El
anarquismo en Mas de las Matas: 1933-1939
Javier Rodrigo Sánchez, Antonio Serrano Sanz
Publicado en Mas de las Matas 19 (2000)
1. INTRODUCCIÓN. ANARQUISMO Y COLECTIVIDADES: MARCOS Y
TEORÍAS GENERALES
2. RASGOS DE ARTICULACIÓN LOCAL
La vida política. El
Centro Republicano y la llegada del anarquismo
3. ASÍ INSTAURARON EL COMUNISMO LIBERTARIO: 1933
El
levantamiento de Mas de las Matas
4. LA
APERTURA DE LA VÍA REVOLUCIONARIA. JULIO-1936/AGOSTO-1937
¿Revolución espontánea o forzosa?
La relación con los
"individualistas"
6. HACIA EL FIN
DE LA COLECTIVIDAD. AGOSTO-1937/FEBRERO-1938
7. CONCLUSIÓN
1.
INTRODUCCIÓN. ANARQUISMO Y COLECTIVIDADES: MARCOS Y TEORÍAS
GENERALES.
Y mientras estábamos allí, el sol salió por entre los cerros lejanos y
empezó a lucir por la carretera, a donde
daba la tapia blanca del cuartel, y el
polvo en el aire se hizo de color
dorado; y el campesino que estaba junto a mí miró a la tapia del cuartel, miró
a los que estaban por el suelo, nos miró a nosotros, miró al sol y dijo: “Vaya, otro día que
comienza”
ERNEST
HEMINGWAY. Por quién doblan las campanas.
En
primer lugar, expresar nuestro agradecimiento al Grupo de Estudios Masinos. Sin
el apoyo recibido vía beca de ayuda a la investigación “Museo de Mas de las
Matas”, este trabajo se habría quedado en un proyecto. También, por supuesto, a
todos cuantos nos han animado a su realización. Y sobre todo, un fuerte
agradecimiento a cuantos quisieron conversar con nosotros sobre sus vidas y
experiencias. Para que la memoria no se pierda. Esta labor habría sido
imposible sin Pilar Ferrer, Nicolás Mir, Emilio Bernuz, Tomás Mir, Regina Gil,
Félix Calpe, José Cebrián y su esposa Pilar Blasco. Para ellos y ellas es
nuestra mayor deuda.
El
uso de la Historia Local como medio para ratificar, demostrar o invalidar las
teorías históricas generales ha de ser la premisa fundamental que nos alumbre a
lo largo de este texto. Sorprende poco gratamente el que, en la multitud de
estudios que sobre anarquismo, colectividades o Guerra Civil se atienda poco a
los personajes, las poblaciones individuales o vistas en su entorno cercano, y
sobre todo a las percepciones individuales o colectivas que al respecto tenían
las gentes que vivieron los hechos que han marcado nuestra Historia. Por tanto,
un estudio local como éste no está enfocado hacia una historia cerrada sobre sí
misma, sino hacia la muestra de la relevancia de acontecimientos particulares,
visiones y personas en los sucesos históricos. Más si cabe en casos como el que
nos ocupa: la relevancia de lo acontecido en Mas de las Matas no ha sido pasada
por alto en algunos de los mejores trabajos sobre la época[1].
Por tanto, no se debe dejar de lado el estudio microscópico, si éste da buena
muestra de lo macroscópico, y sobre todo si señala las percepciones
particulares de los protagonistas y de su memoria.
Los
trabajos centrados en localidades aragonesas bajo dominio anarquista durante la
Guerra Civil son escasos y habitualmente su distribución es exigua. La estela
dejada por el matrimonio Simoni en su libro para Cretas o por Julián Casanova
para Caspe no puede decirse que haya sido abonada. Aún así, sigue vigente lo
que el segundo indicaba: “Ceñir el asunto a un caso concreto permite, en
cambio, una valoración más precisa”[2].
Una valoración más precisa, sobre todo, de los procesos sociopolíticos que
determinaron, en mayor o menor medida, el desarrollo general del conflicto
bélico. Procesos en los que vemos mezclados redecillas políticas, pero también
personales. En los que las percepciones individuales saltan a la palestra como
fundamentos del devenir histórico. En los que la influencia de un personaje u
otro en una u otra localidad determinan su configuración histórica. Procesos,
en definitiva, en los que lo general, las relaciones de poder o la economía se
ve matizada y pormenorizada por lo particular, lo familiar, el recuerdo y la
memoria. Es este tipo de historia el que desde aquí queremos hacer: que no
olvide el horizonte de los procesos supralocales, pero desde la óptica de lo
local.
Las
fuentes en las que nos basamos para la realización de este estudio dejan, de
todas maneras, abiertos frentes de discusión en los que trataremos de ahondar.
La documentación directa, consultada en el Archivo de Mas de las Matas y
gestionada por el Grupo de Estudios Masinos, no llena las lagunas conceptuales
e históricas de manera satisfactoria. En primer lugar, la documentación
anarquista fue destruida ¾cuando se generaba¾, y las
referencias a temas cruciales, como el de la vida cotidiana en el marco de la
colectividad son siempre a posteriori.
Las noticias sobre el carácter forzoso de las mismas o no, por ejemplo, han de
ser rastreadas en documentos tardíos. En el ejemplo dado, en los actos de
devolución de tierras y bienes materiales a sus dueños; y también en las quejas
hechas por vecinos de la localidad hacia la injusta situación. Pero son fuentes
lógicamente parciales, que pueden dar una visión de la percepción de una
persona o un grupo de personas, y no así del carácter objetivo de la vida en
colectividad.
Más
allá de las fuentes escritas, de las que suponen un pilar fundamental las
fuentes secundarias, los libros, estudios y monografías, hemos hallado un
sustento importantísimo en las fuentes orales. Las entrevistas realizadas, si
bien no son todas las que podríamos haber incluido, dan buena muestra de no
sólo las citadas percepciones individuales, sino de retazos de historia a los
que la documentación, por interés, negación u omisión, no hacen referencia. Por
tanto, pueden considerarse una fuente primordial, más allá de su carácter
parcial o subjetivo. Cualquier tipo de fuente lo es; si se conoce este dato y
se logra superar y completar el testimonio oral con el análisis metódico,
hallamos unos testimonios fundamentales de los personajes protagonistas de la
historia.
* *
*
El
esquema de trabajo del que nos hemos valido trata de abarcar desde el arraigo
de la doctrina anarquista en las localidades del Bajo Aragón, y
fundamentalmente en Mas de las Matas, desde una tradición, una cultura y
corriente de pensamiento liberal-progresista e instigada por elementos
internos. Los rasgos de articulación local del poder y de las ideas dan buena
muestra de los aspectos que configuran esa “cultura alternativa”, laica y
republicana, que en localidades como ésta tienen más importancia real que las doctrinas
cerradas de una u otra índole. El sindicalismo agrario, fundamentado o no en la
necesidad o en la percepción individual y colectiva de la justicia social, se
ve apoyado “desde fuera” por una doble singularidad: la de la importancia de la
figura local de Macario Royo, por una parte, y la influencia desde la urbe del
sindicalismo industrial y obrero por otra. Ello nos llevará, inexorablemente, a
ver cómo por primera vez y en un primer intento de aplicación práctica de los
dogmas anarquistas, diciembre del 33 se convierte en una fecha clave en la
historia de la localidad.
En
dicha fecha, los apoyos previos a la Guerra Civil del anarquismo se verán con
claridad; considerado raíz el levantamiento del proceso ulterior de desarrollo
sindical o no, lo cierto es que para muchos de sus protagonistas la conexión
estaba clara. El 33 era el “precedente”, la experiencia de la que hubieron de
aprender. Y ese aprendizaje no fue otro que constatar la desunión, descoordinación
sindical, así como la brutalidad represiva del estado y sus fuerzas del orden.
Respondiendo a la pregunta de si puede considerarse comunismo libertario lo que
en opinión de Macario Royo se implantó en Mas de las Matas, trataremos de
adentrarnos en las valoraciones que al respecto se trazaron por algunos de sus
artífices y detractores. Así como en sus consecuencias inmediatas y futuras:
supone el referente, cuando menos ideológico, bajo cuya sombra andará el sindicalismo
anarquista hasta la apertura de la vía revolucionaria, de la instauración de la
colectividad y de la afirmación de CNT como referente político superior en una
zona de arraigo anarquista fuerte, pero no mayoritario.
Aspectos
políticos como la influencia del Consejo de Aragón o de la Federación Regional
de Colectividades no deben ocultar, como en la mayoría de las monografías al
uso, el desarrollo interno del poder y la estructuración en cada localidad. Por
ello, tanto la organización política como la configuración de las tareas
administrativas bajo la colectividad han de tener aquí un papel principal. Las
materias económicas ¾ no olvidemos que la colectividad
agraria tiene una doble vertiente político-social y económica¾ también
adquieren especial relevancia. El acto de colectivizar los recursos para el
común es fundamental en la estructuración de una mentalidad proclive o detractora
al respecto del sistema político. Por tanto, habremos de mostrar cuáles eran
las “bondades” del sistema colectivista aplicado a una localidad como Mas de
las Matas, predominantemente constituida en lo agrario por los pequeños
propietarios. Y así habremos de ver, junto con los apoyos internos recibidos
por los anarquistas, si la “revolución moral”[3]
de la que se nos habla fue una imposición violenta, una aceptación tácita o un
acto solidario para la mayoría no sindicada bajo el aura del anarquismo.
Y,
claro está, se tendrán que ver aspectos como la educación, la familia, la
producción no agrícola, la cultura, el papel de la mujer... como determinantes
en la configuración de la mentalidad de las gentes, de la visión y percepción
que al respecto de la colectividad se estructuraron. Así como el denominado
“fin de la colectividad”; que no fue brusco, sino progresivo tras el Decreto de
disolución que terminó en teoría con los proyectos de producción comunitaria, y
que sin embargo en Mas de las Matas se mantuvo hasta la caída del frente de
Teruel, y tras una dura represión por parte de las tropas de Líster bajo el
mandato del gobierno republicano de Valencia.
El
estudio del anarquismo, el arraigo y sistematización de la ideología anarquista
en España, y de las colectividades agrarias durante la Guerra Civil han dado,
en general, resultados fructíferos. Tema clave en el desarrollo de la política
republicana, no ha sido pasado por alto en las monografías que respecto al
proceso bélico se han escrito. La razón principal, dejando aparte justificaciones
ideológicas o críticas ahistóricas, hemos de buscarla en el afán por explicar
la derrota legalista en 1939. Por ello, los intereses se han dirigido hacia
tratar de explicar la desunión, la falta de mando único, por una parte, o hacia
mostrar el proceso revolucionario abierto tras el fracaso del golpe militar de
julio del 36, por otra. Desde ambas perspectivas podemos hallar conexiones causales
que devienen en la realización de las colectividades en los territorios
“liberados”. Desde ambas podemos constatar el intento desestructurado pero real
de dominio político por parte del sindicato anarquista, CNT, en el bando
republicano. Y así también la falta de unión, de madurez teórica ¾y práctica¾ de los
postulados anarquistas al respecto del “problema agrario” o en general respecto
a la configuración de un poder político coherente y funcional. La disensión
entre teoría anarquista y praxis ¾revolucionaria o no¾ factual
será uno de los temas en los que, con mayor profundidad, entraremos a lo largo
de este trabajo.
Y,
de manera específica al respecto de las colectivizaciones durante la Guerra
Civil, el debate epistemológico sigue sanamente abierto en las escasas
publicaciones que se lanzan. Son muchos los conceptos que aún hoy se mantienen
a debate, como muestra Julián Casanova[4].
En el texto citado en nota, se pone en relación las teorías y las praxis
colectivistas con los estudios teóricos sobre las luchas campesinas del siglo XX,
no sin las evidentes dificultades. Aún así, algunas de las conclusiones que se
desprenden son interesantes para trasladarlas a nuestro estudio local. En
primer lugar, parece claro que la movilización agraria no proviene de las
clases más favorecidas, sino de los pequeños propietarios; tan pequeños, que la
ideología anarquista no les perjudica al despojarles de sus escasas
propiedades, sino que les favorecen en el uso común de los bienes de labranza.
Pero
ello matizado objetivamente por el hecho de que la movilización tiene un
carácter externo, exógeno. Sea vía milicias ¾como veremos
más adelante¾, vía influencia
de un personaje interno “adoctrinado” o vía sindicalismo urbano aplicado de
manera teórica al mundo rural, lo cierto es que la colectividad, el sistema
anarquista era querido a priori no
por mucha gente. No ya sólo en Mas de las Matas, donde la tradición republicana
o la existencia de núcleos cenetistas no parece suficiente para explicar la imposición
de un sistema de poder no aplicado previamente y difícilmente adaptable a la
realidad de cada economía. Tampoco en la mayoría de las poblaciones donde se
mantuvieron. La extracción social del apoyo al anarquismo, no obstante, no está
del todo clara. Es más, en localidades pequeñas los conceptos socioprofesionales
se diluyen como un azucarillo en el agua de las relaciones interpersonales y
familiares. Por tanto, la dificultad para conocer el verdadero índice de apoyo
a las colectividades se multiplica de manera inusitada.
Dicho
debate sobre las colectividades se centra en caracteres del estudio de los
movimientos sociales contemporáneos aplicados al campesinado, y especificados
en cada caso concreto. E.R. Wolf[5]
indicaba a finales de los años 60 cómo el lento cambio del modo de producción
tradicional al sistema marcado por la producción para el comercio, más allá de
la autosubsistencia, generaría movimientos contrarios al desarrollo de la
economía capitalista. La desestabilización de las economías tradicionales y la
organización social de cara al mercado minarían así los poderes tradicionales y
la moral tradicional campesina. Ello implicaría una percepción de injusticia
social que, a nuestro juicio, bien puede explicar el arraigo en ciertos
sectores del campesinado de tradiciones y culturas políticas antimodernistas,
como el anarquismo.
Esas
tensiones, que en palabras de Eliseo Moreno[6]
podríamos denominar “estructurales” constituyen el poso cultural e ideológico
que salta cuando tensiones coyunturales estallan favorecidas por las
posibilidades abiertas por el sistema de poderes que las contienen. Las luchas
campesinas, por tanto, difieren en sus medios de acción abiertamente con las
urbanas, industriales, o con las protagonizadas por las clases medias. Para
empezar, y como ya hemos apuntado previamente, el campesinado requiere una “inteligencia”
exterior, una vía movilizadora. Eso, claro está, cuando está dispuesta a
movilizarse. Porque no es lo mismo el grado de aceptación de una lucha que el
grado de actuación, de implicación de las gentes. Como veremos cuando
estudiemos detenidamente el caso masino, que más del 80% de la población
participase en la colectividad no es sinónimo de que el mismo porcentaje la
apoyase. Aunque sí es significativo, sin embargo, del índice de acatamiento.
Según
estas teorías, son los “campesinos medios”, los pequeños y medianos
propietarios los que los convierten en la clave, en la piedra de toque para el
revolucionarismo. Son los que, en principio, tienen cierto desahogo económico,
cierta “libertad táctica” no sometida al asalaramiento, y cuya estabilidad se
ve amenazada por la capitalización agrícola. Son los que creen en el común, en
lo colectivo, en una “arcadia feliz” en la que se recuperen los usos
tradicionales. Es a quienes “los propios esfuerzos por seguir siendo
tradicionalistas les convierten en revolucionarios”[7].
Mas de las Matas parece estar lleno de esos pequeños propietarios. Pronto
veremos si les pudo el afán de mantener sus propiedades, o si la cesión de sus
bienes fue algo filantrópico al puro estilo teórico anarquista.
En definitiva, los ejemplos locales nos han de servir
para constatar o revocar formulaciones generales. Un ejemplo más que evidente,
y de una importancia fundamental en esta investigación, es el de la
imposición o no de las colectividades
sobre la población. Problema que nos remite, una vez más, al de los apoyos
internos y externos que dicha organización socioeconómica y política tuvo. Las
visiones difieren enormemente según quién escriba, y según qué parámetros ideológicos lo haga. Por ejemplo, desde la
visión que ofrece Burnett Bolloten
a la que pueda dar, por ejemplo, Félix Carrasquer, existen grandes diferencias.
El primero, en este caso, indica que las colectividades inquietaron a los
campesinos, artesanos, propietarios, aparceros, comerciantes, pequeños industriales...
por su carácter obligatorio o pseudo-obligatorio, por
la violencia con que fueron impuestas, y por pretender un cambio en todas las
estructuras sociales que intimidaría su
estabilidad social. Así, no serían sólo los grandes propietarios los que se
opondrían al sistema colectivista, sino una mayoría de pequeños propietarios.
Lo que para los anarcosindicalistas sería un puntal de su revolución, un cambio
en su forma de vida[8], para los otros
sería una situación insufrible.
Si bien este autor reconoce que el nivel de
incautación, de colectividad, es imposible de determinar, ello no le impide
afirmar que “las colectividades no fueron otra cosa que formas de dictadura
local”[9]. La cesión
de tierras, la sumisión ante el sistema implantado por CNT no respondería a
motivos idealistas, sino a la presión, a la intimidación de quienes lo hubieran
hecho voluntariamente y creyeran firmemente en el sistema comunitarista.
La presión de la ideología, viene a decir, y de la doctrina ácrata, así como
una supuesta “violencia psicológica” habrían acabado en la adscripción forzosa a las colectividades de gentes que no
lo deseaban. Desde esta perspectiva, pues, el carácter forzoso del sistema en
materia económica es tomado como principal eje de la argumentación. El problema
surge cuando hallamos casos en que los apoyos internos no son abundantes, pero
tampoco escasos. O cuando, como en el caso de Mas de las Matas, se tiene
cercano un caso de insurrección de signo anarquista. ¿Hasta qué punto la
colectividad del Mas fue forzosa, y hasta qué punto no fue aceptación,
adaptación interesada a lo que parecía percibirse como un “nuevo sistema” al
que había que amoldarse? Trataremos de dar respuestas en esta monografía.
Pero antes de hacerlo, consideramos que el lector
debe conocer cuáles son las teorías al uso sobre el tema que vamos a
desarrollar, para después, tras conocer el caso específico masino, hacerse una
idea de las consideraciones que pueden o no adaptarse al mismo. Así, la teoría
ya mencionada de Bolloten no es sólo por él
defendida: muchos más son los que creen en el carácter violento y coercitivo
del sistema “libertario”. El control de la vida cotidiana, el puritanismo de
sus formas (tesis, por otra parte constatable en algunos de los mejores libros
sobre anarquismo[10]) y de sus
actitudes, contrarias al vicio y a la corrupción del sistema, así como la
imposición ideológica vertebran este discurso que, si bien adolece de lo que
critica al denostar la historiografía militante y categorizar los procesos
históricos, se mantiene en cierto grado de rigor científico. Rigor que,
ciertamente, no existe en monografías como las de Félix Carrasquer[11]. Si bien no
es algo reprochable, puesto que el autor fue protagonista de muchos de los
capítulos que narra en Las colectividades
de Aragón, hay que leer siempre sus textos con la certeza de que la postura
que adopta no va a ser crítica sino parcial y subjetiva.
Las tesis que defienden quienes justifican de una u
otra manera la existencia de las colectividades se centran en cantar las
bondades de las mismas, olvidando sus defectos. Y, además, aplican las
consideraciones generales a todos los casos particulares, pero sin detenerse a
estudiarlos. Así, hallamos que las colectivizaciones fueron una “espontánea
epopeya”[12] realizada
por el pueblo (o más correctamente, por los pueblos) de forma endógena,
prácticamente sin ayuda externa, mantenida sin presiones “por el compromiso con
la justicia” social que imperaría en las arcadias anarquistas. Desatiende,
pues, a muchos y muy importantes caracteres de las colectividades que más
adelante trataremos. No profundiza, por ejemplo, en el impacto de la entrada de
las milicias anarquistas catalanas en los territorios “liberados” donde las
colectividades fueron primordialmente realizadas. Tampoco abunda en las
relaciones, siempre difíciles, de las cooperativas con los miembros no
integrados a las mismas. En cambio, sí prefiere incidir en características
inherentes al campesinado que le hacen creer firmemente en el colectivismo. Esa
perspectiva revolucionaria, ese proyecto del pueblo para el pueblo es lo que
Carrasquer lamenta no se pudo mantener por falta de tiempo: por no poder
desarrollarse una sistematización y una hondura suficientes en la población.
Las respuestas que, por tanto, se dan desde la
militancia activa para los problemas de las colectividades se mueven en los
parámetros de la ideología y el pensamiento anarquista. La fe en el pueblo y en
su justo sentido de la solidaridad se mantiene aún con el fracaso del proyecto
anarquista de poder más desarrollado de la historia. Las causas del fracaso
fueron para ellos exógenas, externas. El resentimiento comunista sería el que
forzó el fin de la justicia social y del reparto equitativo, fundamento base
desde el que planteaban la teoría para la acción. Sin embargo, se procura no
tener en cuenta las diferencias intestinas y las inadaptaciones del sistema
teórico a una práctica que era doblemente difícil: por una parte, un sector
amplio de la población se resistía a ellas; por la otra, la situación de guerra
abierta, y abierta bastante cerca de las áreas colectivizadas por cierto, no
fue sobrellevada de la mejor manera. Si a ello le sumamos la evidente falta de
coordinación política, hallaremos que la visión militante cojea no sólo en su
percepción de los orígenes de las colectividades, sino en la de su fin y su
legado, por no atender a las múltiples variables que se pueden hallar en el
estudio de un fenómeno tan complejo como el que vemos.
Opiniones de uno y otro lado no faltan. Como tampoco
faltan historiadores que destacan otros elementos de estudio para caracterizar
el sistema de poder. Walther Bernecker[13] opta por
utilizar un medio analítico basado en la practicabilidad,
la viabilidad funcional del contraproyecto constructivo de un orden social y
económico deliberadamente libre de dominación, según sus formas concretas y
objetivadas en cada caso particular.
Para ello, más allá de la ideología, se debe ahondar en las relaciones
interiores, en las relaciones con otras colectividades, y en la coordinación
general de dicho contraproyecto de pretensiones globales. Dicho análisis debe
mostrar, además, los medios de acción colectiva desplegados por los anarquistas
en el medio rural, diversos como dispares eran las situaciones particulares que
se hallaron en cada localidad y en cada comarca. Tras el telón de fondo que
constituyen la situación socioeconómica en el sector agrario y los fallidos
intentos de corrección[14] de las
teorías anarquistas al respecto de la reforma agraria, los ejemplos concretos
deben sintetizar y abarcar las generalidades para constatar las regularidades y
diferencias de los pueblos del Bajo Aragón.
La categorización de esta revolución anarquista,
desde su perspectiva, sería básicamente moral: “la buena disposición para la
realización de medidas colectivizadoras tuvieron que
ver con la carencia de necesidades de la población agraria que ni manifestaba
otras exigencias que las relativas a los artículos de consumo necesarios para
la supervivencia ni conocía problemas de tiempo libre”[15]. La calidad de vida, entre otras cosas, y la
educación, la libertad..., serían los fundamentos de las colectividades. Tesis
que, aun siendo difícil de demostrar, es apoyada por fuentes militantes. En los
libros de Souchy-Bauer también se pretende mostrar
esta visión: el desahogo económico y material facilitaría la sindicalización,
el trabajo no remunerado para lo común. Pero esta mirada sobre las
colectividades y sus objetivos morales no se acercan a aspectos fundamentales
como el contexto en el que surgen, su trayectoria política y las dificultades
que surgen a la hora de valorar sus resultados[16].
Así, la perspectiva que se debe mantener es científica, objetiva. La ruptura de
la legalidad existente y la historia de las milicias, elemento coercitivo e
impositor (según los críticos) deben acompañarse para mostrar una visión de las
colectivizaciones que tengan en cuenta el mantenimiento general de las
costumbres y tradiciones (salvo las prohibidas por CNT), la desconexión de los
centros tradicionales de administración pública y económica con las milicias y
los comités locales... o lo que podríamos definir por negaciones: las
colectividades no fueron ni liberación ni opresión. Fueron un proceso histórico
determinado y contextualizado que hay que ver en cada ejemplo particular, pero
de manera global: el colapso de la estructura de poder tras el fallido golpe de
estado de julio, precedido por el afán (en el caso anarquista) de crear las
condiciones necesarias para hacerse con el mismo, estructuraron las
posibilidades abiertas para la implantación del contraproyecto socioeconómico
cenetista.
Proceso histórico del que hay que tratar de
determinar todas las referencias causales para su conocimiento. Por ello toma
carta de fundamental el hecho de la implantación forzosa dentro del marco
bélico de la entrada de milicias anarquistas desde Cataluña y Valencia, en pos
de Zaragoza. Es destacable que dichas milicias respondían a un criterio
epistemológico de “urbanidad”. Es decir: eran ciudadanos que poco o nada
conocían del mundo y la producción rural campesina, y que trataban de adaptar
su proyecto de dominación, sus teorías políticas previas a las eventualidades
contextuales con que se encontraban. Dicha teoría fue ratificada por el
Congreso de Zaragoza de CNT en 1936. De él se desprende una teoría anarquista
débil en cuanto a realización práctica, pero clara en cuanto al modo ideal de
realización revolucionaria. La revolución en el campo se había de realizar
mediante la colectivización de los bienes y del fundamento socioeconómico: la
tierra. La tierra que otorgaba no sólo el medio de subsistencia, sino también
posición en la sociedad. Tierra que, como ha sido mostrado en varias ocasiones,
supone un referente fundamental en cuanto a las claves desde las que los
proyectos reformistas se han movido en España[17],
y que fue uno de los pilares teóricos de la revolución cenetista.
Indica Malefakis que el problema agrario fue el
instrumento “que despertó la conciencia de clase del campesinado, con la
filosofía anarquista”[18] impregnada
de mesianismo, de ética nueva, justicia cósmica, milenarismo y salvación
milagrosa. Lo que denomina “doble característica fundamental” de dicha
filosofía, la desesperación de sus seguidores y el carácter exaltado de la doctrina
no parece ser adaptable a todos y cada uno de los casos, pero en cambio dichas
características han sido reflejadas en diferentes obras para la implantación
del anarquismo en el medio rural[19]. Lo que sí que parece claro es que la represión
sufrida por los movimientos sociales durante la Restauración, y más propiamente
por el anarquismo durante la dictadura de Primo de Rivera, unida a la
influencia de núcleos urbanos en las áreas rurales son fundamentos del arraigo
del movimiento en zonas como el Bajo Aragón.
Lo que Julián Casanova denomina la “semilla común”, la cultura común de
los republicanos, socialistas y anarquistas durante los años 20 mucho tiene que
ver con el reformismo agrario, con la injusticia en el reparto de la
tierra. Pero también con elementos que
más tienen que ver con lo que antes veíamos como revolución de carácter moral:
el odio a la monarquía, el odio a la Iglesia, la obsesión anticlerical, la
identificación de un ideal frente a la corrupción generalizada en la política...
Hasta el 33 no se rompería así esa ideología común, diferenciándose los
proyectos políticos en función a sus posibilidades y a la represión que sufrieron
antes del advenimiento de la República. Los modos en las formas de organización
colectiva cambiaron y supusieron también la diferencia entre las tradiciones de
lucha por los derechos de los trabajadores. La central sindical anarquista optó
por la vía revolucionaria poco antes que ésta se abriese con el colapso del
ejército y la división de los medios de coerción estatales; ello supuso el
acicate político para la creación de milicias armadas y la eliminación radical
de los símbolos del poder. la Iglesia, los propietarios... mediante la aplicación
del “bisturí” social sobre lo que se consideraba elementos corruptos[20].
La incautación y la utilización de tierras sería,
desde esta perspectiva, el medio de acción revolucionario en el medio rural.
Respondería a las esperanzas de los campesinos afiliados al sindicato, y por
ende, vía justicia social, a los intereses generales de la población y de la
revolución. Por eso, de manera coherente con el proyecto político anarquista
sobre el territorio leal, las milicias armadas confederales se aprestaron a
realizar en la práctica lo que de manera teórica habían “ensayado” en congresos
y conferencias. Dichas entradas de columnas son las que determinan en muchas
zonas del medio rural la implantación de colectividades agrarias. De hecho y
como veremos, en el caso de Mas de las
Matas no es suficiente el arraigo de la doctrina anarquista o el ejemplo
adquirido tras los sucesos de 1933. La
entrada de la columna Carod desde Morella fue la que, de manera coercitiva,
determinó el cambio en las estructuras primero políticas y luego económicas
(las sociales irían mucho más despacio). “Muchos propietarios habían desaparecido
o huido, otros estaban a la expectativa y acabaron aceptando la nueva
situación. Los obreros no dudaron en tomar el control, de una u otra forma, de
los medios de producción en todo el territorio que quedó en manos de la
República”[21].
Lo que se está gestando es, pues, un contraproyecto
de sociedad que trata de responder a los preceptos teórico-ideológicos de CNT,
y a su vez a las posibilidades, a la praxis a la que se enfrentan. “En las
regiones agrarias, según dominasen los sindicatos de la CNT o de la UGT,
variaron las formas de ocupar la tierra. En aquellas en que predominó el
anarquismo se impuso la colectivización a ultranza, con experiencias de
“comunismo libertario” a base de suprimir el comercio, la moneda, los
impuestos, etc...”[22].
El proceso de colectivización, de sindicalización de los bienes, se hace así en
función de la situación bélica, con dos caracteres fundamentales: por una
parte, la mencionada formación de columnas confederadas de milicianos que, en
el caso específico de Aragón, entraron desde Valencia y Cataluña
(principalmente desde las áreas urbanas) e impusieron, no a veces sin
resistencia, el modelo preciso de colectividades y “comunismo libertario”. Por
otra, la huida de muchos de los grandes propietarios y terratenientes, o en
general de muchos de los personajes amenazados por lo que se presuponía un
cambio en el ámbito político de carácter violento y coercitivo, ayudó y
facilitó la realización de las incautaciones.
Si bien hay que precisar que no se partía de cero, sino que en marzo del
36 se había producido la ocupación temporal de fincas declaradas de utilidad
social por el IRE (Instituto de Reforma Agraria), también es cierto que la
nueva coyuntura daba pie a nuevos modos de actuación. Y además, hay que tener
en cuenta que el modelo teórico no pudo adaptarse de manera homogénea a todos
los territorios “liberados”: la estructura de la propiedad de cada lugar hizo
variar considerablemente lo que en principio se aspiraba que fuese un proyecto
único de transformación económica.
Una visión interesante es reflejada por Tuñón de
Lara, parafraseando a Jaques Maurice. Según él, “estalló la sublevación en el
preciso momento en que la revolución agraria ya se estaba iniciando”[23]. La
revolución agraria no empezaría pues en julio sino en marzo del 36: “revolución
legal y pacífica, pero revolución, que explica históricamente (...) el golpe
militar y contrarrevolucionario como defensa del sistema de relaciones de
producción del campo español”. Por tanto, las monografías sobre el tema dan especial
relevancia al problema agrario como marco en el que integrar el proceso de las
colectivizaciones. Lo que no especifican tan claramente es el medio del que se
sirvieron, la forma en que se realizaron. De hecho, las colectividades de
entrada suscitan una serie de problemas de difícil resolución: en primer lugar
las fuentes a las que acudir son parciales, cuando las hay. Además, ello
deviene en otros problemas de peso, como la imposibilidad de constatar el
número exacto que se estableció, la cantidad de hectáreas colectivizadas o los
índices de producción que se lograron. Las precisiones sobre la propiedad de la
tierra, sobre la incidencia de un sindicalismo rural en pañales o sobre el
índice de conflictividad social previa y durante el proceso comunitarista
han de moldear y perfilar lo que ha de ser una visión ponderada del proyecto cenetista[24].
Dicha visión ha de partir desde lo que son los
orígenes de las colectividades; la citada formación de milicias anarquistas,
junto con el surgimiento de comités locales antifascistas para suplir el vacío
de poder de manera violenta o no (dependiendo muchas veces de factores internos
de la vida local, o del peso del elemento coercitivo en el seno de las
milicias), generan la “explosión revolucionaria” no
obligatoriamente “popular” instigada por la actuación de los dirigentes sindicales
y políticos, por las experiencias previas insurreccionales, por las luchas y
deseos de los militantes y por el peso de las columnas armadas[25].
