Cazarabet conversa con... Michael
Eaude, autor de “Arturo Barea. Triunfo en la
medianoche del siglo” (Renacimiento)
Se trata de un estudio
biográfico que enriquece a la Colección Biblioteca de la Memoria de
Renacimiento que nos da a conocer quién fue este escritor imprescindible para
entender, ya no solo los entresijos de la contienda española del siglo pasado,
que también, sino también todo lo que se derivó a partir de la derrota de los
republicanos que terminaron sufriendo, derrotados, cansados y hastiados de una
derrota que se avecinaba...
Nos viene dada
desde la pluma de Michael Eaude, su biógrafo y la
persona que más tiento ha tenido y retenido.
¿Nos acercamos a
Michael Eaude?
Michael Eaude. Británico nacido en Londres, lleva 30 años viviendo
entre Barcelona, donde milita en la izquierda radical, y las montañas de
Valencia. Ha trabajado de traductor y escritor. Es autor de numerosos artículos
para la prensa británica (The Guardian o Times Literary Supplement) sobre
literatura y política española y catalana. Hace 30 años emprendió una tesis
sobre Arturo Barea, elegido porque su obra aúna sus dos pasiones: literatura y
política. Sus libros en castellano incluyen Con el muerto a cuestas, sobre la
literatura de Manuel Vázquez Montalbán y su relación con Barcelona, y
Movimiento obrero, Cambio político y Resistencia popular (también editado en
catalán), sobre la Transición española. En inglés ha publicado Catalonia: a Cultural History y
Barcelona, the city that reinvented itself, sobre la transformación de Barcelona de una ciudad
gris y pobre en los años sesenta a la ciudad centelleante de arte y diseño de
los noventa. En 2019 salió Sails & Winds, que trata la política, historia y cultura del País
Valenciano. Su libro más reciente es A People’s History of Catalonia.
www.michaeleaude.com.
Sus colaboracions en The Guardian:
https://www.theguardian.com/profile/michael-eaude
Cazarabet conversa con Michael Eaude:
-Amigo Michael, ¿de dónde sale Arturo Barea. ¿Triunfo en la
medianoche del siglo, porque tú le dedicaste tu tesis y ya editaste
anteriormente sobre el escritor pacense? . Esta presente edición es una
revisada y ampliada con más fotos y documentación, ¿no?
-Formalmente `pacense’, pero en la realidad
madrileño, ya que dejó Badajoz con pocas semanas y se crio en Madrid. Hace más
de 40 años descubrí la trilogía de Barea La forja de un rebelde en su
versión inglesa –de hecho, su versión original, se puede decir, ya que, aunque
Barea lo escribió en su lengua nativa, se publicó en inglés antes de en
castellano. Cuando decidí hacer una tesis, escogí a Barea, básicamente porque
me impresionó tanto el libro. La fusión de literatura y política en su trilogía
encajaba con mis pasiones. Suerte para mí, no había otros estudios extensivos
sobre él y su obra.
-El caso es que con Renacimiento y con Arturo
Barea. Triunfo en la medianoche del siglo, ahora vuelves sobre la sombra de
este escritor que vivió el exilio en Londres. ¿Qué te ha llevado a volver sobre
las huellas de Arturo Barea?
-De hecho, un detalle, Barea no vivió nunca en
Londres. Prefería vivir en el campo, en parte por sus nervios bastante
fastidiados por bombas y obuses, y también porque rehuía el mundillo literario
y político de la gente exiliada.
Desde que la Editora Regional de Extremadura
publicó la primera edición de mi libro en 2001, ha habido mucha información e interpretación
nueva sobre la vida y obra de Barea. El trabajo de los forofos/as de Barea
condujo a una exposición sobre él en el Instituto Cervantes de Madrid en
2017-18, una plaza con su nombre en Lavapiés, el barrio de Madrid dónde creció,
o el descubrimiento de unas cartas entre su hija Adolfina y él, para nombrar
solo unos eventos y fuentes de información nuevas. Por la gentileza de Paul
Preston, se hizo una edición en inglés en 2009. La edición actual incluye los
añadidos de 2009, además de la nueva información y matices de interpretación de
la última década. Estoy muy contento con la edición de Renacimiento, una
editorial de izquierdas muy agradable.
