La
Librería de El Sueño Igualitario
Cazarabet conversa con... Lala Isla, autora de “Las rendijas de la desmemoria” (Lobo
Sapiens)
Lala Isla deshace el camino de la memoria de
su tierra, presa de la guerra, la represión, el castigo y la larga dictadura,
tomando el pulso a su propia familia.
Edita el libro la editorial leonesa, Lobo
Sapiens.
http://www.lobosapiens.net/pages/libros/noticia.aspx?Id=4713
Se trata de un libro que mira la historia
desde “el altar” de la primera persona, de ella , de
sus recuerdos y de los recuerdos, contados o no, por los suyos…
Un libro que habla mucho de la transmisión de
la memoria; el prólogo se lo ha escrito el historiador Paul Preston.
Preston ya conocía, como otros
lectores—también es nuestro caso--.a nuestra amiga Lala
desde su faceta como escritora desde el libro, Londres, pastel sin receta. Dice
y explica Paul Preston acerca del mismo cosa que explica en este prólogo: “…contaba las peripecias de una joven española que
aterrizó en el Reino Unido en los años setenta, pero el libro alcanzaba mucho
más que eso. A lo largo de una narrativa graciosísima, presentada con un estilo
que vibraba de vida y color, ofrecía unas observaciones agudas de las inmensas
diferencias sociales y culturales entre la España del tardofranquismo y la Gran
Bretaña del primitivo Thatcherismo. Lo que logró aquel libro tan divertido fue
hacer que una materia seria llegara a mucha más gente que lo usual en un tema
de esa índole. Al describir las enormes diferencias entre las dos sociedades,
sobre todo en cuestiones relacionadas con el matrimonio, la familia y la
educación, logró confeccionar un estudio sociológico de gran utilidad, además
de una crónica de la decadencia británica, el descenso de la grandeza imperial
hacia un país con rasgos del tercer mundo….”
Sobre Las rendijas de la
desmemoria, Paul Preston, quien las califica de la segunda parte de esta
autobiografía, nos explica: “Conociendo lo que acabo de contar, no tenía
la más mínima duda de que Las rendijas de la desmemoria, esta segunda
entrega de la autobiografía de una mujer extraordinaria, sería igualmente
esclarecedora y ocurrente aunque necesariamente bastante menos humorística. Y
así es. La capacidad de observación de la autora se moviliza ahora para contar
lo que vio y lo que vivió al criarse en el seno de una familia extendida
procedente de Astorga y La Bañeza a partir de
mediados de los años cuarenta. Considerándose tanto su familia paterna como la
materna fiel a la causa denominada nacional, la historia contada por Lala Isla refleja, por
una parte, el ambiente de silencio de su niñez y adolescencia y, por otra, el proceso
a través del cual empezó a cuestionar lo que le habían contado como la historia
real de sus familiares y de sus dos ciudades.”
Y qué es lo que al parecer perseguía y de
alguna manera va consiguiendo Lala isla, al parecer y
según el prestigioso historiador británico, con Las rendijas de la desmemoria: “…consigue construir una antropología social de la
España de los años de su infancia y adolescencia vista desde la atalaya de una
familia de derechas. Uno de los ejemplos chocantes del control social de
la clase dominante que nos ofrece es la reacción de su abuela paterna cuando un
día una de sus empleadas domésticas llegó llevando un sombrero, prenda que no
solían llevar las obreras. La abuela la despidió en el acto. La primera parte
del libro está llena de semejantes anécdotas ilustrativas mientras la segunda
se centra en algo mucho más dramático. Lo que descubrió Lala
Isla al husmear en la historia de su familia
y sus pueblos puede colocarse al lado de los estudios minuciosos de José
Cabañas González sobre los
horrores de la guerra civil en La Bañeza y el libro
espeluznante de Ramón Sender Barayón –Muerte
en Zamora- sobre la matanza de su
madre, Amparo Barayón, la esposa de Ramón J. Sender (uno
de los ejemplos más extremos de la represión sobre los inocentes en Zamora,
como en tantos lugares de Castilla y León).” Añade, además sobre lo que escribe Lala
Isla: “cita la frase de su padre “aquí no pasó nada durante la guerra” que
planta la duda de si reflejaba más bien un deseo suyo de que no hubiera pasado
nada o un deseo de que no se descubriera lo que había pasado de verdad.