También
tienen una importancia fundamental la existencia de líderes locales, como es el
caso del masino Macario Royo[26],
para la instauración de climas favorables a la colectivización en el marco
agrario. “En determinadas circunstancias, la actuación de alguno de ellos y en
ocasiones su carácter carismático pudo influir en el surgimiento (...) de
programas de acción colectivistas”[27].
Es entonces cuando los diferentes aspectos confluyen cuando el proyecto de
gobierno, de dominio del poder por parte del sindicato anarquista encuentra la
oportunidad que buscaba desde su nueva legalización. Pero sin perder la
perspectiva de la vía militar ¾miliciana¾ armada que
es la que, en definitiva (y más allá de “espíritus libertarios aragoneses”)
invierte el desarrollo inicial de los acontecimientos, de tal manera que la
fuerza ajena es la que determina, salvo excepciones, el desarrollo histórico de
las localidades a su paso. Los planteamientos psicorraciales, indica también
Casanova, han de ser desechados. Ni el amor a la libertad, ni la nobleza que da
la pobreza, ni ningún otro argumento de esa calaña puede ser utilizado en un
estudio histórico serio. Más bien hemos de atenernos a argumentos que observen
las dificultades y necesidades exigidas por la guerra, así como el intento de
realización, de manera exógena, de un proyecto de dominación política en el
bando republicano por parte de CNT.
En
dicha visión sobre las colectividades hemos de ver, con ejemplos locales, la
vida cotidiana de sus habitantes. El conocimiento de los modos de vida, de las
continuidades y discontinuidades, han de acercar más a la realidad del
contraproyecto social. La revisión histórica no puede ser, por tanto, solamente
económica o política, si bien estos aspectos, el del reparto y la organización
de la producción, así como la administración local del poder, han de ser
tenidos muy en cuenta. Sobre todo porque en la ideología anarquista, el cambio
económico y político sería el que daría pie a la nueva moral donde la justicia
imperaría. De nuevo Julián Casanova ha puesto de relevancia muchas de las
contradicciones del discurso anarquista con la praxis del día a día. El
discurso basado en las libertades no abarca, por ejemplo, materias como el
género. Y ello puede constatarse en la evolución de las prácticas cotidianas:
la mujer no adquirió la carta de libertad que el anarquismo proclamaba para la
humanidad. “La mujer no participaba en los comités ni en la vida política”[28].
Sólo cuando sus “dotes naturales” eran requeridas ¾como en los
casos de las labores de punto, o en casos extremos cuando se necesitaban brazos
para las labores agrícolas¾ participaban ellas en el
proyecto revolucionario. El continuismo en las costumbres parece aquí claro:
salvo casos excepcionales, las oportunidades no fueron iguales para hombres y
mujeres dentro de las colectividades. Aunque en materias como la educación sí
podemos afirmar un serio avance hacia el pluralismo y la igualación de
capacidades entre ambos sexos, nada de ello sería posible sin la tradición libre
de la enseñanza, que precisamente tenía en Mas de las Matas un centro histórico
en el Bajo Aragón.
Otros
aspectos fundamentales de la vida cotidiana en las colectividades que han de
ser considerados son las relaciones que se trazan entre los colectivistas y
aquellos que no se incorporan a ellas. Así, el camino marcado llega hasta
tratar de ver el índice de aceptación del sistema por las gentes de los
pueblos, y tratar de delimitar el carácter forzoso o no de su condición. Baste
indicar en esta introducción que en Mas de las Matas, de unos 2300 habitantes
formaron parte de la colectividad unos 2000 hasta su disolución por parte de
las tropas comunistas de Líster y bajo las ordenes de Negrín. Y que, tras la
misma, la colectividad se rehizo hasta la caída del frente de Teruel, pero con
muchos menos efectivos. Y cabe decir también que de los trescientos no
colectivistas, la mayoría lo eran por motivaciones políticas: son los
pertenecientes a Izquierda Republicana, partido de izquierdas mayoritario en la
localidad. Ello quiere decir que si en 1937 se recogen 577 individuos censados
en la colectividad[29]
(después del decreto de disolución del 11 de agosto de 1937), si son 577 los
incluidos en la “relación de socios colectivistas y sindicados que se abastecen
de esta cooperativa y carnicería”, las bajas fueron más que considerables.
¿Quiere ello decir que los aproximadamente 1400 “socios colectivistas” que la
abandonaron habían formado parte de ella de manera forzosa? No obligatoriamente,
pero la señal parece inequívoca.
Desarrollar
este tema nos lleva a abordar el modo de producción y organización económica
bajo el régimen colectivista. Noticias no faltan en las monografías dedicadas
al período. Graham Kelsey indica que “no era sólo una teoría libertaria, era
también la única manera de asegurar la máxima producción agrícola con un mínimo
de corrupción económica (...) La colectivización mejoró rápidamente las
condiciones laborales de todos los trabajadores”[30].
Esta impresión es también recogida por la mayoría de los autores más o menos
favorables al sistema: para Souchy, los pilares de justicia e igualdad sobre
los que se asienta la organización económica garantizaron la satisfacción de
las necesidades de sus miembros. “El motivo predominante es la libertad”[31],
indicaba, lo que desde su perspectiva aseguraba la perfecta distribución de las
tareas y los trabajos desde una triple perspectiva: abastecer el producto para
la localidad, intercambiar con otras colectividades en función de las
necesidades de los habitantes, y abastecer en el frente a las columnas
confederadas.
Para
ello, en cada población se estructuraban diferentes grupos de trabajo, de unos
diez hombres para faenas agrícolas, vecinos o familiares, a los que la
colectividad distribuye la tierra incautada, lo que según su opinión suponía el
fin de la reforma agraria demandada por el campesinado “que sentía los ideales
de la revolución social”. Con el trabajo como una obligación, los medios de
producción pertenecían a la colectividad, gestionada por el sindicato
anarquista. Los almacenes comunes eran los lugares donde se recogía el producto
y desde el que se repartía a los miembros de la misma, en función de sus
necesidades ¾del número
de familiares¾ y del racionamiento impuesto
para que, según fuentes cenetistas, “no le faltase a nadie”. Las cuotas de distribución
serían no obstante el medio económico de control de la población, sujeto muchas
veces al criterio personal de cada comité. Así, no serían pocas las quejas que
se elevasen por la injustificada diferencia en el reparto entre los miembros de
CNT y los que no lo eran. Si bien el racionamiento se aplicaba a toda la
población, en multitud de ocasiones hemos hallado noticias de apropiaciones por
parte de miembros sindicados, o de deficiencias en el reparto y en la
estructuración del trabajo, en perjuicio siempre de los que eran acusados de derechistas, o de aquello que de hecho lo
eran pero que se habían adaptado al modelo colectivista. Y, casi siempre, impulsados
por elementos exteriores: “Los que propagaban ideas colectivistas, coordinaban
las actividades y proponían sus reglamentos eran (...) trabajadores de la
ciudad que (...) impulsaban la revolución en el medio agrario”[32].
Esta
organización económica, basada en el racionamiento y en la aplicación práctica
del precepto de abolición de la propiedad necesitó de una serie de razones
gracias a las cuales pudo mantenerse de manera coherente. Así lo señala
Gabriele Ranzato, al indicar que la poca coordinación entre las colectividades
respondía por una parte a la ya de por sí escasa organización interna, por otra
a las diferencias económicas entre ellas (aunque el modelo teórico que se
impuso se trató que fuese el mismo), y por último y más importante, porque se
trataría de economías ya cerradas[33].
Esto es, de sistemas económicos cuyo fundamento es el autoabastecimiento y que,
en el momento de organizarse bajo los preceptos cenetistas, seguirían el
esquema común: unificación de las propiedades, planificación y reparto de las
tareas, almacenamiento, distribución e intercambio común y regulado, control de
los servicios (bares, talleres, fábricas, peluquerías...), uso de bonos o moneda
propia ¾o abolición
de la misma, según los casos¾... dependiendo de las situaciones
internas de cada localidad. En Aragón sobre todo, el medio ideal fue el uso de
la libreta de consumo familiar, lo que eliminó el dinero como medio de cambio
desigual (atribuible, según la doctrina ácrata, al propio sistema capitalista).
También
fueron habituales los bonos y carnets de producción: el racionamiento se
convierte así en el hábito económico que asegura por una parte la eficacia
económica interna, y el abastecimiento del frente por la otra. La cooperativa
del pueblo era el lugar de aprovisionamiento, el organismo que “facilitó el
paso a una economía socializada”[34],
gestionada por los colectivistas organizados en asambleas. Las cifras que
reflejan la socialización son difícilmente constatables. Las cosechas
aumentaron, indica el autor, de un 20 a un 30%. Los datos anarquistas, además,
hablan de la colectivización de un 70% de la tierra aragonesa republicana, con
un total de 450 colectividades de las cuales 350 lo eran integrales y 100 con
individualistas. Ello parece difícil, aunque es posible que sí incrementase con
respecto a años anteriores: el uso de maquinaria agrícola en tierras cultivadas
hasta entonces de manera primitiva seguramente implicó una mejora en su
producción y rendimiento. Además, se tuvo acceso a tierras yermas y a aparejos para
cultivarlas.
En
cuanto al sistema de valores morales que se establece, las visiones difieren
según quién las expresa. Parece ser bastante importante el puritanismo, el
“estilo de vida libre de valores materialistas”[35]:
se renuncia (al menos en teoría) al tabaco, al alcohol, los burdeles... a todo
lo que pueda dañar la salud. La colectividad pretende proteger al hombre desde
que nace hasta que muere, siempre desde los parámetros de la ideología
anarquista. Lo que, por otra parte, era poco compatible con las costumbres
tradicionales: el matrimonio, el trabajo... en definitiva, la vida cotidiana.
Para los habitantes resultó especialmente significativa la abolición de los
cultos. Y para algunos historiadores ello es señal de las contradicciones que
en el seno de las colectividades se encontraban. La prohibición de la religión
se hizo de manera impuesta. Por tanto, lo que se rechazaba por ser un medio de
dogmatización, de inculturización y de control es abolido de una manera que
también recuerda a exactamente lo mismo: al control de la vida cotidiana.
Uno de los
pocos datos “favorables” que no discuten los historiadores reacios al sistema colectivista
de CNT es, sin embargo, el de la educación y la cultura. Aspecto que, claro
está, hemos de incluir dentro del espectro de valores y moralidad, de
percepciones individuales, que en sus habitantes despertó la colectividad. La
educación, la escolaridad, los intentos ¾a veces
infructuosos¾ de aumentar
el tiempo libre de los trabajadores para que se dedicasen al cultivo personal,
a la lectura... chocaron muchas veces con la inaplicabilidad del proyecto
anarquista. Pero en otras, a nivel microsocial, los datos que se constatan son
esperanzadores, según Bernecker[36]:
el ocio, el tiempo libre y la calidad de vida, aumentaron en muchas localidades
(indica que lo ha sabido mediante el testimonio oral, cosa que nosotros
ratificamos en nuestras entrevistas a militantes anarquistas de la época) al
tratarse de una forma de vida valiosa en lo ético-social: una comunidad de
convivencia cuya premisa era la igualdad socioeconómica de todos sus integrantes.
Es fácil, pues, dejarse llevar por una visión romántica en este sentido; el
problema surge cuando, como veremos más adelante, se constata que muchas de
estas arcadias se impusieron a golpe de pistola, o que el proyecto en que se
integraban respondía más a los mitos e idealizaciones sobre el mundo agrario
que a su realidad.
La
socialización de los medios de producción y de consumo no fue sino un “acto
consecuente con las aspiraciones revolucionarias”[37],
una vía de imposición del sistema cenetista ante el vacío de poder en los
pueblos liberados por las columnas anarquistas. El hecho colectivizador, de
gran peso en el medio agrario, fue lo que hizo de Aragón el centro de una de
las polémicas más encarnizadas de la Guerra Civil. Porque no sólo hacía alusión
al modelo económico: también, y como ya hemos indicado, son la respuesta a un
proyecto de dominación global. Por ello, la estructuración del poder en el
ámbito municipal, comarcal y nacional planteada ha de ser observada con detenimiento.
Según Macario Royo, “los libertarios hacían la revolución, pero se negaban a
ocupar puestos de responsabilidad. No supieron comprender que la teoría era una
cosa y la práctica otra en tiempo de guerra”[38].
Lo único claro era la frontal oposición al PC y al control político que de la zona
leal se pretendía, así como el rechazo ideológico a la vía legalista. Tal vez
esa fuera la razón de la escasa coordinación en este sentido de los entes
municipales y regionales dominados por el sindicato anarquista. El rechazo
doctrinal a todo tipo de dominación y de poder, que llevaba no sólo a la
desconfianza hacia el estado sino también hacia sus instituciones (el ejemplo
del ejército es uno de los más conocidos: CNT y los anarquistas confiaban en
las milicias, vía de expresión del anarquismo en su variante militarizada),
explicado por la “decepción ante la política española (...) de corrupción, burocratismo,
farsa electoral, caciquismo, centralismo...”[39]
constituye la base de la difícil estructuración política de los territorios
bajo su mando.
Pero
también han de tenerse en cuenta otros dos aspectos: la heterogeneidad de
dichos territorios, donde muchas veces el sistema político era difícilmente
impuesto sobre sus habitantes; y la inexperiencia de los propios dirigentes
para hacer coherente y único el proyecto de poder. El momento en que se abre la
posibilidad (con la división de las fuerzas del orden y la descomposición del
estado) de promulgar definitivamente el sistema anarquista, coincide con el
acercamiento, en el Congreso de Zaragoza, de las facciones dentro del
sindicato. Acercamiento que, según Malefakis, supone más bien una victoria de
la opción de la FAI. Esto es, la acción directa, la lucha antiestatal por encima
de la negociación (postura que, a grandes rasgos, adoptaba la otra facción, los
treintistas). De hecho, en el Congreso se votó la readmisión de los Sindicatos
de Oposición, creados a raíz de la dimisión de los Peiró, Pestaña... Sin
embargo, los Durruti, Ascaso o García Oliver lograron anteponer sus posturas
sobre la organización del sindicato. Aunque otros autores consideren que no se
trataba tanto de la FAI como del grupo anarquista “Nosotros”[40],
de todas formas se constata la oposición rotunda a la obra constructiva, al
anarquismo intelectualizado de colaboración sindical y política. A lo que, por
otra parte, responde el hecho de la creación de las milicias y las
colectividades: no se lucha con el estado, al lado de la República, sino que se
opta por hacer la propia revolución, en el momento en que la situación no lo
impide. La política de hostilidad implacable contra el régimen se extiende en
todas las direcciones: la república burguesa es un objeto contra el que luchar,
al igual que contra el fascismo[41].
La confianza en la visión del objetivo hacen secundarios los medios para
lograrlo: la acción directa, no procesual, cree en el “optimismo iluminista”,
en la fuerza de las masas, en la comuna rural[42].
Dicha
fuerza revolucionaria la constituirían los pobres y oprimidos; los Peiró,
Montseny... mantuvieron sobre ella la fe en la realización libertaria, la
organización y la estructuración política, contra la cientificidad del método y
a favor de la acción directa[43].
Por tanto, el recurso al estereotipo retórico, a la mitificación, se convirtió
en la tónica de una política que difícilmente pudo abarcar procesos más
complejos y heterogéneos. Los planteamientos vertidos a raíz del citado Congreso
de Zaragoza de 1936 son definidos por Bernecker como la “construcción de un
ilusorio contra-mundo constituido por federaciones de asociaciones”. Una mezcla
de revolución y teoría que habría de experimentarse en la práctica, cuando ya
no hubiese marcha atrás. El idílico programa de distribución de bienes, de
aportación máxima de esfuerzos individuales y colectivos que abarcaría la
abolición de la propiedad privada, del estado, de las clases y del principio de
propiedad se habría de aplicar a unidades macroeconómicas y macrosociológicas.
Sin embargo, los peros que surgieron no fueron pocos.
Los
teoremas ya de por sí complicados de hacerse valer en unidades pequeñas, como
los pueblos, serían las premisas de un proyecto revolucionario global. El
ardiente programa faísta se hubo de enfrentar no obstante a una realidad que
superaba sus a veces pueriles conceptos sobre la aplicación práctica, ante todo
en el a veces desconocido mundo rural. La escasa organización en este ámbito,
el difícil arraigo del anarquismo entre el campesinado ¾recordemos
el carácter primordialmente urbano del movimiento, y que el arraigo en zonas
como la aragonesa ha sido visto en multitud de ocasiones como influencia del
foco cenetista de Zaragoza¾ los convierte en una fuerza
revolucionaria dudosa. Y, pese a que eso no amedrentase a los dirigentes de
CNT, es evidente (puesto que alguno lo reconocería más adelante) que ello
impidió la realización plena de sus objetivos. El proyecto, por tanto, hubo de
adaptarse a la nueva situación, al verse envuelto en la dialéctica entre las
perspectivas de futuro y la práctica de una transición “temporal y necesaria”[44].
Las
colectividades eran, no obstante, uno de los puntales primordiales de la
revolución. Según su propia percepción, mejoraban la producción económica y
aseguraban la plena integración de los vecinos en las tareas políticas.
Evitaban los abusos de los poderosos sobre los desposeídos, protegían a la
población y elevaban su nivel intelectual. Sin reglas fijas en cuanto a la
forma en que había de cristalizar, la ideología anarquista se adaptaba a la
heterogeneidad de los diferentes ambientes en que se desarrolla, dentro de un
marco más o menos general, más o menos fijo: el del comité. La organización
interna recaía en sus miembros, y sobre ellos también la conciencia de
coordinación organizativa. Grandes dificultades, no obstante, se planteaban
para hacer realidad la sociedad anarquista de libertad total. La pregunta sobre
si el fin de las colectividades fue la revolución en libertad o la coerción
anarquista asaltan a muchos investigadores al observar no sólo la organización
interna de las mismas (los comités dirigían, además de la actividad económica,
la política ante el vacío de poder y para hacer frente a las necesidades
revolucionarias) sino también la estructuración superior de los poderes.
Cuando
las colectividades lograron imponerse como referente social, “cuando los
habitantes se decidieron por una colectivización integral”, las funciones
tendieron a diferenciarse[45].
Los comités agrarios organizarían y supervisarían los trabajos en la tierra,
mientras que los consejos administrativos, órganos políticos de representación
municipal, se estructurarían con los habituales cargos: presidente, secretario,
vicesecretario, contable, tesorero, delegados... En este aspecto tiene mucho
que ver la tendencia hacia la legalización, hacia la “oficialización” que se
marcó desde el sindicato. Y, claro está, es aquí donde entran los órganos
superiores como el Consejo de Aragón o la Federación Regional de Colectividades
en el juego político que determina el rumbo de las colectividades locales en su
intento de configurarse como una red de poderes en la España republicana. El
primero nace como marco legal para las actividades políticas. Es aceptado en
principio por parte del gobierno ¾sobre todo por su presidente,
Largo Caballero¾ por su planteamiento previo de
ser el primer intento serio de encauzar la reconstrucción económica, y de poner
fin a los excesos milicianos[46].
La actuación del Consejo se basaría, pues, en planificar y coordinar. En
normalizar la vida municipal en pro de construir el aparato legal del estado y
conseguir la unidad interna[47].
Además,
lo que en principio se planteó como medio político de expresión anarquista, más
allá del sindicato, pronto se abrió ¾en diciembre del 36¾ al resto de
formaciones políticas. El Consejo, que había nacido en el pleno de sindicatos
del 6 de octubre de 1936 en Bujaraloz y se había constituido formalmente el 18
de octubre bajo la presidencia de Joaquín Ascaso con una composición
“exclusivamente libertaria”[48]
se había enfrentado desde un principio a quienes no habían optado por la vía
revolucionaria y sí por la de la defensa de la República. A la vez que el resto
de signos políticos entraban en él, y que CNT accedía a carteras ministeriales
en el gobierno de Largo Caballero, en el plano local se aceptaba la sustitución
de los comités locales por consejos municipales. Este hecho, que Casanova
analiza como un intento de homogeneizar la administración e impulsar la
autonomía de los territorios, así como un desarrollo de las ideas y superación
de conceptos por parte de los anarquistas, supuso en las colectividades un
verdadero golpe. Y es que lo que por una parte calmó los ánimos del resto de
grupos políticos, por la otra indignó a los cenetistas. Los comités locales
habían surgido de las milicias y asambleas populares, y su disolución se hacía
ahora a golpe de decreto[49].
Por lo que, para contrarrestar injerencias sobre la actuación de las
colectividades, éstas se constituyeron en Federación Regional como medio de
trascender el marco de lo local. La necesidad de crear un órgano no injerente
capaz de coordinar las actividades regionales es lo que, a juicio de
Carrasquer, creó esta organización paralela. Una coordinación que evitase las
desavenencias internas, las diferencias entre colectividades, que “impidiese el
resurgimiento del asalariado, las clases y la injusticia, la inflación, la
especulación del libre mercado”[50].
Lo
que interesa resaltar aquí es, por una parte, el descontrol institucional al
que las unidades políticas, en este caso las colectividades, habían de hacer
frente. Los comités, las asambleas, congresos, etc... se superponían cuando no
se contradecían, lo cual no decía mucho del proyecto político cenetista.
Además, por encima de todo ello se mantenía la supremacía del Comité Regional
de CNT. Por otra parte, conviene destacar la reticencia de las colectividades
hacia, en principio, el resto de formaciones y creencias políticas. Decimos en
principio, puesto que los casos particulares pueden desmentir, como ya hemos
indicado, cualquier teoría general. Pero lo que a todas luces resulta evidente
es que fue la oposición interna dentro de la España leal la que acabó, de forma
exógena ¾como
comenzaron, de forma violenta¾ con el sistema colectivista, al
menos el forzoso. En algunas localidades como Mas de las Matas, la colectividad
se mantuvo pasada la tormenta desatada por el decreto de disolución de agosto
del 38 y la intervención armada de Líster, que por otra parte no debe verse
sino como un episodio más de lo que se está empezando a ver como una guerra
civil dentro de la Guerra Civil, y de la que los sucesos de mayo en Barcelona
son el reflejo más claro.
El
fin de las colectividades tuvo mucho que ver, por tanto, con las redecillas
entre el PC y CNT, entre Negrín y Ascaso, con el aniquilamiento del Consejo de
Aragón, y en general con las diferentes percepciones del conflicto civil y del
modelo de sociedad al que se aspiraba durante o tras éste. La “unidad de
acción” reclamada por el nuevo presidente se reflejó en las colectividades entrando
en los pueblos con tropas de asalto, paseándose por sus calles, reprimiendo
violentamente a sus líderes, encarcelándolos o matándolos, y amenazando a
cuantos integraban las colectividades, de forma voluntaria o forzosa, con
castigos si no la abandonaban al instante. “La colectivización se ha hecho a
pistoletazo limpio (...) Casi todos los crímenes que en Aragón se han cometido
han girado alrededor de las colectividades”, se podía leer en el periódico Vida Nueva[51].
Las críticas a los “dictadores anarquistas”, vertidas sobre todo desde los
ambientes comunistas, ugetistas... reflejaban el fondo de la cuestión: el
antagonismo, el enfrentamiento entre los movimientos sociales predominantes.
Las acusaciones mutuas se lanzaban con o sin razón. Y, entre ellas, la que más
daño hizo a CNT fue la de las presiones para forzar el ingreso en las
colectividades de muchos campesinos. Aunque estas presiones se realizaran
soterradamente, o bien fueran explícitas como en Mas de las Matas, el ingreso
de los habitantes al modo de vida colectivista mucho tendrían que ver con
ellas. Si bien, claro está, la diversidad de situaciones muchas veces dificulta
la visión única del porqué del éxito del colectivismo.
Las
incautaciones se realizaron, eso es cierto. Pero también hay que tener en
cuenta que muchos fueron los que, por encima de sus ideologías, se integraron a
ellas por beneficio, interés personal, o ¾lo que
nosotros consideramos todavía más importante¾ por que el
sistema así lo exigía para no verse excluido de la vida del pueblo, de su
marcha natural. No hay que creer a pies juntillas la propaganda comunista,
puesto que sí hubo participación espontánea (por parte, según Ranzato, del
ínfimo propietario y del jornalero sin tierra[52]),
pero también hubo presiones, violencia y restricciones. La hostilidad hacia el
modelo colectivista procedería del sentido de propiedad del campesino. Pero
también, en ocasiones, “se trataba de una hostilidad que habría desaparecido
frente a las ventajas económicas de las empresas colectivas [puesto que] los únicos
perjudicados eran los campesinos acomodados”[53].
Esta visión, si bien es en buena parte discutible, no falta a la verdad cuando
indica que parte de los habitantes de las comunidades locales se adaptaron al modelo
en beneficio de sus intereses. Las costumbres no serían muy diferentes, cuando
los agricultores, sus mujeres, hijas e hijos se integraban con toda naturalidad
en un sistema sociopolítico de extrema complejidad.
Y,
de hecho, las fuentes orales así nos lo han transmitido en varias ocasiones: la
imagen era que “eso es lo que había en el momento, y había que adaptarse”. Sin
pretender entrar aquí en análisis psicosociales, sí parece interesante
mencionar algo que poco o nada se ha tenido en cuenta en los estudios sobre las
colectividades: el índice de adaptación al nuevo orden ¾sea cual fuere¾ de sus
gentes. El caso masino así parece indicarlo: los miembros más politizados, los
que ven en el proyecto político cenetista una amenaza a su propio interés
global en materia de ordenación, son quienes deciden no formar parte de las
mismas. La adaptabilidad del resto de las gentes puede deberse o achacarse a la
incultura de muchos de ellos; pero también han de verse las presiones que desde
el entorno bélico y las realizadas por los ya constituidos en colectividad se
realizaban. Y, claro está, el interés personal. No por la mejora o no en el
rendimiento económico: el interés personal en este caso es interés por
sobrevivir.
De
todas formas, uno de los puntos más conflictivos en cuanto a las
colectividades, su formación y la visión que de ellas tenían sus protagonistas
es el de la relación con los “individualistas” ¾según la
terminología propia anarquista¾, esto es, con los miembros del
pueblo no integrados en la colectividad. Hemos reservado este aspecto para el
final de esta introducción por su importancia absoluta y relativa en la
comprensión del proceso colectivista, para dar pie a las ideas clave que de él
se desprenden como punto y aparte teórico que se retomará en el apartado
dedicado a las conclusiones. No hemos de creer la propaganda comunista cuando
afirmaba que los campesinos los saludaban como a libertadores cuando entraban
en los pueblos, pero tampoco creemos conveniente negar a ultranza las
acusaciones que de coactivas se les lanzaron a las colectividades. Las
percepciones individuales y sociales varían notablemente en función al credo
político de sus dueños, y así éstas van desde la crítica feroz al elogio sin
mediar a veces el término medio. El que la colectividad, una vez disuelta de
manera oficial, se mantuviese trabajando en el caso masino revela que sí había
“verdaderos” colectivistas, más allá de los cuadros cenetistas, que fueron
detenidos mediada la represión comunista del sistema anarcosindicalista de producción
y vida local.
El problema
general del sistema, el de plasmar en una política global sus teorías[54],
se constata a la hora de enfrentase a
las reticencias de muchos pequeños y medianos campesinos ¾los grandes
terratenientes, por regla general, habían huido a la zona insurgente, con todos
aquellos con pasados derechistas que les pudieran hacer recaer la acusación de
fascistas¾ para
aceptarlo de forma drástica e inmediata. El índice de “individualistas”, de
todas formas, suele estar tergiversado por lo tendencioso de las fuentes. Es
realmente difícil asegurar el grado de tolerancia de los anarquistas hacia
aquellos que se oponían a su sistema, pero de lo que no queda duda, tras escuchar
los comentarios (en el caso que nos ocupa, el masino) de gentes que no
comulgaban con ellos, es de que el nivel de imposición y presión era, si bien
variable, alto.
Dichas
reticencias a la hora de ingresar en la colectividad tienen varias raíces,
algunas de ellas bastante hundida en el suelo de la mentalidad rural. En primer
lugar está la diferencia ideológica, política. Es el caso de los ugetistas o de
los miembros de Izquierda Republicana, que se solían mantener al margen de esta
cuestión por motivos doctrinales. Luego está el interés económico, que para un
mediano propietario con no pocos problemas para mantener su independencia monetaria
distaba de un sistema que abolía la propiedad. Y, en tercer lugar, es
destacable el rechazo de muchas gentes a la estructura de valores que
preconizaba el proyecto anarcosindicalista. Sobre todo en lo tocante a la
abolición del culto religioso, a la prohibición de los rituales católicos. Este
hecho, que es rara vez señalado por los historiadores de las colectividades, se
nos ha mostrado claramente en el conocimiento oral de los hechos. En el ideario
campesino tradicional es más importante la misa dominical que la estructuración
de la producción. Más importante la quema de la iglesia que las relaciones con
la comarcal. Más la familia que el sindicato.
En
efecto, el modelo cenetista hubo de pasar por encima de muchas reticencias. La
primera y más importante vino porque se oponía abiertamente a los medios de
vida tradicionales, aunque en su desarrollo histórico y su evolución para
adaptarse a la realidad cotidiana también hubiera de variar algunos de sus
planteamientos. Y es que el rumbo oficial y factual con el que se encontraron
en algún momento llegó a ser “peligroso para la doctrina anarquista”[55].
Así, lo que Casanova plantea es que “el hecho de que los esfuerzos de los
libertarios por elaborar una alternativa revolucionaria al derrumbamiento del
Estado no correspondiera con los postulados teóricos de la ideología anarquista,
no se debió al quebrantamiento de las normas por parte de los dirigentes, sino
a las circunstancias reales en que aquellas tuvieron que desarrollarse”[56].
O lo que es
lo mismo: las dificultades y limitaciones que hallaron los cenetistas en
proyectar sobre la realidad la imagen difusa de su teoría perfilaron y
definieron sus posibilidades. El resultado fue heterogéneo, pero en gran medida
puede decirse que la tendencia hacia la adaptabilidad del proyecto hubo de ser
la tónica. Además, la falta de tiempo con que se iniciaron (con prisas al
principio, puesto que la cosecha se hallaba inminente) y la falta de tiempo que
tuvieron en su corta vida antes de ser reprimidas, tampoco permiten tener una
visión nítida de los resultados que no sólo obtuvieron, sino que podrían haber
obtenido.
Otra
fuente fundamental de rechazo hacia el colectivismo viene, como hemos señalado,
de la lucha política por el control en la zona republicana. “Parecía, sin
embargo, que eso a los cenetistas, inmersos como estaban en la vorágine
revolucionaria, no les importaba demasiado. De ahí que sus esfuerzos durante
esos primeros meses se encaminaran a propagar la colectivización. Para ello no
hacían falta demasiados conocimientos acerca del proceso económico, estudiar
detalladamente los procesos de producción o conocer las necesidades reales de
la población. (...) Su concepción idealista [mostraba que] una vez expropiadas
las tierras y los instrumentos de trabajo (...) la administración por parte de
los propios trabajadores mejoraría automáticamente las condiciones de vida y
laborales. (...) La confusión en la que incurrieron muchos cenetistas ¾y posteriores
estudiosos de esa historia¾ consistió en creer que con la
destrucción de la legalidad vigente y el cambio de propietarios la revolución
era ya una cosa hecha”[57].
* * *
Las
visiones “tradicionales” parecen haber sido superadas. No se considera ya a las
colectividades ni como revolución espontánea del pueblo, ni como dictaduras anarquistas
impuestas a todos los habitantes de la zona bajo su dominio. Primero y ante
todo, debemos verlas como un apartado en la lucha por el poder político
desarrollada en el bando republicano, abierta tras el derrumbamiento estatal
tras el fallido golpe de estado que inició la Guerra Civil; lucha prologada por
episodios como el Congreso de Zaragoza, donde se trataron de perfilar los
límites y objetivos del proyecto de dominio.