-Dicen los entendidos que el género biográfico
es el más difícil, desde tu experiencia con el libro de Barea, ¿qué nos puedes
decir?
-Vázquez Montalbán pensó que la poesía es el
género literario más valioso y complicado. No lo sé. Creo que el gran reto de
escribir una biografía es el de no identificarte demasiado con la persona
biografiada. Vives con la persona durante varios años y es importante mantener
el amor e interés, pero a la vez no enamorarte ciegamente (como en la vida
misma, supongo). Esto he intentado hacer, al no esconder las limitaciones de
Barea como escritor (falta de imaginación por lo que no había vivido él mismo)
o sus malas actuaciones como persona.
-¿Por qué te fijas en Barea, ves en él
una manera de entender mejor al pueblo español… al que necesitas entender
porque mucha parte de tu carrera como periodista y ensayista se ha desarrollado
aquí?
-Ha sido más por azar y por gusto a la trilogía
que me fijé en Barea, y no como parte de una estrategia de entender al pueblo
español. Dicho esto, es verdad que Barea interpretó para muchas lectores y
lectoras inglesas una importante parte de la historia española. La trilogía
narra los 40 primeros años del siglo 20: no es una historia, sino un intento de
contar como se sentía vivir aquellas 4 décadas. Acuérdate que
Barea empezó a escribir en medio de una guerra brutal para superar su miedo de
enloquecerse, lo que da mucha intensidad a lo que cuenta.
Como escritor obrero que empezó a escribir
tarde, Barea mira desde abajo los poderes del estado –iglesia, ejército,
capital-- a la vez que explica la vida popular de un barrio obrero (La forja),
la guerra de Marruecos (La ruta) y el Madrid sitiado (La llama),
siempre por el prisma de un participante en los acontecimientos. Pues sí, Barea
me ha ayudado, como a muchas personas de fuera, a entender el pueblo español,
pero no le estudié para entenderlo.
-Creo que indagar en la vida de Barea
no ha sido nada fácil o lo percibo como una persona que ponía muchas
distancias; que no gustaba de “mostrarse”, que incluso le costó adaptarse a la
diáspora, al idioma, al decir adiós a su país, ¿qué nos puedes decir?…
-No ha sido difícil indagar en su vida, aunque
poco he indagado en su vida antes de 1939. Pero no creo que pusiera muchas
distancias. De hecho, es casi el primer autor español que escribía una
autobiografía íntima, incluyendo varios ejemplos de cómo él mismo se comportaba
mal hacia las mujeres o bien explicando como un niño se formaba (o ‘forjaba’).
De interés especial es su análisis de como su familia le hace temer la
homosexualidad. En este respeto se “mostraba” a él mismo de manera valiente.
Sobre sus 18 años en Inglaterra, creo que
sufrió como toda la gente exiliada la pérdida de familia, amigos y la vida que
conocía, pero a pesar de nunca hablar bien el inglés se adaptó muy bien a la
vida inglesa. También es verdad que sintió una sensación de culpa por haber
abandonado su familia en la pobreza. Le ayudó el éxito, gran bálsamo. Recuerda
que ganó cierta fama durante sus primeros años en Inglaterra, cuando publicó
los tres tomos de la trilogía; su libro-ensayo Lucha por el alma española;
su excelente libro sobre Lorca y diversos artículos en revistas muy conocidas.
Además, consiguió un trabajo prestigioso dando charlas para la BBC. Y consolidó
una relación amorosa e intelectual muy cercana con Ilse Kulcsar,
una mujer de gran cultura y experiencia política.
Estos eran los años del dominio de Europa por
dos dictaduras, las de Hitler y Stalin, los años más oscuros, la ‘medianoche
del siglo’, pero él tuvo gran éxito personal. Por cierto, el título de mi libro
‘Triunfo en la medianoche del siglo’ se basa en una frase del escritor y
revolucionario Víctor Serge. Tanto Serge como Barea empezaron a escribir
relativamente tarde en sus vidas, como una manera de militar cuando el exilio
impidió una militancia más directa.
