9788417425326.jpgCazarabet conversa con...   Ramón Acín, autor de “Un andar que no cesa. Cuadernos de viaje” (Fórcola)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Editorial Fórcola edita los “cuadernos de viaje” de Ramón Acín con un sutil y excelente prólogo de Julio Llamazares.

La sinopsis del libro desde “un trazo” del prólogo de Julio Llamazares:

Si la vida es viajar, los viajes son su aliento, un andar y un latir que se alimentan de la capacidad de asombro del viajero, que al fugarse de sí mismo, de lo que conoce y le da seguridad, se adentra en lo distinto, en la incertidumbre, para callejear y perderse sin rumbo y así –una vez desvanecido el cómodo suelo de la costumbre bajo sus pies, y rota la monotonía de lo previsible– encontrarse con lo desconocido y sobre todo encontrase, con nuevos ojos, a sí mismo. Ramón Acín nos ofrece en Un andar que no cesa un conjunto de textos, de carácter fragmentario y netamente autobiográfico, donde más allá del vértigo de la prisa reivindica el carácter terapéutico de todo viaje, bálsamo contra el chauvinismo, la incultura, la nostalgia o la melancolía. En cada uno de estos periplos, «el viajero» se siente y ejerce como tal en muy distintas facetas: con algo de turista curioso, o de simple visitante que da cuenta de lo que ve, pero no renuncia a la aventura; de investigador y ávido lector –que reivindica la lectura de los viajes de papel, desde el sofá de cada cual–; de estudioso que se documenta, explora, certifica; y de narrador y ensayista que termina escribiendo el conjunto de teselas que conforman este acrisolado volumen.

Los Cuadernos de Viaje de Fórcola:

Estos cuadernos de viaje dan fe de sus itinerarios por Sicilia, el Véneto, Bruselas o Egipto; o proporcionan un relato personal y estremecedor de dos singladuras de carácter bélico, que tienen mucho de conciencia y memoria histórica: uno, a los diversos emplazamientos aragoneses que fueron frente durante la Guerra Civil; otro, a los enclaves principales de la batalla de Normandía durante la Segunda Guerra Mundial. No falta en este libro, lleno de las obsesiones, los gustos y las querencias que motivan a este «viajero accidental», una inmersión literaria por la España vaciada y muchos de sus pueblos deshabitados; así como un pormenorizado rastreo de las huellas del paso de Francisco de Goya por Aragón. El libro se cierra con un hermoso relato sobre sus andanzas por el Somontano de Barbastro y Alquézar. Como diría Marcel Proust, «viajar no es cambiar de paisaje, es cambiar de mirada».

El autor, Ramón Acín:     

Ramón Acín (Piedrafita de Jaca, Huesca, 1952) es Doctor en Filología por la Universidad de Zaragoza y catedrático de Lengua y Literatura. Escritor y crítico literario, ha desarrollado una amplia labor cultural, liderando programas de promoción de la lectura, participado en seminarios y congresos, dirigido revistas culturales y colecciones literarias, y publicado innumerables artículos sobre literatura española contemporánea.

Entre sus últimos libros destacan: cuentos: Hermanos de sangre (2007); Con el pie en el estribo (2010); Abrir la puerta (2013); y Monte oscuro (2016); ensayos: Aproximación a la narrativa de Javier Tomeo (2000); La línea que come de tu mano (2000) y Cuando es larga la sombra (2009); y novelas: Siempre quedará París (2005); Muerde el silencio (2007); Ya no estoy entre vosotros (2014); La noche antes de irse (2016); y El tamaño del mundo (2017). Ha publicado libros de viajes y etnográficos sobre Aragón, y los dietarios Aunque de nada sirva (1995) y Así me vio (1997). En 2019 ha obtenido el «Premio Imán» concedido por la Asociación Aragonesa de Escritores.

