macario-royo.jpgCÓMO IMPLANTAMOS EL COMUNISMO LIBERTARIO EN MAS DE LAS MATAS (BAJO-ARAGÓN)

 

Macario Royo

 

 

 

Editorial Iniciales. Barcelona. 1934

 

 

Antecedentes del pueblo

 

Este pueblo, compuesto por unos tres mil habitantes, es completamente agrícola y posee bastante regadío por lo cual se cosecha de casi todo lo preciso para la alimentación.

    La propiedad está muy repartida; puede decirse que no hay un solo vecino que no posea algo de tierra. Unos tienen más que otros, pero todos trabajan diariamente. Algunos de los que poseen poca tierra viven de lo que ella les produce y de algunos jornales ayudándoles a los que poseen más tierra; pero éstos son pocos, la mayoría viven independientes trabajando sus tierras, que les producen lo suficiente para cubrir sus necesidades.

    Es un pueblo que vive relativamente bien, por lo menos el hambre no existe. Por lo cual todas las luchas siempre han sido por la libertad –pero no por esa libertad que solo lo es para el partido que gobierna, sino por la libertad completa para todos.

    En 1911 se organizó una sociedad republicana. Había entonces unos cuantos hombres que se llamaban republicanos; pero sin ellos saberlo, sus aspiraciones eran casi anarquistas.

    Aquellos hombres que constituyeron el Centro Republicano fueron verdaderos luchadores y jamás se dieron por vencidos. Desde hace más de cien años ha existido un cacicato hereditario sucediéndose de padres a hijos. Entre los caciques y el cura sostuvieron una lucha sin descanso contra el Centro Republicano. Los republicanos eran una minoría muy pequeña en el pueblo; pero con tal entusiasmo que, aún durante la Dictadura de Primo de Rivera, los curas y el cacique, por más que se esforzaron, no pudieron cerrar el centro, el cual llegó a ser el único que quedó abierto en toda la provincia de Teruel.

 

Propaganda libertaria

 

    En 1920, después de cuatro años de ausencia, fui al pueblo a pasar una temporada con mi familia. El mismo día que llegué a casa de mi padre, por la noche, ya vinieron unos cuantos socios del Centro para que fuese con ellos a su domicilio social. Les advertí que mis ideas no eran políticas y que, siendo republicano el Centro, ello podría motivar discordia entre ellos mismos. A lo que respondieron que no ocurriría tal cosa, pues si ellos se llamaban republicanos era porque les parecía que con una buena república se viviría feliz, y que, además no conocían otro ideal mejor; pero que habían principiado a simpatizar con los sindicatos únicos y al saber que yo era de la CNT, habían venido a invitarme a ir con ellos.

    En aquellos momentos me acordé de este escrito de Malatesta: “Cuando un anarquista va a una población donde no hay organización obrera y sí algún centro republicano, no debe tener inconveniente en ir con los republicanos, porque entre ellos han de encontrarse los más pobres y los que más sienten los ideales de libertad y justicia (Malatesta se refería a los países no regidos por república). Lo que debe tener en cuenta el anarquista al entrar en un centro republicano, es salir después siendo anarquista; que no se convierta en republicano, sino procurar que los republicanos lleguen a hacerse anarquistas”. Y con este recuerdo de Malatesta y mi propósito firme y decidido de ser consecuente con el ideal anarquista, fui con los republicanos.

    Ya en su centro, hube de dirigirles la palabra, todos sentían deseos de conocer el funcionamiento de los sindicatos, sus aspiraciones y finalidad, o sea lo que era el comunismo libertario. Les expliqué todo lo que yo conocía, que no era mucho por cierto en aquella época, y les fui proporcionando folletos y libros, que les enseñaban lo que es el ideal comunista libertario. También les indiqué la conveniencia de que el Centro se suscribiera a los periódicos confederales.

    Con tal propaganda pronto se llegó a lo que yo había supuesto. Pues en el mismo Centro republicano se constituyó un grupo anarquista. Mi permanencia en el pueblo fue breve, pero el grupo de simpatizantes del anarquismo allí quedó propagado el ideal libertario.

    Transcurrieron varios años, y a pesar de los esfuerzos del grupo propagando el ideal, su progreso no fue mucho. Las circunstancias no eran propicias a tal progreso.

    Al proclamarse la República, el número de socios aumentó bastante. Como en muchas partes, la clase pobre y media del pueblo creyeron que su situación mejoraría con la República. Los jornaleros creyeron que ya no les faltaría el jornal y se les retribuiría lo suficiente y la clase media pensó que suprimiendo la paga del clero y de la casa real –y otras pagas más que los hombres de la república, en sus propagandas electorales habían prometido suprimir-, siendo rebajadas las contribuciones y suprimiendo ciertos impuestos vivirían mejor que con la monarquía. Pero, como estamos viendo, todos se equivocaron: las tributaciones y los gastos del estado ha aumentado y la crisis económica se agudiza cada día más. La persecución estatal contra los obreros rebeldes es también más cruenta.

    Por todos esto y aquellos matonescos discursos de Azaña, en los que llamaba “bandidos con carnet” a los hombres que luchaban por la libertad y la verdadera justicia, el ambiente del Centro republicano fue cambiando de tal forma que pronto llegó éste a convertirse en centro de simpatizantes del comunismo libertario.

