Cazarabet conversa con... Miguel
Ángel Buj, autor de “La detención de los Reyes Magos”
(Mira)
Mira Editores
nos acerca a esta novela que levanta más de una sorpresa, ya, desde el
título---y no digo nada si podéis ver la portada--.
Es una
historia que presenta, dentro de ella, otras historias. Una historia de
historias a modo de “matriuska” desde la pluma,
también sorpresiva, de Miguel Ángel Buj Sánchez.
Mira Editores
edita esta desconcertante, por lo que tiene de original, atrevida y descarada
como de valiente esta pluma e historia, desde la colección Sueños de Tinta.
Desarrollada
en el tiempo presente, en la imaginaria ciudad española de Santa Clara, una
mediana capital de provincia, la novela se inicia anunciando el final: tres
personas ataviadas de Reyes Magos han sido detenidas la mañana del seis de
enero. Así comienza una historia de historias, una novela circular en la que el
devenir de cada personaje se entrecruza con el del resto, a veces de modo
tangencial, pero suficiente para que de la confluencia de situaciones en
apariencia independientes surjan resultados inesperados que se condicionan
entre sí. ¿Qué historias? La de dos amigos: Gaspar y Hermenegildo, que deciden
regalar a un tercero, Tadeo, una noche de sexo con una atractiva mujer; la de
esa mujer, Natalia, que ha terminado en esa situación por la mala gestión de
los romances con que pretendió vengarse de una infidelidad de su marido; la del
marido de Natalia y su amante, Candela, a su vez vecina de Tadeo; la de tres
amigas que van a celebrar una despedida de soltera en la que quieren dar cabida
a Flavius, un inmigrante subsahariano de buen ver, que a su vez también tiene
su propia historia de supervivencia y pequeñas ilusiones; la historia de los
abuelos de la novia, que desean regalarle un cachorro de golden
retriever;
la de los empleados de la perrera, sus amoríos y sus tejemanejes en el mercado
negro de cachorros; la de la esposa de Gaspar; la de los padres de Tadeo; la de
los padres de su vecina Candela... Historias, las de quienes desean la
felicidad de sus amigos, que ensalzan la amistad o el cariño a los familiares;
historias, otras, que tratan de la fidelidad y la infidelidad, de la debilidad,
el amor propio y el orgullo. Todas mezcladas, porque no hay virtuoso sin
«pecados», ni «pecador» que carezca de virtudes. Un conjunto de historias que
forman un todo circular con una idea motriz: cómo los pequeños azares que
escapan a toda planificación determinan tanto pequeños como grandes cambios en
la vida de las personas, incluso en las más ajenas a ellos.
El autor, nace en Teruel en 1968.
Reside en Huesca desde el año 2000. Por motivos profesionales, también ha
vivido en Zaragoza, Madrid, Barcelona y Lleida. Licenciado en Ciencias
Económicas (Universidad de Zaragoza, 1991) y en Derecho (UNED, 2000).
Ha
publicado: La terrible historia de
los vibradores asesinos. Mira Editores, 2011; La sota de bastos jugando
al béisbol. Mira Editores, 2014; «Besos y luz». Relato incluido en la obra
colectiva Niebla y Sangre. Evohe. 2015.
Prologada por Santiago Posteguillo y con la
participación, entre otros, de Miguel Ángel Aguilera y Vicente Marco. Además,
ha sido finalista del Concurso Eurostar de Relatos (2012) con el relato
«Habitaciones traviesas». Después también ha destacado con La terrible
historia de los vibradores asesinos y La sota de bastos jugando al
béisbol llegaron a ocupar lugares destacados, entre los cinco primeros, en
diversas listas de ventas publicadas en Internet: Librería Central, en 2011,
FNAC (sección humor), en 2011 y Amazon (top de humor), entre 2015 y 2016.
Dentro de las
actividades literarias también ha tenido su presencia con: participaciones en tertulias literarias
en la cadena provincial de radio en Huesca (2017-2020); participaciones en
diversos encuentros, ferias, coloquios y charlas acerca de literatura (Huesca,
Zaragoza, Teruel, Valencia y Monzón); en el Blog «Literatura y humor». que se
inició en 2011, está especializado en literatura de humor, aunque también
incluye obras de otros géneros, y cuenta con alrededor de un millar de reseñas;
en redes sociales. Cuentas centradas exclusivamente en el ámbito literario.