Nuestras conversaciones con este oscense literato, escritor, lector y viajero…

http://www.cazarabet.com/conversacon/fichas/fichas1/alolargodelavida.htm

http://www.cazarabet.com/conversacon/fichas/fichas1/ramonacin2.htm

http://www.cazarabet.com/conversacon/fichas/fichas1/moncadabunuel.htm

http://www.cazarabet.com/conversacon/fichas/fichas1/monteosucro.htm

 

 

 

Cazarabet conversa con Ramón Acín:

unnamed2.jpg-Amigo, ¿nos puedes explicar el por qué de esta reflexión que toma forma de libro?, digo lo “de reflexión” porque el efecto de andar siempre genera automáticamente el efecto de reflexionar, el de pensar…

-Sí, viaje y reflexión van unidos. Puedo afirmar que, casi desde que tengo conciencia, el hecho de desplazarme de un lugar a otro conlleva en mi persona la meditación permanente sobre el viaje y sobre lo que éste proporciona a los ojos y a la mente. Por eso, durante mis viajes, suelo redactar algunas notas cuando llega la noche. Bosquejos acerca de aquello que me ha sorprendido en el trayecto, sobre las meditaciones que ese asombro me han producido y sobre los recuerdos que el itinerar ha levantado en contacto con objetos, panoramas, paisajes o con las gentes que uno tropieza al viajar. Es como levantar acta del acontecer. Lo hago como un acto reflejo personal. La diferencia es que Un andar que no cesa, acumulo-resumen de algunos de mis viajes, ha acabado como resultado de ello tomando forma de libro. No sé la causa. Tal vez, lo necesitaba. Y la verdad que es un resultado muy satisfactorio.

-Ramón es éste un viaje de viajes… como una muñeca rusa, ¿no?

-Claro, son fragmentos de mi constante corretear, pasión que nace en mi adolescencia (como niño que abandona su paraíso natal pirenaico para recalar en la gran urbe) y que, año tras año, acumula nuevas geografías. Una pasión que necesito desarrollar, no por esnobismo, sino por necesidad. Como ser humano necesito saber, entender, conocer… el entorno que me rodea. Y en esa necesidad el viaje acaba siendo primordial porque abre ventanas de forma constante, obliga a escudriñar con atención, empuja a reflexionar sobre lo que se ve y, sobre todo, ayuda a crecer como persona. Por eso, Un andar que no cesa acaba siendo como una muñeca rusa, un libro que contiene fragmentos varios que resumen algunos de mis viajes por Europa y África a la busca y captura de saber y conocer para comprender y comprenderme. El viaje es eso, captación y asimilación de lo que se desconoce y, en consecuencia, si es de verdad, también la asunción de las diferencias, algo que es clave para todo ser humano, dado que contiene el conocimiento del otro, del que es, por muchas razones, distinto, sea desde el idioma, la gastronomía, las costumbres o hasta por la manera de afrontar la vida.

Algunos, al comentar mi libro, han mencionado esa fragmentación. Y es normal, lo fragmentario en Un andar que no cesa existe, no sólo porque el mundo en sí y la vida misma son un acumulo de espacios y tiempos, de sucesos y momentos vitales, sino porque cada viaje del libro es un fragmento más de los bastantes viajes que he llevado a cabo. Además, el conjunto de Un andar que no cesa también es un viaje personal en busca de un logro literario antes no experimentado ni trabajado. Y, por supuesto, también un pequeño conjunto de fragmentos que resumen algunas de mis andanzas con impacto desde las diferentes perspectivas y búsquedas que se abren cuando los pienso y programo, primero, y al realizarlos y transcribirlos, después. Son, por tanto, textos viajeros válidos uno a uno, es decir, individualmente, y, a la vez, en su conjunto, porque traducen momentos vitales y formas de entender o de buscar, tanto desde la esfera más íntima de lo personal, como desde la esfera de quien observa y reflexiona sobre lo colectivo y desde lo colectivo

img10220141s.jpg-Unos viajes que te llevan a otros lares y lugares, pero en todos está tu mirada puesta en tus gustos, obsesiones, ilusiones….desde los que visitan Sicilia hasta los que recorren el Véneto pasando por el Egipto, (caldo de cultivo de culturas de los que nos enamorábamos entre las primeras explicaciones en las clases de historia) o por la recogida, pero agigantada, Bruselas…