Dominio que
cristalizó en las zonas rurales en el sistema colectivista, viejo en concepto
pero renovado bajo el credo anarquista, y que hubo de luchar contra elementos
de discordia y desacuerdo tanto dentro como fuera de él. Y contra las
limitaciones con que se halló: la imposibilidad de establecer un modelo
político en el contexto bélico, con todo lo que ello implica; la estructura
tradicional socioeconómica y cultural, que dificultaría hasta hacerla imposible
la construcción en poco tiempo de una organización estable sin caer en el
cantonalismo[58];
las presiones sobre el campesinado, para quienes las colectividades y el
sustento de las milicias llegaron a ser una carga insoportable... Y, sobre
todo, la ruptura de manera exógena de las pautas de comportamiento tradicionales
con criterios externos.
En
definitiva, consideramos que la mayor dificultad, lo que marcó la corta vida de
las colectividades, y entre ellas de manera destacada la de Mas de las Matas,
fue la inadecuación entre la teoría y la práctica. Entre un proyecto de
dominación global planteado desde lo local, y las dificultades a las que
hubieron de hacer frente. Realmente, su corta existencia no dio pie a saber si
problemas como la difícil relación con los “individualistas” habrían sido
llevados a buen puerto. Tal vez la trayectoria no se inició de la mejor manera,
pero sí hay que tener en cuenta que las oportunidades que se les plantearon a
los anarcosindicalistas, con su programa de libertades e igualdad ¾matizándolo
como lo hemos hecho a lo largo de esta introducción¾ social no
fueron muchas una vez instaurados los regímenes colectivistas.
De
todas maneras, dicha diferenciación entre teoría y práctica ha de ser, como
todo cuanto hemos planteado hasta ahora, cuestionado y constatado con el
ejemplo, con la historia de los acontecimientos a escala local. Tanto los
planteamientos sobre el sistema colectivista y su proceso paulatino de
implantación sobre las zonas “liberadas” por las milicias cenetistas, como los
más generales sobre el desarrollo histórico del anarquismo en la localidad, y
la influencia ¾o no¾ del breve
lapso insurreccional del 33 sobre el 36. Hemos señalado al principio de esta
introducción la importancia de los estudios locales como paradigmas de teorías
globales. Por tanto, todo lo hasta ahora aquí explicado ha de ser constatado o
refutado con el ejemplo que hemos elegido, el de Mas de las Matas. A ello nos
vamos a dedicar desde ahora.
2. RASGOS DE ARTICULACIÓN LOCAL.
La cantidad innumerable de sociedades, clubes
y asociaciones de distracción, de trabajos cientificos
e investigaciones, y con diferentes fines educacionalees,
etc., que se constituyeron y se extendieron en los últimos tiempos, es tal que
se necesitarían muchos volúmenes para su simple inventario. Todos ellos constituyen
la manifestación de la misma fuerza, enteramente activa, que incita a los
hombres a la asociación y al apoyo mutuo.
PIOTR
KROPOTKIN, El apoyo mutuo.
A la hora de estudiar la vida en Mas de las
Matas, es necesario verlo no sólo como un caso aislado y único en la Historia,
sino que hay que atender a una serie de factores y variables, que nos permiten
considerarlo como una muestra integrada
en ámbitos mucho mas amplios, no sólo a nivel
provincial o estatal, sino a un nivel global.Mas de
las Matas se encontraba a principios de siglo inmerso en un proceso de
transformación, que hacía que se tambaleasen muchos de los pilares de la
sociedad exístente. Paul Preston nos presenta este
proceso con inigualable maestría en la siguiente afirmación:
“Las
presiones internas de la industrialización (...) constituyeron un reto para el
orden vigente. Si se hubiera abordado
con flexibilidad, dicho reto habría podido resolverse en beneficio de la
sociedad europea, pero lo cierto es que (...) en varios de los más prominentes
países en vías de desarrollo- Rusia, Italia, España -, la respuesta fue la intensificación
del enfrentamiento de la lucha de clases”[59].
Una vez
dicho lo anterior, no hay que dejar de lado el estudio concreto y
particularista. Junto a los procesos a
nivel mundial, no hay que dejar de mirar las situaciones concretas que se dieron
en el pueblo. Ya que en un ámbito rural como es Mas de las Matas, las
relaciones personales, y los enfrentamientos entre personas que se conocen
mutuamente, nos pueden ser mucho más útiles para comprender los porqués de los
acontecimientos que suceden en el pueblo a lo largo del periodo en el que ahora
nos estamos centrando. El pueblo de Mas de las Matas era a principios del siglo
XX una comunidad agrícola de las miles que se encontraban a lo largo y ancho de
toda la geografía española. En muchos
sentidos se le puede considerar un típico pueblo español, pero es necesario
entrar a observar con detalle sus peculiaridades propias, que dan su carácter
al pueblo, y que nos han de servir de marco explicativo para entender su
historia.
Mas de las
Matas era una localidad compuesta por gente cuyo medio de vida se encontraba en
la tierra, bien los consiguiesen trabajándola directamente con sus manos, o por
medio de rentas. En el año de 1906 el 95% de los electores de Mas de las Matas
eran jornaleros, labradores o propietarios agropecuarios[60],
actividades todas ellas ligadas al trabajo de la tierra. En una zona rural como
es el Bajo Aragón no nos ha de extrañar que en esas fechas se dedicasen a
sectores distintos del primario sólo un porcentaje mínimo de la población. Si
estudiamos las actividades que se realizaban en el conjunto de la provincia de
Teruel en el primer tercio del siglo XX, se aprecia que un porcentaje muy
superior a la mitad de la población (58´3%) se dedicaba al trabajo de la tierra
o a actividades ganaderas[61]. Esta
proporción que ha sido calculada para la provincia de Teruel no nos ha de
extrañar que se dispare hasta casi la totalidad de los habitantes para el caso
de un pueblo de la provincia, puesto que los individuos que se dedicaban a trabajar
en actividades no unidas al trabajo agrícola se encontraban en los núcleos
urbanos de mayor importancia de la provincia, o en localidades de actividad
minera.
Hay que
tener en cuenta sin embargo que hasta los años treinta se produjo una
importante expansión de la actividad económica en general y de los servicios y
el comercio[62] en toda la
zona de la provincia de Teruel. Si nos
fijamos específicamente en el pueblo de Mas de las Matas, encontramos en el año
1935 un cierto número de personas que se dedicaban a actividades económicas
alejadas de la tierra y bastante diversificadas. Entre estas actividades se pueden destacar la
existencia de dos fábricas de yeso, otra de gaseosa, otra de toquillas, e
incluso la fabricación de electricidad a partir de un pequeño salto de agua
controlado por la junta de la Alfarda[63]. Toda
España se vio favorecida por un ciclo de crecimiento gracias al vacío de
producción que se había producido en Europa por causas de la I Guerra Mundial,
que parecía que podría hacer disminuir las diferencias económicas entre España
y el resto de países de su entorno[64].
Pese al
desarrollo de actividades económicas diferentes de las ligadas al sector
primario, éste seguía siendo el motor económico de la zona. Así, una vez que ya
tenemos claro que la inmensa mayoría de la población se dedicaba a trabajar la
tierra, podemos pasar a observar cuáles eran las condiciones en que se
realizaba este trabajo. Más de la mitad de la población masina eran ínfimos
propietarios de tierras que se autopercibían como
jornaleros (concretamente una proporción del 57´25 %[65]). Esta
media de mínimos propietarios se sitúa
por encima de la media comarcal. En el partido judicial de Alcañiz encontramos
un porcentaje más alto de propietarios “mayores”[66]considerando
como tales a los grandes y medianos propietarios. Es necesario ver el
significado de jornalero para los habitantes de Mas de las Matas que se
autodenominaban como tales. Si bien es cierto que no dudaban a la hora de
encuadrarse en la categoría de jornaleros, según los testimonios recogidos,
parece claro que Mas de las Matas no fue nunca un pueblo en el cual se
ejecutasen excesivos jornales.
“Aquí la
tierra estaba repartida, cada cual dependíamos de lo nuestro, había muy pocos
que se dedicasen a trabajar para otros.
No había habido luchas en este pueblo, porque teníamos tierras, se
hacían muy pocos jornales. No como en
otros pueblos cercanos en los cuales cambiaba esto, y claro..., todo cambiaba”[67].
El
significado que se atribuían los autodenominados jornaleros coincide según los
indicios hallados con el de mínimos propietarios. Se puede ver con claridad que
el número de éstos era muy elevado, y seguramente realizarían algunos jornales
para otros, pero de una manera estacional, ayudando únicamente en periodos de
necesidad de mano de obra para tareas de recolección u otros trabajos
específicos, pero la mayor parte del año, la inmensa mayoría de la población masina
se dedicaba al trabajo de sus propios terrenos.
La gráfica
nº1 nos muestra como la mayor parte de las tierras de regadío estaban distribuidas
entre pequeños e ínfimos propietarios, muchos de los cuales no tenían más allá
de una o dos horas[68] de tierra,
siendo esta una cantidad a todas luces muy escasa para el abastecimiento de una
familia.
Distribución
de las fincas de regadío en el termino municipal
(1935)[69]
Eje X.- nº de horas de las fincas.
Eje Y.- nº de contribuyentes.
La gráfica anterior
nos explica cómo estaba distribuida la tierra de regadío. Es necesario hacer
referencia a las tierras de secano, las cuales son muy abundantes en el término
de Mas de la Matas, y nos pueden dar la clave de la subsistencia de muchas de
las familias masinas. A principio de siglo, Cipriano
Mata, era el propietario de todo el monte común, el cual había comprado al Estado
a finales de siglo pasado[70]. Cipriano
Mata vendió parte de estas tierra a Clemente Prats y Aranda, pero la situación
resultante era evidentemente la existencias de grandes propiedades en el monte.
Pese a esta situación, se puede sospechar (ya que no hemos encontrado pruebas
documentales) que muchos de los habitantes de Mas de las Matas tendrían
pequeñas y medianas propiedades en terrenos de secano, gracias a los cuales
podrían subsistir, uniendo al trabajo de la tierra la cría de pequeñas
cantidades de animales destinados al consumo propio, y otras actividades que
ayudasen al abastecimiento de los hogares, como puede ser la caza y la pesca.
Los frutos
que se producían en los campos de Mas de las Matas eran bastante variados. Si
observamos los principales productos que se recogían de los campos encontramos,
junto a la tradicional triada agrícola mediterránea (cereal, vino y aceite),
cosechas de patatas, judías, frutas y alfalfa[71]. Este
último producto se utilizaba para alimentar los animales con los que se
realizaban todas las tareas agrícolas ya que hasta avanzada la Guerra Civil no
llegó ninguna máquina agrícola al pueblo. Si
nos fijamos en el ganado predominante en el pueblo nos encontramos con
caballos, mulos, asnos, vacas y ovejas. Pese a la escasa atención que le
dedicamos en este trabajo a la cabaña pecuaria de Mas de las Matas, no hay que
considerar que fuese pequeña. La presencia de animales en la vida cotidiana de
los masinos resulta evidente, ya que fueron utilizados tanto con fines de
tracción como con fines de alimentación u otros (como la producción de lana o
leche). Sin embargo, a la hora de estudiar la vida cotidiana de los masinos del
primer tercio del siglo XX, el factor del ganado no se puede considerar que
tuviese una importancia suficiente para que determinase la vida en el pueblo.
“Era como un
crimen ser simplemente republicano, o de izquierdas o de la CNT en aquellos
tiempos que dominaba la Iglesia”[72].
España ha
sido tradicionalmente un país católico. Siendo sus habitantes en su inmensa mayoría
practicantes devotos de la doctrinas promulgadas por la Iglesia. Sin embargo, con el aumento de la confictividad social, fue apareciendo a la luz una fuerte
tendencia anticlerical entre gran parte de la población española. La Iglesia pasó a ser percibida y denunciada
como una estructura de poder que apoyaba el orden social vigente, y que se
había alejado del mensaje igualitario proclamado por Jesucristo. Un fuerte estímulo para estas ideas fue la
instauración de la República, que permitió una mayor libertad religiosa, y que
por ello fue atacada con fuerza por los sectores católicos con gran influencia
en el país.
Estas
tendencia anticlericales, eran más fuertes y claras en las grandes ciudades,
aunque no se ha de considerar jamás que eran mayoritarias. Sin embargo, en los
pequeños pueblos, como Mas de las Matas, que constituían la mayor parte de la
población española, el anticlericalismo era mucho más mitigado por causa de la
mayor presión social existente. Como ejemplo de esta presión por parte de la
mayoría de la población, encontramos un documento que nos narra cómo un
matrimonio civil realizado en tiempos de la República, pedía ser realizado por
el rito católico al cabo de unos meses. El motivo de esta petición era la
insistencia de la esposa, que consiguió que el marido transigiese en su
súplica, pero con la condición de guardar en secreto los esponsales por el rito
católico hasta que el matrimonio se celebrase.
Esta
anécdota que hemos narrado, nos ejemplifica también otra realidad clave en el
anticlericalismo. Las ideas en contra de la religión católica, eran en su mayor
parte procedentes de los hombres, y las mujeres adoptaban un papel pasivo en
este alejamiento de la Iglesia Católica. Siendo muy escasas las mujeres que de
motu propio (sin la presión de los hombres de su entorno y familia), decidiesen
no participar en las actividades religiosas que se efectuaban en todos los ámbitos
de la vida.
Las ideas
anticlericales eran propias en el pueblo de los republicanos convencidos. La
mayor parte de los republicanos optaron por alejarse de la Iglesia católica, y
no someterse a la autoridad moral que los curas de la localidad se otorgaban.
“Un día
celebraron una Junta general temiendo que fuese la última, y acordaron por unanimidad,
referente a descubrirse o no al encontrase con la procesión, que cada uno
hiciese lo que quisiera y que la mitad de la multa la pagaría la Sociedad. Pero
el “tío” Modesto, rico propietario rural, discípulo de don Nicolás Salmerón,
dijo que él nunca se descubriría y llegado el caso, pagaría íntegra la multa de
su bolsillo. El caso llegó y como había
prometido, pagó íntegra la multa. El
“tío” Modesto fue felicitado por los socios y por algunos que no lo eran por su
valentía y por haber cumplido su palabra en todos los aspectos. Pero algún tiempo después, uno de los obreros
que le trabajaba la tierra se encontró en el mismo caso, y tuvo el altruismo y
la generosidad de pagar la multa que debía pagar el obrero”[73].
Este caso
nos hace ver con claridad cómo la creación del Círculo Republicano tuvo importancia
en que el enfrentamiento entre la Iglesia y los anticlericales se potenciase.
Estos últimos se vieron arropados por sus iguales, y no tuvieron dudas a la
hora de enfrentarse al párroco y a sus defensores, adoptando una política
militante contra ellos[74]. El
presbítero de la población, D. Manuel Almudí, no dudo en denominar la situación
ocasionada por el “tío” Modesto como la “batalla decisiva por si él y los suyos
podrán ofender el sentimiento religioso”[75].
La vida política. El Centro Republicano y la llegada del
anarquismo.
Mas de las
Matas contaba desde principio de siglo (1913) con un Centro Republicano (según
Joaquín Zurita la Unión Republicana de Mas de las Matas era la más antigua de
toda la provincia de Teruel). Cuando se formó el primer grupo de republicanos a
principio de siglo, estos se reunían en la barbería de el Yerbera[76]. Esta
barbería fue derruida durante las obras de construcción de la carretera que une
Mas de las Matas con Alcorisa, y los republicanos optaron por alquilar el Salón
del Pueblo durante dos años. Pero esta
situación no fue definitiva, y se optó por construir el Centro Republicano, que
fue construido a partir de acciones[77]. En este
Centro se organizó una pequeño centro de lectura, compuesto por “folletos de
literatura atea y rebelde, como “humorismo anticlerical”, “El burgués y el
anarquista”, “En el café”, “Doce pruebas de la inexistencia de Dios”, etc. Los
semanarios “El Motín” (...) “La Traca” de Valencia, y los diarios “El Sol”, “La
Libertad” y “Solidaridad Obrera”[78], y a él
acudían los hombres a tomar café, participar en tertulias y leer.
En 1910 se
produjo a nivel estatal un congreso obrero que desembocó en la constitución de la
CNT, un sindicato obrero que pese a aceptar teóricamente entre sus filas a
cualquier trabajador, independientemente de su filiación política, en la
práctica era el núcleo de reunión de la inmensa mayoría de los anarquistas
españoles. El fin de esta nueva organización sindical era el intento de
conseguir un cambio revolucionario de la sociedad[79].
En el pueblo
de Mas de las Matas, la llegada de estas nuevas ideas libertarias vino de la
mano de la figura de Macario Royo. Este masino emigró a Francia en 1916, saliendo
del pueblo ya con cierto bagaje intelectual de fuerte connotaciones de
izquierdas (era anticlerical y antimilitarista según sus propias palabras[80]). En Lyon
se unió a la ideología anarquista mientras intentaba encontrar gente de
ideología republicana con los cuales relacionarse y hacer más agradable la
estancia en el extranjero. Tras conocer a un importante número de activistas
libertarios comienza a realizar lecturas que marcarán su ideología para el
resto de su vida (Malatesta, Sebastián Faberm, Kropotkin y Bakunin entre otros).
En el año 1920 Macario Royo retornó a España y a través de Bruno Llado (el encargado del Comité Nacional de la CNT) conoció
en Barcelona a los más importantes dirigentes de la organización
anarquista.
Cuando llegó
a Mas de las Matas, Macario era un entusiasta seguidor de las ideas anarcosindicalistas,
y no sentía la necesidad de acudir al Centro Republicano del pueblo, ya que él
era anarquista, no compartía las ideas de los republicanos del Centro y no
quería ser motivo de discordia, pero, según su testimonio, le fueron a buscar a
su propia casa, pidiendo que fuera al Centro porque él pensaba:
“Como los de
Barcelona; de los más adelantados que hay, y nosotros estamos en el Centro pero
somos partidarios de lo que sea más avanzado, y como sabemos que eres tú, por
eso venimos a buscarte”[81].
Macario Royo
acudió al Centro, y llevó con él multitud de folletos que había traído al
pueblo tras su estancia en Francia y Barcelona, y se generó de esta manera un
primer grupo de ocho o diez hombres con ideología libertaria.
Tras conocer
el transcurrir de estos hechos, es necesario plantear las analogías religiosas
descritas por algún autor. Según Malefakis, en una
sociedad como la masina, el líder anarquista (en este caso Macario Royo) tomó
el papel de director y adoctrinador que tradicionalmente había sido desempeñado
por el sacerdote, y los panfletos y libros de donde se sacaba la doctrina
libertaria suplantaron el lugar que había estado ocupado por la Biblia[82]. Así, una
ideología que desea alejarse lo máximo posible de todo lo considerado sagrado,
estaría preñada de aspectos religiosos, con un importante componente
milenarista, basándose en una sociedad fundada en una nueva ética, con una
justicia universal e igual para todos. Se planteaba la llegada de la sociedad
anarquista como la salvación milagrosa que conseguirá la mejora general de las
condiciones de vida de toda la humanidad.
La situación
en el Centro Republicano se complicó por el enfrentamiento con gente que no
compartía la ideología recién llegada, y que intentó expulsar del Centro a Macario
Royo como exponente propagandista y defensor de las nuevas teorías sociales que
arribaron a Mas de las Matas. Según las palabras del propio Macario Royo, el
resultado de estos enfrentamientos fue que el Centro Republicano se transformó
en la práctica en un Centro Progresista y Libertario, ya que un gran número de
los republicanos aceptaron las ideas libertarias importadas por él mismo. Sin
embargo, si nos fijamos en el testimonio dejado por Joaquín Zurita Castañer, la
situación no fue tan clara, y se producían tensiones entre los militantes
libertarios y los republicanos, que se encontraban en una situación de
equilibrio. Si bien es cierto que las
ideas anarquistas tuvieron un importante arraigo en la localidad, especialmente
entre la juventud, numéricamente, todo parece indicar que los republicanos eran
mayoría, pero es cierto que el
movimiento anarquista se veía amparado por la presencia de Macario Royo, el
cual tenía una capacidad oratoria superior al resto de los hombres del Centro
Republicano, y tenía gran prestigio por haber actuado con los líderes del anarcosindicalismo
de la época (Salvador Segí, Ángel Pestaña, Juan Peiró, Juan y Federica Montseny y García Oliver)[83]. Una anécdota
narrada por Joaquín Zurita nos permite ilustrar cuál era la situación que se
vivía en el Centro:
“En aquellas
asambleas casi siempre pedían la palabra primero los republicanos; sus partidarios
estaban impacientes deseando que no la pidiese Macario. Recuerdo que en una de ellas, en la cual el
presidente Juan Manuel Moliner y Alberto Prats defendían sus tesis apoyándose
en el reglamento de la sociedad y que con sus argumentos parecía habían
inclinado la balanza de la opinión a su favor, al pedir la palabra Macario, uno
de los republicanos exclamó: “¡Ya la hemos jodido!”. Aquella frase causó risas y murmullos tan
prolongados que el presidente los hizo callar agitando mucho la campanilla”[84].
Como
indicación de la situación de equilibrio inestable se observa que hasta enero
de 1932 tanto anarquistas como republicanos compartían el mismo local. En esa fecha se asignó a los militantes
anarquistas la planta superior del Centro (de unos 12 metros cuadrados). Y a
los cinco meses esta situación cambió de nuevo al trasladarse los republicanos
de convicciones más profundas al “Universal Bar”, al sentirse en minoría.
Muchos de los que se convirtieron republicanos una vez que ya estaba instaurada
la República, se quedaron en el Centro afiliándose a la CNT, e incluso llegando
alguno a afiliarse a la FAI, según el testimonio escrito dejado por Joaquín
Zurita.
La ideología
anarquista que se respiraba en aquellos años en Mas de las Matas era contraria
a la acción directa, a la acción por las armas, y se intentó realizar una revolución
mental para poder llegar de esa forma a la material (según las palabras de
Elíseo Reclús: “Hay dos revoluciones por hacer: una
en los cerebros y otra en las calles; la segunda depende de la primera”). En la
sociedad rural turolense los grupos libertarios realizaron en esos años una
importante tarea cultural, organizando reuniones culturales y salidas[85]. En este
sentido se impulsó la fundación de una escuela racionalista en el pueblo y la
creación de una biblioteca en el Centro, que fue organizada por el líder
anarquista local, seleccionando él mismo los libros que la compondrían. El
ambiente intelectual en aquellos años era muy bajo en Mas
de las Matas, y gran parte de la población no podía ni leer ni escribir (en
torno la 30 % de la población adulta[86]). Según el
propio Macario Royo, en la escuela del pueblo, sólo se preocupaban por enseñar
la doctrina cristiana, y la mayoría de la población no consideraba necesario el
saber “de letras” para desempeñar las actividades agrarias a las que previsiblemente
se dedicarían durante toda su existencia.
Acerca del escaso ambiente cultural, podemos llamar la atención acerca
del mal funcionamiento de la Iglesia Católica que nos es evidenciado por un
Informe del propio párroco, en el cual se manifiestan las carencias en educación,
y el ambiente enrarecido entre la familias y el párroco[87].
“Trajeron
un maestro los de la CNT para que no fueramos
educados de la manera que estaban entonces. Era la educación normal, pero
claro, siempre había alguna cosica más. Había un
maestro que nos enseñaba esperanto. Lo demás normal, de todo.
Entonces se
criticaba mucho que fuésemos chicas y chicos, pero era normal. Y hacíamos excursiones,
nos criticaban mucho a nosotros y a las familias, porque íbamos las chicas y
los chicos juntos, pero… Íbamos chicas y chicos y estábamos siempre con gente
mayor, nos explicaban cosas y leíamos libros… No eran revolucionarios, eran
grupos culturales. Había muy buenos libros para los chiquillos.”[88]
Frente a la
mala situación de la cultura impartida por los cauces oficiales, y estando en
desacuerdo con las ideas que se transmitían desde la escuela del pueblo, la
gente del Centro de Mas de las Matas se preocupó pues por crear una escuela
racionalista, siguiendo los dictados de Ferrer y Guardia y su Escuela Moderna.
La escuela que se fundó funcionó a partir de una docena voluntarios que se
encargaban de enseñar a leer y a escribir a todas aquellas personas que
deseasen salir del analfabetismo. Se reunían en el sótano del mismo Centro, y
se impartían clases de alfabetización para adultos durante las noches
invernales (noviembre, diciembre, enero y febrero). No se poseía la licencia
para funcionar como escuela, y se optó por presentar esas clases, como veladas
literarias culturales, justificándose diciendo que no existía ningún maestro.
Pero este argumento no fue suficiente para mantener esta escuela racionalista
abierta en contra de la voluntad del Alcalde y la Junta Local de instrucción
pública de la villa. Esta Junta presentó una denuncia al Gobernador civil,
notificando que realizaban actividades docentes sin contar con personas
provistas del titulo profesional pertinente. Esta
denuncia, ocasionó que, tras la comprobación de que efectivamente se realizaban
las actividades propias de una escuela, sin la autorización del rectorado de la
Universidad de Zaragoza, fuese al pueblo un inspector de Teruel que ordenó el
cierre de la escuela organizada por el Centro[89].
En este
momento es cuando se produjo el golpe de Estado de Primo de Rivera en el año
23, quedando la organización libertaria muy maltrecha por la represión y por
las tensiones internas. Pese a esta mala situación a nivel estatal, en Mas de
las Matas, no se produjo represión ni ningún enfrentamiento, manteniéndose
abierto el Centro Republicano. En los primeros momentos se produjo una cierta
inquietud por el futuro del Centro, pero pronto se pasó a un ambiente de tranquilidad
e incluso de aburrimiento, puesto que al estar bajo un régimen que podía
reprimirles con mayor fuerza, fue preciso mantener un aire de tranquilidad y no
atreverse a adoptar comportamientos que pudiesen dar pie a que se actuase
contra ellos. Como testigo del ambiente
que se vivía en aquel periodo de dictadura nos sirve el joven Joaquín Zurita:
“Intentaron
hacerlo cerrar el párroco y el boticario denunciando que era un nido de ateos y
anarquistas peligrosos, pero como no podían comprobar ningún delito porque ni
individual ni colectivamente no se había cometido, el Ayuntamiento, que era de
los suyos, no les hizo caso, y los “peligrosos” continuaban leyendo y
comentando la prensa, siempre visada por la censura. Por esto era más aburrida”.
Con
anterioridad a 1930, para poder ser afiliado a CNT, era necesario ser asalariado,
y en un pueblo como Mas de la Matas, en el cual la tierra estaba muy repartida,
eran muy pocos los que podían ser considerados plenamente asalariados, ya que
al mismo tiempo eran propietarios. Así, no se podían afiliar a la organización
CNT pese a que se sintiesen simpatizantes de ella puesto que eran poseedores
de pequeños pedazos de tierra. Cuando en
el verano del año 30 el secretario nacional de la CNT, Peiró,
optó por una reestructuración de la organización, estimulando la constitución
de centros locales, se permitió que se afiliasen sin la obligatoriedad de ser
trabajadores asalariados. En Mas de las Matas se tuvo que esperar hasta el año
1932 para que se crease en el pueblo un sindicato anarquista que se adherió a la CNT, con un número de afiliados que no se ha
de considerar que fuera de importancia, recayendo la presidencia en un hombre
conocido como el Corneta.
Pese a no
ser la localidad con más afiliados ni la mayor en población de la zona, Mas de
la Matas fue nombrado como cabeza del Comité Comarcal de la CNT. La elección de este pueblo como Comarcal se
produjo por decisión del Comité Nacional situado en Zaragoza. Las razones más
probables de esta elección fueron la alta proporción de cenetistas
de Mas de las Matas, la buena situación como nudo de comunicaciones (puesto que
tenia carreteras hacia Castellote, Aguaviva y Calanda), y por supuesto es
necesario considerar en toda su importancia la altísima actividad realizada por
Macario Royo, que como ya hemos dicho anteriormente, tenía un cierto bagaje
cultural, y era de la confianza de los dirigentes nacionales de la CNT[90].
El 14 de
abril del año 31 se proclamó la República en España. El 12 de abril se habían
realizado las elecciones municipales en Mas de las Matas en las cuales había
salido elegido alcalde Jerónimo Mata, uno de los hombres más ricos del pueblo,
y del cual perdura entre los habitantes de Mas de las Matas (de todas las
filiaciones políticas) un grato recuerdo. El día 1º de mayo de 1931 se produjo
un ligero amotinamiento en el pueblo por causa de que el recién elegido
ayuntamiento (elegido en periodo monárquico, puesto que la República se
instauró el 14 de abril), puso en la ventana del ayuntamiento la bandera
monárquica en lugar de la republicana, lo cual ocasionó que se obligase a
dimitir al recién constituido ayuntamiento, y el Gobernador nombró una comisión
gestora compuesta por seis personas, con representación de anarquistas en esta
comisión. Esta comisión se vio encargada de convocar unas nuevas elecciones
para sustituir al depuesto ayuntamiento. Pese a la tensión que se generó con la
expectativa de una nueva votación, sólo se produjeron ligerísimos
enfrentamientos (orales) entre la gente de derechas (encuadrados dentro del denominado
Sindicato Agrícola) y los de izquierdas, pero que fueron solucionados sin que
fuese necesario que interviniese la guardia civil, sino que fueron aplacados
por Pedro Mir el Feliciano y Macario
Royo, número uno y dos respectivamente de la comisión gestora. El resultado de
las nuevas elecciones fue la instauración de un nuevo ayuntamiento de tendencia
conservadora y como alcalde Juan Manuel Ejarque el Planas.
Pese a los
movimientos sociales que se producían en el pueblo, a la hora de acudir a las urnas,
éstas demostraban una mayoría de gente de derechas. Si hacemos caso de los
estudios electorales realizados en la provincia de Teruel durante el periodo de
la República, éstos caracterizan a esta provincia como una región evidentemente
conservadora. Pese a esta presencia mayoritaria de gente de derechas, es
necesario resaltar la existencia de un muy destacado número de sindicatos, y la
presencia de la CNT como fuerza predominante en el Bajo Aragón y el Maestrazgo,
teniendo en el año 31 alrededor de 4000 afiliados en Teruel[91],
especialmente concentrados en el Bajo Aragón. A partir del año 32 la CNT
experimentó un importante auge en todo Aragón, al contrario del resto de
España. Así, pese a ser una zona de creencias conservadoras a la hora de acudir
a las urnas (aunque hay que tener en cuenta que en las elecciones efectuadas el
19 de noviembre de 1933, en Mas de las Matas sólo acudió a las urnas un 42% de
la población total del pueblo[92]), la
ideología anarquista tenía cada vez más implantación, elemento que ha sido
visto por algún autor como indicativo de la existencia de una cierta conflictividad
rural causada por la lenta transición al capitalismo que se producía en el campo español, en el
cual la revolución liberal burguesa tardó mucho en llegar.[93]
En el pueblo
de Mas de las Matas se dio la característica de la inexistencia antes de la
Guerra Civil de enfrentamientos de importancia entre las distintas tendencias
ideológicas que había. Si bien es cierto que existía cierta tensión, e incluso
se establecieron pleitos entre personas de distintas ideas, en el pueblo no se
pueden constatar enfrentamientos violentos más allá de meras disputas
dialécticas. Esto no nos ha de extrañar en un pueblo de alrededor de 2300
habitantes, en el cual las relaciones eran ante todo personales, y existían
lazos amistosos, familiares, y de todo tipo entre los pobladores. Como indicativo del clima que había en el
pueblo se puede resaltar el siguiente acontecimiento:
En el año
1929 se organizó la Sociedad de Baile de Mas de las Matas, llamada La Favorita.
En un primer momento los señoritos decidieron no ingresar, pero posteriormente
solicitaron el ingreso, “a lo cual se oponían muchos, hasta que fueron
admitidos con esta condición: “no tendrían voz ni voto durante un año”.
Aceptaron gustosos y todo fue bien (...) Un acontecimiento provocado por el
Ayuntamiento al querer subir el precio del arriendo del salón, sito en la calle
de la Costera en el cual estábamos instalados, favoreció a los nuevos socios
que fueron los primeros en desaprobar tal medida, y todos juntos, un domingo por
la tarde organizamos una manifestación de protesta pacífica por las calles del
pueblo. Nuestro triunfo fue completo.(...)
