por
Avelino Zapater Gil
NOTA: La redacción y argumentación de este
documento es aportada por mi hijo político Carlos Pedro Martí que ante mi
pereza por escribir le he narrado en las esperas de las comidas y lo ha hecho
por mí; ha sabido interpretar fielmente mis sentimientos y me ha motivado a
seguir escribiendo.
En adelante seguiré escribiendo lo más significativo de mi vida.
Lo dedico a mis familiares que me ayudaron en momentos difíciles.
Estructura de la historia:
Comienza con el viaje a Real de Montroy.
Se entremezcla el viaje con los recuerdos
vividos.
Capítulo 1. El comienzo
del viaje.
Capítulo 3. La
implantación del comunismo libertario.
Capítulo 4. Estallido
de la guerra.
Capítulo 6. El exilio.
El viaje.
Capítulo 7. El exilio.
La vida en Real
Capítulo 8. El exilio.
La escuela racionalista.
Capítulo 9. El fin de
la guerra.
Capítulo 10. El
regreso a casa.
Capítulo 11. La época
oscura. La represión.
Capítulo 12. El río de
la vida.
Capítulo I. El
comienzo del viaje
Uno imagina la vida como una sucesión de
eventos más o menos lineal, como el árbol que tras una niñez buscando la luz
pasa a una esplendida juventud, donde da sus frutos, para irse apagando en la
vejez con el paso del tiempo.
Para los nacidos en 1925 la historia no es
tan lineal, y para los nacidos en familias de pocos recursos bastante menos.
Crecimos demasiado rápido, movidos por los aires de libertad de la república de
1931 y nos apagamos en 1939 por la terrible represión del régimen de Franco.
Hijos de una España rural anclada en la edad media, con la propiedad mal
repartida y con un control férreo impuesto por los caciques locales y
La historia del árbol que crece también se
puede ver truncada por muchas causas: un incendio, una sequía, una inundación,
una granizada, un terremoto. A nosotros que contábamos con 11 años cuando
estalló la guerra, nos arrollaron todas ellas. Pero fue un simple temblor
comparado con los años que siguieron al final de la misma, parafraseando a Gironella “Cuando estalló
Pero comencemos la historia por el final, mi
nombre es Avelino Zapater y si por algo se me conoce en mi pueblo, es por ser
apicultor, colmenero o mielero; pero no me he
limitado a recolectar la dulce miel, si no que he estudiado el comportamiento
de las abejas e incluso he escrito algún artículo con mis investigaciones. Pero
dejemos al insecto en el campo y centrémonos en mi actividad. La apicultura que
he practicado es la trashumante, es decir; las colmenas las trasladamos de un
lugar a otro según la época del año y el estado de las floraciones. Allá donde
vas hay que pedir permisos y contar con personas de confianza que vigilen tus
colmenas, creando relaciones que acaban siendo de sincera amistad. Porque la
ayuda mutua, la hospitalidad y las ilusiones crean una historia común que
acercan y unen a la gente del oficio.
Suena el teléfono; es José Ramón, un amigo,
también apicultor, de Santa Magdalena de Pulpis, un
municipio cercano a Peñíscola en Castellón. Se ha
puesto en contacto con él una mujer, Antonia, de Real de Montroy (Valencia),
necesita localizar una persona que atestigüe que su marido ya fallecido alcanzó
en la guerra el grado de teniente. Mas de las Matas, mejor dicho muchos de sus
habitantes, se exiliaron en Montroy y Real de Montroy en los años 1938 y el
1939 huyendo del avance de las tropas fascistas. Su marido Gregori
Durán, fue uno de los que acogió a aquellas gentes, las acomodó en su pueblo y
procuró que nada les faltara.
En ocasiones vemos la televisión y parecen
de otro mundo las filas de exiliados, la gente sin recursos, que huye de algún
lugar en guerra. Pensar que eso ocurrió aquí, hace 70 años, y parece que nadie
quiera recordarlo. La diferencia es como fuimos recibidos, alojándonos en sus
mejores casas y repartiendo con nosotros sus alimentos.
Siento tristeza, que en mi pueblo, no exista
ni siquiera una placa de agradecimiento a aquellos pueblos que son parte de
nuestra historia y que tan generosos fueron con nosotros.
Antonia quería acogerse a una de las ayudas
que concedieron por los años 90 para los militares republicanos. Ayudas que
nunca significaron ni compensación moral ni económica, pero dada la exigua
pensión que recibían en España las viudas, muchas de ellas no estaban en
condiciones de rechazar. Necesitaba dos testigos, uno ya lo tenía, el otro
enterándose por unos primos del pueblo de Santa Magdalena, que un camión de Mas
de las Matas aparcaba por cerca de su casa, y que unos hermanos del pueblo
tenían amistad con ellos, quiso localizar a un amigo de su marido de dicho lugar, que como él, era de la quinta
del 37.
Corría el año 95 y pregunté por el pueblo a
los pocos supervivientes de dicha quinta, pero nadie parecía conocer a Gregorio
Durán, luego como supe más adelante, su amigo no era de Mas de las Matas sino de las Parras de Castellote,
que al ser pocos y habiendo pasado muchos años, no quedó en Real de Montroy,
más recuerdo que el de nuestro pueblo. En todo este tiempo, habíamos hablado en
más de una ocasión por teléfono con Antonia y ella muy hospitalaria nos había
ofrecido su casa para ir a disfrutar de sus fiestas patronales, que dicho de
paso, coincidían con las nuestras.
Ya verano del 96, Antonia nos llama: ha
encontrado otro testigo, pero me agradece mi esfuerzo y nos invita a las
fiestas, incluso creyendo que nosotros teníamos ovejas, que no abejas nos tenía
preparada una paridera, que ellos ya no utilizaban. Aclarado el entuerto
declinamos su invitación, no sin decirle lo mucho que me apetecería visitar
todo aquello.
Como las bolas de nieve, todo comenzó cuando
comenté a mi hija y mi yerno, que estaban de vacaciones, lo mucho que me
apetecía ir. Ellos me animaron y se comprometieron en acompañarnos. Así que fui
haciendo planes, podíamos aprovechar en visitar a un amigo, Francisco Herrero,
que era peluquero en un pueblo cercano a Real, Llombay. Francisco se casó el
mismo día que nosotros y su esposa, de la que enviudó, era prima de mi cuñada
Pilar. Aquel día se celebraron en Mas de las Matas, tres bodas, la de
Francisco, la de mis cuñados Abilio y Pilar, y la nuestra.
Mas de las Matas era entonces un pueblo
eminentemente agrícola, rodeado de huerta, y con la propiedad muy repartida. La
aspiración de las familias era que los hijos siguieran la tradición familiar,
como excepción algunos cansados del campo, pasaban a trabajar en las minas de
carbón de los pueblos cercanos, pero en aquella época el minero estaba mal
pagado y los riesgos eran muchos, pocas madres aceptaban de buen grado que sus
hijos fueran a la mina.
La huerta daba para comer, lo que ahora
dicen los economistas; economía de supervivencia. La fruta: de la cereza en
junio, pasando por el albaricoque, el melocotón, la pera, la manzana, el
membrillo, las moreras, el melón, la sandía, la uva, los frutos secos: almendra
y nuez. Para los meses de invierno se recurría a colgar las manzanas y las
peras, a secar tiras de melocotón (orejones), a conservas y mermeladas. Unido
todo a encontrarnos a menos de
Quizás un poco más escaso el pan, pues en la
tierra de secano compartía protagonismo con la vid, el olivo y el almendro.
