Cazarabet conversa con... David
Jorge, autor de “De la revolución al antifascismo. La Komintern y el desarrollo
de una causa transnacional” (Catarata)
El libro analiza
y se acerca a la Komintern y el desarrollo de una causa transnacional desde la
pluma de David Jorge.
Este autor es un
incansable investigador del componente social y del “factor humano” en
diferentes circunstancias en la historia contemporánea desde la perspectiva de
allá donde lo ha llevado la vida México, por ejemplo, es la atalaya desde
además de inspirarse, mira, investiga y demás además ya ha estado con nosotros
en diferentes Conversa con…
http://www.cazarabet.com/conversacon/fichas/fichas1/inseguridadcolectiva.htm
http://www.cazarabet.com/conversacon/fichas/fichas1/tanlejostancerca.htm
http://www.cazarabet.com/conversacon/fichas/fichas1/warinspain.htm
La sinopsis del
libro: Esta obra aborda el surgimiento del internacionalismo comunista y cómo
evolucionó y se proyectó, mediante la Komintern, sobre diversas realidades
nacionales. Entre estas destacaron el México posrevolucionario de la segunda
mitad de los años veinte y la España republicana de la primera mitad de los
años treinta, en inevitable diálogo con los respectivos contextos americano y
europeo. Ambos países compartieron la incidencia de unos mismos actores claves
sobre el terreno, a partir del cambio de foco kominterniano
desde el mundo latinoamericano al español. Poco después, la constatación de la
amenaza nazi-fascista cambiaría drásticamente la situación internacional, el
orden de prioridades y las líneas de despliegue político-ideológico. El
tránsito desde las ilusiones revolucionarias hacia una amplia unidad
antifascista conllevó un crecimiento de filiaciones y simpatías, así como una
capacidad movilizadora inexplicable sin tal giro. La Guerra de España
constituiría, a la postre, el cénit global del antifascismo. Este volumen
inaugura la producción derivada de una investigación de largo alcance por parte
del autor, desde una perspectiva transnacional y a través de fuentes inéditas y
relevantes.
El índice del
libro:
ÍNDICE
PRESENTACIÓN
INTRODUCCIÓN. UNA
CAUSA TRANSNACIONAL Y SUS ACTORES,
REDES Y
TIEMPOS
Naturaleza del
trabajo y preceptos metodológicos
Cronologías
Geografías y
lógicas cartográficas
Actores y
redes
CAPÍTULO 1.
GUERRA, REVOLUCIÓN Y PARTEAGUAS HISTÓRICO
Entre las
convulsiones bélicas y las ilusiones y temores revolucionarios
Clase y nación en
torno a la Gran Guerra y la creación de la Komintern
El inicio de una
era: entre la Sociedad de Naciones y la Internacional Comunista
Aislamiento
comunista, deslegitimación liberal y ascenso fascista
De la lucha
contra clase y heterodoxia a la unidad antifascista
CAPÍTULO 2. LA
GESTACIÓN DEL ANTIFASCISMO Y SU PLASMACIÓN ANTE LA AMENAZA NAZI
El Socorro Rojo
Internacional, entre comunismo y antiimperialismo en América Latina
La experiencia
mexicana
Del foco
latinoamericano al foco español en la Komintern
Hitler lo cambia
todo
Identificación y
explicación práctica del antifascismo
CAPÍTULO 3. DE LA
TRANSVERSALIDAD FRENTEPOPULISTA A LA MOVILIZACIÓN GLOBAL ANTIFASCISTA
Entre la apuesta
por la seguridad colectiva y la construcción del antifascismo en Europa
Convulsiones en
España
El
posicionamiento de los intelectuales frente al fascismo
Movilización
transnacional hacia la unidad antifascista: del SRI a la JSU
El giro de la
Komintern, la consolidación del antifascismo y el Frente Popular
EPÍLOGO: DE LA
‘ÚLTIMA GRAN CAUSA’ A LA SUSPENSIÓN DEL ANTIFASCISMO Y EL ABANDONO DE UNA CAUSA
INTERNACIONALISTA
NOTAS
ÍNDICE
ONOMÁSTICO
FUENTES
Fuentes
archivísticas
Fuentes orales
(testimonios directos)
Fuentes
bibliográficas
El autor, David
Jorge: es profesor-investigador del Centro de Estudios Históricos de El Colegio
de México. Doctor en Historia por la Universidad Complutense de Madrid, ha
enseñado en diferentes universidades de España, Estados Unidos y México. Entre
sus trabajos destacan libros como Inseguridad colectiva: La Sociedad de
Naciones, la Guerra de España y el fin de la paz mundial (Tirant lo Blanch,
2016) y War in Spain:
Appeasement, Collective Insecurity, and the Failure of European
Democracies against Fascism (Routledge, 2020).
