CÓMO
IMPLANTAMOS EL COMUNISMO LIBERTARIO EN MAS DE LAS MATAS (BAJO-ARAGÓN)
Macario Royo
Editorial
Iniciales. Barcelona. 1934
Este pueblo, compuesto por unos tres mil habitantes,
es completamente agrícola y posee bastante regadío por lo cual se cosecha de
casi todo lo preciso para la alimentación.
La propiedad está muy repartida; puede
decirse que no hay un solo vecino que no posea algo de tierra. Unos tienen más
que otros, pero todos trabajan diariamente. Algunos de los que poseen poca
tierra viven de lo que ella les produce y de algunos jornales ayudándoles a los
que poseen más tierra; pero éstos son pocos, la mayoría viven independientes
trabajando sus tierras, que les producen lo suficiente para cubrir sus
necesidades.
Es un pueblo que vive relativamente bien,
por lo menos el hambre no existe. Por lo cual todas las luchas siempre han sido
por la libertad –pero no por esa libertad que solo lo es para el partido que gobierna,
sino por la libertad completa para todos.
En 1911 se organizó una sociedad
republicana. Había entonces unos cuantos hombres que se llamaban republicanos;
pero sin ellos saberlo, sus aspiraciones eran casi anarquistas.
Aquellos hombres que constituyeron el Centro
Republicano fueron verdaderos luchadores y jamás se dieron por vencidos. Desde
hace más de cien años ha existido un cacicato hereditario sucediéndose de
padres a hijos. Entre los caciques y el cura sostuvieron una lucha sin descanso
contra el Centro Republicano. Los republicanos eran una minoría muy pequeña en
el pueblo; pero con tal entusiasmo que, aún durante
En 1920, después de cuatro años de ausencia,
fui al pueblo a pasar una temporada con mi familia. El mismo día que llegué a
casa de mi padre, por la noche, ya vinieron unos cuantos socios del Centro para
que fuese con ellos a su domicilio social. Les advertí que mis ideas no eran
políticas y que, siendo republicano el Centro, ello podría motivar discordia
entre ellos mismos. A lo que respondieron que no ocurriría tal cosa, pues si
ellos se llamaban republicanos era porque les parecía que con una buena
república se viviría feliz, y que, además no conocían otro ideal mejor; pero
que habían principiado a simpatizar con los sindicatos únicos y al saber que yo
era de
En aquellos momentos me acordé de este
escrito de Malatesta: “Cuando un anarquista va a una población donde no hay
organización obrera y sí algún centro republicano, no debe tener inconveniente
en ir con los republicanos, porque entre ellos han de encontrarse los más
pobres y los que más sienten los ideales de libertad y justicia (Malatesta se
refería a los países no regidos por república). Lo que debe tener en cuenta el
anarquista al entrar en un centro republicano, es salir después siendo
anarquista; que no se convierta en republicano, sino procurar que los
republicanos lleguen a hacerse anarquistas”. Y con este recuerdo de Malatesta y
mi propósito firme y decidido de ser consecuente con el ideal anarquista, fui con
los republicanos.
Ya en su centro, hube de dirigirles la
palabra, todos sentían deseos de conocer el funcionamiento de los sindicatos,
sus aspiraciones y finalidad, o sea lo que era el comunismo libertario. Les
expliqué todo lo que yo conocía, que no era mucho por cierto en aquella época,
y les fui proporcionando folletos y libros, que les enseñaban lo que es el
ideal comunista libertario. También les indiqué la conveniencia de que el
Centro se suscribiera a los periódicos confederales.
Con tal propaganda pronto se llegó a lo que
yo había supuesto. Pues en el mismo Centro republicano se constituyó un grupo
anarquista. Mi permanencia en el pueblo fue breve, pero el grupo de
simpatizantes del anarquismo allí quedó propagado el ideal libertario.
Transcurrieron varios años, y a pesar de los
esfuerzos del grupo propagando el ideal, su progreso no fue mucho. Las
circunstancias no eran propicias a tal progreso.
Al proclamarse
Por todos esto y aquellos matonescos
discursos de Azaña, en los que llamaba “bandidos con carnet” a los hombres que
luchaban por la libertad y la verdadera justicia, el ambiente del Centro
republicano fue cambiando de tal forma que pronto llegó éste a convertirse en
centro de simpatizantes del comunismo libertario.
Cuanto más se esforzaba Azaña en hacer creer
que
Puede decirse que desde entonces quedó la
política deshecha en el Centro, y hasta también en el pueblo, pues desde la
creación del Sindicato Único nadie se atrevió a hacer propaganda política más
que dentro de la iglesia.
