Cazarabet conversa con...   Francisco Cobo Romero, coautor de “La República en los pueblos. Conflicto, radicalización y exclusión en la vida política local durante la Segunda República Española (1931-1936)” (Comares)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Francisco Cobo Romero y Francisco de Paula Garrido Rodríguez indagan, investigando minuciosamente, sobre el conflicto, la radicalización y la exclusión en la vida política local durante la Segunda República Española de 1931 a 1936.

La sinopsis del libro editado por Comares en su colección, Comares Historia:

La mayoría de los estudios existentes sobre la Segunda República española ha menospreciado la importancia que adquirió la vivencia de la política en los municipios de extensas comarcas agrícolas del sur peninsular. Asimismo, los intensos conflictos sociales, políticos, culturales y religiosos que se desencadenaron entre los distintos grupos sociales en su pugna por el control de los ayuntamientos han sido en parte pasado por alto. La República en los pueblos estudia el proceso de radicalización y de exclusión política del adversario que se produjo en una importante proporción de localidades agrícolas del sur español, suscitado por las profundas discrepancias y las irreconciliables posiciones que, en torno al ejercicio del poder local y la resolución de los conflictos laborales, sostuvieron tanto patronos como jornaleros. En tal sentido, los representantes políticos e ideológicos de la izquierda y la derecha que se vieron enfrentados en una incesante lucha por el poder municipal caminaron por la senda de la mutua descalificación, la incomunicación y la incomprensión, debilitando los canales del diálogo o de la pacífica resolución de sus diferencias.

Los autores:

Francisco Cobo Romero: es Catedrático de Universidad de Historia Contemporánea. Ha sido investigador y profesor visitante en la London School of Economics de Londres, la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París y el European University Institute de Florencia. Ha centrado su investigación en el análisis de los procesos de politización del campesinado español en una perspectiva europea comparada. Entre sus principales publicaciones se encuentran los siguientes libros: Franquismo y posguerra en Andalucía oriental, (en colaboración con la profesora Teresa María Ortega López), 2005; Revolución campesina y contrarrevolución franquista en Andalucía, 2004; Por la reforma agraria, hacia la revolución. El sindicalismo agrario socialista durante la II República y la Guerra Civil, 2007; ¿Fascismo o democracia? Campesinado y política en la crisis del liberalismo europeo, 1870-1939, 2012; La tierra para quien la trabaja. Los Comunistas, la sociedad rural andaluza y la conquista de la democracia (1956-1983), 2016, en colaboración con María Candelaria Fuentes Navarro; La Segunda República Española, 2015, en colaboración con los profesores González Calleja, Martínez Rus y Sánchez Pérez y Fascismo y Modernismo. Política y Cultura en la Europa de entreguerras, 1918-1945, 2016, en colaboración con Del Arco Blanco y Hernández Burgos.

Francisco de Parla Garrido Rodríguez: ha cursado los estudios del Grado de Historia en la Universidad de Granada. Ha llevado a cabo la elaboración de su Trabajo de Fin de Máster mediante un exhaustivo estudio de la evolución política del municipio de Motril durante la Segunda República Española. Es autor de la biografía de la benefactora granadina María de Zayas, una figura dedicada a la labor filantrópica y al mecenazgo. Actualmente prepara su Tesis Doctoral, centrada en el análisis de los poderes locales en el mundo rural de la Andalucía de entreguerras.

 

 

 

 

Cazarabet conversa con Francisco Cobo Romero: 

- ¿Qué es lo que os llevó a investigar sobre la interacción entre la Segunda República y los pueblos o municipios de las provincias y comarcas del sur del país? ¿Hay o hubo algún incentivo más qué os ha hecho investigar sobre esto?, ¿puede que la "falta " de estudios e investigaciones en torno a los municipios y su idiosincrasia versus conflictividad social y la implantación de la Segunda República?

 

-La principal motivación que nos impulsó a la redacción del libro no fue otra que el deseo de revisar algunas de las interpretaciones clásicas en torno al funcionamiento de las instituciones democráticas en el seno del régimen de la Segunda República española. Existe una convicción muy extendida acerca del papel que desempeñaron las derechas conspirativas en la destrucción del régimen republicano, concebido primigeniamente como un modelo paradigmático de parlamentarismo liberal en el que, supuestamente al menos, los principales actores políticos desempeñaban funciones acordes con el respeto al mantenimiento incólume de los principios de reconocimiento y aceptación del adversario político o el trato privilegiado otorgado a la resolución dialogada de los conflictos. En tal sentido, la democracia republicana habría fracasado, principalmente, por el ataque sufrido de manos de la indiscutible agresión proveniente de unas clases sociales económicamente privilegiadas y cada vez más interconectadas con una derecha cerril e intransigente, que vio amenazadas sus tradicionales posiciones de privilegio ante el avance de las izquierdas y la generalización de una conflictividad social extremadamente agresiva. Este planteamiento es absolutamente incuestionable, pero adolece de la falta de atención prestada a la manera específica como los actores individuales y colectivos, especialmente implantados en el mundo rural, hicieron uso de los mecanismos institucionales proveídos por la democracia parlamentaria y el modelo político liberal. En el libro ponemos de manifiesto cómo la extrema conflictividad laboral, generada tanto por la aplicación de una avanzada legislación reformista de signo pro-jornalero, como por una agricultura esencialmente orgánica, que todavía precisaba de la sobreexplotación de la mano de obra jornalera para continuar siendo rentable, acabó contaminando, en multitud de comarcas agrarias del mediodía peninsular, las prácticas políticas desplegadas por los principales actores en el seno de la vida local municipal, hasta convertirlas en estrategias de confrontación que excluían al adversario, limitaban la posibilidad del diálogo mutuo y entorpecían, en suma, la pacífica convivencia política entre todos ellos.

 

- Eran todos ellos pueblos en los que la economía y "lo social" giraba en torno a la agricultura, ¿verdad?