Si ampliamos un
poco más la información sobre el autor:
profesor-investigador del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de
México y coordinador académico de la Cátedra México-España, es un historiador
español cuyas líneas de investigación son la crisis de entreguerras, las
relaciones internacionales y los internacionalismos en disputa durante dicho
período, y la dimensión internacional de la Guerra de España. También ha
trabajado en torno a las relaciones entre España y México.
Doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Complutense de Madrid, ha
sido investigador posdoctoral 'DGAPA-UNAM' financiado por la Universidad
Nacional Autónoma de México y 'Juan de la Cierva-Incorporación' financiado por
el Ministerio de Economía y Competitividad de España. Ha enseñado sucesivamente
en Wesleyan University,
Universidad Nacional Autónoma de México, Universidad del Mar-Huatulco y El
Colegio de México.
Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores (SNI), es miembro de la World Association of International Studies
(Stanford University) y dirige la red académica H-Spain (H-Net, Michigan State University).
Es autor de los libros Inseguridad Colectiva: La Sociedad de Naciones, la
Guerra de España y el fin de la paz mundial (Valencia: Tirant lo Blanch,
2016) y War in Spain:
Appeasement, collective insecurity and the failure of European
democracies against fascism (New York: Routledge, 2020). Ha coordinado los
libros Tan lejos, tan cerca: Miradas contemporáneas entre España y América
Latina (Valencia: Tirant lo Blanch, 2018) y co-coordinado
Las derechas iberoamericanas: Desde el final de la Primera Guerra hasta la
Gran Depresión -con E. Bohoslavsky y C. Lida- (Ciudad de México: El Colegio
de México, 2019) y ¿Cien años de Relaciones Internacionales?
Disciplinariedad y revisionismo -con A. Lozano, D. Sarquis
y R. Villanueva- (Ciudad de México: Siglo XXI, 2019). Ha publicado medio
centenar de trabajos como capítulos de libro o artículos en revistas académicas
de numerosos países y ha impartido conferencias en España, Portugal, Estados
Unidos, México, Chile, Argentina, Uruguay y Brasil.
Cazarabet conversa con David Jorge:
-Amigo
David, ¿qué es lo que te lleva a escribir este libro que lleva de la revolución
-que creo encierra varias revoluciones- al antifascismo? ¿Qué nos puedes
comentar?
-En realidad,
este libro es el primero de una serie derivada de una larga investigación.
Inicié esta investigación hace ya unos quince años, y ha transcurrido a ritmos
discontinuos, con paréntesis y desvíos inevitables, por razones personales y
sobre todo profesionales. Sólo en
los últimos años, a partir de mi incorporación al Centro de Estudios Históricos
de El Colegio de México, es cuando he podido dedicarme a terminar de definirla,
darle un significado amplio y aterrizarla en forma de sucesivas publicaciones. La propia evolución de la
investigación terminó dimensionando la necesidad de fragmentarla en dosis
abordables en términos de plazos, de concretar puntos y aparte y, no en última
instancia, de plasmarla en una extensión digerible en términos editoriales actuales.
Un segundo libro, continuidad de éste que se acaba de publicar, está
prácticamente listo, aunque por razones editoriales aún tardará algo en ver la
luz. Y seguirá un tercero dedicado específicamente a la Guerra de España.
-¿El
internacionalismo comunista llega a todos los países por igual; de una misma
forma y siguiendo un mismo patrón?
-No.
Naturalmente, cada país tiene sus propias particularidades, dinámicas y
condicionantes geográficos, culturales, de cultura política particular, de
grado de desarrollo socioeconómico… No podía proyectarse el internacionalismo
comunista de la misma forma, ni con el mismo éxito, en todo lugar. Y así se
evidenció. No obstante, desde Moscú se careció a menudo de dichas
consideraciones nacionales, con sus efectos negativos en la aplicación de las
directivas de la Komintern y su consecuencia en forma de sucesivas crisis
divisorias en los partidos comunistas de cada país, entre sectores con un
criterio nacional propio que difería de la línea general soviética y kominterniana. Ello se vio claramente en el caso
latinoamericano.