Esta frase recuerda el título irónico de otro de los libros más impresionantes
sobre la represión franquista durante la guerra y después. Me refiero
a Aquí nunca pasó nada, de Jesús Vicente Aguirre González sobre
La Rioja, provincia tan conservadora como Zamora, no muy lejos de León, con un
elevado grado de soterrada tensión social, y con unas experiencias
semejantes. Allí, como en León, la derecha se hizo con el control con
pasmosa facilidad ya que solamente tuvo en frente la débil resistencia de
grupos de izquierdas desarmados y luego se llevaron a cabo muchas matanzas, la
mayor parte de ellas extrajudiciales.(…)
la
autora nos lleva al fondo de lo nunca dicho, de lo escondido o silenciado, no
solamente en su familia y en su entorno sino en docenas de miles de familias en
las cuales, por diferentes razones, se consideró más prudente callar lo que se
había visto y sufrido. No sé si es apropiado para un libro tan
perturbador hablar del encanto de su estilo tan ameno. Sí se puede elogiar su
originalidad, que se encuentra en ese contrapunto de dos tipos de realidad, lo
que aLala
Isla le contaron durante su infancia y
adolescencia y lo que a base de muchas lecturas y entrevistas conseguidas a
veces con alguna dificultad ha podido averiguar. Así ilumina lo que pasó en
términos de las palizas y tortura, prisión y muerte, que fueron el destino de
izquierdistas, de los asesinatos de mujeres republicanas, y de las experiencias
de las esposas de los leales ejecutados sometidas a frecuentes vejaciones como
afeitarles la cabeza, obligarlas a beber aceite de ricino y otras formas de
humillación sexual.”
La frase del padre”aquí no pasó nada” Es muy recurrente en esas rendijas
que vivió la generación de Lala Isla, pero además
Paul Preston reflexiona: “…tenía razones de sobra para que no se
descubriera lo que había pasado de verdad. Entre las cosas dolorosas que
reconstruye minuciosamente se cuenta la participación de su padre, su abuelo y
uno de sus tíos en una algarada callejera muy violenta en la primavera de 1936.
Los tres, falangistas de pro, después de haber atacado a unos obreros dejando a
uno medio muerto, fueron a su vez agredidos por izquierdistas del pueblo.
El padre de Lala siempre había dicho que
‘los rojos’ les habían atacado a los tres simplemente porque eran señoritos.
Ella ha desentrañado ahora la verdadera historia.”
Al mismo historiador la historia de la
represión de la guerra en su rincón de La Bañeza , según escribe en el prólogo, “…me recuerdan muchas historias
semejantes que me indignaron mientras escribía mi libro El holocausto
español. Especialmente triste, aunque lejos de ser descomunal, es lo que cuenta
de la detención del republicano, inocente de cualquier crimen, Joaquín Perandones cuando iba por la calle con su mujer y su
hija pequeña. Pidió llevarlas antes a casa y el guardia le respondió fríamente
con un comentario que expresaba la crueldad usual de los represores: “Déjelas,
que vayan solas, que así se van acostumbrando”. Entre las historias realmente
espeluznantes contadas sobre la brutalidad contra las mujeres figura la que
pasó a un matrimonio de maestros del pueblo zamorano de Benavente, al sur de La
Bañeza. Fueron asesinados por unos falangistas bañezanos y luego tirados al río Órbigo. Antes de hacerlo,
le cortaron un pezón a la mujer y el mismo día uno de los asesinos que lo hizo
paseaba por la cárcel con el pezón pinchado en la solapa, recién cortado con la
sangre casi fresca”
Cualquiera que se acerque a este libro verá
que es un trabajo minucioso, exigente sobre el que Pau Preston, añade: “Una muestra de lo minucioso del trabajo de
desmitificación llevado a cabo por Lala Isla es cómo desmonta la leyenda franquista respecto a las
tres enfermeras astorganas que murieron en el frente de Somiedo,
tema que también está investigando Mercedes Unzeta, sobrina de
una de ellas. Siendo tres mujeres jóvenes y guapas de la burguesía de Astorga,
la manera de su muerte fue tergiversada para explotarla como una leyenda del
martirologio político-religioso. De hecho, como muestra nuestra autora, las
tres, hechas prisioneras, sí que sufrieron una muerte horrible, ametralladas
con otros presos por una mujer republicana enloquecida por la muerte de su
marido. Sin embargo, la muerte de las tres inocentes enfermeras fue convertida
por la propaganda franquista en una muestra de la supuesta bestialidad de ‘las
hordas rojas’. Se inventaba una historia en la cual las tres mujeres fueron
violadas repetidamente para luego ser fusiladas desnudas. Esto no solamente fue
la versión ventilada por la prensa local sino que fue la base de un libro de Concha Espina, Princesas
del Martirio, publicado en Barcelona en
1940, un libro que la novelista escribió bajo el enorme chantaje de las autoridades
franquistas, que habían detenido a un hijo suyo al que amenazaban con
fusilar. El sobrino de una de las enfermeras, apoyado por la Iglesia de
Astorga, trata ahora de beatificar a las tres, intento al que no se ha sumado
al menos una de las familias. Como muestra Lala
Isla con su característica sensibilidad, todo
el proceso fue muy doloroso para las tres familias respectivas.”