-Apuntas el aspecto de la “mirada”, algo que es clave a la hora de viajar porque cambiar de espacio supone cambiar de “mirada” si se quiere, de verdad, asumir lo que sale al encuentro de tus ojos como viajero. Mirar es trascendental cuando se viaja. Tanto como lo es la quimera que mueve al viaje, sea cual sea su origen. Yo, lo confieso, no soy un viajero que va de un sitio a otro buscando escapar de la rutina que atora, ni tampoco a la caza de panaceas que suplan su desahogo. Yo viajo por placer, sí, pero sobre todo empujado por otras fuerzas que creo más consistentes. Algunas de esas fuerzas tienen su raíz en la infancia: pienso en lugares de ensueño (¡quién no los tiene!) como el lago Titicaca, las cataratas de Niágara, la selva Lacandona de México, la ciudad de San Petersburgo, Machu Picchu, el monte Uluru de Australia, los hielos de la Antártida, etc. etc. soñados a través de lecturas infantiles o adolescentes. Son espacios de quimera que, en parte, he transitado ya. Pero, en otras ocasiones, la raíz del viaje no responde a lo quimérico, sino que radica en la necesidad de curarme del desconocimiento o de comprender al ser humano pegado a sus cosas, su hábitat o a su costra personal. Sí, la obsesión, los gustos de índole diferente (artísticos, sobre todo) mueven al viaje.

Preguntas por Sicilia, tan común a nuestra Corona de Aragón y al Mare Nostrum o Mediterráneo. Preguntas por Bruselas, llena de huellas de antepasados, de arte plural, de leyendas y costumbres que admiro y comparto, de gentes de las que aprendo... Viajar es eso: aprender continuamente, crecer como persona, ensanchar horizontes, escapar del ombligo del terruño y ser persona en el mundo. El “otro”, el diferente sirve de espejo para comprender y comprenderse. Que la obsesión, la quimera, la locura, lo que sea, te lleven a viajar es mucho más que un hallazgo. Nada hay peor que no moverse del sitio porque lo conocido, por la fuerza de la costumbre, borra la realidad, difumina sus límites y te hace pensar que lo único que existe es tu ombligo. Y eso no es cierto.

En cuanto al Egipto de los mil rostros, qué decir. Es una de mis fijaciones infantiles, donde el asombro por las pirámides de Keops, Kefrén y Micerinos casi quedó en nada durante el viaje al lado de la historia y el arte vistos por doquier, tan abundantes y jugosos, ante el desierto a veces de ensueño, ante sus mares transparentes del Índico, ante la mezcla de religión y costumbres, ante el padre Nilo y su grata navegación... pero, sobre todo, ante la estética de lo inacabado y ante la real plasmación (al tiempo que funcional) del caos y de lo incomprensible. Lo digo en el texto: Egipto, un mundo repleto de otros muchos mundos que yo invito a descubrir con la mirada atenta ante el más mínimo detalle. Detalles que surgen donde menos uno espera y cuando menos se los espera.

1558466719_ramon-acin.jpg-Para después pararte en lugares de la guerra, de la guerra civil, ¿qué de arte, de historia y de paisajes te atrajo de estos lugares y por qué esa necesidad, casi innata, de ir…? Aquí te aproximas a escenarios de la guerra de Aragón… ¿vas a buscar respuestas que ya sabes, pero que una vez constatadas parece que descanses?