La supresión de toda veleidad autónoma o heterodoxa dentro del movimiento
comunista cobró una dimensión particularmente aguda entre las fuerzas de
izquierda latinoamericanas, entre las cuales los impulsos revolucionarios se
basaban en la conexión de la acción comunista con las diferentes realidades
nacionales de la región, a su vez comprendidas en el terreno común del
antiimperialismo. En los países de la América Latina, al igual que en muchos
otros de Asia o África, el albergar preceptos revolucionarios, de cambio
radical de orden social, sin una base de compromiso antiimperialista o
anticolonial, resultaba en última instancia una contradicción. De ahí que
diversos líderes y cuadros antiimperialistas no se implicasen ni se mostrasen
muy entusiastas con la causa antifascista, una vez centrada ésta en la
contención del ascenso del fascismo en Europa, y por lo tanto desligada en la
práctica de las problemáticas endógenas.
Tales disfunciones no comenzaron a paliarse hasta el giro en apuesta por
las coaliciones de frentes populares. Viraje que tuvo su proyección ya
esencialmente circunscrita a suelo europeo (con Francia y España en primer
término), y que fue consecuencia directa de la constatación de la gravedad de
la amenaza nazi-fascista a partir de la llegada de Hitler al poder en Alemania.
Pero hasta entonces, se dio por parte de Moscú, y por ende de la Komintern, una
falta de acción integrada en diferentes realidades nacionales con sus también
diferentes necesidades y prioridades.
-¿Por
qué destacan en América el México posrevolucionario —puede que por eso mismo—y
al otro lado del Atlántico España republicana? ¿Qué escenario socioeconómico y geopolítico rodeaban a uno
y a otro?
-En el caso
mexicano, estaba presente, naturalmente, el complejo legado de la Revolución
Mexicana, y su aún más compleja dialéctica con la Revolución Rusa. Extendernos
en ello resultaría largo en exceso, pero cabe concluir que el proceso
revolucionario mexicano determinó, limitó y moduló, de forma particularmente
diferenciada a nivel global, el impacto del comunismo en el país. En España no
había habido proceso revolucionario alguno, como tal, y de hecho España se
caracterizaba, en el marco europeo, por haber carecido de una revolución
liberal de corte decimonónico.
Lo que hay que
tener presente que tanto México como España constituían retaguardias de primer
orden de importancia en el terreno geopolítico: en el primer caso de cara a los
Estados Unidos, y en el segundo de cara a Francia. Y, por derivación de ambas,
entraba también la relación indirecta con el Reino Unido. Tales relaciones eran
fundamentales, a ojos de Moscú, de cara a contener amenazas -reales o
potenciales- en sus dos grandes fronteras: Alemania y Japón. En este último
punto, China, con sus permanentes tensiones con Japón y su convulso escenario
interno, representó una preocupación absolutamente fundamental para la Unión
Soviética, y por derivación para el conjunto del movimiento comunista
internacional. La ruptura de 1927 entre comunistas y nacionalistas chinos
marcará de forma indeleble la evolución de la proyección exterior y del cultivo
de las relaciones internacionales por parte de la Unión Soviética.
-¿Qué
tiene en común la Internacional Comunista o Komintern en estos dos países y qué
presentan de diferente y diferencial?
-Los escenarios mexicano y español se
retroalimentaron en virtud de dos dinámicas de diferente naturaleza: su
excepcional y multifacética relación bilateral, por un lado, y las influencias
e incidencias ejercidas por la acción de actores transnacionales que operaron
de forma decisiva bajo ambas realidades nacionales, por otro. Los dos ámbitos
de proyección tuvieron lugar siempre en conexión con sus contextos regionales
inmediatos (los Estados Unidos y América Latina en el caso mexicano, y la
convulsa Europa en el caso español) y bajo las lógicas kominternianas
en torno a los países latinos tanto en suelo europeo como americano.
Desde los orígenes mismos de la
Internacional Comunista o Komintern, los escenarios mexicano y español
estuvieron directamente interconectados. Ello pese a dos inicios de siglo XX
marcadamente diferentes entre ambos países: mientras que México experimentó el
primer proceso en clave revolucionaria de la centuria, en España se prolongó la
Restauración borbónica durante más de dos décadas, hasta desembocar en una
dictadura que, avalada por el propio rey, sería tanto salvación temporal como
tumba última del propio régimen. Una coincidencia entre ambos países fue su
neutralidad durante la Gran Guerra de 1914-1918. Concluida ésta, y producida la
revolución en Rusia, los bolcheviques proyectaron un proyecto de alcance
universalista a través de un organismo como la Komintern, cuya primera tarea
primordial consistió en la puesta en pie de secciones nacionales o partidos
comunistas en cada país. México y España fueron encomendados a unos mismos
actores originales (el revolucionario bolchevique Mijaíl Borodin, el desertor
estadounidense Charles Phillips y el antiimperialista indio Manabendra
Nath Roy) y concebidos bajo una misma lógica en
cuanto a naturaleza organizativa y objetivos en sus escalas nacionales. Se
trataba de dos países eminentemente agrarios en su estructura socioeconómica,
lo que llevó a comparativas -tan forzadas como disfuncionales- con la Rusia en
la cual se había dado el proceso revolucionario.