El libro es muy duro como es
el tiempo al que se remonta y esa memoria y desmemoria a la que la sociedad se
tuvo y, de alguna manera, se tiene que enfrentar en el día día…pero es un libro
escrito por una persona que tiene la calidez, la sonrisa perenne y la frescura
en su personalidad que luego traslada a la escritura y esto, poco más o menos
lo comparte Paul Preston que comparte largas horas de tertulia en el Londres
lejano con Lala Isla y que la conoce muy bien, así
que nos comenta Paul Preston desde ese prólogo: “…A pesar de la gravedad tremenda del contenido,
y la seriedad con que está contado, Las rendijas de la desmemoria no
deja de ser un libro de Lala Isla. Por tanto, no
faltan los destellos de humor o los brotes de nostalgia por el pasado, como por
las bragas de perlé. Entre cientos de detalles reveladores que llaman la
atención está la anécdota de escuchar a su madre y una tía hablar
de Franco “sin un respeto o cariño especial pero tampoco con miedo o
aprensión”. Y esto ¿por qué? Porque aparte de haber ganado la guerra y
‘tranquilizado al país’, a ojos de muchas mujeres de ‘buena
familia’, Franco no dejó de ser un provinciano que había dado
un braguetazo, casándose por encima de sus
posibilidades con una señorita de pretensiones aristocráticas que a fin de
cuentas usaba la misma modista que ellas. También nos evocan Londres,
pastel sin receta los irónicos comentarios feministas que alumbran sobre
el papel doméstico de la mujer en el franquismo (por no decir en la
actualidad). Se trata, en fin, de un libro magnífico basado en la
historia personal pero que arroja muy lejos su luz, máxime por la originalidad
de su enfoque”.
La sinopsis del libro: “
Este libro es un rastreo personal a través de
las historias de la Guerra Civil que contaba la familia de Lala
Isla para descerrajar lo que se escondió tras sus mamparas de silencio que un
día descubrió le atañían también a ella porque "no se ve lo que no se
sospecha". Según dice Paul Preston en el prólogo: "No sé si es
apropiado para un libro que es tan perturbador hablar del encanto de su estilo
tan ameno. Sí se puede elogiar la originalidad del libro que se encuentra en
ese contrapunto de dos tipos de realidad, lo que a Lala
Isla le contaron durante su infancia y adolescencia y lo que a base de muchas
lecturas y entrevistas... ha podido averiguar".
La autora, Lala
Isla:
Lala Isla nació en Astorga pero nunca
vivió allí. Se crió en Barcelona y estudió Antropología en Madrid a donde se
fue a vivir su familia. Marchó a Londres en 1977 y sigue allí. Su carrera
profesional empezó como creadora de historias en barro e hizo tres exposiciones
antes de irse al Reino Unido. Ha trabajado en múltiples ocupaciones: profesora
de castellano para adultos, periodista freelance, ha trabajado en el Palacio de
Buckingham y fue la coordinadora del grupo español en History
Talk, una organización que se dedicó a recopilar las
historias orales de las minorías que se asentaron en los barrios de Kensington
y Chelsea. Con ellos hizo un libro Aventuras en la nostalgia que
publicó el Ministerio de Trabajo español. Fue miembro durante muchos años de la
junta directiva de la casa de acogida para mujeres latinas que sufren violencia
doméstica y del Women’s Therapy
Centre, el centro de terapia creado por Susie Orbach y Louise Eichenbaum.
En 2002 Random House publicó su libro Londres, pastel sin receta y
posteriormente hizo la coproducción Gran Bretaña de los documentales Extranjeros de sí mismos y El Exilio. Libertad para recordar. Ha investigado mucho
la muerte y su escrito Death is not what it used
to be fue
publicado en el libro The Power of Death. Contemporary
reflections on Death in Western Societies.
Cazarabet conversa con Lala
Isla:
-Lala, explícanos el origen
de este libro que remira a la memoria histórica, partiendo desde la primera
persona del singular y del plural… ¿desde dónde surge?
-Mi padre –que fue camisa
vieja y muy conservador en sus ideas políticas y religiosas, no así en su
profesión de químico metalúrgico-, siempre dijo que durante la guerra no
había pasado nada en Astorga y La Bañeza
(donde se habían instalado mis familias materna y paterna a finales
del siglo XIX), porque no hubo prácticamente resistencia al Movimiento.
Por supuesto jamás mencionó que había sido un golpe de estado. Y
yo, a pesar de haber ido por años a los seminarios de Paul Preston
en la London School of Economics
(vivo en Londres desde hace 40 años), no lo había puesto en duda porque
hasta hará unos nueve años mantuve a ambas ciudades en una especie
de formol. Nunca viví en ellas, veraneábamos en Astorga pero
pasábamos los inviernos en Barcelona. Un día, hará unos 7 años,
leí en “El País” una nota diminuta, que se me podía haber pasado
perfectamente, que decía: “Astorga pide a Garzón abrir su
fosa común” y lo que no me habría extrañado en absoluto en
cualquier otro lugar del Estado Español me dejó helada. Esa nota fue la llave
que empezó a abrir la caja de Pandora y que me impulsó a investigar.
