La
Librería de El Sueño Igualitario
-Javier, España sufrió una guerra civil de lo más cruenta ¿Crees que los
historiadores de hoy en día estáis haciendo un ejercicio, un trabajo, que ayude a “rescatar” muy de veras lo que de
verdad trascendió en aquellos días?
-Creo que sí. La historiografía, pese a que aún
haya mucho presentismo y mucho prejuicio partidista,
ha hecho notables avances en los últimos años. Piensa en todo lo que sabemos,
desde que se publicase Víctimas de la guerra civil en 1999, sobre cárceles,
campos de concentración, trabajos forzosos, incautaciones, o sobre la violencia
revolucionaria. Los historiadores hemos sumado a la labor de la reconstrucción
las de la contextualización y la interpretación comparativas. Y hemos
cuestionado, o empezado a cuestionar, algunas categorías y metáforas
enquistadas en el conocimiento y la explicación de ese pasado. Aunque esto no
siempre se haya querido comprender.
-Porque, al parecer, el bando de “los nacionales” se tomó la rebelión
contra la República como un acto de “limpieza”, como una verdadera
cruzada…cuéntanos…
-Limpieza, sí. Es un término adecuado, muy usado
por falangistas, carlistas, militares y sacerdotes. Todo hace pensar que caso
de haber triunfado el golpe de julio del 36, los asesinatos no se habrían
detenido hasta alcanzar su objetivo: depurar, sanar, sajar, proteger la
comunidad nacional. Una cruzada, como decían antes del golpe los líderes
fascistas, por ejemplo Ruiz de Alda o José Antonio,
tan católicos. Y luego, una Cruzada, una guerra santa con la bendición de los
hisopos. Cruzada de liberación nacional, con todo lo que eso significa. En
1938 el jesuita Juan de la Cruz Martínez escribiría que el «non occides del Decálogo sólo reza con la muerte injusta»,
no con la muerte justa, y que la española era una guerra santa necesitada de
«operaciones de limpieza». El último obispo de Madrid y posterior Procurador en
Cortes, Leopoldo Eijo Garay, recordaría que tocaba
imponer «la razón de las armas».
-¿Y cómo un historiador como tú ve la
violencia que también se ejerció
desde algunos elementos del bando republicano?
-Sin los anteojos buenistas
que han abundado hasta hace demasiado poco. Cuando publiqué mi anterior libro,
“Hasta la raíz”, decía que tras el del buen dictador, el siguiente mito en caer
debería ser el del buen revolucionario. Sigo pensándolo, como sigo pensando que
las categorías morales, bueno/malo, han entorpecido sobremanera el conocimiento
y la interpretación tanto de la guerra como de las lógicas de sus violencias.
No fue el Terror Rojo que quiso ver el Régimen, desde luego. Pero en Madrid se
asesinó al 6,8‰ de la población,
una de cada 147 personas. No podemos permitirnos que esa historia siga rodeada
de una costra de presentismo, deshistorización
y descontextualización. Ni ignorarla sin más, claro está.
-Y, después, la “paz” no fue “paz”, ¿no? Sino más bien un ejercicio de
represalia y temor
-No solo, claro. La construcción de la comunidad de
la victoria pasaba, evidentemente, por la existencia de unos beneficiarios de
esas políticas de violencia. Represalia y temor para los vencidos, pero en la
medida en que hubo beneficio y adhesión para los vencedores.
-Y Javier, hablando de memoria, en estos tiempos en los que desaparecen
los testigos directos ¿Qué será de la memoria?
-La memoria como facultad individual ligada a la
experiencia desaparecerá con los testigos. Hace poco más de un año murió Theo Francos y creo que, de las personas que entrevisté
para mi trabajo sobre los campos de concentración franquistas, sólo queda
Marcos Ana. Cuando las asociaciones se pusieron en marcha en torno al 2000 y
empezaron a recabar y grabar testimonios a toda prisa ya era muy tarde.