    Cuanto más se esforzaba Azaña en hacer creer que la CNT ya no existía, más empeño pusimos en organizar el Sindicato Único en el pueblo –el mismo empeño y entusiasmo había en todos los demás pueblos del Bajo Aragón-. Lo que desmiente las afirmaciones del jefe del Gobierno y demuestra que las aspiraciones de los pueblos no eran las que Azaña y su gobierno imponían.

    Puede decirse que desde entonces quedó la política deshecha en el Centro, y hasta también en el pueblo, pues desde la creación del Sindicato Único nadie se atrevió a hacer propaganda política más que dentro de la iglesia.

    Y no era que el sindicato fuese muy numeroso –lo componíamos unos 50 ó 60- sino que el pueblo había perdido toda esperanza en la política y la odiaba; convencidos al fin, de que la política solo sirve para engañar y saquear al que trabaja. Toda la simpatía y la esperanza la pusieron en el comunismo libertario.

    Con ese convencimiento, es esperado con gran deseo el día de la transformación social. Y, al fin, creyeron que llegaba el deseado día.

    El 8 de diciembre de 1933, los que estaban al frente del sindicato, por mediación del Comité comarcal, recibieron orden del Comité Revolucionario Nacional de que el 9, a la una de la madrugada, estallaba la revolución en toda España y todos los sindicatos pertenecientes a la CNT debían responder a la misma hora.

    Los que recibieron la orden avisaron a los que merecían más confianza, perteneciesen o no al Sindicato; acordando entre todos salir a la calle aquella misma noche y hacer lo que creyeron que harían, en el resto de España, otros militantes de la CNT.

    A la hora fijada por el Comité Nacional, unos revolucionarios cortaron el teléfono, apagaron la luz y sitiaron el cuartel de la guardia civil y la fonda “La Única” donde también había guardias. Mientras tanto, otros revolucionarios principiaron a desarmar a los reaccionarios. Como en los pueblos se sabe todo, sabían quiénes tenían armas, por ser reaccionarios o cazadores. As que pistolas y escopetas fueron recogidas por los revolucionarios.

    De cuatro a cinco de la madrugada, entre los revolucionarios surgió discrepancia sobre los medios a emplear para tomar el cuartel, si asaltarlo violentamente o esperar a que se hiciese de día e invitar a los guardias a que se entregaran por las buenas. Entonces determinaron consultarme. Vinieron a buscarme a casa y salí con ellos a la calle. Me impusieron sobre la situación y me indicaron sus deseos de que dirigiera el movimiento.

    Ante aquella situación, no pude negarme al requerimiento que se me hacía y acepté, a pesar de no haber creído nunca que la revolución social puede hacerse por medio de una orden, aunque sea nacional el comité que la de. Y es porque una organización obrera no tiene ni puede tenerla una disciplina militarista; de aquí que nunca se responda con la uniformidad que se precisa para triunfar por la violencia. Pero es mi propósito aquí limitarme a la narración escueta de los hechos y me abstengo, en lo posible, de enjuiciarlos por ahora.

    Producto de mi propaganda, se tenía puesta en mi cierta confianza de que con las soluciones que yo aportara se evitaría víctimas, y creí que no debía negarme –como ya he indicado- a orientar el movimiento.

    Fui con los revolucionarios al Centro societario (en el Centro Republicano estaba el Sindicato Único, una escuela racionalista y una agrupación de jóvenes llamada Ateneo Libertario) y de allí fuimos a la plaza de la Libertad. De nosotros se destacó un grupo a casa del alcalde, para invitarle a que fuera al cuartel e indicarles a los guardias a que se entregaran. Pero después de haber prometido hacerlo, seguramente por miedo, cambió de opinión; y en vez de bajar a la calle, se subió al terrado, desde donde manifestó que no estaba dispuesto a bajar.

    Los revolucionarios pensaron que no podría estar mucho tiempo allí, debido a que el tiempo estaba lluvioso y frío. Entretanto, otro grupo que iba haciendo el desarme había ido a casa del segundo alcalde, y este –que siempre ha sido un verdadero reaccionario- contestó con cuatro tiros.

 

La alarma en el pueblo

 

    Los cuatro disparos hechos, desde una ventana de su casa, por el primer teniente de alcalde no hicieron blanco, pero alarmaron al pueblo. Rápidamente salieron a la calle los guardias del cuartel y los de la fonda, disparando sus fusiles contra los revolucionarios, pero al darse cuenta de que estaban sitiados por los revolucionarios, retrocedieron cada uno a su sitio. Quedando el pueblo nuevamente en silencio.

    Mientras se desarrollaban estos acontecimientos, la noche fue pasando y amaneció el día. Como de costumbre, los vecinos fueron abriendo sus puertas, y conforme iban enterándose de que había estallado la revolución social, se sumaban al movimiento.

    Ya estaba el pueblo en la calle, cuando se presenta el alcalde acompañado de varios concejales, manifestando a los revolucionarios que se entregaban y que estaban dispuestos a ir al cuartel, a ver si querían entregarse también los guardias, con el fin de evitar víctimas de un lado y otro.