Sin embargo, durante los años veinte, el
comunismo español, perseguido por la dictadura primorriverista, apenas pasó de
la condición de secta, y con la mayor parte de su dirigencia y militancia
activa exiliadas en París. Por el contrario, el comunismo mexicano se
desarrolló de formas más exitosas durante dicha década, que si bien no obtuvo
peso político sí logró una presencia interesante en el panorama sociocultural
del país, aprovechando las dinámicas propias del régimen posrevolucionario. Era
aquél un México nutrido de exilios antiimperialistas latinoamericanos y con
ciertas presencias de un antifascismo primigenio como fue el italiano, cuya
acogida contribuía a materializar formas reales que afirmasen el carácter
revolucionario del régimen en el poder.
Entre 1929 y 1931 cambió radicalmente el
foco kominterniano dedicado al mundo iberoamericano,
pasando del foco latinoamericano al foco español. Ello fue resultado de la
combinación de dos escenarios contrapuestos: por un lado, la sucesión de golpes
de Estado y virajes anticomunistas en América Latina (incluyendo a un México
que, bajo exigencia del vecino estadounidense, involucionó respecto a sus
teóricos preceptos revolucionarios) y, por el contrario, la proclamación de la
II República en España. Un acontecimiento, este último, que abría un marco de
posibilidades de acción para el cual resultaban útiles las experiencias de
actores latinoamericanos, trasplantados a suelo español desde los dos terrenos
predilectos -y en competencia entre sí- al lado del Atlántico, como eran México
y Argentina. Por otro lado, a partir de 1928, el Secretariado Latino de la
Komintern, que venía operando desde dos años atrás, se dividió en Secretariado
Romano (dedicado a los países europeos de origen latino) y Secretariado Latinoamericano.
No obstante, la conexión entre las ramas latinas europeas y latinoamericanas
seguiría operando siempre en la práctica de la Internacional Comunista (incluso
una vez desaparecidos los secretariados como tales a partir del crucial VII
Congreso de la organización celebrado en 1935).
La interconexión entre los escenarios
mexicano y español se ampliaría a partir de la reformulación en clave
antifascista de mediados de los años treinta. Lo hizo a través de dos
escenarios que adquirieron una importancia primaria para el internacionalismo
comunista: la España en guerra (en la que precisamente México y la Unión
Soviética fueron los únicos apoyos al Gobierno republicano) y el México
cardenista, que acogió a heterogéneos exilios (como fueron el de una figura
como Trotsky y el de un éxodo masivo como el republicano español). Guerra y exilio fueron, pues, otras historias, de
intensidades diferentes.
Durante la Segunda Guerra Mundial, con la
desfiguración del internacionalismo comunista conducente a la disolución de la
Komintern y la nacionalización de la causa, terminaba la historia transnacional
del antifascismo. Las historias nacionales mexicana y española transcurrirían
durante las décadas siguientes por terrenos políticos muy lejanos, si bien
marcados en ambos casos por la Guerra Fría y el necesario grado de alineamiento
exigido por el mundo bipolar.
-Por
favor, ¿nos podías explicar, brevemente, ¿cómo habían transcurrido la I y la II
Internacional? La Tercera Internacional agrupa a los partidos comunistas, pero
los socialistas y los anarquistas, ¿qué papel tenían?
-La Gran Guerra de 1914-1918 produjo
graves tensiones en el seno del socialismo europeo. La disyuntiva entre
anteponer identidad e intereses de clase o de nación sacaba a relucir
diferencias, contradicciones y propuestas divergentes. La inclinación de la II
Internacional en pro de la participación bélica significaba anteponer los
intereses de nación a los de clase. Con ello enfrentó a correligionarios
socialistas entre sí, por mor de la imposición de una identidad nacional a una
de clase. Marcó así una grave crisis que dejó heridas abiertas en la
organización durante décadas y de las que nunca se recuperaría totalmente.