-¿Piensas que, hoy por hoy, se conoce
más y mejor al autor Arturo Barea, que en aquella edición, la primera en
castellano, en la que empezaste a escribir con un: “Arturo Barea casi no tiene
lectores”? Ahora no sé si tendrá muchos lectores, pero para leer ciertas etapas
vitales de la guerra y, sobre todo, del exilio hay que leer a Barea y se
entenderán muchas cosas… De todas formas, ¿por qué no se conocía, como se
debía, a Arturo Barea?
-Está claro que se ha recuperado a Barea en
este siglo. Se ha llegado a publicar toda su obra en castellano, por el tesón
de William Chislett; ha habido varias ediciones de la
trilogía; y la adaptación televisiva dirigida por Mario Camus de la trilogía en
1990 ha tenido cierta resonancia. Ignoro si se lee más a él… a los escritores
clásicos del pasado se les lee poco y aún menos a los exiliados. Lo que sí se
puede decir es que ahora los críticos o las universidades están más dispuestos
a aceptar a Barea como uno de los grandes escritores del exilio, al lado de
Sender, Chacel, Aub, Rodoreda etc. Antes, sufría por
ser un escritor obrero: muchos críticos, tanto franquistas como
antifranquistas, le tacharon de poco culto y sofisticado. No ayudó la mala
sintáctica en la primera edición en español, la de Losada en Buenos Aires en
1951. También su escritura es algo desigual; a veces centellea con fuerza y
brillantez y a veces es “tosco”, en palabra de Muñoz Molina.
Además, no encajaba en ningún grupo. A pesar
de su apoyo a los comunistas al comienzo de la guerra civil, les criticaba
después, tanto en La llama como en La raíz rota. Aunque era del
PSOE durante un período, el PSOE socio-liberal de los años 80 tenía poco
interés en promocionar las opiniones más izquierdistas de escritores
socialistas de los años 30. La serie televisiva, promocionada bajo un gobierno
del PSOE, fue la más cara de Televisión Española en aquel momento (1990) e hizo
a Barea más conocido. Sin embargo, la serie era un tributo envenenado del PSOE.
No representaba bien el ambiente revolucionario de los años 30 y las opiniones
de Barea. Lo que hizo el PSOE era asimilar a Barea a sus necesidades e ideas de
los años 80, no recuperar el espíritu de la República. Distorsión y
asimilación; no recuperación.
Otro factor en su relativo olvido es que Barea
murió joven, en 1957 con solo 60 años. Por tanto, a diferencia de otros/as
exiliados/as, no pudo volver al estado español, escribir en su prensa o
presentar sus libros en el tardofranquismo o la transición. Sin embargo, la
razón básica (repito) de su relativo olvido es que Barea sufrió del prejuicio
de varios comentaristas literarios por sus orígenes y por su estilo muy
directo. No tenía el don (o la maldición) de la ironía, que a tantos críticos
les gusta.
-¿Por qué encaja “ese realismo” de Barea
más con el de Ramón J Sender que con el de Baroja—al margen de que eran
coetáneos y de que los dos estuvieron en el exilio--?
-Aquí me pillas en un área donde no piso con
gran confianza. He leído poco a Baroja. Sin embargo, Barea mismo explica su
propia lucha para entender la técnica que requería para plasmar en la página lo
que quería expresar. Era un escritor muy serio que tenía la ventaja de no haber
pasado por la cotilla mental de los cursos universitarios de filología, pensaba
bastante en cómo escribir. Empezó con las estampas de Valor y miedo, con
ficciones de propaganda – realismo socialista con el estilo soviético, se
podría decir--. Estas estampas fueron mucho mejores que la mayoría de los
escritos del realismo socialista de los años ‘30, porque en ellas dominaba el
retrato íntimo del pueblo de Madrid, por encima de la propaganda. Luego,
exiliado en París en 1938 destrozó un borrador de La forja porque
contenía demasiada propaganda. Se embarcó, de nuevo, en escribir una memoria
basada en lo que había visto, sentido, oído y palpado. Vio en Baroja un
realismo demasiado seco y más superficial y en el Sender de los años 30
encontró un realismo más psicológico, más cercano de su deseo de llegar a “la
fuente escondida de las cosas”.
-¿Cómo nos presentarías al Barea
escritor?