Recuerdo el concierto de Rivas-Vaciamadrid en 2004,
con Emilio Silva sentado tras una cámara entrevistando asistemáticamente a
decenas de ancianos. Ese “siéntese y cuénteme su vida”, totalmente desligado de
cualquier convención académica, era fruto de la urgencia y de la emoción. Es un
trabajo que debían haber hecho las fundaciones, los partidos, los ateneos, los
historiadores en los Ochenta y los Noventa, y no se hizo, salvo alguna
excepción. El testimonio registrado que queda es una pequeña proporción de lo
que podría haber quedado. Por supuesto, la memoria como relato del pasado, como
recuerdo escuchado, aprendido y vivido pero sin conexión con la experiencia
recordada tiene aún recorrido. Como también lo tiene el más específico relato
de la “memoria histórica”, aunque ya no sé si con la fuerza con la que creció
entre 2003 y 2008. Y por fin, la memoria colectiva ni desaparecerá ni dejará de
desaparecer, es que es algo que no existe.
-¿Crees que en algún momento se va a intentar volver a poner en marcha
una verdadera política pública de la Memoria Histórica?.
-Depende de lo que entiendas por “política
pública”, por “Memoria Histórica” y hasta por “verdadera”. En el ámbito de la
gestión pública, en los últimos años se ha realizado mucho trabajo de resignificación, puesta en conocimiento y homenaje. Pero
también hemos podido asistir a la popularización de relatos que no soportan un
mínimo análisis empírico. Lo que sí veo como un problema es que la alternativa
a todo eso es la de no hacer absolutamente nada. Aunque yo empiezo a plantearme
si esa también es una “verdadera” política pública de la memoria.
-¿Y cuáles deberían ser los fundamentos de una verdadera política
pública de la memoria?
Lo desconozco. Sólo se me ocurren nociones:
complejidad, desmitificación, empatía, duelo, dolor, exhumación, resignificación, desheroificación...
No sirvo para gestor, ni para separar lo que es correcto de lo que no lo es.
-Finalmente, Javier ¿Cuál es o debería ser el papel de la sociedad civil
en esta política pública de la memoria?
Hoy son tantos los colectivos que se atribuyen la
exclusividad de la “sociedad civil”, que uno duda. Esa es, como tantas otras
(la “nación”, el “pueblo”...), una metáfora para tratar de explicar la
realidad, que ha tenido un enorme éxito en el presente. Puede que hoy por hoy
sea la única aceptable para los descreídos de otras metáforas, como la de
“clase”. Sin embargo, está vacía de contenido real. Supuestamente denomina a
colectivos organizados no gubernamentales, como dice la ciencia política. Pero
clubes deportivos, asociaciones, sindicatos, la Fundación Alternativas y los
monjes budistas del Garraf ¿pueden compartir un mismo
papel en algo? ¿Se le puede asignar una postura común a algo tan heterogéneo?
Me resulta extraño como sujeto colectivo. Y puede que yo sea un agnóstico de
las causas colectivas, pero entiendo mejor el mundo, el presente y el pasado,
sin el tamiz de las metáforas con las que revestimos la realidad para nombrarla
y simplificarla.
14402
Cruzada, paz, memoria. La Guerra Civil
en sus relatos. Javier Rodrigo
176 páginas 17 x 24 cms.