Y no era que el sindicato fuese muy numeroso
–lo componíamos unos 50 ó 60- sino que el pueblo había perdido toda esperanza en
la política y la odiaba; convencidos al fin, de que la política solo sirve para
engañar y saquear al que trabaja. Toda la simpatía y la esperanza la pusieron
en el comunismo libertario.
Con ese convencimiento, es esperado con gran
deseo el día de la transformación social. Y, al fin, creyeron que llegaba el
deseado día.
El 8 de diciembre de 1933, los que estaban
al frente del sindicato, por mediación del Comité comarcal, recibieron orden
del Comité Revolucionario Nacional de que el
Los que recibieron la orden avisaron a los
que merecían más confianza, perteneciesen o no al Sindicato; acordando entre
todos salir a la calle aquella misma noche y hacer lo que creyeron que harían,
en el resto de España, otros militantes de
A la hora fijada por el Comité Nacional,
unos revolucionarios cortaron el teléfono, apagaron la luz y sitiaron el
cuartel de la guardia civil y la fonda “La Única” donde también había guardias.
Mientras tanto, otros revolucionarios principiaron a desarmar a los
reaccionarios. Como en los pueblos se sabe todo, sabían quiénes tenían armas,
por ser reaccionarios o cazadores. As que pistolas y escopetas fueron recogidas
por los revolucionarios.
De cuatro a cinco de la madrugada, entre los
revolucionarios surgió discrepancia sobre los medios a emplear para tomar el
cuartel, si asaltarlo violentamente o esperar a que se hiciese de día e invitar
a los guardias a que se entregaran por las buenas. Entonces determinaron
consultarme. Vinieron a buscarme a casa y salí con ellos a la calle. Me
impusieron sobre la situación y me indicaron sus deseos de que dirigiera el
movimiento.
Ante aquella situación, no pude negarme al
requerimiento que se me hacía y acepté, a pesar de no haber creído nunca que la
revolución social puede hacerse por medio de una orden, aunque sea nacional el
comité que la de. Y es porque una organización obrera no tiene ni puede tenerla
una disciplina militarista; de aquí que nunca se responda con la uniformidad
que se precisa para triunfar por la violencia. Pero es mi propósito aquí
limitarme a la narración escueta de los hechos y me abstengo, en lo posible, de
enjuiciarlos por ahora.
Producto de mi propaganda, se tenía puesta
en mi cierta confianza de que con las soluciones que yo aportara se evitaría
víctimas, y creí que no debía negarme –como ya he indicado- a orientar el
movimiento.
Fui con los revolucionarios al Centro societario
(en el Centro Republicano estaba el Sindicato Único, una escuela racionalista y
una agrupación de jóvenes llamada Ateneo Libertario) y de allí fuimos a la
plaza de
Los revolucionarios pensaron que no podría
estar mucho tiempo allí, debido a que el tiempo estaba lluvioso y frío.
Entretanto, otro grupo que iba haciendo el desarme había ido a casa del segundo
alcalde, y este –que siempre ha sido un verdadero reaccionario- contestó con
cuatro tiros.
Los cuatro disparos hechos, desde una
ventana de su casa, por el primer teniente de alcalde no hicieron blanco, pero
alarmaron al pueblo. Rápidamente salieron a la calle los guardias del cuartel y
los de la fonda, disparando sus fusiles contra los revolucionarios, pero al
darse cuenta de que estaban sitiados por los revolucionarios, retrocedieron
cada uno a su sitio. Quedando el pueblo nuevamente en silencio.
Mientras se desarrollaban estos acontecimientos,
la noche fue pasando y amaneció el día. Como de costumbre, los vecinos fueron
abriendo sus puertas, y conforme iban enterándose de que había estallado la
revolución social, se sumaban al movimiento.
Ya estaba el pueblo en la calle, cuando se
presenta el alcalde acompañado de varios concejales, manifestando a los
revolucionarios que se entregaban y que estaban dispuestos a ir al cuartel, a
ver si querían entregarse también los guardias, con el fin de evitar víctimas
de un lado y otro.
Esta actitud del alcalde y de los concejales
fue bien acogida por los revolucionarios presentes y marcharon todos hacia el
cuartel de los guardias. El alcalde y los concejales entraron y el pueblo,
vigilando siempre, quedó a cierta distancia. Después de parlamentar con los
guardias, salieron el alcalde y los concejales informando que los guardias no
estaban dispuestos a entregarse si no lo ordenaba el cabo –el cual, con cuatro
guardias más, se encontraba en la fonda.