Todo unido a una tierra por la que corrían cantidad de conejos, liebres y
volaban perdices, codornices y tordos. No todo el mundo poseía escopeta, pero
sí perros perdigueros y un montón de trampas, rateras; que hacían de la caza,
una parte de la actividad diaria. Si además nos encontramos con un río, con
truchas, barbos y madrillas, donde era tradición la pesca con red (manga o
jarcia) y que en sus orillas el cangrejo autóctono era abundante. Unido a los
caracoles que eran una plaga en la huerta. Y en otoño y primavera si las
lluvias eran copiosas, cosa que no siempre sucedía, estaba la seta de cardo (panical), las de chopo y en otoño el robellón y el baboso.
Se comprende que no se pasaba hambre, además
falta nombrar una gran fuente de recursos, el corral: gallinas, conejos, pavos,
patos y un pequeño rebaño de ovejas y cabras. Así como el rey, el cerdo, que se
cebaba durante un año y se aprovechaba de él hasta el sebo para hacer jabón.
Aceite de oliva, hecho en las antiguas almazaras, donde se obtenía uno de los
mejores del país.
Este repaso de cierta ostentación de
abundancia tenía como todo, algún pero: “la madre naturaleza”, todo ello
dependía del tiempo: heladas, sequías y granizadas era un común en esta tierra.
Una helada en abril era perder la fruta y la almendra, una granizada en junio
el trigo, la fruta, la vid y las hortalizas y una helada temprana en octubre
dañaba a las judías, patatas y olivas. La sequía mermaba el cereal y secaba el
maíz, o desenterraba el hacha de guerra por el agua con los pueblos vecinos.
Lo que hacía mirar el cielo, cada vez con
más rencor, pues de él rara vez vienen cosas buenas, a pesar de organizarse
sermones, romerías y rezos, en los que la gente cada vez creía menos.
La
economía de supervivencia no tiene en cuenta el dinero, como casi todo lo
producido se consume; se vende lo imprescindible para los pagos de impuestos,
no hay posibilidad de ahorro. Cuando hay abundancia la hay para todos, pero
cuando hay escasez se reparte igualmente.
Esto era un gran problema para los
artesanos, albañiles y comerciantes. Dependían más que los agricultores de las
cosechas, algunas veces tenían que cobrar en productos del campo, muchos de
ellos seguían trabajando sus tierras, pues los encargos dependían de la buena
recolección. Mi padre era hojalatero uno más de aquellos pocos que querían
romper la rutina cíclica de las tareas del campo, y encontrar una vida más allá
de lo que parecían predestinados.
Aprendió el oficio como todos los de aquella
época, trabajando gratis como aprendiz, tuvo que irse a Alcañiz, pues los que
practicaban el oficio en pueblos cercanos se negaron a enseñarle, por miedo a
la competencia. El trabajo necesitaba de un pequeño taller, donde fabricaba
pequeños utensilios de cocina, aceiteras, lecheras, candiles, tinas y las casas
donde ponía chapas en puertas, construía canaleras y bajantes de los tejados.
El trabajo más complejo era dibujar los despieces y desarrollos, para luego
construir las piezas. Realizaba trabajos de fontanería, en algunas casas se
bombeaba agua de la acequia y se colocaron los primeros grifos y desagües. Como
disponía de soldador de chapa, reparaba los utensilios de cocina como pucheros,
ollas y sartenes, que llamábamos de porcelana. En realidad eran de hierro, con
una capa cerámica y que solían perforarse, con el calor del fuego y de
rascarlos con la arena o piedra de fregar.
Con este panorama, para la mayoría de la
población, el sentido de la escuela se reduce a saber leer, escribir y las
cuentas básicas. En un pueblo que rondaba los 2000 habitantes, había dos
maestros, uno para chicos y otro para chicas, no hay que olvidar que lo dicho
en el principio del párrafo solo valía para los varones, las niñas deberían
aprender comportamiento, a coser, cocinar y demás sutilezas para ser sirvientas
de su propio marido.
El sueldo del maestro “pasas más hambre que
un maestro de escuela” era muy reducido, pagado según que épocas por el ayuntamiento
o por el gobierno de turno, y como siempre de cuatro patatas y verduras que la
gente les regalaba. No era una autoridad viva, como el cura o el médico, pues
de él podían salir ideas no muy recomendables, ideas que hicieran cambiar las
cosas para los que no querían que cambiara. Ante la escasez de dinero, había
mano de obra barata y poco formada. Y Así querían que continuara porque así
había sido siempre.
Además de los dos maestros, para las edades
de
Así que tenemos, dos maestros y dos
colaboradores para unos 400 niños, cuál de ellos más asilvestrado, sin mucha
motivación por aprender y que faltaban a escuela en tiempos de recolección,
siega, vendimia, aceituna … No es extraño que los recuerdos sean, la correa y
el puntero de madera, la correa para imponer orden vía trasero y el puntero
para golpear la punta de los dedos, 100 niños para un maestro se convierten en
un problema de orden y como tal se trataba.
A media mañana se enviaba a los mayores con
un par de cubos (calderetas), para dar de beber a los demás, todos aspirando de
un mismo cubo, beber a morro, luego el recreo en la plaza, donde el griterío
hacía bullir el pueblo. Nos sentaban en bancos de madera, con un tablero para
mesa con agujeros para el tintero y la palabra más oída y menos escuchada era
SILENCIO.
Se disponía de solo dos libros, el elemental
de
Instaurada la república en la primavera del
1931, aun recuerdo con 5 años la algarabía del pueblo, los niños corriendo, con
unas caras de felicidad como si todos los problemas del mundo se hubieran
resuelto. El primer gobierno se volcó en la enseñanza, se comenzaron a
construir las escuelas nuevas, vinieron tres maestros y tres maestras, todos
eran diplomados y mejoraron sus sueldos.
Las clases no superaban los 40 alumnos,
aunque chicos y chicas estábamos separados, los textos eran gratis, el sistema
de la enseñanza cambio totalmente, la represión no estaba bien vista, pero se
seguía escrupulosamente los programas, mucho del aprendizaje se basaba aún en
la memoria. Disponíamos de mesa para cuatro, con su cajón para guardar los
libros.
A principios de siglo con el avance de las
ideas liberales se creo en los pueblos ateneos y
centros culturales. El centro republicano creado en 1911, supuso un impulso
cultural y político en el pueblo, en él se podían leer los diarios y se
organizaban charlas sobre las nuevas ideas que recorrían el mundo, comenzó
formado, por liberales y republicanos a los que se sumaron los socialistas,
pero a finales de los años 20, el grupo más numeroso fueron los anarquistas,
gentes de
Éramos 30 chicos y chicas, por primera vez
todos juntos. Se estudiaba con los mismos libros que en la escuela nacional,
pero habían dos más, relacionados con las ideas anarquistas, recuerdo uno de
ellos Floreal, escrito por el padre de la que fue, la primera mujer ministro en
la historia de España, Federica Montseny. Federico Urales (seudónimo de Juan
Montseny); describía en su libro la vida de un niño que crecía en una familia
anarquista, en una vida de total libertad, sin represiones, ni ataduras
religiosas.
La
imagen no corresponde a la escuela del pueblo, pues no poseo fotografías de
aquella época.
La filosofía de la escuela racionalista era
sustituir los métodos, de memorización, fe ciega y orden. Por los del
descubrimiento y el saber a base de la razón, la libertad de preguntar,
potenciar la curiosidad del niño y la igualdad de clases y sexos. Fue una época
maravillosa para mí, pues estaba entusiasmado con el aprendizaje de las
matemáticas, la geografía y la historia, contaba con ocho años y era un niño
que lo absorbía todo, con lo cual mi nivel de cultura y conocimientos superaba
en mucho el supuesto para mi edad.
Recuerdo que escenificábamos las ideas
anarquistas en obras teatrales, pero acepto en esta faceta mi fracaso, nunca
conseguí que me eligieran como actor. Pero gracias a mis ocurrencias y
desparpajo era el encargado de recitar poesías en los entreactos, y con ello
recibí muchos aplausos.
