1934 como partido de fusión promovido por Azaña, Casares Quiroga y Marcelino Domingo, respondía en Mas de las Matas a una larga tradición de izquierda moderada. Y es que la tradición republicana moderada era la que tenía más peso entre la población. En cambio, eran los anarquistas quienes creaban una cultura política alternativa; quienes se levantaban en armas en diciembre del 33. Quienes tomaron el control del poder en el 36. Desde ese momento, las acusaciones cruzadas, encrudecidas desde los actos violentos que afectaron directamente a IR, hicieron que la postura del republicanismo fuera la de oposición al régimen colectivista. Las diferencias ideológicas que los separaban eran muchas: desde su concepto de cómo llevar la guerra y la revolución, hasta su postura sobre la propiedad privada (que se había de respetar). Y sobre todo sobre el carácter de ingreso forzoso por la situación o por miedo que adquirió la colectividad cuando CNT decidió “limpiar” la zona y hacerse con todos los poderes en cuantas localidades había triunfado la reacción, ayudada por la violencia y las armas milicianas.

 

            Las acusaciones cruzadas que hablaban de “dictaduras locales” cuando eran los republicanos quienes las lanzaban, y de “cobardía” y fascismo encubierto cuando eran los anarquistas quienes lo hacían. Esto, claro está, a escala oficial. La casuística se ampliaba con odios y redecillas personales, familiares... Aunque la vida cotidiana limase el reflejo de las disputas políticas mayores, sí existía la difícil relación con los que no integraban el sistema colectivista. No sólo en el apartado económico, antes citado: también en lo concerniente a la consideración social y, sobre todo, en lo relacionado con la representación política de los grupos opositores. Lo que parece contradecir, a primera vista, la visión idílica del modelo libertario de sociedad: el río de la libertad dejaba en sus márgenes a todo aquel que no quisiese aceptar lo que éste implicaba. Y lo que implicaba era, cabe decirlo una vez más, la inadaptación de un modelo teórico a las necesidades reales de las poblaciones donde se implantaba.

Índice

 


6. HACIA EL FIN DE LA COLECTIVIDAD. AGOSTO-1937/FEBRERO-1938.

 

 

El final del sistema colectivista en Mas de las Matas está fuertemente relacionado, como ya hemos señalado en la introducción, con las disputas a escala nacional entre las diferentes formas de concebir la guerra y la revolución entre los diferentes partidos y opciones políticas con representación en el bando republicano. Dichas disputas suponían un enfrentamiento directo entre la opción cenetista que, recordemos, versaba en aprovechar la coyuntura y la toma de poder popular para hacer su revolución, y las del resto de grupos políticos que habían configurado el Frente Popular, que (no sin diferencias internas, claro está) creían más en la necesidad de parar o ganar la guerra, dejando las revoluciones para otro momento.

 

            La defensa de los intereses de cada facción, unidas en la lucha contra el fascismo pero desunidas en (casi) todo lo demás implicó desde la cautela hasta el rechazo hacia CNT desde los poderes gubernamentales. Su concepción revolucionaria, vía acción directa, resultaba cuando menos incómoda para unos partidos que luchaban no sólo por la defensa de la República, sino también por el control del poder en el bando leal, en la España en armas contra la insurrección militar apoyada por las potencias fascistas internacionales. El gobierno de coalición de Largo Caballero había aceptado a CNT como fuerza política fundamental, y así las colectividades habían alcanzado cierto estatus de legalidad. La legalidad que da la situación bélica, las armas y la presión popular. Pero cuando, el 17 de Mayo del 37 se hizo con la presidencia del gobierno Negrín, la situación iba a cambiar. En buena parte motivado por los fatales “sucesos de Mayo”, que derivaron en enfrentamientos armados entre cenetistas y comunistas por las calles de Barcelona, pero también determinado por el afán de mando único en el bando republicano, el 10 de Agosto se decretaba la disolución del consejo de Aragón y de las colectividades agrarias; lo que suponía, al menos en teoría, el fin de la influencia política de los anarcosindicalistas, y una traba menos para hacer frente común, según muchos autores bajo la bandera comunista, al enemigo y hacerse con el dominio de la España republicana. El medio de lograr este objetivo no era otro que las armas.

Índice

 

 

 

Llegan las tropas de Líster.

 

            El modo en que la disolución de la colectividad ocurrió en Mas de las Matas no dista mucho de lo acontecido en el resto del Aragón libertario.

 

            “Cuando quiso Negrín, mandó a la guardia de asalto luciendo los fusiles por las calles, y deteniendo a los dirigentes de la colectividad y metiéndolos en la cárcel, aunque muchos se fueron, por Híjar que estaban las columnas confederales...”[208].

 

            Los guardias de asalto no eran otros que las tropas del general Líster quien, en sus Memorias de un luchador relata el modo en que, de manera casi confidencial (aunque era un secreto a voces) Prieto y Negrín decidieron que fuera su división, de hondo calado ideológico comunista, la encargada de, junto con otras como la del Campesino, deshacer el sistema colectivista. Su entrada en la localidad, por lo visto jactándose de su superioridad, vino acompañada de la detención de cuantos integrantes del comité o de la gestora pudieron coger. “Todo se deshizo. Los del pueblo a callar. Deshicieron la colectividad por la fuerza. Se volvió a dar las fincas, aunque el reparto no fuera exacto. Lo mío lo cogió uno, yo cogí lo de otro... y el que no tenía nada se quedó sin nada”[209]. Así, la entrada de las tropas de Líster se acompañó, vía decreto de disolución, de la devolución de los bienes incautados por la colectividad, así como con el reparto de las tierras a sus antiguos dueños. Aunque el reparto no fuera exacto, sí se permitió la salida de la colectividad de todo aquel que lo deseara.

 

            “Llegó un día que, en agosto del 37 llegó aquí una treintena de guardias de asalto y dijeron: todo el que quiera ir a la colectividad, voluntario. El que no, que se salga. Y los de derechas se salieron todos. Una noche fueron a buscar a los jefes, a los cabecillas de la CNT, y la CNT perdió mucho”[210].

 

            De nuevo el anarquismo local era objeto de la represión por parte de los que, en aquel momento, se decían los representantes del estado. No hubo enfrentamiento directo, porque primero muchos de los jóvenes cenetistas estaban en el frente, y segundo la fuerza coactiva de las tropas de Líster era tanta (tomaban los pueblos como si de poblaciones fascistas se tratara) que muchos cenetistas hubieron de marcharse, por su propia seguridad, hacia la zona de los frentes. Y, cuando en las milicias se hubieron enterado de lo ocurrido, estuvieron bastante cerca de volverse a sus pueblos para enfrentarse a los comunistas; pero no lo hicieron: la dureza de las batallas y el ya minado prestigio de las columnas confederales les necesitaban en las trincheras. Mientras, la mayoría de los que habían entrado forzados a la colectividad se disponían a abandonarla, recuperando sus bienes, y haciendo buena su creencia que decía que aquello sería algo pasajero, una medida de guerra.