 

-En efecto. Nuestros protagonistas, tanto individuales como colectivos, están insertos en diferenciados espacios de convivencia, generalmente conflictuales y asentados sobre una construcción jerarquizada de la arquitectura social y una desigualitaria estructura de la posesión de los principales recursos productivos, con caracteres eminentemente rurales. Para ser precisos, nos hemos centrado en el análisis de las muy conflictivas relaciones laborales, políticas y económicas sostenidas entre los distintos grupos sociales que sustentaban el edificio de una agricultura predominantemente instalada sobre la profunda desigualdad en la distribución, posesión y manejo de los principales recursos productivos, es decir, en una agricultura teñida por el predominio de la gran propiedad agraria.

 

- Pero ¿qué tipo de agricultura, aquí, se practicaba, el latifundio...por qué?; ¿qué características se habían dado para ello? - ¿Qué tipos de cultivo eran los que predominaban?

 

-Hemos centrado nuestro estudio en el análisis del desarrollo de las relaciones laborales y productivas sobre las que se instalaba el predominio de la gran propiedad agraria. La estructura de la propiedad agrícola de las comarcas analizadas estuvo condicionada históricamente mediante el despliegue de un complejo y prolongado proceso que devino en la hegemonía de los grandes propietarios agrícolas, quienes instalaron su dominio sobre el conjunto de las clases rurales populares, desde el periodo de la Restauración borbónica, y hacia el último tercio del siglo XIX, a través del control casi monopólico y patrimonialista que hicieron de los poderes locales y las instancias administrativas municipales. El control exhaustivo ejercido por las oligarquías rurales de los medianos y grandes propietarios agrícolas sobre el poder local condujo a la edificación de un modelo de dominio social y político que excluía la representación de los jornaleros o de los integrantes de los grupos sociales rurales de extracción popular. Dicho modelo se acomodaba perfectamente con las necesidades exigidas por unos tipos de cultivo y aprovechamiento de los recursos agrícolas instalados sobre unas prácticas laborales tradicionales, de base orgánica, propias de la agricultura meridional, un modelo que exigía la subordinación absoluta de las clases jornaleras, el sometimiento político de sus integrantes y la indiscutida hegemonía ejercida por los medianos y grandes propietarios rústicos. Serían estos últimos, los medianos y grandes propietarios rústicos, quienes, mediante el control monopólico de los ayuntamientos, harían posible el funcionamiento adecuado del modelo de explotación agrícola al que acabo de hacer referencia.

 

- Entonces la conflictividad laboral estaba, siempre, como servida, ¿no?

 

-La conflictividad huelguística en el ámbito de las relaciones laborales agrícolas es una constante desde, al menos, la culminación del proceso histórico de privatización de la mayor parte de los recursos agrícolas disponibles y la inserción de los excedentes comercializables en los mercados capitalistas encargados de su distribución. Una vez que se consumó, plenamente, el proceso de asignación privatizada de la mayoría de los recursos productivos agrícolas (gracias, en muy buena medida, a la culminación de los traspasos de la propiedad invocados por las medidas liberales desamortizadoras), y se garantizó la existencia de una estructura de la propiedad esencialmente desigualitaria, el conflicto comenzó a adoptar caracteres cada vez más modernos, impulsado crecientemente por estructuras organizativas o corporativas de defensa sindicalizada de intereses que aspiraban a la fijación de unas determinadas condiciones reguladoras de las relaciones de contratación laboral sostenidas entre patronos y jornaleros. La llegada del régimen democrático de la II República trajo consigo la implantación de una legislación laboral que favorecía significativamente la capacidad negociadora de los jornaleros y sus poderosos sindicatos agrícolas, hasta poner en peligro la misma pervivencia del conjunto de relaciones de explotación sobre el que sustentaba la rentabilidad de la gran hacienda rústica. Todo ello indispuso crecientemente a los patronos, hasta colocarlos en posiciones de abierto enfrentamiento contra un régimen, el democrático-parlamentario de la Segunda República, al que consideraron excesivamente permisivo con las demandas planteadas por los jornaleros.

 

- Porque las condiciones de los trabajadores de la tierra no debían de ser nada buenas para ellos, debían estar más próximas a la explotación que a otra cosa... ¿qué nos podéis decir?

 

-Las formas en que se efectuaba la explotación de la mano de obra jornalera en la agricultura del mediodía español estuvieron condicionadas por la particular modificación que experimentaron las relaciones de producción en el campo desde el proceso de asentamiento de la apropiación privatizada de los principales recursos agrícolas y la mercantilización generalizada de los excedentes productivos. Este proceso histórico comenzó a configurarse hacia el último tercio del siglo XIX, aunque experimentó ligeras variantes desde comienzos del siglo XX, asociadas a la progresiva sindicalización de los trabajadores agrícolas y la politización campesina, entendida como un fenómeno modernizador que hizo posible la difusión de una particular sensibilidad y una especial preocupación por los asuntos políticos públicos entre los principales componentes del campesinado y las clases asalariadas agrícolas. Al comienzo de los años treinta del pasado siglo XX, la agricultura de extensas comarcas del sur peninsular continuaba mostrando los rasgos característicos que lo que podríamos denominar como una “agricultura orgánica”, es decir, un modo particular de aprovechamiento de los recursos y de establecimiento de relaciones productivas entre los distintos grupos sociales rurales extremadamente dependiente de la utilización masiva de la mano de obra jornalera, generalmente mal pagada o insuficientemente alimentada. La abundancia de mano de obra asalariada próxima a las superficies cultivadas donde se asentaba la mediana y la gran propiedad agrícola hacía posible el mantenimiento de unos niveles salariales francamente deprimidos, algo que demandaba el propio sistema agrario teniendo en cuenta el escaso nivel de mecanización de las labores, la elevada renta de la tierra y los precios escasamente remuneradores alcanzados por los productos agrícolas y alimenticios en unos mercados deprimidos, en los que la demanda proveniente de la población urbana resultaba aún insuficiente. Dadas estas premisas, todavía prevalecían en la inmensa mayoría de las grandes explotaciones agrícolas unas condiciones de sobreexplotación de la mano de obra jornalera que provocaban el constante malestar entre los asalariados, al tiempo que suscitaban el surgimiento de interminables conflictos huelguísticos planteados, precisamente, en torno a demandas que tenían que ver directamente con la fijación del nivel de los salarios, la duración de la jornada laboral o las condiciones, generales o particulares, en las que se llevaba a efecto el trabajo agrícola.