17,00 euros
Comares
«Cuando
Félix Ros, escritor falangista detenido en Barcelona, describa a los guardianes
de su cautiverio en la checa de Vallmajor, lo hará en
términos muy gráficos y explícitos de degeneración, degradación y enfermedad,
pero siempre con un trasfondo moral: la enfermedad y la degradación no eran
elementos ajenos sino el resultado de acciones y voluntades. Los rojos de la
checa eran seres supurantes, malolientes, sarnosos, llenos de enfermedades
venéreas: leprosos como Calleja, sifilíticos y tracomáticos
como Julio, sádicos como Campillo, tuberculosos como Ramón, paraepilépticos
como Adán, afectados por ginecomastia como Meana, hematúricos como Arias —pese
a que, según Ros, orinar sangre era una «especie de blasón común a todos los
agentes del SIM»—, sarnosos como Cuadrado. Enfermedades todas ellas de
naturaleza específica: no es que solamente los rojos las tuvieran, es que
solo ellos podían tenerlas. Y el por qué solamente podía explicarse en términos
de determinismo y predisposición que, evidentemente, debían por fuerza
retrotraerse a momentos anteriores y, como es de sobra conocido, especialmente
a la República. Pero, como decía, esa patologización
de la conducta enemiga atravesó las letras de cuantos explicaron su guerra
a su presente y su futuro. Se auguraba, sin ir más lejos, el Cardenal Gomá, prologando al año y medio de la «terrible
contienda» y el «Movimiento Nacional» la Guerra Santa de Castro Albarrán, que no permitiese dios, «que hizo sanables a las
naciones», que «después de haber sajado el bisturí hasta la entraña viva
de España, se infeccione la herida por falta de asepsia —¡son tantos los
microbios del ambiente!—». La Cruzada como remedio: enfermedad, bisturí, y
sanación; pecado, castigo y redención.»
Javier Rodrigo
Cruzada, paz, memoria. La guerra civil en sus relatos
Introducción.— Santa Guerra Civil . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
.1
Capítulo 1.— Cruzada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .9
La construcción odiosa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .11
¡Guerra Santa! . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .31
En la baja manera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .44
Capítulo 2.— Paz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .53
El holocausto de nuestros mártires . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 54
Patria Enferma . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 70
¿Bibliofobia? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
85
Capítulo 3— Memoria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .99
Temores y mordazas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .100
Desaparecidos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .110
Revisionismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .128
Cierre.— Víctimas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .143
Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .151
Introducción
SANTA GUERRA CIVIL
Santa Guerra Civil: así llamó el
destacado fascista español Ernesto Giménez
Caballero a la guerra del 36. La guerra justa y santa, la Cruzada fue, para él
como
para el régimen salido de los fuegos bélicos, un proceso de comunión, amalgama
y
coagulación entre religión y política, entre mártires religiosos y fascistas,
que terminó
de dar forma a la arquitectura ideológica, identitaria
y política de un régimen
donde los obispos alzaban el brazo en saludo romano y los falangistas hacían
misas
de campaña. Sobre sus gloriosas ruinas, sobre las cenizas de una Liberación de
la
anti-España, se erigiría un régimen que, sin embargo, con los años mutaría su
relato
en el de una Paz prolongada, garantizada por un salvador, un pacificador
nacional
vencedor en una guerra de España, llamada después Guerra Civil, un conflicto
fratricida
en el que, a la postre, se diría que todos fueron culpables. ¿Todos? No: en la
actualidad con la recusación generalizada del relato de la culpabilidad
colectiva, ni
las víctimas del Genocidio franquista ni las del terror rojo son consideradas
culpables
de nada por sus movimientos memorialistas, la Recuperación de la Memoria
Histórica y el Revisionismo, respectivamente.
Cruzada, Liberación, Paz, Guerra Civil,
Memoria Histórica, Genocidio,
Revisionismo: muchos nombres para 75 años de narraciones, relatos, memorias,
historiografías y parahistoriografías sobre
1936-1939. Pocos bloques históricos hay,
de hecho, más proteicos que esos tres años, y pocos han concitado menos
acuerdos
narrativos e interpretativos. Puede que lo único que pueda darse por seguro sea
la
cronología y, a veces, ni siquiera eso. La experiencia colectiva de la guerra
interna, el
combate y la lucha a muerte entre dos enormes síntesis de pasados y proyectos
de
futuro marcó a fuego la historia de España. Y, por supuesto, uno de los
combates
más encarnizados antes incluso de apagarse las armas —si es que realmente
podemos
considerar que alguna vez llegaran a hacerlo— fue el de la interpretación: el
de dotar
de contenido a cuanto ocurría y había ocurrido. De esos combates trata este
libro.