Por su buen comportamiento desde aquel día a los nuevos socios les
fueron concedidos todos los derechos, reinando entre todos la más completa
armonía.”[94] .
La anécdota
que nos es narrada por Zurita nos permite observar cómo las relaciones eran
cordiales. Si bien es cierto que existía un cierto enfrentamiento entre los señoritos
y el resto de los jóvenes del pueblo, este no iba más allá de las habituales
rencillas existentes entre distintos grupos de jóvenes, y no impedía que
realizasen actividades juntos y compartiesen incluso las actividades lúdicas.
Fue durante
los años de la República cuando se levantaron las escuelas del pueblo en su actual
emplazamiento. Los años de la II República fueron años en los que se produjo un
despegue del interés por la cultura, tanto de la impulsada por el Estado
español, como de la “independiente” y al margen del control de las fuerzas
rectoras de la patria.
“Mas de las Matas como otros pueblos , tuvo un Ateneo
Libertario, organizó y abrió una Escuela laica-racionalista, cuyos gastos eran
pagados mitad por los socios y mitad por los padres de los niños. Esta escuela
fue abierta en febrero de 1933, pero con el primer maestro que nos envío el
sindicato de profesionales liberales de Barcelona tuvimos mala suerte, pues era
un jovenzuelo que se ocupaba más de hacer el tenorio con las chicas que de las
enseñanza; hasta que por fin la Comisión de Cultura lo "facturó" y me
nombraron a mí para reemplazarle hasta que enviaran otro. En aquella época la enseñanza particular,
casi toda en manos de laicos, progresistas y liberales, no recibía ni la más
mínima ayuda del Estado”[95].
Junto a la
creación de esta escuela laica, también se llevaron a cabo otras
manifestaciones del ambiente de interés por la cultura que existía en el
pueblo. Se creó un grupo artístico que se mantuvo hasta la insurrección de
1933, y representó “Juan José” de Joaquín Dicenta, y
“El Pan de piedra”. En el plano de la lectura se estimuló el consumo de
revistas de ideología ácrata, como “Cultura y Acción”, semanario que era el
portavoz de la CNT en la región aragonesa. La difusión de este semanario llegó
a ser de setenta semanales en el pueblo, y la distribución era realizada por el
Ateneo, que se beneficiaba con los ingresos que estas ventas le ocasionaban.
3. ASÍ INSTAURARON EL COMUNISMO LIBERTARIO:
1933.
El mejor de todos los mundos posibles. ¿Para
quién? EL mejor de todos los mundos posibles para mí no será el mejor para usted.
El mundo en el que, de todos aquellos que yo puedo imaginar, yo preferiria vivir, no sería precisamente, el que usted escogeria. La utopía, sin embargo, debe ser, en algún
sentido restringido, la mejor para todos nosotros; el mejor mundo imaginable,
para cada uno de nosotros. ¿En qué sentido puede ser esto?
ROBERT
NOZIK, Anarquía, Estado y Utopía.
A la hora de estudiar el levantamiento armado
anarquista que se produjo en Mas de las Matas en diciembre de 1933, es de vital
importancia encuadrar este movimiento en la vida política y social de España, y
concretamente en la situación interna del movimiento anarquista español, el
cual se encontraba en esos momentos fuertemente impregnado de las ideas de
acción directa propugnadas por la FAI. Hay que tener muy en cuenta a la hora de
ver el discurrir de los hechos que el levantamiento se produjo no a causa de
las tensiones internas del pueblo, sino como respuesta a un dictado
que provenía de fuera. Si bien es cierto que existían ciertas tensiones
estructurales, en este episodio que ahora vamos a tratar, no fueron éstas las
causantes del levantamiento, sino que fue una actuación que hay que encuadrar
en el ámbito estatal, como respuesta a la política del Estado, y no sólo a los
problemas inherentes al pueblo de Mas de las Matas.
En 1933 nos
encontramos una victoria electoral de la CEDA, que ocasiona que en Aragón se
realizasen una serie de insurrecciones de cariz libertario ante el triunfo del
centro-derecha. Si observamos el desarrollo de los hechos y cuáles eran las
intenciones de los individuos que llevaron a cabo estas acciones, no puede por
menos que asombrar el idealismo de unas personas que no dudaban de estar
llevando a cabo una revolución a nivel nacional, y estaban convencidas de que
iba a llegar a buen puerto. El recuerdo de este levantamiento inspiró al
anarcosindicalismo en gran medida[96], y fue y es
utilizado como medio de propaganda de la CNT.
“Ha llegado
a nuestras manos el folleto “Cómo implantamos el Comunismo Libertario en Mas de
las Matas”, escrito por Macario Royo en Francia. Es un relato bien hecho, pero
incompleto, porque las últimas doce horas no estuvo presente, y además está
todo tan reciente que algunas cosas sería imprudente decir. Ahora, en plena Democracia,
ha aparecido un folleto con el mismo título y nombre del verdadero autor, pero
incompleto y con muchos errores de bulto (…). Este folleto es tan apócrifo como
la segunda parte del “Quijote”, escrito por Fray Aliaga.”[97]
La
proclamación de la República había levantado multitud de expectativas entre los
militantes de izquierdas de la época, ya que consideraban que se producirían
cambios de importancia en la nación española. La CNT concedió a la recién
inaugurada República un “periodo de gracia” que transcurrió desde de 14 de
abril de 1931 hasta la segunda quincena de enero del siguiente año[98]. Pero la
falta de medidas de agrado de los grupos más izquierdistas y la existencia de
un contexto de crisis económica y desempleo generalizado, tuvo como
consecuencia que grandes sectores de la sociedad se sintieron defraudados por
el poco cambio que se produjo, y se efectuaron multitud de huelgas y movimientos
de carácter social por toda España[99]. Es en
estos años cuando la FAI se hizo con el control de la organización libertaria,
y buscó la vía insurreccional como el mejor camino para transformar la sociedad[100]. El 19 de
enero del 32 se produjo la insurrección del Alto Llobregat en la cual los
militantes cenetistas plantearon por primera vez una
alternativa de organización social basándose en la teoría del comunismo
libertario. Por supuesto esta insurrección fue sofocada y reprimida por las
fuerzas del Estado. En esta coyuntura se produjo la ya mencionada victoria de
la CEDA en las elecciones, victoria que ocasionó que el Comité Nacional de la
CNT y el Comité insurreccional revolucionario, que se encontraban en Zaragoza,
celebraran un pleno de regionales en el cual se acordó que se produjese un
levantamiento a nivel nacional. Este levantamiento armado tenía una fuerte
inspiración faísta.
El levantamiento en Mas de las Matas
La orden de
levantamiento llegó el día siete de diciembre a Mas de las Matas a través de
dos hombres (El Bosque y el Velán), que se acercaron hasta el pueblo caminando
desde Calanda. Desde Mas de las Matas las órdenes siguieron ruta hasta
Castellote y Aguaviva. Del primero de los pueblos acudió al pueblo un solo
hombre (el Chocolatero), de Aguaviva
bajaron once, armados desigualmente[101].Tras
asegurarse que la gente de derechas del pueblo no tenía ninguna sospecha de lo
que iba a acontecer, los anarquistas intentaron tomar la noche del siete al ocho el cuartel
de la Guardia civil en el cual se hallaban tres guardias y la Fonda del Chapa, en la cual se alojaban los
restantes y que en ese momento eran cuatro guardias y el cabo.
La acción
comenzó a la una de la mañana. Lo primero que se hizo fue cortar el suministro
eléctrico en el pueblo, tras lo cual se enviaron dos grupos numerosos al
cuartel de la Guardia Civil y a la fonda, al mismo tiempo que fueron grupos más
reducidos (de dos o tres personas) a las casas de aquellos hombres de derechas
de los cuales se sospechaba que pudiesen tener armas y presentar resistencia al
levantamiento. Fue en casa de uno de estos hombres (concretamente en casa de
Félix el Seguidillas), donde comenzaron
los disparos, que según Joaquín Zurita efectúo el Seguidillas desde dentro de la casa, si bien fueron tiros al
aire con la intención de amedrentar a los sitiadores[102]. Una vez
que se oyó el disparo, los guardias de la fonda intentaron salir de la misma,
pero fueron obligados a retirarse por causa de las descargas de escopeta a que
fueron sometidos. Al mismo tiempo fue tiroteado el Cuartel.
“El combate
duraría unos diez minutos. Aquella noche rodearon el cuartel con bidones de
gasolina. Y todas las luces apagadas, y en la fonda del Chapa, había dos jóvenes
guardias, y estos salieron por un callejón, por la puerta de atrás. Se puso
cada guardia a un lado de la calle, y abajo estaba el grueso de los
anarquistas. Duró unos diez minutos el tiroteo. Ya paró el fuego y bajaba un
guardia herido. Ya se entregaron, y se entregó el cuartel y todo.”[103]
Como
resultado de estos disparos, uno de los guardias que se hallaban en la fonda
fue herido en una mano, y otro de los que se encontraban allí recibió un
impacto de perdigones en el rostro al intentar salir. Seguramente fueron dos
los guardias heridos en los enfrentamientos. Frente a esta opinión, encontramos
algún testimonio que habla de un solo herido[104], e incluso
existen referencias que hablan de la automutilación de uno de los guardias
civiles. Estas teorías seguramente son falsas, ya que individuos implicados en
el asalto de los reductos de los guardias civiles admitieron la existencia de
dos heridos por causa de las armas de los anarquistas, y no existen motivos
para ampliar el número de heridos. Sin embargo, no es difícil imaginar los
motivos de la reducción del número de heridos, puesto que de esta manera, se
podría intentar una condena más leve para los autores del asalto.
Una vez roto
el factor de sorpresa con el que contaban los insurgentes y al encontrar resistencia
decidieron sitiar ambos edificios y esperar ya que su armamento no permitía el
plantearse asaltar por la fuerza los lugares en los que se habían fortificado
los guardias. Ya por la mañana, y tras toda una noche de tensa espera, se hizo
sonar las campanas, y el alcalde (Juan Manuel Ejarque, el Planas), al ver que el pueblo se encontraba en manos de los
anarquistas locales, presentó su dimisión a Macario Royo. Éste, según su propio
testimonio, no había querido tomar parte activa en el movimiento (seguramente
por no estar de acuerdo con las ideas de “acción directa” propugnadas por la
FAI, que era la instigadora del movimiento), y cuenta que fue llamado una vez
que ya estaban los guardias civiles sitiados[105]. El recién
dimitido alcalde se traslado en un primer momento a la fonda (a instancias de
Macario Royo), para ver la situación que existía entre los guardias, y a través
de este individuo el cabo de la Guardia Civil pidió hablar con Macario Royo,
diciendo que era el único interlocutor que aceptaría. Con el fin de evitar el
derramamiento de sangre, los guardias aceptaron entregar las armas a condición
que se les asegurase su integridad personal, ésta les fue asegurada por su
interlocutor, el cual comunicó a los hombres armados que esperaban fuera de la
fonda cuáles eran las condiciones de la rendición, que fueron consideradas
razonables y se produjo la rendición de los miembros de la benemérita.
Los guardias
entregaron a través del balcón de la fonda del Chapa los fusiles, pero no todos. Según el testimonio de una
trabajadora de la fonda, Dª Pura Ejarque, ella misma escondió entre el
estiércol del gallinero que existía en la ultima
planta del edificio, un fusil con correajes, cartucheras y munición[106]. El motivo
del ocultamiento de la dotación de armamento de uno de los guardias, fue para
evitar los guardias las sanciones disciplinarias que les hubiesen sido
impuestas en el caso de entregar al enemigo la totalidad del armamento del que
disponían. Posteriormente se dirigieron al cuartel, donde el cabo instó a los
guardias que allí se habían hecho fuertes, que entregasen las armas, acto que
realizaron sin poner reparos.
Tras la
rendición los guardias civiles, los curas y otros tres individuos de derechas (Felix, el Seguidillas,
Luis Trullenque y el primer secretario) fueron
encarcelados en el Ayuntamiento, lugar al que fue llamado el médico (D.
Salvador Zaera) para atender las heridas que los
guardias habían recibido a lo largo del enfrentamiento.
De esta
manera el pueblo fue tomado por los anarquistas locales. Pese a la existencia
de algún testimonio de la época en el cual se habla de que los anarquistas
masinos marcharon en dirección a Castellote[107], la mayoría
de los testimonios nos narran como la actitud que se adoptó por parte de los
dirigentes del levantamiento armado en el pueblo fue la de esperar a recibir
noticias acerca del éxito o el fracaso de la movilización a un nivel más amplio
que el propio Mas de las Matas.
A lo largo
del periodo en el cual el pueblo estuvo tomado por parte de los anarquistas, se
produjeron pequeños destrozos en la localidad. La mayor parte de los daños
ocasionados, fueron selectivos, centrándose en la destrucción de toda la
documentación existente. Según el testimonio de Emilio Bernuz, que fue el más
joven participante en el levantamiento del 33, la filosofía de esta destrucción
se puede reunir en la siguiente frase: “La quema de los archivos...Aquí no paga
la contribución nadie ya”[108]. La destrucción
de documentos, iba directamente
encaminada a la desaparición de la documentación escrita que atestiguaba la
propiedad privada de la tierra (uno de los pilares de la sociedad contra la que
luchaba la ideología libertaria). Si atendemos a los efectos que desaparecieron
tanto en el Juzgado municipal, como en la Junta de Alfarda[109], vemos que
la mayoría de los bienes desaparecidos era documentación de todo tipo (libros
de actas, recibos, legajos, expedientes...), siendo anecdótica la destrucción o
sustracción de otros efectos que los papeles (sellos del Juzgado, lamparas...). En el Ayuntamiento, se realizo la quema de
las actas, y de toda aquella documentación que fue encontrada, al mismo tiempo
que se destrozaron las urnas, la bandera, y las copias de pesas y medidas
oficiales que se encontraban en el pueblo[110]. La Iglesia
también fue objeto de ataques, que se vieron culminados con la destrucción de
los documentos, y la quema de unas sotanas.
Es
interesante ver el papel simbólico de los destrozos efectuados. Un repaso a los
elementos que fueron atacados por los anarquistas masinos nos indica que
las destrucciones se centraron en
documentación ( como elemento constatador de la
propiedad y de la desigualdad), y en elementos de alto valor simbólico que
representaban los principales enemigos de la ideología libertaria (la bandera
nos hablan del Estado, que controla los intercambios económicos a través de la
imposición de unas pesas y medidas, las sotanas evocan directamente a la
Iglesia y las urnas son la expresión de una participación democrática que los
anarquistas veían como insuficiente y preñada de elementos negativos y que no
era representativa de la voluntad popular).
Los líderes
del levantamiento armado habían tomado las escasas radios existentes en el pueblo,
para tener el control de las noticias del exterior. Las noticias que los anarquistas
de Mas de las Matas recibían a través de ellas no eran muy concluyentes a la
hora de asegurar el triunfo o el fracaso del levantamiento a nivel general por
todo el Estado. Pese a que las noticias que llegaban por medio de los cauces
oficiales hacían ver una absoluta tranquilidad por todo el territorio español,
los insurgentes, opinaban que se podía tratar de un intento de ocultar la
información, con el fin de lograr la desmoralización de los hombres que se
habían levantado. Pero esta situación de duda acerca de los resultados del
levantamiento fue pronto aclarada. Al mediodía del día ocho llegó, como era
habitual, el autobús correo de Alcañiz a Castellote, y a través del conductor recibieron
las noticias que hablaban de la absoluta normalidad a lo largo de todo el país,
y el casi nulo seguimiento que había tenido el llamamiento a la revuelta por
parte de los dirigentes cenetistas.
Mas de las
Matas había sido uno de los pocos pueblos en los que se había seguido el
dictado de hacer la revolución. Merece la pena destacar algunos pueblos
aragoneses como núcleos en los que se intento ensayar el comunismo libertario.
En Huesca, Alcalá de Gurrea, Alcampel,
Albalate de Cinca y Villanueva de Sigena, y en
Teruel, junto a Mas de las Matas, Valderrobres y Beceite[111]. A la hora
de comprender el por qué del mal resultado del llamamiento, es necesario
destacar el fracaso de la coordinación, junto a la quietud de la mayoría del
campesinado. No se había conseguido dotarlo de una organización que permitiese
considerar a los campesinos como una fuerza revolucionaria, y el seguimiento
del llamamiento del Comité Nacional de la CNT fue ignorado en la mayoría de las
poblaciones, sabedores los propios anarquistas de la dificultad de alcanzar un
éxito en ese intento. Sólo se produjeron unos pocos levantamientos, lo cual
ocasionó que el sofocamiento por la fuerza de estos escasos focos rebeldes
fuese especialmente sencillo.
“Lo del 33
fracasó porque no hubo apoyos. Zaragoza no respondió, un pueblo no éramos nada,
ni dos ni tres... El Bajo Aragón casi todo se puso, pero no somos nada.
Enviaron aquí dos o tres compañías de guardias de asalto. Ni hubo lucha porque
era inútil. Los más significados miraron de irse... A los demás nos
cogieron...”[112].
No fue
difícil observar la inutilidad que sería intentar presentar resistencia ante la
previsiblemente inminente llegada de las fuerzas de seguridad del Estado. Los
tres individuos más involucrados en el levantamiento, por el miedo a la segura
represión, optaron por huir amparados por la noche sin siquiera avisar a sus
propias familias[113]. Junto con
el líder Macario Royo, huyó del pueblo Mariano Sánchez Añón, el Mazorras, y
el individuo que había bajado de Castellote y era conocido como el Chocolatero, y fueron a ocultarse en Barcelona, ciudad en la
cual Macario tenía conocidos de su ideología que les podían ayudar, y de
allí marcharon a Francia.
Para
calcular un porcentaje indicativo del número de gente que se considere que pudo
haber participado en el levantamiento, puede sernos útil conocer el número de
detenidos en la posterior represión. Se detuvieron alrededor de ciento treinta
hombres en un pueblo de alrededor de dos mil habitantes. Si consideramos que de
la totalidad de dos mil habitantes sólo mil eran hombres, y de éstos podemos eliminar a un veinte por ciento, como
niños demasiado jóvenes o ancianos, se puede afirmar que de alrededor de un
total de ochocientos hombres susceptibles de haber tomado parte en la insurrección,
fueron detenidos ciento treinta, lo cual nos indica un porcentaje de alrededor
de un dieciseis por ciento de presuntos participantes
en el levantamiento. Pese a que la exactitud del porcentaje no sea una cifra
calculada a partir del número exacto de implicados, sino a partir de la
represión posterior, nos puede clarificar cual era el índice de gente suficientemente
politizada, como para tomar las armas con el fin de acabar con el régimen
político-social que se encontraba vigente en aquellos años.
El día 10 de
diciembre por la tarde comenzaron a oírse descargas de fusiles desde la zona de
Alcorisa. Estos disparos eran realizados por los guardias civiles de asalto que
se dirigían a la toma del pueblo. Desde la colina de Santa Bárbara realizaban
disparos con la intención de amedrentar a los amotinados, y así intentar
debilitar la resistencia de los rebeldes. Las precauciones de los guardias eran
inútiles. Nadie en el pueblo se planteó la posibilidad de enfrentarse a los
guardias civiles. Era muy distinto tomar un cuartel y una fonda por la noche a
enfrentarse a un cuerpo armado superior en número, armas y entrenamiento. La
motivación para defender el pueblo de los anarquistas masinos era nula (ya que
el resultado de un hipotético enfrentamiento era con seguridad la derrota,
mientras que el acto revolucionario que habían efectuado los días anteriores
tenia para ellos ciertas posibilidades de éxito), y su pensamiento se centraba
en esos momentos en la preocupación por la más que previsible represión. Además
hay que dar importancia a la desmotivación adicional que supondría la huida en
el más absoluto de los secretos de Macario Royo, Mariano Sánchez y el
Chocolatero, lo cual dejó a los insurgentes masinos sin sus líderes, y
percibiendo todos ellos que el intento de implantar el comunismo libertario en
Mas de las Matas y en todo el país, había llegado a su fin, sin conseguir el
objetivo propuesto, y que en esos momentos se debían preocupar de escapar de la
represión, dejando los sueños anárquicos para otra ocasión.
La represión
fue fuerte tal y como se esperaba. En un primer momento, y según testimonios de
la época en un primer momento se detuvieron a inocentes, e incluso a gente de
derechas[114]. Como ya se
ha mencionado antes, el número de detenciones que se produjo fue de alrededor
de ciento treinta individuos, de los cuales muchos fueron recuidos
por las cárceles de los alrededores (Castellote, Híjar...).
La mayoría
de los implicados (106 individuos) en el levantamiento masino fueron acusados
en un pleito por lo civil, que se tramitó desde Teruel, y éstos pronto vieron
la posibilidad de beneficiarse de una amnistía. Con el fin de presionar a las
autoridades, los presos sociales de España, entre los cuales se encontraban los
presos masinos procesados por el intento revolucionario, decidieron declarar
una huelga de hambre en el mes de marzo. La medida de presión surgió efecto, y
el Gobierno español declaró la amnistía para los presos procesados por lo civil
en el mes de abril de 1934. Sin embargo, los catorce presos masinos que habían
sido incluidos en el juicio militar (por las ya mencionadas heridas ocasionadas
a los guardias civiles), no fueron incluidos en esta amnistía, y no fueron
puestos en libertad hasta la victoria electoral del Frente Popular en el año
1936. Los juicios realizados por lo militar se realizaron en Zaragoza. La causa
fue vista el 14 de junio de 1935, se dieron condenas de seis años para diez de
los acusados, y de veinte para cuatro más[115].
“En
el 36, después de las elecciones, vinieron ya todos, los pocos que quedaban.
Estaban unos en Calamocha y otros en Albarracín”.[116]
Como puede
imaginarse, el local del sindicato anarquista, y el edificio de la Unión
Republicana, fueron cerrados, ya que se consideró que eran los centros de los
amotinados, y se optó por acabar con su centro de reunión, como medio de
intentar extinguir en el pueblo las ideas libertarias y contrarias al régimen
existente que habían desembocado en el intento revolucionario acaecido poco
antes.
Pero un
edificio que fue remodelado como consecuencia de los acontecimientos que tuvieron
lugar en diciembre de 33 fue el cuartel de la Guardia Civil. El puesto de este
cuerpo de defensa del Estado fue mejorado a comienzos de siguiente año (el 26
de enero de 1934 se acordó en el pleno del Ayuntamiento), aumentando el número
de guardias allí destinados, al mismo tiempo que se aumentaron las defensas del
edificio.
4. LA APERTURA DE LA VÍA REVOLUCIONARIA.
JULIO-1936/AGOSTO-1937.
La época
exige violencia, pero sólo estamos obteniendo explosiones abortivas. Las
revoluciones quedan sesgadas en flor, o bien triunfan demasiado deprisa. La pasión se consume rápidamente. Los hombres
recurren a las ideas.
HENRY MILLER. Trópico de Cáncer.
Las fuentes para conocer con
profundidad el período colectivista en Mas de las Matas no van más allá de los escasos
documentos, las entrevistas orales y los testimonios indirectos. Destaca entre
todo el compendio realizado por Ronald Fraser en Recuérdalo tú y recuérdalo a otros. Historia oral de la Guerra civil
española también a partir de entrevistas. Esta narración de los hechos sucedidos
en Mas de las Matas entre el 36 y el 38, con sus lagunas ¾que las
tiene¾ y con sus
virtudes, ha de ser una espina dorsal de la que aquí pretendemos desarrollar.
Pero también son valiosos los testimonios de la época, tales como prensa o
apuntes de anarquistas que visitaban las diferentes localidades para supervisar
el trabajo de sus compañeros anarcosindicalistas. También hemos recurrido a los
testimonios orales recogidos en diferentes fuentes, y que hacen mención a la
situación del pueblo. Por ejemplo, las entrevistas realizadas por Inma Blasco,
Ana Aguilera y un equipo de investigadoras, resultado de los cuales es el vídeo
Aguaviva, una historia en femenino, y
su comunicación presentada en el I Congreso de Historia Local de Aragón[117].
Y también los valiosos testimonios presentados en los vídeos titulados La Guerra Civil española, dirigidos por
John Blake y supervisados por Hugh Thomas, Ronald Fraser y Javier Tusell.
Luis
Germán Zubero señaló grosso modo la
estructura de la propiedad y los rasgos sociales de las localidades del Bajo
Aragón durante la Segunda República y los momentos previos al desencadenamiento
de la Guerra Civil[118].
En este estudio ya clásico refleja lo que él considera un desequilibrio
socioeconómico y una heterogeneidad dominante en cuanto a la situación de los
pueblos de esta comarca: los datos varían absolutamente entre una localidad y
otra. Para Mas de las Matas señala como característica fundamental el predominio
de la pequeña e ínfima propiedad agraria, que constituirían hasta más del 70%
de los contribuyentes en el partido judicial de Castellote ¾al que
pertenecía nuestra localidad¾: señala 10.023 ínfimos
propietarios y 2.043 pequeños, frente a los 266 medianos y los 8 grandes
propietarios[119].
Ello no hace obligatorio que esta situación se repitiese en Mas de las Matas,
pero sí da una imagen más o menos delimitada del régimen de propiedad agrícola
que encontramos a las puertas de iniciarse el proceso colectivista. Lo que está
seguro es la ausencia de grandes propietarios, de grandes terratenientes.
La
mayoría pequeño-propietaria, que difícilmente podría mantener asalariados, es
lo que configura lo que se ha venido a llamar “campesinado familiar”. Ese que,
según han mostrado investigaciones recientes, constituye una clase social clave
en el mantenimiento o cambio de los órdenes sociales[120].
Las resistencias a la imposición del sistema adquieren, pues, aquí características
constatables en otras situaciones: el mediano y pequeño campesino tiende a la
defensa de sus intereses. Y rara vez sólo, se desprende de ellos por el interés
común. Por tanto, de aquí podemos concluir que, más allá de los propios
anarquistas, de los militantes de CNT, los apoyos previos no serían muchos.
Ideal de “justicia social”, de defensa de los intereses políticos progresistas
no faltaba: la mayoría de la población comprometida con las causas políticas
republicanas militaban en Izquierda Republicana. Pero la propiedad se
respetaba, así, también desde su militancia político-sindical.
Los
cenetistas no eran, pues, ni mucho menos mayoría. Emilio Bernuz, anarquista de
pro, reconoció esta situación, a la par que nos adelantó una teoría interesante
que trataremos de constatar: “Había poca mano de obra, la propiedad estaba muy
repartida... vivíamos de lo nuestro, había muy pocos asalariados. El sindicato
estaba porque aquí sembrábamos las ideas, lo importante fue la cultura, no se
iban a defender las horas de trabajo, sino por defender las ideas. Ambiente
social en este pueblo ha habido siempre, igual republicanos... en CNT estábamos
pocos, el de más ambiente era el centro libertario, de Izquierda Republicana.
Pero se creía en conseguir las cosas por estudio, por convicción. Por la
palabra”[121].
Y
es que la existencia de un núcleo republicano, de un centro social, de una
escuela libre... no es baladí: los medianos propietarios optaban aquí por la
defensa y la mejora de su situación; pero no desde el apoliticismo ni el
colectivismo, sino desde una militancia de izquierdas que respetase la
propiedad individual, y que usase como medio de acción la lucha política. Nunca
la acción directa. De todas formas, CNT tenía un núcleo importante en la
localidad. No tanto como IR, pero sí de cierta relevancia. La memoria de la
insurrección del 33 y el impulso local de Macario Royo mucho tienen que ver en
esta cultura apolítica. Que no era ni la mayoritaria ni la más preparada para
desarrollar un proyecto de sociedad. Pero tampoco era la “basura humana de la
localidad: vagos, matones y analfabetos. En definitiva, la CNT agrupaba a toda
la escoria humana de la localidad” que alguien ha dejado escrito en el archivo
histórico del pueblo.
El índice de
afiliación había descendido desde la represión generada tras la insurrección;
sin embargo, las agrupaciones libertarias, como señala Gastón Leval, “actuaron
casi sin interrupción, y encontramos la última generación de sus componentes al
frente de la organización colectiva del pueblo”[122].
El recuerdo de esta dura represión por los acontecimientos insurreccionales se
mantenía vivo entre los habitantes, sobre todo en el caso de los afiliados,
simpatizantes, familiares... de los cenetistas: “El tema del 33, de la
represión, instigó para que hubiera un ideal revolucionario. De los encerrados,
en el 36 vinieron los 7 que quedaban que no habían sido amnistiados. En la
guerra explotó la rabia contenida de aquella injusticia. Si había cuatro, se multiplicaron”[123].
Con
una economía buena, la revolución de los anarquistas era más moral, intelectual
que otra cosa. O al menos es el argumento que emplean casi todos los escritores
anarquistas de la época, como Zurita Castañer en sus “heterogéneas” Memorias Aragonesas, pero que no deja de
denotar ciertas dosis de autojustificación: escribía Félix Carrasquer que CNT
“llegaba al fondo de la sensibilidad humana tanto del campesino como del obrero
industrial y vigorizaba la solidaridad entre ellos”[124].
Lo cierto es que la debilidad organizativa de un movimiento básicamente urbano
se veía en cierta parte compensada por la fuerte influencia sindical sobre el
Bajo Aragón de las zonas industriales catalana, valenciana y zaragozana. Por
ello, estos anarcosindicalistas confiaban en la implantación en el ámbito
rural, en el “sueño igualitario, libertario, respuesta a quienes desconfiaban
de la capacidad organizativa del pueblo” que habría de germinar, en palabras de
Federica Montseny, entre las clases desfavorecidas, entre el campesinado.
Pese
a esta confianza en la idea previa campesina acerca de su filiación hacia el
sistema colectivista, lo cierto es que, en el momento en que el vacío de poder
generó el ambiente propicio para desarrollar el proyecto anarquista, hubo de
ser la fuerza miliciana venida de las zonas de mayor arraigo cenetista la que
implantó el “sueño” de los agricultores. Y es que, por mucho que existiera una
fuerza inicial, un arraigo anarquista en la zona, éste no estaba capacitado ni
ideológica, ni logística ni humanamente para hacerse con el poder de manera
endógena. La formación de comités antifascistas no suponía la toma del poder, y
mucho menos la estructuración de un plan revolucionario global.
En
el caso masino, fue la columna Carod, venida desde Morella, la que entró en la
zona, al socaire del ímpetu revolucionario que movía al movimiento anarquista,
tras la victoria en el primer golpe de mano de su movimiento. El reconocimiento
tácito de las autoridades constituidas del poder cenetista en las zonas donde
el sindicato, armado y represivo, había logrado parar la sublevación militar y
de las fuerzas del orden, había dado impulsos para la constitución de milicias
sindicales que tratarían de, en función de sus posibilidades y al abrigo de su
ideología, implantar el colectivismo por cuantas zonas pasasen. El objetivo,
pues, no era tan sólo Zaragoza (destino, por cierto nada casual: allí residía
una sección fuerte de CNT que estaba siendo duramente reprimida[125]),
sino también el advenimiento de un mundo nuevo, sin propiedad ni capitalismo. Sin
injusticias.
Este
loable propósito se realizaba, sin embargo, a la par que el “terror
revolucionario” se extendía a su paso[126].
“Todo era «en bien de la salud pública». No deja de resultar llamativo que esa
obsesión por la «limpieza», por la «higiene» o por la «salud pública» la
compartieran en aquel verano de 1936 quienes mataban a un lado y a otro de la
línea marcada por el éxito o la derrota de la sublevación militar”[127].
En Mas de las Matas, cuando llegó el momento, no hubo lucha contra los
fascistas. No hizo falta: quienes hubieran podido ser considerados como tales
habían huido, presumiblemente a Zaragoza, ante el anuncio de que desde Morella
se acercaba la columna “con más de mil ametralladoras y cañones”, cuando en
realidad iban armados de manera heterogénea y provisional. Uno de los que allí
estaba, Joaquín Zurita, relataba que “entre los jóvenes de Castellón había de
todo. Al llegar a Mas de las Matas, mientras la rodeábamos, un escopetero castellonense
que estaba a mi lado dijo: «¡Ahora es la nuestra! ¡Ahora que no tenemos
responsabilidad!»”[128].