 

-Pero la Segunda República en sus comienzos quiso hacer una Reforma agraria que se paraliza con el bienio negro y que el gobierno del Frente Popular quiere retomar, pero ya no le da tiempo al estallar la Guerra Civil con el Golpe de Estado de los Militares... ¿qué nos podéis decir?

 

-La Reforma Agraria fue un proyecto largamente acariciado por las principales culturas políticas del republicanismo, el socialismo o el anarquismo. La llegada de la Segunda República significó un momento histórico, dotado de un marco liberal y democrático hasta entonces desconocido, que impulsó el deseo de tales culturas políticas por llevar a cabo una profunda transformación de las estructuras de la propiedad agraria, unas estructuras históricamente condicionadas que arrojaban como resultado mas perceptible la profunda desigualdad en el reparto de la riqueza agrícola. Pese a la fiereza con que se desplegaron los debates parlamentarios para hacer posible la elaboración de un texto legal que sancionase la puesta en práctica de una verdadera Reforma Agraria, la ley finalmente aprobada en septiembre de 1932 significó un avance importantísimo en los deseos, largamente acariciados por los republicanos de izquierda y el marxismo en general, por poner fin a las históricas injusticias derivadas de un muy desigual reparto y distribución de la propiedad agraria. Desde el momento mismo de su puesta en marcha, las derechas más tradicionalistas, el catolicismo conservador y el agrarismo reaccionario optaron por boicotear la labor de reforma agraria, incitando a los ricos patronos agrícolas, los grandes propietarios latifundistas y una pléyade de modestos y pequeños propietarios hacia la manifestación de su rotunda oposición a la aplicación del reformismo agrario contemplado en la ley del año 1932. El boicot de las derechas agraristas a la Reforma Agraria se tradujo en una intensa campaña propagandística, que, con tonos verdaderamente catastrofistas y apocalípticos, anunciaba poco menos que la plena colectivización de la tierra, su entrega a los jornaleros y la aplicación de una especie de “comunismo agrario”, inspirado en las transformaciones agrícolas sobrevenidas tras la revolución bolchevique del año 1917. Este mensaje cargado de tonalidades dantescas debió seducir, e incluso aterrorizar, a extensos colectivos de pequeños y modestos propietarios y arrendatarios, quienes progresivamente se vieron inclinados, en mayor o menor medida, a manifestar su apoyo electoral a los candidatos agraristas, católico-corporativistas o derechistas que defendían abiertamente la anulación de la Reforma Agraria y la potenciación de la propiedad privada de los recursos agrícolas productivos, así como la defensa explícita de la pequeña explotación campesina. El segundo bienio no supuso, pese a lo que tradicionalmente se ha manifestado, un retroceso evidente en el proceso de expropiación y asentamiento campesino sobre las tierras expropiadas. No obstante, en el año 1935, un ministro agrarista, Nicasio Velayos, consiguió, con el respaldo de los parlamentarios de la CEDA católico-tradicionalista, que las Cortes aprobasen una Ley que significaba, ni más ni menos, que la virtual abolición de la Reforma Agraria puesta en marcha en 1932. La supresión del Registro de la Propiedad Expropiable permitió a los grandes propietarios hacer uso de diversas estratagemas legales para burlar la inclusión de sus tierras entre las susceptibles de ser expropiadas. Asimismo, se estableció un límite máximo a la asignación presupuestaria destinada al funcionamiento del Instituto de Reforma Agraria, algo que hizo prácticamente imposible la puesta en pie de los proyectos de expropiación inicialmente contemplados, convirtiendo la práctica expropiatoria en una labor extremadamente ardua, que necesitaría casi un siglo para alumbrar efectos perceptibles. Esta Ley de Reforma de la Reforma Agraria del año 1935 yuguló, por consiguiente, toda esperanza depositada en la ejecución de un vasto y ambicioso plan de transformación de la agricultura, tal y como lo deseaban los republicanos de izquierda y los socialistas. Sin embargo, el regreso de los republicanos de izquierda, con el apoyo parlamentario prestado por los socialistas, al gobierno de la República tras las elecciones parlamentarias de febrero de 1936 alentó a los jornaleros a reclamar, nuevamente, una aceleración visible del proceso expropiatorio de grandes fincas. Incluso se produjo un vasto movimiento de ocupación de grandes propiedades en numerosas comarcas extremeñas. Durante los meses de gobierno del Frente Popular, y hasta el estallido de la guerra civil, se ocupó un número de hectáreas perceptiblemente muy superior al que se había registrado entre los años 1932 y 1935.

 

- ¿Qué hubiese significado esa reforma agraria de haberse implantado en esos pueblos del sur del Estado Español?; aunque las resistencias, por parte de los latifundistas, hubiesen sido muy fuertes...?

 

-Habría significado una profunda remodelación de las relaciones de explotación de la mano de obra asalariada sobre la que se venía sosteniendo el edificio de la “gran propiedad agraria”. Habría significado también, muy probablemente, la liquidación de las relaciones salariales que vinculaban a muchos jornaleros con sus empleadores. Quizás hubiese significado la configuración de un vasto estrato social constituido por modestos cultivadores agrícolas que, asistidos por las instituciones oficiales puestas al servicio de la aplicabilidad de los preceptos contemplados en la ley de Reforma Agraria, quizás hubiesen alcanzado la plena integración en los mercados agrícolas, garantizando el afianzamiento de una nueva forma de existencia mucho más digna y humanizada, así como liberándose de las ataduras que los vinculaban, en un régimen social de profunda dependencia, humillación y subordinación, a los grandes propietarios rústicos. Todo esto no es más que historia-ficción, pues existen fundadas reflexiones que aseguran la escasa posibilidad de una notable reducción del desempleo estacional agrícola pese a la aplicación plena de un histórico proceso de reasignación de los principales recursos productivos y un reparto equitativo de la capacidad, reconocida a un amplio estrato de campesinos, para acceder al uso de la tierra y su consiguiente aprovechamiento. Parece probado que, dado el nivel de precios existente en los mercados de productos alimenticios en la España de los años treinta del pasado siglo XX, las explotaciones agrícolas colectivizadas o las pequeñas parcelas resultantes de la expropiación de los grandes latifundios, habrían necesitado incorporar un elevado grado de mecanización a determinadas labores, así como un alto índice de incorporación de fertilizantes inorgánicos, que habrían provocado la disminución de la cabaña ganadera o la considerable reducción de las necesidades de contratación de mano de obra por parte de las nuevas explotaciones resultantes del proceso expropiatorio derivado de la aplicación de la Reforma Agraria. Sean cuales fuesen los resultados de la misma, probablemente habrían significado el debilitamiento extremo de la estirpe de los grandes propietarios agrícolas y la virtual defunción de la nobleza terrateniente que aún perduraba, significativamente debilitada, durante el primer tercio de la pasada centuria.