----Twitter: @M_Buj_ e Instagram:
@literatura_y_humor_ ----
Cazarabet
conversa con Miguel Ángel Buj:
-Hola Miguel recibí este libro la
tarde de Reyes, de la Cabalgata —bueno al mediodía— y pensé bueno, bueno, bueno
cómo han terminado estos tres protagonistas de hoy enredados en semejante
dislate… desde la portada ya me sumergí en una lectura que, además de peculiar
es un tanto, permíteme que lo diga, loca, a la vez que divertida, pero
realista----mucho más de lo que somos capaces de admitir-- y claro, ahí entra
el cinismo, ¿qué nos puedes decir?
-¿Qué puedo
decir? Que me sorprende la asociación entre realismo y cinismo porque no me la
había planeado, pero es cierta. Todos somos un poco cínicos, en el sentido de
que, aunque solemos actuar más o menos dentro de las convenciones sociales, a
menudo lo hacemos más por comodidad que por convicción. O quizá porque no nos
atrevemos a más. Pero es que ser fiel a las convicciones y deseos no siempre es
aconsejable, porque son tramposos: cuando se presentan procuran obviar sus
inconvenientes. Intentan camelarte y por eso no siempre les hacemos caso. Sin
embargo, su trampa es necesaria porque cualquier acción precisa un ideal; es lo
que nos impulsa a mejorar. «La detención de los Reyes Magos» es una novela
realista porque todos los personajes practican este cinismo llamémosle
«defensivo», «acomodaticio» o «pragmático», en el que el principal engañado, y
que se resigna a serlo, es quien lo practica.
Ahora bien,
esta novela también es realista porque hay ciertos personajes que practican
conscientemente el cinismo en su otra acepción, la de engaño consciente a los
demás en beneficio propio. Tienen voluntad de engañar para prosperar: en
sociedad representan un papel para ser tenidos por respetables, admirables o
envidiables, pero lo hacen con la intención de sacar adelante intenciones
despreciables (normalmente, regar su egocentrismo o calmar sus complejos) a
costa de la credulidad o la indiferencia de los demás.
-Bueno, luego
empiezas a leer y ves que la cosa no es que venga precisamente de Oriente
persiguiendo una estrella, estos persiguen una “noche de liberación”, por
decirlo de alguna manera, ¿verdad?
-Los Reyes
Magos de esta historia persiguen todo menos ser Reyes Magos. Durante gran parte
de la novela es lo último que hubieran imaginado ser. Y menos aún acabar
detenidos, como ya se avisa en la primera página. Su noche de Reyes iba a
discurrir por otros derroteros, pero parte de la gracia de la historia radica
en ver cómo el azar más tonto modifica los planes más concienzudos. Ahora, no
todos esos proyectos eran estrictamente «festivos». Hay quien espera una «noche
de liberación», sí, pero también quien desea regalarla sin participar, sin otra
motivación que la amistad; y quien, por razones económicas, se presta a ser
instrumento de la liberación ajena. Eso, respecto a los tres «Reyes», pero es
que hay muchos otros personajes con planes completamente ajenos a ese tema, y
no hay dos en igual situación. Cada uno vive su particular noche de Reyes. Eso
sí, todas inolvidables, y, pobrecillos, no siempre para bien.
-¿Por qué
eliges al final una historia de historias… es porque los personajes van juntos
de manera ineludible en esa vida de pobrezas y vas enredándolos, tirando de la
paradoja de la historia, a los tres juntos poco a poco, pero acompasados,
aunque cada uno tocando a su son…?