A final del año 1933,
Aunque en casa la situación económica era
difícil, mi retorno a la escuela no fue nada traumático, pues lo aprendido en
la escuela racionalista, me hacia siempre ser de los primeros. Recuerdo dos
maestros, muy contrarios políticamente, Don Fernando Alegre, fascista, casado
con otra maestra Doña Pabla. Y Don Feliciano Garcés, socialista. Sus
encontronazos eran frecuentes y si bien no se si
llegaron a las manos, si recuerdo cogerse de la solapa terminar diciendo: ya
nos veremos en la calle. (Se referían a los movimientos sociales, unos de
índole revolucionaria y otros reaccionarios, que se estaban preparando)
Don Fernando y Doña Pabla después de la
guerra, volvieron de maestros, pero Don Feliciano, mucho mejor preparado para
la docencia, acabó en la cárcel del barrio de Torrero de Zaragoza y no volvió a
ejercer.
Capítulo III. La revolución: el comunismo libertario.
Hemos pasado por encima tres días claves de
la historia del pueblo, ya he dicho que para mí supuso, dos tragedias: la
primera estancia en la cárcel de mi padre y el cierre de la escuela
racionalista.
El 8 de diciembre de
Se corto el teléfono, y los miembros del
sindicato y gentes afines, rodearon el cuartel de la guardia civil, la fonda
donde vivían algunos guardias que no estaban de servicio y las casas de
personas que se consideraban no afines con la revolución y podían tener armas.
Al día siguiente casi todo el pueblo salió a
la calle, era una fiesta, pero se oyeron unos disparos, se comentaba que la
guardia civil y el alcalde no se querían rendir. La preocupación fue en
aumento, pues yo recuerdo las palabras de mi padre, no debe haber, ni heridos,
ni muertos.
Al fin los guardias se rindieron, el alcalde
entrego el ayuntamiento. Había un guardia herido, pero no era de gravedad.
Estos y algunas personas del pueblo, fueron detenidas, a espera de órdenes del
Comité Nacional. Se convocó a todo el pueblo en la plaza y se nombró un Comité
Revolucionario. La revolución había triunfado,
las armas fueron requisadas, una sola radio en manos del sindicato y las
carreteras cortadas. Se cortaron varios de los olmos de la carretera y se
colocaron como barricada.
Pero no llegaban las noticias esperadas, la radio
emitía música y las noticias habituales, primero se consideró que la emisora
todavía no había sido liberada, pero ¿cómo seguía sin controlarse algo tan
fundamental?, ¿realmente había triunfado la revolución?.
Al día siguiente, llegaron a las barricadas,
los autobuses de Alcañiz y Morella, nadie en ellos sabía nada de la revolución.
Al fin la radio dio noticias de disturbios en Zaragoza y Logroño.
Del Bajo Aragón, solo triunfó en Valderrobres y Más de
Se detuvo a muchas personas y el trato no
fue tan exquisito como el que ellos habían dispensado, todos nos decían que
después del juicio los liberarían, pero mi padre paso más de dos años en el
penal del Dueso, en Santoña
(Cantabria) .
Nuestra vida transcurrió con la
incertidumbre del proceso, a parte de ellos los juzgaron por el procedimiento
civil, pero a él lo juzgaron por lo militar, lo que supuso una condena más dura
y luego quedar fuera de la primera amnistía que concedió el gobierno de
La distancia con Santoña
era insalvable para nosotros, y aunque nos hubiera gustado estar a su lado, no podíamos
más que esperar sus cartas, las noticias de compañeros liberados, de los
periódicos y revistas que exigían su liberación y la esperanza en los cambios
políticos.
Sin ingresos mi madre con dos hijos, yo con
ocho años y mi hermana con cinco, vivíamos de la caridad de la familia y de la
solidaridad de los del sindicato. La familia recuerdo a mi tío Elías y mi tía
Carmen hermana de mi madre, que sin tener hijos nos trataron como tales. Las
pocas tierras que teníamos fueron cultivadas por los compañeros que no fueron
encarcelados y nos entregaban comida, para que no nos faltara. Un
agradecimiento profundo por un apoyo, dado en el momento preciso, que nos
permitió seguir adelante.
Capítulo IV. El estallido de la guerra
Con el triunfo del Frente Popular, formado
por los partidos de centro e izquierda, republicanos, socialistas, radicales y
comunistas, apoyados por los anarquistas, en las elecciones del 1936, fue liberado
mi padre, el regreso de él y otros 14 masinos fue para todos nosotros una gran
fiesta.
El alcalde del pueblo era del partido
republicano y aunque
Pero como dice el refrán: poco dura la
alegría en casa del pobre. El 18 de julio de ese mismo año, se subleva parte
del ejército, y aunque se insiste en que todo está controlado, hay noticias
alarmantes: Zaragoza está controlada por los sublevados, los fascistas. La
represión es brutal y cientos de sindicalistas y políticos defensores de la
republica son ejecutados. Entendíamos entonces por fascistas, todas las fuerzas
reaccionarias, desde monárquicos, católicos de CEDA, el clero, la falange…
Se anuló el ayuntamiento y lo sustituyo un
Comité Antifascista, en el que mi padre ya con 40 años no participó.
En Morella, con gentes de los pueblos se
constituye la llamada “Columna de Morella” formada por unos veinte vehículos,
entre coches y camiones, de los que se dedicaban al transporte de la madera.
Recuerdo su llegada a Mas de Las Matas, cada
camión, en cada puerta, un miliciano con una escopeta, la columna impresionaba,
pero en realidad era un ejército improvisado, apenas disponían de algún fusil
requisado a la guardia civil, varias escopetas de caza, alguna pistola y el
resto iban armados, con cuchillos de monte. Su despliegue hizo dispersar una
concentración de guardias civiles en Alcorisa, que marcharon a Zaragoza. La
columna llego a Híjar donde se unieron al ejercito republicado. Fueron
respetados los galones, pero la columna como tal se disolvió.
En nuestro pueblo, dejó además de su estela,
Se forman columnas en Cataluña, las de Durruti, Casado… y luego se convierten en divisiones; del
pueblo salen dos camiones llenos de gente para unírseles, destino Fuentetodos, allá donde nació, el genial e incomprendido
Francisco de Goya.
Recuerdo a mi padre subido en el camión,
justo en frente de la fonda de
Los niños, nos quedamos sin maestros, unos
huyeron, otros se fueron al frente, así que fueron sustituidos por estudiantes,
demasiados jóvenes para luchar. De ellos destacaba Pedro Portolés, muy bueno,
era de una familia de ricos del pueblo, un día desapareció, pasando por la
cueva de Cambriles de Ladruñán, cruzó las líneas al bando fascista. Terminada
la guerra se licenció en medicina y
ejerció durante muchos años en el pueblo zaragozano de Encinacorba.
La cueva de Cambriles situada en lo alto de un
acantilado formaba parte de un corredor, donde personas que huían de la zona
republicana pasaban al bando fascista. En ella permanecían varios días hasta
dar el salto a través de masías de los términos municipales de Camarillas y Portalrubio, y enlazar con el frente. En esta historia envuelta en un halo de
misterio, solo puedo aportar, el método y el recorrido, todo ello transmitido
por los habitantes de las masías, que años atrás aún mostraban el descontento
de los riesgos que corrieron, sin recibir luego ni el mínimo agradecimiento.
Las personas se concentraban ya de noche al pie de la cueva y se escondían
allí, subiendo por cuerdas, cuando se creía oportuno, en pequeños grupos,
pasaban de una masía a otra por caminos poco transitados. El secreto de Cambriles
es para mí intrascendente, pues ese corredor que alguien quiso reservar, creo
que nunca se necesitará de nuevo.