 

- En los años treinta en los años de la República tanto en los inicios de la misma, como en el bienio negro, como con el Frente Popular; ¿cómo fue evolucionando esa conflictividad laboral?

 

-Dadas las características que mejor definían el sistema de relaciones laborales predominante en la agricultura del sur peninsular a la altura de los años treinta del pasado siglo XX, la conflictividad huelguística sostenida por los jornaleros se proponía, ante todo, la disminución de la jornada laboral, a fin de acrecentar el número de ofertas laborales disponibles por parte de la patronal y dar empleo al mayor número posible de los jornaleros asentados en cada localidad, así como la elevación sustancial del precio de los jornales, con el fin de hacer frente de manera más eficaz a las severas constricciones padecidas por todos ellos en lo relacionado con la alimentación, el sustento de los integrantes del grupo familiar y el sostenimiento de la vivienda. No obstante, en un periodo como el de la Segunda República, en el que la legislación laboral perseguía el pleno empleo agrícola y el considerable aumento del nivel de renta a beneficio de la clase jornalera, la conflictividad fue derivando, progresivamente, hacia la imposición a la patronal de una serie de prácticas de contratación que, si bien aspiraban a la contratación de la totalidad del censo jornalero, también debilitaban notablemente los soportes básicos sobre los que se sustentaba una agricultura escasamente productiva, muy poco mecanizada y fuertemente dependiente del desempleo crónico de tipo estacional y la existencia de unos bajos niveles salariales. La ruda contraposición de intereses entre jornaleros y patronos, así como la existencia de poderosas organizaciones sindicales capaces de movilizar a colectivos muy numerosos de trabajadores agrícolas, hizo desembocar la conflictividad, con el concurso de la participación de numerosos alcaldes socialistas que se implicaron decididamente en la defensa de los intereses jornaleros y el aseguramiento del pleno empleo en sus municipios, en una auténtica pugna que radicalizó las posturas, fracturó la sociedad agraria aún más de lo que ya lo estaba e indispuso crecientemente a los patronos frente a un régimen democrático, como el de la República, al que fueron considerando, progresivamente, como objeto privilegiado de sus denuncias. Hacia los comienzos del año 1936 proliferaron nuevas prácticas reivindicativas basadas en la parcial ocupación de las fincas por parte de los jornaleros desempleados, la realización de faenas no consentidas por los patronos, la disminución caprichosamente decidida por estos últimos de la duración de la jornada laboral y la exigencia de elevados salarios. Todo ello indispuso finalmente a los medianos y grandes propietarios agrícolas frente al régimen republicano, hasta provocar el anidamiento entre muchos de ellos de sentimientos políticos abiertamente contrarios a su continuidad.

 

- Porque, de entrada, ¿a la idiosincrasia agraria de esos pueblos y a la sociedad que la vivían se la entendía desde la República, desde los ejecutivos...?

 

-La clase política que condujo los derroteros del régimen de la Segunda República continuaba siendo, en muy buena medida, la que ya se había situado al frente de las instituciones estatales desde la etapa final de la Restauración. Hubo, eso sí, una profunda renovación en el seno de los órganos representativos parlamentarios. Las Cortes elegidas en 1931 incorporaron una auténtica pléyade de nuevos y jóvenes profesionales, vinculados preferentemente a los partidos de la izquierda republicana y al socialismo. No obstante, una mayoría muy consistente de los representantes de la izquierda republicana y el republicanismo conservador (afincado en el Partido Republicano Radical) continuaban siendo profesionales escasamente familiarizados con la realidad agraria del país. Asimismo, muchos integrantes de la burguesía agraria continuaban emplazados al frente de cargos representativos de carácter provincial o estatal en defensa de los intereses conservadores, reaccionarios o agraristas propios de la España latifundista. Sea como fuere, una importante proporción de los representantes en las Cortes republicanas mostró una escasa sensibilidad a la hora de afrontar la resolución de los graves problemas históricamente arrastrados por la agricultura española. Así lo prueba el fracaso estrepitoso de medidas legislativas, nunca aplicadas, destinadas a mejorar la calidad de los arrendamientos o a garantizar el libre acceso a la propiedad de un extensísimo segmento de modestos cultivadores que aspiraban a convertirse en pequeños propietarios rústicos. Tampoco se resolvieron satisfactoriamente las tradicionales reivindicaciones de los rabassaires catalanes, ni el deseo del campesinado navarro por revertir, a beneficio de los modestos cultivadores locales, la propiedad de las denominadas “corralizas”. Buena parte del campesinado intermedio de pequeños y modestos propietarios o arrendatarios vio frustradas sus aspiraciones a la mejora de sus niveles de vida o al reconocimiento de su derecho a la plena propiedad de las explotaciones que venían usufructuando, en régimen de arrendamiento o aparcería, desde mucho tiempo atrás. El problema jornalero en el sur de España tampoco fue satisfactoriamente resuelto, quizás por la incomprensión de buena parte de la clase política colocada al servicio del republicanismo progresista, por la rotunda oposición a cualquier tipo de reformismo agrario expresada por el conservadurismo agrarista, o por la manifiesta radicalización de las posturas políticas defendidas por buena parte del socialismo.

 

- Porque casi es de suponer que si se ha investigado poco después —historiográficamente hablando— a esa interacción, conflictividad y hasta radicalización entre los unos y los otros y con la República, quizás es porque, en parte, ya había poco conocimiento del medio rural, de los pueblos y de sus sociedades por parte de los que ejercían el poder en tiempos de la República y quien dice en tiempos de la República podría decir tiempos previos a la misma o los posteriores.