Allí se dirigieron las autoridades
municipales. Mientras los munícipes parlamentaban con el cabo, casi todos los
hombres del pueblo nos encontrábamos en la calle esperando la determinación de
los guardias. Empezaba ya a manifestarse la impaciencia entre los
revolucionarios, cuando apareció el alcalde manifestando a los revolucionarios
que el cabo exigía mi presencia para condicionar su rendimiento.
Sin pérdida de tiempo y sin consultar con
nadie, ya que los momentos eran críticos para todos, subí a la fonda acompañado
del alcalde. Al llegar, en un pasillo o rellano se encontraban el cabo y los
demás guardias empuñando sus fusiles y con las pistolas en la cintura. El cabo
me habló:
-
Mire, si me
responde de nuestras vidas, nos entregaremos; pero si no, morir por morir,
preferimos morir matando.
-
Se responderá
de las vidas de ustedes –respondí-.
-
Por desgracia
–contestó el cabo- nosotros ya tenemos una víctima, en el tiroteo de esta
mañana un guardia ha resultado herido de bala en un brazo.
-
Lo siento
–dije.
Y
para dar de ello prueba, me dirigí a los presentes –entre los que se hallaba
también el dueño de la fonda- preguntando si habían ido a llamar al médico. Y
como se me respondiera negativamente, dije a uno de los concejales que fuese a
buscar al médico, y si oponía algún reparo, le dijese que lo llamaba yo. El
médico vino enseguida.
El cabo continuaba receloso para entregar
las armas, preguntándome si el Comité revolucionario y el pueblo respetaría su
vida y la de sus compañeros. Yo, con el fin de ahuyentar todo recelo, afirmé de
nuevo:
-
El Comité
revolucionario responde. En cuanto al pueblo, pronto oiréis su palabra.
Y
dirigiéndome al dueño de la fonda le dije:
-
Abra el
balcón y le hablaré al pueblo.
Mientras
el dueño de la fonda realizaba esta operación, el cabo y los demás guardias me
decían que ellos estaban dispuestos a trabajar en lo que cada uno supiera y pudiese,
para vivir de su trabajo igual que hiciésemos nosotros. El cabo dijo que había
sido barbero, un guardia carpintero, y así sucesivamente todos indicaron el
oficio o especialidad que cada cual tenía, para que desde aquel momento se les
considerara ya como productores.
Abierto el balcón, salí e informé al pueblo
de nuestro parlamento, siendo aprobadas mis palabras. Y para demostrar a los
guardias los sentimientos humanitarios y la firmeza del pueblo para
defenderlos, continué mi discurso diciendo:
-
Puesto que no
hemos tenido víctimas y los guardias están dispuestos a trabajar cada uno en lo
que sepa y pueda, para vivir de su trabajo igual que hagamos nosotros,
¿respondéis que serán respetadas sus vidas?
Un
sí unánime fue la contestación del pueblo. Y los guardias, que escuchaban a mi
espalda, ya no dudaron más. El cabo fue el primero que entregó su fusil al
pueblo por el balcón, que no era muy alto; imitándole los demás guardias.
Seguidamente subieron unos cuantos revolucionarios para hacerse cargo de las
pistolas y municiones.
Los
guardias del cuartel habían manifestado que sin la orden del cabo no se
entregarían; por lo tanto, era preciso que el cabo fuese a darles dicha orden.
Pero el cabo, a pesar de las manifestaciones humanitarias oidas de boca del
pueblo, temía alguna agresión y me dijo que si yo no le acompañaba, él no se
atrevía a salir a la calle. Como tengo dicho, yo estaba dispuesto a todo con
tal de evitar víctimas. Era preciso que no se vertiera sangre y accedí
acompañarle, indicándole que no tuviese miedo, que nada malo le ocurriría.
Por fin se decidieron el cabo y los guardias
a ir al cuartel, rogándome que, al salir, advirtiese al pueblo que si aún
continuaban vistiendo uniforme era porque no tenían otra ropa. Les prometí
hacerlo y salimos a la calle, acompañados del alcalde y de los concejales. Ya
afuera, me dirigí a los revolucionarios.
- Compañeros: ahora vamos
al cuartel para que se entreguen los guardias que hay allí. Espero de vuestros
buenos sentimientos no insultareis de forma alguna a los guardias que me
acompañan, pues si aun siguen vistiendo el uniforme es porque en estos momentos
carecen de otra ropa.