-En Un andar que no cesa hay un par de viajes que derivan de una necesidad personal muy concreta: la de apoyar y recuadrar otros textos creativos míos. A ello responde el apartado de “Viajes bélicos”, por ejemplo. Cuando comencé a escribir mi novela Siempre quedará París (publicada en el 2005) quise documentarme a conciencia (una documentación que duró 8 años) no sólo en los libros, sino en espacios físicos y reales, acompañado incluso de algunos protagonistas del incivil guerra del 1936 en España. Realicé un viaje lento por la “cicatriz” bélica de Aragón, partido en dos durante la contienda, de norte a sur, desde Biescas, en Huesca, a Sarrión el Teruel. De aquellas andanzas y otras posteriores mana el texto viajero que se recoge en el libro. Un viaje recortado, pues sólo abarca desde Biescas a Monrepós bordeando el río Gállego a ambos lados del mismo dado que éste actuó como frontera bélica de la contienda. Es un viaje lento y personal, además de minucioso, a lomos de cambios de tiempo (frío, calor, lluvia, viento) y de estaciones (invierno, verano) para intentar comprender la actuación de los soldados, su obediencia ciega etc. en tan absurda situación. Y, además, con el calor próximo de algunos protagonistas en la contienda. Fue un viaje que, al tiempo, que destilaba dolor, me propició también gratas miradas hacia el entorno que atravesaba durante el recorrido, miradas que yo no había previsto y que engrandecían la visión del territorio y de su pasado. Así fui consciente del viaje que relato. Un viaje que no trata sólo de entender la historia y sus sucesos o de ponerse en la piel de los protagonistas, sino también de “mirar” el entorno que acogió aquellos sucesos y a quienes lo protagonizaron. Por eso, es un viaje repleto de matices, perspectivas, documentación, anécdotas, meditaciones, supercherías, costumbres, indagaciones toponímicas… Porque, además, viajar por la historia es más necesario de lo que la gente piensa. Somos historia, somos memoria y no hay que olvidarlo. La guerra civil obligó al olvido de casi todo, normalizó el odio y el asesinato, conllevó el apaño y los silencios. Así no se cierran las heridas. Se debe hablar para cicatrizar, además de mantener despierta la memoria, indagar sus causas para, como mínimo, vivir sin cargas y evitar nuevos tropiezos. Es lo que pretendo cuando recorro las trincheras oscenses de la incivil guerra.

-Para más tarde meterte en otros lugares de la guerra….la de las playas de arena, piedra y plomo que recibieron a los aliados, las de Normandía…me da que impresionan, ¿verdad?;que cuentan historias épicas ahogadas por todos los miedos….

-Sí, algo semejante, tiempo después, me empujó también a realizar otro de mis viaje bélicos de Un andar que no cesa por la Normandía del desembarco aliado en la II Guerra Mundial, a la caza y captura de aspectos, paisajes, sucesos, estampas, etc., con el fin último de aclararme la extrema violencia que supuso la planificación de la muerte en masa como la que se desató a principios de los años 40 del siglo XX en las playas normandas.

Como el viaje por las trincheras oscenses de guerra civil española, éste fue también un viaje duro y doloroso que, con “mirada” abierta, aunque el corazón supuraba dolor, me permitió abrir horizontes con las instantáneas que me proporcionaron el paisaje y la historia e, incluso, quienes lo pueblan hoy día y poblaron tiempo atrás. Viajar así, a lomos de una cruda idea, para calmarla, posibilita la necesidad de endulzar el viaje, de atemperar el escozor dando rienda suelta al asombro, al azar, a la emoción que acallan un tanto el dolorido sentir de la herida inicial que promueve este tipo de viajes.

-¿Qué destino de destinos les aguardaba a tus botas, cuadernos y bolígrafo…lo tienes en parte, me refiero a este viaje de viajes, planificado o el efecto de viajar debe comportar, para ir bien, con cierta dosis improvisación… (¿qué serían los viajes sin improvisación?)