 

-Parcialmente, al menos, esta pregunta ha sido contestada anteriormente. No obstante, sería preciso añadir que, si bien es cierto que la problemática agraria venía discutiéndose por la clase política desde mucho tiempo atrás, incluso espoleada por las advertencias vertidas por el pensamiento regeneracionista, o por los impulsos reformistas provenientes de una buena parte del pensamiento agrario más claramente conectado con las corrientes intelectuales existentes en la Europa de comienzos del siglo XX, no lo es menos que la cerrazón de las posturas sostenidas por los grandes propietarios agrícolas y sus más directos representantes políticos frustraron reiteradamente la puesta en pie de medidas de reforma agraria que hubiesen coadyuvado a la franca modernización de la agricultura española, así como a la implantación de un sistema tributario y retributivo que hubiese garantizado un más igualitario y equilibrado reparto de la riqueza agrícola. No cabe duda que fueron las posturas de intransigencia a cualquier cambio, manifestadas sobre todo por la estrecha franja de los grandes propietarios rústicos y sus más próximos representantes políticos (el catolicismo tradicionalista y corporativista, el agrarismo reaccionario o el conservadurismo antidemocrático), los que frustraron la necesaria serenidad que exigiría un debate público orientado a la puesta en marcha de medidas legislativas con suficiente capacidad para resolver el histórico problema de la profunda desigualdad imperante en el ámbito de la sociedad rural española.

 

- Así, la República en los pueblos, en estos pueblos... ¿fue siempre como una utopía?

 

-La implantación del régimen republicano despertó una oleada de entusiasmo entre los componentes de las clases populares, así como entre una extendida proporción de las clases medias urbanas de todo el país. Las manifestaciones públicas de júbilo con que fue acogido el nuevo régimen dan prueba de las inmensas expectativas que despertó su inauguración entre un considerable número de ciudadanos. Por lo que respecta al mundo rural, y particularmente a la vida cotidiana que presidía el devenir diario de los acontecimientos en multitud de poblaciones esencialmente agrícolas del sur peninsular, tanto los republicanos como, sobre todo, los socialistas, habían venido anunciando desde algunos años atrás, pero particularmente durante los meses en los que se desplegó la campaña propagandística que precedió a las elecciones locales celebradas el mes de abril de 1931, las esperanzadoras perspectivas que para todos ellos supondría el derrocamiento de una monarquía vituperada y calificada de corrupta y antidemocrática y la implantación de un régimen pleno de libertades como el republicano, que supuestamente acabaría con los males del caciquismo y daría paso a una sustancial transformación, y eliminación, de las muy desigualitarias y jerarquizadas relaciones sociales mantenidas entre patronos y jornaleros. Una multitud ingente de miembros de las clases rurales populares depositaron sobre el régimen republicano implantado en la primavera de 1931 todo un sinfín de anhelos, entre los que se incluía la verdadera democratización de los poderes locales, el acceso a los recursos políticos que tanta incidencia tenían sobre la regulación de las relaciones laborales en la agricultura y, por qué no, una distribución más equitativa y solidaria de los principales recursos agrícolas, incluyendo el libre acceso al cultivo de la tierra. Cuando, en el transcurso de los primeros meses tras la implantación del nuevo régimen, las conflictivas relaciones entre propietarios de la tierra y asalariados agrícolas se fueron agriando de una manera irreversible, pero sobre todo cuando los jornaleros comprobaron la terca resistencia opuesta por la gran patronal agraria a la aceptación de sus principales demandas, las esperanzas depositadas por estos últimos en el régimen republicano, considerándolo como la panacea que resolvería, súbitamente, todos sus sufrimientos, se fueron disolviendo de una manera acelerada, hasta provocar el desánimo o la radicalización de sus posturas.

 

- Los gobiernos de izquierdas de la Segunda República se veían como maniatados a la hora de llevar a cabo las reformas como la agraria?; ¿eso generó frustración entre los trabajadores del campo?

 

-La respuesta a esta pregunta ha sido parcialmente expresada en la otorgada a la cuestión anteriormente resuelta. Conviene aclarar que los gobiernos del primer bienio republicano, conformados sobre la alianza parlamentaria sostenida por los republicanos de izquierda y los socialistas, tropezaron, desde el primer momento, con la severa reacción a sus propuestas de cambio en la agricultura expresada por las derechas agraristas y manifestada en los actos de resistencia al acatamiento de la legislación laboral reformista llevados a cabo por la práctica totalidad de la gran patronal agraria. Si bien es cierto que la ley de Reforma Agraria sufrió un retraso significativo en su aprobación y posterior implementación, principalmente provocado por la animosidad con que fue recibida por el conjunto de las derechas católico-corporativistas y por la tenaz oposición a su aplicación expresada por los grandes propietarios agrícolas, no es menos cierto que otro tipo de iniciativas que tendieron a aliviar la penosa situación padecida por los pequeños arrendatarios y aparceros, o por los rabassaires catalanes, chocaron de una manera inmisericorde con la cerril negativa a su puesta en pie proveniente del grueso de los intereses agraristas y conservadores nacidos entre los círculos de la gran propiedad agraria y el latifundismo. Por consiguiente, la ausencia de resultados perceptibles en todo lo relacionado con las demandas más fervorosamente expresadas por las clases jornaleras y una buena parte del campesinado familiar, durante los dos años y medio posteriores a la implantación del régimen republicano, sembró el descontento entre multitud de integrantes de las llamadas clases populares rurales. No todas ellas expresaron su decepción de idéntica manera. Los jornaleros del sur peninsular, radicados en las comarcas agrícolas donde existía un claro predominio de la mediana y la gran propiedad agraria, o bien manifestaron su desafección a las organizaciones políticas y sindicales del socialismo, o bien radicalizaron sus manifestaciones conflictivas hasta extremarlas durante la celebración de la huelga general campesina convocada por el sindicato agrícola socialista durante el mes de junio del año 1934. De otro lado, buena parte del campesinado familiar se refugió en el respaldo otorgado, de una manera cada vez más incontestable, a las opciones contra-reformistas, dirigidas expresamente a paralizar la aplicación de la Reforma Agraria, y emanadas del seno de la derecha católica, las filas de la CEDA y del agrarismo tradicionalista de raíz antiliberal.