El relato de la guerra, en tanto que mecanismo de legitimación ideológica,
interpretación de lo vivido y alimento del presente y el futuro, fue un
elemento
crucial para la construcción de las identidades políticas en la España de
Franco.
La Guerra de Liberación contra el enemigo interior identificado y estereotipado
fue la argamasa narrativa para justificar su expulsión, en la misma medida que
el
18 de julio y la victoria serían los elementos unificadores por antonomasia de
la
dictadura. Y sus evoluciones hablan también de las de la dictadura y la
democratización
de España. La acumulación de los sucesivos relatos, generados desde la
esfera política o historiográfica (y muchas veces desde ambas a la vez) de la
Paz,
de la guerra civil entre hermanos, de guerra injusta contra el civil, del
holocausto
español o del revisionismo, ha contribuido a la fijación de unos estándares de
recuerdo y conocimiento sobre la guerra que pretendo analizar en este libro. Lo
que hoy es la Guerra Civil es, fundamentalmente, el resultado de un agregado de
significados, una maraña de narraciones y relatos superpuestos, pero no en
estratos
perfectos. Sería más bien una estratificación sucia, compleja, irregular, donde
resulta
complicado diferenciar qué viene de dónde, y por qué. Las fotografías de
portadas
y contraportadas, realizadas por mi hermano Fernando en la Sierra de Alcubierre,
reflejan mejor que mis palabras la superposición de relatos a la que me
refiero. Es
el lugar de las Tres Huegas, de la Posición San Simón
y hoy, de la Ruta Orwell, un
espacio turístico-memorial del Gobierno de Aragón. Un lugar de monumentos a
los caídos y de falsas trincheras, de grafitos y sacos terreros. Un espacio, en
suma,
plagado de significados y de narraciones, casi todas posteriores al hecho
bélico al
que hacen referencia, sobrevenidas. Memorísticas.
Narraciones, significados, referidos no
tanto a la guerra en general sino, por
encima de todo, a la cuestión de la violencia, la muerte, la víctima, el
verdugo. Desde
su mismo génesis, los relatos sobre la Guerra Civil están básicamente
compuestos
de historias de violencia. De miles de muertos y de familias rotas. En
realidad, prácticamente
todos los relatos sobre el pasado reciente europeo lo están. Ocupaciones,
represalias, resistencias, matanzas, dictaduras: la memoria del siglo XX cabe,
en
buena sustancia, dentro de las paredes de esa casa de los muertos a la que
aludiera
Tony Judt al finalizar su magistral Postguerra. Una
memoria compleja, traumática,
inasible que remite al período en el que el continente europeo se convirtió en
un
gigantesco cementerio. El primer testimonio aportado por Claude Lanzmann en la
serie Shoah, frente al hermoso bosque que ocupa el espacio donde se situó el
campo
de exterminio de Chelmno, cerca de Lodz, reconoce el terreno pero no consigue
creer que allí estuviera el campo. Su conclusión es que lo que allí pasó no
puede
explicarse. Contemporaneidad, horror, fragmentación: las violencias del siglo
XX
sitúan a los testigos, a las víctimas, a los historiadores frente a los límites
más extremos
de la representación del pasado. De ahí la fractura que eleva hoy la memoria
individual a referente narrativo colectivo.
Entender la guerra es entender los
nombres que tuvo, las palabras con que se
nombró, las omisiones que se impusieron. No pretendo hacer tanto. Este libro
tiene,
más bien, origen en una profunda insatisfacción: la que produce la tendencia a
la
simplificación en muchos de los debates sobre la Guerra Civil española y sus
memorias.