-«La
detención de los Reyes Magos» es una historia única resultado del cruce de seis
o siete historias principales y otras secundarias. La trama se va construyendo
ante los ojos del lector a medida que avanzan esas historias. Hacerlo de este
modo es la decisión más consciente que tomé al escribir esta novela. ¿Por qué
lo quise así? Por dos motivos. El primero, porque así vivimos, aunque no
podamos advertirlo. Son tantas las cosas que influyen en nuestro destino que
hemos llegado a reservar un nombre a todo aquello que ignoramos y no podemos
controlar: azar. El segundo es consecuencia del primero: la literatura permite
al escritor jugar a ser el diosecillo que crea el azar que determina la vida de
un montón de personajes, y al lector le permite ser también un diosecillo que,
desde el Olimpo de su sillón, contempla plácidamente la formación de un azar
que para quienes lo sufren es una vorágine.
-La historia
toca temas muy, muy reales como la del personaje que hace de Baltasar…
-Todos los
personajes tienen un trasunto real, lo cual no significa que estén inspirados
en personas concretas, pero sí que cada rasgo que atribuyo a uno u otro los he
conocido en personas reales, aunque a muchas de ellas apenas las haya visto una
vez. Lo mismo cabe decir con sus motivaciones y situaciones. Todos llevan una
vida normal, con trabajos muy variados pero frecuentes, lo que produce
sensación de cercanía, reforzada porque, lógicamente, los intereses y
ambiciones de cada personaje guardan relación con su posición económico-social.
El inmigrante subsahariano aspira a ahorrar en beneficio propio y de su
familia, y la austeridad, la falta de recursos y la incertidumbre sobre su
consecución le impone un comportamiento distinto al de los personajes acomodados,
que al tener pocos problemas se permiten coquetear con caprichos, crearse
necesidades asequibles o recurrir al amor, que, como no recuerdo quién dijo, es
el recurso supremo de los ociosos. O al placer. O a fantasear con ambos, porque
soñar despierto es privilegio de quien carece de problemas acuciantes. También
hay unos pocos personajes, los más acaudalados, que como se creen más porque
tienen más se atreven con el derroche y el gasto irreflexivo, unas veces por
apetencia y otras para consolidar o que se note su posición. Son prisioneros de
su propia imagen en el espejo. En resumen, los temas son reales porque pese al
monumental lío que se forma no hay personajes disparatados, e incluso porque
las situaciones en apariencia más extravagantes, como ciertos «regalos»,
tampoco son tan atípicas como para que el lector no haya oído hablar de ese
tipo de «obsequios» en la prensa, vinculados, normalmente, al alegre manejo de
los dineros ajenos.
Y en
cualquier caso, no hay nada más real que el humor (cuando funciona, claro), y
en esta novela hay mucho; si el lector sonríe o se divierte con la lectura, es
que se ha metido en ella. Y con esto paso al segundo matiz: lo importante en
literatura no es el realismo, sino la verosimilitud. Es decir, que el lector
sienta la acción incluso aunque transcurra en mundos imposibles. Si se usa el
humor y el humor funciona, la sensación de verosimilitud, que se confunde con
la de realismo aunque no sea lo mismo, es intensa.
-Hay de todo en esta trama:
realidad social que descose a esta sociedad, (aunque no hay más ciego que el
que no quiere ver); matrimonios que son pura fachada; lealtades; silencios;
secretos y mentiras; romanticismo que podría parecernos caduco….
-Es una de
las ventajas de las novelas corales: al no estar limitadas por el protagonismo
de uno o dos personajes, el abanico de situaciones se multiplica, y con él la
agilidad de la lectura. Y más en este caso, porque no se trata de una novela
larga, aunque tampoco sea breve. En las redes he bromeado diciendo de 246
páginas es la longitud idónea. Dicho esto, el amor es, posiblemente, la emoción
más importante de la novela, porque aparece de modo constante y en multitud de
formas. La primera, el amor filial; el de Candela por su pequeño hijo Doroteo;
o el amor de padres ancianos a hijos adultos, como el de los padres de Candela
y Tadeo. Aparece el amor de abuelos a nietos. También, casi siempre de fondo,
el amor conyugal, a través de una serie de parejas desde hace años instaladas
en la rutina; hay historias de amantes, con un amor más vivaz, protagonizadas
por los miembros de algunas de esas parejas; y, sobre todo, en la novela juega
un papel relevante esa otra forma de amor que es la amistad. En todas estas
relaciones hay un poco de todo: ilusión, aburrimiento, secretos inconfesables,
secretos «cariñosos» porque pretenden dar una sorpresa o, simplemente, evitar
problemas que a nada conducirían… Hay mentiras piadosas y otras estratégicas;
hay silencios, que unas veces son falsedades y otras expresión de prudencia,
cobardía o pragmatismo. Con tantas situaciones algunas de esas formas del amor
acaban siendo vividas de modos muy diferentes en función del personaje: unos
andan más cerca de las relaciones tradicionales y de su concepción romántica, y
otros tienen una concepción del amor y el sexo completamente diferente, casi
consumista.