-La improvisación existe, por supuesto. Por mucho que se programe un viaje, el azar rompe la cuadrícula, los trazados, los horarios. Pero confieso que, en todos los viajes que conforman el libro, sin importar si hay o no desplazamiento físico (pues, leyendo, se puede viajar desde el sillón) existen fases concretas, todas ellas necesarias. Por supuesto, para emprender un viaje siempre existe un acicate previo, una atracción, una sorpresa… que, al final, acciona la mente y, por supuesto, lleva a la ejecución. Y, cuando esa quimera o atracción salta, la preparación es algo obligado. Viajar conlleva perder el suelo firme de lo que se conoce, perder la armadura de la costumbre y, en consecuencia, uno debe buscar alguna protección frente a las inclemencias venideras. La preparación da confianza antes y durante el viaje. Javier Reverte acertó cuando dijo aquello de que hay “un buen viaje, si antes hay un buen libro”. Después de la fase preparatoria llega la degustación (paisaje y geografías, paisanaje y su cultura e historia, etc.) y, por supuesto, el impacto tanto emocional como meditativo, lo que es propio del “durante” del viaje ejercitando la mirada a fondo. Y sin duda, la improvisación porque el asombro, el azar y demás imponderables existen. Y ahí entra en juego la “mirada” y su capacidad de posibilitar el placer durante el viaje y, sobre todo, en el “después” del viaje al rememorar, que, a la postre, acaba siendo otro viaje por la recuperación meditada. Es decir, la vivencia más glamurosa del viaje de la que habla Paul Theroux.

unnamed3.jpg-Como viajero que se ata bien las botas, ¿qué te motiva?,¿ qué te hace salir y emprender un viaje tan determinado como indeterminado; como lo que decía el film, “Un viaje a ninguna parte…”?

-En parte ya he apuntado algunos de los motivos que me llevan a viajar. Las quimeras infantiles son importantes, como lo es también mi urgencia de comprender el mundo. No obstante, a veces el viaje puede responder a aspectos menos literarios o filosóficos. Por ejemplo a la necesidad de crear una atmósfera y una geografía al texto narrativo que se quiere escribir. Lo he dicho antes, uno de los “viajes bélicos” del libro surge por la necesidad de ambientar mis novelas Siempre quedará París y El tamaño del mundo, obligadas ambas a descansar sobre escenarios reales, en tanto en cuanto que responden a una historia real recogida en la Historia reciente. Pero también pueden responder a querencias personales como la pretensión de ensalzar territorios queridos o a grandes personalidades. A la querencia por un territorio responde el viaje, especial para mí, por el Somontano de Barbastro que, además, lleva añadido el paso siguiente al convertirse también en un “relato literario”. A la segunda querencia, el viaje por Aragón siguiendo las huellas de Don Francisco de Goya. Se entiende huellas pictóricas que, por supuesto, accionan meditaciones de toda laya, desde el placer por el arte, hasta las relativas al paisaje y sus gentes.

En suma, siempre hay espoletas varias que accionan, porque cada viaje, como decía Rosa Regás, tiene su luz. Es verdad que lo más habitual es viajar por placer para olvidar el agobio diario del faenar o para romper con la costumbre que nos ata y así buscar una panacea momentánea y falsamente liberadora. Pero viajar de verdad va mucho más allá. Viajar es entrar en relación con lo que se descubre, se ve, se observa, se analiza, se comprende y se asume. También es dialogar con uno mismo ante espacios, personas, paisajes, sucesos o historia, por ejemplo, a la vez puede curar tu alma y proporcionarte conocimiento incluso sobre ti mismo, superando barreras que van desde lo personal a lo social, salvándote del chauvinismo, de la costumbre, del nacionalismo.... En definitiva, como reza el adagio clásico, ante el viaje “nada de lo humano me es ajeno”.

-Goya bien merece un viaje lleno de estancias, destinos a otros lugares, descansos y paradas…. Este artista pintó, retrató, dibujó….lo más bello, pero también lo más triste de una sociedad que casi desfilaba por delante de su sentir y sensibilidad, ¿lo ves así?