Es, de alguna manera, una búsqueda (adelanto: sin éxito) de los orígenes, de
la genealogía de la pobreza intelectual que rodea, en demasiadas ocasiones, al
conocimiento
histórico e interpretativo sobre el 36-39. Una pobreza reflejada de manera
explícita en la manipulación y la falsedad, y de manera más sutil en la identificación
y la proyección recíproca entre pasado y presente, en la tendencia al alicortismo
teórico, al subrayado y a la valoración moral por encima de cualquier otra
consideración.
Una pobreza que sustituye el análisis por el lugar común, por la simplificación,
cuando en realidad la materia de nuestros trabajos son unas categorías (guerra,
civil,
represión, franquista, revolución, retaguardia, etc.) que distan de ser
cerradas y que
están, deberían estar al menos, abiertas a la interpretación y el debate. Una
pobreza
definida, en suma, en esos términos, identificación, alicortismo,
subrayado, moralismo
que, de hecho, viene de lejos y será el común denominador de muchos de los
debates
intelectuales y de relato que aquí aparecerán reflejados, desde la agresiva
propaganda
fascista de un GeCé hasta el aburrido y
contemporizador moralismo de un Marrero.
Desde el carácter irremediable de la guerra de un Gil Robles hasta el equiparador
de un Cabanellas. De ahí al actual, ortodoxo e indebatible relato de buenos y malos
que parece campar hoy por sus respetos no va, de hecho, tanto espacio.
En este libro planteo,
fundamentalmente, la existencia de al menos tres macrorelatos,
cosmovisiones de gran alcance interpretativo sobre la Guerra Civil y sobre
sus violencias. Cada uno de ellos tiene su definición, su nombre propio para la
guerra de 1936-39, y su interpretación propia para los diferentes fenómenos
integrantes
de ese proceso. La Cruzada, la Liberación, la Guerra Civil, la Memoria
Histórica no son, de hecho, sino los epítetos definitorios de grandes
narraciones
que tendrían contextos precisos y responderían a necesidades concretas, en
función
a marcos cognitivos, epistémicos, narrativos, identitarios
o políticos determinados.
Cada uno tiene detrás una articulación historiográfica o parahistoriográfica,
en
ambos casos adoptando las formas de la narración histórica. Y cada uno tiene,
además,
un contrarrelato. El primer relato, el de la Cruzada
—nombre usado, además,
mayoritariamente—, nombraría la confrontación militar y social como una Guerra
de Liberación y comprendería la violencia de la propia retaguardia como
necesaria,
y la del enemigo como inundatoria. El de la Paz y su
evolución en el relato de la
culpabilidad colectiva, generado en el seno de la dictadura franquista pero
coherente
con las necesidades narrativas de su complejo presente, vería esa violencia
como irracional,
como un elemento de la locura trágica que se materializó en la, así es como
la llamaron, Guerra de España: una guerra que la historiografía llamaría,
primero
desde fuera adentro y después también dentro de España, Civil. Y, por fin, el
más
reciente de la Memoria, compuesto de dos líneas narrativas paralelas (la
memoria
histórica y su contrarrelato, el revisionismo), en el
que sin dejar de nombrar el conflicto
como una Guerra Civil, se propondrá una mirada desde la víctima en clave
anamnésica y presentista.
Evidentemente, se trata de una simplificación explicativa perfectamente
convencional
y perfectamente cuestionable. Ni fueron interpretaciones monolíticas ni
estuvieron exentas de debate, sirviendo a modo de espacio de choque intelectual
entre diferentes concepciones de un proceso fundacional, histórica y
generacionalmente.
Tampoco dejaron de surgir contemporáneamente a ellas narraciones
alternativas. Ni decantaron por fuerza un único discurso histórico,
historiográfico
o parahistoriográfico dominante, por más que los haya
habido de una fortaleza
y una perseverancia enormes. No pretendo plantear esta interpretación como la
única posible. Sin embargo, las evidencias que apuntan a la existencia de esos
tres
grandes relatos, esas tres cosmovisiones del pasado generadoras a su vez, y en
la
noción popularizada por Booth, de comunidades
mnemónicas con fuertes coherencias
internas invitan a su análisis como bloques narrativos y políticos, en cierta
medida, homogéneos, en sus respectivas evoluciones en el eje temporal. Esto es,
con
discontinuidades, pero también con fuertes continuidades que hacen pensar, más
que en una trinidad de relatos independientes, en una trenza: que va
enredándose,
separándose, mezclando sus elementos.