    Esta actitud del alcalde y de los concejales fue bien acogida por los revolucionarios presentes y marcharon todos hacia el cuartel de los guardias. El alcalde y los concejales entraron y el pueblo, vigilando siempre, quedó a cierta distancia. Después de parlamentar con los guardias, salieron el alcalde y los concejales informando que los guardias no estaban dispuestos a entregarse si no lo ordenaba el cabo –el cual, con cuatro guardias más, se encontraba en la fonda.

    Allí se dirigieron las autoridades municipales. Mientras los munícipes parlamentaban con el cabo, casi todos los hombres del pueblo nos encontrábamos en la calle esperando la determinación de los guardias. Empezaba ya a manifestarse la impaciencia entre los revolucionarios, cuando apareció el alcalde manifestando a los revolucionarios que el cabo exigía mi presencia para condicionar su rendimiento.

    Sin pérdida de tiempo y sin consultar con nadie, ya que los momentos eran críticos para todos, subí a la fonda acompañado del alcalde. Al llegar, en un pasillo o rellano se encontraban el cabo y los demás guardias empuñando sus fusiles y con las pistolas en la cintura. El cabo me habló:

-          Mire, si me responde de nuestras vidas, nos entregaremos; pero si no, morir por morir, preferimos morir matando.

-          Se responderá de las vidas de ustedes –respondí-. La Confederación nacional del Trabajo ha proclamado hoy en toda España el comunismo libertario, y deseamos que en este pueblo, en vez de un día de dolor, haya un día de alegría, evitando toda víctima.

-          Por desgracia –contestó el cabo- nosotros ya tenemos una víctima, en el tiroteo de esta mañana un guardia ha resultado herido de bala en un brazo.

-          Lo siento –dije.

 

Y para dar de ello prueba, me dirigí a los presentes –entre los que se hallaba también el dueño de la fonda- preguntando si habían ido a llamar al médico. Y como se me respondiera negativamente, dije a uno de los concejales que fuese a buscar al médico, y si oponía algún reparo, le dijese que lo llamaba yo. El médico vino enseguida.

    El cabo continuaba receloso para entregar las armas, preguntándome si el Comité revolucionario y el pueblo respetaría su vida y la de sus compañeros. Yo, con el fin de ahuyentar todo recelo, afirmé de nuevo:

-          El Comité revolucionario responde. En cuanto al pueblo, pronto oiréis su palabra.

Y dirigiéndome al dueño de la fonda le dije:

-          Abra el balcón y le hablaré al pueblo.

 

Mientras el dueño de la fonda realizaba esta operación, el cabo y los demás guardias me decían que ellos estaban dispuestos a trabajar en lo que cada uno supiera y pudiese, para vivir de su trabajo igual que hiciésemos nosotros. El cabo dijo que había sido barbero, un guardia carpintero, y así sucesivamente todos indicaron el oficio o especialidad que cada cual tenía, para que desde aquel momento se les considerara ya como productores.

    Abierto el balcón, salí e informé al pueblo de nuestro parlamento, siendo aprobadas mis palabras. Y para demostrar a los guardias los sentimientos humanitarios y la firmeza del pueblo para defenderlos, continué mi discurso diciendo:

-          Puesto que no hemos tenido víctimas y los guardias están dispuestos a trabajar cada uno en lo que sepa y pueda, para vivir de su trabajo igual que hagamos nosotros, ¿respondéis que serán respetadas sus vidas?

Un sí unánime fue la contestación del pueblo. Y los guardias, que escuchaban a mi espalda, ya no dudaron más. El cabo fue el primero que entregó su fusil al pueblo por el balcón, que no era muy alto; imitándole los demás guardias. Seguidamente subieron unos cuantos revolucionarios para hacerse cargo de las pistolas y municiones.

 

Los guardias del cuartel se entregan también

 

Los guardias del cuartel habían manifestado que sin la orden del cabo no se entregarían; por lo tanto, era preciso que el cabo fuese a darles dicha orden. Pero el cabo, a pesar de las manifestaciones humanitarias oidas de boca del pueblo, temía alguna agresión y me dijo que si yo no le acompañaba, él no se atrevía a salir a la calle. Como tengo dicho, yo estaba dispuesto a todo con tal de evitar víctimas. Era preciso que no se vertiera sangre y accedí acompañarle, indicándole que no tuviese miedo, que nada malo le ocurriría.

    Por fin se decidieron el cabo y los guardias a ir al cuartel, rogándome que, al salir, advirtiese al pueblo que si aún continuaban vistiendo uniforme era porque no tenían otra ropa. Les prometí hacerlo y salimos a la calle, acompañados del alcalde y de los concejales. Ya afuera, me dirigí a los revolucionarios.

- Compañeros: ahora vamos al cuartel para que se entreguen los guardias que hay allí. Espero de vuestros buenos sentimientos no insultareis de forma alguna a los guardias que me acompañan, pues si aun siguen vistiendo el uniforme es porque en estos momentos carecen de otra ropa.

Echamos a andar por la calle Galán y García Hernández y plaza del Pilar, pasando por entre los revolucionarios –que lo eran casi todo el pueblo- sin que nadie dirigiera el menor insulto ni palabra que pudiese molestar a los guardias que me acompañaban ni a nadie.

Llegamos al cuartel, entrando el cabo primero. Los guardias, con las armas en las manos, estaban parapetados junto a la puerta. El cabo ordenó:

- Bajad las armas y entregarlas a los revolucionarios.