Echamos
a andar por la calle Galán y García Hernández y plaza del Pilar, pasando por
entre los revolucionarios –que lo eran casi todo el pueblo- sin que nadie
dirigiera el menor insulto ni palabra que pudiese molestar a los guardias que
me acompañaban ni a nadie.
Llegamos
al cuartel, entrando el cabo primero. Los guardias, con las armas en las manos,
estaban parapetados junto a la puerta. El cabo ordenó:
-
Bajad las armas y entregarlas a los revolucionarios.
Entonces yo, que
había oído la orden desde afuera, penetré, siguiéndome el alcalde y los
concejales.
A pesar de la orden del cabo, los guardias
titubeaban en decidirse a entregar las armas. Hube de repetirles casi igual que
a los otros guardias:
- Para bien de ustedes y del pueblo, conviene que
se entreguen a las buenas.
No vacilaron más los guardias y entregaron
las armas. La mujer de un guardia se echó a llorar, diciendo entre sollozos y
suspiros:
- ¡
Por Dios, no los maten! ¡No nos hagan nada!.
Yo nunca he pensado matar a nadie ni causar
daño a ningún ser, menos podría pensarlo en aquellos momentos en que la
sociedad capitalista, con sus ruindades, atropellos e injusticias, desaparecía
dejando paso libre a la nueva sociedad, en la cual no habría hambre para unos
-precisamente es que todo lo producen- y hartaz para otros: el comunismo
libertario.
Los revolucionarios penetraron en el cuartel
a recoger las armas que los guardias entregaban; haciendo seguidamente un
registro en todo el local para cerciorarse de que los guardias lo habían
entregado todo, comprobando que no quedaba oculta ninguna arma.
Una vez desarmados todos los guardias, les
dije si querían ir a comer a la fonda, como tuviesen por costumbre, o quedarse
en el cuartel; y de no tener comida allí, que fuesen a buscar a las tiendas
cuanto precisaran. Nosotros, les firmé, no queremos que nadie pase hambre, ni
los que siempre han sido nuestros amigos ni los que hasta ahora habían sido nuestros
enemigos.
Los guardias determinaron quedarse en el
cuartel, tranquilizados ya al parecer; incluso la mujer había dejado de llorar,
al comprobar que los demás revolucionarios opinaban como yo, que no debía haber
venganzas.
Desde el cuartel me dirigí a Casa de
Por encima de aquella hoguera, que estaba
purificando lo que hasta entonces había justificado la existencia de la
sociedad capitalista, fue proclamado el municipio libre e instaurado el
comunismo libertario.
Inmediatamente fue publicado el siguiente
bando:
“Por orden del comité revolucionario,
cuantos tengan armas y municiones, y no se hayan sumado a la revolución,
procederán a su inmediata entrega. El que no lo haga sufrirá las
consecuencias”.
Todos los que no habían sido desarmados por
los revolucionarios, por descuido o por ignorar que poseían armas, acudieron
rápidamente a entregarlas.
Desde las primeras horas de la madrugada, se
había establecido una guardia de vigilancia en todas las entradas del pueblo, y
se habían levantado barricadas en las carreteras y caminos por donde pudiesen
venir fuerzas enemigas. Como los grupos que formaron las primeras guardias
llevaban ya varias horas en sus puestos, era preciso relevarlos. Bastó que
alguien lo insinuara para que todos los que se habían sumado a la revolución se
ofrecieran para realizar el relevo. Pronto quedó la vigilancia organizada de
forma que cada dos horas se hacía el relevo, para evitar que alguno quedase
helado, pues el tiempo era muy frío y húmedo.
A principios de la tarde se organizó una
manifestación que recorrió todo el pueblo cantando canciones libertarias y
dando vivas a la revolución y al comunismo libertario.
Al
final de la manifestación, el pueblo quedó reunido en la plaza de
A lo primero que precedió la asamblea fue a
nombrar un comité revolucionario administrativo. Hubo quien propuso que solo lo
formasen miembros del Sindicato Único. Entonces intervine manifestando que el
Comité debería estar compuesto por hombres de buena voluntad y que merecieran
la confianza de todos, sin fijarse en que perteneciesen o no al Sindicato; pues
éste ya había terminado su misión y ahora la representación había de salir del
pueblo revolucionario. Todos estuvieron conformes y el Comité quedó nombrado.
Después se acordó organizarse todos
voluntariamente en grupos de a diez y que cada grupo nombrase un delegado, los
cuales habían de reunirse con el comité; y así, entre todos, tomar los acuerdos
y determinaciones que se creyeran más conveniente, recayendo de esta forma en
todos la responsabilidad de los aciertos o de los errores.