Una mirada binaria y simplista de la
cuestión parece imponer dos caminos
impermeables entre sí. Por un lado, el que empieza en la Cruzada y culmina en
el revisionismo. Por otro, el que empieza en los relatos del exilio pero sobre
todo
los historiadores hispanistas y finaliza en los relatos de la memoria
histórica. Y
entre medias, un relato historiográfico visto o como agente de normalización o
como narración estilita e inoperante, ajena en el mejor de los casos a sus
contextos
culturales y traidora, en el peor, a la memoria de las víctimas. Mi propuesta
pasa
por complejizar esta explicación y por integrar en ella, a veces en paralelo,
otras en
perpendicular, a veces cosiendo y a veces destejiendo el hilo de los relatos
públicos,
una mirada historiográfica que, de hecho, se encuentra de manera central entre
los
relatos para comprender las interpretaciones globales sobre la Guerra Civil. El
de
los historiadores es también un relato sobre el pasado. Sin embargo, no
constituye
ni mucho menos una narración homogénea. Y, en cierta medida, no puede serlo.
Por utilizar las palabras del novelista Antonio Orejudo, el pasado y sus
relatos son
construcciones con «cabos sueltos, deshilachados, sin corrientes de sentido,
con
intereses contradictorios, sin centro ni márgenes, amorfo». Pasado
contradictorio,
deshilachado, amorfo: en suma, incoherente, complejo.
La simplificación ha sido, sin embargo,
un pesado lastre para la historiografía
dedicada a la Guerra Civil, desde sus mismos orígenes. La mitificación y la
propaganda
redujeron la guerra a bipolaridades como las que se escuchaban antaño (la
lucha de España contra la anti-España) u otras cuyos ecos resuenan aún en
nuestros
días (la lucha del fascismo contra la democracia, la de la religión secular
contra la
civil, la del pueblo contra la opresión, etc.). Estas simplificaciones, muy
vivas en
una determinada literatura heroica, marcarían, e incluso siguen marcando, los
ejes
narrativos y los márgenes interpretativos sobre la guerra del 36. Esos grandes
relatos,
empero, comenzaron a estar en serio retroceso en la investigación contemporánea
sobre el conflicto desde el surgimiento de un corpus historiográfico cada vez
más
desarrollado. La historiografía española, salvo notabilísimas excepciones, ha
sido sin
embargo por regla general poco permeable al estudio comparativo, al
conocimiento
de los contextos y trazas históricas y culturales supranacionales, al análisis,
sin ir
más lejos, de las violencias europeas de masa, del fascismo y del antifascismo
fuera
de nuestras fronteras. La facilidad y despreocupada ligereza con la que se
aplica
cada día en nuestro país una categoría fuerte de conocimiento como la de
genocidio
es, sin duda, buena prueba de ello. Y, en consecuencia, también esa
historiografía,
incluso la que con más preeminencia ha reclamado para sí en los últimos años el
espacio interpretativo de las memorias de la guerra se ha caracterizado muchas
veces
por el subrayado moral, la identificación y la simplificación del pasado.