-Lo de la
historia dentro de otras historias o viceversa, según se mire, también obedece
a la misma premisa, ¿verdad? La vida es así y nos viene enredada más de lo que
nos pueda parecer, ¿verdad?
-Sí. Antes he
apuntado lo de la «creación del azar», pero hay un motivo más para escribir de
este modo: la amplitud del paisaje. Todos vivimos muy centrados en nosotros
mismos, en nuestros núcleos familiar y laboral, que determinan nuestros
problemas, inquietudes y aspiraciones y limitan el contacto con los demás a la
satisfacción de nuestras propias necesidades más que a las ajenas; es decir, la
atención que dedicamos al resto de personas fuera de esos núcleos ni es tan
profunda, ni tan generosa, ni tiene la continuidad que tengo la impresión que
sí tenía en las generaciones anteriores, que mantenían un tipo de convivencia
más cercano e interdependiente con vecinos y amigos. Digamos que fuera del
núcleo de relaciones dispersamos nuestra atención. Por eso tiene algo de
antinatural la lectura que se centra en la vida de unos pocos personajes y que
nos transforma, como lectores, en una especie de estudiosos o, quizá, a veces,
en voyeurs, por no decir en cotillas.
Por supuesto, esas novelas son imprescindibles y permiten un nivel de análisis
tremendo que nos ayuda a conocernos mejor a nosotros mismos, pero como digo, no
es esa la forma en que solemos mirar a la vida, sino la forma en que la miramos
cuando nos aislamos de ella para intentar comprenderla. Las novelas corales, en
cambio, hacen que el vistazo que el lector echa a las existencias ajenas sea
mucho más parecido al que realiza desde el día a día: vistazos rápidos, que
intentan captar lo esencial sin poder pasar de lo más evidente y superficial,
pero que bastan para identificar situaciones, y, sobre todo, para establecer
relaciones, lo cual estimula no poco la inteligencia. Es una mirada más ágil,
que permite ver y captar más a costa de profundizar menos. En el caso de «La
detención de los Reyes Magos» el lector, aunque acaba sabiendo lo fundamental
de muchos personajes hasta punto de poder analizarlos, acaba por centrarse en
la satisfacción de su curiosidad más inmediata: cómo es posible que tres tipos
que no tenían pensado hacer de Reyes Magos ni han hecho nada reprobable
penalmente, acaben como acaban. Es después de satisfacer esta curiosidad, es
decir, después de cerrar el libro, cuando los lectores, por lo que me han ido
diciendo aquellos que han tenido la amabilidad de comentar conmigo su lectura,
reflexionan sobre las circunstancias de alguno de los personajes. Por cierto,
hay algo que no había imaginado y que ahora estoy viendo: que cada lector
recuerda principalmente a un personaje distinto, posiblemente atraído por algún
aspecto o dilema moral al que el personaje se haya debido enfrentar. Que sea
uno u otro dice más de la personalidad y gustos del lector que de la novela. Es
interesante y divertido.
-Pues es, en
realidad, una historia de enredos y donde hay historias de enredos tienen que
habitar muchos personajes… por lo tanto es será una historia coral, ¿no?; ¿cómo
te las has apañado con tantos personajes? —algunos con doble personalidad o más
por lo de hacer de Reyes de Oriente.