El
relato de los hechos, grosso modo,
nos lo ofreció Regina Gil:
“El
ayuntamiento se disolvió, y en los pueblos se hicieron los comités. Muchos
comprometidos con la derecha se fueron a Teruel. La formación del comité fue
poco antes que llegase la columna, que estuvo aquí de paso. De aquí se fueron
unos cuantos a esperar a ver lo que pasaba, y se marcharon algunos hacia
Morella para formar parte de la columna. Había también un grupo de derechas,
que se quedaron algunos, otros se marcharon, y otros se mantuvieron escondidos”[129].
En
la proclamación del comité antifascista tuvo un peso importante de los
cenetistas, representados sindicalmente en el pueblo desde 1932. En esas
primeras reuniones ya se empezaba a trazar el futuro de la localidad. De hecho,
el relato anarquista indica que fue la parte cenetista de dicho comité la que,
en septiembre, propuso al resto el desarrollo de un sistema colectivista que
implantara un modo de vida solidario, que trajera la justicia social frente a
la acaparación económica, y que supliese el vacío de poder generado tras el
fallido golpe de estado de los generales reaccionarios. “Aquí no se toca a
nadie. Cuando acabe la guerra, que a cada uno nos juzguen según lo que hayamos
hecho”, habían pactado tácitamente los responsables masinos. El hecho determinante,
sea como fuere, lo había supuesto la llegada de la columna Carod. El impulso a
la coacción sobre sectores de la población y sobre el propio comité
antifascista por parte de sectores anarquistas de las columnas, del frente o de
cenetistas de retaguardia dejó su sangrienta huella en varias ocasiones.
Y
es que, previamente a la llegada de las fuerzas milicianas, el vacío de poder
únicamente había originado los comités antifascistas, comités de defensa o
comités revolucionarios, según las diferentes terminologías[130];
e incluso se podría decir que esos comités ya habían “adelantado el trabajo” a
los anarcosindicalistas, mediante “la labor de derribar la red económica y
social existente, objetivo esencial de muchos de los anarcosindicalistas que
formaban estas columnas”[131].
La configuración de ese comité en Mas de las Matas, como ya hemos indicado, era
a partes iguales entre cenetistas y republicanos. “Formamos el Comité
Antifascista compuesto de 16 miembros: 8 republicanos y 8 cenetistas. Yo fui el
eterno secretario y redactaba las actas. Empezaba el mes de agosto y en el Bajo
Aragón había mucha confusión sobre la situación general en España (...) El Bajo
Aragón, política y administrativamente, al estar Zaragoza y Teruel en poder del
fascismo, provisionalmente pertenecía a Castellón”[132].
Es
el momento en que la coacción, la imposición, empezó a actuar. Y es que, desde
el punto de vista anarquista, “cuando no había tiempo para la educación y la
persuasión, hacía falta la coacción”. La revolución se hacía así; y así lo
expresaba Macario Royo: el propósito fundamental fue la igualdad social. Aunque
hiciese falta la imposición de la voluntad de una minoría armada. El propio
Carod, ex-secretario de propaganda del comité regional de CNT, entrevistado por
Fraser, lo conocía perfectamente: “Sabía de sobras de qué modo el campesino se
aferra a su tierra (...) Mantuve la tesis de que solamente debían colectivizarse
las tierras de los que habían huido y las tierras comunales de los pueblos, y a
las colectividades había que reconocerlas legalmente”[133].
Especialmente
traumático fue, de cuantos hechos violentos ocurrieron al inicio de la colectividad,
el asesinato de Ejarque, el republicano que formaba parte del comité
antifascista, y del que era presidente. El relato de los hechos se hace confuso
cuando se pide que se cuente: los hechos más dolorosos, como la muerte de
masinos a manos de masinos, y su memoria, han sido tamizados por el deseo de
olvidar, por la crudeza de las imágenes que contemplaron. De hecho, la guerra
se vivió dentro del pueblo no en la colectividad en sí, que a fin de cuentas no
implicaba per se ningún tipo de
represión ¾recordemos,
además, el carácter pacífico de muchos de los cenetistas locales¾. La guerra,
la lucha violenta, se vivió en el pueblo (y así quedó grabada en la memoria
colectiva) en los asesinatos y fusilamientos. No sin dificultades, Tomás Mir lo
relataba así:
“Resulta
que cogieron un cura los de la CNT. El Ejarque decía que había que llevarlo a
su pueblo. Este de la CNT lo esperaba en la esquina. El Ejarque, después de
comer se acercó al café, bajando por la calle. Y la discusión con uno de CNT
seguía. Que si «A ese cura hay que matarlo», que si había que llevarlo a su
pueblo. Conque llegan al final de la calle, y Ejarque ve la barandilla que hay
al subir al café ese, al lado del ayuntamiento, y el otro le apuñaló. Y el otro
aún pudo pegar un tiro, pero le dio a una puerta. Con que aquel día el Ejarque,
muerto. Al cenetista lo cogieron los propios suyos que estaban de guardias, y
lo fusilaron. Que estaba yo en el corro (estábamos todo el pueblo) y lo
pusieron contra la pared del pueblo, atado de pies y manos. Y un cuñado del
Ejarque le pegaba patadas... hasta que lo mataron. Aquella tarde murió el cura,
murió el Ejarque, murió el tío Copas... Esto fue al poco, acarreando fajos, así
que al mes, más o menos”[134].
Una
vez que mataron a Ejarque se quedó todo en manos de la CNT. El testimonio de
Nicolás Mir no difiere mucho del anterior:
“A
Ejarque, que estaba en el comité de defensa, lo mataron al poco de entrar aquí
las fuerzas anarquistas. Y entonces fue cuando se formó aquí el lío, porque no
echaron culpa que fuese nadie del comité los que dijeron que vinieran a buscar
a todos esos. Lo primero que hicieron fue encerrar a todo el comité. Era de
noche, y con unas listas que llevarían que alguno de esos de mala fe que de las
columnas de aquí cerca, a lo mejor fascistas ocultos en el frente, hicieron que
los fusilaran. Pero no los del comité, que eran personas de mucho conocimiento,
personas muy honradas. En la guerra no se gobierna como se debiera, porque
después fusilaron por cada uno a más de cien”.
Y
de esta manera, Joaquín Zurita:
“Informamos
brevemente (...) y la vida continuaba su curso tranquilamente, en perfecto
orden, hasta que desgraciadamente para todos, un grupo de jóvenes veinteañeros
encontraron en el campo un cura que andaba huido. Lo llevaron al pueblo, le
encerraron y pasaron tres o cuatro días. Pero uno de los más violentos (...)
amenazó de muerte al presidente del comité, diciendo que si no mataban al cura,
él mataría al presidente. Creímos que era una más de sus bravuconadas, pero lo
horrible fue que la hizo realidad. Un día, cuando el presidente se dirigía al
café, se acercó por detrás y le apuñaló la espalda (...) Le cogieron, le ataron
con cuerdas brazos y piernas y en la plaza lo tiraron al suelo como un fardo.
Así le quitaron la vida (...) Mientras esto sucedía, los que habían encontrado
al cura fueron por él y lo llevaron al cementerio”[135].
La
configuración del comité antifascista da buena señal de que es difícil que la
colectividad se hubiese formado de manera “espontánea”. Sí es el que propone la
colectivización de las tierras, pero presionado por la presencia de los
milicianos anarquistas; y cuando el sistema colectivista ya ha obtenido cierto
peso en la política republicana. La colectividad agrícola, entendida por muchos
anarquistas como un “modelo de existencia y un medio de organización adaptado
por los anarquistas rurales de su propia existencia agrícola y adoptado por los
comités locales como la única y más razonable alternativa al modo de
organización feudal-capitalista (sic) que se acababa de hundir”[136]
fue propuesta por los cenetistas en septiembre, apoyados por el hecho
coercitivo de la cercanía de las columnas, por haberse constituido ya el
Consejo de Aragón ¾presidido por Joaquín Ascaso, que
facilitó la “legalidad” del sistema socioeconómico¾ y por el hecho
de que los republicanos abandonaran el comité antifascista. Así es como se creó
la gestora que organizaba el trabajo de los colectivistas.
Por
tanto, no es hasta septiembre cuando se decide la formación de la misma, seis
semanas después del estallido de la guerra y cuando el modelo empezaba a
instaurarse en otras localidades aragonesas. En principio era abierta, de libre
entrada. Los acontecimientos, sin embargo, que veremos más adelante, señalan
que esa “libertad” estaba muy condicionada: en cifras redondeadas, 2000 de los
2300 habitantes del pueblo entraron a formar parte de la misma en algún
momento, que sería dirigida desde un principio por una comisión administrativa[137].
Desde septiembre, pues, y al socaire del paso de la columna cenetista de carácter
miliciano y del ímpetu de los aproximadamente 200 cenetistas, “moralmente
obligados” a ingresar en ella, la colectividad se pone en marcha con la entrega
de tierras, aperos, ganado, existencias de trigo y otros productos de la tierra[138].
Y con un talante cuando menos esperanzador, que además podemos encontrar en el
pensamiento del líder anarquista local, Macario Royo: la determinación de no
llevar a cabo represalias personales, al menos de manera oficial o legitimada
por el poder.
El
progresivo ingreso de colectivistas abarcaba en sus razones un abanico amplio.
Desde los cenetistas, que entraban entusiasmados, hasta los derechistas, como
veremos forzados por la situación, pasando por los que -pocos- no tenían casi
recursos económicos:
“En
la colectividad se trabajaba todos juntos. Lo primero vino la columna de
Morella, que ya muchos de aquí se marcharon y vinieron con ellos. La
colectividad se hizo enseguida, primero los de CNT que eran voluntarios. Los
únicos que no entraron, libremente, fueron los de UGT y los republicanos.
Voluntarios no de CNT fueron unos que no tenían nada, nada, media docena de personas,
que se les igualó a todos. Luego estaban los de derechas, a los que no dejaban
tener a gente trabajando para ellos, y que, cuando entraron en la colectividad,
se les incautaron las tierras”[139].
De hecho, la
influencia sobre el anarquismo masino del líder local y de su forma de pensamiento,
pacífica, se refleja en el sentir de unas gentes que lo recuerdan de una manera
muy especial: “El Macario era una bella persona. No era de guerra, era de
convencer por palabras, de buenos sentimientos. Te lo dirán todos, que era
pacífico. Fíjate si era pacífico, que una vez veníamos allá por el año 28 o 30
con unas caballerías de la huerta, y eso que una las mandas delante, y no sé
por qué le pegué a la yegua mía, y va y me echó un sermón, que no había que
pegarle a los animales. Era vecino mío, pero aquel hombre estaba mucho fuera,
por Cataluña y Francia. Era un gran orador, se ponía a hablar y no paraba. Y
tranquilo, no se azaraba nunca”[140].
Como veremos más adelante, ese afán por convencer, por educar, tiñó la
ideología de los anarquistas de Mas de las Matas; la violencia vendría de
fuera.
De
dentro, sí, porque la ejercían los cenetistas. Pero de fuera, porque no eran
los cenetistas locales. Ernesto Margeli, secretario de la colectividad, se lo
indicaba así a Ronald Fraser: “No hubo coacción física, sí moral”. Pero la
determinación era, al inicio de la colectividad, de no fusilar a nadie. Margeli,
el secretario, le relató a Fraser qué opinaba: “Les dijo a sus compañeros que
cada persona muerta representaba media docena de nuevos enemigos
irreconciliables de la revolución, miembros de la familia y amigos del muerto”[141].
“Unos
entraron por ideal. Otros porque estando tan cerca el frente, de no entrar
voluntarios habrían tenido problemas. La vida que se vivió fue una vida normal.
Pero es que no es tan fácil gobernar en una revuelta que gobernar en la vida
normal. Los primeros momentos eran de confusión. Vino aquí la columna Morella,
que han dicho que estaba yo, pero eso es mentira. Y primero las colectividades
fueron voluntarias, pero luego forzosas: por esta zona predominaban las columnas
confederales, las columnas Ascaso y Durruti. Y como vieron que la cosa se
tornaba que si no entraban todos a la colectividad habrían venido a cargar los
de la parte del frente, entonces se puede decir que un 90% entraron, por
calles”[142]
Los
primeros momentos de la colectivización son relatados como un lapso temporal en
el que no se sabía muy bien qué iba a suceder. “Nosotros estábamos en las huertas...
y vino la columna Morella y al entrar, llegaron hasta Muniesa donde se estancó
el frente. Comenzaron las colectividades, primero voluntarias y después
forzosas. Estaban Durruti y Ascaso y aquí venían sus hombres a por víveres
preguntando al comité y al alcalde (que todavía había ayuntamiento). Las
colectividades respondían a las necesidades del frente, pero había de todo.
Sobre todo cuando venían del frente, pero primero estaba lo del pueblo. La vida
en principio era tranquila, lo primero era trabajar.”[143]
“Los primeros diez días se hicieron las colectividades. No las querían hacer
obligadas, pero como entonces había gente reticente, y la guerra obligaba a
producir mucho, se obligó a entrar en la colectividad. La colectividad era un
medio de controlar la producción y de evitar el egoísmo que estaba en muchos y
claro, al que no sabía de qué iba no le interesaba ni la guerra ni ganar ni
perder. Pero aquí, para ser una guerra, se hizo un buen trabajo social. Comió
todo el mundo y los de la colectividad no pasaron miseria.”[144]
“Yo
conocí a las familias [de los] que tenían propiedad. Pero en este pueblo más
que revolucionarios hemos creído en la justicia social. Éramos más constructivos
que revolucionarios. Pensábamos que se podía producir más trabajando menos,
como cien veces trabajando la mitad. Que si cada uno en sus casas tenía dos o
tres tocinos, pues fíjate, con una granja para todo el pueblo teníamos también
para el que no tenía. Además creían que, con trabajo, de esa forma se podía producir
mucho más y se hacía. Se produjo como diez veces más”[145].
En
materia económica, lo que se hizo de cara a la implantación del sistema de
trabajo en colectividad fue dividir a sus integrantes (que al principio
entraban libremente; la situación cambiaría más adelante) en grupos de trabajo.
No sólo en lo tocante al trabajo agrícola; también en materia de servicios y
útiles de trabajo. Benigno Castañer, ebanista y carpintero anarquista, lo relataba:
“Mis máquinas fueron las primeras en ir al taller, un taller grande a las
afueras; de nosotros nombraron un delegado en contacto con el comité”. “Yo
entregué convencido de que, de propio, nada. Yo llevé los machos, el dinero que
había (...) con un entusiasmo que ni me di cuenta”[146].
La tierra, dividida en aproximadamente veinte sectores, unidades de producción,
era asignada a otros tantos grupos de trabajo, integrados por unas diez
personas de la misma familia, vecinos o allegados de alguna manera. De ellos,
al igual que contaba Castañer, uno se hacía responsable ante el comité y
coordinaba el trabajo de los demás. A ello, además, hay que sumarles las
ventajas que los colectivistas tenían: el uso de la ebanistería, la barbería
(“las barberías se juntaron, y trabajaban de noche, cuando los campesinos
regresaban”, decía Plácido Castañer), la albañilería o la carnicería se
estipulaba de manera libre, y siempre en función del trabajo desarrollado y de
lo que el comité consideraba las necesidades de cada uno y de sus familias.
Pero
el hecho que, al poco de iniciarse en septiembre la colectividad, marcó su vida
posterior, fue la del grado de coacción alcanzado en los sucesos acaecidos con
la quema de la iglesia y los asesinatos. La entrada forzosa de los derechistas,
condicionados por el temor a nuevas represalias y venganzas personales, ante el
nivel de violencia que se alcanzó, hizo que la vida de la colectividad no fuese
la misma desde entonces. De Alcañiz llegó una banda de hombres armados “para
limpiar el pueblo en nombre de la CNT”[147].
Precedidos por la quema de la iglesia, de la que tras los denodados esfuerzos
de muchos de los habitantes masinos por sofocar las llamas quedó la estructura
básica, los pilares, derrumbándose la techumbre (y esfuerzos también por salvar
los objetos de culto: el copón fue guardado cautelosamente por la familia de
Pilar Ferrer, según nos contó ella misma, cosido en el interior de un colchón).
También se dinamitó: “Dinamitar... dinamitaron lo que quedaba tras prenderle
fuego. A mí me tocó bajar todo de casa de mi madre porque pensábamos que se
prendía fuego toda la manzana. Luego tiraron cañonazos que dieron a la torre”,
nos declaró Nicolás Mir. El relato de esta quema nos lo dio Tomás Mir:
“De
la columna de Morella, que vino que había veinte de aquí, veinte de Aguaviva,
veinte de Calanda... armados como podían, venían a tomar los pueblos. Habían entrado
aquí, y el ambiente era como de fiesta. Nadie se atrevía a trabajar. Los de
Calanda entraron en la iglesia, cogieron los trapos del cura y les prendieron
fuego. En esto entró Ejarque y les dijo: ¿No os da vergüenza quemar todo esto?
Estos trapos valdrían para hacer banderas. Banderas vuestras y banderas nuestras.
Entonces echaron un bando para ir a recoger las cosas, los santos... y vino un
camión, con el que trabajamos un rato. Y en eso viene mediodía, y fuimos a
comer. Y mientras la gente comía, pues aprovecharon y le prendieron fuego, los
cenetistas, que al principio eran de Calanda, pero eran todos uno”[148].
Entre
los que estuvieron trabajando por la extinción del fuego estaba José Cebrián:
“Subimos
a coger una bomba. Yo fui corriendo y bajé la bomba a los huertos. De ahí subimos
el agua hasta los tejados, desde donde echaban cubos. Pero como la bomba cogió
tierra, pues se echó a perder. La iglesia la incendiaron los que vinieron de
fuera. En la puerta de la iglesia había una barra larga que impedía pasar, pero
los que vinieron la empujaron y abrieron la iglesia, y le prendieron fuego,
aunque nosotros no queríamos que lo hiciesen. Por eso, lo hicieron al mediodía,
y por eso trabajamos desde los tejados para apagarlo. ¡Con deciros que yo dormí
en el tejado!”[149].
En
la documentación del archivo histórico hallamos una referencia al hecho en
cuestión: un informe del párroco, del 9 de mayo del 38, sobre la iglesia
destruida. “Templo incendiado y volado con dinamita, se derrumbó la techumbre
[según el documento siguiente, se dinamitaron cuatro columnas]”. A la vez que
culpa a las “hordas marxistas”, se indica que algunos objetos, como el cáliz,
se salvaron por estar fuera de la iglesia el día de la destrucción[150].
La furia anticlerical de origen anarquista, que ya había tenido parangón en las
zonas por las que pasaron las columnas, es reflejo no sólo de la doctrina
ácrata, sino también del nivel de represión ideológica al que se sometía la
población. Este tipo de reacciones viscerales, que hoy pueden parecernos
infantiles, encuentra su justificación en el hondo sentimiento de odio hacia
una institución representante y creadora de la desigualdad social. La iglesia
masina fue el objeto de estas iras casi seculares. Su reconstrucción, el
símbolo a escala local de la “nueva España” que nació tras la victoria
franquista en la Guerra Civil.
Precedidos
decíamos por esta quema que marcó la percepción de muchos de los lugareños para
con el sistema colectivista, se detuvo al comité antifascista, acusado de
“cobarde”, y se fusiló a seis personas, de una manera injustificable puesto que
ya se habían sometido al poder político del comité. “En poco tiempo, 2000 de
los 2300 habitantes ingresaron en la colectividad”[151].
La coacción moral les impulsó a aceptarla, más como una medida de tiempos de
guerra, como algo pasajero de lo que librarse en cuanto pudiesen, más que como
algo deseado o ansiado. “Los de derechas entraron todos, posiblemente por
miedo. Si no entraban demostraban la rebeldía de que no eran adictos al régimen
que se había implantado”[152].
La opinión de Margeli fue al respecto que “el asesinato fue una forma de
comportarse absolutamente antianarquista. Por desgracia, no todos los
compañeros tenían la educación suficiente para verlo así”[153].
El
matrimonio formado por Pilar Blasco y José Cebrián, a quienes había casado el
cura asesinado en Aguaviva, vivió con especial angustia esta situación:
“De derechas
había también muchos. ¡Mi padre el primero! Cuando la colectividad los aceptaron,
salvo tres o cuatro que marcharon monte a través. Yo mismo hice volver a uno
que marchaba. Le dije: «vuélvase, que no le pasará nada». Todos los que
entraron, menos los de la CNT, entraron obligados. Pero resulta que uno de los
que estaba en el comité se enteró de la represión que había en Zaragoza, y
ellos, que eran buenos, empezaron a hacer atrocidades. Al ver que en Zaragoza
pegaban tan fuerte es cuando mataron a esos seis. A Guillén, al Tío Jorge, el
Chato, al herrero, y a los dos, Martín se llamaban. Los mataron los de la CNT,
denunciados por uno de Caspe, pero los mataron gente de fuera. Una vergüenza,
una vergüenza...”[154].
Este hecho
desmiente por sí solo la visión idílica que desde las fuentes anarquistas se
trató de dar de las colectividades. La “feliz arcadia” se llevó por delante a
seis personas para que el resto formasen parte de ella. Ello, además, supuso un
acicate contra la colectividad. La responsabilidad sobre estas muertes y sobre
la quema de la iglesia recayó sobre el sector cenetista local, por mucho que se
intentase hacer ver que la responsabilidad era enteramente de los pistoleros de
Alcañiz. Cosa, por otra parte, imposible de constatar: quienes podían acusar
quedaron tendidos en la carretera. Si “todo era tranquilo, feliz...” como
indicaba Leval, lo era desde el miedo y la coacción, desde el temor a que, por
oponerse al sistema, de nuevo llegase un camión cenetista para aplicar el
bisturí político sobre la población. De entre ellos, especialmente dramático es
el testimonio que a Fraser le hizo Lázaro Martín. Entre los seis asesinados se
hallaban su padre y su hermano. Aún así, hubo de vivir y trabajar en la
colectividad. Ésta, por su parte, condenó los hechos por antianarquistas e
innecesarios. Según Fraser, al día siguiente el comité antifascista “convocó
una reunión de todo el pueblo y se ofreció a presentar su dimisión en bloque
por no haber podido impedir los asesinatos, que condenó unánimemente”.
Aún
así, indica Leval en su capítulo dedicado a Mas de las Matas que los no
anarquistas ingresaron en la colectividad con ecuanimidad, haciendo buena cara
a lo que no podían evitar. La tolerancia, añadía, era la que movía a los
colectivistas a respetar las decisiones individuales. Pero lo cierto es que,
salvo los integrantes de Izquierda Republicana, el resto de habitantes de Mas
de las Matas entraron en ella más movidos por el miedo y la coacción que por
los resultados reales del sistema. Lo cual no quiere decir que fuesen los
masinos quienes coaccionasen, amenazasen... “Los de derechas entraron todos
para que no fueran acusados de rebeldía”[155]
por parte de la CNT que, sin los escrúpulos que implica la vecindad o el
respeto hacia los que eran vecinos, no dudaba en enviar agentes desde Alcañiz
quienes, ajenos a la vida cotidiana de la localidad, hacían su revolución
forzando a la derecha a unirse a ella; la justificación es sencilla de hallar
en el ideario anarquista: se les quita la capacidad de explotar a los demás, el
privilegio de imponer la moral reaccionaria[156].
Además, como señala Esther Casanova, las víctimas de estas depuraciones, de
esta represión en la retaguardia republicana fueron la mayoría pequeño
propietaria, los comerciantes (lo que para ella es un reflejo de la pervivencia
de los motines de subsistencia) y la iglesia. Entrar en la colectividad suponía
librarse, al menos momentáneamente, de las acciones que bajo bandera revolucionaria
aterrorizaban a la población[157].
El
uso comunitario de la tierra, bajo la autoridad cenetista, era la excusa, desde
esta perspectiva, para desarrollar al programa de poder que la revolución
facilitaba: el clima bélico ayudaba a la autoexculpación ante hechos como el
semejante; ampararse en el bien de la humanidad es un recurso bello para creer
que todo es justificable. Pero las gentes del pueblo que no creían en estas
doctrinas no hacían sino adaptarse a ellas, criticándolas en la intimidad
familiar.
Una vez creada la colectividad,
tras los comienzos en que englobó no a la mayoría de la población sino a los
anarquistas y a los que vieron que podía favorecerles el sistema ¾ya hemos visto
de qué manera se organizó la economía en esos primeros momentos¾, ésta llegó
a su apogeo en cuanto a integrantes en el momento en que la coacción externa
dio sus frutos y los derechistas entraron a formar parte de ella. Con una
capacidad económica y humana abrumadoramente mayor, y en el control del comité
y de la gestora de la colectividad, los cenetistas hubieron de adaptar sus
modelos teóricos a la realidad económica de tener que manejar lo que antes eran
las propiedades de los 2000 colectivistas. El trabajo, la producción y los
servicios son los temas que vamos a ver en este apartado.
El
trabajo era una obligación. Era uno de los pocos preceptos que se aplicaba de
manera unitaria. El resto “era improvisación, no había un plan de conjunto”[158].
Éste, como hemos señalado previamente, se repartía entre los miembros de la
colectividad, labrándose las tierras que antes estaban en manos particulares.
Ante el crecimiento de las propiedades colectivizadas tras los sucesos antes
indicados, y para organizar convenientemente los bienes del común, el Sindicato
Único ¾así se
autodenomina CNT en algunos documentos¾ de Mas de
las Matas se vio obligado a creas una Junta calificadora de bienes. En el
documento del 1 de enero de 1937 hallamos: “El secretario de la junta
calificadora al presidente de la misma: salud. La comisión que en
representación de este sindicato interviene en la junta calificadora tiene
abien (sic) comunicarle que cite a todos sus miembros (...) Salud y República.”[159]
El comercio también estaba gestionado, controlado, por la colectividad. Cuando
se recoge el siguiente documento ya está el comercio centralizado, supervisado,
por Caspe, y ya está configurado el Consejo de Aragón con miembros no
cenetistas. Pero da buena muestra del férreo control económico al que se veían
sometidos los pueblos republicanos:
“Tengo
a bien comunicarle que a partir de esta fecha, ningún comerciante, industrial,
agricultor, colectividad o ese Consejo Municipal, podrá efectuar venta o
intercambio de artículos de comer, beber, quemar y anexos con las localidades
no comprendidas en la Comarcal de Zaragoza - Teruel afecta a la República.
Salud y República”[160].
Pero
vayamos por partes. Lo primero y más importante, la producción agrícola,
requería por parte de todos un gran esfuerzo. “La recolección iba retrasada,
trabajábamos día y noche”, se apresta a reconocer Emilio Bernuz. La obligación
de trabajar, que es señalada también por Bernecker como uno de los fundamentos
de la colectividad de Mas de las Matas ante su “rechazo a tener estatutos
porque no querían que nada pudiese reducir su libertad de decisión”[161],
es la base de un colectivismo entendido por los anarquistas como una forma de
vida ética y socialmente superior. Y de cuantos trabajos “dignificaban” al
hombre, el agrícola suponía el más importante; era, como hemos señalado en la
introducción, la base de muchas de las reivindicaciones históricas del
anarquismo. Y la forma de plasmarse esta aspiración colectivista en el campo
fue la que venimos señalando: el reparto de tareas, el uso colectivo por turnos
de los aparejos y la maquinaria agraria antes inaccesible para buena parte de
la población, y el control de la producción, centralizada en el uso de
almacenes colectivos. El trigo se llevaba a un almacén. Del almacén se llevaba
al molino y al horno, para repartir el pan.
Estos
grupos de trabajo sumaban unos 32, según las especializaciones agrícolas y las
dimensiones de los campos. Cada grupo tendría asignados una zona de secano y
otra de regadío, lo cual aseguraría por una parte ¾siempre en
el plano teórico¾ la mejoría instantánea del nivel
de producción y de maximización de los beneficios, por otra. El que no podía
trabajar en el campo, se juntaba con los de su oficio. “Durante la colectividad
se trabajó mucho. A la hora de marchar por la mañana, según las faenas agrícolas
se apretaba más o menos, y todo el día al monte, y al viñedo a vendimiar... Se
hizo la división de las tierras. Si te tocaba de aquí a allá, era para tu
grupo. Si un grupo tenía más fuerza, eran más jóvenes o acababan antes, iban a
ayudar al resto. Pero se trabajó mucho”[162].
Con el aliciente añadido de implicar no pocas dosis de control social sobre los
que habían entrado forzados a la colectividad, quienes según los testimonios
orales procuraban no poner mucho interés y esfuerzo en la faena.
“La
gente que había ingresado forzosamente no trabajaba a gusto, trabajaba lo menos
que podía. El campesino era muy individualista y había que persuadirle con el
ejemplo”[163].
En los grupos de trabajo, según Jaime Ávila, siempre había algún vago, alguien
a quien no le parecía bien trabajar para los demás. El interés personal,
individual, se veía dañado por este hecho y por otro también muy significativo:
el de no cobrar salarios, el no recibir un sueldo a cambio del trabajo. Y es
que, como pronto comprobaron los anarquistas, era difícil enfrentarse al
profundo arraigo de la mentalidad tradicional. Por mucho que hubiesen cambiado
el medio económico y el sistema de relaciones de producción, todas las
generaciones educadas en el medio rural y no imbuidas del fervor revolucionario
que afectaba a muchos jóvenes de la localidad, habrían de resistirse al trabajo
“gratuito”, y mucho más cuando éste les venía impuesto por una doctrina
política que no era la suya. Tomás Mir lo explicaba así: “Cuando estaba la CNT,
las cosechas eran normales. El problema es que había quienes no tenían interés,
porque ibas en el grupo, y te habían destinado fincas a lotes, no las tuyas. Y
había quien estando un poco hastiado, llegaban a una finca a trabajarla y había
malas hierbas que había que trabajar mucho para eliminarla. Y decían: «¡Bah,
déjala! Que si el amo la tenía por algo sería »”[164].
“No
quiero decir que fuese mejor trabajar por cuenta propia, no; pero hacía falta
tener un estímulo, un incentivo, y eso era lo que nos faltaba. Los de aquí no
éramos la clase de gente más indicada para que el experimento saliera bien.
Para eso hacía falta algo más que el respeto mutuo... Y mientras tanto, ¿qué
pasaba en el resto de la nación? En un lugar mandaban unos y en el otro lado de
las líneas mandaban otros. Los más fuertes obligarían a los más débiles a
abandonar su sistema y les impondrían el suyo. Era un lío y una confusión que
jamás he entendido”, decía a Fraser Jaime Ávila. Y en sus palabras no falta la
verdad de quienes ¾muchos¾ solamente
perdieron en la Guerra Civil.
Por
tanto, resulta difícil considerar espectaculares aumentos en el nivel de
productividad de los campos masinos durante el tiempo que estuvieron
colectivizados. Para empezar, la comparación con otros años es imposible: no se
recogen las cantidades cosechadas en ningún documento. Además, hemos de
recordar que el proyecto anarquista se extinguió al verano siguiente. Si ya
sería difícil un gran aumento en dos veranos, en uno sólo resultaría casi
imposible. De todas formas, sí es cierto que la utilización de maquinaria sobre
tierras en las que antes no las habían usado, junto con la labranza de tierras
comunales y yermas parecen denotar el incremento al que siempre se refieren los
cenetistas. El trabajo era mucho. Sobre todo teniendo en cuenta que buena parte
de los jóvenes del pueblo se hallaban en el frente.
El
matrimonio formado por Regina Gil y Félix Calpe vivió de manera intensa este
período de la vida del pueblo. Nos ratificaron que la dureza del trabajo era
mucha, pero que ésta se veía mitigada por el ambiente de solidaridad que
reinaba entre los colectivistas.