En pocos minutos se organizaron los grupos y
nombraron sus delegados; reuniéndonos -¡por primera vez!- los verdaderos
representantes del pueblo. Aquel “Gobierno” estaba formado por un solo Partido:
el PRODUCTOR, y representaba a una sola clase:
Los “grupos de defensa” estaban formados por
hombres que hasta entonces se habían manifestado de ideas distintas entre sí:
anarquistas, socialistas, radicales socialistas, azañistas y varios istas más.
Estos grupos armados hacían la guardia relevándose cada dos horas, lo que
imposibilitaba que el enemigo del exterior nos pudiese sorprender
desprevenidos. Del enemigo interior no había que preocuparse, por no haberlo.
Otro de los acuerdos de la asamblea fue que
en el nuevo régimen no hubiese guardia permanente, sino que todos fuésemos al
mismo tiempo productores y guardianes; esto último si era preciso. De no haber
quien se negase a trabajar, sobrarían los guardianes; pero de haber quien,
pudiendo, no trabajarse y quisiera vivir apoderándose de los productos de los
otros, entonces se establecería una guardia en los almacenes generales; pero la
habrían todos los grupos, relevándose cada día o cada semana y por turno, para
que nadie se acostumbrara a no trabajar ni se creyera superior a los demás.
Este acuerdo fue tomado por entender la
asamblea que nadie está obligado a mantener a un semejante que se encuentre con
salid y la edad precisa para trabajar. Si tenían el derecho a consumir, era
preciso que tuviesen también el mismo deber de producir.
Estructurada
ya la marcha a seguir del pueblo, algunos camaradas insinuaron la conveniencia
de tomar precauciones. Como la noche se aproximaba, muchos opinaron que se
debía detener a los guardias, al cura y a unos cuantos destacados
reaccionarios.
Yo
no era partidario de ello.
-
Que pueden reaccionar por la noche –decían muchos.
- Si cuando estaban armados –les contestaba- apenas
opusieron resistencia para entregarnos las armas, ¿cómo van a reaccionar ahora,
desarmados y sabiendo que las armas están en nuestro poder?
Yo
no podía oponerme a la voluntad de la mayoría y pronto marcharon tres grupos,
uno a detener a los guardias, otro a los curas y el otro a unos cuantos
reaccionarios. De momento, los detenidos fueron conducidos al Centro
Societario, convertido en Centro Social, mientras se determinaba el sitio donde
se les había de encerrar.
Los
guardias fueron los primeros detenidos que llegaron al Centro. Deseguida el
cabo solicitó hablar conmigo. Una vez en su presencia, me dijo:
- Nosotros no vamos a hacer nada contra el nuevo
régimen ni nada que pueda perjudicar a ustedes pero si creen que, para mayor
tranquilidad de todos, es mejor que estemos detenidos, por nuestra parte,
conformes. Y ahora, nos permitan tomar café, por tomar algo caliente, pues en
todo el día no hemos comido nada.
-
¿Pero no les dije esta mañana –le respondí- que si no tenían comida en el
cuartel, que fueran a buscarla, pues nosotros queremos que nadie pase hambre?
- Sí
–adujo el cabo, -pero por no pedir nada, hemos pasado el día sin comer.
Les
indiqué que se sentaran y que tomaran lo que quisieran. Todos tomaron café,
algunos con copa, que les fue servido por el conserje de
- ¡Ojalá –exclamó el cabo- triunfe en toda España
el régimen que ustedes han implantado hoy aquí! Pero en caso de no triunfar, en
lo que dependa de nosotros, cuenten con que en este pueblo no habrá represión[1].
Nunca nos habíamos imaginado que tuviesen ustedes sentimientos tan humanos y
que nos hubiesen de dar tan buen tratamiento.
Al terminar el cabo de hablar, un compañero
se disponía a hacer algunas comparaciones entre los sentimientos de los
guardias y los nuestros; pero se reconoció que no era noble hacerlo en aquellos
momentos, en que los guardias estaban reducidos a inferioridad.
Fueron llegando más detenidos; entre ellos
el secretario del ayuntamiento y el del juzgado. Se acordó que la secretaría de
Reuniéndose los guardias, los curas, unos
cuantos reaccionarios y caciques y el secretario del ayuntamiento. El
secretario del juzgado fue puesto en libertad por haberme manifestado que tenía
a su mujer embarazada y pedido por favor que le dejara permanecer en casa; a lo
que accedí, dándome las gracias al marchar. A los detenidos se les llevó estufa
y leña para que tuvieran fuego toda la noche. Se les permitió también que les
llevaran colchones y comida; en fin, todo lo que pudiera contribuir a evitar
sufrimiento.