En 1937 vinieron los evacuados de Azuara, y con ellos sus dos maestros: Don Florestán y
Doña Josefina, un ejemplo de rigor y calidad de enseñanza, impartían el tercer
grado, a él, aunque jóvenes, pasamos Ireneo Gracia y yo, como alumnos del Mas
más aventajados. Eran músicos; él tocaba muy bien el violín y ella el acordeón,
nos enseñaban solfeo y aún recuerdo algunas canciones con alusiones a
Con la toma de Belchite por las fuerzas
republicanas, las gentes de Azuara y sus maestros
regresaron a su pueblo. No se que
fue de ellos, pero dejaron en nosotros un grato recuerdo.
Capítulo V.
Se llamaron a filas a algunas quintas,
aunque la mayoría de gente joven ya se había ido voluntaria a luchar en las
columnas republicanas. Resultado: los pueblos se quedaron sin mano de obra para
trabajar la tierra. La guerra es la forma más cruel y efectiva de acabar con
los recursos creados por los pueblos durante generaciones, pues su producción
se basa en destruir y los recursos consumidos se entierran como la vida de sus
gentes.
Las colectividades fueron propuestas por los
socialistas valencianos, como economía de guerra, y los anarquistas los
apoyaron.
La colectivización fue voluntaria, los
propietarios que lo desearon, pudieron seguir con sus tierras, con la condición
de no necesitar mano de obra externa. Con lo que se produjo la paradoja de que
muchos socialistas siguieron con sus tierras y la gente de derechas entro en la
colectividad, por no verse capaces de cultivarlas sin jornaleros.
Su gran logro, fue seguir trabajando las
tierras, alimentando a las gentes y con gran sorpresa, la producción no
descendió. Se organizaron grupos (una o varias calles), con un delegado por
grupo y una veintena de trabajadores. Se les asignó un lote de secano y uno de
regadío (monte y huerta). Los delegados se reunían semanalmente en el consejo
municipal, con la idea de apoyar a los grupos que llevaban retraso. Yo asistía
a las reuniones junto a mi padre, el Consejo de Aragón nos concedió, una
trilladora, una Ajuria del número 3 (las grandes), que se fabricaban en
Vitoria. Se roturaron muchas tierras y todo paso por la trilladora, fue una
gran cosecha, se llenaron de trigo los bajos del Centro Republicano.
La mies
se introducía por la parte delantera, primero era cortada y triturada,
el
grano separada por unas cribas de la paja salía por un orificio,
del
lateral no visible el la fotografía y almacenado en
sacos;
por el
tubo de la parte trasera era empujada la paja,
que
con horcas guardaba en el pajar. Todo ello movido por un motor eléctrico.
Se hacía pan para todo el pueblo, racionado
a medio kilo por personas. En lo restante cada grupo se abastecía de su
producción, para la carne se construyo una granja de cerdos, para los huevos
una de gallinas y se juntaron los rebaños. La producción de carne era racionada
y repartida. Los excedentes se enviaban al ejército de Aragón.
A partir de las batallas de Belchite y Teruel
y con los comunistas en el gobierno de la republica, muchas colectividades se
disolvieron, más bien se les dio libertad a sus miembros para abandonarlas.
En Mas de las Matas apenas se fueron unos
pocos. En esta segunda fase apareció el dinero, se daba una paga proporcional
al número de miembros de cada familia.
Como el consejo municipal carecía de
secretario, mi padre me llevaba allí y sin seguir ningún método aprendí a
escribir a máquina, mi misión era transcribir los documentos que me eran entregados.
Éste aprendizaje me sirvió, junto con el
estudio de la contabilidad en 1947, para hacerme cargo de la administración de
Estos recuerdos los tengo claros en mi
mente, ya que mi padre también fue presidente de la colectividad, y en mi casa
se vivían los éxitos y fracasos de ésta con gran intensidad, a mis doce años,
conocía el funcionamiento y la contabilidad de la empresa con mayor número de
trabajadores que ha tenido este pueblo.
Capítulo VI. El exilio. El viaje a Real de Montroy
Volvamos al viaje para visitar Real de
Montroy. Quedamos con mis hijos y mi yerno que el sábado por la tarde iríamos a
dormir a Alcalá de Chivert, donde tenemos una casa en
la calle doctor Ebrí, la compramos unos años antes
porque en esta localidad pasaban el invierno las colmenas. Bueno ellas en el
monte, la casa nos era de utilidad para almacenar parte del material y
utensilios para obtener la miel. Eran poco más de cien Kilómetros pero a Pilar,
mi mujer, y a mi se nos hacía pesado sobre todo el
cargar y descargar todo en el camión.
Comenzamos como siempre recorriendo los casi
En mi mente el recuerdo de aquella partida:
eran primeros de marzo de 1938, filas inmensas y eternas de gentes cruzaban
hacia Valencia, eran los vecinos de Alcorisa que habían recibido la orden de
evacuación.
El ejército nacional, tras no poder avanzar
por el Ebro, había decidido llegar al mar por Morella y Vinaroz.
El frente se situó en Alcorisa, en la cuesta del caballo, y allí el ejército de
la republica los contuvo un par de semanas. Entonces se decidió evacuar Mas de
las Matas; fue una noche, después de cenar, se cargaron en los carros colchones
y víveres, la gente andando, más de mil personas, unos doscientos carros, una
larga fila donde el principio y el final no se veían.
Se requisaron los mejores caballos y mulos,
soltándose los burros y animales viejos. Los rebaños de las ovejas iban por las
laderas junto a la carretera.
Se cargaron además de los colchones y
mantas. Toda la comida que fue posible, las conservas (tajadas de la olla), los
jamones, las judías, el aceite y las olivas.
En Zorita tras cinco horas de viaje, se hizo
un descanso en la cuneta de la carretera, se cogió agua de la fuente y se
continuó. Yo iba de adelante a atrás buscando a mi padre, para luego regresar
junto a mi hermana y mi madre, nervioso, con ese miedo en el cuerpo que sienten
los valientes, andando más de la cuenta y venciendo con adrenalina el sueño y el cansancio.
Ya amanecía cuando llegamos a la masía del
Beato, situada encima de la fabrica Giner, a dos kilómetros de Morella. Su
ayuntamiento nos repartió por las masías próximas a la población, se
habilitaron graneros, almacenes, parideras todo era bueno para extender los
colchones y echarse a dormir. No recuerdo si llegada la noche el cansancio pudo
con las emociones vividas, o si ya a mitad tarde caí rendido, esos detalles se
borraron de mis recuerdos, pero quedaron otros:
Durante 15 días algunos carros no pararon de
hacer viajes, por las noches venían de nuevo cargados, mi padre que como ya os
comente era hojalatero, trajo la herramienta y la máquina de coser de mi madre,
se las guardo un primo de Morella, nos ofreció su casa, pero mi padre no quiso
tener privilegios respecto a la gente de su pueblo y nos alojamos en un granero
en la masía del Beato.
Roto el frente en la cuesta del Caballo y
tomados Mas de las Matas y Aguaviva; nos trasladaron en camiones del ejército a
San Mateo. Parte de los hombres continuaron con los carros, tardaron varios
días en llegar, pues las carreteras eran continuamente bombardeadas, con lo que
era frecuente viajar solo por la noche, a los caballos para que se recuperaran
del agotamiento se les daba pan con vino.
Ahora 57 años más tarde, como cientos de
veces seguía recorriendo el camino, la fábrica Giner, el Beato, Morella,
imponente, amurallada, con su mejor vista al sur. Aunque a mi
se me antojaba más pequeña que en mis recuerdos. Revuelta tras revuelta las
curvas de Vallivana cien veces reformadas y nunca
eliminadas. Y ya en el llano, la capital del maestrazgo de Castellón, San Mateo
y sobresaliendo en ella la iglesia y la torre de la harinera, (de les llastimes), una torre desnuda sin iglesia fuera del casco
urbano.