Como se trataba de buscar lo que hizo mi familia durante la guerra
me pareció lo más adecuado escribir el libro en primera
persona, si hubiera utilizado la tercera habría añadido
una distanciación que habría quitado impacto. Como bien
dice Francisco Espinosa Maestre los libros escritos desde dentro del
franquismo, o golpismo, se pueden contar con los dedos de una mano.
-Es un libro dilatado y minucioso que ahonda en aquello que te contaron,
pero que a la vez, indaga e investiga sobre lo que no te contaron, ¿es así?…
-Sí. Una vez que
empecé a tirar del hilo y a llevarme muchos sustos al darme cuenta
de que eso de que “ aquí no pasó nada” era pura
falacia, gracias a los documentos auténticos que fui encontrando me
dediqué a poner fecha a las historias que oí en casa y
a contraponerlas con lo que sucedió en realidad. Y aquí
tengo que mencionar a Jose Cabañas, de Jimenez de Jamuz, un pueblo a 5 kms. de La Bañeza,
que es el personaje más importante del libro, de una
generosidad extraordinaria. Desde el momento en que le contacté
gracias al email que me dio Emilio Silva, empezamos a tener una fluida
correspondencia. Él me mandó -y me manda- toda la documentación que
me podía interesar y yo a mi vez todo lo que encontraba y las
entrevistas orales que hice. Gracias a Jose,
que ha hecho la investigación más detallada y profunda sobre
la represión en La Bañeza (también toca la provincia
de León), pude ir al grano muy deprisa.
-Presentas al libro como “un rastreo personal”, ejercicios muy, muy
exigentes. ¿Qué te ha resultado más difícil?
-He podido hacer un
rastreo personal gracias a la terapia psicoanalítica que hice durante
6 años y que terminé hará unos 15. Eso me permitió ver mi vida desde
la distancia que te proporciona el autoanálisis y creo que sin haber hecho la
terapia no habría podido llegar a lo que he llegado manteniendo una tranquila
lucidez. Por ello he podido adentrarme en la participación
de mis familiares en la guerra. Seguro que algunos me compararán con los
Panero del “Desencanto”, hablo un poquitín de ellos en mi libro,
pero los lectores verán que lo único que
tenemos en común es la ciudad de Astorga y el que nuestras
familias se conocieran. Mi abuelo era amigo del abuelo de los
tres hombres que participaron en la película y una tía mía fue novia de Juan,
el hermano mayor del poeta Leopoldo Panero Torbado.
Mi padre creyó en lo que creyó desde el principio al final, no chaqueteó
en ningún momento, como hizo Leopoldo Panero T., y yo no hablo de mi padre
ni de mi madre con agresividad o inquina a pesar de que tuve con
ambos una complicada relación. Lo más difícil para mí –y
lo más fascinante- fue enterarme de lo que hicieron mis
familiares en la guerra porque como me dijo una alemana cuando empezaba a
adentrarme en las teorías feministas: “Una cosa es ver a los hombres de
tu familia como familiares y otra muy distinta verlos sólo como
hombres”. Ella no habló de cómo ver a las mujeres y mi gran sorpresa fue
comprobar cómo mi madre, que yo siempre creí había sido abierta y
liberal, era también parte del silencio.
-El título es muy elocuente: “Las rendijas de la desmemoria”…y es que se
miraba a la “desmemoria” desde unas rendijas, todavía hoy se mira (de alguna
manera, claro)…
-Como me
decía esta semana Francisco Espinosa Maestre -hijo también de
franquista- "Una de la razones por las que hay tan poca gente
procedente del franquismo que han escrito críticamente sobre su pasado familiar
es porque nunca desde el Estado se ha puesto en tela de juicio aquel período
histórico. Más bien lo contrario. La transición se hizo partiendo de que el
pasado no existía, de que en nuestra historia había un agujero negro entre 1931
y 1975. Ni el PSOE ni el PP, cada uno por sus motivos, han querido nunca mirar
críticamente hacia atrás. Y el resultado es que no se tiene conciencia ni se
conoce qué fue realmente lo ocurrido a consecuencia del golpe militar del 18 de
julio de 1936. Para mí la terapia vino de la lectura y la investigación. Estos
libros son leídos por mucha gente con mala intención. Alégrate de la suerte que
tienes de vivir a muchos kilómetros de La Bañeza."
-¿Por qué crees que “no te lo contaron todo”?. ¿Por miedo, por el
escarmiento inoculado en el día a día?. ¿Por aquello
de: “quien esté bien que no se mueva”?