Originariamente, el objetivo de este
libro era contribuir a un análisis más
profundo del que estamos habituados a encontrar del revisionismo y de sus
raíces
intelectuales. Y en cierta medida, no ha dejado de serlo: tanto, que al final
el tema
del revisionismo ha alcanzado una entidad propia que me obliga a plantearlo no
solo
como un apartado de este libro, sino en un libro entero aparte. En este,
propongo
una genealogía conceptual que si bien está redactada de atrás adelante, está
pensada
para ser comprendida de adelante atrás. Es decir: trazo una interpretación de
las
diferentes cosmovisiones de la Guerra Civil para ser observada desde el
presente,
ante la insatisfacción que produce la manifiesta impermeabilidad interpretativa
de los análisis al uso sobre un fenómeno revisionista, visto la mayoría de las
veces
como mera continuación de la propaganda franquista. Con ello, fundamentalmente,
pretendo trazar un caleidoscopio narrativo en el que, de forma o de fondo,
existen
continuidades y discontinuidades reales, efectivas y operativas, y más en su
aspecto
abiertamente social, colectivo y, por así decirlo, identitario.
Y no solamente entre las
narraciones de la guerra como de Liberación y la actual interpretación
revisionista
de ese pasado: también entre los relatos de la guerra antifascista y la actual
campaña
memorialista. Continuidades que afectan, claro está, a la forma de narrar tanto
la
guerra cuanto las violencias de retaguardia, atravesadas en sus relatos de
ritualidad,
morbosidad y sentimentalismo, y que al igual del relato de la guerra de
Liberación,
hunden sus raíces en el conflicto bélico. No pretendo aquí valorarlas sino
analizarlas.
No voy, salvo en casos muy específicos, a rebatir argumentaciones sino a tratar
de
comprenderlas. Como historiadores, señalaba Raphael Samuel, debemos
interesarnos
por cómo se generan, popularizan o desacreditan los diferentes relatos sobre el
pasado, por las condiciones de existencia de la propia historia y por los
motivos que
hacen que haya versiones de ella tan opuestas. Lo más interesante de la
exploración
de todos estos debates sobre los relatos de la guerra, sus límites y fronteras,
está
en observar cómo se viven, asimilan, conocen, interiorizan, reivindican,
aborrecen,
olvidan, conmemoran o rememoran. Lo que está a debate, en buena sustancia, es
la
identidad del grupo, y de los grupos en sociedad.
No creo que lo que se maneja aquí como fuentes primarias, esto es, los libros y
relatos de la guerra durante y tras la misma sean más que trabajos de
decantación
narrativa e ideológica, huérfanos por naturaleza de la inmediatez de otras
fuentes
escritas, y de mucha o poca trascendencia e impacto según su interés real y su
más
que variable calidad objetiva. Cabe sin embargo considerarlos como termómetros
de una opinión y una cosmovisión acerca del proceso histórico que supuso la
génesis
de la dictadura de Franco. En realidad, podría decirse que los objetivos de
este trabajo
pasan por levantar acta de la movilización historiográfica y parahistoriográfica
—pero intelectual, por tanto— de guerra y posguerra, por evaluar su impacto,
por
considerar el fenómeno de retroalimentación entre textos e interpretación, y
por
considerar su importancia, sus complejidades, sus discontinuidades y sus
continuidades
hasta el presente. Un breve inventario de los paradigmas, cosmovisiones y
líneas de investigación que han guiado el análisis de un tiempo tan complejo
como
la guerra del 36, por fuerza parcial, desordenado e incompleto, servirá en todo
caso
para, desde atrás adelante, observar desde la perspectiva de la investigación
historiográfica
y de sus paradigmas no solamente libros sino, además, modos de ver la
Guerra Civil española.
No quiero ser exhaustivo, y en cierta
medida es imposible serlo. La literatura
historiográfica o parahistoriográfica sobre la Guerra
Civil es, al margen o haciendo
caso de los tópicos, inabarcable. Pero, más aún, la exponencial multiplicación
de los
vehículos de difusión textual que ha supuesto la popularización de Internet
impone
de facto la imposibilidad de la exhaustividad. La pretensión de objetividad y
agotamiento
de fuentes, de trasladar la verdad porque la fuente así lo dice, solamente
puede achacarse a la ignorancia o a la deshonestidad. La historiografía está
hecha de
productos muy específicos, sobre todo libros, que no pueden por naturaleza
seguir
la evolución de una opinión pública, y todavía menos en red, infinitamente más
rápida, voluminosa y multiplicable. Siendo consciente de esos límites, lo
cierto es
que ni toda la opinión es equiparable, ni todos los textos tienen igual
importancia.