-La verdad es
que no lo sé. No tengo un método definido de escritura, salvo para la
corrección. Cada una de las tres novelas que he publicado la he escrito de un modo
diferente. En el caso de «La detención de los Reyes Magos» comencé a escribir
sin saber si iba a ser capaz de llegar a algún sitio. Como los capítulos son
breves, de tres o cuatro páginas, y van saltando de unos personajes a otros,
cada cambio suponía un respiro que me permitía reflexionar sobre en qué punto
iba a seguir lo que acababa de dejar atrás. Sé que hubo un momento en el que
ese cruce de historias comenzó a tomar forma hacia una historia colectiva, y
que hubo un punto de inflexión en el que ya estaba todo ordenado hacia un
desenlace y, entonces sí, pude lanzarme hacia él de modo más rápido y con menos
dudas. Si en la primera mitad la dificultad estribó en dejar todas esas
historias con todos sus personajes en situación de converger en el final
deseado, en la segunda la máxima dificultad fue solo pulir los detalles para
intentar que todo encajara y que cada pequeño suceso determinante, que hay
muchos, tuviera su explicación racional.
-¿Oye, te
entraba un poco la risa al ocurrirte la idea de ir enredando la trama?
-Al ir
enredando la trama, no. Pero al escribir según que escenas, sí. Y esos son
momentos peligrosos e importantes. Peligrosos, porque cuanto mejor te lo pasas
más posibilidades tienes de dejarte llevar y descuidar detalles y lenguaje.
Pero esos momentos son también una gran oportunidad, porque la risa te hace
consciente de estar en un momento especialmente divertido, y te permite pulirlo
al máximo para que ese instante brille. Parece básico en las novelas de humor,
pero no creo todos los autores lo hagan. No es una labor de arquitecto, sino de
orfebre, porque a menudo la clave está en los pormenores o en el lenguaje,
incluidos los silencios. Estos dos aspectos, pormenores y silencios, unidos a
la poda de todo lo sobrante, potencian el impacto de los hechos y contrastes
mucho más que los argumentos. Así que sí, me reí. Siempre pienso que si me lo
paso bien escribiendo, alguien se lo pasará bien leyendo el resultado. Muy rarico tendría yo que ser para que no fuera así. Dicho
esto, creo que la escena que más me ha hecho reír al escribirla está en «La
sota de bastos jugando al béisbol». Lo pasé en grande organizando el «funeral»,
llamémosle así, de un personaje secundario apodado «el Pulgas». Algo similar me
sucedió con «La terrible historia de los vibradores asesinos», por ejemplo con
cierta breve «historia de amor» en la cabina de un camión entre el
protagonista, el desastroso y chuchurrido Ajonio Trepileto, y su ciclópea acompañante; no es casualidad que
estas escenas también me las hayan recordado muchos lectores.
-En esta
novela pesan más, creo, el retrato que quieres darle a los personajes a los que
para que “se muestren” les sumerges en una trama disparatada…
-No es algo
que me propusiera, pero es cierta la famosa idea de que los personajes cobran
vida y escapan a la voluntad del autor. Lo digo porque en esta historia hay
algunos personajes que, a consecuencia de perder el control sobre una
pretensión razonable, acaban inmersos en situaciones disparatadas, lo cual les
depara problemas emocionales considerables. Esto les hace sentir y reflexionar
con más intensidad, lo que los expone más a la vista y a la conciencia del
lector. Son las situaciones de tensión emocional (mucho más que las de riesgo
de sufrir un daño o un perjuicio) las que muestran cómo somos.
-Y la trama,
claro, la pones dentro de estas fechas tan especiales como mágicas, ¿no?
-Sí y no. La
novela, en realidad, comienza un siete de enero, con las noticias sobre el día
anterior. El día de Reyes es una referencia clara, porque ya en la primera
página sabemos que ese día se va a producir el desenlace, el cual comienza a
desarrollarse la víspera. Pero el grueso de la acción transcurre en las siete u
ocho semanas previas, e incluso una parte se desarrolla en torno a un
primaveral crucero dos años atrás. El efecto de esa mezcla es curioso: por las
fechas en que se ha publicado muchos lectores se han sentido atraídos por la
parte «navideña» que el título sugiere, pero quienes dentro del proceso
editorial lo leímos y releímos durante el verano nos identificamos sin
problemas con el momento de la acción (otoño y la época en que transcurre el
crucero) hasta el punto de que cuando el desenlace te conducía a la Navidad,
vivías con tanta naturalidad la transición que no te hubiera sorprendido
ponerte a comer turrón, como si al otro
lado de la ventana en lugar de haber treinta y tantos grados a la sombra
hiciera un frío helador. Es una de las cosas maravillosas de la literatura: si
te sumerges en la historia viajas en el tiempo, en el espacio y hasta, en
algunos casos, a mundos inexistentes. No hay agencia de viajes ni aventurero
que mejore a un buen libro.