-Yo ahora creo que por
una culpabilidad inconsciente que ellos jamás habrían reconocido. En mis
dos familias no había ningún miedo, tenían todas las credenciales
para sentirse muy seguros. Un tío paterno, que fue Secretario de Falange en La Bañeza, le dijo a mi padre: “Alfredo, aquí soy
Dios”.
-Amiga, ¿cuánto tiempo te ha llevado el llevar a cabo este trabajo que,
finalmente, ha visto la luz, por la Editorial Lobo Sapiens?.¿Cómo
ha sido trabajar con esta editorial muy “localista”?
-1.- Los recuerdos
que tengo de la familia, sin relacionarlos con la Guerra Civil, los
escribí hace muchos años. En la investigación tardé unos 7 años
porque entre medio agarré un mieloma, que de momento está controlado, y
paré de escribir como dos años. 2- Escogí la editorial
“Lobo Sapiens” - la única que queda ya en la provincia de León- porque
había oído hablar muy bien de su dueño -Jose Antonio
M. Reñones- y pensé que él iba entender más
que otros editores lo que digo en el libro. Es muy diferente lidiar con
una editorial tipo Random House
-que publicó mi primer libro “Londres pastel sin receta"-
a una pequeña donde tienes relación directa con el editor, como
pasaba antes de la revolución tipográfica. Hoy día l@s escritor@s tenemos que hacer
un enorme trabajo personal, publiquemos donde publiquemos, pero lógicamente más
si la editorial no tiene un sistema de distribución nacional como es
mi caso. A mi amigo Richard Baxel -especializado
en las Brigadas Internacionales inglesas- su editorial le exigió usar twitter que yo no uso. Y tengo Facebook porque mi nuera
pone cosas de mi nieto si no, tampoco, aunque soy consciente de lo bien
que viene para publicitarse.
-¿Qué fue lo más trabajoso a la hora de indagar por “las rendijas de la
desmemoria”?. El trabajo de documentación e investigación, así como las
intensas conversaciones que has ido manteniendo se sienten latir, ¿no?
-Nunca he tenido
conciencia de que este libro fuera “trabajoso” aunque he trabajado
muchísimo. Yo tengo una paciencia extraordinaria y disfruto
enormemente escribiendo de modo que construir este libro me ha
parecido un entretenimiento magnífico. Y ha habido momentos, como
la entrevista al miliciano Abelardo, que han sido verdaderas catarsis. He
disfrutado muchísimo con las entrevistas orales porque he llegado a conocer a
personas entrañables y maravillosas. Me encanta investigar, es como cuando
era pequeña y hurgaba en el desván de la casa de Astorga, y lo que más
me atrae es desmontar mentiras.
-Pero una vez vas recogiendo testimonios y testimonios de testimonios…más o
menos directos, tienes que poner orden y para eso hace falta una metodología de
trabajo, ¿verdad?. Háblanos un poco de ella.
-No soy consciente de
tener una metodología especial o diferente a los demás. El
contraponer lo que me contaron o la ficción con los
documentos auténticos y las historias orales es lo que hace todo el
mundo que se mete en una investigación de este tipo.
-Pero una “desmemoria” un tanto como “suplantada”, ¿no?...me refiero a que
ellos y ellas conocían los hechos, pero los tenían como escondidos dentro de sí
mismo porque sabían que no podían airearlos…
-Sí, eso ha sido lo
más interesante para mí. Hasta que punto mi madre mantuvo el silencio. Habló
mucho conmigo al final de su vida y la entrevisté casete en
mano, lo mismo que a mi padre, y si yo
hubiera sabido hacerle las peguntas adecuadas habría
hablado sin tapujos. No creo que con mi padre habría llegado muy lejos.
El problema es que yo entonces no tenía ni idea de lo que había pasado de
verdad en Astorga y La Bañeza. Hoy sé
que Astorga fue un centro de represión importantísimo pero mi madre
hablaba de la guerra como si hubieran ido a un balneario de
vacaciones. Los bailes en el casino estaban prohibidos por el luto de
la guerra pero se hicieron varios en casa de mis abuelos. Sin
embargo ella era enfermera e iba a los hospitales de Astorga a
curar a los heridos, tuvo que ver horrores.
-Amiga, ¿cuándo te ves en la necesidad, casi imperial, de romper esa desmemoria
y transformarla en memoria?. Una memoria que tú nos quieres trasladar sin tapujos, sin más demoras, pero,
también, sin estridencias…
-Ya lo dije antes,
cuando al leer la nota de "El País" y luego entrar en contacto con José
Cabañas me di cuenta de que me habían contado una gran mentira. ¿Cómo no
me había dado cuenta antes? Ya sabía lo que
había sucedido en otras partes del Estado Español pero esta vez
me atañía a mí personalmente y eso fue la gran sorpresa porque hasta entonces
me creí fuera de las tensiones de la Guerra Civil porque en ninguna
de mis dos familias hubo muertos. Todo ello me recordó el día cuando
me enteré de que los Reyes Magos eran los padres. Tenía como 6 años y se lo oí
decir a otra niña en una fiesta infantil.