 

La propaganda comunista, que como hemos indicado en otro capítulo decía que los campesinos “saludaban alborozados a sus libertadores” cuando entraban en los pueblos, desarrolló pronto su labor de desprestigiar a los cenetistas de las colectividades. La visión que se trató de difundir por parte de los grupos contrarios a CNT era la de unas colectividades “hechas a pistoletazo limpio (...) Casi todos los crímenes que en Aragón se han cometido han girado alrededor de las colectividades”, como rezaba el periódico Vida Nueva. Las peores calamidades eran atribuidas a un modelo de sociedad que, por otra parte, tuvo serias dificultades para su implantación real, y de la que los resultados eran casi imposibles de constatar de manera objetiva. Sin embargo, lo que sí es objetivamente constatable es que, por mucho que la implantación fuese el resultado de un programa político, no lo era menos el motivo de la disolución.

 

Así lo expresaba el anarquista Emilio Bernuz, uno de los más afectados sentimentalmente por la represión del modelo colectivista, que para él, recordemos, cristalizaba las aspiraciones de justicia social y solidaridad:

 

“A nosotros el PC nos hizo mucho mal, a los de la CNT. Venían buscando a los cenetistas. Pero nosotros creíamos en el comunismo libertario, no en el comunismo autoritario. Cuando Líster y el Campesino deshicieron las colectividades, deshicieron también las ilusiones de la pobre gente que trabajaban con una ilusión de miedo. Pero ellos iban a por el mando y nada más. Luego se dejó porque tenía mucha fuerza, y porque el PC no tenía aquí ambiente favorable”[211].

 

El recuerdo de aquellos días en que los sueños de los anarquistas fueron reprimidos, y en que las disputas políticas entre los grupos de poder acabaron por desmontar lo que había sido el proyecto de sociedad libertaria, es evocado generalmente con amargura:

 

“También hicieron atrocidades los otros, los comunistas. Y ¿por qué mataban a la gente, que eran de izquierdas? ¿Por qué murieron? ¿Por qué nos perseguían, me pregunto yo? ¿Dónde está la libertad que pide esa gente, embusteros? Yo lo digo francamente, aunque no sea ni cenetista, ni socialista. Luchábamos todos por una república, pero como, los comunistas por un lado, los cenetistas por otro, los ugetistas, los del POUM... cogieron cada uno su bandera, y eso no puede ser”[212].

 

La baja de los colectivistas se hizo efectiva en Mas de las Matas el tres de Septiembre. El documento que lo certifica es de los más interesantes de los que alberga el archivo histórico:

 

            “Reunidos en el local del Consejo Municipal (...) la comisión representante de la Colectividad (...) y la comisión representante de los que figuran en la lista para darse de baja en dicha colectividad, en número aproximado de trescientos, y después de amplias deliberaciones sobre la forma que podría llegarse a un acuerdo para la baja de los expresados, tomándose los acuerdos siguientes:

 

1.     Reparto de trigo, piensos, paja y alfalfa recolectado hasta el día de la fecha, todo equitativamente.

2.     Todos los firmantes de la lista de baja podrán desde este momento hacerse cargo de sus fincas tal como estén en la actualidad, exceptuando los que (...) tengan las fincas incautadas, los cuales deberán continuar (...) en la Colectividad hasta que sean recolectadas las cosechas, con el fin de atender a los racionamientos (...)

3.     Tampoco pasarán a poder de sus propietarios las cosechas de las fincas que voluntariamente entregaron por no poderlas trabajar (...)

4.     El ganado lanar, cabrío, vacuno y cerdo será entregado a cada uno en igual número de cabezas que hubiese entregado (...)

5.     Ambas comisiones (...) se comprometen ha (sic) hacer efectiva la deuda que la colectividad tenga en esta fecha (...)

7.     Se procederá inmediatamente a la distribución proporcional del trigo y en el mismo acto, serán retiradas las cartillas de racionamiento (...)

 

Acta en la villa de Mas de las Matas a tres de septiembre de 1937”[213].

 

            Los repartos y devoluciones se iniciaron casi de inmediato. Derrotados por las armas y por la falta de apoyos populares, los anarquistas no pudieron de momento sino acatar órdenes. En el archivo se recogen unas cuantas de estas solicitudes de devolución de bienes: los camiones y automóviles, los edificios públicos pertenecientes al municipio (barbería, escuelas viejas, salón de teatro, la casa cuartel que fue de la Guardia Civil), los edificios privados (el Bar Universidad, la fábrica de alcoholes de Marino Andrés Herrero, la taberna...). Era el fin de la colectividad, del proyecto cenetista de dominación, de las aspiraciones anarcosindicalistas de control de la situación política. Pero también el fin de las aspiraciones de aquellos anarquistas “modélicos” que creían en la cultura, la libertad y las mejoras que el sistema había traído. Macario Royo se lo había advertido días antes a José Cebrián: “Yo una vez fui a verlo a Barcelona, donde estaba el comité nacional de los anarquistas, porque estaba de permiso. Me dijo: «José, tienes que decirle a los del pueblo que salven los que puedan la vida, que la guerra la tenemos perdida»”[214]. Entre los derechistas, sin embargo, la huella de la colectividad se había posado con profundidad:

 

            “Cuando terminó la colectividad no teníamos ni una perra. Los de CNT se marcharon donde pudieron. No hubo mucho enfrentamiento entre anarquistas y comunistas; peor fue en Aguaviva. Aquí los de CNT duraron algo más, pero después, si preguntabas quién era de la CNT, nadie lo era”[215].

 

Para la correcta devolución de las tierras, se creó una infructuosa Junta Calificadora de incautaciones (por parte de CNT, Enrique Royo, Amadeo Castañer y Manuel Arrufat). Infructuosa, porque el primer impulso de los propietarios fue tomar las tierras, sin esperar o atender a las órdenes dictadas por el municipio. Incluso se da el caso de quejas de cenetistas, por el incumplimiento de la normativa de la comisión que lo tramitaba. Y por el uso de sus tierras de algunos de los que, por haber sido acusados de fascistas, se les habían quitado las tierras y no se les habían devuelto aún. De nuevo, pues y al igual que cuando empezó, hacía menos de un año el descontrol, la desorganización y el ímpetu dominaban la vida económica del pueblo.

 

Además, las quejas de los tres anarquistas iban encaminadas hacia la pasividad del resto de la comisión, porque “Manuel Arrufat dice que para qué continuar más, si aunque estubieramos (sic) aquí diez meses seguidos no se habría de calificar a nadie, porque para bosotros (sic) todas las denuncias carecen de datos suficientes, y es por lo que se be (sic) que aquí no hay ningún fascista (...) prueba de ello lo demuestra que todas las denuncias que aquí han sido presentadas[las han hecho] los tres compañeros nombrados por la CNT (...), entonces demos por terminada nuestra labor”[216].