Con ello éramos consecuentes con nuestras
ideas, demostrando con el ejemplo la diferencia entre los procedimientos
empleados por nosotros y los empleados por todos los autoritarios.
A mitad de la mañana, comenzaron a llegarnos
noticias de que en los pueblos más importantes de las dos comarcales del
Bajo-Aragón habían cumplido también la orden dada por el Comité Revolucionario
Nacional ¿Habrán hecho lo mismo en el resto de España?, nos preguntábamos todos
con ansiedad.
A la hora acostumbrada llegaron los
autos-correos de Morella, Castellote y
Como todo estaba en nuestras manos,
inutilizados todas las radios, dejando solo una; encargándose dos compañeros de
su custodia y de ir transmitiendo las noticias del exterior al Comité
revolucionario.
De once a doce aún no funcionaba la radio
como de costumbre, e ignorábase la causa. Esto causó un entusiasmo
indescriptible en todos. ¡Habrán –pensábamos- respondido todas las Regionales!
¡Los revolucionarios se habrán apoderado ya de las centrales de radio de Madrid
y Barcelona! Y con toda la fuerza de los pulmones y todo el entusiasmo que
había en los corazones, la multitud que había en
Pero poco duró aquella alegría, aquella
satisfacción de pensar que en todas partes habría estallado el movimiento
revolucionario; pues desde las doce la radio principió a dar noticias de todas
partes: Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Bilbao, San Sebastián y otras
capitales. ¡Pero qué noticias! Todo era teatro, música, baile y otras
diversiones. Solo de Zaragoza, Logroño y algunas otras poblaciones informaba de
haber habido un intento de revolución.
Estas noticias nos hicieron pensar que el
movimiento estaba perdido. Por lo que se oía, solo
A las dos de la tarde llegó el auto-correo
de Alcañiz con la correspondencia de Madrid, Zaragoza y Barcelona. Esto nos
demostró que la revolución no había estallado en toda España; pues de haber
estallado, no llegarían la correspondencia ni autos. Nosotros dejábamos entrar
a todo auto, pero no salir, en precaución de que alguien pudiera perjudicar el
movimiento.
Sobre las seis de la tarde, llegó de
Barcelona uno que, con un camión, se dedica al transporte; quien nos informó de
que en Barcelona todo estaba tranquilo. Lo que vino a corroborar nuestras
anteriores noticias de que el movimiento había fracasado. Ya no cabía duda.
Los ánimos fueron decayendo. En vista de la
situación tan crítica que se nos presentaba, se reunió el comité revolucionario
y los delegados de grupo. Expuesta la situación, unánimemente opinamos que, no
habiendo respondido más que una de las Regionales que integran
Había transcurrido poco tiempo desde la
terminación de la asamblea, y hacia las nueve o diez de la noche, cuando el
centinela de la radio nos comunicó estas noticias que daba el aparato: “El
movimiento revolucionario estallado en Aragón ha sido sofocado en muchos
pueblos; solo restan los del Bajo-Aragón, a los que ya se ha enviado fuerzas de
Tarragona y Castellón para sofocarlo”.
Al mismo tiempo, otro de los compañeros de
guardia en la carretera del este, que viene de Alcañiz, y otra que empalma con
ésta, que viene de Morella, me informó de que por la carretera se veían venir
cuatro camiones o autos a gran velocidad, llevando grandes focos; que
probablemente serían las fuerzas del gobierno, que no tardarían en llegar.
La situación amenazaba ser trágica. Tanto
las mujeres como los hombres del pueblo, desde media tarde en adelante –aunque
Azaña no estaba en el Poder, -pensaban en Casas Viejas.
-
¡Otra tragedia!- decían muchos. Y hasta había quien
decía:
-
Nosotros hemos sido todo lo humanitarios posible con
los guardias, pero los que vengan no lo serán con nosotros.
Al
atardecer, a pesar de las precauciones tomadas para no extender las malas
noticias que íbamos recibiendo ya comenzó a saberse en todo el pueblo que el
movimiento había fracasado por no haber respondido toda españa. Entre las
mujeres, que por sus sentidos especiales parece que auguran las tragedias más
pronto que los hombres, se notaba cierta tristeza. Algunas se mostraban
temerosas de lo que pudiera ocurrirles a sus maridos, hijos, padres o hermanos
y exclamaban:
-
¡Vendrán las
fuerzas del gobierno y os matarán!¿O quién sabe, tal vez nos maten a todos.