Por otro lado, las sucesivas conferencias
de carácter antimilitarista y pacifista celebradas en el contexto de la guerra
(la de Zimmerwald en 1915 y sus continuidades en las
de Kiental, 1916, y Estocolmo, 1917) derivaron en la
semilla de un internacionalismo alternativo a la II Internacional, en virtud
del desprestigio acumulado por esta en la guerra. Los bolcheviques tomaron
buena nota de ello, por más que el ensimismamiento hacia el interior de las
inmensas fronteras imperiales rusas dificultase la proyección práctica en el
terreno internacional.
En abril de 1917, tras el movimiento
revolucionario de febrero en Rusia y la deriva de la contienda mundial, Lenin
hablaría ya de la “bancarrota de la Internacional zimmerwaldiana”
y de la “necesidad de crear una III Internacional”. La I Internacional o
Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), nacida en 1864 como primera
respuesta transfronteriza a las problemáticas sociales derivadas de la
Revolución Industrial en Europa, se había escindido en buena medida por las
posturas encontradas entre Karl Marx y Mijaíl Bakunin. La represión sufrida por
los comuneros parisinos en 1871 supuso otro batacazo para el movimiento obrero
organizado. La II Internacional, nacida en 1889, sufriría a su vez una fractura
por la escisión motivada por la alianza de parte de la socialdemocracia europea
con la burguesía para participar en la Gran Guerra. Por aquel entonces, Lenin,
entonces exiliado, empezó a fraguar la idea de una III Internacional. Un año
después de la Paz de Brest-Litovsk, firmada en marzo
de 1918 de forma previa a los demás acuerdos de paz configuradores de la
primera posguerra mundial, se fundó, en marzo de 1919, la III Internacional.
Este nuevo
organismo, la Komintern, buscó desde su nacimiento la atracción de fuerzas
integradas en otros campos político-ideológicos. Buscó que esa III
Internacional se erigiese como ente superador de las divisiones en el campo
obrero desde el siglo XIX, acentuadas, desde luego, por el papel de la
socialdemocracia en la Gran Guerra. Y, fruto de ello, la primera gran línea de
captación de cuadros se centró en las fuerzas situadas más a la izquierda
dentro de los partidos socialistas, por un lado, y de las juventudes del propio
socialismo, radicalizadas por la experiencia de aquella Primera Guerra Mundial,
por otro.
La Komintern impulsó, pues, divisiones y
rupturas en el seno de un socialismo en crisis identitaria desde los duros
debates internos motivados por la guerra. Algo que alentó una desconfianza
imperecedera desde una clara mayoría de las filas socialdemócratas hacia los
comunistas. La oleada revolucionaria europea de 1918-1919, que siguió a la
experiencia rusa, cobró especial relevancia en Alemania, Austria, Hungría e
Italia, y enmarcó los postulados leninistas hacia el nacimiento de esa III
Internacional.
-La
Gran Guerra marca para la III Internacional o Komintern el pistoletazo de
salida desde Rusia. De entrar en guerra, ¿qué camino crees que hubiesen tomado
México y España, o es entrar en el camino de las suposiciones?
-Efectivamente,
sería entrar en el terreno de la historia contrafactual o historia-ficción. Al
igual que la Gran Guerra afectó de forma determinante el rumbo de cada Estado
implicado, en una dimensión u otra, no cabe por qué presuponer que no hubiese
alterado el desarrollo nacional mexicano o español. Sin embargo, pretender
inferir por dónde se hubiese orientado ese nuevo rumbo es un ejercicio de
imaginación estéril en términos de reconstrucción y comprensión histórica.
-¿Qué
hay de la exportación de armas y de la red de espionajes que tenían a España
como núcleo o una de los principales núcleos?
-A la Unión
Soviética le preocupaban dos cosas: la formación de partidos comunistas
nacionales disciplinados y plegados a la línea vigente en Moscú, que priorizase
los intereses de aquel “primer Estado socialista” de la forma transmitida por
la Komintern (y sus organismos satélites o relacionados, empezando por el
Socorro Rojo Internacional), y el estudio de las realidades nacionales, ya
fuera a efectos defensivos, de aprendizaje o de colaboración beneficiosa.
Dicho lo anterior,
es imprescindible dejar claros tanto la naturaleza del papel soviético en la
Guerra de España como los objetivos de Moscú en aquel período. La
Komintern no quería una revolución en la España de 1936. Es más: era totalmente
contraria a una posibilidad tal, como demuestro
en el largo recorrido sobre la evolución de la política exterior soviética y de
la proyección internacional kominterniana.