Entonces yo, que había oído la orden desde afuera, penetré, siguiéndome el alcalde y los concejales.

    A pesar de la orden del cabo, los guardias titubeaban en decidirse a entregar las armas. Hube de repetirles casi igual que a los otros guardias:

- Para bien de ustedes y del pueblo, conviene que se entreguen a las buenas. La Confederación Nacional del Trabajo ha proclamado hoy en toda España el comunismo libertario. Como pueden comprender, de ustedes depende que en este pueblo no haya víctimas de ninguna clase.

    No vacilaron más los guardias y entregaron las armas. La mujer de un guardia se echó a llorar, diciendo entre sollozos y suspiros:

- ¡ Por Dios, no los maten! ¡No nos hagan nada!.

    Yo nunca he pensado matar a nadie ni causar daño a ningún ser, menos podría pensarlo en aquellos momentos en que la sociedad capitalista, con sus ruindades, atropellos e injusticias, desaparecía dejando paso libre a la nueva sociedad, en la cual no habría hambre para unos -precisamente es que todo lo producen- y hartaz para otros: el comunismo libertario.

    Los revolucionarios penetraron en el cuartel a recoger las armas que los guardias entregaban; haciendo seguidamente un registro en todo el local para cerciorarse de que los guardias lo habían entregado todo, comprobando que no quedaba oculta ninguna arma.

    Una vez desarmados todos los guardias, les dije si querían ir a comer a la fonda, como tuviesen por costumbre, o quedarse en el cuartel; y de no tener comida allí, que fuesen a buscar a las tiendas cuanto precisaran. Nosotros, les firmé, no queremos que nadie pase hambre, ni los que siempre han sido nuestros amigos ni los que hasta ahora habían sido nuestros enemigos.

    Los guardias determinaron quedarse en el cuartel, tranquilizados ya al parecer; incluso la mujer había dejado de llorar, al comprobar que los demás revolucionarios opinaban como yo, que no debía haber venganzas.

 

A casa de la villa

 

    Desde el cuartel me dirigí a Casa de la Villa, acompañado de casi todo el pueblo en masa, que durante todo el trayecto dio vivas al comunismo libertario y a la revolución social. Cuando llegamos, alguien había ido ya por las llaves a casa del secretario del Ayuntamiento y abierto sus puertas. Un buen grupo que me rodeaba me dijeron que subiera a proclamar el comunismo libertario. Cumplí el deseo del pueblo subiendo al salón de actos. Al asomarme a la ventana, para hablarle al pueblo, vi que abajo en la plaza los revolucionarios habían hecho una gran hoguera donde ardía todo lo que había en el archivo del Juzgado, situado en la planta baja del edificio. La multitud subió después arriba, donde estaba el archivo del Ayuntamiento, y por las ventanas fueron arrojando a las llamas cuanto encontraron, quedando los archivos reducidos a cenizas.

    Por encima de aquella hoguera, que estaba purificando lo que hasta entonces había justificado la existencia de la sociedad capitalista, fue proclamado el municipio libre e instaurado el comunismo libertario.

    Inmediatamente fue publicado el siguiente bando:

    “Por orden del comité revolucionario, cuantos tengan armas y municiones, y no se hayan sumado a la revolución, procederán a su inmediata entrega. El que no lo haga sufrirá las consecuencias”.

    Todos los que no habían sido desarmados por los revolucionarios, por descuido o por ignorar que poseían armas, acudieron rápidamente a entregarlas.

 

La vigilancia del pueblo

 

    Desde las primeras horas de la madrugada, se había establecido una guardia de vigilancia en todas las entradas del pueblo, y se habían levantado barricadas en las carreteras y caminos por donde pudiesen venir fuerzas enemigas. Como los grupos que formaron las primeras guardias llevaban ya varias horas en sus puestos, era preciso relevarlos. Bastó que alguien lo insinuara para que todos los que se habían sumado a la revolución se ofrecieran para realizar el relevo. Pronto quedó la vigilancia organizada de forma que cada dos horas se hacía el relevo, para evitar que alguno quedase helado, pues el tiempo era muy frío y húmedo.

    A principios de la tarde se organizó una manifestación que recorrió todo el pueblo cantando canciones libertarias y dando vivas a la revolución y al comunismo libertario.

 

La asamblea del pueblo

 

Al final de la manifestación, el pueblo quedó reunido en la plaza de la República, junto al Ayuntamiento, presidiendo yo la asamblea desde unas de sus ventanas.

    A lo primero que precedió la asamblea fue a nombrar un comité revolucionario administrativo. Hubo quien propuso que solo lo formasen miembros del Sindicato Único. Entonces intervine manifestando que el Comité debería estar compuesto por hombres de buena voluntad y que merecieran la confianza de todos, sin fijarse en que perteneciesen o no al Sindicato; pues éste ya había terminado su misión y ahora la representación había de salir del pueblo revolucionario. Todos estuvieron conformes y el Comité quedó nombrado.

    Después se acordó organizarse todos voluntariamente en grupos de a diez y que cada grupo nombrase un delegado, los cuales habían de reunirse con el comité; y así, entre todos, tomar los acuerdos y determinaciones que se creyeran más conveniente, recayendo de esta forma en todos la responsabilidad de los aciertos o de los errores.