-Es un escritor vivido y directo, sin
florilegios de lenguaje, capaz de hacer que la lectora sienta y vea lo que
describe. A veces es muy bruto: mira lo que hay sin pestañear, sin embellecer
la muerte o la sordidez. Su fuerza estriba en los retratos de la gente que
conocía y la evocación de las calles y del campo que pisaba. Dicho esto, tengo
la impresión –las evidencias se ven en el texto-- que trabajaba mucho sus
libros. Por tanto, además de estas olas de sensaciones de la vida popular que
atrapan a la lectora, está el hecho de que analiza, con sumo cuidado, el gran capital
(tanto la banca como la empresa), la iglesia y la escuela en La forja;
el ejército y la corrupción política en La ruta y en La llama, y
a lo largo de toda la trilogía, luchando para entender las raíces de la guerra
civil.
-Esos escritores y escritoras de la
diáspora quedaron como olvidados por muchísimos años, recordemos que la mejor manera
de olvidarlos es no integrarlos dentro de los libros de texto y de las clases
de literatura, ¿no? Pero es que, además, Barea es de los olvidados dentro de
los olvidados… ¿Cómo crees que estos autores, nos centramos si te parece en
Barea, fueron tratados en los tiempos de la transición...? (Yo que soy del año
1974 no recuerdo haberlo dado en las clases de literatura que llegaban en 7º de
EGB… en cambio sí recuerdo que en B.U.P me hicieron leer a Ramón J Sender, pero
no a Barea.)
-Lo hemos comentado antes. Más que nada, era
un escritor obrero y los mandarines del poder cultural no veían en él la
cultura y sofisticación propias, en su opinión, de un buen escritor. Barea
escribía no para la gente que suele leer, sino para la gran masa de gente que
no leía, sino que estaba aprendiendo y empezando a leer durante la República y
la guerra. Quería conectar con ellos y ellas. Desafortunadamente, pocos de su
público le habrán leído, a causa del exilio y de la censura franquista – pero
el hecho de que él tenía claro quién era su público lector le ayudó enfocar con
claridad sus libros.
-¿Escribía Barea muy “por libre” no encajando
para nada con personas y personalidades ligadas a algunos partidos, eso
también influye, ¿verdad?; ¿destacarías esa faceta individualista?—pero, al fin
y al cabo, esa era también su manera de transitar por la vida, tenía sus ideas,
pero no estaba realmente encasillado.
-Afortunadamente, Barea no estaba intentando
defender ninguna posición política estrecha en sus escritos. Su motivo no era
el de justificar sus actos o defender una línea de partido, sino de alejar la
locura indagando en las causas de la guerra civil. Pues sí, iba por libre. Un
ejemplo es cuando montó un mitin en Novés, el pueblo
de Toledo dónde vivía en aquel momento, antes de las elecciones de febrero del
36. Barea invitó a hablar a un republicano –del partido de Azaña--, un
comunista, un socialista y un anarquista.
Es decir, no era hombre de partido, buscaba la unidad de todos contra la
derecha. En este sentido, no era individualista, creía en la acción colectiva:
desde la adolescencia militaba en la UGT. Al ser un adalid de la unidad, no se
sometía a la opinión de un partido por encima de otro.
-¿Es quizás uno de los padres de la auto
ficción, de esa auto ficción de la que, ahora, se habla tanto, no? Es Barea un
autor creativo, pero me da que es de los que se abre ante la página en blanco…
de los que sufre y no poco y se despoja de todo lo malo, aunque también de todo
lo bueno, ¿verdad? --lo que quiero decir es que hay mucho sentimiento.
-Es notable que la autobiografía era casi
ausente de las letras españolas antes de la generación de Barea. Saliendo de la
guerra civil, sí hay muchos ejemplos notables de estas novelas autobiográficas
o autobiografías noveladas, tipo Barea, Sender, Aub,
luego Gironella, Umbral, Juan Goytisolo etc…
La segunda parte de tu pregunta, sobre
“expulsando en la página lo malo y lo bueno”, me gusta. Es interesante que
tanto su mujer Ilsa como otras colaboradoras hablaban de como Barea solía
sentarse delante de la máquina de escribir y teclear casi sin pausa. Creo que
esto no significa que no pensara en lo que escribía, que solo se desahogara.
Muy bien podría haber estado ordenando el texto en su mente antes de escribir y
también, claro, después corregía. Pero sí, implica este método de composición
tanto espontaneidad como sentimiento.