Los preceptos ideológicos
supuestamente inherentes al internacionalismo comunista no se imponían a las
necesidades de seguridad geoestratégica marcadas por la amenaza nazi-fascista.
Y a eso se plegaron el Kremlin y la Komintern, así como -casi huelga decirlo-
los partidos comunistas nacionales.
La prioridad de
Stalin era la seguridad geoestratégica para la Unión Soviética, no la
exportación de preceptos ideológicos allende las fronteras soviéticas. Y quien
marcaba el rumbo exterior, en última instancia, siempre fue Stalin. La
Komintern se adaptaba al paso adelantado por la política exterior soviética. Se
vio en 1927-1928 (con la ruptura de la alianza con los nacionalistas chinos del
Kuomintang, seguida del “tercer período” kominterniano,
el del “clase contra clase” y la exclusión de fuerzas no comunistas, empezando
por una socialdemocracia denigrada como “socialfascismo”),
y se volvió a ver en 1934-1935 (apuesta por reforzar la seguridad colectiva,
seguida de la promoción de coaliciones de frentes populares en aras de una
amplia y transversal unidad antifascista).
La línea
internacional de la Komintern fue instrumentada, pues, como complemento a la
política exterior soviética. Sus prioridades fueron esencialmente tres. La
primera era garantizar la seguridad nacional; la segunda, promover los
intereses geoestratégicos; y, solamente en tercera instancia, la promoción de
preceptos ideológicos y, por ende, la exportación de premisas y la hipotética
influencia en otros países.
¿Por qué le
interesaría a la Komintern una España comunista? No hay argumento. En primer
lugar, se trataba de un país en el que estaba lejos de haber una base razonable
para tal escenario. En segundo lugar, se trataría de un foco aislado, lejano y
mal conectado respecto a la Unión Soviética, con demasiadas fronteras
intermedias. En tercer lugar, inquietaría casi gratuitamente a potenciales
aliados coyunturales claves. Y aquella era la prioridad absoluta de Moscú para
no quedarse solo en el gran triángulo ideológico que caracterizó el período de
entreguerras.
La insistente
propaganda y publicaciones de diversa naturaleza que pretenden ver una oculta
sovietización de la España republicana es, simple y llanamente, absurda. Y, lo
más llamativo: se basa en una contradicción propia en esencia, consistente en
atribuir una subordinación a Moscú, a la par que no se analizan los objetivos
de Moscú en aquel período, los cuales eran diametralmente opuestos a los
supuestos objetivos “comunistizantes” o “sovietizadores” de tales supuestas maniobras. Ergo: si
había subordinación a Moscú, los comunistas españoles tuvieron que apostar
-como lo hicieron- por evitar revolucionarismo
alguno. Era menester mantener la más amplia unidad antifascista posible, y para
ello resulta evidente que no convenía espantar simpatías, adhesiones o
“compañeros de viaje”. Quedarse solos ante la amenaza nazi-fascista no parecía
buena idea. Ésa, y no otra, era la línea promovida por Moscú y por la Komintern
en aquel entonces. La geopolítica mandó sobre exquisitez ideológica o idealismo
revolucionario alguno. Es algo que, en otro espectro político-ideológico,
tampoco parece interesada en comprender la producción de corte libertario ni
aquella filotrotskista. Porque, efectivamente, ni la
Unión Soviética ni la Komintern querían proceso revolucionario alguno en
España; sin embargo, tal rechazo no era debido a “camuflaje” alguno (retomando
la terminología de Bolloten, de huella duradera),
sino, repito, a la cruda realidad geopolítica del período y las necesidades
derivadas de la misma. Naturalmente, todo lo anterior no excluye que hubiese,
en la España republicana en guerra, comportamientos por parte de algunos
representantes soviéticos que no fueron precisamente de lo más respetuoso con
la soberanía nacional española ni se debieron estrictamente a las necesidades
de guerra frente al fascismo. Y es que a la par que la Unión Soviética
colaboraba con la República en guerra, en España se proyectaron las obsesiones
personales de Stalin, con episodios oscuros y perjudiciales para la propia
causa republicana. Pero aquello constituye ya un período posterior al del libro
que nos ocupa.
-¿Qué
camino hay o se recorre de la revolución de revoluciones al antifascismo tanto
en el caso de España como en el de México?