La torre campanario de Los Dominicos de la
localidad de San Mateo
(Provincia de
Castellón, España)
fue construida en 1737 aproximadamente, y
perteneciente al antiguo convento de Santo Domingo,
que fue fundado en 1360 por el Maestre de Montesa
Pedro de Thous.
La primera guerra carlista provocó su ruina
definitiva y su venta a particulares
durante primera desamortización de Mendizábal
convirtió el solar en almacenes y fábricas.
Allí nos alojamos, el frente aguanto una
semana más en Vallivana y los carros no pararon y se dirigieron hacia Valencia. Días
más tarde nos volvieron a subir en los camiones y nos dividieron por los
pueblos de Valencia. Los pertenecientes a la colectividad nos instalamos en los
pueblos cercanos de Montroy, Real de Montroy, Llombay y Monserrat.
La gente no perteneciente a la colectividad fue acogida en Carlet.
Mi padre fue delante organizando el reparto
de gentes y los lugares donde instalarnos. Cuando llegamos, los primeros carros
ya estaban allí, durante los siguientes días fueron llegando todos. Los niños
siempre expectantes celebrando la llegada de cada uno de ellos como un gran
triunfo y lo era, unos
Capítulo VII. El exilio. La vida en Real de Montroy.
Por la mañana partimos de Alcalá de Chivert , por la autopista del mediterráneo con dirección a
Valencia, estaba nervioso, como un niño,
me venían a la mente tantas imágenes y recuerdos, que era incapaz de
procesarlos.
Habíamos quedado con mi amigo Francisco Herrero,
el peluquero de Llombay, a la entrada de Real de Montroy; el ya había hablado
con Antonia, incluso había estado en su casa. Lo que nos evitaba tener que
localizarla, además de que ella sabía que veníamos y nos estaba esperando.
Con mis padres la llegada a Real de Montroy,
se produjo la segunda semana de marzo de 1938 y permanecimos allí, hasta abril
del 1939. Fueron 13 meses, que contando yo
Nos instalaron en una casa de ricos, con luz
eléctrica, agua corriente (no salía agua de los grifos, pues estaba averiada la
bomba eléctrica) así que tirábamos de cuerda, en el pozo situado en el mismo
patio para abastecernos, aun así era un lujo para nosotros.
Estábamos tres familias; los Bataneros: las dos cuñadas, la
mayor con un niño y una niña, 9 y 12 años; la menor con una niña de dos años;
el juguete de la casa, recuerdo que se subía encima de la mesa y bailaba. Un
oasis en medio de la guerra, ¿estará pensando algún general de las muchas
guerras que hay en el mundo en una niña como aquella? El egoísmo, el rencor y
el odio son ciegos. Pero continuamos con las familias, de los bataneros solo
faltan los maridos, que estaban en la guerra.
La otra era mi tío Fernando y Rosa su mujer
(hermana de mi padre), su hijo Rodolfo,
mi tío fue llamado a quintas y tuvo que irse, además estaba su tía Dorotea. Por
último, mis padres, mi hermana Cristobalina, yo y mis
tíos Elías y Carmen, de los que ya os he hablado.
La casa en la calle Doctor Fleming, con una
doble puerta de madera tallada, a su lado escoltándola dos ventanales con rejas
de forja y persianas azules, cada puerta dibujaba una más pequeña en su parte
inferior, solo la de la derecha era verdadera a través de ella se accedía a un
recibidor, nosotros lo llamamos entrada, muy amplio, casi todos los bajos de la
casa, alicatado hasta el techo en algunas zonas y en otras alrededor de un
metro, con marrones claros, combinados con cenefas de azul intenso, con algunos
dibujos y cuadros, que no alcanzo a recordar.
En medio un piano que muchas tardes un ciego
venia a tocar, la música sonaba, la niña bailaba y todos sin hablar nos
preguntábamos. ¿Cuánto puede durar
esto?. Una escalera ancha alicatada accedía a sus cinco habitaciones. Por el
recibidor y pasando por un gran puerta se accedía a patio (raso) muy grande con
un pozo y una palmera. En el fondo a la derecha un torreón y en la izquierda
una fila de cubas cónicas vacías, con un orificio a modo de ventana en el
lateral, próximo a la base mayor. Todo ello invitando a un niño a jugar. Esto
era una fabrica de alcohol, me dijo mi padre, pero no
te preocupes están todas vacías.
Pero no había mucho tiempo para juegos en mi
vida. La escuela, luego con el maestro llevábamos las cuentas de la colectividad
de Real. Yo había aprendido por mi cuenta a escribir a máquina y además lo mío
eran la matemáticas. En la vendimia, mi padre empezó pesando los carros en la
báscula, pero como se tuvo que ir continué yo.
Si aún así sobraba algún instante, me iba
con Rodolfo a pescar al río Magro, muy caudaloso en aquella época, con un
anzuelo, hecho con una aguja de cabeza, una caña natural y un cordel, tirando
muy rápido los peces quedaban enganchados tres o cuatro metros detrás de mi. Aquella noche, todos cenábamos pescado. En verano
acudía con los otros niños a bañarnos y nadar en sus limpias aguas.
La comida era repartida y racionada por la
colectividad, los alimentos que trajimos de Mas de las Matas, se entregaron al
control de la colectividad y junto con lo que se producía allí, se repartía por
igual, entre los de los dos pueblos.
Teníamos una cartilla de racionamiento donde
se apuntaba todo lo que te llevabas, lo más escaso era el pan de trigo, una
rebanada por persona (yesca), pero había tortas de maíz, muchas pasas, boniatos
y todo tipo de verduras.
Allí entonces no se cultivaban naranjos,
pero los domingos con una tartana de la colectividad, nos desplazábamos a Carlet y a cambio de vino y mistela, nos daban arroz y
naranjas. ¿Quién dijo que sin dinero el mundo no funcionaría? El comercio se
creó con el trueque, mucho anterior al dinero.
La carne racionada era escasa o casi
nula, se limitaba a algún mulo muerto en
el frente, pero muchos no comían. Buena época para hacerse vegetariano, aunque
muchos lo eran a la fuerza y sin saberlo. Nosotros comprábamos pollos y patos
recién nacidos, con lo que se podía se criaban el raso, donde a medida que
crecían los cocinábamos.
Una gran novedad para los niños eran las
carreteras asfaltadas. Ideales para deslizarnos con patines hechos con maderas,
chatarras, cojinetes oxidados. En la cuesta abajo, cogían gran velocidad. El
lugar, unas revueltas en la carretera hacia Llombay, allí en una pared de
piedra escondimos en la huída la pistola de mi padre.
Otro lugar que visitaba era el Casino
Mercantil, en la plaza del pueblo, porque en él había radio y día a día
escuchaba los partes de guerra.
Capítulo VIII. El Exilio: La escuela racionalista.
A la entrada de Real ya nos esperaba Francisco,
que hacía tiempo que no veía a mis hijos Rosa y Abel, y no conocía a mi yerno
Carlos. Nos alargamos en las presentaciones y yo ya me ponía nervioso, pues
necesitaba recorrer de nuevo aquellas calles. Como siempre ocurre las afueras
del pueblo no me sonaban a nada, pero al llegar a la calle principal, empecé a
reconocer siluetas de los edificios, de pronto me dio un vuelco el corazón.
Aquella era la casa que estuvimos viviendo, dije en voz alta, mi yerno bajo la
velocidad, pero íbamos siguiendo al coche de Francisco y continúo hacia
delante.
Doblamos una esquina y paramos cerca del
fondo de la calle, había mucho sitio para aparcar. Benditos los pueblos que aun
no han sido saturados. Llamamos a la casa de Antonia y ya nos estaba esperando.
Era una puerta de madera grande, trabajada y adornada, con una puerta más
pequeña en una de las dos hojas, nos saludo y nos invitó a entrar una entrada (como decimos nosotros)
alicatada a media altura, con un banco y unas sillas, preparadas para pasar
horas en el lugar más fresco de la casa y con el ruido y la vida de la calle.