-Su trilogía La forja de un rebelde es una
bofetada de realidad desde el primer momento. Si tienes abuelos que vivieron
aquellos tiempos los empiezas a ver y a mirar de otra manera…
-Sí, es una bofetada y después las imágenes
arremolinan por la cabeza como las estrellas que ves después de una bofetada.
-Quizás
no se suelta más en torno a ser prolífico en la escritura, quizás no se sumerge
más en ciertos ambientes porque veía al mundo intelectual muy equiparado a la
burguesía y él lo había pasado realmente mal hasta que logró salir de aquella buhardilla
madrileña, ¿verdad? ¿fue un escritor un tanto atenazado por él mismo y sus
propios “miedos internos”?
-Su escritura, tanto la trilogía como los cuentos,
los artículos políticos o la crítica literaria, tienen una gran unidad de
temática. Se enfoca en los problemas de la clase obrera española: habla de las
dos hambres, el hambre para comer y el hambre para aprender, ya que solo sales
del hambre si, en un proceso colectivo, entiendes el porqué del hambre.
De joven quería escribir, pero el cinismo y la
mediocridad de las tertulias de los escritores madrileños le deprimieron.
Después se sintió atraído por los cursos de la Institución libre de Enseñanza,
pero se dio cuenta amargamente que no tenía el dinero para asistir a ellos en
la práctica, solo podía estudiar allí la gente apoyada económicamente por sus
padres. Estas experiencias nutrían una hostilidad anti intelectual muy
comprensible: como dices, equiparaba ser intelectual con ser burgués. Así hasta
la guerra civil, cuando conoció a varios intelectuales que le caían bien – por
encima de todos Ilsa, pero también Hemingway, dos Passos,
Ehrenberg, los periodistas Mikhail Koltsov y Sefton Delmer y otros
con los cuales hablaba de política y literatura. Ya en Inglaterra se convirtió
él mismo en crítico literario y conocía a muchos intelectuales. Sus
circunstancias habían cambiado. Tal vez, más que “anti intelectual” se debería
decir “anti elitista”.
Creo que sí, lo pasó realmente mal en la
infancia y en Marruecos. Sin embargo, recibía el amor de su madre y una
educación mediante su tío, además de tener trabajos atractivos de joven. Barea
adoptó a varias etapas de su vida una posición ‘intermedia’ – entre la
buhardilla de su madre y el piso de su tío; sindicalista y a la vez montando
una fábrica; sargento en el ejército, ni soldado raso ni oficial. Es decir, no
todo era malo, aunque estaba asolado por contradicciones. Las evidencias de que
lo pasó mal están en la trilogía. Creo que, hasta que conoció a Ilsa, no se
sentía cómodo en su piel. Estaba algo amargado y resentido, una persona herida
de alguna manera.
-Si tuvieses que definir la trilogía que desde
Barea marca a la literatura en la diáspora, ¿cómo lo harías? Personalmente me
impactó mucho: reconocía muchas cosas de las que me habían contado, que había
oído, que había observado---ese miedo a hablar de ciertas cosas, ese silencio,
esas miradas de reproche--- Tú que lo has estudiado más ¿qué nos puedes decir?
-¡No mucho! , aunque me parece que la recuperación de Barea en
este siglo acompaña el movimiento para enterrar con dignidad los más de 114.000
republicanos y republicanas asesinadas y tiradas a las cunetas. Muchas veces se
dice que este movimiento de memoria histórica es de los nietos y las nietas, ya
que los hijos e hijas tenían que callarse bajo Franco. Así, lo que tú, y tantas
otras personas habéis oído en los susurros y los silencios de la familia, se
expresó de voz alta en los gritos escritos de gente como Barea.
No he leído muchos libros de la diáspora, pero
sí he leído a Mercè Rodoreda y a Max Aub y me gustan
mucho. Rodoreda es un caso aparte, diferente de Barea y como escritora por
encima de todos. Pero La forja de un rebelde y El laberinto mágico de
Aub tienen muchos puntos de comparación. Creo que los
primeros dos libros de los seis de El laberinto mágico son excelentes,
al nivel de la trilogía de Barea, pero Aub suele ser
más intelectual y ralentiza la narrativa con muchos diálogos. Barea mantiene la
velocidad, es más directo. Volvemos a que Barea, más que cualquier de sus
contemporáneos, creo, estaba escribiendo para un público como él mismo, para un
público como los semianalfabetos que se le acercaban durante el asedio de
Madrid para pedirle que explicara los poemas de Lorca.