-Pese a un punto de
partida relativamente común (basado en desarrollos nacionales equiparables, en
la neutralidad en la Gran Guerra y en sus condiciones de retaguardias directas
de dos países geoestratégicamente claves como los Estados Unidos y de Francia),
ese camino se recorre sobre terrenos muy diferentes: un México en la fase final
de su propio proceso revolucionario, y con un elemento determinante como es la
ausencia de una una tradición de partido socialista
significativo (la Revolución Mexicana es esencialmente de naturaleza agraria,
sin un proletariado articulado ni mínimamente a nivel nacional), y una España
en una conflictividad social marcada por la articulación política y sindical a
través de la tradición socialista del PSOE y la UGT, de lado, y la también
larga tradición anarcosindicalista encarnada por la CNT, de otro. Por lo tanto,
la proyección y evolución tanto del internacionalismo comunista como del
antifascismo transcurren por terrenos nacionales y lógicas de acción e
identificación sociopolíticas muy diferenciados.
Y, desde luego, en
el caso europeo hay que tener siempre muy presente el papel que juega en el
marco del antifascismo el ala más combativa situada a la izquierda de la
socialdemocracia internacional; los mejores ejemplos fueron la lucha armada
para contener el ascenso del fascismo promovida por el Schutzbund
en Austria en febrero de 1934 y, meses después, por el socialismo español, en
octubre de aquel mismo año. Porque octubre de 1934 fue un movimiento de esencia
absolutamente socialista, con otras fuerzas en un término secundario, cuando no
terciario. Sin embargo, cuando desde la II Internacional se regañó a la
socialdemocracia austriaca o española, se dejó el terreno expedito para el
liderazgo antifascista por parte de la Komintern, a través de iniciativas
transversales y con aspiración de masas, desarrolladas por un organismo
auxiliar como fue el Socorro Rojo Internacional.
-¿Qué
tejidos de solidaridad se tejieron desde México y desde España en torno a la
Komintern y a la lucha antifascista?
-La “solidaridad”
fue el concepto articulador del Socorro Rojo Internacional, organismo derivado
de la Komintern que proporcionó al movimiento comunista internacional y al
conjunto del antifascismo algunos de sus mayores réditos. Algo que ha pasado
desapercibido en la historiografía. Sin la labor de unidad transversal
desplegada por parte del Socorro Rojo Internacional desde la segunda mitad de
los años veinte, no se podría explicar la unidad antifascista que empieza a
intensificarse en 1933-1934, con la llegada de Hitler y la búsqueda por parte
de Moscú de alianza con las democracias occidentales en clave común
antifascista, y que desembocará en los frentes populares en 1935-1936.
Una línea, la de la
transversalidad en búsqueda de una amplia unidad antifascista, que morirá en
1938-1939, a partir de los Acuerdos de Múnich y la derrota de la República
Española. A partir de entonces, Moscú prioriza el ser el polo no agredido
dentro de la tensión democracias-fascismos-comunismo, y la mano otrora tendida
a las democracias a través del sistema de seguridad colectiva de la Sociedad de
Naciones o de las coaliciones del Frente Popular, pasa a ser tendida a la
Alemania de Hitler a través del Pacto Ribbentrop-Molotov. Para entonces, ni el
Socorro Rojo Internacional ni la propia Komintern pintan ya nada a ojos de
Moscú, quedando dramáticamente sin razón de ser aquellos agentes que venían
dedicando su vida al internacionalismo comunista o a la unidad antifascista.
-¿Por
qué se abandona ese Internacionalismo que casi tenía en ósmosis
constante a países como España y México…por la derrota a la que
sometió el alzamiento a la II República?
-A partir de 1941,
con la entrada soviética en guerra contra Alemania, se despliega un
antifascismo de nuevo cuño, de carácter defensivo y pragmático en lugar de
propositivo e idealista. Esta nueva fase de lucha antifascista sucede al
período del Ribbentrop-Molotov y a la eliminación del supuesto “enemigo
interno” soviético, ya fuera éste contemplado como los “contrarrevolucionarios”
purgados en propio suelo soviético en las Grandes Purgas de 1936-1938, los
supuestos “desviacionistas” o “infiltrados” entre los brigadistas
internacionales procedentes de la España en guerra o bien se tratase de
Trotsky, el trotskismo y el conjunto de la heterodoxia comunista. Lo que sigue,
pues, es un redoble de la ortodoxia estalinista, la redenominación de la lucha
antifascista en clave soviética de Gran Guerra Patria, la sovietización del
movimiento comunista internacional y, en definitiva, la nacionalización de la
causa. Todo esto es algo que se analizará en un próximo volumen. En este
primero se apunta solamente a modo de epílogo.