 

Sin embargo, aún cuando CNT se veía cada vez más sola, ante la imposición armada de la disolución, aquellos que habían creído en el sistema colectivista como vía de justicia social y de mejora de los medios de vida, decidieron mantener la gestora y el uso común de las tierras y los medios de producción.

Índice

 

 

 

El epílogo del colectivismo.

 

            Los anarquistas que seguían creyendo en el colectivismo decidieron mantener la producción socializada tras la salida de los derechistas y republicanos que habían participado de ella durante el año anterior. La cooperativa, como pasó a denominarse, englobaba a 577 individuos, que mantuvieron vivo el espíritu libertario hasta la caída del Frente de Teruel a favor de las tropas franquistas. Lo que sí supuso el fin definitivo de todo atisbo de libertades, del sentimiento colectivista y de la tradición republicana moderada o revolucionaria en el Bajo Aragón.

 

            Este último período de la socialización de tierras ha sido mostrado casi siempre como lo más positivo que la experiencia tuvo para la población. En este caso, no hay trabas ideológicas, presiones o represiones que empañen la visión que las gentes tuvieron: las relaciones económicas con el resto del pueblo fueron fluidas, y dentro de la cooperativa también; se pudo continuar con el proyecto de igualdad social entre aquellos que lo desearan. Aunque nosotros creemos que las razones para el mantenimiento de la colectividad hay que buscarlas más en lo cultural e ideológico que en lo meramente económico. La cultura política alternativa del anarquismo por fin había logrado alcanzar una meta ansiada: la del reconocimiento por parte del resto de la población; la de la no imposición a nadie; la de conseguir un índice de libertad (según los parámetros que el anarquismo trazaba para la libertad) interna que antes, cuando tenían que hacerse cargo de la política interna no habían alcanzado. La “normalidad” dentro de lo que un ambiente bélico permite, había por fin llegado a Mas de las Matas: el experimento colectivista avanzaba llevando con él a mas de un cuarto de la población. Lo cual suponía que, si al principio de la guerra había unos 200 anarquistas en el pueblo, y a 11 de Enero del 38 CNT englobaba a 261 socios; FAI a 110 y Juventudes Libertarias a 64[217], se logró convencer a no pocas personas de las ventajas de este modelo de sociedad, producción y consumo.

 

            La caída del Frente de Teruel supuso, como ya hemos indicado, el definitivo cierre de todo tipo de alternativa social más allá de la sumisión. El ambiente ya se veía venir algún tiempo antes: a 3 de Diciembre, la Alcaldía de Mas de las Matas hacía saber “que en previsión de cualquier ataque de la aviación se avisará a todo el vecindario con el arrebato de campanas para que ordenadamente vayan a los refugios; un segundo toque anunciará que ha pasado el peligro”[218]. La llegada de las tropas franquistas marca el fin del dominio republicano sobre Mas de las Matas, y abre un nuevo período para la localidad; un período de clandestinidad y represión para algunos, y de prosperidad para otros.

 

            La historia del anarquismo masino toca en el 38 a su fin. Al menos en lo que a organización efectiva se refiere. Hubo anarquistas que se quedaron en el pueblo. Alguno incluso intentó reorganizar alguna vez el sindicato, en la clandestinidad: reavivar la llama de ese anarquismo intelectual por el que la agrupación local siempre había trabajado. Pero los más fueron quienes hubieron de exiliarse, o refugiarse, o huir. O en el peor de los casos, sufrir la represión de los vencedores en forma de cárceles, campos de concentración o pelotones de fusilamiento. Es esta una historia que aún está por escribir, aunque poco a poco se vaya descubriendo la historia de una postguerra marcada por la venganza y la estructuración del nuevo estado y orden social. La clandestinidad sería el ingrato lugar que el anarquismo tenía reservado.

Índice

 


 

7. CONCLUSIÓN.    

 

A lo largo de esta labor de investigación, la primera a la que se enfrentaban sus autores, hemos ido desgranando las que nosotros creemos que han de configurar las conclusiones de la misma. No está de más, de todos modos, recapitular brevemente cuáles han sido. Al acercarnos al estudio local de la colectividad de Mas de las Matas desde las teorías generales que sobre estos procesos existen, hemos constatado algo fundamental: las colectividades suponían un proyecto consciente de las agrupaciones anarcosindicalistas, dirigidas por su comité federal, por establecer un modelo de control político sobre las zonas en que su revolución triunfó, y donde CNT logró, con el apoyo popular y la fuerza de la presión miliciana, hacerse con buena parte de los mecanismos de poder. Ello implicaba una triple dimensión revolucionaria: la de dicho control político, la de implantar un modelo económico determinado (el de la socialización de los medios de producción) y la de establecer un concepto de sociedad basado en la ideología libertaria.

 

            En Mas de las Matas estos preceptos trataron de hacerse cumplir; pero la experiencia colectivista mostró un claro ejemplo de cómo el proyecto teórico hubo de adaptarse a la coyuntura de cada localidad, a sus relaciones y estructuras de producción. Por ello, la coacción se implantó como primer recurso frente a los recelos de muchos habitantes a ingresar en la colectividad. Las dicotomías ideológicas en que se movía la zona republicana cristalizaron de forma violenta en la localidad: los asesinatos y la presión moral pudieron más que el rechazo a ceder las propiedades para los derechistas; no ocurrió así con los republicanos moderados. Y, sin embargo, la propia violencia revolucionaria fue rechazada por buena parte de la agrupación local de CNT: la influencia fundamental de su líder, Macario Royo, así como una ciega creencia en la educación y el desarrollo cultural, hacen que el recuerdo de los primeros momentos del sistema colectivista sean recordados por muchos amargamente. La coacción y la violencia se oponían transversalmente a lo que creían los anarquistas locales o muchos de ellos. Lo que no era sino convencer y no obligar. Hacer la revolución, sí. Pero si hacía falta instigar para su realización a quienes no la apoyaban, nunca desde el asesinato. Y sí desde potenciar la escolarización, la cultura y la tradición republicana: aspecto éste destacable, puesto que dentro del programa anarquista acabó adaptándose buena parte de la tradición progresista, republicanista y anticlerical que no sólo había caracterizado a los anarquistas sino también a otras opciones políticas no revolucionarias.