 

- ¿Cuál era la postura de los latifundistas porque estos tampoco debían ni quedarse contentos ni quietos, ¿cómo reaccionaban?

 

-Mas bien habría que hablar de la postura sostenida por los medianos y grandes propietarios agrícolas, quienes, de una manera bastante coordinada, emprendieron todo tipo de acciones para contrarrestar los efectos de la Reforma Agraria o paralizar la aplicación de las medidas de regulación de los mercados laborales contenidas en la legislación reformista esencialmente beneficiosa para los trabajadores agrícolas y los jornaleros. Puede afirmarse que, al menos desde el año 1933 en adelante, se forjó en multitud de comarcas agrarias del sur peninsular una especie de coalición reaccionaria de marcado signo agrarista y contra-reformista, que utilizó cuantos medios había a su alcance para paralizar la labor del Instituto de Reforma Agraria y, sobre todo, para minimizar los efectos de la aplicación de la legislación laboral reformista de signo pro-jornalero. Los medianos y grandes propietarios agrícolas emplearon a sus representantes municipales y a los alcaldes más proclives al reconocimiento de sus exigencias boicoteando los órganos de regulación de los mercados laborales. De manera especial se incumplieron sistemáticamente las imposiciones de mano de obra jornalera decretadas por las Comisiones Municipales de Policía Rural, se desobedecieron los preceptos de contratación de los jornaleros de acuerdo con el orden de inscripción de los mismos en las Bolsas de Trabajo, se marginó en el empleo a los jornaleros sindicalizados, o a los más combativos y conflictivos y, en suma, se obstruyó la labor desplegada por los Jurados Mixtos locales, concebidos como órganos de arbitraje laboral con capacidad para determinar la cuantía de los salarios, la duración de la jornada laboral, y un largo etcétera de disposiciones que trataban de mejorar las condiciones generales en que se efectuaba el trabajo agrícola. Cuando todas estas estrategias disuasorias dejaron de resultar efectivas, especialmente cuando, durante la primavera del año 1936, comenzaron a proliferar nuevas formas de conflictividad jornalera que perjudicaban muy seriamente el tradicional dominio ejercido por los grandes patronos sobre los mercados del trabajo agrícola, la gran patronal agraria comenzó a contemplar la posibilidad de poner fin al régimen republicano, al que culpabilizaban de ser el responsable de la gestación de un marco legislativo regulador de las relaciones de producción en la agricultura altamente dañino para sus intereses, atisbando la oportunidad de proceder a su inmediata destrucción mediante una acto conspirativo de naturaleza enteramente reaccionaria.

 

- ¿Qué papel jugaban en estos conflictos los ayuntamientos?; - ¿A menudo estos propios Ayuntamientos se encontraban fracturados?

 

-Las corporaciones municipales venían desempeñando, prácticamente desde su regulación tras la promulgación de la Constitución de 1812 y la legislación sucesiva que definió sus particulares modelos de configuración, una función esencial en la consolidación de oligarquías agrarias que terminaron por patrimonializar el desempeño de los cargos concejiles y, a través de los mismos, ejercieron una labor directa en todo lo relacionado con la gestión de las superficies susceptibles de ser desamortizadas o privatizadas, o con el aprovechamiento, en beneficio propio, de los recursos de pastos, leñas o frutos extraíbles de los montes vecinales que sobrevivieron a los procesos de privatización que se propagaron por la práctica totalidad del siglo XIX. Durante la Restauración, los poderes municipales de la España rural del mediodía peninsular se convirtieron, progresivamente, en plataformas de representación de los intereses específicos de las ricas oligarquías agrarias, quienes los utilizaron para hacer posible la perpetuación de las condiciones que hacían posible su particular dominio sobre el campesinado, el acrecentamiento de sus predios y explotaciones o la fijación de cargas impositivas y tributarias sobre los grupos sociales populares. Desde la constitución, el año 1931, del régimen democrático de la Segunda República, y gracias a la profusa legislación social y laboral que se ocupó de normalizar los mercados del trabajo agrícola, los ayuntamientos alcanzaron una posición preferente en todo lo relacionado con el establecimiento de los órganos de arbitraje laboral, los registros de demandantes de trabajo en las explotaciones gestionadas por los ricos propietarios agrícolas, o la creación de comisiones encargadas de velar por la aplicación del laboreo forzoso, imponiendo a los patronos la obligatoriedad de contratar a un determinado número de jornaleros para satisfacer las exigencias establecidas en los usos y costumbres de buen labrador orientadas a incrementar la productividad de las superficies cultivadas. Además, los ayuntamientos, y particularmente la figura de sus alcaldes, se erigieron en órganos institucionales particularmente implicados en la negociación laboral sostenida entre patronos y jornaleros, o de sus representantes sindicales, conducentes a la elaboración de las Bases del Trabajo agrícola, que fueron los documentos legales esenciales en los que se establecían los niveles salariales, la duración de las jornadas de trabajo y las condiciones específicas que regían la contratación, por parte de los propietarios agrícolas, de cuantos asalariados precisasen para llevar a cabo las faenas requeridas por sus explotaciones. En consonancia con esto último, resulta fácil deducir que, ante la cerrazón manifestada por la patronal a la hora de acatar el cumplimiento de los preceptos contenidos en la legislación laboral, en muy buena medida ejecutada a través de los ayuntamientos, no solamente se incrementó la radicalidad de los conflictos huelguísticos y laborales de todo tipo, sino que asimismo se comenzó a considerar crucial el control absoluto ejercido sobre los poderes locales, pues desde los mismos o bien se agilizaba la aplicación de la legislación laboral reformista que tanto beneficiaba a los jornaleros, o bien se arrinconaba esa misma legislación, se paralizaban los expedientes sancionadores dirigidos contra los patronos desobedientes o se obstaculizaba el normal funcionamiento de los órganos encargados de su ejecución.