Recuerdo un cuadro de Gregorio Duran, homenaje de la cooperativa de Real de
Montroy, de la que fue muchos años presidente, y una conversación amena que
saltaba del valenciano al castellano, sin que Antonia ni siquiera se percatase.
Le pregunte por mis amigos de aquella época:
Pedregales, no lo conocía, recapacite, era evacuado del Grau de Valencia. Juan
Roig, se fue a Barcelona, me dijo, no viene mucho por aquí. ¿Y Brígido? Brígido
es ahijado mío. Si queréis lo pasamos a ver luego, seguro que lo pillamos en
casa. Pues claro que quería era un enlace más a los gratos recuerdos que yo
tenía de aquel pueblo.
Tal como nos acercábamos el corazón se me
aceleraba, estábamos en la calle principal, Doctor Fleming; con la casa que
estuve cada vez más cerca y nos detuvimos en la misma puerta. Ésta es la casa
de Brígido, no pude más que exclamar: ¡Si es la que vivimos en la guerra!.
La puerta era la misma, se abrió y apareció
Brígido, era él, más mayor desde luego, pero conservaba las mismas facciones
que de niño. La primera conversación se mantuvo junto a la puerta, el recordaba
a dos personas de Mas de las Matas, pero de mi no
tenía ningún recuerdo en la memoria, le recordé historias y travesuras vividas
juntos, pero debo reconocer que soy un privilegiado a la hora de almacenar
recuerdos, no todos los retienen como yo con el paso del tiempo. Será quizás la
intensidad que yo vivía en aquellos momentos, que los hizo grabarlos a fuego.
Roto el hielo, nos hizo pasar, nos presento
a su mujer y su hija, y nos dimos una vuelta por la parte baja de la casa y el
patio. Estaba todo igual, habían desaparecido las cubas y en su centro elevada,
había una piscina, donde seguro se oirían como cuando nosotros risas de niños.
De
izquierda a derecha, mis hijos Abel y Rosa, la señora Antonia, mi mujer Pilar,
la
esposa de Brígido (falda roja), yo, Brígido y con corbata mi amigo Paco
(Francisco Herrero). En la puerta de la casa.
Interior
de la casa, foto izquierda y patio foto derecha.
En dos ocasiones más y aprovechando la feria
de Apicultura que se celebra en el vecino Montroy, he visitado a Antonia y a Brigido, y en nuestras conversaciones le he ayudado a
reconstruir parte de su historia que también es la mía.
Terminada la visita, entramos por la plaza y
nos fuimos al casino, aunque la fachada permanecía igual, el interior estaba
reformado y ahora albergaba el hogar del jubilado. He trabajado muchos años en
la cooperativa del pueblo y controlado la bodega del vino, soy buen catador, pero no lo consumo ni soy
amante de las bebidas alcohólicas, pero aquel día me tome un vermú, había sido
un gran día y era mi forma de celebrarlo.
En el piso de arriba estuvo la escuela
racionalista, que primero tuvimos en un chalet a las afueras del pueblo.
Cogimos el coche y nos fuimos a verlo… Y allí como salido de un cuento de
hadas, seguía intacto, como si hubiera estado esperando casi sesenta años a
aquellos niños, que lo llenaron de risas libres y espontáneas. En los jardines
había gente con aspecto de señores ricos, así que nos limitamos a hacernos una
foto, no les descubrimos el objeto de la visita.
Era un terreno de unos mil metros cuadrados
bordeado por una valla, primero muro y luego verja de forja, situado en una
ladera con un jardín de pinos y árboles, estos si habían crecido desde
entonces. El chalet de dos plantas, había soportando de esta muy bien el paso
del tiempo.
Éramos un grupo de 50 niños y niñas, y un
maestro, el pueblo disponía de escuela pública pero seguía funcionando la
escuela racionalista, pagada entre la colectividad y los padres.
El maestro, Julián, era muy humanista y se
consideraba discípulo de Eliseo Reclus, un
intelectual anarquista francés de los tiempos de la revolución social 1848,
aunque destaco como geógrafo, se dedico a la docencia en sus largos años de
exilio, de su pensamiento destacamos una frase: “El ideal anarquista no es
enemigo de la escuela, sino al contrario, partidario de engrandecerla, de hacer
de la sociedad misma un inmenso organismo de enseñanza mutua, donde todos sean
a la vez alumnos y profesores, donde cada alumno, después de haber recibido
nociones de todo en sus estudios, aprenda a desarrollarse íntegramente por sí
mismo y con relación a sus fuerzas intelectuales en una existencia libremente
elegida”. Aquel maestro con su sensibilidad y bondad dejo huella en nosotros, jamás permitió el don delante de su
nombre y nos invitaba a llamarle de tú, no usual en aquellos tiempos.
Algunos de los principios básicos de la
escuela racionalista eran:
1.- La educación de la infancia debe fundamentarse
sobre una base científica y racional. Es preciso separar de ella toda noción
religiosa. Era pues anticlerical, la iglesia no aceptaba principios como la
evolución.
2.- La instrucción es parte de esta
educación. Y debe comprender además del desarrollo de la inteligencia, el del
carácter, la cultura de la voluntad, la preparación de un ser moral y
físicamente bien equilibrado.
3.- La educación moral debe ser práctica y
basarse en el ejemplo y apoyarse sobre la ley natural de la solidaridad.
4.- Es necesario que los programas y métodos
estén adaptados a la psicología del niño.
Si ahora son principios que podría asumir
cualquier escuela, en una España que apenas había salido de la época feudal,
sonaban a música celestial.
Si bien el libro de texto, era la
enciclopedia de grado medio, se explicaba con ejemplos, fomentando el debate,
con la supresión de exámenes, sin castigos, y siempre que se podía dábamos la
clase en el campo. Teníamos un huerto, que era parte de las clases del día,
recuerdo que cogimos una gran cantidad de patatas, en él poníamos en práctica
muchas de las lecciones teóricas.
A los seis o siete meses de estancia, se
hizo un campo de aviación entre Real de Montroy y Dos Aguas. Los pilotos fueron
alojados en el chalet y una vez más la guerra pudo con la cultura. Este campo
lo utilizaban los cazas que defendían el puerto de Valencia. Cuando aparecían
los bombarderos que venían de Mallorca, entre las defensas antiaéreas y los
cazas, les obligaban a descargar sus bombas sobre el mar.
Nuestros oídos de niños estaban atentos a
los despegues de los aviones y con el reflejo del sol veíamos las estelas de
las bombas que caían cerca del Grao de Valencia. Éste permaneció abierto hasta
el final de la guerra, y por él se exilió el gobierno de la republica.
Como ya he dicho, nos trasladaron a la
plaza, en la primera planta del casino mercantil, nos quedamos sin huerto, pero
si era posible, dábamos las clases en una loma bajo las sombras de unas
carrascas.
En el aula estábamos en unas mesas cuadradas
uno por cada lado, lógicamente en grupos de cuatro, con el maestro moviéndose
que más parecía uno de nosotros.
En noviembre de 1936 el Gobierno de
Como alumno aventajado me habían
seleccionado para ingresar en él. Yo había ido a visitarlo ya que estaban allí
mi prima Regina Gil y otros tres chicos de Mas de Las Matas, algún día,
acompañaba a mi padre a Valencia e íbamos a verlos, para mi aquello era como
Era un edificio grande, con la planta baja
dedicadas a las cocinas y el comedor, unas anchas escaleras que subían a las
aulas de estudio, supongo que en las plantas superiores se encontraban las
habitaciones, pero nunca llegue a subir, eran ellos los que bajaban y quizás el
resto del edificio pertenecía a mis sueños.