 

            La dimensión económica del colectivismo pudo realizarse gracias a esa coacción, y la consiguiente entrada de los miembros de las derechas del pueblo. El rechazo al sistema capitalista, a las situaciones de desigualdad que éste implica no tuvieron, en cambio, el deseado calado entre la población. En una localidad de mayoría pequeño-propietaria era algo casi utópico. Sobre todo cuando el modelo económico que se pretendía estaba más cerca de la ideología que de la realidad socioeconómica, no ya sólo de Mas de las Matas, sino en general de todas las colectividades. En todas se hubo de improvisar, y en todas surgieron desavenencias y problemas por el apartado del trabajo, la economía y la producción. La disensión entre teoría revolucionaria y praxis social se multiplicó cuando el proyecto socializante se extendió al apartado político. Lo que respondía al afán cenetista por dominar las mayores cotas de poder en la España leal, vía revolución, no hizo sino oponerse frontalmente a las tradiciones, las costumbres y la cultura política de muchos de los habitantes de los pueblos colectivizados. Y enfrentarse también a su propia teoría: las relaciones con los republicanos, el control económico del Consejo de Aragón o las relaciones de género son sólo tres ejemplos.

 

            El continuismo en lo que atañe a las mentalidades no resulta sorprendente: la escasa duración del experimento cenetista y las reticencias internas que desde el principio tuvo hicieron mucho en contra de la implantación de un modelo nuevo de sociedad. Además, surgieron los normales recelos ante el carácter violento que estaban adquiriendo los acontecimientos, por más que el contexto de guerra los explicase. La mala relación con los “individualistas” da buena muestra de ello. CNT controlaba la producción, la política, la educación... y en buena medida trataba de hacerlo con la vida cotidiana. Aunque de nuevo se hubo de enfrentar a la casi imposible cristalización de un proyecto demasiado teórico, demasiado utópico: la vida cotidiana trató de llevarse con la mayor normalidad que se pudo. Por ello, y a la par que algunos constatan que había ventajas en producir todos juntos, la memoria colectiva de la colectividad tiene un gusto agridulce. Por el miedo que pasaron unos, por las esperanzas frustradas de otros, y por comprobar que las diferencias políticas eran resueltas, como en el caso de la disolución de la colectividad, siempre por la fuerza de las armas.          

Índice

 


 

FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA.

 

Fuentes directas:

 

·        Entrevistas realizadas los días 12 y 13 de Julio de 1999 a:

                        Emilio Bernuz (83 años).

                        Pilar Blasco (86 años).

                        Félix Calpe (81 años).

                        José Cebrián (88 años).

                        Pilar Ferrer (81 años).

                        Regina Gil (78 años).

                        Nicolás Mir (81 años).

                        Tomás Mir (82 años).

·        Archivo histórico de Mas de las Matas (Grupo de Estudios Masinos). Cajas 1900-1938 1 y 2. Originales en el Archivo de Guerra Civil de Salamanca, Legajo R-1145.

 

Fuentes bibliográficas:

 

-AGUILERA, Ana y BLASCO, Inmaculada. “Una Historia en femenino”, en RÚJULA, Pedro y PEIRÓ, Ignacio (coords.) La Historia Local en la España Contemporánea. Estudios y reflexiones desde Aragón. L’Avenç, Barcelona 1999 (pp. 199-215).

-ÁLVAREZ JUNCO, José. La ideología política del Anarquismo español (1868-1910). Siglo XXI, Madrid 1991 (1976).

-BERNECKER, Walter L. Colectividades y revolución social. El anarquismo en la Guerra Civil española, 1936-1939. Crítica, Barcelona 1982 (1979).

-BOLLOTEN, Burnett. La Guerra Civil española. Revolución y contrarrevolución. Alianza, Madrid 1989.

-CARRASQUER, Félix. Las colectividades de Aragón. Un vivir autogestionado, promesa de futuro. Laia, Barcelona 1986.

-CASANOVA, Esther. “Represaliados en el Teruel republicano: justicia o venganza durante la Guerra Civil”, en RÚJULA, Pedro i PEIRÓ, Ignacio (coords.) La Historia Local en la España Contemporánea. Estudios y reflexiones desde Aragón. L’Avenç, Barcelona 1999 (pp. 238-251).

-CASANOVA, Julián. Caspe, 1936-1938. Conflictos políticos y transformaciones sociales durante la Guerra Civil. Monografía 3 de Cuadernos de Estudios Caspolinos. Institución Fernando el Católico, Zaragoza 1984.

            - Anarquismo y revolución en la sociedad rural aragonesa 1936-1938. Siglo XXI, Madrid 1985.

            - “Anarquismo y Guerra Civil: del poder popular a la burocracia revolucionaria”, en JULIÁ, Santos (coord.) Socialismo y Guerra Civil. Pablo Iglesias, Madrid 1987 (pp. 71-82).

            - “Socialismo y colectividades en Aragón”, en JULIÁ, Santos (coord.) Socialismo y Guerra Civil. Pablo Iglesias, Madrid 1987 (pp. 277-293).

            - “Introducción: sociedad rural, movimientos campesinos y colectivizaciones. Reflexiones para un debate” en El sueño igualitario. Campesinos y colectivizaciones en la España republicana, 1936-1939. Institución Fernando el Católico, Zaragoza 1988.

            - “Campesinado y colectivizaciones en Aragón: la lucha por el control de la revolución” en El sueño igualitario: campesinado y colectivizaciones en la España Republicana, 1936-1939. Institución Fernando el Católico, Zaragoza 1988 (pp. 47-60).

            - “Guerra y revolución: la edad de oro del anarquismo español”, en Historia Social nº 1. Primavera-verano de 1988, pp. 63-76.

            - De la calle al frente. El anarcosindicalismo en España (1931-1939). Crítica, Barcelona 1997.

            - “Rebelión y revolución”, en JULIÁ, Santos, CASANOVA, Julián, SOLÉ I SABATÉ, Josep María, VILLARROYA, Joan y MORENO, Francisco. Víctimas de la Guerra Civil. Temas de Hoy, Madrid 1999.

-CIFUENTES, Julita y MALUENDA, Pilar. El asalto a la República. Los orígenes del franquismo en Zaragoza (1936-39). Institución Fernando el Católico, Zaragoza 1995.

-FRASER, Ronald. Recuérdalo tú y recuérdalo a otros. Historia oral de la Guerra Civil española. Grijalbo Mondadori, Barcelona 1997 (1979).

-GABRIEL, Pere. “El Anarquismo en España”, en WOODCOCK, George. El Anarquismo. Historia de las ideas y movimientos libertarios. Ariel, Barcelona 1979 (1962), pp. 330-388.

-GARRABOU, Ramón, BARCIELA, Carlos y JIMÉNEZ, José Ignacio (eds.). Historia agraria de la España contemporánea. 3. El fin de la agricultura tradicional (1900-1960). Crítica, Barcelona 1986.

-GERMÁN ZUBERO, Luis. Aragón en la II República. Estructura económica y comportamiento político. Institución Fernando el Católico, Zaragoza 1984.