“Había
unos cuantos vecinos, unos grupos de ocho más o menos [en cada grupo de
trabajo] y había uno que era el técnico, el encargado, que decía: hoy toca
aquí, hoy allá. Los que no trabajaban en el campo se repartían: modistas,
carpinteros, panaderos... Los que más trabajaban eran los de CNT, porque
estaban metidos en comités... Los jefes de grupo eran los que más trabajaban,
porque si los demás entraban a trabajar a las 8, ellos se reunían a las 7 para
decidir y repartirse. A lo que llegaban los otros, llevaban ya una hora
organizando: tú a aquella partida, tú a la otra... Los jefes de grupo eran los
que más implicados estaban políticamente, los de confianza de CNT. Siempre eran
militantes de CNT, porque había muchos”[165].
Para hacer
más llevadera la labor, se compró una trilladora checa de motor eléctrico, que
fue pagada con productos de la colectividad (judías, fruta y ganado que estaban
en el haber de la cuenta de la colectividad en el Consejo de Aragón[166]).
El pago se realizó, además, mediante una derrama de los masinos que estaban en
el frente. José Cebrián se encargó de llevar el emonumento a manos del comité:
“Yo traje del frente el dinero, que recolectamos. Y se lo di al comité, y con
eso compraron una trilladora. Me dieron dos perniles y una miaja de arroz, que
me lo llevé al frente”[167].
Se incautaron, además, dos o tres motos para el uso de los pastores. Y algún
vehículo más: un “auto de la marca Studebaker, matrícula B- 48524 de Antonio
Lecha”[168];
“un automóvil marca Chevrolet, matrícula C.S.-1474, de Ismael Eixarch
Michavila, farmacéutico”[169].
Y un “camión Graham Brothers, matrícula T-2273, de Jacinto Vivas Pertegaz”[170].
Los
intercambios económicos estaban determinados por el hecho de ser Mas de las
Matas cabeza comarcal. La colectividad tenía que controlar el comercio no sólo
interno y con otras colectividades, sino también el de otras colectividades
entre sí. Era responsable ante el Consejo de Aragón en este sentido. Pero la
clave en el ámbito interno radicaba en la realización del ideal colectivista
también en el sector servicios. “En un garaje de las afueras del pueblo
instalamos un taller colectivizado de carpintería, donde siete u ocho
carpinteros del pueblo fabricaban muebles para la colectividad, hacían
reparaciones, todo gratis para la casa de un colectivista, y trabajaban en
proyectos de construcción con los albañiles, que también estaban
colectivizados. Montamos una barbería en la que trabajaban todos los barberos
del pueblo, una carnicería colectivizada, y así sucesivamente...”, indicaba
Margeli[171].
Precisamente sobre los barberos contaba la anécdota Benigno Castañer en el
vídeo La Guerra civil Española. 5, Cara y
cruz de la Revolución. Los barberos se paseaban por el día sin trabajar, lo
cual molestaba bastante a los anarquistas. Pero el hecho es que trabajaban,
pero cuando regresaban los campesinos por la noche. Y, ya que era gratuito para
los colectivistas, muchos se afeitaban todos los días; por ello, cerraban la
barbería muy tarde.
Otros
servicios colectivizados eran utilizados de manera gratuita por los
agricultores. Lo cual supuso, al menos en lo material, un incremento en el
nivel de vida. Muchos fueron los que pudieron acceder a vestuario nuevo, tal
vez tras muchos años sin renovarlo. Ello fue debido a que se instauró también
un taller de confección. A Pilar Ferrer aún la conocen en el pueblo como la “modista”,
y a ello contribuyó su trabajo realizado en el seno de la colectividad, por
mucho que ella y su familia se considerasen de derechas, tanto como para
esconder en su casa el copón de la iglesia, objeto cuyo descubrimiento habría
sido sin duda causa de una dura reprimenda ¾cuando menos¾ por parte
de los cenetistas. Las mujeres tejían en la puerta de sus casas, conversando
plácidamente sentadas en la acera[172],
mientras los hombres trabajaban en el campo o en los talleres. Siempre y cuando
su presencia no fuese requerida en el campo. El testimonio de Nicolás Mir al
respecto habla de la poca capacidad política de las mujeres: “Las mujeres trabajaban,
por ejemplo en la alpargatería o en el corte, de modistas. Capacidad de
decisión política tenían poca, aunque había mujeres apuntadas, jóvenes, que sí
tenían responsabilidades, pero no en el consejo municipal. Había quienes
estaban encargadas de repartir la leche, el pan, pero no cuestiones políticas,
sino de trabajo. Las que no, iban al campo: como había poca gente, iban a
vendimiar, a coger judías o a lo que les tocaba”.
Llama la atención en este sentido que, lo que
Leval muestra como un logro del colectivismo, la paz social reflejada en las
mujeres “conversando plácidamente” no fuese sino una rémora de la mentalidad
tradicional, un severo continuismo con las formas de vida pretéritas, esas con
las que se había roto con el advenimiento de la revolución. Que un anarquista
como Souchy afirme que lo más destacable de las jóvenes masinas fuera que iban
“limpias y bien vestidas”, sin atender a si las mujeres habían accedido a cotas
de poder, doméstico o local, o a si el proyecto anarquista de igualdad de
derechos (y no sólo derechos: también igualdad en cuanto a consideración
social) se había realizado o se había quedado en meras palabras, da buena
muestra del arraigo de mentalidades tradicionales, puritanas, en las mentalidades
individuales y sociales
Los
que más trabajaban para la colectividad eran los jóvenes anarquistas, que por
regla general ya estaban afiliados a CNT antes de la guerra, y que daban todo
su esfuerzo por el bien común. Sin darse cuenta a veces que no era eso, el bien
común, a lo que aspiraban muchos de los que se habían integrado en la
colectividad. Más bien aspiraban al beneficio individual o familiar. Emilio
Bernuz lo relató así: “Los jóvenes ingresaban en CNT, pero había mucho
republicanos. Pero los jóvenes estaban con el anarquismo, porque aquí estaba
Macario, Macario Royo, que fue el primero en sembrar aquí ideas anarquistas.
Venía de París... pero no en plan de lucha, sino por crear colectividades... El
anarquismo en el Mas era diferente”.
Aun así, los
detractores existían, y no eran pocos. Como Pilar Ferrer, quien nos contó su
opinión hacia el colectivismo, hacia los proyectos económicos anarquistas y
hacia la formación recibida. Resume perfectamente la visión que de todo lo que
estaba sucediendo tenían los sectores de la derecha masina:
“Se vivía
regular. Pusieron la colectividad sólo para unos cuantos, pero después nos
obligaron a entrar a todos: no dejaban que nadie ayudara en el trabajo; no
tenías más remedio que entrar en la colectividad. Cuando nos hicieron entrar
tuvimos que dar las tierras. Iban todos en reunión a labrarlas, pero nosotros
no vimos nada: ese año tuvieron una cosecha buena de aceite, pero no nos dieron
casi nada: poco pan, y carne racionada... Nos daban comida, pero poca. Los que
habíamos sido de derechas recibíamos poco, pero para los jefes de ellos todo
muy bien, todo lujos. Para los de derechas la colectividad fue mala. Pero para
los más pobres la colectividad fue buena.
Yo cosía
para los del pueblo, pero todo gratis. A los de CNT les gustaba mucho mandar,
pero poco trabajar. La relación con los militares que venían por aquí era
regular. Venían al taller, y yo les decía: «Sentaos por los lados, y las chicas
que trabajen». Claro, como estaban allí todas las chicas, pues venían. Hasta me
hicieron un poema y todo. La gente trabajaba donde les mandaba la CNT: la
colectividad era impuesta, no la deseaba nadie. Nadie conocía ni había leído
sobre colectivismo. Los únicos, los jóvenes, que luego fueron los que
estuvieron en la colectividad. Para hacernos entrar a los de derechas,
fusilaron a unos cuantos, pero lo hizo gente de fuera. No era sólo la cosa
política, también la cosa personal. Alguno debía deberles dinero, y se dijo:
así no le tengo que pagar”[173]
Los testimonios
acerca del uso del ganado durante el régimen colectivista no van más allá del
panegírico anarquista. Realmente no hemos obtenido datos fiables al respecto de
cómo se empleó el sector ganadero, excepto que el pastoreo se realizaba también
de manera común, siendo llevado el lanar a pastar por dos o tres pastores.
Aquellos a los que la colectividad dio las motos para facilitar su trabajo. En
cuanto al crecimiento del número de cabezas, Gastón Leval indica que los
carneros y ovejas incrementaron en un 25%; las cerdas, en un 50%; y las vacas,
en un 33%. Eso sólo en un año. Lo cual demuestra que, de ser cierto el dato,
las colectividades lograron un prodigioso aumento en los recursos alimenticios
(leche, carne) y de vestido (cueros y lana). Eso, claro está, si aceptamos los
datos como fiables.
Otros
servicios controlados por la asamblea de la colectividad eran las fábricas,
como la de alcohol, o las tabernas. De hecho, éstas fueron cerradas. A juicio de
los cenetistas, los vicios que dentro de ellas se desarrollaban no llevaban
sino a la perdición del cuerpo y a la degradación de la mente. No eran más que
elementos de alienación capitalista por medio de los cuales el sistema dominaba
al individuo en todos los sentidos: también en su ocio tras el trabajo. El
local social se habilitó para acoger el ocio de los colectivistas, por supuesto
sin cobrarles el café que tomaban o el tabaco que consumían ¾evidentemente,
el restrictivo sistema de racionamientos también lo sujetaba, pero pronto
vieron que no podían ni debían prohibir los pequeños vicios, si no querían
crear más enemigos para la colectividad¾. Respecto a
este elemento, el del tabaco y el café, sorprenden las declaraciones de Benigno
y Plácido Castañer: “Surgió un problema: todo el mundo quería tomar café,
porque era gratis”. “Queríamos suprimir los vicios pero vimos que con el
tabaco, al darlo gratis, había más que fumaban”.
Pero
pronto, tabaco y café, pan y carne... todos los productos se racionaron, se
vieron sometidos al control de su distribución y consumo. Sin dinero, como
veremos, la clave estaba en abastecer a los miembros de la colectividad y
reservar, cuando se podía, para el intercambio con otras localidades y
abastecer al frente bélico. El pan, por poner un ejemplo, estaba racionado en
500 gramos por persona y día. La carne, en 100 gramos. El azúcar, el aceite, el
arroz o el vino también eran distribuidos en función a una cuota fija. Y “a
cada varón se le asignaba una cuota para vestir de 200 pesetas por cabeza y
año, que no podía gastar de una sola vez. Como recordaba Margeli, el sistema resultaba
engorroso pero funcionaba”[174].
Como hemos indicado, esto estaba en función de las necesidades de cada uno y de
sus familias. Aunque, según algunos testimonios, el reparto no era equitativo;
la teoría quedaba relegada en una práctica desigual de ventajosas condiciones
(si aceptamos lo dicho por algunas fuentes) para los anarcosindicalistas.
Aunque
no debemos olvidar que las fuentes militantes, cuyo relato es perfectamente
válido ¾sometido a
la misma crítica histórica que el de los no militantes y los detractores¾ no olvidan
señalar la justicia social implicada en el hecho del reparto por igual. Lo
cual, efectivamente, da señales de que, si era realmente así, el funcionamiento
de la colectividad, tras los titubeantes y violentos inicios, supo adaptarse a
una realidad bélica que, más allá de los sueños teóricos, había de controlar el
consumo personal, equipararlo al del resto de los habitantes, y sostener las
necesidades de unas milicias confederales sin apoyos por parte del gobierno
central. Que este hecho sea interpretado como un régimen de libertades, como
una revolución de la que hablaba Bernuz (“nosotros no dábamos la vida por el
capitalismo, la dábamos por la revolución”) o como una miseria impuesta por una
serie de pistoleros es un aspecto implicado en las percepciones individuales,
en las opiniones personales.
Continuando
con el apartado de la vida económica, es destacable el aspecto monetario. Desde
un principio se decidió la supresión del dinero estatal por una serie de bonos,
de dinero local que se usaban como medio de intercambio con los diferentes
gremios, en función a las necesidades de cada uno, las de su familia, y su
producción para la colectividad. “El mundo del dinero y la propiedad, de ricos
y pobres, había desaparecido”[175].
“Se creó la tarjeta familiar, y había una cantidad asignada de los artículos”[176].
Los repartos y las limitaciones a la libre economía se ven plasmados en algunos
documentos: una “Nota del Comité Popular Antifascista prohibe la venta sin
autorización del Comité de azúcar, arroz, sopa y garbanzos”[177].
El testimonio de José Cebrián y Pilar Blasco acerca bastante a la situación en
este aspecto:
“Todo era
gratis, ibas con el vale y te lo cambiaban por productos. También hacían canjeo
con objetos. Aquí no ganaba nadie un real. Trabajo y comida, nada más” (Pilar).
“También se llevaba al frente, y eso se notaba: creo yo que ninguna división
comía tan bien como nosotros (José)”[178].
El siguiente
documento archivado es una colección particular de 29 recibos de la Colectividad,
con los sellos del Grupo Los Rebeldes (faísta), y del Comité de Trabajo Colectivo.
Llama la atención aquí, además, la aparición del sello de Izquierda Republicana:
ello da señal que las diferencias ideológicas eran tácitamente superadas. Lo
que no queda claro es si por la aceptación del sistema colectivista o por la
necesidad de adaptarse a él para no autoexcluirse de la economía local[179].
Todos los productos se gestionaban y repartían desde los almacenes comunes. Los
carteles que sobre las entradas de los mismos pendían eran: “Almacén comunal de
alimentación; de ferretería; de máquinas y otros objetos” o “Depósito comarcal
de abonos químicos”, o “Almacén de tejidos y vestimenta”[180],
todos demostrando el dominio cenetista sobre la población: las letras siempre
estaban escritas sobre un fondo rojinegro.
Los
resultados de la colectividad en materia económica no son fáciles de baremar.
El hecho de que se introdujera el racionamiento alimenticio es importante, pero
no suficiente para decir que el balance fuera negativo, ya que esa fue la
tónica económica de todas las colectividades. Además, suponía una adaptación
necesaria del modelo teórico, idealista, a la realidad de necesidades bélicas y
repartos colectivos. Las cartillas familiares parece que abastecían las
necesidades de la población integrada; y los productos de los que no se
disponía eran intercambiados, con la supervisión de, primero, el Consejo de
Aragón, y después de la Federación Regional, con las colectividades de la comarcal.
El exiguo tejido industrial de la comarca y de la localidad era gestionado a
tal efecto. Y, además, muchos pequeños propietarios y jornaleros pobres
pudieron acceder a productos (el de la indumentaria es siempre señalado como
uno de los más positivos) para los que, si no hubiese sido por la distribución
y el trabajo especializado, posiblemente no hubiera tenido disponibilidad
económica. Nicolás Mir lo relataba así: “En el pueblo no puede decir nadie que
se viviera con necesidad por el motivo siguiente: cada uno comía lo que le
pertenecía. Desde luego, no se vivió mal comparado con la posguerra, a pesar
que la carne estaba racionada; pero económicamente no se vivía mal. La vida era
tranquila, la gente iba a trabajar como siempre, y normal. Además, daban ropa”[181].
En
lo estrictamente agrícola, el fundamento último de las colectividades (no
olvidemos que la terminología exacta es colectividades agrarias), resulta
difícil evaluar los resultados reales. La cosecha del 36 ya estaba iniciada y
la del 37 no llegó a dar todos sus resultados, puesto que la disolución ocurrió
en agosto. Es de suponer que los desvelos del comité por hacer llegar
maquinaria a tierras sobre las que ésta no había trabajado antes traerían un
incremento en la productividad. Pero ello, como hemos indicado, es imposible de
constatar de manera oficial. De manera oficiosa todas las fuentes hablan de esa
falta de tiempo. Si el experimento hubiese durado más, habrían visto si realmente
daba buenos resultados:
“Si
llega a durar la guerra dos o tres años más, aquí habría habido comida para dos
o tres pueblos. Si hubiéramos ganado la guerra y no hubiera habido problemas
con los comunistas, éste podría haber sido un medio político viable. Si se ha
visto... Además sabíamos cómo se tenía que distribuir todo. ¡Hombre! Si
acostumbrados a trabajar diez o doce horas pasamos a que con seis u ocho horas
había bastante sólo con eso. Si aquí no se había visto un tractor antes, y con
el dinero de gente del frente compramos uno”[182].
La
opinión de un republicano acerca del resultado de la colectividad no deja duda
de su opinión sobre el sistema agrario:
“Los
proyectos agrarios eran buenos, eran beneficiosos para la producción. Es como
lo de las cooperativas, hacer el género por nuestra cuenta, y las cosas bien
hechas. De las colectividades entonces no se pudo demostrar nada, porque se
trabajó con muchas limitaciones. Se trabajó sin abono... Se demostró que sí,
que había ideas. Pero la colectividad no pudo hacer más que mirar cómo el
personal no tuviera que pasar mucha necesidad. No se podía avanzar de otras
formas, porque no había medios. Había que mantenerse, metidos enmedio de una
guerra, cogiendo a veces las reservas que había en las casas. Con la
colectividad no se puede demostrar nada salvo que se mantuvo a la gente para
que no padeciera, y se mantuvo al frente como se podía”[183].
¿Revolución espontánea o forzosa?
Con
respecto a estos que hemos venido llamando “primeros pasos” de la colectividad
anarquista, una de las cuestiones más candentes es la del carácter forzoso o no
de la entrada en la misma de los no afiliados a CNT. En los testimonios que
hemos desgranado hasta ahora puede verse las diferencias conceptuales que
existen sobre este tema. Pero consideramos que su importancia en la
configuración del modelo socioeconómico, y en la forma de pensamiento y la
visión que cada colectivista tuvo del mismo, es suficientemente grande como
para dedicarle un apartado, que empezará a verter conclusiones sobre cómo se
formó y cómo se vivió durante el otoño y el invierno del 36, y la primavera y
el verano del 37 en Mas de las Matas.
Hemos
visto cómo la mayoría de las personas entrevistadas se referían en alguna
ocasión a la coacción principalmente moral a la que se vieron sometidos los
derechistas a la hora de ingresar en la colectividad. La violencia, de carácter
ante todo externo corría paralela como ingrata compañera de viaje a los
intentos por parte de los anarquistas locales de formar, de convencer, de lograr
la pacífica convivencia bajo los preceptos de la ideología cenetista. Por eso,
resulta difícil categorizar de una manera definitiva el carácter real de la
revolución que se inició en Mas de las Matas en el 36. Más adelante hablaremos
de la relación con los que, definitivamente y aún con las coacciones morales,
económicas... decidieron no someterse al sistema cenetista: los mal llamados
“individualistas”. Lo que nos interesa ahora es trazar una visión objetiva
sobre el hecho determinante de la entrada de los miembros derechistas tras los
fatídicos acontecimientos de los asesinatos, puesto que tras los mismos casi
1500 personas pasaron a integrar la colectividad. Tomás Mir lo relataba de la
siguiente manera:
“Yo
sería partidario a ese régimen, pero si estuviésemos preparados, adecuados para
ello, sin militares ni nada. Los de las derechas entraron forzados. Mi padre no
tenía ideas políticas, pero recogió unas ideas que no gustaban mucho a los de
CNT, y quince días antes de forzar a los de derecha, le hicieron entrar. La
izquierda se quedó sola, sin entrar. Les hicieron la vida imposible, pero no
entró nadie a la colectividad, ni republicanos ni socialistas”[184].
La
coacción fue especialmente dura hacia los republicanos, pero estos se
mantuvieron firmes en sus creencias y no entraron en la colectividad. Más
adelante veremos cómo les fue. Quienes sí cedieron fueron las familias que,
neutrales o con ideas conservadoras, vieron cómo la violencia y el terror
revolucionario se iba imponiendo a las ideas de convivencia y paz que no pocos
anarquistas propugnaban. Así, el hecho determinante de los asesinatos, en los
que según nos han contado tuvieron mucho que ver redecillas y envidias
personales, supuso el punto de inflexión, el momento de no retorno para los que
preferían ver en la colectividad una medida de guerra a la que adaptarse, preservando
su propia seguridad y las de sus familiares. Pero, y esto es lo que podemos
empezar a tomar como primera conclusión al respecto, parece claro en los
documentos orales que la violencia y la coacción cenetistas eran en principio
externas, no de gente del pueblo.
Tal
vez la razón no sea tanto por el carácter pacífico ¾sin desdeñar
esta idea, pero no exclusivamente¾ que Macario Royo había tratado
de imprimir al movimiento anarquista local, como por el hecho de tratarse de
una población pequeña, sin grandes propietarios, sin exageradas diferencias
económicas, en la que las redecillas eran más por temas personales que
sociales. Cuando la muerte es de un desconocido no afecta tanto como si no lo
es. Cuando el asesinado tiene rostro, y ese rostro y el de sus amigos y
familiares los has visto toda la vida, no es fácil acatar órdenes salvo cuando
media un odio personal profundo. Por eso la violencia mortal llegó desde fuera:
acompañada por las críticas hacia el comité antifascista por “cobardes”, por
colaborar con el resto de formaciones políticas la CNT, por aceptar la libre
decisión de no entrar en la colectividad de los miembros derechistas.
La
coacción, la violencia y la muerte vinieron como parte integrante del programa
político cenetista; de modo coherente, eso sí, con su milenarista concepción de
que un “mundo nuevo” se abriría cuando el capital se agotase y se acabase con
los miembros corruptos que impedían la realización de la apuesta
revolucionaria. Por tanto, y aún cuando gentes del pueblo también participaron
(por acción u omisión) en estos actos, podemos afirmar que, a la vista del rechazo
que produjeron en todos los sectores, el anarquismo masino no pretendía estos
derroteros para su camino hacia la nueva sociedad. La razón para tal suceso
habremos de buscarla en el contexto bélico, en la “necesidad” de los cenetistas
de implantar por encima de todo su proyecto de poder en la zona republicana.
Además teniendo en cuenta que los sucesos acontecieron cuando las voces del
gobierno republicano y de los enemigos políticos de la CNT empezaban a alzarse
contra el modelo de poder que se estaba instaurando por no facilitar
precisamente el desarrollo bélico y utilizarlo como vía para realizar su propia
revolución.
Los
mayores perjudicados de esta situación fueron los derechistas. El sometimiento
al sistema socioeconómico y de valores podía ser aceptado de maneras
diferentes: adaptándose a él, confiando en él (más bien confiando en la gente
del pueblo que lo llevaba, para la mayoría viejos conocidos) o rechazándolo,
pero siempre desde dentro de la propia colectividad. Algunos ejemplos los hemos
visto anteriormente de las diferentes situaciones: tanto de anarquistas que
rechazaban la violencia contra sus vecinos, como de no anarquistas que se
adaptaron de mejor o peor manera al sistema colectivista.
Pero de
todas maneras ello nos obliga a desechar la visión espontaneísta de la
revolución, y nos lleva a ratificar alguna de las teorías que hemos expuesto en
la introducción: como medio de control político, la CNT utilizaba las
agrupaciones anarquistas para, mediando la imposición armada y la coacción física
y moral, establecer un dominio que pretendía ser global, pero que difícilmente
podía pasar de esa aspiración. La aplicación práctica de las doctrinas
revolucionaristas, la “gimnasia revolucionaria”, acarreaba consigo el uso de
medios de acción violentos como el asesinato, ya fuese como “reprimenda” a una
población o como vía de coacción moral. O, como en el caso masino, por ambas
razones.
Sea
como fuere, la colectividad masina es tratada en todos sus aspectos como
ejemplar. Sobre todo por las fuentes de filiación anarquista, pero no sólo.
Muchos eran los que opinaron que, si se hubiese limitado el carácter político,
a veces violento y a veces coactivo, de la “revolución” cenetista, aquél podría
haber sido un movimiento de carácter beneficioso para la población, por su
grado de solidaridad para con los menos favorecidos; por las mejoras en
materias de enseñanza, por la liberación de los antiguos yugos históricos
(represión institucional, educación religiosa, poder económico y político
concentrado...) y por las mejoras agrarias devenidas del uso colectivo de los
medios de producción. Pero lo cierto es que, a la vista de los resultados (que
no son fácilmente evaluables, por su escasa duración) y sobre todo de los
medios, por mucho que estos tuvieran más que ver con la “depuración” cenetista
que con la justicia social a la que aspiraban los masinos, no podemos
considerar el colectivismo en sus dimensiones política, económica y
social como una “revolución” espontánea. Aunque tal
vez lo fuera, eso sí, en sus intenciones:
“Había mucha
gente que pensaba que era un robo. Pero todo el mundo comía, había ración para
todos. Pero como fue sólo un soplo... No fue un desastre como algunos decían.
Es mentira lo que decía la propaganda comunista. Todos vieron cómo en la granja
daba mucho más con un hombre que con diez antes”[185].
“Esta forma
de vida que se hizo aquí, digan lo que digan, para mí se llevó todo lo mejor posible.
Si es que alguien quiere decir por envidia, por rencor... lo contrario, no es
cierto, porque aquí todo el mundo tuvo la misma ración. El hijo un día de uno
de abastos le dijo un día a mi padre: «oye, que no tengo pantalones». Y mi
padre le respondió: «tú sí tienes pantalones». La colectividad se los dio”[186].
Las
fronteras que dividen a los pueblos
Las
romperemos pronto.
Las masas
hablan mil lenguas
Pero tienen
un solo corazón.
Los hombres
cantan mientras trabajan.
Las mujeres
cantan en sus tareas.
Todo el
mundo canta
Cuando por
fin el pueblo es libre.
ANÓNIMO. Canción popular[187].
La vida cotidiana, el devenir
diario de la localidad durante la colectividad, la sociabilidad entre las
gentes, o aspectos como el de la educación, la escuela, la moral y las mentalidades
son los temas que, grosso modo, vamos
a tratar en este capítulo. Que lo consideramos, por otra parte importante como
el que más: ya hemos señalado en la introducción nuestro deseo por bajar a los
modos de vida, a las percepciones individuales y sociales que de ellos se
derivan, y a las mentalidades que adquirieron o mantuvieron los habitantes de
Mas de las Matas. Y, aunque sea harto complicado por la escasez de las fuentes
o lo “etéreo” de la temática, consideramos que tanto la vida política como el
contexto general del período histórico no son sino eso: contextos en función a
los cuales podemos tratar de los verdaderos protagonistas de la historia: sus
actores.
La
configuración de la vida política en la localidad siguió la tónica del resto de
las colectividades. Los comités, asambleas, comisiones y sindicatos se
agolpaban a veces en una barroca estructuración de poderes, aun cuando la
doctrina anarquista hablaba del rechazo a todo tipo de poder, a todo tipo de
dominación. El originario comité antifascista dirigía la vida local desde el
momento en que el vacío de poder, reflejado en la huida de los poderes
estatales, dejó paso a la falta de autoridad de carácter nacional, que fue
aprovechada para la proposición de proyectos de cambio y reforma de la
jerarquía social. Este comité, como hemos comentado, estaba formado al
cincuenta por ciento por anarquistas y republicanos. Y en él se trabajó en
favor de la lucha contra las corrientes reaccionarias, como podemos ver en la
documentación consultada.
“El
Consejo Municipal de Mas de las Matas, a fin de acabar con la sorda y solapada
campaña de carácter fascista que encubiertamente se viene haciendo en esta
localidad propalando bulos y noticias tendenciosas que puedan abatir la moral
antifascista, y sin perjuicio de las disposiciones que esta Presidencia ordena
(...) que el FPA local organice como mejor crea una policía secreta que pueda
descubrir a quienes son propaladores manifiestamente intencionados de tal estado
de cosas”[188].
El
comité antifascista también dictaminaba la cantidad de trigo necesario que en
Agosto del 36 se necesitaba para siembra (63.000 kilos) y consumo (440.190
kilos para los 3015 habitantes que se contabilizaron, entre vecinos y evacuados
de Azuara[189]).
Lo cual denota que, ya antes de la instauración de la colectividad, el consumo
y la producción eran manejadas por los organismos generados en el pueblo, pero
sin la imposición de ninguna vía política. El documento que lo certifica, por
cierto, está remitido al Instituto de Reforma Agraria, subdelegación de
Zaragoza. Posiblemente la dificultad de los trámites burocráticos que se
interponían al crecimiento de la producción tuviera que ver en la determinación
de optar por el colectivismo bajo el amparo de una ideología anarquista que
veía todo más simple (bastaba con juntar todas las propiedades y trabajarlas en
común).
El
peso de CNT era alto, y de hecho la proposición de crear una colectividad vino
de ellos[190];
pero la colectividad se crearía más por la casi inmediata presencia de las columnas
anarquistas, si bien se llegaría al acuerdo de hacerlo cuando la “legalidad” de
las mismas ya hubiera sido reconocida. Esto es, para no ser la primera, para
constatar el apoyo en el ámbito regional al proyecto. El aprendizaje por parte
del sindicato cenetista local de la experiencia de tres años antes, cuando su
implantación del “comunismo libertario” se vio duramente reprimida porque casi
ninguna otra localidad secundó ¾o logró que se hiciera secundar¾ la insurrección,
fue aquí importante. Aunque el contexto había cambiado en algo fundamental: en
el 33 se luchaba contra una autoridad vigente, unida y represora. En el 36 no
hay autoridad: se lucha por la revolución, por un proyecto y no contra un
proyecto. Pero de todas formas, esta mezcla de recelos cenetistas y búsqueda de
acuerdo con los partidos de izquierda en el pueblo, hicieron que se retrasara
la creación de la colectividad hasta septiembre.
Los
acontecimientos violentos que hemos relatado tuvieron también una incidencia
fundamental en la vida política de la localidad. Hasta que aconteció la entrada
de la derecha la colectividad no engrosaba la porción de la población que tras
ella tuvo. Y hasta que no se acabó con la vida de Ejarque, la CNT no controló
en su totalidad el comité local. En ese momento pasaron a ser los cenetistas
quienes tomaran el control de la población, divididos en diferentes vías de
ejecución del poder: “Había dos comités importantes: un comité de defensa y
otro de abastos, para repartir las cosas: no se llevó mal. Pero ya sabéis lo
que pasa: no siempre hay gente que está a gusto. Presidente del comité de
defensa fue primero al que mataron, a Ejarque. En abastos seguramente era Peralta,
pero eran cuatro o cinco personas”[191].
Esta es la situación que cambió y que devino (no sin producir rechazos entre
los anarquistas locales que, recordemos, no eran proclives en principio a este
tipo de violencia) en que colectividad y consejo estuvieran a las órdenes del
sindicato. Es por ello por lo que decíamos en la introducción, parafraseando a
Julián Casanova, que el órgano supremo de las colectividades y de la vida
política de los pueblos colectivizados fue el comité regional de CNT.
Un
valioso testimonio en este sentido es el de José Cebrián que, aunque delata sus
filiaciones políticas, da buena muestra del control de los medios de
representación por parte de los anarcosindicalistas:
“En
política no nos metíamos. Lo hacían los anarquistas, el comité manejaba y los
demás no sabíamos nada. Entonces había que acatar lo que hubiera, y era por
demás. Pero yo siempre decía lo mismo: ¿Cómo va a haber un gobierno en cada
pueblo, sin que haya un gobierno central que llevara toda la política, al menos
de cara al exterior? Yo creo que de esa forma no se puede funcionar, se
necesitan demasiadas cosas”[192].
Por ello, la
historia de la vida política en Mas de las Matas transcurre desde ese momento
paralela a la del resto del Aragón republicano controlado por los anarcosindicalistas.
El 6 de Octubre, en el Pleno de Sindicatos de Bujaraloz se había decidido crear
un órgano de representatividad que, de cara al exterior (al resto de grupos
políticos republicanos) y al interior (para acabar con los excesos milicianos y
reconducir la situación hacia la ansiada revolución global) legalizase y regularizase,
a la vez que coordinase, la actuación de los grupos cenetistas que estaban
ejerciendo el poder en los pueblos aragoneses. Doce días más tarde se
constituía el Consejo de Aragón, de composición libertaria, que nació entre las
críticas del gobierno republicano y de la Generalitat, así como del PC, la
UGT... pero entre los saludos alborozados de los cuadros cenetistas. No obstante,
las fuertes oposiciones a las que hubo de enfrentarse y la inexistencia de un
programa global coherente pronto hicieron que, de cara a mejorar la imagen y la
efectividad de dicho Consejo, se abriera al resto de formaciones políticas,
bajo el auspicio y con la complicidad de Largo Caballero. Así, a la par que CNT
entraba en el gobierno central, el Consejo de Aragón acataba (muestra de su
progresiva pérdida de importancia organizativa) que miembros de grupos
políticos no anarquistas formaran parte de su directiva, así como de los
comités de las localidades colectivizadas. Esto fue lo que sucedió en Mas de
las Matas: el comité inicial fue sustituido por un Consejo municipal.