-Pero
la Komintern y las personas que lo abrazan también sufre del exilio y México es
de los principales países que lo acogen, ¿qué relación hay y qué nos puedes
decir?
-Desde luego que el
exilio republicano en México no fue ajeno precisamente a las derivas anteriores
ya mencionadas, tanto en el terreno de la relación bilateral como en el de la
acción de sujetos concretos. En este ámbito, quienes mejor representaron las
trayectorias de ida y vuelta México-España-México fue la pareja compuesta por
Vittorio Vidali y Tina Modotti. También, en otro
sentido, un actor como Victorio Codovilla, el hombre fuerte del comunismo
iberoamericano, durante todos los años veinte y treinta, y sin el menor átomo
de duda. Otros actores “binacionales” tuvieron peor suerte, como el embajador Léon Gaikis, único representante
soviético en encabezar la legación en México y España, el cual fue llamado a
Moscú y ejecutado en los sótanos de la Lubianka en el
verano de 1937 tras una farsa de proceso, propio de los oscuros tiempos
purgatorios del estalinismo.
El inicio del
exilio tuvo lugar en un momento de divisiones y reorientaciones que resultaron
fatales para un debido aprovechamiento de lo que pudo haber sido un “transterramiento” a México mucho más provechoso, en lo
referido, claro está, al terreno político. En otros ámbitos, el exilio
republicano español en México pudo desplegarse con pleno éxito y retribuir,
cuando menos parcialmente, a la solidaridad mexicana en un momento vital
crítico y angustiante para decenas de miles de españoles.
-Amigo
David Jorge, ¿nos puedes hablar del proceso de documentación, estudio e
investigación en torno a este libro que nos acerca a la Komintern y a la lucha
antifascista?
-Este trabajo parte de una perspectiva
transnacional, como debiera ser menester a objetos de estudio cuya naturaleza
fue también transnacional, tales como el movimiento comunista internacional y
el conjunto del antifascismo. Y se basa estrictamente en la exploración
sistemática de nuevas fuentes, esencialmente documentación de archivo
completamente novedosa procedente de más de una decena de países diferentes,
así como numerosos fondos personales, muchos de ellos relegados a manos
privadas, y testimonios inéditos de protagonistas.
-¿Te
ha ayudado el fenómeno del exilio?
-Sí. En realidad,
no sólo el terreno del exilio, sino en primera instancia las relaciones y
desarrollos con anterioridad a éste y en otras esferas. En ello se centra este
primer libro. Otro que verá la luz próximamente tendrá el foco en la
temporalidad y acontecimientos correspondientes al exilio. Pero antes de éste,
hay una interconexión de gran importancia marcada por dos factores diferentes:
por un lado, las propias lógicas kominternianas, cuya
comprensión es eje interpretativo determinante para este trabajo; y por otro,
en un terreno más general, la dinámica, especial y heterogénea relación
bilateral entre México y España, con sus intercambios, proyecciones mutuas y
viajes de ida y vuelta entre ambas realidades nacionales por parte de actores
que resultaron absolutamente esenciales en las problemáticas que aborda mi
investigación.
Desde la evolución
de ambos países en la esfera interna, hasta cierto punto equiparable, durante
las tres últimas décadas del siglo XIX y la primera del XX, a la neutralidad
compartida en la Gran Guerra, la proyección común de la Komintern en ambas
realidades nacionales confiando a unos mismos agentes la puesta en pie del PCM
y del PCE y la bifurcación de caminos durante los años veinte (complejo y a
menudo muy contradictorio desarrollo del régimen posrevolucionario, en el caso
de México, y dictadura primorriverista y crisis del régimen de la Restauración
Monárquica, en el caso de España) que va a tener un reencuentro en tiempos de
la República Española que verá su cénit en la implicación del México de Lázaro
Cárdenas (diplomática, material y humanitaria) con la causa republicana en la
guerra y en su consecuencia en forma de acogida del exilio. Pero aquel exilio
no se puede comprender sin sus raíces, que se basan en las problemáticas
abordadas en este libro.
Y en la integración
de lo anterior ha sido fundamental, desde luego, mi propia vida transcurrida
entre dos países como España y México, pues me ha ayudado a comprender lógicas,
especificidades y matices imposibles de captar si no hubiese sido a través de
una inmersión y sensibilización propia.
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Cazarabet
Mas de las Matas
(Teruel)