-HOBSBAWM, Eric J. Rebeldes primitivos. Estudios de las formas arcaicas de los movimientos sociales en los siglos XIX y XX. Ariel, Barcelona 1974 (1959).

-JACKSON, Gabriel. La república española y la Guerra Civil 1931-1939. Crítica, Barcelona 1995 (1967).

-KELSEY, Graham. Anarcosindicalismo y Estado en Aragón, 1930-1938. ¿Orden público o paz pública? Institución Fernando el Católico, Zaragoza 1994.

-LEVAL, Gastón. Colectividades libertarias en España. Aguilera, Madrid 1977.

-LUEBBERT, Gegory. Liberalismo, fascismo o socialdemocracia. Clases sociales y orígenes políticos de los regímenes de la Europa de entreguerras. Prensas Universitarias de Zaragoza, Zaragoza 1997 (1991).

-MALEFAKIS, Edward. Reforma agraria y revolución campesina en la España del siglo XX. Ariel, Barcelona 1980 (1970).

-MAURICE, Jacques. "Problemática de las colectividades agrarias de la guerra civil", separata de Agricultura y sociedad, junio de 1978.

-MINTZ, Frank. La autogestión en la España revolucionaria. La Piqueta, Madrid 1977.

-MONTAÑÉS, E. Anarcosindicalismo y cambio político: Zaragoza, 1930-1936. Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 1989.

-MORENO, Eliseo. “Desorden en el camino: análisis de la sociedad rural turolense desde la sublevación anarquista de 1932 hasta la insurrección de 1933”, en RÚJULA, Pedro y PEIRÓ, Ignacio (coords.) La Historia local en la España contemporánea. Estudios y reflexiones desde Aragón. L’Avenç, Barcelona 1999 (pp. 399-416).

-PANIAGUA, J. Libertarios y sindicalistas. Anaya, Madris, 1992.

            - La sociedad libertaria: agrarismo e industrialización en el anarquismo español (1930-1939). Crítica, Barcelona, 1992.

-PEIRATS, José. La CNT en la revolución española. Ruedo Ibérico, París 1971.

-PRESTON. Paul. “La Guerra Civil europea”, en Claves de razón practica, Nº 53, 1995.

-RANZATO, Gabriele. “Las colectivizaciones anarquistas en Cataluña y Aragón durante la Guerra Civil española, 1936-1939” (1972), en Lucha de clases y lucha política en la Guerra Civil española. Anagrama, Barcelona 1979 (1977).

-ROYO, Macario. Cómo implantamos el comunismo libertario en Mas de las Matas. Iniciales, Barcelona 1934.

-RUIZ CARNICER, Miguel Ángel. “Los estudios sobre Aragón en el siglo XX. Situación actual y perspectiva de futuro”, en RÚJULA, Pedro y PEIRÓ, Ignacio (coords.). La Historia local en la España contemporánea. Estudios y reflexiones desde Aragón. L’Avenç, Barcelona 1999 (pp. 126-148).

-RÚJULA, Pedro (coord). Entre el orden de los propietarios y los sueños de rebeldía. El Bajo Aragón y el Maestrazgo en el siglo XX. GEMA, Zaragoza 1997.          

-SIMONI, E. Cretas: la colectivización de un pueblo aragonés durante la Guerra Civil  española, 1936-1937. Centro de estudios Bajoaragoneses, Alcañiz, 1984.

-SOUCHY, Agustín. Entre los campesinos de Aragón. El comunismo libertario en las comarcas liberadas. Tusquets, Barcelona 1977 (1937).

-TUÑÓN DE LARA, Manuel, Historia de España IX. La crisis del Estado: dictadura, república, guerra (1923-1939) Labor, Barcelona 1981.

            -  (coord). La Guerra Civil española. 50 años después. Labor, Barcelona 1989.

-URIBE, D. et al. Realizaciones revolucionarias y estructuras colectivistas en la comarca de Monzón. Editorial Cultura  y Acción, Espurgues de Llobregat, 1977.

-WOLF, E.R. Las luchas campesinas del siglo XX. Siglo XXI, Méjico 1979 (1969).

-WOODCOCK, George. El Anarquismo. Historia de las ideas y movimientos libertarios. Ariel, Barcelona 1979 (1962).

-YUSTA, Mercedes. La Guerra de los vencidos. El maquis en el Maestrazgo turolense, 1940-1950. Institución Fernando el Católico, Zaragoza 1999.

-ZURITA CASTAÑER, Joaquín. Memorias Aragonesas. Ed. Propia, Zaragoza 1989.

 

Índice

 

 



[1]Vid. FRASER, Ronald. Recuérdalo tú y recuérdalo a otros. Historia oral de la Guerra Civil española. Grijalbo Mondadori, Barcelona 1997 (1979), pp. 68-78. Esta obra, considerada por muchos la mejor sobre la Guerra Civil, atiende al estudio local con profusión, y toma a Mas de las Matas y a varios de sus habitantes como ejemplo del desarrollo de las colectividades en el Bajo Aragón.

[2]Cfr. CASANOVA, Julián. Caspe, 1936-1938. Conflictos políticos y transformaciones sociales durante la Guerra Civil. Monografía 3 de Cuadernos de Estudios Caspolinos. Institución Fernando el Católico, Zaragoza 1984, p. 55.

[3]Vid. CARRASQUER, Félix. Las colectividades de Aragón. Un vivir autogestionado, promesa de futuro. Laia, Barcelona 1986.

[4]Vid. CASANOVA, Julián. “Introducción: sociedad rural, movimientos campesinos y colectivizaciones. Reflexiones para un debate” en El sueño igualitario. Campesinos y colectivizaciones en la España republicana, 1936-1939. Institución Fernando el Católico, Zaragoza 1988.

[5]Vid. WOLF, E.R. Las luchas campesinas del siglo XX. Siglo XXI, Méjico 1979 (1969).

[6]Vid. MORENO, Eliseo. “Desorden en el camino: análisis de la sociedad rural turolense desde la sublevación anarquista de 1932 hasta la insurrección de 1933”, en RÚJULA, Pedro y PEIRÓ, Ignacio (coords.) La Historia local en la España contemporánea. Estudios y reflexiones desde Aragón. L’Avenç, Barcelona 1999. Esta idea está también recogida en su reciente comunicación presentada al II Congreso de Historia local de Aragón, y constituye una de las tesis fundamentales de su tesis doctoral, aún inédita.

[7]Cfr. WOLF, E.R. Op. cit.

[8]Cfr. BOLLOTEN, Burnett. “La revolución en el campo. El comunismo libertario: teoría y práctica”, en La Guerra Civil española. Revolución y contrarrevolución. Alianza, Madrid 1989 (pp. 137-162)

[9]Ibídem, p. 161.

[10]Vid. ÁLVAREZ JUNCO, José. La ideología política del anarquismo español (1868-1910). Siglo XXI, Madrid 1991 (1976).