-Sí, buscar las huellas de Goya conlleva placer, conocimiento y reflexión. No sé si el espíritu de don Francisco de Goya está presente en los recorridos que relato en el libro, pero sí que creo que lo está su “mirada” sobre el paisaje y su tiempo en bastantes de sus creaciones pictóricas diseminadas por Aragón. Su mirada se cuela al fondo de los cuadros y en los temas que trata. Pienso en la sequedad del paisaje, en las líneas de horizonte, en la vegetación sedienta... Al menos es lo pensé al recorrer a pie y en coche los espacios por los que don Francisco transitó para ver a su familia o para cumplir encargos en determinadas geografías de Aragón.

-Pero en Aragón hay tantos lugares deshabitados como desgarrados y más que vaciados, casi diría deshidratados…. estos también han sido retratados en algunos de tus viajes, ¿qué sientes al entrar en estos escenarios que se han ido deshidratando de “lo humano”?, ¿descubres que “lo esencial” todavía palpita?

-Quiero dejar claro que el proceso del despoblado o deshabitado ha existido siempre, aunque hoy día, por intereses varios y circunstancias un tanto raras, sean motivo de ruido periodístico. No es algo nuevo como parecen dictar los medios de comunicación, aunque sí es muy diferente y crucial dada la circunstancia de aglomerar todo, población y economía, en las zonas costeras de España deshabitando su interior. Por ejemplo, la función estratégica en defensa o comunicación, tan importante en el pasado, hoy puede carecer de sentido y, por ello, poblaciones otrora claves han desaparecido o están a punto de desaparecer. Lo certifica el estudio de ese pasado y su historia. Pero hoy, es verdad, la antigua lentitud del deshabitado se ha acelerado y ataca con dureza al mundo rural. En ocasiones, acunada con palabras como progreso acompañando a los pantanos que deshabitan las zonas de montaña para dar algo de vida al secano de la llanura. Otras, al son de lo monetario que supone el turismo llenando y destrozando costas al tiempo que asola el interior del país. Hay más causas, por supuesto, pero a mí me han impactado especialmente las anteriores, tal vez porque conecte con mi realidad personal, con mis orígenes rurales, mi transtierro a la ciudad y mi crecer literario pensando en la pérdida de ese origen. Quiero dar fe de ello sin nostalgia porque nada puede cambiarse ya, dar fe frente al olvido de un pasado y de unos espacios que estuvieron llenos de vida. Buscar lo “esencial” como apuntas en la pregunta y, para ello, qué mejor que transitar la problemática del deshabitado, personal y real, acompañado del sentir y meditación de otros escritores como Jesús Moncada, Julio Llamazares, Alfons Cervera o José Giménez Corbatón, por ejemplo, tal como hago en el apartado “Viajes de papel”

-Terminas por tierras del Somontano de Barbastro y Alquézar….tierra de vino, de sabores que viajan de la tierra al sol; de conversaciones que hacen que nosotros a la luz de la noche volvamos a nuestros respectivos aposentos con calma…¿qué te llama la atención de esta tierra de vino pero que ya mira, constantemente, hacia arriba, hacia la cordillera pirenaica La importancia de la provincia oscense en tu obra.

-Aunque en absoluto soy forofo de la tierra, los orígenes tiran. Huesca está presente en Un andar que no cesa por la vivencia. Vivencia hay en el viaje bélico que describo desde Biescas a Monrepós y vivencia hay en el recorrido por el Somontano oscense, cuya luz siempre me ha atraído. El Somontano como frontera (al norte, las altivas crestas del Pirineo y, al sur, la ardiente sequedad de Los Monegros, además de acostada con Navarra y Cataluña) tiene mucho de paraíso, de mestizaje histórico y de paisaje, de cruce de caminos, de aluvión de pobladores, de variedad de colores… Todo eso cala en el ánimo si la mirada está atenta al detalle que aparece por doquier. Es un espacio cambiante a la vez que uniforme, como lo son los productos que en su espacio germinan. Es un espacio con voces múltiples del pasado, denunciado en la toponimia y restos artísticos. Y también rico en sorpresas y asombros de catadura varia, incluso en lo orográfico. O, al menos, así lo ven mis ojos y lo siente mi ánimo.