Entonces empecé a pensar que si los mayores organizaban cabalgatas
para unos personajes que no existían a lo mejor lo del niño Jesús tampoco era
verdad y lo sabía el Papa y los curas pero no querían decir nada. Era un
pensamiento tan grande para una niña tan pequeña que lo dejé de lado
aunque nunca lo pude olvidar. En “Las rendijas de la
desmemoria” no hay estridencias ni agresividad por dos motivos: uno
debido a la terapia donde se aprende a entender por qué los demás
reaccionan cómo reaccionan y dejas de creerte una víctima, algo que muchos usan
para evadir responsabilidades. Si la terapia funciona bien dejas de
estar enfadada/o con tu madre, tu padre, con el personaje que sea.
En segundo lugar porque hace 40 años que vivo en Londres y me ha influido
mucho el estilo de escribir en inglés. No hago frases de
párrafos enormes y si puedo uso la ironía sin acritud o
desabrimiento. Creo que de esta manera, quizá me
equivoque, se llega mejor a los lectores de ideas contrarias.
Me sorprende la agresividad de
ciertos investigadores españoles.
-En los lugares donde triunfó enseguida o muy pronto el Golpe de Estado esa
“desmemoria” juega un papel muy particular. ¿Cómo lo ves?-Porque en esos
lugares aconteció una guerra “casi soterrada”, como subliminal, ¿no?
-No sé si se puede
decir que en esos lugares sucedió una guerra “casi
soterrada”. Aunque en los lugares donde triunfó enseguida el Golpe
de Estado no hubiera habido un frente claro donde había cañones y se tiraran
tiros los unos a los otros, lejos de lo que nos contaron, y a mí la
primera, en esas zonas hubo una represión clarísima y brutal desde el primer
momento. Las sacas, las torturas, los fusilamientos, las multas, el dejar a
familias enteras sin sus posesiones, la desaparición de los maestros, el
arrebatar a niños de sus madres biológicas y entregarlos a familias
golpistas… En La Bañeza había una calle
que llevaba a la cárcel y por ella regresaban gritando las mujeres
que habían ido a entregar la comida a sus hombres y al llegar a la
prisión les decían: “ya no hace falta que la traigas más”. ¿Cómo no podían
ver eso las gentes como mi familia que no vivían lejos de esa calle?
Otros sí lo veían, y fue Maruja Delgado quien me lo contó. Yo digo
en el libro que todo ello me recuerda a lo que sucedió en Alemania con los
judíos. Se los llevaban de plazas rodeadas de edificios de pisos y luego los
vecinos decían que no habían visto nada.
-Lala, ¿qué es lo que te dejaron ver y qué es lo
que te escondieron?. ¿Qué o cuáles fueron las primeras
dudas que te rodeaban?
-Me dejaron ver que
los franquistas eran los buenos y los “rojos” los malos, como en una película
de indios y cowboys o un catecismo donde los buenos van al cielo y los malos al
infierno. Mi madre se conmiseró mucho conmigo de la mala situación
económica que tenían los obreros. Me decía que en Astorga, con el
frío tremendo que hace en invierno, iban en alpargatas.
Eso jamás lo oí en la familia
paterna. Me escondieron que dos de mis tíos paternos
estuvieron involucrados en asesinatos y que la paliza que le dieron a mi
padre y sus hermanos “unos hombres que vinieron de otro pueblo
porque la clase obrera estaba muy soliviantada y entonces pasaban esas
cosas” les fue dada no por ser señoritos, como decía mi padre,
sino por haber atacado mi abuelo a un hombre que luego
murió. Mi familia y tantas otras de su ideología no fueron víctimas -como
ellos clamaban- sino verdugos.
-Pero aún de lo que “te dejaron ver”… ¿te lo contaban todo? O ¿cómo te lo
contaron?
-No me contaron casi
nada, sólo retazos finísimos de alguna cosa que únicamente ahora soy
capaz de percibir, y si yo hubiera tenido más conocimiento de la
situación habría podido estirar esos retazos. Soy muy consciente de lo
que dejé perder.
-Amiga, el escribir desde una primera persona sobre hechos tan intensos,
¿qué te ha deparado?. Requiere de un ejercicio,
además, muy exigente desde tu propia ética…
-Ya hablé antes de lo
que significa escribir en primera persona. En el mundo anglosajón las mujeres
hemos hablado de nosotras mismas desde que empezó la segunda ola de feminismo,
si consideramos que la primera fueron las sufragistas. Lo hemos
hecho para explicar y comunicar a los demás que lo que nos han dicho desde
tiempos inmemoriales que somos las mujeres es una gran mentira como lentamente
se empieza a demostrar. ¡Estamos en la prehistoria de tantas cosas! Al
escribir el libro a veces me daba repelús contar ciertos asuntos de
la guerra relacionados con la familia paterna pero me parecía un ejemplo
tan claro de lo que se ha ocultado y tergiversado que seguía
adelante.