    En pocos minutos se organizaron los grupos y nombraron sus delegados; reuniéndonos -¡por primera vez!- los verdaderos representantes del pueblo. Aquel “Gobierno” estaba formado por un solo Partido: el PRODUCTOR, y representaba a una sola clase: la HUMANIDAD. Todos decían estar dispuestos a trabajar lo que pudieran para vivir todos en armonía: nadie era enemigo del nuevo régimen.

    Los “grupos de defensa” estaban formados por hombres que hasta entonces se habían manifestado de ideas distintas entre sí: anarquistas, socialistas, radicales socialistas, azañistas y varios istas más. Estos grupos armados hacían la guardia relevándose cada dos horas, lo que imposibilitaba que el enemigo del exterior nos pudiese sorprender desprevenidos. Del enemigo interior no había que preocuparse, por no haberlo.

    Otro de los acuerdos de la asamblea fue que en el nuevo régimen no hubiese guardia permanente, sino que todos fuésemos al mismo tiempo productores y guardianes; esto último si era preciso. De no haber quien se negase a trabajar, sobrarían los guardianes; pero de haber quien, pudiendo, no trabajarse y quisiera vivir apoderándose de los productos de los otros, entonces se establecería una guardia en los almacenes generales; pero la habrían todos los grupos, relevándose cada día o cada semana y por turno, para que nadie se acostumbrara a no trabajar ni se creyera superior a los demás.

    Este acuerdo fue tomado por entender la asamblea que nadie está obligado a mantener a un semejante que se encuentre con salid y la edad precisa para trabajar. Si tenían el derecho a consumir, era preciso que tuviesen también el mismo deber de producir.

 

Precauciones

 

Estructurada ya la marcha a seguir del pueblo, algunos camaradas insinuaron la conveniencia de tomar precauciones. Como la noche se aproximaba, muchos opinaron que se debía detener a los guardias, al cura y a unos cuantos destacados reaccionarios.

Yo no era partidario de ello.

- Que pueden reaccionar por la noche –decían muchos.

- Si cuando estaban armados –les contestaba- apenas opusieron resistencia para entregarnos las armas, ¿cómo van a reaccionar ahora, desarmados y sabiendo que las armas están en nuestro poder?

Yo no podía oponerme a la voluntad de la mayoría y pronto marcharon tres grupos, uno a detener a los guardias, otro a los curas y el otro a unos cuantos reaccionarios. De momento, los detenidos fueron conducidos al Centro Societario, convertido en Centro Social, mientras se determinaba el sitio donde se les había de encerrar.

Los guardias fueron los primeros detenidos que llegaron al Centro. Deseguida el cabo solicitó hablar conmigo. Una vez en su presencia, me dijo:

- Nosotros no vamos a hacer nada contra el nuevo régimen ni nada que pueda perjudicar a ustedes pero si creen que, para mayor tranquilidad de todos, es mejor que estemos detenidos, por nuestra parte, conformes. Y ahora, nos permitan tomar café, por tomar algo caliente, pues en todo el día no hemos comido nada.

- ¿Pero no les dije esta mañana –le respondí- que si no tenían comida en el cuartel, que fueran a buscarla, pues nosotros queremos que nadie pase hambre?

- Sí –adujo el cabo, -pero por no pedir nada, hemos pasado el día sin comer.

Les indiqué que se sentaran y que tomaran lo que quisieran. Todos tomaron café, algunos con copa, que les fue servido por el conserje de la Sociedad a indicación mía. Los guardias quisieron pagar, y se les dijo que la moneda ya estaba abolida, por lo que no cobrábamos nada a ellos ni a nadie.

- ¡Ojalá –exclamó el cabo- triunfe en toda España el régimen que ustedes han implantado hoy aquí! Pero en caso de no triunfar, en lo que dependa de nosotros, cuenten con que en este pueblo no habrá represión[1]. Nunca nos habíamos imaginado que tuviesen ustedes sentimientos tan humanos y que nos hubiesen de dar tan buen tratamiento.

    Al terminar el cabo de hablar, un compañero se disponía a hacer algunas comparaciones entre los sentimientos de los guardias y los nuestros; pero se reconoció que no era noble hacerlo en aquellos momentos, en que los guardias estaban reducidos a inferioridad.

    Fueron llegando más detenidos; entre ellos el secretario del ayuntamiento y el del juzgado. Se acordó que la secretaría de la Casa de la Villa, espaciosa habitación, fuese destinada a cárcel, y allí fueron llevados los detenidos.

    Reuniéndose los guardias, los curas, unos cuantos reaccionarios y caciques y el secretario del ayuntamiento. El secretario del juzgado fue puesto en libertad por haberme manifestado que tenía a su mujer embarazada y pedido por favor que le dejara permanecer en casa; a lo que accedí, dándome las gracias al marchar. A los detenidos se les llevó estufa y leña para que tuvieran fuego toda la noche. Se les permitió también que les llevaran colchones y comida; en fin, todo lo que pudiera contribuir a evitar sufrimiento.

    Con ello éramos consecuentes con nuestras ideas, demostrando con el ejemplo la diferencia entre los procedimientos empleados por nosotros y los empleados por todos los autoritarios.