-Háblanos, por favor, del proceso de investigación…de esa tarea tan ardua, de búsqueda, mucha lectura, poner orden….antes, pero también después de cada viaje… teniendo en cuenta, además Ramón, que el hecho mismo de plantearte la escritura de este libro es como otro viaje en sí mismo…

-Todos los viajes descritos en Un andar que no cesa, sin importar si existe desplazamiento físico (pues, leyendo, se puede viajar desde el sillón) recalan en fases muy concretas, todas ellas necesarias. Previamente al viaje siempre tiene que haber una conmoción o una atracción que accione la mente y empuje a la ejecución. Cuando esto sucede, la preparación es obligatoria. Viajar conlleva perder pie, aventurarse en lo desconocido, salirse de la costumbre del día a día y, en consecuencia, uno debe protegerse ante la intemperie venidera. La preparación da confianza antes y durante el viaje. Después de la preparación, sigue la degustación deleitosa del paisaje y sus geografías, del paisanaje y su cultura e historia... y, por supuesto, el impacto tanto emocional como meditativo que todo ello supone. Esta fase es crucial y se debe ejercitar con la mirada a fondo, capaz de cambiar y de ensanchar la percepción, al tiempo que inyecta el deleite buscado. Es verdad la frase de Proust que “viajar no es cambiar de sitio, es cambiar de mirada”. Finalmente, llega el “después”, una fase que acaba siendo, al rememorar lo documentado, visto, sentido, paladeado y meditado, otro gran viaje, tal como apuntas.

-Trabajas teniendo en cuenta como un guión de cuestiones a ir contestando, a ir dando respuesta…-La preparación existe, pero en todo viaje el azar hace saltar por los aires cuadrículas, guiones, horarios e, incluso, trayectos como ya he dicho antes. Es sin duda, una situación de lo más interesante, el ver que tu armadura documental hace aguas y que al azar cambia proyectos obligando a amoldarte a las circunstancias no previstas y a contratiempos impensados. Como en el viaje de la vida.

-Una vez recopilado todo, ¿cómo es la metodología de trabajo que utilizas?; ¿cómo le pones orden a todo?-Durante el viaje no llevo cuadernos donde anotar, sino que echo mano de lo que encuentro (servilletas, trozos de periódico, papel de los hoteles…). Es mi mente y mis ojos quienes trabajan. Mientras camino observo y medito, veo y recuerdo lecturas, películas, documentales, noticias de prensa… con todos los sentidos a flor de piel para sumergirme en los olores, la gastronomía, el paisaje, el idioma, las costumbres… y meditando sobre todo cuanto ello provoca en mi persona. De eso tratan mis apuntes durante el viaje, simples esbozos que luego se unen a la documentación previa a la reflexión cuando rememoro y escribo. Como ves una metodología nada lógica, pero que a mí me sirve.

-Amigo Ramón, ¿cómo ha sido editar con Fórcola?, editorial que en los últimos años se ha ido aposentando con títulos cargados de kilómetros, polvo, millas, arena, alquitrán, sol, nieves, inclemencias, atardeceres, amaneceres…y siempre con ese gusto exquisito que aporta Javier Jiménez su editor…con esa placidez que va hacia la exquisitez en la edición de un editor que de esa forma nos lleva su pasión por la melodía, la sinfonía…

-Ha sido fácil y gratificante. Cuando terminé el libro repasé las editoriales dedicadas al viaje. Fórcola fue la que más me intereso por su catálogo, enjundioso y abierto. Envié el texto en bruto y al cabo de muy pocos días, Javier me escribió para decirme que lo publicaba. Imagínate mi alegría y el subidón de mi ego. Ahora espero que su esfuerzo se recompense con la lectura del libro.

 

 

 

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