-Barea pasa de estar en el edificio Telefónica
al Servicio de la cultura, la propaganda y la prensa con la II República a
trabajar para la BBC desde su exilio londinense. ¿Qué le supone este viaje?
-Es un viaje muy breve y brutal. En su trabajo
de censor en Madrid estaba defendiendo una República de izquierdas. Aún más, en
los meses de 1937 de sus charlas radiofónicas como ‘La voz incógnita de
Madrid’, cuando los comunistas controlaban la propaganda, era mala idea expresar
opiniones que no fueran comunistas. En cambio, al solicitar trabajo en la BBC
tenía que esconder cualquier atisbo de simpatía al comunismo, ya que la Unión
Soviética estaba aliada con la Alemania nazi en 1940/41 y, además, los jefes de
la BBC eran extremadamente conservadores. Barea acababa entrando en la BBC para
dar charlas a América latina, porque no le aceptaron para dar charlas al estado
español. Era Rafael Martínez Nadal, un hombre mucho más conservador que Barea,
que hablaba de parte de la BBC a la España franquista. La BBC seguía la línea
del gobierno británico de aplacar a Franco, no a atacar y retarle. Ilsa Barea
llegó a decir que los jefes de la BBC eran ‘cripto-fascistas’.
-¿Como se lo recordaba a Barea desde
esas entrevistas que pudiste tener con gente que lo conoció como la periodista
norteamericana Martha Gellhorn?
-La mayoría de mis contactos eran por carta y
las opiniones sobre Barea eran mezcladas. Hay gente que dijo que era muy
amargado y pesimista; otros, que estaba muy contento en Inglaterra. Hay quien
dijo que era brusco y a menudo desagradable; otros, que era un encanto. Normal,
creo, que hay tantas variaciones de opiniones sobre una persona como personas,
¿no? En el libro intentaba plasmar estas opiniones variadas. Lo que sí estaban
de acuerdo, todas y todos, era que sufría mucho de los nervios, fumaba y bebía
mucho, le gustaba hablar con todo el mundo (escuchaba a la gente obrera y
campesina en los pubs para conseguir material para sus charlas en la BBC), y
gozaba de invitar a gente y cocinar.
Martha Gellhorn
tenía una reputación de severa, pero me trataba bien. Me escribió una postal de
Belice dónde estaba haciendo un reportaje, dándome su número de teléfono en
Gales y me invitó a llamarle, que luego hice. Nuestra conversación duró casi
media hora y me dio unas opiniones contundentes sobre Ilsa y Barea. Creo que
aquella conversación en agosto de 1989 con tan admirada periodista de guerra y
defensora de la República española me convenció que realmente podría escribir
algo original sobre la vida y obra de Barea.
-¿Crees que pudiste, de alguna manera,
conocerlo sin haberlo conocido personalmente hablando como hablaste con gente
que lo trató tan de cerca y leyendo su obra y otra literatura que te debieron
de ayudar a construir o a hacerte una idea del mismo?
-No. Tal vez, un poco. Creo que he entendido y
conozco relativamente bien su obra, pero es otra persona, de otra época, de
otra cultura y vivencias tan diferentes, pero no, no le conozco. Sí, puedo
saber lo que dijo, hizo y escribió, pero conocerle es otra cuestión.
-¿Su gran tristeza porque yo lo percibo
como hombre de una tristeza perenne era el haber tenido que tomar esa decisión
de tener que apartarse de sus hijos al romper su primer matrimonio?
-Hay gente que dice que había un amargor y una
tristeza en el Barea adulto con raíces en su infancia y juventud. No lo sé.
Tuvo experiencias, es decir la pobreza de niño, el horror de la guerra, el
matrimonio fracasado y el exilio, que entristecen a cualquiera. En cambio,
aparte de cierto pesimismo, desde luego bastante justificado, sobre la
supervivencia del franquismo después de 1945, en su día a día en Inglaterra
parece alegre, gregario y simpático. Lo de escribir, como él mismo dice, le
salvó la salud mental.