[11]Vid CARRASQUER, Félix. Op. cit.

[12]Ibídem, p. 30.

[13]vid. BERNECKER, Walter L. Colectividades y revolución social. El anarquismo en la guerra civil española. 1936-1939. Crítica, Barcelona. 1982 (1979).

[14]Ibídem, p. 22.

[15]Ibídem, p.257.

[16]Vid. CASANOVA, Julián. “Campesinado y colectivizaciones en Aragón: la lucha por el control de la revolución”, en El sueño igualitario... Op. cit., pp. 47-60.

[17]Las referencias son abundantísimas. Por ejemplo, vid. MALEFAKIS, Edward. Reforma agraria y revolución campesina en la España del siglo XX. Ariel, Barcelona 1980 (1970).  

[18]Cfr. MALEFAKIS, Edward. Op. cit., p. 168.

[19]Vid. HOBSBAWM, Eric. Rebeldes primitivos. Estudios de las formas arcaicas de los movimientos sociales en los siglos XIX y XX. Ariel, Barcelona 1974 (1959). También en ÁLVAREZ JUNCO, José. Op. Cit.

[20]Todos estos argumentos están extraídos de “Protesta social, insurrección y anarcosindicalismo”, ponencia presentada en el Primer Congreso de Historia Local de Aragón.

[21]Cfr. TUÑÓN DE LARA, Manuel, Historia de España IX. La crisis del Estado: dictadura, república, guerra (1923-1939) Lábor, Barcelona 1981, p. 277.

[22]Ibídem.

[23]Vid. MAURICE, Jacques. “Problemática de las colectividades agrarias de la guerra civil”, separata de Agricultura y sociedad, junio de 1978.

[24]Vid. CASANOVA, Julián. Anarquismo y revolución... Op. cit., p. 116.

[25]Ibídem, p. 119.

[26]Para conocer con profundidad la persona y pensamientos de este anarquista representante de Mas de las Matas en el Consejo de Aragón, conviene consultar sus memorias inéditas, que se pueden hallar en el Archivo de la localidad, y que son el resultado de las entrevistas de Andrés Añón (sin catalogar).

[27]Ibídem, p. 127.

[28]Ibídem, p. 200.

[29]Documento nº 90. Caja 1900-1938/2. Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA). Todos los documentos de esta caja, salvo cuando se indique lo contrario, tienen por original los del Archivo de Guerra Civil de Salamanca, Legajo R-1145, por lo que obviaremos volver a citarlo.

[30]Cfr. KELSEY, Graham. Anarcosindicalismo y Estado en Aragón, 1930-1938. ¿Orden público o paz pública? Institución Fernando el Católico, Zaragoza 1994, pp. 408-419.

[31]Cfr. SOUCHY, Agustín. Entre los campesinos de Aragón. El comunismo libertario en las comarcas liberadas. Tusquets, Barcelona 1977 (1937), p. 58.

[32]Cfr. CASANOVA, Julián. Anarquismo y revolución... Op. cit., p. 218.

[33]Vid. RANZATO, Gabriele. “Las colectivizaciones anarquistas en Cataluña y Aragón durante la Guerra Civil española, 1936-1939” (1972), en Lucha de clases y lucha política en la Guerra Civil española. Anagrama, Barcelona 1979 (1977).

[34]Cfr. CARRASQUER, Félix. Op. cit., p. 35.

[35]Cfr. BOLLOTEN, Burnett. Op. cit., p. 149.

[36]Cfr. BERNECKER, Walter L. Op. cit., p. 259.

[37]Cfr. FRASER, Ronald. Op. cit., p. 62.

[38]Ibídem, p. 50.

[39]Cfr. ÁLVAREZ JUNCO, José. Op. cit., p. 588.

[40]Vid. GABRIEL, Pere. “El Anarquismo en España”, en WOODCOCK, George. El Anarquismo. Historia de las ideas y movimientos libertarios. Ariel, Barcelona 1979 (1962), pp. 330-388.

[41]Cfr. MALEFAKIS, Edward. Op. cit., p. 340.

[42]Cfr. BERNECKER, Walter L. Op. cit., pp. 77-79.

[43]Ibídem, p. 82.

[44]Ibídem, p. 114.

[45]Ibídem, p. 175.

[46]Vid. CASANOVA, Julián. “Campesinado y colectivizaciones...” Op. cit., pp. 47-60.

[47]Cfr. CASANOVA, Julián. Anarquismo y revolución... Op. cit., p. 153.

[48]Ibídem, p. 135.

[49]Ibídem, p. 154.

[50]Cfr. CARRASQUER, Félix. Op. cit., p. 41.

[51]Cit. en CASANOVA, Julián. “Socialismo y colectividades en Aragón”, en JULIÁ, Santos (coord.) Socialismo y Guerra Civil. Pablo Iglesias, Madrid 1987, pp. 277-293.

[52]Vid. RANZATO, Gabriele. Op. cit., p. 40.

[53]Ibídem, pp. 48-49.

[54]Cfr. CASANOVA, Julián. “Anarquismo y revolución...”. Op. cit., p. 78.

[55]Ibídem, p. 81.

[56]Ibídem, p. 82.

[57]Cfr. CASANOVA, Julián. “Guerra y revolución: la edad de oro del anarquismo español”, en Historia Social nº 1. Primavera-verano de 1988, pp. 63-76.

[58]Vid. CASANOVA, Julián. “Introducción: sociedad rural...”. Op. cit.

[59]Cfr. PRESTON. Paul. "La Guerra Civil europea". en Claves de razón practica, Nº 53. 1995, p. 2.

[60]Vid. FORCADELL.Carlos. “Identidad comunitaria e historia en el Bajo Aragón y en el Maestrazgo”. en RÚJULA, Pedro y PEIRÓ, Ignacio (coords.), Entre el orden de los propietarios y los sueños de rebeldia. El Bajo Aragón y el Maestrazgo en el S. XX. GEMA, Zaragoza, 1997, p.17.

[61]Vid.GERMÁN ZUBERO,Luis. Aragón en la II Republica. Estructura económica y comportamiento     político. IFC, Zaragoza, 1984, p 87.

[62]Vid. FORCADELL.Carlos. Op. cit , p.18.

[63]Documento 38. Caja 1900-1938/1. B:N:-D.1392; Anuario General de España Año 1935. Pag. 548-549. Tomo IV. Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA).

[64]Esta tendencia nos es mostrada por el Índice de Producción Industrial calculado para España por Juan José Carreras Ares.

[65]Cfr. FORCADELL.Carlos. Op. cit, p.17.

[66]Cfr. GERMÁN ZUBERO,Luis. Op.cit, p.53

[67]Testimonio de Emilio Bernuz, 12-VII-1999.

[68]La hora es una unidad de medida de los campos muy frecuente en Mas de las Matas.