Estaba situado en la calle Balmes 29 y las
clases las recibían en un colegio confiscado en la calle carniceros, las
escuelas PIAS. Las clases eran impartidas por maestros del sindicato único de
la enseñanza de
Para mí aquel internado era mi porvenir, por
eso no dejo de preguntarme: ¿Qué hubiera sido de mí en aquella escuela? ¿Qué
hubiera estudiado luego? Cuando un camino no se puede tomar en la vida, no hay
respuestas de lo que te hubiera deparado, pero aquella era mi senda y me
hubiera gustado seguirla…
Capítulo IX. El fin de la guerra.
Francisco había reservado la comida en un
restaurante de Carlet, así que salimos de Real, cerca
del medio día, solo habíamos estado unas horas y cuantas emociones acumuladas,
habría perdonado la comida, no me entraba nada, pero nada más lejos de mi
intención, que despreciarle algo a un amigo que se había tomado tantas
molestias.
El regreso de Real de Montroy, no fue tan
rápido. Primero comentar que el gobierno de la republica preparo pasaportes
para Méjico a todas aquellas personas, que hubieran tenido responsabilidades
políticas. Mi padre lo obtuvo para los cuatro.
Los barcos mejicanos no pudieron atracar en
el puerto de Valencia por la proximidad de las tropas fascistas, y se
dirigieron a Alicante por ser el último puerto en poder de la republica. El
avance de las tropas de Franco era imparable y mi padre se fue solo hacia
Alicante pues ya era imposible llevarnos a nosotros.
El parte de final de guerra nos pilló ya sin
mi padre, unos días después entraron las tropas, nos refugiamos en casa como la
mayoría y no nos atrevimos a salir. Los soldados del ejército vencedor estaban
más pendientes de que los licenciaran y pudieran volver a casa que de nosotros,
recuerdo que los alojaron en almacenes y naves del pueblo, los oficiales fueron
repartidos por las casas, a nosotros nos toco hospedar a un teniente gallego,
de
Yo en el patio de la casa, hacia arreglos
mecánicos, quizás herencia de mi padre, aquel teniente se quedo prendado de mis
habilidades, aun siendo niño y le dijo a mi madre: “El rapaz tiene muy buenas
manos, mi padre en
Pasamos aún un mes allí, pero poco a poco se
fue deshilvanando el ovillo. La gente de derechas de Mas de las Matas, se
enteró del lugar del exilio, algunos de ellos vinieron a recoger sus
caballerías y carros. Y del ayuntamiento se dio una orden reclamándonos.
En el viaje con mis hijos quise ver de cerca
el río Magro, que parte en dos las localidades de Montroy y Real de Montroy,
pero allí entre los naranjos, que ahora si son abundantes, no había, ni
siquiera un leve hilo de agua. Se había desvanecido como la esperanza de todas
aquellas gentes, que tuvimos que regresar a nuestros pueblos.
Luego fuimos a Valencia, vimos el puerto,
aquel puerto que hubiera podido significar continuar una vida de libertad
aunque hubiera sido el otro extremo del mundo.
Llegada la orden del ayuntamiento, nos
avisaron para que regresáramos, los que tenían medios propios, con los carros
vacíos se pusieron en marcha, despacio, como presagiando la virulencia de la
tormenta, que flotaba sobre sus cabezas. Muchos de ellos no llegaron a sus
casas, los estaban esperando y los ajusticiaron antes de entrar en el pueblo.
La propaganda del régimen nos ofrecía
transporte gratis para regresar a los lugares de origen, lo intentamos
retrasar, pero tal como iban volviendo los propietarios de las casas que
ocupábamos nos quedábamos en la calle. El trato era como si fuéramos
delincuentes, como si no hubieran sido ellos los que empezaron la guerra, como
si no nos hubieran robado la libertad y la democracia.
Un día salimos en autobús hasta Valencia y
de allí en trenes de ganado atestados de gente hacia Zaragoza, el viaje duro
todo un día, nos dieron en Teruel algo de comer lo que ellos llamaban el
auxilio social, pero no se veía bondad en sus rostros, más bien rencor, se
podría creer por sus caras que eran ellos los que habían perdido la guerra.
Olía mal, estábamos apretujados, pero nadie protestaba, era solo el principio
del calvario.
Cada día era para ellos la misma rutina,
trenes llenos de gente, gente sin nada, apenas un poco de ropa, todo lo demás
había quedo atrás, no se podía llevar más que lo necesario. No queríamos
volver, pero no había donde huir, no teníamos comida, el dinero de la republica
no tenia valor y el del nuevo régimen solo lo tenían
ellos.
De Zaragoza con el tren partimos hacia
Alcañiz (El Tortosino). En la estación nos esperaba el autobús de Castellote,
al llegar a Mas de las Matas unas doscientas personas nos estaban esperando,
frente a la fonda de
Fuimos a casa de mi tío Emilio, pues la
nuestra la tenían ocupada como pajar. Las casas y las fincas de los que nos
fuimos, habían sido requisadas por el Servicio de Recuperación, éste las
arrendaba a la gente por muy poco dinero. Pero como ya he dicho, el nuestro
avalado por el Banco de España no valía, no teníamos nada.
El inquilino de la casa del Tío Elías, le
dijo que si pagaba el alquiler, él se buscaría otra. Pagar por tu propia casa y
lógicamente con dinero que nos prestaron. A los quince días todos estábamos
instalados en ella. La nuestra tardamos dos años en recuperarla (fue la última
del pueblo y no nos la entregó hasta que quitaron el Servicio de Recuperación y
no tuvo otra alternativa).
El tío Elías fue encarcelado durante un mes,
a su salida como castigo debería ir un día a la semana a arrancar piedra a la
cantera de Santa Bárbara, para construir un edificio a la orilla del pueblo:
“El Escorial”. Sobrevivíamos con algún trabajo esporádico que le salía a mi tío
(jornal), si este coincidía con el día de trabajo penado, hablaba con el
encargado. ¿Podrá ir mi sobrino en vez de mi?, la respuesta fue sí, así que yo
también colabore con la construcción de aquel edificio, para que él pudiera
traer algo de dinero a casa.
Los primeros días no fui a la escuela, los
niños de derechas imitando a los padres, se habían construido unas vergas para
pegarnos, nos buscaban por las calles y al que pillaron recibió una fuerte
paliza, yo permanecí escondido en casa hasta que se calmaron las cosas.
El maestro era de nuevo Don Fernando, pero
con más espíritu represor, al entrar por la mañana nos hacía cantar el Cara al
Sol, canción falangista que hablaba de guerra y muerte, cuando un niño, lo que
necesita es paz y vida. Por la tarde al ser mes de Mayo, había que rezar y
traer flores a la virgen.
Los niños que no se exiliaron, habían
olvidado lo aprendido y el maestro se desesperaba. El también sabía muy poco y
le escaseaban las ganas de enseñar. Historia de España e Historia Sagrada, eran
sus temas, que no los míos. Al contestar mal a las preguntas de esa historia
sagrada a Ireneo y a mí, nos sentaba en la última fila. Pero en matemáticas nos
ponía problemas que él no sabia resolver, solo
nosotros dábamos con la solución, con más enfado nos sacaba a la pizarra y no
muy convencido nos sentaba de nuevo.
Cuando empezaron a prepararnos para la
primera comunión, dejé de ir a la escuela, ya no aprendía nada y encima nos
bombardeaban con el catecismo que no creía. Eso si,
me obligaron a bautizarme, un día a misa primera con mi prima Rosario (hoy
monja) como madrina, pase el trámite. El que lea esto puede pensar que debía
haberme negado, pero con mi tío y mi padre en la cárcel, uno más preso era un
capricho que no nos podíamos permitir. Entonces en plena represión se hablaba
de la reconciliación, pero se referían simplemente a nuestra humillación y te
recordaban constantemente que tu conducta podía influir en la vida de los que
estaban presos (chantaje).