La separación de su mujer Aurelia le traía
alivio. Sospecho que, como muchos hombres, tenía poco que ver con sus cuatro
niños. Indudablemente sentía mucha culpabilidad por la pobreza de Aurelia y sus
hijos y hijas, abandonados sin sustento en la España
de la posguerra. La muerte en Madrid en 1941 de su hermano y mejor amigo Miguel
después de maltratos en la cárcel habría sido, creo, una herida más profunda.
-Si tuvieses que describir a Arturo Barea como
ser humano, ¿cómo lo harías?; ¿un escéptico, un descreído de la vida y casi del
ser humano? Su escritura estaba salpicada por esa manera de ser, sentir, de
vivir, ¿verdad?, de ninguna manera pudo desligar una cosa de la otra, ¿no?
-Claro que era escéptico del poder. Cualquier
que piensa lo es. Pero no era un cínico. Como he dicho, se le ve a menudo
alegre, vital, contando anécdotas, bebiendo y discutiendo en el bar, actuando
el payaso con amigos. Claro que a veces estaba triste y pesimista: tengo una
imagen mental de él caminando cabizbajo por el bosque con su perro negro, pero
no era una persona rencorosa. Sus escritos cuentan lo peor, pero mantienen una
confianza en la resistencia del pueblo. En el exilio evolucionaba, desde un
socialismo a veces bastante radical hasta un humanismo liberal.
-Amigo Michael, ¿cómo ha sido la tarea de
investigación en torno a la persona de Arturo Barea, investigación que conlleva
un buen proceso de documentación, de contraste de datos, de intentar dar con
testimonios más o menos directos...? Un período apasionante, pero muy
trabajoso, ¿verdad?
-No ha sido muy trabajoso porque investigaba a
Barea durante muchos años mientras también hacía muchas otras cosas. Dicho
esto, creo que he podido conseguir mucha información de primera mano, tanto de
archivos (especialmente cartas) como de hablar con gente que conocía a Ilsa y
Barea. Tuve la suerte de comenzar las investigaciones en 1989, cuando aún
vivían muchas personas que los habían conocido. Destaco su sobrina Leonor que
vivió en Inglaterra con él durante dos años u Olive Renier
y Margaret Weeden que ayudaban a Ilsa en las
traducciones de la obra de Barea. Estas y mucha otra gente me dieron
información inestimable. Sí, ha sido apasionante.
-¿Qué has aprendido al acercarte a la
figura de Barea?
-He aprendido que escribir sobre la historia
es una tarea sin fin. Nunca sabes lo suficiente para colocar tu tema principal
en contexto. Un ejemplo concreto: estaba bastante ignorante de los conflictos
internos del PSOE, pero recientemente al leer el libro de Paul Preston, Un
pueblo traicionado, he entendido que Indalecio Prieto era el socialista que
más atacó la ocupación española de Marruecos en los años 20 y además votó en
contra del apoyo del PSOE a la dictadura de Primo de Rivera. Esto echa luz en
la admiración de Barea a Prieto. Es un ejemplo concreto de como cada cosa
contextual que lees puede añadir algo al tema
principal. Generalmente, estudiar a Barea me ha conducido a entender mejor la
guerra de España y de leer a otros autores y autoras. Barea escribe sobre
Lorca; por tanto, he leído a Lorca y sobre Lorca. Barea escribe sobre la
batalla de Annual; pues he buscado información sobre
la guerra de Marruecos. Barea conoce a Emir Rodríguez Monegal;
pues he intentado entender quién era y que representaba para Barea. Es
infinito, pero la búsqueda (escribir una biografía es búsqueda) es fascinante y
ha aumentado mi comprensión del período en que vivía Barea. Y siempre existe el
reproche interno que podría haber buscado más.
Por último, soy un activista político y por
tanto veo el mundo de cierto modo. Ineludiblemente, interpreto eventos
históricos por el prisma de la izquierda. Es importante ser consciente de esto
y seguir la práctica que Barea e Ilsa introdujeron en la censura republicana
durante la guerra civil: contar la verdad, la realidad, lo que realmente pasó
-- aunque esta realidad va en contra de tus deseos o intereses.
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Cazarabet
Mas de las Matas
(Teruel)