[69]Documento 113. Caja 1900-1938/1. Archivo Alfarda  Mas de las Matas. Lista cobratorio de contribuyentes que tienen fincas de regadio en el termino municipal. Año 1935. . Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA).

 

[70]Documento 91. Caja 199-1938/1. Documento propiedad de la familia Sorribas-Ramo. Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA)

[71]Documento 38. Caja 199-1938. B:N:- D.1392; Anuario General de España. Año 1935. Pags. 548 y 549. Tomo IV. Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA).

[72]Testimonio de Emilio Bernuz, 12-VII-1999.

[73]Cfr. ZURITA CASTAÑER, Joaquín, Memorias Aragonesas, Joaquín Zurita Castañer, Zaragoza, 1990. p. 39

[74]Joaquín Zurita nos narra cómo los republicanos realizaron un boicot al boticario del pueblo, por ser éste un hombre muy católico, y acérrino defensor de la Iglesia.

[75]Documento 61. Caja 199-1938/1. ADZ; Caja documento 1849-1949 (Mas de las Matas). Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA).

[76]Entrevista a Macario Royo Lisbona, p.4.

[77]Ibídem. p.8

[78]Cfr. ZURITA CASTAÑER, Joaquín. Op. cit. p. 39.

[79]Vid. GABRIEL, Pere. Op. cit., p. 363

[80]Entrevista a Macario Royo.

[81]Ibídem. p.18

[82]Vid. MALEFAKIS, Edward. Op. cit., p. 168

[83]Vid. ZURITA CASTAÑER, Joaquín. Op. cit., p.65.

[84] Ibídem, p.66

[85]Vid. MORENO, Eliseo. Op. cit., pp. 399-416.

[86]Porcentaje calculado a partir de los datos consegidos del Documento 90. Caja 1900-1938. Signatura Original: Archivo Municipal de Mas de las Matas. Legajo: Padrón de Habitantes. Año 1934. Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA).

[87]Documento 64. Caja 1900-1938/2. ADZ; Caja documentos 1849-1949 (Mas de las Matas). Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA).

[88]Testimonio de Pilar Blasco, 12-VII-1999.

[89]Documento 75. Caja 1900-1938/1. ADZ; Caja documentos 1849-1949 (Mas de las Matas). Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA).

[90]Entrevista a Macario Royo, pp.76-77.

[91]Vid. YUSTA, Merche, “El maquis en el Maestrazgo (1940-1950): Rasgos de una sociedad rural en conflicto” en RÚJULA, Pedro y PEIRÓ, Ignacio (coords.) Op. cit., p. 153.

[92]Cfr. MORENO, Eliseo. Op. cit., p.411.

[93]Ibídem, p. 411.

[94]Cfr. ZURITA CASTAÑER, Joaquín. Op. cit., p.48.

[95]Ibídem. p.67.

[96]Vid. KELSEY, Graham,Anarcosindicalismo y Estado en Aragón 1930-1938. ¿ Orden Público o Paz Pública?, IFC, Zaragoza, 1994. p.462

[97]Cfr. ZURITA CATAÑER, Joaquín. Op. cit., p.81. 

[98]Vid. MORENO, Eliseo. Op. cit. pp.399-400.

[99]Entrevista a Macario Royo. pp.66-68

[100]Vid. MALEFAKIS, Edward. Op. cit. 

[101]Vid. ZURITA CASTAÑER, Joaquín. Op. cit., p.76

[102]Ibídem. p.77

[103]Testimonio de Tomás Mir, 13-VII-1999.

[104]Documento 40. Caja 1900-1928/2. Periodico Campo Libre, Madrid, 28 de diciembre de 1935. Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA).

[105]Entrevista a Macario Royo. pp.78-79

[106]Entrevista a Macario Royo. Nota del corrector. pp. 81-82.

[107]Documento 39. Caja 1900-1938/1. Periódico El Sol, Madrid, 12 de diciembre de 1933. Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA).

[108]Testimonio de Emilio Bernuz, 12-VII-1999.

[109]Documentos 102 y 103. Caja 1900-1938/1. Archivo Alfarda, Mas de las Matas. Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA).

[110]Libro de Actas del Ayuntamiento de Mas de las Matas. Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA).

[111]Cfr. GERMÁN ZUBERO, Luis. Op. cit., p.188.

[112]Testimonio de Emilio Bernuz, 12-VII-1999.

[113]Entrevista a Macario Royo, p. 86.

[114]Vid. ZURITA CASTAÑER, Joaquín. Op. cit., p.79.

[115]Los condenados a penas de veinte años fueron Blas Zapater, Francisco Aguilar, Antonio Gracia y Joaquín Molés, y los condenados a penas de seis años de prisión fueron Joaquín Feliús, Miguel Carceller, Serafín Adell, Lorenzo Espada, Manuel Gil, Antonio Gil, Francisco Gil. Manuel Martín, José Blasco y Pascual Castañer. Documento 40. Caja 1900-1938/2. Periódico Campo Libre, Madrid, 28 de diciembre de 1935.

[116]Testimonio de Pilar Blasco, 12-VII-1999.

[117]Vid. AGUILERA, Ana y BLASCO, Inmaculada. “Una Historia en femenino”, en RÚJULA, Pedro y PEIRÓ, Ignacio (coords.) La Historia Local... Op. cit., pp. 199-215.

[118]Vid. GERMÁN ZUBERO, Luis. Aragón en la II República. Estructura económica y comportamiento político. Institución Fernando el Católico, Zaragoza 1984.

[119]Ibídem, p. 54.

[120]Así lo indica LUEBBERT, Gegory. Liberalismo, fascismo o socialdemocracia. Clases sociales y orígenes políticos de los regímenes de la Europa de entreguerras. Prensas Universitarias de Zaragoza, Zaragoza 1997 (1991).

[121]Testimonio de Emilio Bernuz, 13-VII-1999.

[122]Cfr. LEVAL, Gastón. “Mas de las Matas y su comarca”, en Colectividades libertarias en España. Aguilera, Madrid 1977.

[123] Testimonio de Regina Gil y Félix Calpe, 12-VII-1999.

[124]Cfr. CARRASQUER, Félix. Op. cit., p. 26.

[125]Vid. CIFUENTES, Julita y MALUENDA, Pilar. El asalto a la República. Los orígenes del franquismo en Zaragoza (1936-39). Institución Fernando el Católico, Zaragoza 1995.

[126]Vid. CASANOVA, Julián. “Rebelión y revolución”, en JULIÁ, Santos, CASANOVA, Julián, SOLÉ I SABATÉ, Josep María, VILLARROYA, Joan y MORENO, Francisco. Víctimas de la Guerra Civil. Temas de Hoy, Madrid 1999.

[127]Ibídem, p. 70.

[128]Cfr. ZURITA CASTAÑER, Joaquín. Op. cit., p. 97.

[129] Testimonio de Regina Gil, 12-VII-1999.