 

Las noticias del exterior

 

    A mitad de la mañana, comenzaron a llegarnos noticias de que en los pueblos más importantes de las dos comarcales del Bajo-Aragón habían cumplido también la orden dada por el Comité Revolucionario Nacional ¿Habrán hecho lo mismo en el resto de España?, nos preguntábamos todos con ansiedad.

    A la hora acostumbrada llegaron los autos-correos de Morella, Castellote y La Puebla. Esto no era buena señal; pero como estos autos pasan por pueblos pequeños que carecen de elementos en pro y en contra del movimiento, no le dimos mucha importancia.

    Como todo estaba en nuestras manos, inutilizados todas las radios, dejando solo una; encargándose dos compañeros de su custodia y de ir transmitiendo las noticias del exterior al Comité revolucionario.

    De once a doce aún no funcionaba la radio como de costumbre, e ignorábase la causa. Esto causó un entusiasmo indescriptible en todos. ¡Habrán –pensábamos- respondido todas las Regionales! ¡Los revolucionarios se habrán apoderado ya de las centrales de radio de Madrid y Barcelona! Y con toda la fuerza de los pulmones y todo el entusiasmo que había en los corazones, la multitud que había en la Sociedad gritó: ¡viva el comunismo libertario! ¡viva la revolución social!

    Pero poco duró aquella alegría, aquella satisfacción de pensar que en todas partes habría estallado el movimiento revolucionario; pues desde las doce la radio principió a dar noticias de todas partes: Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Bilbao, San Sebastián y otras capitales. ¡Pero qué noticias! Todo era teatro, música, baile y otras diversiones. Solo de Zaragoza, Logroño y algunas otras poblaciones informaba de haber habido un intento de revolución.

    Estas noticias nos hicieron pensar que el movimiento estaba perdido. Por lo que se oía, solo la Regional de Aragón, Rioja y Navarra se había lanzado a la calle. Y una sola región no puede vencer, porque para ello es imprescindible la sublevación del ejército, y éste no se subleva nunca mientras no ve toda la nación en la calle.

    A las dos de la tarde llegó el auto-correo de Alcañiz con la correspondencia de Madrid, Zaragoza y Barcelona. Esto nos demostró que la revolución no había estallado en toda España; pues de haber estallado, no llegarían la correspondencia ni autos. Nosotros dejábamos entrar a todo auto, pero no salir, en precaución de que alguien pudiera perjudicar el movimiento.

    Sobre las seis de la tarde, llegó de Barcelona uno que, con un camión, se dedica al transporte; quien nos informó de que en Barcelona todo estaba tranquilo. Lo que vino a corroborar nuestras anteriores noticias de que el movimiento había fracasado. Ya no cabía duda.

    Los ánimos fueron decayendo. En vista de la situación tan crítica que se nos presentaba, se reunió el comité revolucionario y los delegados de grupo. Expuesta la situación, unánimemente opinamos que, no habiendo respondido más que una de las Regionales que integran la CNT –ya que lo ocurrido en otras regiones eran actos insignificantes para el caso,- sino deponíamos la insurrección por la noche, irremediablemente tendríamos que hacerlo al día siguiente. Y que ya que no habíamos tenido víctimas, siendo seguro el fracaso, había que procurar por todos los medios que no hubiese derramamiento de sangre.

    Había transcurrido poco tiempo desde la terminación de la asamblea, y hacia las nueve o diez de la noche, cuando el centinela de la radio nos comunicó estas noticias que daba el aparato: “El movimiento revolucionario estallado en Aragón ha sido sofocado en muchos pueblos; solo restan los del Bajo-Aragón, a los que ya se ha enviado fuerzas de Tarragona y Castellón para sofocarlo”.

    Al mismo tiempo, otro de los compañeros de guardia en la carretera del este, que viene de Alcañiz, y otra que empalma con ésta, que viene de Morella, me informó de que por la carretera se veían venir cuatro camiones o autos a gran velocidad, llevando grandes focos; que probablemente serían las fuerzas del gobierno, que no tardarían en llegar.

    La situación amenazaba ser trágica. Tanto las mujeres como los hombres del pueblo, desde media tarde en adelante –aunque Azaña no estaba en el Poder, -pensaban en Casas Viejas.

-          ¡Otra tragedia!- decían muchos. Y hasta había quien decía:

-          Nosotros hemos sido todo lo humanitarios posible con los guardias, pero los que vengan no lo serán con nosotros.

Al atardecer, a pesar de las precauciones tomadas para no extender las malas noticias que íbamos recibiendo ya comenzó a saberse en todo el pueblo que el movimiento había fracasado por no haber respondido toda españa. Entre las mujeres, que por sus sentidos especiales parece que auguran las tragedias más pronto que los hombres, se notaba cierta tristeza. Algunas se mostraban temerosas de lo que pudiera ocurrirles a sus maridos, hijos, padres o hermanos y exclamaban:

-          ¡Vendrán las fuerzas del gobierno y os matarán!¿O quién sabe, tal vez nos maten a todos.

En estas exclamaciones se encierra toda la justicia que los pueblos esperan de los gobiernos: la miseria, por la explotación del hombre por el hombre; el atropello gubernamental para los que se deciden a luchar contra los privilegios; y la muerte para todo el que se determine a implantar una sociedad donde impere la verdadera libertad, la verdadera igualdad y la verdadera justicia.