Pero a la
vez que esto sucedía, progresivamente los anarquistas fueron viendo al Consejo
más como una “alternativa a su poder”[193]
tanto a escala local como a escala regional. Lo que denota, por otra parte, el
afán del sindicato anarquista por no perder cotas de dominio y no cederlas al
resto de formaciones políticas. Y lo que nos lleva a tratar de analizar en su
contexto el grado de representatividad del que disponían los colectivistas. El
comité por una parte, y por otra el consejo municipal desde el momento de su
configuración, eran quienes manejaban la política, de cara al exterior (en el
Consejo de Aragón, en la Federación Regional de Colectividades...) y al
interior. Sus disposiciones en materia económica, política... estaban
generalmente poco sujetas a la aprobación por parte del resto de los miembros
de la colectividad. Por eso, porque los testimonios orales así nos lo han
ratificado, podemos afirmar que el nivel de participación política de la
mayoría de la población, los no integrantes de los órganos de poder incluso de
aquéllos que se responsabilizaban de algún grupo de trabajo, era
escaso. Por mucho que la teoría anarquista optase por el sistema asambleario,
la responsabilidad y el trabajo político quedaban en manos de los miembros más
politizados; en manos de la CNT.
Lo cual no
hace sino responder a la “lógica revolucionaria” que el sindicato, desde sus
altas esferas, promulgaba de cara al control político en el bando leal a la
República. Los intentos de crear un contrapoder eficiente obligaban a limitar
la representatividad, limitándola a sus miembros que, voluntariamente y
atendiendo a las consignas cenetistas, ocupaban cargos como el de abastos,
cultura o defensa. “A la hora de decidir las cosas, sólo participaba el
consejo”, reconocía el faísta Félix Calpe. Por tanto, en vistas al control
social de los modos de actuación, de las doctrinas políticas, y para lograr un
índice de convencimiento o de limitación de las alternativas políticas, la
mayoría de la población no podía hacer sino someterse a los dictámenes del
consejo; que en su mayoría eran los del Comité Federal de CNT.
Margeli
explicaba la situación a Ronald Fraser de manera convincente: “¡Sin darnos
cuenta habíamos creado una dictadura económica! Iba en contra de nuestros principios
y andando el tiempo tendríamos que cambiar las cosas (...) Pero llegué a la
conclusión de que alguien tenía que ser el responsable de dar las órdenes. Las
cosas no podían funcionar dejando sencillamente que cada cual hiciera lo que
quisiese”[194].
Tanto fue así que “empezó a caer en la cuenta de que las asambleas, en las que
muchos anarquistas depositaban toda su confianza, no eran siempre el mejor
vehículo para seleccionar a los que debían encargarse de las cosas, ya que a
menudo los que asistían a ellas no tenían bastante en cuenta que el escogido
fuese psicológicamente adecuado para el puesto. Y elegir a la persona idónea
era lo más importante”.
Así pues, la
representatividad política, los cargos... y las conclusiones a las que se
llegaban estaban casi exclusivamente en manos de los cenetistas. Era su forma
de hacer la revolución, contraria a los poderes establecidos y a cualquier tipo
de dominación. Pero tras esta imagen de rechazo al estado y sus formas de
imposición política, tras la que la teoría anarquista se parapeta para
justificar el no reconocimiento de instituciones como los ayuntamientos, etc...
existía un deseo deliberado por encauzar a la población hacia su teoría. Así, a
la par que se proclamaba la libre asociación o la pluralidad ideológica, se
limitaban sus poderes representativos. Poderes que, por otra parte, tampoco
poseían durante períodos históricos precedentes (como por ejemplo la petición
de responsabilidades o el control de los cargos), pero que la revolución había
asegurado para aquellos que decidiesen formar parte de ella. Con la apertura
del Consejo de Aragón al resto de formaciones políticas, y la formación de los
consejos municipales, la situación se “institucionalizó”, pero no varió en
materia de representación política.
Como
muestra, un documento de Enero del 38, cuando ya la colectividad se había
reorganizado permitiendo a los derechistas salir de ella. En él vemos cómo, aún
tras la represión sufrida tras el paso de la división de Líster en virtud del
decreto de disolución de las colectividades (firmado por el presidente Negrín),
los cargos del consejo municipal están copados por anarquistas: José Gracia antiguo
presidente, ahora teniente de alcalde, Manuel
Serrano, Manuel Arrufat, Aquilino Angelo y Enrique Royo consejeros engrosaban
las listas de la FAI cuando el 29 de Enero se reestructuró dicho consejo[195].
La impregnación
del modo de vida anarquista era uno de los objetivos que perseguía CNT en las
pequeñas localidades, en los pueblos bajo su dominio. Éste, que ha sido
considerado puritano por el control de los vicios, etc... dista bastante de la
realidad de las necesidades en cuanto a ocio, cultura y sociabilidad del
campesinado. Y dista, además, de los tópicos que desde la doctrina católica
vencedora de la Guerra Civil se vertieron hacia el anarquismo y sus
pretensiones, por ejemplo, de “amor libre”. Las ideas ácratas se alejaban de la
imposición de cualquier tipo de poder que alienase la libertad del individuo,
pero no hasta los extremos pacatos y exagerados que se mostraron desde la
cultura “oficial” del franquismo. El medio de vida es imposible de cambiar de
un día para otro; y más en poblaciones
rurales cerradas como Mas de las Matas. Por eso, la premisa de la que vamos a
partir en este apartado es la continuidad de la moral y las formas de actuación
tradicionales, aún cuando la educación anarquista, sobre todo en la juventud,
incidiese con su nueva ideología ¾también habremos de ver hasta qué
punto era innovadora, y hasta cuál se limitaba a un continuismo impregnado de
retórica libertaria¾ en las formas de pensamiento.
El
fundamento del colectivismo era el trabajo. Pero ello no era óbice para tratar
de penetrar con la ideología anarquista en las mentes y en los hábitos de los
colectivistas. Por ello, quienes ingresaron en ella hubieron de adaptarse a
cambios impuestos por CNT. De entre ellos, el más significativo puede que fuese
la abolición de los cultos y, en general, de todo tipo de poder fáctico previo,
por considerarlos medios del sistema de dominación capitalista. Era el
capitalismo lo que había que derrocar, y con él sus instituciones más
características. “Lo que es avance es bueno. Primero hay que deshacer el
capitalismo, y la revolución es el medio; pero la gente tiene que estar preparada,
tiene que haber cultura, teatro... no vicios ni hostias”[196].
La gente tenía que estar preparada para la revolución, y el medio de prepararla
era la educación y la vida en los nuevos valores. Por eso se prohibió el culto
eclesiástico, se trataron de suprimir los vicios y se hizo especial hincapié en
potenciar la tradición de la escuela republicana, adaptándola a la nueva
situación. Y también en generar en el tiempo de ocio la creencia en que se
estaba viviendo en la mejor de las sociedades posibles.
El ocio, que
según algunas fuentes habría aumentado notablemente al facilitar el trabajo colectivo
la cosecha de cereal y oliva o la manufactura de productos necesarios, se trató
que se llenase con las “libres relaciones” que el anarquismo mostraba en su
teoría como la base de la sociedad nueva. Los mítines, la lectura de textos
anarquistas... formaban parte en el ideario cenetista de lo que un colectivista
debía hacer al finalizar su jornada laboral. “Había baile y un café, No era una
diversión como si no hubiese guerra, las quintas estaban muchas en la guerra.
El Centro Republicano se usaba de café, y los bares se cerraron. El verdadero
anarquista tiene bien lejos el alcohol, no va con ese tipo de vida. Viene mucho
con las enseñanzas que habíamos recibido en la escuela”[197].
“Todas las tabernas fueron cerradas. Los libertarios siempre fueron hostiles a
los bares, porque eran fuente de vicio, discusiones y peleas (...) Sólo quedó
abierta la sala grande del centro de CNT. Allí la gente podía tomar café o
bebidas no alcohólicas (...) El juego fue suprimido”[198].
“Había
un café de los socialistas. Abajo en el centro estábamos los de derechas, los
independientes y los de la CNT. Allí nos tomábamos el café y no pagábamos, pero
no todo el que queríamos. No había, aún así, problemas de comida, porque daban
según las necesidades”[199].
El centro de CNT era el lugar idóneo para el desarrollo de las relaciones
interpersonales libres. Era el sitio donde difundir la idea, donde entrar a las
mentes, donde tratar de convencer del pacifismo ácrata a los escépticos
derechistas. Como nos recuerda Emilio Bernuz, “los que estaban a la fuerza
tenían creencias equivocadas, porque entonces hasta los más ricos estaban aún
mejor que cuando estaban trabajando por su cuenta. Aquí se fue a la cultura, no
se quiso matar a nadie ni mucho menos”. Se iba a la cultura, a crear el
ambiente propicio para que, mediada la victoria en la Guerra Civil, se
instaurase el comunismo libertario, la nueva sociedad sin clases ni
privilegios. Pero para ello, un paso fundamental era la creación de una
conciencia, un modo de pensar favorable que superase ¾siempre
dentro de la terminología libertaria¾ lo tradicional. Este paso era la
educación. José Cebrián lo tenía claro: “Para todos esos regímenes no hay
cultura. Yo no digo que fuese malo, sino que no hay cultura. Porque siempre hay
alguno más inteligente, otros que no lo son... y era difícil de arreglarse”[200].
A lo que hay que añadir la cultura propia del campesinado, reacia a despojarse
de su propiedad. Seguramente porque su propiedad es el resultado de largos
períodos de esfuerzo.
“Mi
marido marchó, yo tenía a la niña pequeñica, y mi padre tenía cerca de ochenta
años. Y lo que pasa es que teníamos un cerdico, que pesaría unos 100 kilos o
más. Y como no lo matábamos, pues nos quitaron el cerdo y se lo dieron a los
vecinos de enfrente, que eran cuatro. Y eso de quitarle el cerdo a mi padre le
dio mucha pena”[201].
Esta
concepción sociocultural es la que, creían los anarquistas, lograrían deshacer
mediante la educación, la coacción y la imposición. De nuevo vemos, pues, cómo
un programa ajeno al mundo rural se trata de adaptar a las realidades de este
medio, lográndolo de maneras muy diversas y con muy diversos resultados. En Mas
de las Matas, al igual que en muchas de las colectividades, se hizo un hincapié
casi obsesivo en la mejora de la enseñanza y la educación. Por ello, pronto se
puso en marcha de nuevo la escuela, que era obligatoria para todos los niños y
niñas. Entre libros, maestros, excursiones y cierto grado de dogmatización
vivieron quienes pasaron parte de su infancia y adolescencia en la
colectividad. Un relato de primera mano es el que da Regina Gil. Regina era de
Juventudes Libertarias. Su familia había sido siempre republicana, moderada,
pero ella estudió en Valencia en la escuela anarquista Durruti (entre sus
materias, estudio de esperanto y lectura de Sembrando
Flores, de Federica Montseny), gracias a los consejos de su maestra y a sus
aptitudes intelectuales.
“Entonces
trajeron un maestro para que no fuéramos educados de la manera en que estaban
entonces. Estuvimos dos o tres años, hasta diciembre del 33. Se criticaba mucho
que fuéramos chicas y chicos juntos, y hacíamos excursiones... Se cerró por el
movimiento revolucionario, yo tenía 12 años. Cuando la colectivización era
verano; luego empezó la escuela, pero era diferente, chicos y chicas juntos.
Unos maestros estaban aquí, otros no estaban... estaba Pilar Royo y otra chica
más con los pequeños. Hubo maestros que se tuvieron que marchar, que estaban de
vacaciones o que habían huido. Por eso, para suplir su falta la gente que tenía
carrera venía y hacía de maestro. Plácido Castañer estaba... Había diferencias
en la educación, sobre todo en religión, que no había. La educación era normal
en la escuela, pero algo encaminada al sistema político que había. Los libros
de texto los habían conseguido en varias veces, pero fue importante la
actuación de Macario Royo para conseguirlos”[202].
Ciertamente,
los anarquistas tenían una preocupación ejemplar por la cultura y la educación,
siempre enfocadas hacia el fin de las injusticias sociales y de la dominación
por parte del capitalismo, que subyugaba los intelectos de forma consciente
para crear no seres libres, sino esclavos para su sistema. Este idealismo
constructivo se traducía en potenciar el índice de escolaridad y en tratar de
que la dogmatización ideológica no existiera en las aulas. Aulas de las que,
claro está, habrían de salir hombres y mujeres formados, libres... y,
preferentemente, anarquistas. Para ello, destinaban buena parte de los recursos
de la colectividad a la enseñanza, a comprar libros y materiales didácticos.
“Una maestra joven dijo que nunca había visto nada parecido. Antes era imposible
conseguir fondos para la enseñanza”, decía Margeli. A lo que añadía la
importancia que, para la infancia y la adolescencia, tenían actividades
culturales como las que se realizaron en Mas de las Matas: una revista
infantil, proyecciones de cine, y un grupo de teatro.
El
modo de ver la vida cotidiana durante la colectividad depende mucho del
carácter que para unos u otros de los protagonistas ésta tuviese. Así, difiere
absolutamente la opinión de un derechista con la de un anarquista; y en ello
tiene mucho que ver el carácter forzoso que, abierta o soterradamente, tenía el
sistema colectivista. Para quienes tuvieron que entrar sin desearlo, para
aquellos que, por no presentar resistencia a lo que se veía como la coyuntura a
la que había que adaptarse, decidieron ingresar para asegurarse su propia seguridad, el día a día podía hacerse
muy duro. Sobre todo porque habían tenido que renunciar a muchas de sus
costumbres (como las misas) de cara a no provocar una reacción contraria por
parte de sus vecinos. Una de las familias de derechas que entró en la
colectividad debido a la presión externa e interna que contra ellos existía era
la de Pilar Ferrer:
“Se
vivía casi igual, pasabas a buscar la ración, y a vivir con lo que te daban.
Pero se vivía regular... Además, eso sí, misas ni una: estaba prohibido hasta
rezar, y se llevaban los crucifijos de las casas. Las bodas las hacía el comité
por aquel entonces. Y los entierros... lo dejaban allí y se acabó”[203].
En
cambio, para quienes la colectividad era el resultado de una larga lucha por
sus aspiraciones libertarias; por llevar a la realidad sus sueños igualitarios,
la justicia social que les habían contado en los libros anarquistas y mediante
la actuación de personas como Macario Royo, la vida cotidiana no era sino la
cristalización de un ideal de solidaridad. Lo que se ve reflejado en sus recuerdos,
sus percepciones sobre la vida cotidiana durante el año escaso que duró la
colectividad generalizada a la mayoría de la población:
“La
colectividad era algo bueno, con un clima de solidaridad. No había ninguna
colectividad como nosotros. Era una cultura aparte, nada religiosa, con libros
muy buenos. La revolución era sobre todo cultural, de las mentes. Había una
solidaridad absoluta entre todos. Trabajaba por igual desde el presidente hasta
el último trabajador”[204].
La
aplicación de los dogmas ideológicos del anarquismo a una pequeña población
rural como ésta acarreó no poca confusión entre quienes estaban acostumbrados a
la moral tradicional y a una vida cotidiana menos mediatizada por el cariz
político de la situación; aún así, resulta difícil constatar que de hecho la
nueva moral llegara a calar entre los masinos, excepción hecha de los ya
sindicados, y de personas que sí llegaron a creer en el proyecto de la nueva
sociedad. “Fiesta o baile no había, y bares poco. Además, las mujeres no
entraban nunca. De liberar a las mujeres, poco. Algunas se bañaban, las
libertarias, en el río con los milicianos. Y algo de amor libre supongo que sí
que habría (risas)”[205].
A muchos de los habitantes les costó, sobre todo, tener que renunciar a sus
costumbres, a los rezos y las misas. Pero, dejando aparte este aspecto, la
mayoría de las personas entrevistadas opinan que la vida transcurrió con
normalidad. Sin grandes sobresaltos, teniendo en cuenta que el país estaba en
guerra y que CNT realizaba purgas entre los que acusaba de “fascistas”. Pero
nada, a fin de cuentas, que no respondiese primero a la razón bélica, y segundo
a los deseos del sindicato libertario por imponer, por la fuerza o por la
razón, su contraproyecto de sociedad.
La relación con los
“individualistas”
Al
igual que hicimos en el capítulo anterior, cerramos éste con un tema de los más
polémicos de cuantos atañen a las colectividades. El de la relación de los
miembros más politizados de las colectividades anarquistas con los que ellos
mismos, en su terminología anarquista, denominaban “individualistas” esto es,
aquellas personas que no habían accedido a formar parte de la misma es un tema que
ha servido de argumento para los detractores de las colectividades. Y también para
los historiadores, para ratificar la disensión entre teoría anarquista y
práctica revolucionaria. Desgraciadamente, no logramos contactar con nadie que
no hubiera sido colectivista en Mas de las Matas; no es tarea fácil: hasta la
familia de Nicolás Mir, cuya cabeza era uno de los fundadores de Izquierda
Republicana, ingresó en ella.
Los
testimonios orales dan, por regla general, buena muestra de la difícil relación
que se estableció entre cenetistas y republicanos moderados: “Las relaciones
con los que no estaban en la colectividad no eran muy buenas; eran sobre todo
republicanos conservadores. Pero mala no fue para nadie”[206].
“Había de todo, contentos y descontentos... Los de izquierda con la
colectividad no estaban contentos, eran enemigos de la CNT. De la CNT había
muchos: en el Bajo Aragón era la inmensa mayoría. En el pueblo, los jóvenes
casi todos”[207].
Lo que nos refleja, una vez más, la dificultad de implantación del proyecto
cenetista: la oposición política era llevada de una manera complicada. Los intercambios
económicos de los republicanos (que, recordemos, no ingresaron en la
colectividad por motivos políticos: lo que desmiente visiones del colectivismo
como organización puramente económica; también lo era política) con el comité o
con la gestora de la colectividad no respondían a la lógica de las necesidades
mutuas, sino que estaban impregnadas de las redecillas personales y “oficiales”
entre diferentes concepciones y posturas en cuanto a la cultura política de la
población.
La
raíz de este enfrentamiento hemos de buscarla en las tradiciones sindicales y
organizativas contrapuestas; Izquierda Republicana era más numerosa y más
influyente que CNT, históricamente, en el pueblo. Fundado en 1934 como partido
de fusión promovido por Azaña, Casares Quiroga y Marcelino Domingo, respondía
en Mas de las Matas a una larga tradición de izquierda moderada. Y es que la
tradición republicana moderada era la que tenía más peso entre la población. En
cambio, eran los anarquistas quienes creaban una cultura política alternativa;
quienes se levantaban en armas en diciembre del 33. Quienes tomaron el control
del poder en el 36. Desde ese momento, las acusaciones cruzadas, encrudecidas
desde los actos violentos que afectaron directamente a IR, hicieron que la
postura del republicanismo fuera la de oposición al régimen colectivista. Las
diferencias ideológicas que los separaban eran muchas: desde su concepto de
cómo llevar la guerra y la revolución, hasta su postura sobre la propiedad
privada (que se había de respetar). Y sobre todo sobre el carácter de ingreso
forzoso por la situación o por miedo que adquirió
la colectividad cuando CNT decidió “limpiar” la zona y hacerse con todos los
poderes en cuantas localidades había triunfado la reacción, ayudada por la
violencia y las armas milicianas.
Las
acusaciones cruzadas que hablaban de “dictaduras locales” cuando eran los
republicanos quienes las lanzaban, y de “cobardía” y fascismo encubierto cuando
eran los anarquistas quienes lo hacían. Esto, claro está, a escala oficial. La
casuística se ampliaba con odios y redecillas personales, familiares... Aunque
la vida cotidiana limase el reflejo de las disputas políticas mayores, sí
existía la difícil relación con los que no integraban el sistema colectivista.
No sólo en el apartado económico, antes citado: también en lo concerniente a la
consideración social y, sobre todo, en lo relacionado con la representación
política de los grupos opositores. Lo que parece contradecir, a primera vista,
la visión idílica del modelo libertario de sociedad: el río de la libertad
dejaba en sus márgenes a todo aquel que no quisiese aceptar lo que éste
implicaba. Y lo que implicaba era, cabe decirlo una vez más, la inadaptación de
un modelo teórico a las necesidades reales de las poblaciones donde se
implantaba.
6. HACIA EL FIN DE LA COLECTIVIDAD. AGOSTO-1937/FEBRERO-1938.
El final del sistema colectivista en Mas de las Matas está
fuertemente relacionado, como ya hemos señalado en la introducción, con las
disputas a escala nacional entre las diferentes formas de concebir la guerra y
la revolución entre los diferentes partidos y opciones políticas con
representación en el bando republicano. Dichas disputas suponían un
enfrentamiento directo entre la opción cenetista que, recordemos, versaba en
aprovechar la coyuntura y la toma de poder popular para hacer su revolución, y
las del resto de grupos políticos que habían configurado el Frente Popular, que
(no sin diferencias internas, claro está) creían más en la necesidad de parar o
ganar la guerra, dejando las revoluciones para otro momento.
La defensa de los
intereses de cada facción, unidas en la lucha contra el fascismo pero desunidas
en (casi) todo lo demás implicó desde la cautela hasta el rechazo hacia CNT
desde los poderes gubernamentales. Su concepción revolucionaria, vía acción
directa, resultaba cuando menos incómoda para unos partidos que luchaban no
sólo por la defensa de la República, sino también por el control del poder en
el bando leal, en la España en armas contra la insurrección militar apoyada por
las potencias fascistas internacionales. El gobierno de coalición de Largo
Caballero había aceptado a CNT como fuerza política fundamental, y así las
colectividades habían alcanzado cierto estatus de legalidad. La legalidad que
da la situación bélica, las armas y la presión popular. Pero cuando, el 17 de
Mayo del 37 se hizo con la presidencia del gobierno Negrín, la situación iba a
cambiar. En buena parte motivado por los fatales “sucesos de Mayo”, que
derivaron en enfrentamientos armados entre cenetistas y comunistas por las
calles de Barcelona, pero también determinado por el afán de mando único en el
bando republicano, el 10 de Agosto se decretaba la disolución del consejo de
Aragón y de las colectividades agrarias; lo que suponía, al menos en teoría, el
fin de la influencia política de los anarcosindicalistas, y una traba menos
para hacer frente común, según muchos autores bajo la bandera comunista, al
enemigo y hacerse con el dominio de la España republicana. El medio de lograr
este objetivo no era otro que las armas.
El modo en
que la disolución de la colectividad ocurrió en Mas de las Matas no dista mucho
de lo acontecido en el resto del Aragón libertario.
“Cuando
quiso Negrín, mandó a la guardia de asalto luciendo los fusiles por las calles,
y deteniendo a los dirigentes de la colectividad y metiéndolos en la cárcel,
aunque muchos se fueron, por Híjar que estaban las columnas confederales...”[208].
Los
guardias de asalto no eran otros que las tropas del general Líster quien, en
sus Memorias de un luchador relata el
modo en que, de manera casi confidencial (aunque era un secreto a voces) Prieto
y Negrín decidieron que fuera su división, de hondo calado ideológico
comunista, la encargada de, junto con otras como la del Campesino, deshacer el
sistema colectivista. Su entrada en la localidad, por lo visto jactándose de su
superioridad, vino acompañada de la detención de cuantos integrantes del comité
o de la gestora pudieron coger. “Todo se deshizo. Los del pueblo a callar.
Deshicieron la colectividad por la fuerza. Se volvió a dar las fincas, aunque
el reparto no fuera exacto. Lo mío lo cogió uno, yo cogí lo de otro... y el que
no tenía nada se quedó sin nada”[209].
Así, la entrada de las tropas de Líster se acompañó, vía decreto de disolución,
de la devolución de los bienes incautados por la colectividad, así como con el
reparto de las tierras a sus antiguos dueños. Aunque el reparto no fuera
exacto, sí se permitió la salida de la colectividad de todo aquel que lo
deseara.
“Llegó
un día que, en agosto del 37 llegó aquí una treintena de guardias de asalto y
dijeron: todo el que quiera ir a la colectividad, voluntario. El que no, que se
salga. Y los de derechas se salieron todos. Una noche fueron a buscar a los
jefes, a los cabecillas de la CNT, y la CNT perdió mucho”[210].
De nuevo el
anarquismo local era objeto de la represión por parte de los que, en aquel momento,
se decían los representantes del estado. No hubo enfrentamiento directo, porque
primero muchos de los jóvenes cenetistas estaban en el frente, y segundo la
fuerza coactiva de las tropas de Líster era tanta (tomaban los pueblos como si
de poblaciones fascistas se tratara) que muchos cenetistas hubieron de
marcharse, por su propia seguridad, hacia la zona de los frentes. Y, cuando en
las milicias se hubieron enterado de lo ocurrido, estuvieron bastante cerca de
volverse a sus pueblos para enfrentarse a los comunistas; pero no lo hicieron:
la dureza de las batallas y el ya minado prestigio de las columnas confederales
les necesitaban en las trincheras. Mientras, la mayoría de los que habían
entrado forzados a la colectividad se disponían a abandonarla, recuperando sus
bienes, y haciendo buena su creencia que decía que aquello sería algo pasajero,
una medida de guerra.
La
propaganda comunista, que como hemos indicado en otro capítulo decía que los
campesinos “saludaban alborozados a sus libertadores” cuando entraban en los
pueblos, desarrolló pronto su labor de desprestigiar a los cenetistas de las
colectividades. La visión que se trató de difundir por parte de los grupos
contrarios a CNT era la de unas colectividades “hechas a pistoletazo limpio
(...) Casi todos los crímenes que en Aragón se han cometido han girado
alrededor de las colectividades”, como rezaba el periódico Vida Nueva. Las peores calamidades eran atribuidas a un modelo de
sociedad que, por otra parte, tuvo serias dificultades para su implantación
real, y de la que los resultados eran casi imposibles de constatar de manera
objetiva. Sin embargo, lo que sí es objetivamente constatable es que, por mucho
que la implantación fuese el resultado de un programa político, no lo era menos
el motivo de la disolución.
Así lo
expresaba el anarquista Emilio Bernuz, uno de los más afectados
sentimentalmente por la represión del modelo colectivista, que para él,
recordemos, cristalizaba las aspiraciones de justicia social y solidaridad:
“A nosotros
el PC nos hizo mucho mal, a los de la CNT. Venían buscando a los cenetistas. Pero
nosotros creíamos en el comunismo libertario, no en el comunismo autoritario.
Cuando Líster y el Campesino deshicieron las colectividades, deshicieron
también las ilusiones de la pobre gente que trabajaban con una ilusión de
miedo. Pero ellos iban a por el mando y nada más. Luego se dejó porque tenía
mucha fuerza, y porque el PC no tenía aquí ambiente favorable”[211].
El recuerdo
de aquellos días en que los sueños de los anarquistas fueron reprimidos, y en
que las disputas políticas entre los grupos de poder acabaron por desmontar lo
que había sido el proyecto de sociedad libertaria, es evocado generalmente con
amargura:
“También
hicieron atrocidades los otros, los comunistas. Y ¿por qué mataban a la gente,
que eran de izquierdas? ¿Por qué murieron? ¿Por qué nos perseguían, me pregunto
yo? ¿Dónde está la libertad que pide esa gente, embusteros? Yo lo digo
francamente, aunque no sea ni cenetista, ni socialista. Luchábamos todos por
una república, pero como, los comunistas por un lado, los cenetistas por otro,
los ugetistas, los del POUM... cogieron cada uno su bandera, y eso no puede
ser”[212].
La baja de
los colectivistas se hizo efectiva en Mas de las Matas el tres de Septiembre.
El documento que lo certifica es de los más interesantes de los que alberga el
archivo histórico:
“Reunidos
en el local del Consejo Municipal (...) la comisión representante de la
Colectividad (...) y la comisión representante de los que figuran en la lista
para darse de baja en dicha colectividad, en número aproximado de trescientos,
y después de amplias deliberaciones sobre la forma que podría llegarse a un
acuerdo para la baja de los expresados, tomándose los acuerdos siguientes:
1. Reparto de
trigo, piensos, paja y alfalfa recolectado hasta el día de la fecha, todo equitativamente.
2. Todos los
firmantes de la lista de baja podrán desde este momento hacerse cargo de sus
fincas tal como estén en la actualidad, exceptuando los que (...) tengan las
fincas incautadas, los cuales deberán continuar (...) en la Colectividad hasta
que sean recolectadas las cosechas, con el fin de atender a los racionamientos
(...)
3. Tampoco
pasarán a poder de sus propietarios las cosechas de las fincas que voluntariamente
entregaron por no poderlas trabajar (...)
4. El ganado
lanar, cabrío, vacuno y cerdo será entregado a cada uno en igual número de cabezas
que hubiese entregado (...)
5. Ambas
comisiones (...) se comprometen ha (sic) hacer efectiva la deuda que la
colectividad tenga en esta fecha (...)
7. Se procederá
inmediatamente a la distribución proporcional del trigo y en el mismo acto,
serán retiradas las cartillas de racionamiento (...)
Acta en la
villa de Mas de las Matas a tres de septiembre de 1937”[213].
Los
repartos y devoluciones se iniciaron casi de inmediato. Derrotados por las
armas y por la falta de apoyos populares, los anarquistas no pudieron de momento sino acatar
órdenes. En el archivo se recogen unas cuantas de estas solicitudes de
devolución de bienes: los camiones y automóviles, los edificios públicos
pertenecientes al municipio (barbería, escuelas viejas, salón de teatro, la
casa cuartel que fue de la Guardia Civil), los edificios privados (el Bar
Universidad, la fábrica de alcoholes de Marino Andrés Herrero, la taberna...).
Era el fin de la colectividad, del proyecto cenetista de dominación, de las
aspiraciones anarcosindicalistas de control de la situación política. Pero
también el fin de las aspiraciones de aquellos anarquistas “modélicos” que
creían en la cultura, la libertad y las mejoras que el sistema había traído.
Macario Royo se lo había advertido días antes a José Cebrián: “Yo una vez fui a
verlo a Barcelona, donde estaba el comité nacional de los anarquistas, porque
estaba de permiso. Me dijo: «José, tienes que decirle a los del pueblo que
salven los que puedan la vida, que la guerra la tenemos perdida»”[214].
Entre los derechistas, sin embargo, la huella de la colectividad se había
posado con profundidad:
“Cuando
terminó la colectividad no teníamos ni una perra. Los de CNT se marcharon donde
pudieron. No hubo mucho enfrentamiento entre anarquistas y comunistas; peor fue
en Aguaviva. Aquí los de CNT duraron algo más, pero después, si preguntabas
quién era de la CNT, nadie lo era”[215].
Para la correcta devolución de
las tierras, se creó una infructuosa Junta Calificadora de incautaciones (por
parte de CNT, Enrique Royo, Amadeo Castañer y Manuel Arrufat). Infructuosa,
porque el primer impulso de los propietarios fue tomar las tierras, sin esperar
o atender a las órdenes dictadas por el municipio. Incluso se da el caso de quejas
de cenetistas, por el incumplimiento de la normativa de la comisión que lo
tramitaba. Y por el uso de sus tierras de algunos de los que, por haber sido
acusados de fascistas, se les habían quitado las tierras y no se les habían
devuelto aún. De nuevo, pues y al igual que cuando empezó, hacía menos de
un año el descontrol, la desorganización y el
ímpetu dominaban la vida económica del pueblo.