-¿Trama que acomodas a los
personajes y que está en constante ósmosis con ellos y sus necesidades, pero
también a viceversa?
-Por
supuesto. Es consecuencia de ser una novela coral, una historia de historias:
no hay un protagonista al que le sucedan cosas, sino que lo que sucede es fruto
de la interacción de sucesos, cada uno de los cuales tiene su propio
responsable. O irresponsable, según se mire.
-De no ser
por las persecuciones y los cambios de escenario tan sucesivos y
variopintos…podría ser adaptada al teatro, ¿no?…
-No sé nada
de escenificación, pero, a juzgar por las obras que he visto en los últimos
años, ahora se llevan las de pocos personajes y escuetos decorados. Supongo que
porque son más fáciles de rentabilizar. El número de personajes, de escenas
–que exigirían excesivos impasses de transición- y de localizaciones hace muy
complicada la adaptación teatral de «La detención de los Reyes Magos».
Probablemente, por la agilidad en los cambios de escena, se adecúe mejor al
lenguaje cinematográfico. Pero no tengo ninguna pretensión al respecto. Al
contrario: cuando en las redes o en la prensa veo autores que parecen
considerar que la adaptación al cine es la culminación de su novela, siento un
intenso repelús: es como si su obra literaria no fuera para ellos un fin, sino
un medio. Es legítimo, pero dejan claro que sus objetivos no son literarios, y
eso me hacer perder interés en su obra. Por otra parte, con premeditación o sin
ella, para los escritores las adaptaciones tienen una motivación básicamente
económica, pese a que una mala adaptación puede arrastrar la obra literaria y
una muy buena puede eclipsarla. En cualquier caso, yo no ando con esos
problemas: ni soy lo bastante conocido, ni tengo el respaldo necesario como
para tenerlos; un porcentaje relevante de las adaptaciones que se hacen en
España las cuece Juan Palomo dentro de los grandes grupos empresariales, que
tienen las más potentes ramas editoriales y audiovisuales.
-Personajes,
trama, escenarios y sentimientos, sentires y maneras de “manejar las
emociones” que no siempre son tan cuerdas como debería ser, ¿no?
-El problema
de manejar las emociones es que «emoción» y «manejo» son conceptos a menudo
incompatibles, porque las emociones no son siempre racionales. Son como las
orejeras de los burros, y de ahí las burradas que provocan. Además, ser cuerdo
en todo momento es tan exigente que rara es la persona a la que alguna vez no
le flaquean las fuerzas y se deja llevar por la emoción buena o mala del
momento, por la pasión o la tentación. Luego, claro, dar marcha atrás puede ser
complicado, y por eso hay tantas vidas normales y en apariencia previsibles que
de pronto cambian bruscamente de rumbo. Al fin y al cabo, más descrisma el
único tropezón de una caminata que los miles de pasos que la componen.
-Lo de la
venganza de la policía es una actitud que podemos entender como normal –en un
principio---. Si nos pasase a nosotros, quizás fuese lo primero que
pensaríamos, pero claro está el enfriar esas emociones, el sentido común o el
hasta intentar ponerse a la altura de los demás…
En «La
detención de los Reyes Magos» hay una policía local que no es que desee
vengarse de nada. Es, simplemente, que se ha sentido objeto de una agresión y
duda de cómo actuar. Cuando su profesión la pone en situación de tomar medidas
contra el agresor por un tema completamente distinto, la responsabilidad
profesional se ve mezclada, o animada, por un sentimiento personal y nada
profesional: la alegría, o el alivio, de la «justicia poética». Es un tema
interesante, literariamente, el de quienes hacen lo que deben pero convergiendo
con sentimientos distintos al de la satisfacción del deber cumplido. En el
mundo real estas situaciones no buscadas son frecuentes, porque todos somos
arrieritos, pero solo cada cual sabe si su profesionalidad le ha permitido anular
o no sus emociones en el cumplimiento del deber.