           

Los ayuntamientos del periodo republicano, en tanto que elegidos democráticamente por los ciudadanos, traducían las fracturas políticas e ideológicas de la propia población sobra la que aquellos ejercían su labor representativa. Cabe señalar que, dado el clima de generalizada expansión de los conflictos y la tendencia a la radicalización de los mismos, esta atmósfera crecientemente inflamada se tradujo en la acentuación de las divisiones políticas e ideológicas, así como en la proliferación de estrategias de exclusión del contrario y profunda animadversión entre concejales o alcaldes de distinto signo político.

 

- Os paráis después, en la segunda parte del libro en algunos pueblos, en concreto cinco---a nuestro parecer ciudades—a los que analizáis más detenidamente: Antequera, Montefrío, Motril, Pinos Puente y Santa Fe ¿qué os hizo escoger estos pueblos y no otros?

 

-En realidad, nuestros objetos de estudio e investigación constituyen auténticas agro-ciudades, una modalidad de agrupamiento demográfico muy extendida en el sur de España. Se trata de ejemplos en cierta manera modélicos. Algunos de ellos se erigen en auténticas concentraciones poblacionales en las que existía, a la altura de la década de los treinta del pasado siglo XX, una considerable diversificación socio-profesional, una circunstancia que determinaba la existencia de grupos sociales altamente diferenciados, que cumplían funciones económicas sumamente variadas y que sustentaban culturas específicas, e incluso de carácter político, que definían su identidad y permitían a sus componentes el alcance de un intenso grado de cohesión interna. Tanto Antequera como Motril se erigían en auténticos enclaves que hegemonizaban la actividad productiva de un importante hinterland, constituido por la existencia de núcleos poblacionales de menor entidad estrechamente vinculados al centro neurálgico comarcal cuyo desempeño descansaba sobre las dos poblaciones mencionadas. Los criterios que nos movieron a elegir las poblaciones objeto de nuestro estudio no fueron otros que la localización de núcleos demográficos que contuviesen un elevado censo de trabajadores agrícolas enfrentados a un estrecho segmento social conformado por una minoritaria oligarquía de medianos y grandes propietarios rústicos. Asimismo, pretendíamos utilizar determinados casos considerados paradigmáticos para la demostración de nuestras hipótesis. Antequera se constituía en un poderoso enclave donde predominaba una agricultura marcadamente latifundista, que daba empleo a una ingente cantidad de jornaleros agrícolas. La fortaleza sindical de los asalariados del campo significaba, asimismo, un acicate decisivo para erigirlo en un caso modélico, donde la intensidad de los conflictos huelguísticos y la progresiva radicalización de las izquierdas condujeron al desencadenamiento de episodios de confrontación social auténticamente trágicos. Motril destacaba por la existencia de algunos líderes políticos y personalidades capacitadas para la movilización de extensos colectivos sociales que experimentaron un profundo proceso de radicalización, especialmente en el seno de las izquierdas socialistas. Santa Fe y Pinos Puente son dignos ejemplos de localidades cuyo término municipal albergaba una rica agricultura modernizada e intensiva, donde la fuerte concentración de una masa significativa de jornaleros, enfrentados a un puñado de ricos propietarios, propició la emergencia de constantes desavenencias entre unos y otros que se tradujeron en la progresiva implicación de la corporación municipal mayoritariamente izquierdista en la defensa de los intereses específicos de los trabajadores del campo. Por último, Montefrío se nos mostraba como un típico emplazamiento ruralizado y eminentemente agrario, en el que la histórica confrontación entre las oligarquías rurales de rancio abolengo y la creciente población jornalera se tradujo, durante los años republicanos, en una progresiva decantación de las corporaciones de izquierda en favor de la defensa de los intereses jornaleros, algo que acentuó la inclinación de la gran patronal y sus representantes políticos hacia la defensa de acciones de política municipal particularmente dirigidas a debilitar el poder sindical de los asalariados o a paralizar la aplicación de las medidas de control de los mercados laborales contenidas en la legislación laboral reformista.

 

- ¿Qué denominadores comunes tenían todos ellos?

 

-La totalidad de los ayuntamientos elegidos mostraban o bien una fortaleza indiscutida de las organizaciones políticas y sindicales de izquierda, o bien una contrastada capacidad de movilización en manos de organizaciones políticas de centro, como el Partido Republicano Radical, que experimentaron un proceso de derechización a medida que progresaba el devenir del régimen republicano y se agudizaban las confrontaciones de todo tipo entre los diversos grupos sociales constitutivos de la población local. Motril significaba, asimismo, un laboratorio privilegiado, en el que la histórica fortaleza de las izquierdas marxistas y anarquistas se veía reforzada por la existencia de líderes fortalecidos que reafirmaron su capacidad de movilización. Los rasgos que vinculan las cinco poblaciones escogidas tienen que ver con la particular diferenciación social existente en todas las localidades estudiadas, la existencia de importantes colectivos jornaleros, la profunda diferenciación en el reparto y la distribución de los recursos agrícolas y los intensos desequilibrios mostrados por sus particulares estructuras de la propiedad rural. La gran propiedad, aliada en ocasiones con los medianos propietarios agrícolas, conformó en todas las poblaciones estudiadas una alianza dirigida a debilitar a las izquierdas, paralizar la Reforma Agraria y minimizar los efectos, perniciosos para la continuidad de la agricultura orgánica, de la legislación laboral pro-jornalera.

 

- ¿Y qué diferenciaciones tenían en cuanto a la interacción entre "ser un pueblo agrario" y encontrarse en la idiosincrasia, X la que sea, y vivir y convivir con reformas, contrarreformas... y otra vez retomar las reformas?

 

-Pensamos que los actores, tanto individuales como colectivos, que conforman el basamento de nuestra particular investigación deben ser concebidos como sujetos históricos modelados por las circunstancias que les tocó vivir, pero asimismo condicionados y forjados por los moldes culturales, las percepciones dominantes y las culturas políticas contrapuestas que elaboraban relatos interpretativos de la realidad cotidiana y asignaban contenidos de significación a las complejas experiencias de confrontación, lucha y contraposición en las que se desenvolvió su existencia. Solo así puede entenderse la permanente refriega política e ideológica vivida por los enfrentados grupos sociales que protagonizaron los sucesos referidos en la obra.

 

- ¿Fue un querer y un no poder lo que intentó la República en los pueblos de ese extremo sur de Andalucía?