En estas exclamaciones se encierra toda la
justicia que los pueblos esperan de los gobiernos: la miseria, por la
explotación del hombre por el hombre; el atropello gubernamental para los que
se deciden a luchar contra los privilegios; y la muerte para todo el que se
determine a implantar una sociedad donde impere la verdadera libertad, la
verdadera igualdad y la verdadera justicia.
Pero a pesar de estos temores, los hombres
no se quedaron en casa; por la noche, a la hora en que se recibieron las
últimas noticias, los que estaban de guardia, estaban en el Centro Societario.
Yo, ya que las circunstancias me habían colocado en el lugar de más
responsabilidad ante todos, informé en voz alta:
-
Compañeros,
las noticias que tenemos son que el movimiento solo ha estallado en Aragón y
alguna otra población de poca importancia; que el gobierno ha mandado fuerzas
para sofocar el movimiento en estos pueblos del Bajo Aragón; que por la
carretera, por la parte de
Antes de terminar de hablar, ya se había
iniciado un gran desfile en
Yo también salí. Ya en la calle, me reuní
con dos compañeros que habían salido al mismo tiempo.
-
¿Nos
marchamos?- dijo uno.
-
¿A dónde?-
respondí.
-
A donde sea,
el caso es marchar- adujo otro.
Los tres nos dirigimos a
¿Vamos
a casa –pensamos- a por dinero para el viaje? Y si está la familia, ¿qué le
vamos a decir? Tal vez comiencen a llorar y quién sabe lo que pueda ocurrir.
Mejor es que nos marchemos ahora. Y salimos los tres del pueblo.
Ya en el monte, hicimos recuento de fondos.
Yo llevaba unas dos pesetas; otro seis, y el otro treinta. Con tan poco dinero,
¿a dónde vamos? Hénos aquí, a nosotros, que aquella mañana habíamos abolido la
maldita moneda y a las once de la noche del mismo día nos encontrábamos en el
monte con la gran preocupación de la falta de moneda.
Al fin encontramos la solución. Nos
dirigimos hacia Morella. Forzosamente habíamos de pasar por algunas masías y
poblados donde teníamos algunos conocidos. Por la pequeñez de estos pueblos,
suponíamos que habría tranquilidad completa. Entramos en un pueblecito y un
buen amigo nos prestó cien pesetas, con las que pudimos hacer el viaje. Fuimos
a pie hasta Morella, de allí a Vinaroz, en un auto de viajeros; allí tomamos el
tren hasta Barcelona, desde donde pasamos a Francia.
Por el relato que acabamos de hacer del movimiento
en Mas de las Matas, al lector le será fácil juzgar sobre la justicia que allí
se hizo. No hubo venganzas de ninguna clase. Ni un desmán, ni un insulto
dirigido a alguien. El pueblo, por su propia voluntad, se oorganizó en nuevo
sistema de vida, en una nueva convivencia social. Su sola justicia social
consistió en quemar todo lo que había en los archivos, que era lo que, según la
opinión del pueblo perjudicaba a todospor residir allí la causa de malestar
social que se deriva de la propiedad privada, de la propiedad de los medios de
trabajo y del producto de éste en beneficio de los holgazanes. Pero, a pesar de
lo malos que el régimen burgués, pudiera hacer a los hombres, nadie pensó en
hacer daño a ningún ser.
Pero la justicia histórica no es lo mismo.
Para sofocar el movimiento revolucionario, para “restablecer el orden (¿) en
Mas de las Matas, el gobierno envió ciento cincuenta guardias civiles, quienes,
de seguida que llegaron comenzaron a hacer detenciones y registros
domiciliarios, llegando a detener hasta unos ciento treinta, entre ellos hasta
niños y ancianos; los cuales siguen aun detenidos y procesados, esperando la
determinación de los tribunales de urgencia. Se les pide varios años de
presidio y cinco mil pesetas de multa a cada uno.
He sabido que en mi domicilio hicieron
cuatro registros; tres sin haber nadie en casa y uno estando mi compañera,
llevándose los guardias un cartel de
Compárese una y otra justicia y se verá la
gran diferencia que existe. Compárese el trato que los revolucionarios dieron a
los detenidos, solo por precaución, con el trato que están dando las
autoridades a los revolucionarios detenidos, a los que se maltrata de palabra y
de obra. A uno lo llamaron al cuartel para interrogarle y la guardia civil que
fue a “restablecer el orden” le dieron una tal paliza que, según me han
escrito, ha estado varios días en cama con bastante fiebre.