-¿En los
personajes ha intentado “retratar” a lo más “variopinto” de la sociedad actual
de este país?
-No he tenido
intención consciente de retratar nada, pero al ser una novela protagonizada por
clases medias es lógico que muchos lectores se reconozcan. Para evitar las
reiteraciones que un similar modo de vida implica, he hecho hincapié en lo que
diferencia a las personas: el carácter, la edad, los valores, la idiosincrasia
que deriva de la profesión… También he reflejado las consecuencias de ciertas
diferencias económicas: sin salir de la clase media hay personas que pueden
permitirse el lujo de gastar sin tino varios miles de euros, mientras que para
otros la posibilidad de ganar mil extras es un acontecimiento. Estos dos tipos
de personas no enfocan el día a día de la misma manera. Dicho esto, creo que
«La detención de los Reyes Magos» no alcanza, ni de lejos, a representar
la complejidad de la sociedad: no hay rastro de esos pocos centenares de ricos
(los ricos de verdad, no los que la gente cree ricos) que tienen capacidad para
influir en la marcha de un país y la ejercen; ni de los pobres de solemnidad a
quienes el resto de la sociedad pisotea sin enterarse. Los personajes que vemos
tampoco son un catálogo exhaustivo de la clase media. Pero mi pretensión
tampoco ha sido hacer análisis social. Me conformo con hacer pasar un buen rato
al lector haciéndole reír de sí mismo en todo en lo que se vea reflejado.
-Amigo,
Miguel, me da que hay mucho de observación en esta obra, ¿no? y mucho más de
“ocurrencia”, ¿verdad?
-Si es así,
supongo que tiene que ver con mi forma de ser. Para mí el ser humano es,
comenzando por mí mismo, un bicho bastante ridículo: la memoria de nuestra
existencia es efímera; solo alcanza a la generación de nuestros hijos y nietos;
pasamos por el mundo y caemos en el olvido sin dejar otro rastro (al menos
desde que comenzó la modernidad) que un montón de basura no biodegradable, y,
sin embargo, la conciencia de nuestra propia identidad y la imposibilidad de
comprender el mundo al margen de nuestras entendederas nos hace sentir mucho
más importantes de lo que somos. En todos los órdenes de la vida siempre somos
nuestra propia vara de medir, por lo que si nos tomamos muy en serio a nosotros
mismos estamos constantemente expuestos al ridículo, ya que nada ni nadie nos
va a medir por esa misma vara. Es lo que sucede en esta novela: todos los
personajes tienen confianza en sí mismos y se afanan en sacar adelante
pretensiones que ellos juzgan razonables e importantes porque con ellas están
ocupando su vida. Sin embargo, a todos se les van de las manos de un modo
también razonable, aunque tonto, siendo el resultado calamitoso para el amor
propio de todos ellos.
-Miguel, de alguna manera, ¿te
documentas para obras tan “disparatadas” como ésta por muy realista que sea?
-No me
documento en absoluto. Para mí la gracia de la escritura, su efecto liberador,
es la posibilidad de crear. Crear es ponerte en manos de la fantasía, y como al
escribir vives lo que escribes, puedes vivir todo lo que seas capaz de
imaginar.
Pero confieso
que eso me produce sensación de bicho raro: creo que siempre ha estado de moda
entre muchos escritores afirmar lo contrario, que se documentan una barbaridad,
que consultan un montón de datos, fechas, hechos, localizaciones, imágenes,
características técnicas… Hablan con unos, con otros, consultan libros, buscan
testimonios… Lo ofrecen como garantía de realismo, como si el realismo fuera
necesariamente un valor literario. ¿Pero qué gracia tiene para el lector de
novela negra, por ejemplo, conocer las características de un veneno, de un arma
o del procedimiento investigador? ¿Cambiaría la novela si el veneno hubiera
sido otro, el arma fuera distinta o la consecución de las pruebas hubiera
seguido otro protocolo? No. Lo mollar en la literatura son las motivaciones,
las emociones, los sentimientos y las pasiones.
