Cazarabet conversa con... el escritor y geógrafo Severino
Pallaruelo
Este otoño, en sus iniciáticos días,
visitó Mas de las Matas, para tener una tarde de charla con el Club de Lectura
conducido por Mari Carmen Tolós, el escritor Severino Pallaruelo y lo hizo con
su mujer, Mariví Broto -exconsejera del Gobierno de Aragón-. Era una plácida
mañana de miércoles en la que el sol bañaba nuestro pueblo y había espabilado
nuestro valle. El día de antes Severino
y Mariví habían quedado con mi compañero Javier Díaz para ver la Harinera de
Mas de las Matas, el Centro Asociado Dinópolis , la Alfarda, la oficina de
turismo donde los recibió Rosa Clemente y donde terminaron la visita y un poco
los alrededores como la Casa de la Cultura, El Hinchidor, las escuelas que se remontan en su
construcción a la época Republicana y que fueron construidas, en su día, por la empresa del alcorisano Manuel
Rifaterra (un republicano que estuvo en el exilio y que fue deportado en el
Campo de Concentración de Mauthausen), poner historia a lo que ves y visitas
ensancha la mirada y las reflexiones de lo que sientes, de lo que tus ojos
observan, contemplan y de lo que te explican…pudiendo entrar en una
conversación plenamente constructiva y aquella mañana fue, os lo aseguro, muy
constructiva, para ellos dos como visitantes y para nosotros porque fueron unos
visitantes que interaccionaban, conversaban, preguntaban, te comentaban cosas
que nos ayudarán a mejorar. Recorrer con
pausas improvisadas los diferentes rincones, contemplar el patrimonio
industrial conversando de literatura o de lo que iba surgiendo, de una manera
placentera, como si el tiempo no pasase y solo se dilatase por las horas de una
manera calmada. La mañana, con compañías como esta, pasan como a prisa. Lo
bueno es que se nota que los visitantes suelen marcharse “gratamente
impresionados”, dejando al pueblo, tanto en su recuerdo como en lo que notas,
en muy alta consideración y con todo lo que éste contiene…supongo que ellos no
lo notan, pero para los que se quedan, aquí, en pleno Valle del Guadalope la inyección
de autoestima sube. Severino Pallaruelo dio la charla con el Club de lectura y
conversó con las asistentes al mismo, digo las asistentes porque, como
comentábamos con él por la mañana, los Clubs de lectura son mayoritariamente
conformados por mujeres lectoras y de una determinada horquilla de edad, se
supone que esto obedece a causas de trabajo y de esa vida tan trepidante de la
que todas y todos somos como prisioneros. Un poco triste sí que es la cuestión,
me refiero al ir tan a prisa por la vida. Y me paro aquí para referir que, en
su literatura, la de narrativa, encontraremos un “tempo” calmado, necesitado y
necesario para que nos pongamos en nuestro lugar… lejos de las rutinas que nos
sobrepasan y cerca del humanismo fraternal tan necesario. A eso, a todo esto,
os ayudarán sus lecturas porque lo siente así y porque así nos lo ofrece y
transmite… con la generosidad de un ser que nos enseña “su lugar en el mundo”,
sin más. Además, todo esto aderezado por muchísima calidad en la narrativa
desde la base de conocer muy, muy bien el territorio…territorio que es su
tierra: esa que late, siente, le hierve en las venas, con la que quizás sueñe y
no se acuerde o sí, no sé… pero le queda, todavía, la generosidad de
acercárnoslo para que también lo amemos con el respeto con que se aman los
instantes, las escenas, los lugares, el entorno natural y las personas que los
habitan.
Y ahora procedemos a lo
verdaderamente importante la entrevista que tuvo con nosotros y que nosotros os
anticipamos como regalo del inminente solsticio de invierno.
Cazarabet conversa con Severino
Pallaruelo:
-Amigo Severino a ti que te vuelca o te ha volcado el volcar
con palabras escritas, mediante la narrativa más o menos novelada o los
trabajos de investigación tu amor y pasión por estas tierras que componen “un
pequeño país” que es Aragón como cantaba Labordeta, aunque eso sí, con un punto
y aparte a tu amado Pirineos en el que te recreas en narraciones…
-A mí lo que me ha dado poner por
escrito tantas cosas ha sido, en primer lugar, muchas horas de entretenimiento:
lo he pasado, y lo paso, muy bien escribiendo. Escribir es para mí un gozo.
Además, me ha dado una vía para la comprensión de diferentes temas. Uno puede
tener el interés acerca de algo desarrollado como una cierta nebulosa, pero si
se pone a escribir debe ordenar lo que sabe y lo que duda de modo que el camino
de la escritura es un camino de luz, la escritura es la mula que tira del carro
del pensamiento.
-Narraciones en las que, en muchos
párrafos se detecta cierta prosa poética, ¿qué nos puedes decir al respecto?
-El acercamiento a cualquier asunto
–de la naturaleza, de las personas, de la historia, de las obras humanas- puede
hacerse desde muchos puntos de vista. El de la lógica científica es uno de
ellos. Yo fui educado para dar preeminencia a ese camino y agradezco la
formación racionalista recibida. Pero encuentro que siempre ha tirado mucho de
mi pensamiento otro tipo de mirada en el que junto al análisis racional
adquieren mucho peso los sentimientos, las sensaciones, los recuerdos, los
afectos, la compasión, los deseos o los temores y la búsqueda de la belleza
como impresión gozosa: es decir, todo un mundo bastante alejado de la frialdad
científica y práctica. Esta forma de mirar forzosamente ha de reflejarse en lo
que uno escribe. Me parece que cada uno escribe como vive.
-Enlazo con la pregunta anterior: te
cuento soy disléxica y además pierdo mucho la concentración lo que
me lleva a tener que leer y volver a leer un mismo párrafo varias veces porque
no me he enterado bien de lo que “me han querido decir”; pero contigo, como con
Amin Maalouf en el arranque de León el africano—por ponerte un ejemplo de su
prosa y en concreto de una de sus partes--- pues me ha pasado que las leo ,una
y otra vez, por puro placer y me digo: “pero qué bien escribe los “tíos”… “ , pero
cómo se lo hacen….mucho trabajo, muchas lecturas y también está lo de saber
escuchar ,¿no?;¿qué nos puedes contar?
-Me crié en una aldea donde nadie
leía casi nada, donde hablábamos de una manera peculiar, era esa lengua
aragonesa colonizada por el castellano hasta casi perder su identidad. Pero se
trataba de una sociedad en la que se daba mucha importancia a la narración y
había extraordinarios narradores. Cuando fui al colegio en la ciudad y adquirí
la educación que allí nos proporcionaban, desde el primer momento tomé
conciencia de qué palabras o qué formas de expresión podían ser comprendidas
por la gente entre la que me crié y cuáles, no. Supe que si me quería hacer
comprender por todos debía, sin renunciar a la precisión y al rigor, emplear la
manera más sencilla y clara de expresión. Esa ha sido mi norma durante toda la
vida, tanto como profesor como en los libros que he escrito. En cuanto a lo de
escuchar: para mí prestar siempre atención a quien habla ha sido a la vez un
precepto sagrado y una disposición personal natural. Me gusta escuchar y lo
hago sin esfuerzo. Me molestan, aunque me calle, los que interrumpen al que
está hablando.
-En tu narrativa siempre está lo etnológico: cómo se vivía
en esos lugares recónditos de los que la gente solía irse a las ciudades más o
menos grandes; más o menos pequeñas…pero, al fin y al cabo, se iban,
desangrando al pueblo y a los Pirineos, en particular…
-Seguramente mi amor a ese mundo que
se fue proviene de una ruptura: cuando yo a los seis años abandoné la aldea en
la que me había criado, un sitio encerrado entre montañas donde nunca había
entrado la rueda y aún empleábamos las teas para alumbrarnos, viví el traslado
a la ciudad como la pérdida de un paraíso. En las montañas quedaba el mundo que
amaba. Cuando, con diez y seis o diez y siete años, comencé a analizar el
fenómeno de la despoblación que afectaba al territorio donde había nacido y a
otros similares me hice el firme propósito de contar a todos cómo era ese mundo
que desaparecía. Ese propósito creo que lo he cumplido, pero también me hice
otros: el de denunciar a los culpables de todo aquello y el de tratar de
combatir el éxodo. Estas dos últimas aspiraciones ahora las veo de otro modo.
Creo que no existen responsables, ni individuales ni corporativos, de la
despoblación: es el mundo que evoluciona sin que nadie pueda impedirlo. Los que
se fueron lo hicieron en busca de una vida mejor y, seguramente, la
encontraron. No hay nada que objetar.
-De todas formas, amigo, una cosa es
leerlo desde la comodidad del hogar el cómo se va despoblando un lugar y otro
es verlo porque tú, desde tu infancia, lo has visto y has sido sujeto activo de
esa despoblación…tú mismo te tuviste que ir de tu estimado Puyarruego en el
Valle de Añisclo: ¿cómo observabas esa pérdida de la población que
demás de dejar atrás a los suyos—quizás no…-- ,a un modo de vida lo hacían con
la incertidumbre de saber qué te espera…?;¿hay mucho de ruptura, ¿no?; hay
mucho de crisis porque es un tipo de cambio que lo habilita, me refiero a esas
crisis….
-Sí, sí, claro, casi siempre las
crisis son el resultado de una ruptura o generan una ruptura, un cambio
importante. La crisis del mundo rural tradicional fue el resultado de un cambio
muy profundo que se estaba produciendo en toda Europa: el cambio esencial
afectaba al tipo de relación del hombre con su entorno. Durante milenios la
mayor parte de los habitantes de Europa habían conseguido todo lo que
necesitaban para vivir –alimento, vestido y cobijo- en su entorno más próximo.
Eso generaba una manera de vivir, una forma de trabajar, una forma de construir
y un modelo de hábitat determinado condicionado por la necesidad de residir en
el medio del que se obtenía todo. Pero cuando el hombre se desvincula del medio
y come los productos comprados que se cultivan lejos, viste prendas adquiridas
en los comercios y fabricadas en lugares remotos, construye su casa con
materiales industriales o cocina con gas y electricidad de origen desconocido
¿tiene sentido seguir residiendo en un medio del que no se obtiene nada de lo
necesario para vivir? Seguramente la respuesta es no. Pero a pesar de eso
seguimos amando la aldea remota donde nos criamos.
-Por cierto, ¿qué te ha enseñado ese
valle de Añisclo en el Sobrarbe oscense porque uno /a he observado humildemente
en el Pirineo es mucho de “esos valles”? —creo que tienen y te aportan mucha
idiosincrasia, fuerza interna, carácter—
-A los que nos criamos en los valles
de los Pirineos, o de cualquier otro sistema montañoso, nuestra infancia creo
que nos enseñó mucho. En primer lugar a tratar de ser autosuficientes. Cuando
yo era niño para la gente de la aldea donde me crié no existían ni el Estado ni
el Ayuntamiento ni la Diputación a la hora de resolver sus necesidades:
tendríamos agua corriente si la hacíamos llegar nosotros mismos, tendríamos
puente si éramos capaces de construirlo, conseguiríamos que los coches llegaran
a la aldea si nosotros trabajábamos para construir el acceso ¿por qué iba a
venir alguien a mejorar nuestra vida? La gente sabía hacer de todo: no solo
cultivar la tierra o cuidar los animales, también trabajar la madera y la
piedra, pescar y cazar, aplicar remedios naturales para ciertos males, hilar el
cáñamo y la lana o fabricar cal y carbón.
Así había sido siempre. No eran altivos, pero no pedían nada. A mí ese
espíritu me sigue gustando, procuro vivir así. En segundo lugar aprendí que se
puede vivir de muchas maneras y que no hace falta mucho para vivir: no es más
rico el que más tiene sino el que menos necesita. La austeridad como norma de
vida.
-Sigo con el tema del desangrado de la población del
Pirineo. Otra cosa, quizás, fuese el de los jóvenes que se iban porque querían
estudiar lo que allí no podían…¿no?;como fue tu caso ,¿qué sensaciones se
experimentan en el “ir y venir”?
-No hubo una causa concreta y única
para explicar la despoblación, no fue solo por los estudios de los hijos, se
trató de un cúmulo de cosas: en el aire flotaba la sensación de que aquello se
acababa, de que era necesario buscarse la vida de otro modo y en otro lugar. MI
padre dejó el pueblo para ir a trabajar en las grandes presas que se construían
en el río Cinca, las que cerraban el curso del río donde él, su padre y sus
abuelos se habían ganado la vida navegando sobre los troncos que bajaban hasta
Tortosa. No hubo ningún trauma en el cambio. Los trabajos del bosque estaban en
pleno proceso de transformación, los troncos viajaban ya en camión, era
necesario buscar otra fuente de ingresos. No hubo trauma, pero tampoco olvido:
mi padre regresó al pueblo en cuanto pudo y yo me he pasado la vida escribiendo
acerca del mundo en el que me crié.
-Me da, a veces, que escribes como a
diferentes ritmos en estas narrativas, ¿no?, quizás porque ya partes de
haberlas escrito de igual manera, ¿no?
-Hay un ritmo menudo, el de la
sintaxis, el de la construcción de las frases. Ese creo que lo he mantenido
igual a lo largo de toda mi vida, leo lo que escribía a los quince años y
encuentro que mi ritmo de entonces y el de ahora son iguales. Si lo comparamos
con la albañilería podemos decir que entonces ponía las piedras para hacer los
muros como las pongo ahora. Pero entonces construía muros para hacer edificios
diferentes. Fui dejando atrás los grandes propósitos relacionados con la tierra
donde me crié y prestando más atención a la contemplación, a la relación con la
naturaleza, a la fusión con el cosmos. Siempre he sido muy reflexivo, pero
antes me dedicaba más a la observación y al análisis, a la actividad, ahora,
desde hace ya bastantes años, prefiero la contemplación pasiva. Estos cambios
se han ido plasmando en la escritura: seguramente escribo igual pero para decir
cosas diferentes. Siempre me he dejado llevar por el momento.
-Por ejemplo, en Pirineos
tristes montes y en Ruido de zuecos detecto un mismo ritmo,
además como más melancólico; ¿qué nos puedes decir?; ritmo muy diferente a Veintiuna
noches… .- Por cierto, cuando te sientes cómodo con una editorial eres de
los que no cambia, lo digo porque te veo muy asentado, y muy bien me parece con
Xórdica…¿cómo es trabajar con gente que “siente y vive, apostando en el día
a día, por el Pirineo?
-Me hablas de tres libros. El
primero, Pirineos tristes montes, fue escrito muy deprisa, desde que escribí la
primera línea hasta que lo terminé apenas pasó un mes: las historias brotaron
como el agua de una presa que se ha roto, estaban retenidas en mi corazón y
tenían ganas de salir. Ruido de zuecos es muy diferente: me llevó diez y siete
años escribirlo, bien entendido que no se trató de un tiempo en el que viviera
solo pendiente de este libro porque en esos años escribí otros seis, pero Ruido
de zuecos estaba siempre presente, constantemente añadía páginas, quitaba
párrafos, corregía. Lo comencé cuando murió mi padre pensando en él y en el
abuelo. A ellos me añadí yo como uno más de la saga. Un siglo entero, un
proyecto ambicioso, siempre inacabado. El tercer libro que comentas es muy
diferente. Veintiuna noches es una novela que escribí en tres meses. Es el
proyecto narrativo más puro, en el sentido de pura literatura, de cuantos he
realizado. No surge de una necesidad perentoria de sacar lo que llevo dentro
sino de un deseo de narrar algo, de un propósito exclusivamente literario.
Quizá de los libros que he hecho es el más normal, el que más se parece a lo
que suelen ser las novelas. Comencé a publicar, hace ya bastantes años, en
Xordica editorial por casualidad y allí sigo. Me resulta cómodo.
-Después está tu faceta de investigador porque eres, me
supongo, de natural curioso…que si los mitos, ritos, leyendas de tus Pirineos;
que si los instrumentos, como las norias y, que nos explican cómo llega el agua
a tantos sitios y mediante qué mecanismo…Fascinante esa faceta que alimenta tu
insaciable curiosidad, pero imagino que te abre la mente para, después ponerte
a narrar…
-Cada uno de los libros que he
escrito responde a una circunstancia particular y determinada, casi siempre no
buscada sino sobrevenida. Pero en la raíz de todos están la curiosidad, la
pasión y el deseo de pasarlo bien. Me he adentrado en muchos temas, algunos que
han acabado en la imprenta y otros que duermen en los cajones; en todos he
permanecido –es decir, he investigado y he escrito- mientras me he divertido
moviéndome entre los contenidos que me gustaban; cuando he comenzado a
cansarme, cuando un tema nuevo llamaba a mi puerta y notaba que antes de
dormirme pensaba en él y no en el anterior, abandonaba el otro, el anterior,
estuviera como estuviera, aunque llevara escritas quinientas páginas. Si uno es
escritor profesional y vive de lo que escribe no puede abandonar los
compromisos pero ese no es mi caso. Me alegro de haber tenido una profesión que
me ha dejado bastante tiempo para escribir y me ha permitido hacerlo solo para
gozar.
-Y qué prefieres tus narraciones que
son acogidas más como “tipo novela” donde la lectora o lector se pone dentro de
la misma o estos trabajos de investigación que te llevan y te sumergen en un
mundo que tu sentirás muy tuyo…
-Para mí no hay diferencia: me tomo
la narración y el ensayo como si fueran lo mismo, algo que me permite gozar y
aprender. Estamos hablando de lo que llega a la imprenta, pero la mayor parte
de lo que escribo no se imprime nunca: son diarios, son poemas, son cosas que
no sé cómo llamar, textos que llenan cuadernos y cuadernos. Seguro que lo que
soy se ve reflejado en todo lo que he publicado, pero me parece que todavía más
en lo que no he publicado. Salgo al campo con un cuaderno, dejo pasar las
horas, escribo algo, duermo un poco y vuelvo a escribir, no me propongo nada,
no busco nada, las palabras, los textos fluyen sin ninguna finalidad. Y así van
pasando los años, va creciendo la pila de cuadernos.
-Te metes muy dentro de los oficios
que poblaban aquellas tierras navateros, pastores, molineros… ¿qué te inspira
de ellos porque se nota, además, admiración?
-Creo que se nota afecto. Amo el
trabajo y a quienes lo realizan; me ha gustado aquella gente, la gente de la
que hablaba antes, la que no pedía nada y sabía resolver todo con las manos.
Investigando y describiendo la vida de los pastores, recorriendo con ellos los
montes junto al ganado, comiendo a su lado en las majadas me encontraba feliz.
En los días de invierno, por la tarde, cuando anochece y el mundo parece que se
acaba en las aldeas más perdidas, al regresar el rebaño al corral, cuando los
corderillos balan inquietos para llamar a las madres y las ovejas les responden
mientras comienzan a trotar para llegar pronto, yo, caminando junto al viejo
pastor, creía hundirme en el pozo dulce de la historia más digna. De eso hace
ya cuarenta años. Con los molinos, hace ya más de treinta años, me sucedía algo
parecido. Ya no quedaban apenas molineros en activo, pero las viejas muelas
dormían allí, en lugares solitarios y amenos, siempre cerca del agua, ni muy
lejos ni muy cerca de los pueblos, al pie de árboles frondosos. Me tumbaba
junto a las acequias y creía escuchar, entre el murmullo del agua, el ruido
telúrico de las piedras que durante siglos habían triturado el grano. Tanto si
estaba pendiente de los pastores, como de los molinos o de los navateros combinaba
siempre el tiempo del campo y de las visitas a los protagonistas con el tiempo
de archivo. Me gustan los archivos históricos, el tiempo pasa volando entre los
protocolos notariales o los legajos,
-También se te nota mucho que estás
como hermanado con la naturaleza por cómo te refieres a ella y te adentras
mediante sus paisajes como de una manera incesante, incansable, incisiva…se
refleja en cómo describes tus escenarios ¿necesitas, por pura necesidad,
hacerlo así o tengo la sensación que te nace de dentro hacerlo de esta manera
porque los escenarios son tan protagonistas como los propios personajes?
-Nada me gusta tanto como dejar
pasar los días solo, sin nada que hacer, sin nada que estudiar, sin nada que
retratar, en la naturaleza. Disfruto con todos los paisajes. Cuando me siento
bajo una sabina cerca de una balsa monegrina nada me parece tan hermoso como la
estepa. Digo: me voy a hacer anacoreta, viviré en una de esas cuevas, casi
simples viseras de roca, en la sierra de Alcubierre, me tostaré al sol y me
dejaré crecer una barba sedosa mientras miro las nubes que pasan y el sol que
aparece y se oculta cada día. Pero poco después, si me encuentro en las ruinas
de un castillo o de una iglesia medieval de las Cinco Villas que ha perdido su
bóveda pienso: me quedaría aquí toda la vida acariciando los sillares de color
de miel y mirando el cielo estrellado durante las noches serenas. Cuando algún
tiempo después, en una tarde de invierno, me quedo dormido bajo un quejigo de
los montes donde me crié y al despertar noto el olor de las hojas secas y de
las bellotas con las que jugaba cuando era niño creo que ningún sitio me
proporciona tanta paz como el silencio invernal de los quejigales donde recogía
con mi madre y otras mujeres del pueblo los glanes (bellotas de roble) para dar
de comer a los cerdos. Si de allí parto
para adentrarme en las cárcavas desnudas y grises de las margas siento que la
pureza de las rocas donde no crece nada me alimenta más que la espesura del
bosque. Si la tormenta me encuentra en el monte y me refugio bajo una roca
mientras los rayos parten el cielo y las gotas de agua, gordas como cerezas,
hacen saltar la tierra donde caen en un baile frenético, mientras escucho los
truenos y veo los árboles doblados bajo la furia del vendaval me relamo de
gusto: no hay nada más hermoso, pienso. Y cuando veo caer lentamente la nieve,
y cuando me salpican las gotitas en las que se desmenuza el agua del salto, y
cuando veo el agua que corre trazando caminos bajo el hielo que cubre la
ladera, y cuando regresan las grullas al anochecer, y cuando, y cuando, y
cuando… Todo en la naturaleza me produce gozo. Necesito, como el comer,
encontrarme solo en su seno, da igual donde.
-¿Los paisajes son para ti parte de esa mirada observadora
que tiene el escritor que escribe, tanto en estudio como en narrativa, y que
están ahí como esperándote y susurrarte historias de los que deambulamos por
ellos?
-Los paisajes me cuentan historias,
claro que sí. Constantemente imagino las vidas de quienes los poblaron en otros
momentos. Los veo recorridos por carboneros y por leñadores que ya no están,
por proscritos que huyen de la justicia, por pastores, por niños asustados tras
las cabras que debían guardar, por cazadores de lazo y de cepo, por la gente
del monte a la que he querido tanto. Pero sus historias, que me gustan mucho,
son solo un complemento, como un gorro, una bufanda o una pulsera, la verdadera
prenda, la que me da abrigo y calor en la naturaleza no se vincula a ninguna
historia no tiene que ver con nada, es algo sin nombre, una unión misteriosa
que va ganando fortaleza por momentos hasta hacerme sentir una misma cosa con
ella, hasta fundirme con el cosmos y no saber dónde acabo yo y donde comienza
lo que me rodea. No hay nada más gozoso.
-Además, tú mismo le has puesto la
fotografía a no pocos libros tuyos, ¿verdad?
-Sí, he publicado muchas, he disfrutado mucho
con la fotografía. Antes de la llegada de la fotografía digital pasaba horas,
días enteros, en el laboratorio revelando los negativos y positivando; también
las diapositivas me proporcionaban muchos ratos de diversión. Ahora todo se ha
hecho más fácil, pero no menos divertido. La fotografía me ha ayudado a
entender lo que veía. Mantengo con ella una relación intensa, apasionada y
contradictoria. La amo por el gozo que me proporciona y la odio por el que me
quita. Es para mí una tentación permanente como todas las actividades que me
gustan. Pero la actividad, la acción, es enemiga de la contemplación. La
contemplación pide pasividad, quietud. La acción promete mucho y da poco, la
contemplación no promete nada y lo da todo. En esa contradicción me he movido
toda mi vida, allí sigo. Cuando no consigo escapar de la tentación de la acción
salgo al monte con la cámara, cuando me acerco a la vida contemplativa que,
humilde, no reclama nada, abandono la cámara.
-En cuanto a los sentimientos que se
derraman desde tus narraciones estos son como pausados, poco precipitados,
carentes de impulsividad contenidos…¿te recuerda eso un poco a las gentes del
Pirineo?
-La gente de las montañas es dura.
No eran estos montes un territorio especialmente indicado para la ternura, para
la compasión o para el amor. Si existían vivían escondidos, no se manifestaban.
Eso ha tenido su reflejo en la literatura. En las últimas décadas se ha escrito
mucho sobre los Pirineos y sobre sus gentes, pero no abundan los textos donde
afloren los sentimientos. A mí es lo que más me mueve. No sé por qué. Los trato
siempre con delicadeza, con prudencia, con pudor, pero no sé escribir si no los
hago aparecer. Creo que es lo único que me interesa de verdad.
-¿Te sientes ciudadano del Pirineo como si viajases por la
vida, contando historias como los protagonistas de tu último libro Veintiuna
noches con otra capa de piel que te proporciona una mezcla de
orgullo y saciedad de saber que perteneces a una tierras con unas costumbres y
tradiciones que os hacen muy ,muy particulares?
-Esa tierra, las montañas
pirenaicas, son desde luego mi patria si atendemos a lo que suele entenderse
por patria. La sociedad pirenaica ha sido muy conservadora. La casa, su
institución principal, es lo más conservador del mundo. Siglo tras siglo todo se
hacía igual. En muchas familias conservamos las capitulaciones matrimoniales de
todos nuestros antepasados desde 1500: veinte generaciones escribiendo, una
tras otra, los mismos pactos, un mundo inmóvil destinado a perpetuar la casa.
No había individuos, había casas. La responsabilidad no era de los
particulares, era de las casas; las bodas no las pactaban los individuos, las
pactaban las casas; no se relacionaban entre si las personas, se relacionaban
las casas; la fama, buena o mala, no era de la persona, era de la casa a la que
pertenecía. Nos educamos en la defensa de la casa. No había que decirlo, era
una evidencia de la que no logramos librarnos y que nos ata de por vida. Eso es
así, no constituye un motivo de orgullo ni de deshonra. Pero sí un estorbo que
no nos ha dejado ser libres, una cadena. Los que tenemos cierta edad hemos
vivido atados a la casa donde nacimos. Y las cadenas, ciertamente, nunca son
buenas.
-Amigo Severino, ¿nos puedes
explicar si estás trabajando en algo?; no sé, adelantarnos alguna cosa, darnos
alguna pista….
-Sí, siempre ando ocupado en alguna
cosa. Estoy acabando una novela que me ha dado mucho trabajo. Ahora, cuando
redacto las últimas páginas, me siento libre. No sé si es bueno emprender obras
muy largas y complejas. Aunque si digo la verdad creo que deseo acabarla porque
mi cabeza ya está en otra cosa: quiero retomar un estudio sobre el siglo XVI
que dejé abandonado, y bastante adelantado, hace treinta años.
Cazarabet estrena test rápido:
¿Qué encuentras en la literatura que
no encuentres no sé, por ejemplo, en hacer ganchillo, jugar al voleibol…?
Placer.
¿Quién te enseñó a leer?
La maestra de mi aldea, doña
Raimunda Orozco.
¿Qué lecturas primeras encuentras en
tu infancia o desde que tienes consciencia de recordar y quién recuerdas que te
leía?
Tebeos, los libros de Enid Blyton y
de Guillermo Brown. Nunca me leyó nadie nada salvo en el comedor del colegio
donde pasé interno cinco años.
Un libro.
La regenta.
Un escritor/a.-
Gabriel Miró.
Un libro de poesía.
En las orillas del Sar.
Un/a poeta.
Antonio Machado.
Un libro de cabecera.
El Quijote
Tu libro o libros preferidos.
Todos los de Gabriel Miró, en
especial Años y leguas.
Un libro que nos aconsejarías si
somos lectores poco dados a la poesía para adentrarnos más en este género.
Se me hace difícil dar consejos de
este tipo, cada uno somos un mundo.
Una narrativa que acaba acercándote
a la poesía.
Me repito: la prosa poética de
Gabriel Miró.
Y uno de poesía que acaba
invitándonos a la narrativa.
Me vuelvo a repetir: toda la obra
poética de Machado
¿Dentro de la historia en el devenir
de los tiempos qué etapa u etapas han marcado un antes y un después en tu
narrativa?
Tanto en mi historia personal como
en la colectiva no encuentro esas fronteras que marquen un antes y un después:
veo tiempos de cambios, pero siento que pesa más la continuidad.
¿La poesía la degustas con y cómo…?
Con textos muy variados, pero
siempre con tranquilidad, con tiempo y sin hacerme explícito ningún objetivo.
¿Y cómo degustas la narrativa?
Igual que la poesía.
¿Qué horas sueles utilizar para componer/escribir
narrativa?
No tengo preferencias. Me gustan
mucho las mañanas, pero con frecuencia me levanto a media noche para escribir.
¿La acompañas con algo de fondo:
¿música, el eco del silencio, los sonidos del día o la noche allá donde estés…?
No busco sonido alguno como fondo.
Buena parte de lo que he escrito ha nacido en el campo, sentado en una piedra.
¿A qué escritor, poeta, ensayista,
dramaturgo te hubiese gustado conocer...?
A Marco Valerio Marcial, tanto
cuando triunfaba en Roma como cuando, ya viejo y olvidado por quienes le habían
aplaudido, vino a retirarse junto al Jalón, a Bílbilis, donde había nacido.
¿Y con cuál te hubiese gustado
trabajar...?
Siempre he preferido trabajar solo
¿Te gusta que las novelas,
narraciones se lleven al cine o se adapten para series y demás…?
A veces la adaptación al cine
desvirtúa la novela, pero en ocasiones –estoy pensando en Los santos inocentes-
se consiguen auténticas obras maestras.
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Cazarabet
Mas de las Matas
(Teruel)