Ireneo continuó hasta final de curso en la
escuela, luego con el esfuerzo económico de su familia, estudió en Barcelona,
donde fue catedrático de Química, su padre se suicidó como otros muchos por no
poder soportar la asfixia del nuevo régimen.
Capítulo XI. La época oscura. La represión.
Aunque ésta empezó con el regreso al pueblo,
quiero contar ahora, la parte más trágica de mi vida, que comienza con el
apresamiento de mi padre:
Un soldado del pueblo Félix Ferrer, nos
contó que tres o cuatro hombres de Mas de Las Matas
estaban en el campo de concentración de Alicante. Se desplazó el alcalde “El
tío pelotero” y alguno más, para traerlos de vuelta y ajusticiarlos, el
ejército no se lo permitió y volvieron con las manos vacías.
Así supimos que mi padre no había conseguido
huir a Méjico. Pasados unos meses fueron trasladados a su región de origen, nos
llego una carta de la cárcel de Teruel, de allí paso a Alcorisa. Con una burra
que habíamos comprado (el tío Elías con dinero prestado) fuimos a verlo mi
madre y yo. Se le veía entero, pero pasaban mucha hambre, por lo que dependían
de los alimentos que les traían los familiares. En la segunda visita, nos
cruzamos con un camión por
Allí tuvo más suerte, un sargento de la
guardia civil, estaba casado con una sobrina suya, Guillermo Gómez, nos dio garantías
de que mientras estuviera él su vida no corría peligro, lo cual dadas las
circunstancias no era poco, diariamente eran ejecutados en toda España, sin
juicio previo, ni consejo de guerra cientos de personas. Los días que nos
estaba permitido subíamos a verlo y traerle comida; esta situación duró casi un
año.
A principios del año 1940, ingresó en
Torrero en Zaragoza, se los llevaron de noche en camiones, esposados y
escoltados por la guardia civil, nos enteramos cuando nos llego una carta suya;
un nuevo mazazo, ahora las dificultades para visitarle eran muchas más.
En Zaragoza teníamos una amiga, Concha, le
había amamantado de su pecho, mi tía Luisa, ante la escasez de leche materna,
ello siempre crea un vínculo especial y con ella existía. Vivía en la calle
Ventura Rodríguez, en el barrio de San José, cerca de Tenor Fleta. Allí cargado
siempre con una cesta de comida, pues en las ciudades se pasaba hambre, me
hospedaba en su casa. Recuerdo cruzar por el puente la vía del tren y subir a
Torrero, bien por las sendas entre los bancales o dar la vuelta a coger el
tranvía en la plaza Aragón y ascender por el Paseo Sagasta.
Tres años más tarde salió el juicio, se
formó un consejo de guerra para 15 presos de Más de
El primero: Un camión de milicianos llego al
pueblo, según ellos en Zaragoza, en el cuartel de
Los milicianos pedían represalias y traían
listas de gente de derechas para ejecutar. El comité no quiso colaborar
“ninguno del pueblo debe morir” y fueron encerrados. Sin el comité eran los
dueños del pueblo, capturaron más de treinta personas y los llevaron al
ayuntamiento, allí los interrogaron. Al que no veían peligroso lo soltaban
hasta que quedaron seis que consideraron como los más reaccionarios.
Los llevaron al principio de la recta del
campo de aviación y los fusilaron, desaparecieron del pueblo como habían
llegado, dejando llanto y dolor, las familias de los muertos los enterraron.
El segundo: En el río unos milicianos del
pueblo, localizaron y capturaron a un sacerdote que andaba huyendo; se le
encerró, para decidir que se hacía con él.
El presidente del comité, le llamábamos el
comunista, porque además de serlo había estado en Rusia, no era partidario de
matarlo como le pedían algunos vecinos del pueblo. En especial “el Copas”
persona desequilibrada psíquicamente; si no matas al cura, te mataré yo a ti;
le dijo. Pasaban los días y el Copas parecía consumirse en su locura, una
mañana mató a su burro con la azada de ganchos, todo hacía presagiar la
tragedia.
Se fue a ver al presidente, estaba en un bar
próximo al ayuntamiento y al bajar las escaleras lo acuchillo, muriendo en el
acto. La gente se altero y unos pocos tres o cuatro, tomaron la justicia por su
mano y ejecutaron a los dos: al Copas y al cura para que no diera problemas. Si
alguien ha oído hablar de
A mi padre si le hicieron juicio, pero
tampoco cumplía la convención de
Ginebra, fue muy aséptico, apenas se relataron los hechos y el defensor
más acusaba que defendía, a continuación y sin ninguna reflexión salía la
sentencia: cuatro penas de muerte; Blas Zapater, apoyo a la rebelión; Aquilino
Ángelo, apoyo a la rebelión; Manuel Arrufat,
asesinato de un sacerdote; Jacinto Castañer, asesinato de un sacerdote.
A los condenados a muerte los tenían en
celdas individuales, la familia tenía la esperanza de que al no ser condenado
por penas de sangre, fuera amnistiado. Y así fue: el día de
En febrero de 1944 nos llegó una carta de
otro preso del pueblo, a tu padre lo han vuelto a meter en las celdas de
condenados. Partí inmediatamente para Zaragoza, pero cuando en la cárcel de
Torrero pedí visita ya me comunicaron que había sido fusilado.
Tuve que ir a reconocerlo al cementerio,
allí sobre los cadáveres un cura acusaba a Manuel Arrufat
y a mi padre Blas Zapater de herejes, por haber matado a un cura y no
arrepentirse ni haberse confesado. Entonces me percate que lo habían fusilado
por lo del cura, luego viendo que Jacinto Castañer no había sido ejecutado,
sospeché del cambio de expedientes.
Eulalia mujer de Jacinto, se fue a trabajar
a una casa de comidas, en la calle Hernán Cortés junto a
En las visitas, había una sala, con una
malla; a un lado los presos y al otro los familiares, yo oía aun sin querer sus
conversaciones; estos jefes le pedían acostarse con ella para salvarlo. Ella le
pedía consejo a Jacinto, si debía acceder, la respuesta de él siempre era la
misma: Haz lo que puedas por mí, que todo te lo perdonaré.
No quiero cometer el error, de pensar que
ocurrió lo que no ví, ni de culparla por luchar por
la vida de los suyos. Pero pienso en la bajeza moral, de esos jefes, defensores
de la espiritualidad de Occidente, que no dudaron en matar para satisfacer sus
más bajos instintos.
Capítulo XII. El río de la vida.
El regreso fue rápido y en silencio, al
pasar por Aguaviva pasamos a recoger a mis dos nietas, Alba (6 años) y Ana (3
años) que se habían quedado allí con sus otros abuelos. Mirándolas los
pensamientos fluyeron de nuevo; corría el año 1996, llevábamos 20 años de
democracia, se habían aprobado leyes como las del divorcio y el aborto, muchos
de los jóvenes como mi hijo no se acordaban de Franco. Los cuarenta años según
ellos de paz, según nosotros de rabia o llanto, pasaron y ahora solo eran
recuerdos en blanco y negro.
Mi hija estudió de mayor pero con 32 años
casi terminaba la carrera de Medicina, a mi hijo le faltaban unas asignaturas
para ingeniería química, y mi yerno, ya Ingeniero Técnico, había terminado
Entonces en un momento de ilusión imagine
que a la larga habíamos ganado la guerra, la libertad, los estudios, la
democracia de nuevo. Pero fue una imagen fugaz, quizás, pensé, la ganamos para
ellos, pero nosotros once años cuando estalló la guerra, trece cuando terminó,
dieciocho cuando fusilaron a mi padre; perdimos demasiado. Pero los ganadores
fueron incapaces de ver, que el río de la vida va, y un día vuelve a su curso,
por muchas presas que se le pongan a su paso.
Los
protagonistas del viaje, de izquierda a derecha, mi hijo Abel, yo Avelino, mi
mujer Pilar y mi amigo Francisco.