-Lala, ¿qué es lo que recuerdas de tu infancia,
naces en Astorga, pero te crías en Barcelona…?-Después te formas en Madrid.
¿Qué diferencias entre estos tres escenarios vas encontrando y qué diálogos
entre vosotros vais teniendo y reteniendo?
-Mi padre terminó la
carrera de Químicas en Santiago unos tres años después de la guerra y fue
a hacer prácticas a la fábrica Elizalde, en
Barcelona, especializada en piezas de motores de aviación, y se quedó a
trabajar allí. Yo nací en Astorga porque mi madre fue a dar a luz en la
casa donde sus padres pasaban el verano. Para entonces mi abuelo materno
había trasladado su imprenta de Astorga a Pozuelo (Madrid), que llegó a
convertirse en una gran fábrica, y vivían en Madrid.
Yo me crié en Barcelona y fui al colegio en Barcelona.
Esa transposición de un extremo a otro del país me dio una perspectiva,
aunque superficial, de lo que significaban León y el Mediterráneo,
sobre todo Cataluña, por eso he sido muy consciente de la
incomprensión que León y las dos Castillas, por no hablar de otras zonas de
"la piel del de toro”, han tenido hacia Cataluña. Aunque
mis padres no eran obreros y nunca habrían aceptado la idea de ser
emigrantes, de una forma u otra eso es lo que fueron. Se sintieron
extranjeros en Cataluña y cuando iban en verano a Astorga y La Bañeza recobraban el poder de ambas familias. Y yo
era muy consciente de todo ello. Ambas familias tuvieron un nivel
económico muy confortable y por encima de la media que resaltaba especialmente
en las épocas del hambre de la posguerra. En el año 66, más o menos, mi
padre fue a trabajar a Madrid y toda la familia se trasladó a esa ciudad, donde
estudié antropología, pero yo acabé regresando a Barcelona y al cabo de tres
años conocí a mi ex marido galés y por eso estoy aquí, en Londres, ciudad que
no cambiaría por ninguna otra.
-¿Denominadores comunes, en tus días en los que nos lo preguntamos
todo, eran el miedo, la esperanza y la pesada losa de la desmemoria?
-Nunca tuve la pesada
losa de la desmemoria porque no era consciente de ella. Mi infancia fue
muy privilegiada y mis veranos en Astorga tiempos fantásticos
que me han servido como archivo de historias para el resto de mi vida. Yo nunca
fui el tipo de niña o joven que va al paseo a lucir sus encantos, andaba en
bicicleta todo el día con una gran curiosidad por lo que me
rodeaba. La diferencia de vida entre Barcelona y Astorga o La Bañeza, que era abismal en los años cincuenta y sesenta, me
enseñó muchas cosas.
-Siempre, en todas las familias los y las hay que callan más y que retienen
al silencio como un aliado; pero los hay que se abren más ante la curiosidad de
las curiosidades, ¿es así a tu alrededor?. Háblanos un
poco de ello, por favor…
-Lo acabo de decir,
siempre he tenido mucha curiosidad y fui la típica niña y adolescente que
no encajaba en los parámetros de la época. En el colegio de las monjas
alemanas de Barcelona tuve grandes problemas y prácticamente me echaron.
Siempre tuve una especie de empuje interior que me llevaba a decir lo que
pensaba y eso era muy conflictivo en una época donde reinaba el
apabullamiento, por llamarlo de alguna manera, de la Sección Femenina. Mi
madre perdió pronto la esperanza de verme casada, que es lo que el 99% de las
madres querían para nosotras en aquella época. Y cuando al fin me casé en
Londres por lo civil después de haber vivido con mi novio más de un año,
algo que las chicas “decentes” no hacían entonces, quedaron
tan aliviados que no pusieron peros, especialmente mi padre, al que en
otras circunstancias le habría dado un disgusto sin Iglesia por medio.
-En todos los sitios cuecen habas….y en cada familia hay y “se alimentan”
ciertos miedos, vanidades, demasiados silencios y demás…Lo que quiero decir es
que no todos tus familiares y conocidos estarán contentos con esta publicación,
¿no?; ¿qué nos puedes comentar?
-Sé de antemano
que mi libro no le va a gustar nada a mis primos paternos, que son
bellísimas personas y me quieren pero tienen unas ideas políticas y
religiosas opuestas a las mías. Me da pena el disgusto que se van a llevar
cuando lo lean pero peor lo pasaron los que sufrieron a causa de las
ideas de mis familiares.
-Marchaste a Londres en 1977.¿Cómo fue el cambio?.
¿Cómo vivías o cómo contemplabas, desde allí, la actualidad que acontecía aquí?