Por otra
parte, la falta de documentación no está reñida con el realismo: si lo que un
autor cuenta es resultado exclusivo de su imaginación, y esta lo es, como no
puede ser de otro modo, de su peripecia vital, nada más auténtico que el fruto
de esa experiencia. Por ejemplo, para mí Terry Pratchett fue un escritor
realista, y eso que situó más de cuarenta de sus novelas en un mundo imposible.
-¿Qué te ha
sido más fácil y qué te ha sido más difícil en la escritura de La
detención de los Reyes Magos?
-No sé
decirlo. Una de las ventajas de ser un autor poco conocido es que no tienes
presión. Si quieres, escribes; y si no, no lo haces y nadie se acuerda de ti.
De modo que como solo escribo cuando me apetece nunca he tenido sensación de
dificultad. De si algo ha sido complicado te das cuenta a posteriori, cuando
ves el trabajo que te ha llevado. Sin embargo, también es cierto que la
inspiración existe, y que cosas que hoy me parecen difíciles en su momento las
escribí sin esfuerzo. Visto ahora, creo que lo más complicado de esta novela
fue hacer avanzar de modo equilibrado tantas historias a la vez, de forma que
ninguna se adelantara o retrasara respecto a las otras o quedara difuminada
entre ellas. Lo más fácil, gracias a que todo lo anterior había ido bien, fue
el desenlace: como todo cuadraba e iba encarrilado me divertí mucho
escribiéndolo.
-¿Crees amigo
que desde la literatura la ironía y la sátira son buenas maneras de romper con
la crueldad del día a día en el que estamos sumergidos?
-Sí. Para mí
el humor en todas sus manifestaciones es un mecanismo de defensa o, mejor aún,
un lubricante para evitar las asperezas de la vida. Cuando eres capaz de
bromear con algo que te ocupa o preocupa, sin darte cuenta te has situado por
encima (probablemente por eso gusta tan poco a los soberbios y a los poderosos
ser objeto de chanzas). Lo difícil es ser capaz de mantener el sentido del
humor en circunstancias adversas. No es nada sencillo, porque el humor requiere
un mínimo de calma para manifestarse, lo que lo hace incompatible con las
reacciones viscerales. En estos momentos estoy más convencido que nunca de esta
concepción del humor: poco antes de la publicación de esta novela pude ver a mi
padre, a quien quiero y admiro con locura aunque ya no esté aquí, mantener las
ganas de bromear a las mismas puertas de la muerte. Ha sido una lección tan
maravillosa que espero poder aplicarla cuando llegue mi hora.
-Porque,
Miguel, ¿qué pretendías al escribir esta historia?;¿qué pretendías remover en
el público lector?
-No tengo ni
idea. Después de tres novelas publicadas tengo el convencimiento de que uno
nunca llega a saber por qué ha escrito algo. Las impresiones del momento son engañosas;
lo que crees un día no es lo que piensas años después. Es más, lo único que me
atrevo a afirmar es que no escribo pensando en el lector. De eso ya se ocupa la
«literatura industrial», la que se escribe con la finalidad de vender. Yo
escribo pensando en mí, en disfrutar del proceso de creación, que es muy
parecido a transformar la fantasía en realidad. Alguien, no recuerdo quién, dio
una vez una regla de escritura: escribe aquello que te gustaría leer. De modo
inconsciente es lo que he hecho siempre, sin pensar en publicar. Y como de la
literatura tengo un concepto que según el día oscila entre lo lúdico y lo
humanista, cuando me pongo a escribir siempre derivo hacia el «humor aplicado».
O, dicho de otro modo, si a mis novelas les quitas el humor, se convertirían en
malas tragedias o en pobres historias tristes. Quizá eso es lo que gusta a mis
lectores fieles: que de mis libros, tras ver a sus protagonistas afrontar mil
calamidades, siempre sales con la sensación de que si eres capaz de sonreír, la
vida es más sencilla.
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Cazarabet
Mas de las Matas
(Teruel)