    Pero a pesar de estos temores, los hombres no se quedaron en casa; por la noche, a la hora en que se recibieron las últimas noticias, los que estaban de guardia, estaban en el Centro Societario. Yo, ya que las circunstancias me habían colocado en el lugar de más responsabilidad ante todos, informé en voz alta:

-          Compañeros, las noticias que tenemos son que el movimiento solo ha estallado en Aragón y alguna otra población de poca importancia; que el gobierno ha mandado fuerzas para sofocar el movimiento en estos pueblos del Bajo Aragón; que por la carretera, por la parte de La Ginebrosa, se ven venir cuatro camiones a gran velocidad, y que se supone son las fuerzas del gobierno que se dirigen aquí. Si hacemos frente a estas fuerzas, probablemente no podrán entrar esta noche en el pueblo; pero no habiendo estallado el movimiento en todo el país, tendríamos que entregarnos mañana. Hasta ahora no hemos tenido ninguna víctima en el pueblo, pero si hacemos frente a las fuerzas que se acercan, tendremos que sufrir las consecuencias, inútilmente por no ser le movimiento general.  No obstante, estoy dispuesto a secundar lo que entre todos acordemos como más conveniente. Así, determinad, ¿qué queréis que hagamos? Como todos fueron conformes en que no se debía hacer frente, para evitar víctimas, mandé aviso a los centinelas, que se retiraran de sus puestos.

Antes de terminar de hablar, ya se había iniciado un gran desfile en la Sociedad y se había apagado la luz de todo el pueblo. Alguien debió avisar a la central eléctrica que la apagara, con el fin de que el que quisiera esconderse o marchar, lo hiciese con mayor seguridad.

    Yo también salí. Ya en la calle, me reuní con dos compañeros que habían salido al mismo tiempo.

-          ¿Nos marchamos?- dijo uno.

-          ¿A dónde?- respondí.

-          A donde sea, el caso es marchar- adujo otro.

Los tres nos dirigimos a la Plaza de la República y avisamos al grupo que había allí de guardia que se retirara y no hiciesen frente a nadie.

¿Vamos a casa –pensamos- a por dinero para el viaje? Y si está la familia, ¿qué le vamos a decir? Tal vez comiencen a llorar y quién sabe lo que pueda ocurrir. Mejor es que nos marchemos ahora. Y salimos los tres del pueblo.

    Ya en el monte, hicimos recuento de fondos. Yo llevaba unas dos pesetas; otro seis, y el otro treinta. Con tan poco dinero, ¿a dónde vamos? Hénos aquí, a nosotros, que aquella mañana habíamos abolido la maldita moneda y a las once de la noche del mismo día nos encontrábamos en el monte con la gran preocupación de la falta de moneda.

    Al fin encontramos la solución. Nos dirigimos hacia Morella. Forzosamente habíamos de pasar por algunas masías y poblados donde teníamos algunos conocidos. Por la pequeñez de estos pueblos, suponíamos que habría tranquilidad completa. Entramos en un pueblecito y un buen amigo nos prestó cien pesetas, con las que pudimos hacer el viaje. Fuimos a pie hasta Morella, de allí a Vinaroz, en un auto de viajeros; allí tomamos el tren hasta Barcelona, desde donde pasamos a Francia.

 

Justicia social y justicia histórica

 

    Por el relato que acabamos de hacer del movimiento en Mas de las Matas, al lector le será fácil juzgar sobre la justicia que allí se hizo. No hubo venganzas de ninguna clase. Ni un desmán, ni un insulto dirigido a alguien. El pueblo, por su propia voluntad, se oorganizó en nuevo sistema de vida, en una nueva convivencia social. Su sola justicia social consistió en quemar todo lo que había en los archivos, que era lo que, según la opinión del pueblo perjudicaba a todospor residir allí la causa de malestar social que se deriva de la propiedad privada, de la propiedad de los medios de trabajo y del producto de éste en beneficio de los holgazanes. Pero, a pesar de lo malos que el régimen burgués, pudiera hacer a los hombres, nadie pensó en hacer daño a ningún ser.

    Pero la justicia histórica no es lo mismo. Para sofocar el movimiento revolucionario, para “restablecer el orden (¿) en Mas de las Matas, el gobierno envió ciento cincuenta guardias civiles, quienes, de seguida que llegaron comenzaron a hacer detenciones y registros domiciliarios, llegando a detener hasta unos ciento treinta, entre ellos hasta niños y ancianos; los cuales siguen aun detenidos y procesados, esperando la determinación de los tribunales de urgencia. Se les pide varios años de presidio y cinco mil pesetas de multa a cada uno.

    He sabido que en mi domicilio hicieron cuatro registros; tres sin haber nadie en casa y uno estando mi compañera, llevándose los guardias un cartel de la CNT, otro del sindicato de carrocerías de Barcelona, al cual pertenecí hace unos años, otro del puerto de Barcelona y la alegoría “toque revolucionario”; todo perfectamente legalizado, y no obstante se lo llevaron los representantes de la legalidad.