No será pues este un catálogo de narraciones sobre la guerra: por de pronto,
quedan
fuera los relatos propios de la retaguardia republicana, bien estudiados por Xosé
Manoel Núñez Seixas, por José Luis Ledesma o por
Santos Juliá. Sí será, en cambio,
un análisis de interpretaciones, una indagación en los fenómenos de
identificación
colectiva con determinados relatos de ese pasado. Con cuáles, cómo, y por qué.
Y
será, por fuerza, un análisis trazado desde el presente, motivo por el cual el
tercer
capítulo (dedico uno por gran relato) es más largo que los anteriores, pese a
que
posiblemente sea el menos interesante en términos de riqueza narrativa.
Antes de comenzar con palabras de
guerra, quiero utilizar otras bien distintas
para los reconocimientos y agradecimientos, que son muchos pero que no hacen
responsables a los agradecidos de los errores, lagunas, omisiones,
incongruencias,
malentendidos y/o estupideces que pueda contener este volumen. Aquí doy
coherencia
a algunos trabajos en los que he ido preguntándome por los relatos con
los que se han interpretado la Guerra Civil y sus violencias. Es, además, el
primer
resultado en forma de libro de mi proyecto quinquenal sobre el fascismo español
en perspectiva comparada como profesor contratado Ramón y Cajal en la UAB. La
recopilación y elaboración de estos materiales me ha llevado más o menos desde
2008 hasta este 2013, tiempo en el que me he servido casi parasitariamente de
Ferran Gallego, quien puso a mi disposición de manera
generosa hasta el exceso
sus conocimientos, fuentes y bibliotecas, así como sus correos, sus horas al
teléfono
y sus críticas. Sin su ayuda, sin la de José Luis Martín Ramos y sin la de
Francisco
Morente, ni yo trabajaría donde lo hago, ni este
libro existiría.
También han sido muy fructíferos los
paseos, las charlas, las cervezas y los
comentarios, en algún momento amigablemente feroces, de Javier Muñoz y, más
recientemente, de Manuel Santirso. El estímulo de mis
doctorandos Miguel Alonso
y David Alegre ha sido más contagioso de lo que habría podido imaginar. Este
libro no habría llegado siquiera a concebirse sin el empuje inicial de Xosé Manoel
Núñez Seixas y de Juan Sisinio Pérez Garzón. Sus
derroteros han sido complicados,
y el que su casa definitiva haya sido la editorial Comares
se debe en casi exclusiva
medida al buen hacer de Miguel Ángel del Arco. También tiene la huella, acá y
allá,
de Sergio del Molino, y como se verá la influencia de algunas formas narrativas
(y
de las licencias que permite) no ha sido precisamente menor. Las fotografías de
la
cubierta y contracubierta son de mi hermano Fernando Rodrigo. Mi otro hermano,
Miguel Ángel, ha aportado algo tan importante como la banda sonora. El título,
tras descartar numerosas ideas, fue motivo de vespertinas cavilaciones en una
fuente
de Rubielos de Mora. Al final no quedó como me
sugirieron Carlos Forcadell y
Carmelo Romero, pero el paso de copulativa (y) a preposición (en) fue
fundamental:
cambió el sentido de todo el trabajo. Quedo, como siempre, en inferioridad
frente
a la generosidad de mis padres y el amor de Alessandra,
mi esposa, y de nuestra
pequeña estrella polar, Melania. Quiero por fin expresar, aunque no lo consiga
lo
suficiente, mi gigantesca deuda con Miguel Ángel Ruiz Carnicer,
a quien me une
un vínculo tan radicalmente nuestro que sobrepasa lo intelectual y el terreno
de la
simple amistad. Seguramente, solo él comprenderá estas líneas.
Barcelona, marzo de 2013.
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