-Yo soy un ejemplo
clarísimo de lo que en antropología llaman “aculturación”, algo
que jamás pensé me iba a suceder. Al principio veía la realidad británica
desde España o Cataluña y me llevaba muchas sorpresas, como nos
las llevábamos todos los que veníamos del sur de Europa acostumbrados a
pensar que el Reino Unido era un país “superior”. Luego nos
encontrábamos con que había cosas muy primitivas a nivel material, en lo
social los británicos estaban muy por delante del Estado Español, y por
eso escribí “Londres, pastel sin receta”. Yo viví la
Transición, ese tiempo de esperanza y cambio, desde lejos,
mientras que aquí había llegado Thatcher
dedicada a destruir lo que se había montado después de la Segunda Guerra
Mundial como el Sistema de Salud y la Educación pública privatizando todo
lo privatizable creando verdaderos caos en el sistema ferroviario.
Veía que este país iba para abajo, no digamos ahora con la tragedia
del Brexit, y el Estado Español para arriba. Durante
muchos años me consideré “lo otro”, una extranjera, y miraba a la
Península Ibérica (siempre he tenido mucho contacto con Portugal) como mía
hasta que me di cuenta de que empezaba a no saber cómo funcionaba el país
donde había nacido acostumbrada a ver la vida desde otra perspectiva
muy diferente. Pongo de ejemplo la corrupción, el que en el Estado
Español no dimite ni Dios. “Londres, pastel
sin receta” lleva 9 años estudiándose en la carrera de Hispánicas en King’s College, donde doy una
charla al año, y lo más impactante para mí es comprobar que
por las peguntas que me hacen los estudiantes están casi al
nivel que estaba yo al llegar aquí en cuanto a la percepción de la realidad del
Reino Unido. Parece como si no hubieran pasado 15 años. Y eso que
ahora hay muchísimos españoles en Londres que ha dejado de ser tan lejano como
cuando yo llegué. Si antes veía a Londres (que es una isla dentro de
una isla) desde España ahora me sucede lo contrario, veo a la
Península Ibérica desde Londres.
-La desmemoria está para combatirla, ¿no? y frente a un Estado tibio para
desenterrar su propia historia y buscar caminos dignos que emanando la historia
desde la verdad….¿es posible escribir o suscribir la
verdad desde los pedazos de memoria que nosotros mismos, los ciudadanos y
ciudadanas, vamos desenterrando como a zarpazos?
-Sí, pero debido a lo
que decía anteriormente Francisco Espinosa, a los gobiernos
de cualquier ideología que ha habido en el país y que no han hecho
nada para “desfranquizarlo"
como hicieron los alemanes desnazificando el suyo, va a ser
un proceso muy, muy lento. Pero yo soy muy optimista y pienso que lo
mismo ha sucedido con el desarrollo de la mujer, la gran revolución del
siglo XX. Y mira lo lejos que estamos de los años 50. Es una lucha diaria.
-Bueno, amiga, la lectura si es intensa para el lector o lectora—te aseguro
que lo es-- porque, además, vemos reflejadas ciertas conductas o
pautas--también debe de serlo para vos como protagonista –y mucho
más--, ¿es así?; ¿qué ha revuelto dentro de ti como persona?
-¿Pensáis que la
lectura es intensa? Yo creí que había logrado describir cosas tremendas con
"el encanto de su estilo tan ameno” o algo así, como
dice Paul Preston en el párrafo.
-Lala eres de las que piensa que las mujeres que
vieron y sufrieron en aquellos años…¿lo hicieron como
de manera doble?
-Por supuesto.
Las mujeres de los asesinados y masacrados, de los que estaban en las
cárceles, las que enviudaron y tuvieron que soportar la agresividad inquina
de los vecinos fueron tratadas con gran vileza por las “fuerzas
del orden” golpistas. En La Bañeza había un tipo que
trabajaba en la cárcel y cuando las mujeres iban a llevar comida a sus
maridos, de otra manera habrían muerto de inanición, las hacía pasar a un
cuarto y abusaba de ellas. La gente decía: "¡cuantos franquines hizo X”! No me acuerdo ahora de su nombre.
Muchas mujeres fueron violadas y tuvieron que callar para no
poner en peligro a sus hombres. ¿Y a las que humillaban obligándolas a tomar
aceite de ricino? Yo cuento lo que escribió un corresponsal
norteamericano sobre lo que contaban unos falangistas de lo que hacían los
moros con las republicanas. Los golpistas llamaban ángeles a sus
mujeres y usaban palabras soeces para describir a las republicanas a las
que no les permitía llevar luto. Hay especialistas que han dedicado libros
enteros a este tema, yo sólo me he tratado de ensanchar las rendijas de la
desmemoria para que pasen por ellas algunas historias personales que sucedieron
en Astorga y La Bañeza.
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