Los detenidos están repartidos en varias
cárceles de Partido judicial: Castellote, Montalbán, Calamocha, Alcañiz y
algunos en el mismo pueblo. Como de otros pueblos de la misma provincia también
hay muchos detenidos y las cárceles son pequeñas y antihigiénicas, todos están
expuestos a perecer de cualquier infección. En fin, un trato unas
consideraciones peores que de bestia.
Desearía que todos los plumíferos de la
prensa burguesa y algunos de la que se dice obrera, se tomaran la molestia de
leer este fiel relato de lo ocurridos en Mas de las Matas, para ver si se
convencían de que todos esos artículos que han escrito en contra de los
revolucionarios anarquistas, acusándoles de salvajes, violentadores y de todo
lo malo que en sus miserables mentes han podido concebir, todo ha sido una
insensata y pura calumnia. Todo por conveniencia de partido o de clase, pues de
sobra se sabe que los anarquistas, espíritus comprensivos y humanos, no cometen
esos atropellos, esos desmanes que se les atribuye.
Si e algún pueblo ha habido desmanes, hay
que tener en cuenta que siempre hay seres degenerados que procuran pescar en
río revuelto. También hay quien se dice anarquista, esta mala hierba crece en
todos los campos, cuyo ideal no es más que el medro personal.
Luego, nada tiene de extraño la existencia
de individuos que, con fines inconfesables, se inmiscuyen en los movimientos
revolucionarios. Con estos individuos, los anarquistas nada tenemos que ver.
Mucho se ha escrito sobre la posibilidad o
no de implantar en España el comunismo libertario. Negar la posibilidad de
instaurar este régimen es absurdo. En todos los movimientos habidos desde la
implantación de la república de la pequeña burguesía, los pueblos que han
tomado parte han implantado el comunismo libertario. Solo hace falta, pues,
decisión y coordinación en los movimientos.
E solo hecho de que en todos los pueblos de
España que ha llegado a triunfar el movimiento se haya implantado el comunismo
libertario, demuestra claramente que el ambiente y el anhelo del pueblo español
es netamente libertario.
A los militantes de
Pero ha de tenerse muy en cuenta que la
revolución no se hará por medio de una orden de comité alguno. “La revolución
social se hará en medio de una crisis industrial muy grande”. Hace muchos años
que Kropotkin escribió estas palabras y hoy comprobamos que tenía razón.
La crisis industrial, provocada por el
progreso de la maquinaria en todos el mundo, es inevitable. La hecatombe
económica está próxima y con ella la descomposición de todos los partidos
políticos, lo que es indispensable para el triunfo de la revolución social.
Pero para que la revolución triunfe y, sobre
todo, poderla sostener, o sea evitar la contrarrevolución, es preciso que
hagamos primeramente mucha propaganda anarquista, pero sin confusionismo de
ninguna clase. Hay que hacer comprender al pueblo lo que es o lo que será el
comunismo libertario; para cuando llegue el caso, al ser muchos los que lo comprendan
y deseen, menos serán los que se opongan, pues la mayoría de enemigos de
nuestras ideas lo son por ignorancia. Este es un factor muy importante para
sostener el nuevo régimen. Y esto hay que hacerlo deprisa, mucha propaganda y
organización.
En España, los partidos políticos están ya
casi descompuestos, a pesar del esfuerzo que cada uno hace por sostenerse a
sí mismo y al régimen capitalista que
los alimenta; pero como éste se derrumba, en su inevitable caída arrastrará
tras de sí a los partidos políticos. Y los momentos más favorables es preciso
aprovecharlos para nuestros fines.
La crisis de trabajo por un lado y los
acontecimientos políticos por otro, pueden servir de base para que el pueblo
productor se manifieste en la calle. Y así podría llegarse a la revolución sin
la orden de ningún comité, y en caso de darla, que sea dada cuando la mayor
parte del pueblo esté ya en la calle. De esta manera el triunfo será más
seguro, porque en vez de servir la orden como base del movimiento, servirá de
complemento del mismo. ¡Seamos sensatos, pues, camaradas!
París,
1933
[1] Efectivamente, tenemos noticias de que los
revolucionarios detenidos bajo su custodia son, relativamente, bien tratados.
Los maltratos han sido hechos por las fuerzas que han ido a someter al pueblo.