    Compárese una y otra justicia y se verá la gran diferencia que existe. Compárese el trato que los revolucionarios dieron a los detenidos, solo por precaución, con el trato que están dando las autoridades a los revolucionarios detenidos, a los que se maltrata de palabra y de obra. A uno lo llamaron al cuartel para interrogarle y la guardia civil que fue a “restablecer el orden” le dieron una tal paliza que, según me han escrito, ha estado varios días en cama con bastante fiebre.

    Los detenidos están repartidos en varias cárceles de Partido judicial: Castellote, Montalbán, Calamocha, Alcañiz y algunos en el mismo pueblo. Como de otros pueblos de la misma provincia también hay muchos detenidos y las cárceles son pequeñas y antihigiénicas, todos están expuestos a perecer de cualquier infección. En fin, un trato unas consideraciones peores que de bestia.

 

Unas palabras finales

 

    Desearía que todos los plumíferos de la prensa burguesa y algunos de la que se dice obrera, se tomaran la molestia de leer este fiel relato de lo ocurridos en Mas de las Matas, para ver si se convencían de que todos esos artículos que han escrito en contra de los revolucionarios anarquistas, acusándoles de salvajes, violentadores y de todo lo malo que en sus miserables mentes han podido concebir, todo ha sido una insensata y pura calumnia. Todo por conveniencia de partido o de clase, pues de sobra se sabe que los anarquistas, espíritus comprensivos y humanos, no cometen esos atropellos, esos desmanes que se les atribuye.

    Si e algún pueblo ha habido desmanes, hay que tener en cuenta que siempre hay seres degenerados que procuran pescar en río revuelto. También hay quien se dice anarquista, esta mala hierba crece en todos los campos, cuyo ideal no es más que el medro personal. La CNT ha tenido que sufrir una enorme plaga de arribistas atraídos por sus grandes cotizaciones, quienes no han reparado en llamarse anarquistas. Unos se han marchado cuando sus aspiraciones de medro no podían seguir más adelante y a otros se les ha expulsado por indeseables, descubiertas a tiempo sus intenciones de lucro personal o de partido, de dinero o popularidad, o ambas cosas a la vez.

    Luego, nada tiene de extraño la existencia de individuos que, con fines inconfesables, se inmiscuyen en los movimientos revolucionarios. Con estos individuos, los anarquistas nada tenemos que ver.

 

Reflexiones

 

    Mucho se ha escrito sobre la posibilidad o no de implantar en España el comunismo libertario. Negar la posibilidad de instaurar este régimen es absurdo. En todos los movimientos habidos desde la implantación de la república de la pequeña burguesía, los pueblos que han tomado parte han implantado el comunismo libertario. Solo hace falta, pues, decisión y coordinación en los movimientos.

    E solo hecho de que en todos los pueblos de España que ha llegado a triunfar el movimiento se haya implantado el comunismo libertario, demuestra claramente que el ambiente y el anhelo del pueblo español es netamente libertario.

    A los militantes de la CNT y de la FAI, esos movimientos que no han tenido la virtud de proporcionarnos el triunfo definitivo, debe de servirnos por lo menos de estudio y experiencia, para que en lo sucesivo, el movimiento que se haga no sea otro más, sino el último, el que nos proporcione el triunfo definitivo.

    Pero ha de tenerse muy en cuenta que la revolución no se hará por medio de una orden de comité alguno. “La revolución social se hará en medio de una crisis industrial muy grande”. Hace muchos años que Kropotkin escribió estas palabras y hoy comprobamos que tenía razón.

    La crisis industrial, provocada por el progreso de la maquinaria en todos el mundo, es inevitable. La hecatombe económica está próxima y con ella la descomposición de todos los partidos políticos, lo que es indispensable para el triunfo de la revolución social.

    Pero para que la revolución triunfe y, sobre todo, poderla sostener, o sea evitar la contrarrevolución, es preciso que hagamos primeramente mucha propaganda anarquista, pero sin confusionismo de ninguna clase. Hay que hacer comprender al pueblo lo que es o lo que será el comunismo libertario; para cuando llegue el caso, al ser muchos los que lo comprendan y deseen, menos serán los que se opongan, pues la mayoría de enemigos de nuestras ideas lo son por ignorancia. Este es un factor muy importante para sostener el nuevo régimen. Y esto hay que hacerlo deprisa, mucha propaganda y organización.

    En España, los partidos políticos están ya casi descompuestos, a pesar del esfuerzo que cada uno hace por sostenerse a sí  mismo y al régimen capitalista que los alimenta; pero como éste se derrumba, en su inevitable caída arrastrará tras de sí a los partidos políticos. Y los momentos más favorables es preciso aprovecharlos para nuestros fines.

    La crisis de trabajo por un lado y los acontecimientos políticos por otro, pueden servir de base para que el pueblo productor se manifieste en la calle. Y así podría llegarse a la revolución sin la orden de ningún comité, y en caso de darla, que sea dada cuando la mayor parte del pueblo esté ya en la calle. De esta manera el triunfo será más seguro, porque en vez de servir la orden como base del movimiento, servirá de complemento del mismo. ¡Seamos sensatos, pues, camaradas!

 

París, 1933



[1] Efectivamente, tenemos noticias de que los revolucionarios detenidos bajo su custodia son, relativamente, bien tratados. Los maltratos han sido hechos por las fuerzas que han ido a someter al pueblo.