 

-Como señalábamos en una respuesta anterior, el régimen democrático de la Segunda República puso en marcha toda una espesa batería de iniciativas legislativas que, en lo tocante al denominado “problema de la tierra”, o a la señalada como “cuestión agraria”, pretendían modernizar la agricultura española transformando sustancialmente los mecanismos de acceso del campesinado a la utilización de los recursos agrícolas o alterando de una manera radical la injusta y desigualitaria estructura de la propiedad agrícola prevaleciente. No obstante, tal y como ya ha sido apuntado, la fiera oposición patronal y el concurso prestado a sus pretensiones reaccionarias por buena parte de las culturas políticas del catolicismo corporativista y el agrarismo tradicionalista, impidieron la normalizada aplicación de avanzadas medidas como la Reforma Agraria, o paralizaron, hasta degradarla sustancialmente, la aplicación de los preceptos contenidos en una legislación laboral reformista sumamente avanzada.

 

- ¿Cómo ha sido el proceso y la tarea ardua de investigación que, además tiene mucho a ver con el proceso de documentación?

 

-Ante todo, estamos plenamente legitimados para afirmar que este libro se sustenta sobre un riguroso y preciso trabajo de recopilación de fuentes archivísticas y documentales inéditas, que han sido laboriosamente interpretadas mediante la aplicación de paradigmas interpretativos que recogen los aportes más innovadores de la más reputada historiografía en torno al conflicto rural, la fragmentación política y los procesos de radicalización que dificultaron la práctica democrática en una coyuntura de nuestra reciente historia nacional declaradamente inestable. El libro recoge las reflexiones analíticas que, emplazadas en el pormenorizado estudio de los caracteres que revistió la conflictividad laboral en la agricultura durante el periodo de la Segunda República, permiten al lector comprender más acertadamente el carácter contaminante y la peligrosa deriva que adoptaron las confrontaciones ideológicas y políticas en el marco de multitud de municipios rurales del sur peninsular, hasta deteriorar de manera casi irreversible la práctica democrática permitida por la constitución de las sucesivas corporaciones municipales que se encargaron de la dirección de los asuntos públicos en las localidades que han sido objeto de nuestro estudio. Sin duda alguna, pueden hacerse objeciones a los principales planteamientos defendidos en la obra, pero de lo que no cabe duda es del intenso esfuerzo desplegado por sus autores a la hora de argumentar sosegadamente todas y cada una de sus conclusiones, basándose en el pormenorizado análisis de las fuentes documentales disponibles.

 

-La investigación, la recopilación de documentación, el contrastar todo ello...el aproximarse a testimonios más o menos directos sobre vuestro trabajo...es un trabajo que requiere de trabajo, minuciosidad, pero también de mucha gratificación al final al ver el trabajo… ¿qué nos podéis decir?

 

-Estamos muy satisfechos con la investigación llevada a cabo. Ante todo, hemos querido incorporar algunas matizaciones nada desdeñables al relato dominante que trata de interpretar los orígenes de la guerra civil y el debilitamiento extremo a que fue sometido el régimen democrático de la Segunda República. Por encima de cualquier otra consideración, hemos querido poner de manifiesto cómo los poderes municipales cumplieron un papel esencial en la progresiva degradación de la vida democrática de multitud de municipios esencialmente rurales del mediodía peninsular. Asimismo hemos querido significar cómo en una coyuntura histórica particularmente decisiva, en la que una crisis agraria de considerables dimensiones atenazó a buena parte de la gran patronal rústica, el control de los poderes locales y la particularizada o partidista utilización que los representantes políticos de los diferentes grupos sociales hicieron de ellos, derivó en una creciente desafección entre los contrarios, así como en una progresiva incomunicación instalada sobre la exclusión del adversario político y la encarnizada lucha por la consecución de logros sectoriales, particularmente satisfactorios para alguno de los bandos contrapuestos que incrementaron su animadversión durante el transcurso de los años 1931 a 1936.

 

- ¿Y qué metodología de trabajo habéis seguido?  - ¿Trabajasteis sobre un guion de cuestiones y/o preguntas sobre las que ir encontrando respuestas?

 

-Hemos empleado la metodología que exige la realización de un estudio histórico instalado sobre las interrelaciones existentes entre distintos ámbitos de la vida colectiva experimentada por distintos grupos sociales, todos ellos insertos en comunidades rurales esencialmente segmentadas, donde la jerarquización de las categorías grupales dominantes genera episodios de conflictividad que, de manera casi necesaria, se traducen en el comportamiento político circunscrito a los ámbitos de la representación municipal. Por consiguiente, hemos empleado una muy diversificada gama de fuentes archivísticas y hemerográficas, a fin de restaurar casi en su integridad la sucesión de episodios de confrontación laboral, violencia política o exclusión que se sucedieron en las localidades objeto de nuestro estudio. Asimismo, hemos procedido mediante el empleo de un patrón deductivo, recurriendo a la contrastación de situaciones aparecidas en distintos ámbitos geográficos, combinando los resultados que pudieran resultar inequívocamente derivados de la configuración de determinadas situaciones de causalidad y extrayendo conclusiones que nos permitan configurar un paradigma explicativo del proceso de degradación de la práctica democrática circunscrito a los municipios elegidos en el estudio.

 

- Amigos, ¿cómo ha sido trabajar con Comares? - ¿En qué estáis trabajando ahora, nos podéis dar alguna pista?

 

-Ha sido un auténtico placer colaborar con la prestigiosa editorial Comares. Los resultados de la investigación fueron sometidos a evaluación, y una vez aprobada la publicación, la colaboración con el editor, con el responsable de la colección, así como con el cualificadísimo personal encargado de la maquetación y elaboración del libro han discurrido de la manera más satisfactoria posible. En la actualidad me encuentro inmerso en un proyecto centrado en la señalización de los componentes culturales e ideológicos sobre los que se sustentó el régimen dictatorial del general Primo de Rivera, poniendo un particular énfasis en la exaltación de una interpretación simbólica e idealizada de la mujer rural, concebida como componente sustancial del supuesto espíritu españolista que dio sentido al régimen político autoritario de la España de los años veinte del pasado siglo.

 

 

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