[130]Cfr. ZURITA CASTAÑER, Joaquín. Op cit., p. 394.

[131]Ibídem.

[132]Cfr. ZURITA CASTAÑER, Joaquín. Op. cit., p. 101.

[133]Cfr. FRASER, Ronald. Op. cit., p. 64.

[134]Testimonio de Tomás Mir, 13-VII-1999.

[135]Cfr. ZURITA CASTAÑER, Joaquín, Op. cit., pp. 103-104.

[136]Cfr. KELSEY, Graham. Op. cit., p. 403.

[137]Cfr. BERNECKER, Walter L. Op. cit.

[138]Cfr. FRASER, Ronald. Op. cit., p. 69.

[139]Testimonio de Regina Gil, 12-VII-1999.

[140]Testimonio de Tomás Mir, 13-VII-1999.

[141]Cfr. FRASER, Ronald. Op. cit., p. 69.

[142]Testimonio de Nicolás Mir, 13-VII-1999.

[143]Testimonio de Nicolás Mir, 13-VII-1999.

[144]Testimonio de Emilio Bernuz, 13-VII-1999.

[145]Ibídem.

[146]Testimonio de Emilio Bernuz. Ambos en el citado vídeo.

[147]Cfr. FRASER, Ronald. Op. cit., p. 70.

[148]Testimonio de Tomás Mir, 13-VII-1999.

[149]Testimonio de José Cebrián, 12-VII-1999.

[150]Documentos 86 y 87. Caja 1900-1938/1. Fuente original: Archivo de la Diputación de Zaragoza.

[151]Cfr. FRASER, Ronald. Op. cit., p. 72.

[152]Testimonio de Nicolás Mir, 13-VII-1999.

[153]Cfr. FRASER, Ronald. Op. cit., p. 71.

[154] Testimonio de Pilar Blasco y José Cebrián, 12-VII-1999.

[155]Testimonio de Nicolás Mir, 13-VII-1999.

[156]Vid. SOUCHY, Agustín. Op. cit., p. 58.

[157] Vid. CASANOVA, Esther. “Represaliados en el Teruel republicano: justicia o venganza durante la Guerra Civil”, en RÚJULA, Pedro i PEIRÓ, Ignacio (coords.) La Historia Local... Op. Cit. pp. 238-251.

[158]Cfr. MINTZ, Frank. Op. cit., 100.

[159]Documento nº 11. Caja 1900-1938/2. Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA).

[160]Documento nº 21. Caja 1900-1938/2. Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA).

[161]Cfr. BERNECKER, Walter L. Op. cit., p. 172.

[162]Testimonio de Nicolás Mir, 13-VII-1999.

[163]Cfr. FRASER, Ronald. Op. cit., p. 72.

[164]Testimonio de Tomás Mir, 13-VII-1999.

[165]Testimonio de Regina Gil y Félix Calpe, 12-VII-1999.

[166]Cfr. FRASER, Ronald. Op. cit., p. 76.

[167]Testimonio de José Cebrián, 12-VII-1999.

[168]Documento nº 33. Caja 1900-1938/2. Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA).

[169]Documento nº 34. Caja 1900-1938/2. Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA).

[170]Documento nº 52. Caja 1900-1938/2. Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA).

[171]Cfr. FRASER, Ronald. Op. cit., p. 70.

[172]Vid. LEVAL, Gastón. Op. cit., p. 146.

[173]Testimonio de Pilar Ferrer, 12-VII-1999.

[174]Cfr. FRASER, Ronald. Op. cit., p. 73.

[175]Testimonio de Plácido Castañer, en el vídeo La Guerra Civil Española.

[176]Testimonio de Benigno Castañer, en el vídeo La Guerra Civil Española.

[177]Documento nº 83. Caja 1900-1938/1. Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA).

[178]Testimonio de Pilar Blasco y José Cebrián. 12-VII-1999.

[179]Documento nº 84. Caja 1900-1938/1. Sin signatura (colección particular). Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA).

[180]Cfr. LEVAL, Gastón. Op. cit., p. 149.

[181]Testimonio de Nicolás Mir, 13-VII-1999.

[182]Testimonio de Emilio Bernuz, 13-VII-1999.

[183]Testimonio de Nicolás Mir, 13-VII-1999.

[184]Testimonio de Tomás Mir, 13-VII-1999.

[185]Testimonio de Emilio Bernuz, 13-VII-1999.

[186]Testimonio de Nicolás Mir, 13-VII-1999.

[187]Cit. en Capa: cara a cara. Fotografías de Robert Capa sobre la Guerra Civil Española. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Ministerio de Educación y Cultura. Aperture, Madrid 1999, p. 14.

[188]Documento nº 23. Caja 1900-1938/2. Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA).

[189]Documento nº 24. Caja 1900-1938/2. Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA).

[190]Vid. KELSEY, Graham. Op. cit.

[191]Testimonio de Nicolás Mir, 13-VII-1999.

[192]Testimonio de José Cebrián, 12-VII-1999.

[193]Cfr. CASANOVA, Julián. Anarquismo y revolución... Op. cit., p. 218.

[194]Cfr. FRASER, Ronald. Op. Cit., p. 76.

[195]Documento nº 125. Caja 1900-1938/2. Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA).

[196]Testimonio de Emilio Bernuz. 13-VII-1999.

[197]Testimonio de Nicolás Mir, 13-VII-1999.

[198]Cfr. FRASER, Ronald. Op. cit., p. 73.

[199]Testimonio de Tomás Mir, 13-VII-1999.

[200]Testimonio de José Cebrián, 12-VII-1999.

[201] Testimonio de Pilar Blasco, 12-VII-1999.

[202] Testimonio de Regina Gil, 12-VII-1999.

[203] Testimonio de Pilar Ferrer, 12-VII-1999.

[204] Testimonio de Regina Gil y Félix Calpe. 12-VII-1999.

[205] Testimonio de Pilar Ferrer, 12-VII-1999.

[206] Testimonio de Emilio Bernuz, 13-VII-1999.

[207] Testimonio de Nicolás Mir, 13-VII-1999.

[208] Testimonio de Félix Calpe, 12-VII-1999.

[209] Testimonio de José Cebrián, 12-VII-1999.

[210] Testimonio de Tomás Mir, 13-VII-1999.

[211] Testimonio de Emilio Bernuz, 13-VII-1999.

[212] Testimonio de José Cebrián, 12-VII-1999.

[213] Documento nº 39. Caja 1900-1938/2. Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA).

[214] Testimonio de José Cebrián, 12-VII-1999.

[215] Testimonio de Pilar Ferrer, 12-VII-1999.

[216] Documento nº 100. Caja 1900-1938/2. Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA).

[217] Documentos nº 113, 114 y 115. Caja 1900-1938/2. Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA).

[218] Documento nº 101. Caja 1900-1938/2. Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA).