Cazarabet conversa con...   David Porcel Dieste, autor de “El regreso a los otros. Un ensayo sobre la indigencia humana” (Mira)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Un ensayo, como dice la editorial Mira, sobre la indigencia humana desde la pluma de David Porcel Dieste, profesor de IES Miralbueno de Zaragoza, y con el prólogo de Josep María Esquirol.

La sinopsis: El regreso a los otros. Un ensayo sobre la indigencia humana nace de considerar la indigencia como una experiencia desde la que poder entender nuestro pasado y presente históricos. Pero no se habla aquí de la experiencia como práctica o acontecimiento provocados, ni como estímulo ahora convertido en objeto de consumo por los poderes económicos, sino, en un sentido más esencial, como un modo de estar en el mundo, como una actitud vital desde la que relacionarnos con las cosas y los otros. Teniendo presente el poder creador y transformador de maneras indigentes de estar como el destierro, el naufragio o el desamparo, y de la mano de filósofos e historiadores contemporáneos de la talla de Mircea Eliade, Ernst Jünger, Lewis Mumford, José Ortega y Gasset o Jorge Semprún, este ensayo explora cómo estas han actuado y actúan en Occidente, dando lugar a todo tipo de prácticas, símbolos y narraciones generadoras de identidad y comunidad. Esta incursión hacia los cimientos de nuestra historia lleva a plantearse la naturaleza sostenida, construida y, por tanto, vulnerable, de tales actitudes vitales. De hecho, es esta vulnerabilidad la que aconseja protegerlas y conservarlas como parte de nuestro acervo cultural.

La razón del autor para centrar su estudio en experiencias primordiales como el desarraigo o el desamparo es su firme sospecha de que las sociedades hipertecnologizadas encierran una profunda amenaza contra estas manifestaciones vitales que son constitutivas de la naturaleza humana. Como del aire que respiramos, también podemos vernos apartados del primer calor y de la proximidad, y no necesariamente por motivos de supervivencia, sino por procedimientos cada vez más sofisticados que, desde diferentes escenarios artificiales, parecen actuar sobre todos los rincones de la existencia humana. Con la intención de arrojar luz a esta situación, y de comprenderla en toda su magnitud, El regreso a los otros pretende acompañar al lector hacia la senda del pensar desde un nuevo enfoque con el que mirar el mundo a través de la disciplina tecnológica y su amenaza, pero no con el fin de huir o zafarse de ellas, sino con el de tomar distancia y poder enjuiciarlas desde una mayor perspectiva. No se trata, por tanto, de proporcionar al lector herramientas con las que cambiar el mundo, sino de darle la oportunidad de que vea más de cerca sus transformaciones y prevenirse ante ellas.

El autor: David Porcel Dieste (Zaragoza, 1978), doctor en Filosofía por la Universidad de Salamanca, es profesor en el IES Miralbueno de Zaragoza. Apasionado de la filosofía, ha publicado el ensayo La educación estética como superación del nihilismo en la obra de Ernst Jünger (2008, Ediciones Universidad de Salamanca) y es autor de una treintena de artículos en diferentes revistas de prestigio nacional e internacional.

Desde hace años administra el blog educativo Soplo de conocimiento, http://soplodeconocimiento.blogspot.com/  colabora en el periódico digital El Imparcial y en Ábaco. Revista de Cultura y Ciencias Sociales (CI-CEES), con títulos de actualidad como «La interculturalidad como problema: esbozo de una propuesta filosófica», «El lugar del maestro en la sociedad del rendimiento>>, «¿Hacia dónde vamos? Un recorrido filosófico por las diferentes formas de inseguridad», o «¿Cómo vivir en el exceso? Hacia una filosofía práctica de la liberación».

Interesado en acercar la filosofía a los más jóvenes, dirige la colección Nandibú Zeta (Pagès Editors/Editorial Milenio) y, en colaboración con la Sociedad Aragonesa de Filosofía, promueve actividades de interés cultural como la Olimpiada de Filosofía, mesas redondas y cafés filosóficos.

 

 

 

Cazarabet conversa con David Porcel Dieste:

-David, amigo, ¿qué nos encontraremos o qué se encontrará el lector o lectora dentro de “El regreso a los otros. Un ensayo sobre la indigencia humana”? ¿Es cómo volver a las calles del pensamiento versus de las almas humanas—todo desde un punto de vista integral –para saber qué es lo que, de veras, hay en la calle, detrás y dentro de cada uno/ a de nosotros como con el resto de conciudadan@s? ¿Es así? 

-El regreso a los otros es una aventura que comienza en la reflexión de lo que significa «estar en la indigencia», que es una forma de estar en el mundo, pero también una condición -la humana-, que nos define y constituye como seres necesitados y precarios. Y, en este sentido, mi libro se enmarca en una filosofía de la resistencia que confronta con aquellos que miden el valor de la vida por la tenencia y el éxito. Como en un momento se dice, también el poderoso es un indigente y, en cualquier momento, puede hallarse desprovisto de aquello que hasta el momento le proveía de seguridad. Por ello, como bien adviertes, mi planteamiento parte de una visión integral, y radical, del ser humano. La indigencia no es un estado o resultado de una adversidad, sino que es una forma de estar en el mundo. Nacemos y morimos en la indigencia.

 

-Leer sobre filosofía, sobre cómo ha sido y es la historia del pensamiento y de la filosofía…es la herramienta perfecta para que pensemos, reflexionemos con los que tienen, más o menos, nuestra manera de pensar y sentir y con los que no lo tienen…aunque nos cueste más, ¿verdad?; en realidad, solamente de esta manera se avanza socialmente hablando… 

-En efecto, la filosofía y su historia proporcionan herramientas para el diálogo y la deliberación, siempre que se realicen desde la escucha. Y entonces es cuando puede haber avance social. Una filosofía realizada desde la presunción de que ella tiene toda la verdad está abocada a la extinción. De hecho, si algo nos enseña la historia del pensamiento es el fracaso de aquellas concepciones que han asegurado hallar un apoyo tan firme como para comprender desde él la totalidad de los fenómenos y de manera definitiva. La filosofía, como la ciencia o la historia, es algo vivo, que nace y se desarrolla en el diálogo, y a partir de textos que llevan vivos más de dos mil años. Por eso es tan importante que los profesores leamos filosofía, y nos sigamos nutriendo de ella, y así podamos compartir entusiásticamente los conocimientos a nuestros alumnos.

 

-¿Qué podemos y debemos aprender de y desde la indigencia?

-De la indigencia, a reconocer el suelo que nos constituye, y conforma, y reúne. De hecho, nuestro libro es una invitación a pensar la indigencia, y concretamente tres de las situaciones indigentes que consideramos clave para entender nuestro presente, que son el exilio espiritual, presente en el mundo antiguo, la experiencia del naufragio, clave para entender la modernidad, y el desamparo existencial, especialmente visible en el horror y la barbarie que tan bien retratan la filosofía de la existencia y del absurdo del pasado siglo. Se trata de experiencias compartidas que son, también, suelo y sostén desde el que construir, tres períodos que consideramos cruciales y de los que podemos extraer consecuencias interesantes para afrontar los nuevos retos de esta era hipertecnológica en la que estamos. Si nuestra condición es ser indigentes, no podemos sino aprender desde ella, pensándola, viviéndola, quizá retirándonos figuradamente de ella, pero nunca saltando sobre ella misma. Nadie puede aprender lo suficiente como para dejar de ser un indigente. Y, de hecho, nadie querría hacerlo.

 

-¿Desde las aulas ya se les debe empezar a enseñar sobre qué hacer desde y en la indigencia?

-En efecto, creemos fundamental que nuestros alumnos conozcan el mundo que pisan, el mundo real, y no el mundo que diariamente prometen las grandes industrias de la felicidad, basado en la construcción de vidas carentes de sustrato, de identidad y de memoria, o convirtiéndolos en pasajeros de Titanics que, en cualquier momento, puede trasladarles de las más confortables comodidades a la más temible de las catástrofes. Sometidos como estamos a la fascinación de poderosas ilusiones ópticas, nos hemos acostumbrado a vivir sin escuchar ni recordar. Por ello es muy importante que también las jóvenes generaciones, que viven cada vez más algodonadas, tomen consciencia de que bajo el cascote del Titanic se esconden fuerzas que lo sobrepasan e inundan. Pero la indigencia es una fuerza, o un impulso, que todos llevamos dentro. En cualquier momento puede despertar, y entonces el ser humano deja de estar en la sociedad como lo está quien se confía a lo que son meros accesorios. Así es como se tuvieron que sentir los grandes hacedores de mitos y culturas que, armados de pasión y memoria, fueron construyendo los mundos de los que ahora seguimos nutriéndonos.

 

-Y si lo miramos, desde nuestro interior, como seres pensantes que somos…si tratamos de aprender, sacando nuestras propias reflexiones como si fuesen lecciones de vida, ¿qué nos encontramos?, ¿a nosotros mismos, pero como conociéndonos más?

-Yo a mis alumnos siempre les recomiendo que inicien un diario personal, que se narren sin ninguna otra pretensión que contarse lo que piensan y sienten cada día, y no sólo por el bien que supone para ellos el ejercicio de la escritura, sino porque es la manera de explorarse a sí mismos, y quizá de descubrir pensamientos y sentimientos hasta ese momento ignorados. La escritura, también, nos devuelve a aquello que las exigencias y obligaciones nos escamotean. Nietzsche escribió a los trece años su primera autobiografía. Quizá sea exagerado, pero es la manera de hacer que la vida sea lección y elección. Sin duda, la libertad comienza en el conocimiento y el autoconocimiento.

 

-Si nos conocemos más porque pensamos y no somos un mero rebaño, el poder, la clase dirigente, sea cual sea, ¿nos teme, nos temerá?

-Las clases dirigentes siempre temen al que puede cambiar las cosas, de ahí que necesiten adoctrinar y amansar para hacer más dirigible a la sociedad. Pero los rebaños siempre guardan hordas, y es la persona singular, el hombre pensante, el de carne y hueso, quien al final tiene la última palabra. Una pregunta de un alumno bien formulada puede desbaratar toda una clase de filosofía, y entonces hay que volver al principio, hay que reformular el punto de partida. Y ese acto es un acto ingobernable. El deseo, la pasión, la verdad, acaban prevaleciendo. Por lo mismo, por muchos que sean los intentos políticos de cerrar o enfriar los cauces de la discusión y la reflexión, creo que siempre habrá quienes piensen y hagan pensar a los demás. Lo interesante es, creo yo, crear espacios de encuentro para compartir y darnos ocasión a pensar y reflexionar juntos, y esto lo puede hacer un profesor de filosofía en su aula, pero también un ciudadano que envía su opinión a un periódico, o un grupo de profesores que altruistamente organizan cafés y tertulias en lugares públicos. No es necesario ocupar escaños de poder para decidir cosas. Y ahí, en los encuentros del pensamiento, germinan esas semillas de las que luego vive el tiempo.

 

-La filosofía en los institutos, amigo, ¿qué lugar ocupa en los planes de estudios y qué lugar, crees, que debería ocupar?

-Como miembro de la Sociedad Aragonesa de la Filosofía, con la que colaboro junto a otros compañeros impulsando actividades generosas como la Olimpiada de Filosofía, orientada a alumnos de ESO y de Bachillerato, puedo decir que hemos sufrido muchas embestidas legislativas a la filosofía. La Filosofía, madre de las ciencias, nacida también de la ciencia y de las artes, ha tenido que verse obligada a reivindicar un espacio educativo en la enseñanza de nuestro país. En la actualidad, si bien no se ha logrado ese lugar central de la Ética en la enseñanza común obligatoria, y que ahora básicamente ha sido delegada a una formación de educación en valores de sólo una hora semanal, la asignatura de Historia de la filosofía volverá a impartirse en el curso de 2º de Bachillerato para todos los alumnos, independientemente de cuál sea su itinerario formativo. Y así ya podremos decir que los alumnos de Bachillerato recibirán una formación integral de la filosofía, desglosada en dos cursos. También, pero esto no en todas las comunidades autónomas, nuestros alumnos en los niveles de 3º ESO y de 4º ESO pueden elegir como asignaturas optativas Iniciación a la Filosofía y Filosofía, respectivamente. Por cierto, que es un estupendo puente para participar en la Olimpiada de Filosofía.

 

-¿Hay que luchar por la filosofía como para reivindicarla….?  ¿Por qué la necesitamos desde nuestro “ser indigentes”?

-Sí, siempre hay que luchar, y se lucha manteniéndola viva, amándola, amando el conocimiento, y contagiando ese amor a nuestros alumnos, que son, después de todo, los verdaderos protagonistas. Un profesor que cierra su jornada de trabajo, y abre su correo para descubrir que varios de sus alumnos le han enviado fotografías, vídeos o disertaciones filosóficas, aguardando a ser valorados para continuar su andadura en la Olimpiada; o después de sus clases y tantas correcciones, se pone a organizar un encuentro filosófico para acercar la filosofía a la calle, o saca de su mesilla la última antología de Hannah Arendt con la que espera aclararse para explicar su pensamiento a los alumnos, y los acompaña también en los recreos para hacerles más comprensibles algunos conceptos; todos ellos, y tantos otros de tantas maneras, hacen porque la filosofía siga viva. Diríamos que la filosofía, como parte de la vida, necesita de la generosidad, y de la indigencia.

 

-Reivindicarla como herramienta que nos reconcilie con nosotros mismos y con todo aquello que nos ocupa y nos preocupa… no sé, por ejemplo, la epidemia de depresión, ansiedad, la preocupación por el futuro que, a veces, nos tiene como paralizados, quizás por la incertidumbre en torno al cambio climático, por ver cómo vamos a ser como seres humanos dentro de nada….

-Y es que la filosofía también puede acompañar. Recuerdo que, en mi etapa universitaria, quizá en momentos de bajón o desánimo, o afectado por algún desamor, leía a los grandes “pesimistas” de la historia del pensamiento, como Camus, Schopenhauer o Cioran, y salía sumamente reconfortado. Después de leer sus pasajes y libros, pensaba que uno siempre podría estar peor de lo que yo estaba. Y así había sido. La filosofía, y en esto emparenta con la poesía, puede decirse que es lo que para Goethe era el canto que canta la garganta: el pago más gentil para el que canta. Eso brinda la filosofía en tiempos de desasosiego: canto y encantamiento. Y es que la filosofía, para quien sabe leerla, encanta.

 

-Esa hiper tecnificación de la que hablas en el libro, ¿de qué nos priva y hasta qué punto…?, porque ganar, ganar, y más a ciertas edades, se gana poco…

-Creo que una de las implicaciones de la hipertecnificación es que incide demasiado en las posibilidades que brindan los sistemas globales de comunicación y de información, y apenas en todo lo que se pierde con la falta de gesto y de contacto que aquellos suponen. El foco se centra en el «poder hacer», descuidando lo que ya no se hace. Y es una tendencia que viene observándose ya en nuestras aulas, plagadas de alumnos que viven a caballo entre la realidad y la virtualidad, la mayoría en proceso de mudanza. En este sentido, mi libro puede leerse como una apología del tacto en un mundo cuya amenaza es el imperialismo de la conexión global. Pero no se trata de demonizar la tecnología, sino su aspecto hechizante que explotan las grandes tecnológicas. Heidegger lo expresó muy bien con su advertencia de que el aspecto verdaderamente inquietante no es el hecho de que el mundo se convierta en un mundo completamente técnico, sino que el hombre no está preparado para esta transformación del mundo. Y uno de los síntomas más evidentes de esto es la conducción hacia sociedades más desconfiadas, más desapegadas y desvergonzadas.

 

-¿Menos tecnología y más charla, más lecturas…más saber e intentar aprender a escuchar?

-Exacto. Recuerdo que en una entrevista que le hice a la filósofa Marina Garcés respondió con estas palabras a la pregunta de cómo sería una escuela ideal: Una escuela ideal es una escuela que escuche. Y es que es mucho más difícil escuchar que dictar. La escucha, frente al dictado, es un acto de dación, por el que uno da su tiempo, que es lo más valioso que tiene.

 

-Eres profesor, yo creo que la educación es el pilar fundamental de toda sociedad o debería serlo, sobre la que se deberían sustentar todos los pilares básicos que aúpen a los derechos y deberes humanos allá donde deben, sin más…pero argumentando, siempre, desde la palabra versus acción que venga de esa reflexión que tanto echamos de menos…

-Coincido plenamente contigo en la importancia de la palabra, y del argumento, a la hora de establecer los cauces por donde debe discurrir la educación. Y me parece que es especialmente importante en sistemas educativos hiperasfixiados con tanta burocracia y reglamentación. Es una pena que la forma de gestionar la educación descuide el valor humano de la misma, empezando por la falta de recursos con la que se desprovee a los centros educativos de equipos de Orientación y continuando con el modo como se desconoce y no reconoce la ingente labor compartida de tantos tutores y profesores hacia sus alumnos. Y ahí, de nuevo, es esencial cuidar la amabilidad en el gesto y la palabra. El sistema educativo puede ser muy hostil también con las personas amables.

 

-Y es que, hoy por hoy, cada vez hay menos gentes que ocupen cargos u altos cargos que hablen habiendo reflexionando…se habla demasiado de las tripas y eso está bien siempre que se reflexione, se hable y se sepa explicar argumentando, proponiendo, sin llegar a descalificar, insultar… ¿cómo lo ves?

-Sin duda, uno de los problemas que más afecta a nuestros centros e instituciones educativas es la desafección que sienten, y sentimos, muchos de los profesores hacia el sistema como unidad. Es muy poco frecuente que los profesores se sientan partícipes de un proyecto común o quieran formar parte de algo, y ello, en gran medida, propiciado por un sentimiento de derrotismo que acaba traduciéndose en el repetido “preferiría no hacerlo”. Por ejemplo, un pilar tan fundamental para que funcione cualquier tipo de empresa, como es la estabilidad, no se da hoy en los centros escolares: los alumnos de ESO tienen que cambiar constantemente de aula, de asignatura y de profesor por los itinerarios tan fluidos que tenemos; se habla de grupos pero, en realidad, en muy pocas asignaturas los alumnos permanecen conformando el grupo; las plantillas de profesorado en los institutos son muy inestables; y tampoco ayuda que en las dos últimas décadas hayamos recibido al menos seis leyes educativas distintas, absolutamente ideologizadas, y montadas unas sobre otras sin pies ni cabeza y sin contar con el sentir de quienes verdaderamente conocemos la problemática de nuestras aulas.

 

-Pero para todo lo anterior hace falta trabajo, voluntad, implicación de más de uno…también de lo que podríamos entender como sistema y esto… ¿cómo lo ves?

-En efecto, deberían resonar más las palabras compromiso y solidaridad, frente a lo que todos los días escuchamos en la calle, en los telediarios, y debajo de las mesas: competencia, rendimiento y resultados. Y esta omnipresencia de lo instrumental en menoscabo del conocimiento es otro de los problemas que creo más afecta a nuestra educación.

 

-Porque, amigo, indigentes somos un poco todas y todos, ¿verdad?; hay muchos tipos de indigencia y de ser o sentirse indigentes, como personas dentro de nuestras pieles ¿verdad?

-Así lo veo yo, y, como he comentado antes, en mi libro hablo de tres formas de indigencia que me parecen fundamentales para entender nuestro presente –exilio, naufragio y desamparo-, pero que ya apuntan, en los países del ultradesarrollo tecnológico, a otras formas inquietantes de estar, y que nos alejan del otro y de nosotros mismos. Creo que la verdadera crisis es la crisis que están sufriendo nuestros suelos vitales. Tenemos a nuestra disposición infinidad de dispositivos que nos pueden proporcionar toda clase de experiencias, pero todas ellas son fugaces, pasan rápido, no transforman ni dejan huella interior, frente a otras que, como sostengo en el libro, son suelo y armazón de culturas, pueblos y ciudades enteras. Diríamos, con el antropólogo Marc Augé, que hoy habitamos «no lugares», espacios de tránsito, de interacción, donde la memoria y la identidad no son posibles. Si hay una palabra que define nuestro tiempo esa es atolondramiento. Vivimos atolondrados, sin saber muy bien qué hacer y por qué hacerlo. Ahora no son suficientes las éticas de vida buena.  Necesitamos recuperar la necesidad sentirnos parte de un espacio común, que es un paso previo y más difícil de conquistar.

 

-El desarraigo, el desamparo, la soledad van a más en una sociedad en la que paradójicamente estamos como más comunicados que nunca, ¿verdad?, quiero decir que mucho teléfono de todo tipo, correos electrónicos, WhatsApp, pero cada vez la gente se queja, nos quejamos, de sentirnos, a veces, como más solos…

-El crecimiento exponencial de las apps de citas sociales, la proliferación de redes de contactos y de prácticas cuyo único fin es la búsqueda del contacto físico –como las de tantos consumidores que pasean cada fin de semana por los centros comerciales por el simple hecho de sentir el contacto de la gente-, la tendencia al aislamiento y al encapsulamiento visibles en los nuevos entornos digitales, son tan sólo algunos de los indicadores que muestran la agudización de la soledad en las sociedades de la información de las últimas décadas. Y ahora descubrimos que la potenciación de las posibilidades de comunicación que brindan las tecnologías, redes y conexiones digitales va pareja a la sensación de encontrarnos cada más alejados los unos de los otros. Pero es el retorno a los encuentros no mediados por la conexión lo que puede devolvernos a la comunidad y al sentido perdido de la casa (oíkos), como lugar común y fundamento de una genuina política.

 

-Quizás porque cuando nos reunimos no sabemos o no queremos o tememos hablar de ciertos temas que nos atañen mucho y que nos podrían enriquecer, pero esquivamos la discusión…

-Muy cierto. Creo que muchas veces es el miedo a descubrirnos lo que hace que nos protejamos tras las murallas de las pantallas y de los chats. Y de ahí que seamos cada vez más desvergonzados y desconfiados. ¿Por qué tendría que confiarme a alguien que no está conmigo?

 

-¿Nos presentamos antes las discusiones porque presentimos---y sin presentir---que son, como decía antes, demasiado viscerales, demasiado emocionales… cuando deberían estar un poco, como más reflexionadas…?

-Sí, y este hecho socaba, en cierta medida, los cimientos que tanto ha costado construir de nuestras democracias. ¿De qué nos sirve que nuestros alumnos conozcan los valores cívicos y democráticos si luego, en el día de mañana, no van a poder discutir o deliberar sobre casi ningún asunto libre y responsablemente? ¿De qué sirve el dominio de la palabra en contextos donde lo único que funciona es el ruido? Antes hablábamos de la importancia de crear y cultivar espacios para la reflexión, que propicien encuentros verdaderamente afectivos para abordar problemas comunes y compartidos; pero, desgraciadamente, los lugares para la reunión y la opinión, y hablo también del espacio educativo, son desplazados por los imperativos de transmisión y burocratización. Hablamos de cómo hay que rellenar un informe sin conocer muy bien el sentido de ese informe ni, lo que es aún más grave, el sentido de que tengamos que ocupar nuestro tiempo en rellenar informes. Y así, para pasar a otro asunto…

 

 

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