Además, las quejas de los tres
anarquistas iban encaminadas hacia la pasividad del resto de la comisión,
porque “Manuel Arrufat dice que para qué continuar más, si aunque estubieramos
(sic) aquí diez meses seguidos no se habría de calificar a nadie, porque para
bosotros (sic) todas las denuncias carecen de datos suficientes, y es por lo
que se be (sic) que aquí no hay ningún fascista (...) prueba de ello lo
demuestra que todas las denuncias que aquí han sido presentadas[las han hecho]
los tres compañeros nombrados por la CNT (...), entonces demos por terminada
nuestra labor”[216].
Sin embargo, aún cuando CNT se
veía cada vez más sola, ante la imposición armada de la disolución, aquellos
que habían creído en el sistema colectivista como vía de justicia social y de mejora
de los medios de vida, decidieron mantener la gestora y el uso común de las
tierras y los medios de producción.
Los anarquistas
que seguían creyendo en el colectivismo decidieron mantener la producción
socializada tras la salida de los derechistas y republicanos que habían participado
de ella durante el año anterior. La cooperativa, como pasó a denominarse,
englobaba a 577 individuos, que mantuvieron vivo el espíritu libertario hasta
la caída del Frente de Teruel a favor de las tropas franquistas. Lo que sí
supuso el fin definitivo de todo atisbo de libertades, del sentimiento
colectivista y de la tradición republicana moderada o revolucionaria en el Bajo
Aragón.
Este último
período de la socialización de tierras ha sido mostrado casi siempre como lo
más positivo que la experiencia tuvo para la población. En este caso, no hay trabas
ideológicas, presiones o represiones que empañen la visión que las gentes
tuvieron: las relaciones económicas con el resto del pueblo fueron fluidas, y
dentro de la cooperativa también; se pudo continuar con el proyecto de igualdad
social entre aquellos que lo desearan. Aunque nosotros creemos que las razones
para el mantenimiento de la colectividad hay que buscarlas más en lo cultural e
ideológico que en lo meramente económico. La cultura política alternativa del
anarquismo por fin había logrado alcanzar una meta ansiada: la del
reconocimiento por parte del resto de la población; la de la no imposición a
nadie; la de conseguir un índice de libertad (según los parámetros que el
anarquismo trazaba para la libertad) interna que antes, cuando tenían que
hacerse cargo de la política interna no habían alcanzado. La “normalidad”
dentro de lo que un ambiente bélico permite, había por fin llegado a Mas de las
Matas: el experimento colectivista avanzaba llevando con él a mas de un cuarto
de la población. Lo cual suponía que, si al principio de la guerra había unos
200 anarquistas en el pueblo, y a 11 de Enero del 38 CNT englobaba a 261
socios; FAI a 110 y Juventudes Libertarias a 64[217],
se logró convencer a no pocas personas de las ventajas de este modelo de
sociedad, producción y consumo.
La caída del
Frente de Teruel supuso, como ya hemos indicado, el definitivo cierre de todo
tipo de alternativa social más allá de la sumisión. El ambiente ya se veía
venir algún tiempo antes: a 3 de Diciembre, la Alcaldía de Mas de las Matas
hacía saber “que en previsión de cualquier ataque de la aviación se avisará a
todo el vecindario con el arrebato de campanas para que ordenadamente vayan a
los refugios; un segundo toque anunciará que ha pasado el peligro”[218].
La llegada de las tropas franquistas marca el fin del dominio republicano sobre
Mas de las Matas, y abre un nuevo período para la localidad; un período de
clandestinidad y represión para algunos, y de prosperidad para otros.
La historia del
anarquismo masino toca en el 38 a su fin. Al menos en lo que a organización
efectiva se refiere. Hubo anarquistas que se quedaron en el pueblo. Alguno
incluso intentó reorganizar alguna vez el sindicato, en la clandestinidad:
reavivar la llama de ese anarquismo intelectual por el que la agrupación local
siempre había trabajado. Pero los más fueron quienes hubieron de exiliarse, o
refugiarse, o huir. O en el peor de los casos, sufrir la represión de los
vencedores en forma de cárceles, campos de concentración o pelotones de
fusilamiento. Es esta una historia que aún está por escribir, aunque poco a
poco se vaya descubriendo la historia de una postguerra marcada por la venganza
y la estructuración del nuevo estado y orden social. La clandestinidad sería el
ingrato lugar que el anarquismo tenía reservado.
A lo largo de esta labor de
investigación, la primera a la que se enfrentaban sus autores, hemos ido
desgranando las que nosotros creemos que han de configurar las conclusiones de
la misma. No está de más, de todos modos, recapitular brevemente cuáles han
sido. Al acercarnos al estudio local de la colectividad de Mas de las Matas
desde las teorías generales que sobre estos procesos existen, hemos constatado
algo fundamental: las colectividades suponían un proyecto consciente de las
agrupaciones anarcosindicalistas, dirigidas por su comité federal, por
establecer un modelo de control político sobre las zonas en que su revolución
triunfó, y donde CNT logró, con el apoyo popular y la fuerza de la presión
miliciana, hacerse con buena parte de los mecanismos de poder. Ello implicaba
una triple dimensión revolucionaria: la de dicho control político, la de implantar
un modelo económico determinado (el de la socialización de los medios de producción)
y la de establecer un concepto de sociedad basado en la ideología libertaria.
En Mas de las
Matas estos preceptos trataron de hacerse cumplir; pero la experiencia colectivista
mostró un claro ejemplo de cómo el proyecto teórico hubo de adaptarse a la
coyuntura de cada localidad, a sus relaciones y estructuras de producción. Por
ello, la coacción se implantó como primer recurso frente a los recelos de
muchos habitantes a ingresar en la colectividad. Las dicotomías ideológicas en
que se movía la zona republicana cristalizaron de forma violenta en la localidad:
los asesinatos y la presión moral pudieron más que el rechazo a ceder las
propiedades para los derechistas; no ocurrió así con los republicanos
moderados. Y, sin embargo, la propia violencia revolucionaria fue rechazada por
buena parte de la agrupación local de CNT: la influencia fundamental de su
líder, Macario Royo, así como una ciega creencia en la educación y el
desarrollo cultural, hacen que el recuerdo de los primeros momentos del sistema
colectivista sean recordados por muchos amargamente. La coacción y la violencia
se oponían transversalmente a lo que creían los anarquistas locales o muchos de
ellos. Lo que no era sino convencer y no obligar.
Hacer la revolución, sí. Pero si hacía falta instigar para su realización a
quienes no la apoyaban, nunca desde el asesinato. Y sí desde potenciar la
escolarización, la cultura y la tradición republicana: aspecto éste destacable,
puesto que dentro del programa anarquista acabó adaptándose buena parte de la
tradición progresista, republicanista y anticlerical que no sólo había
caracterizado a los anarquistas sino también a otras
opciones políticas no revolucionarias.
La dimensión
económica del colectivismo pudo realizarse gracias a esa coacción, y la consiguiente
entrada de los miembros de las derechas del pueblo. El rechazo al sistema
capitalista, a las situaciones de desigualdad que éste implica no tuvieron, en
cambio, el deseado calado entre la población. En una localidad de mayoría
pequeño-propietaria era algo casi utópico. Sobre todo cuando el modelo
económico que se pretendía estaba más cerca de la ideología que de la realidad
socioeconómica, no ya sólo de Mas de las Matas, sino en general de todas las
colectividades. En todas se hubo de improvisar, y en todas surgieron
desavenencias y problemas por el apartado del trabajo, la economía y la
producción. La disensión entre teoría revolucionaria y praxis social se
multiplicó cuando el proyecto socializante se extendió al apartado político. Lo
que respondía al afán cenetista por dominar las mayores cotas de poder en la
España leal, vía revolución, no hizo sino oponerse frontalmente a las
tradiciones, las costumbres y la cultura política de muchos de los habitantes
de los pueblos colectivizados. Y enfrentarse también a su propia teoría: las
relaciones con los republicanos, el control económico del Consejo de Aragón o
las relaciones de género son sólo tres ejemplos.
El continuismo en
lo que atañe a las mentalidades no resulta sorprendente: la escasa duración del
experimento cenetista y las reticencias internas que desde el principio tuvo
hicieron mucho en contra de la implantación de un modelo nuevo de sociedad.
Además, surgieron los normales recelos ante el carácter violento que estaban
adquiriendo los acontecimientos, por más que el contexto de guerra los
explicase. La mala relación con los “individualistas” da buena muestra de ello.
CNT controlaba la producción, la política, la educación... y en buena medida
trataba de hacerlo con la vida cotidiana. Aunque de nuevo se hubo de enfrentar
a la casi imposible cristalización de un proyecto demasiado teórico, demasiado
utópico: la vida cotidiana trató de llevarse con la mayor normalidad que se
pudo. Por ello, y a la par que algunos constatan que había ventajas en producir
todos juntos, la memoria colectiva de la colectividad tiene un gusto agridulce.
Por el miedo que pasaron unos, por las esperanzas frustradas de otros, y por
comprobar que las diferencias políticas eran resueltas, como en el caso de la
disolución de la colectividad, siempre por la fuerza de las armas.
Fuentes directas:
·
Entrevistas realizadas los días 12 y 13 de Julio de 1999 a:
Emilio
Bernuz (83 años).
Pilar
Blasco (86 años).
Félix
Calpe (81 años).
José
Cebrián (88 años).
Pilar
Ferrer (81 años).
Regina
Gil (78 años).
Nicolás
Mir (81 años).
Tomás
Mir (82 años).
·
Archivo histórico de Mas de las Matas (Grupo de Estudios Masinos).
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[1]Vid. FRASER, Ronald. Recuérdalo tú y recuérdalo a otros. Historia oral de la Guerra Civil española. Grijalbo Mondadori, Barcelona 1997 (1979), pp. 68-78. Esta obra, considerada por muchos la mejor sobre la Guerra Civil, atiende al estudio local con profusión, y toma a Mas de las Matas y a varios de sus habitantes como ejemplo del desarrollo de las colectividades en el Bajo Aragón.
[2]Cfr. CASANOVA, Julián. Caspe, 1936-1938. Conflictos políticos y transformaciones sociales durante la Guerra Civil. Monografía 3 de Cuadernos de Estudios Caspolinos. Institución Fernando el Católico, Zaragoza 1984, p. 55.
[3]Vid. CARRASQUER, Félix. Las colectividades de Aragón. Un vivir autogestionado, promesa de futuro. Laia, Barcelona 1986.
[4]Vid. CASANOVA, Julián. “Introducción: sociedad rural, movimientos campesinos y colectivizaciones. Reflexiones para un debate” en El sueño igualitario. Campesinos y colectivizaciones en la España republicana, 1936-1939. Institución Fernando el Católico, Zaragoza 1988.
[5]Vid. WOLF, E.R. Las luchas campesinas del siglo XX. Siglo XXI, Méjico 1979 (1969).
[6]Vid. MORENO, Eliseo. “Desorden en el camino: análisis de la sociedad rural turolense desde la sublevación anarquista de 1932 hasta la insurrección de 1933”, en RÚJULA, Pedro y PEIRÓ, Ignacio (coords.) La Historia local en la España contemporánea. Estudios y reflexiones desde Aragón. L’Avenç, Barcelona 1999. Esta idea está también recogida en su reciente comunicación presentada al II Congreso de Historia local de Aragón, y constituye una de las tesis fundamentales de su tesis doctoral, aún inédita.
[7]Cfr. WOLF, E.R. Op. cit.
[8]Cfr.
BOLLOTEN, Burnett. “La revolución en el campo. El comunismo libertario: teoría
y práctica”, en La Guerra Civil española.
Revolución y contrarrevolución. Alianza, Madrid 1989 (pp. 137-162)
[9]Ibídem, p.
161.
[10]Vid. ÁLVAREZ
JUNCO, José. La ideología política del
anarquismo español (1868-1910). Siglo XXI, Madrid 1991 (1976).
[11]Vid
CARRASQUER, Félix. Op. cit.
[12]Ibídem, p. 30.
[13]vid.
BERNECKER, Walter L. Colectividades y
revolución social. El anarquismo en la guerra civil española. 1936-1939.
Crítica, Barcelona. 1982 (1979).
[14]Ibídem, p. 22.
[15]Ibídem, p.257.
[16]Vid.
CASANOVA, Julián. “Campesinado y colectivizaciones en Aragón: la lucha por el
control de la revolución”, en El sueño
igualitario... Op. cit., pp. 47-60.
[17]Las
referencias son abundantísimas. Por ejemplo, vid. MALEFAKIS, Edward. Reforma agraria y revolución campesina en la
España del siglo XX. Ariel, Barcelona 1980 (1970).
[18]Cfr.
MALEFAKIS, Edward. Op. cit., p. 168.
[19]Vid.
HOBSBAWM, Eric. Rebeldes primitivos. Estudios de las
formas arcaicas de los movimientos sociales en los siglos XIX y XX. Ariel,
Barcelona 1974 (1959). También en ÁLVAREZ JUNCO, José. Op. Cit.
[20]Todos estos
argumentos están extraídos de “Protesta social, insurrección y anarcosindicalismo”,
ponencia presentada en el Primer Congreso de Historia Local de Aragón.
[21]Cfr. TUÑÓN
DE LARA, Manuel, Historia de España IX.
La crisis del Estado: dictadura, república, guerra (1923-1939) Lábor, Barcelona 1981, p. 277.
[22]Ibídem.
[23]Vid.
MAURICE, Jacques. “Problemática de las colectividades agrarias de la guerra
civil”, separata de Agricultura y
sociedad, junio de 1978.
[24]Vid.
CASANOVA, Julián. Anarquismo y
revolución... Op. cit., p. 116.
[25]Ibídem, p. 119.
[26]Para conocer con profundidad la persona y pensamientos de este anarquista representante de Mas de las Matas en el Consejo de Aragón, conviene consultar sus memorias inéditas, que se pueden hallar en el Archivo de la localidad, y que son el resultado de las entrevistas de Andrés Añón (sin catalogar).
[27]Ibídem, p. 127.
[28]Ibídem, p. 200.
[29]Documento nº 90. Caja 1900-1938/2. Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA). Todos los documentos de esta caja, salvo cuando se indique lo contrario, tienen por original los del Archivo de Guerra Civil de Salamanca, Legajo R-1145, por lo que obviaremos volver a citarlo.
[30]Cfr. KELSEY, Graham. Anarcosindicalismo y Estado en Aragón, 1930-1938. ¿Orden público o paz pública? Institución Fernando el Católico, Zaragoza 1994, pp. 408-419.
[31]Cfr. SOUCHY, Agustín. Entre los campesinos de Aragón. El comunismo libertario en las comarcas liberadas. Tusquets, Barcelona 1977 (1937), p. 58.
[32]Cfr. CASANOVA, Julián. Anarquismo y revolución... Op. cit., p. 218.
[33]Vid. RANZATO, Gabriele. “Las colectivizaciones anarquistas en Cataluña y Aragón durante la Guerra Civil española, 1936-1939” (1972), en Lucha de clases y lucha política en la Guerra Civil española. Anagrama, Barcelona 1979 (1977).
[34]Cfr. CARRASQUER, Félix. Op. cit., p. 35.
[35]Cfr. BOLLOTEN, Burnett. Op. cit., p. 149.
[36]Cfr. BERNECKER, Walter L. Op. cit., p. 259.
[37]Cfr. FRASER, Ronald. Op. cit., p. 62.
[38]Ibídem, p. 50.
[39]Cfr. ÁLVAREZ JUNCO, José. Op. cit., p. 588.
[40]Vid. GABRIEL, Pere. “El Anarquismo en España”, en WOODCOCK, George. El Anarquismo. Historia de las ideas y movimientos libertarios. Ariel, Barcelona 1979 (1962), pp. 330-388.
[41]Cfr. MALEFAKIS, Edward. Op. cit., p. 340.
[42]Cfr. BERNECKER, Walter L. Op. cit., pp. 77-79.
[43]Ibídem, p. 82.
[44]Ibídem, p. 114.
[45]Ibídem, p. 175.
[46]Vid. CASANOVA, Julián. “Campesinado y colectivizaciones...” Op. cit., pp. 47-60.
[47]Cfr. CASANOVA, Julián. Anarquismo y revolución... Op. cit., p. 153.
[48]Ibídem, p. 135.
[49]Ibídem, p. 154.
[50]Cfr. CARRASQUER, Félix. Op. cit., p. 41.
[51]Cit. en CASANOVA, Julián. “Socialismo y colectividades en Aragón”, en JULIÁ, Santos (coord.) Socialismo y Guerra Civil. Pablo Iglesias, Madrid 1987, pp. 277-293.
[52]Vid. RANZATO, Gabriele. Op. cit., p. 40.
[53]Ibídem, pp. 48-49.
[54]Cfr. CASANOVA, Julián. “Anarquismo y revolución...”. Op. cit., p. 78.
[55]Ibídem, p. 81.
[56]Ibídem, p. 82.
[57]Cfr. CASANOVA, Julián. “Guerra y revolución: la edad de oro del anarquismo español”, en Historia Social nº 1. Primavera-verano de 1988, pp. 63-76.
[58]Vid. CASANOVA, Julián. “Introducción: sociedad rural...”. Op. cit.
[59]Cfr. PRESTON. Paul. "La Guerra Civil europea". en Claves de razón practica, Nº 53. 1995, p. 2.
[60]Vid. FORCADELL.Carlos. “Identidad comunitaria e historia en el
Bajo Aragón y en el Maestrazgo”. en RÚJULA, Pedro y PEIRÓ, Ignacio (coords.), Entre el
orden de los propietarios y los sueños de rebeldia.
El Bajo Aragón y el Maestrazgo en el S. XX. GEMA, Zaragoza, 1997, p.17.
[61]Vid.GERMÁN ZUBERO,Luis. Aragón en la II Republica. Estructura
económica y comportamiento político.
IFC, Zaragoza, 1984, p 87.
[62]Vid. FORCADELL.Carlos.
Op. cit , p.18.
[63]Documento
38. Caja 1900-1938/1. B:N:-D.1392; Anuario General de España Año 1935. Pag. 548-549. Tomo IV. Archivo histórico de Mas de las
Matas (GEMA).
[64]Esta tendencia nos es mostrada por el Índice de Producción Industrial calculado para España por Juan José Carreras Ares.
[65]Cfr. FORCADELL.Carlos. Op. cit, p.17.
[66]Cfr. GERMÁN ZUBERO,Luis. Op.cit, p.53
[67]Testimonio
de Emilio Bernuz, 12-VII-1999.
[68]La hora es una unidad de medida de los campos muy frecuente en Mas de las Matas.
[69]Documento
113. Caja 1900-1938/1. Archivo Alfarda
Mas de las Matas. Lista cobratorio de contribuyentes que tienen fincas
de regadio en el termino
municipal. Año 1935. . Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA).
[70]Documento
91. Caja 199-1938/1. Documento propiedad de la familia Sorribas-Ramo. Archivo
histórico de Mas de las Matas (GEMA)
[71]Documento
38. Caja 199-1938. B:N:- D.1392; Anuario General de España. Año 1935. Pags. 548 y 549. Tomo IV. Archivo histórico de Mas de las
Matas (GEMA).
[72]Testimonio
de Emilio Bernuz, 12-VII-1999.
[73]Cfr. ZURITA
CASTAÑER, Joaquín, Memorias Aragonesas, Joaquín Zurita Castañer, Zaragoza,
1990. p. 39
[74]Joaquín
Zurita nos narra cómo los republicanos realizaron un boicot al boticario del
pueblo, por ser éste un hombre muy católico, y acérrino
defensor de la Iglesia.
[75]Documento
61. Caja 199-1938/1. ADZ; Caja documento 1849-1949 (Mas de las Matas). Archivo
histórico de Mas de las Matas (GEMA).
[76]Entrevista a
Macario Royo Lisbona, p.4.
[77]Ibídem. p.8
[78]Cfr. ZURITA
CASTAÑER, Joaquín. Op. cit.
p. 39.
[79]Vid. GABRIEL, Pere. Op. cit., p. 363
[80]Entrevista a
Macario Royo.
[81]Ibídem. p.18
[82]Vid. MALEFAKIS, Edward. Op. cit., p. 168
[83]Vid. ZURITA CASTAÑER, Joaquín. Op. cit., p.65.
[84] Ibídem, p.66
[85]Vid. MORENO,
Eliseo. Op. cit., pp. 399-416.
[86]Porcentaje
calculado a partir de los datos consegidos del
Documento 90. Caja 1900-1938. Signatura Original: Archivo Municipal de Mas de
las Matas. Legajo: Padrón de Habitantes. Año 1934. Archivo histórico de Mas de
las Matas (GEMA).
[87]Documento
64. Caja 1900-1938/2. ADZ; Caja documentos 1849-1949 (Mas de las Matas).
Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA).
[88]Testimonio de Pilar Blasco, 12-VII-1999.
[89]Documento
75. Caja 1900-1938/1. ADZ; Caja documentos 1849-1949 (Mas de las Matas).
Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA).
[90]Entrevista a Macario Royo, pp.76-77.
[91]Vid. YUSTA,
Merche, “El maquis en el Maestrazgo (1940-1950): Rasgos de una sociedad rural
en conflicto” en RÚJULA, Pedro y PEIRÓ, Ignacio (coords.)
Op. cit., p. 153.
[92]Cfr. MORENO,
Eliseo. Op. cit., p.411.
[93]Ibídem, p. 411.
[94]Cfr. ZURITA
CASTAÑER, Joaquín. Op. cit., p.48.
[95]Ibídem. p.67.
[96]Vid. KELSEY, Graham,Anarcosindicalismo y Estado en Aragón 1930-1938. ¿ Orden Público o Paz Pública?, IFC, Zaragoza, 1994. p.462
[97]Cfr. ZURITA CATAÑER, Joaquín. Op. cit., p.81.
[98]Vid. MORENO,
Eliseo. Op. cit. pp.399-400.
[99]Entrevista a
Macario Royo. pp.66-68
[100]Vid. MALEFAKIS, Edward. Op. cit.
[101]Vid. ZURITA
CASTAÑER, Joaquín. Op. cit., p.76
[102]Ibídem. p.77
[103]Testimonio de Tomás Mir, 13-VII-1999.
[104]Documento
40. Caja 1900-1928/2. Periodico Campo Libre, Madrid, 28 de diciembre de 1935. Archivo histórico de
Mas de las Matas (GEMA).
[105]Entrevista a
Macario Royo. pp.78-79
[106]Entrevista a Macario Royo. Nota del corrector. pp. 81-82.
[107]Documento
39. Caja 1900-1938/1. Periódico El Sol,
Madrid, 12 de diciembre de 1933. Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA).
[108]Testimonio
de Emilio Bernuz, 12-VII-1999.
[109]Documentos
102 y 103. Caja 1900-1938/1. Archivo Alfarda, Mas de las Matas. Archivo
histórico de Mas de las Matas (GEMA).
[110]Libro de Actas
del Ayuntamiento de Mas de las Matas. Archivo histórico de Mas de las Matas
(GEMA).
[111]Cfr. GERMÁN
ZUBERO, Luis. Op. cit., p.188.
[112]Testimonio
de Emilio Bernuz, 12-VII-1999.
[113]Entrevista a Macario Royo, p. 86.
[114]Vid. ZURITA
CASTAÑER, Joaquín. Op. cit., p.79.
[115]Los
condenados a penas de veinte años fueron Blas Zapater, Francisco Aguilar,
Antonio Gracia y Joaquín Molés, y los condenados a
penas de seis años de prisión fueron Joaquín Feliús,
Miguel Carceller, Serafín Adell, Lorenzo Espada,
Manuel Gil, Antonio Gil, Francisco Gil. Manuel Martín, José Blasco y Pascual
Castañer. Documento 40. Caja 1900-1938/2. Periódico Campo Libre, Madrid, 28 de diciembre de 1935.
[116]Testimonio de Pilar Blasco, 12-VII-1999.
[117]Vid. AGUILERA, Ana y BLASCO, Inmaculada. “Una Historia en femenino”, en RÚJULA, Pedro y PEIRÓ, Ignacio (coords.) La Historia Local... Op. cit., pp. 199-215.
[118]Vid. GERMÁN ZUBERO, Luis. Aragón en la II República. Estructura económica y comportamiento político. Institución Fernando el Católico, Zaragoza 1984.
[119]Ibídem, p. 54.
[120]Así lo indica LUEBBERT, Gegory. Liberalismo, fascismo o socialdemocracia. Clases sociales y orígenes políticos de los regímenes de la Europa de entreguerras. Prensas Universitarias de Zaragoza, Zaragoza 1997 (1991).
[121]Testimonio de Emilio Bernuz, 13-VII-1999.
[122]Cfr. LEVAL, Gastón. “Mas de las Matas y su comarca”, en Colectividades libertarias en España. Aguilera, Madrid 1977.
[123] Testimonio de Regina Gil y Félix Calpe, 12-VII-1999.
[124]Cfr. CARRASQUER, Félix. Op. cit., p. 26.
[125]Vid. CIFUENTES, Julita y MALUENDA, Pilar. El asalto a la República. Los orígenes del franquismo en Zaragoza (1936-39). Institución Fernando el Católico, Zaragoza 1995.
[126]Vid. CASANOVA, Julián. “Rebelión y revolución”, en JULIÁ, Santos, CASANOVA, Julián, SOLÉ I SABATÉ, Josep María, VILLARROYA, Joan y MORENO, Francisco. Víctimas de la Guerra Civil. Temas de Hoy, Madrid 1999.
[127]Ibídem, p. 70.
[128]Cfr. ZURITA CASTAÑER, Joaquín. Op. cit., p. 97.
[129] Testimonio de Regina Gil, 12-VII-1999.
[130]Cfr. ZURITA CASTAÑER, Joaquín. Op cit., p. 394.
[131]Ibídem.
[132]Cfr. ZURITA CASTAÑER, Joaquín. Op. cit., p. 101.
[133]Cfr. FRASER, Ronald. Op. cit., p. 64.
[134]Testimonio de Tomás Mir, 13-VII-1999.
[135]Cfr. ZURITA CASTAÑER, Joaquín, Op. cit., pp. 103-104.
[136]Cfr. KELSEY, Graham. Op. cit., p. 403.
[137]Cfr. BERNECKER, Walter L. Op. cit.
[138]Cfr. FRASER, Ronald. Op. cit., p. 69.
[139]Testimonio de Regina Gil, 12-VII-1999.
[140]Testimonio de Tomás Mir, 13-VII-1999.
[141]Cfr. FRASER, Ronald. Op. cit., p. 69.
[142]Testimonio de Nicolás Mir, 13-VII-1999.
[143]Testimonio de Nicolás Mir, 13-VII-1999.
[144]Testimonio de Emilio Bernuz, 13-VII-1999.
[145]Ibídem.
[146]Testimonio de Emilio Bernuz. Ambos en el citado vídeo.
[147]Cfr. FRASER, Ronald. Op. cit., p. 70.
[148]Testimonio de Tomás Mir, 13-VII-1999.
[149]Testimonio de José Cebrián, 12-VII-1999.
[150]Documentos 86 y 87. Caja 1900-1938/1. Fuente original: Archivo de la Diputación de Zaragoza.
[151]Cfr. FRASER, Ronald. Op. cit., p. 72.
[152]Testimonio de Nicolás Mir, 13-VII-1999.
[153]Cfr. FRASER, Ronald. Op. cit., p. 71.
[154] Testimonio de Pilar Blasco y José Cebrián, 12-VII-1999.
[155]Testimonio de Nicolás Mir, 13-VII-1999.
[156]Vid. SOUCHY, Agustín. Op. cit., p. 58.
[157] Vid. CASANOVA, Esther. “Represaliados en el Teruel republicano: justicia o venganza durante la Guerra Civil”, en RÚJULA, Pedro i PEIRÓ, Ignacio (coords.) La Historia Local... Op. Cit. pp. 238-251.
[158]Cfr. MINTZ, Frank. Op. cit., 100.
[159]Documento nº 11. Caja 1900-1938/2. Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA).
[160]Documento nº 21. Caja 1900-1938/2. Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA).
[161]Cfr. BERNECKER, Walter L. Op. cit., p. 172.
[162]Testimonio de Nicolás Mir, 13-VII-1999.
[163]Cfr. FRASER, Ronald. Op. cit., p. 72.
[164]Testimonio de Tomás Mir, 13-VII-1999.
[165]Testimonio de Regina Gil y Félix Calpe, 12-VII-1999.
[166]Cfr. FRASER, Ronald. Op. cit., p. 76.
[167]Testimonio de José Cebrián, 12-VII-1999.
[168]Documento nº 33. Caja 1900-1938/2. Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA).
[169]Documento nº 34. Caja 1900-1938/2. Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA).
[170]Documento nº 52. Caja 1900-1938/2. Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA).
[171]Cfr. FRASER, Ronald. Op. cit., p. 70.
[172]Vid. LEVAL, Gastón. Op. cit., p. 146.
[173]Testimonio de Pilar Ferrer, 12-VII-1999.
[174]Cfr. FRASER, Ronald. Op. cit., p. 73.
[175]Testimonio de Plácido Castañer, en el vídeo La Guerra Civil Española.
[176]Testimonio de Benigno Castañer, en el vídeo La Guerra Civil Española.
[177]Documento nº 83. Caja 1900-1938/1. Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA).
[178]Testimonio de Pilar Blasco y José Cebrián. 12-VII-1999.
[179]Documento nº 84. Caja 1900-1938/1. Sin signatura (colección particular). Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA).
[180]Cfr. LEVAL, Gastón. Op. cit., p. 149.
[181]Testimonio de Nicolás Mir, 13-VII-1999.
[182]Testimonio de Emilio Bernuz, 13-VII-1999.
[183]Testimonio de Nicolás Mir, 13-VII-1999.
[184]Testimonio de Tomás Mir, 13-VII-1999.
[185]Testimonio de Emilio Bernuz, 13-VII-1999.
[186]Testimonio de Nicolás Mir, 13-VII-1999.
[187]Cit. en Capa: cara a cara. Fotografías de Robert Capa sobre la Guerra Civil Española. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Ministerio de Educación y Cultura. Aperture, Madrid 1999, p. 14.
[188]Documento nº 23. Caja 1900-1938/2. Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA).
[189]Documento nº 24. Caja 1900-1938/2. Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA).
[190]Vid. KELSEY, Graham. Op. cit.
[191]Testimonio de Nicolás Mir, 13-VII-1999.
[192]Testimonio de José Cebrián, 12-VII-1999.
[193]Cfr. CASANOVA, Julián. Anarquismo
y revolución... Op. cit., p. 218.
[194]Cfr. FRASER, Ronald. Op. Cit., p. 76.
[195]Documento nº 125. Caja 1900-1938/2. Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA).
[196]Testimonio de Emilio Bernuz. 13-VII-1999.
[197]Testimonio de Nicolás Mir, 13-VII-1999.
[198]Cfr. FRASER, Ronald. Op. cit., p. 73.
[199]Testimonio de Tomás Mir, 13-VII-1999.
[200]Testimonio de José Cebrián, 12-VII-1999.
[201] Testimonio de Pilar Blasco, 12-VII-1999.
[202] Testimonio de Regina Gil, 12-VII-1999.
[203] Testimonio de Pilar Ferrer, 12-VII-1999.
[204] Testimonio de Regina Gil y Félix Calpe. 12-VII-1999.
[205] Testimonio de Pilar Ferrer, 12-VII-1999.
[206] Testimonio de Emilio Bernuz, 13-VII-1999.
[207] Testimonio de Nicolás Mir, 13-VII-1999.
[208] Testimonio de Félix Calpe, 12-VII-1999.
[209] Testimonio de José Cebrián, 12-VII-1999.
[210] Testimonio de Tomás Mir, 13-VII-1999.
[211] Testimonio de Emilio Bernuz, 13-VII-1999.
[212] Testimonio de José Cebrián, 12-VII-1999.
[213] Documento nº 39. Caja 1900-1938/2. Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA).
[214] Testimonio de José Cebrián, 12-VII-1999.
[215] Testimonio de Pilar Ferrer, 12-VII-1999.
[216] Documento nº 100. Caja 1900-1938/2. Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA).
[217] Documentos nº 113, 114 y 115. Caja 1900-1938/2. Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA).
[218] Documento nº 101. Caja 1900-1938/2. Archivo histórico de Mas de las Matas (GEMA).