La
Librería de El Sueño Igualitario
Una historia, una novela, de la Guerra
Civil en Aragón, más concretamente en el Alto Aragón que nos adentra en la
crudeza de la guerra y en los efectos colaterales que iba dejando imprimidos en
los seres humanos.
Vidas truncadas, rotas; familias divididas,
jamás recompuestas; silencios, odios, rencores… y el dolor por todo ello unido
al miedo a nunca revivir nada parecido impregnan esta novela del escritor
oscense
La novela de Ramón Acín
ha sido editada por Doce Robles.
Lo que nos dice la editorial del libro:
El tamaño del mundo, la nueva novela del
oscense Ramón Acín, trata sobre los efectos de la
guerra civil, que aniquiló y dividió a familias enteras. Pero también sobre el
olvido de los pueblos pequeños, el éxodo obligado de la montaña a las ciudades,
los bellos recuerdos de la infancia, el amor adolescente o la admirable
dignidad de hombres y mujeres a quienes les arrebataron la memoria por la
fuerza de las armas. El tamaño del mundo
ha sido publicado por la editorial Doce Robles dentro de su colección 'La
historia de Aragón en novela'.
El autor, Ramón Acín
ya estuvo con nosotros con otro libro que trataba sobre la guerra:
http://www.cazarabet.com/conversacon/fichas/fichas1/monteosucro.htm
Cazarabet
conversa con Ramón Acín:
-Ramón,
este libro, esta reflexión en torno a los efectos de la Guerra Civil en España,
más concretamente en la comarca del Alto Aragón que trasladas a novela corta
¿cuenta la historia más allá de la guerra y desde la perspectiva de esos
efectos colaterales que esta deja a corto y a medio plazo?
-En principio, debo confesar que El tamaño
del mundo, aunque en sus páginas finales se centre muy específicamente en
la trágica Guerra Civil del 36-39, está pensada como una novela antibelicista
y, también, como espejo de una época que abarca la primera parte del siglo
pasado. Mi idea primigenia era construir, con su argumento, una historia contra
la violencia desatada que, sin quicio lógico sostenible, algunos miembros del
ejército, esencialmente africanistas, desataron en España. Unos pocos miembros
de un ejército ambicioso -en realidad se sublevan cuatro generales de los
veinte que estaban en activo: Goded, Franco, Queppo de Llano y Cabanellas-
que, en la contienda del Marruecos colonial, tuvo una base fácil de operaciones
para conseguir méritos y ascensos con los que influir en el devenir de la
nación. Basta repasar el listado de los militares claves que participan en el
inicio de la guerra civil para darse cuenta de cuánto acabo de decir. Pero en
la novela no quería entrar a fuego en ello, algo que es evidente para un
estudioso y un lector atentos a la Historia, aunque la oficial lo haya
silenciado y siga todavía silenciándolo, al menos en las esferas más casposas.
Por eso, para huir de lo evidente, aumenté el campo temporal de la acción en
décadas y trasladé el espacio hacia el lado opuesto: El Pirineo oscense, con el
protagonismo de Julián, perteneciente al cuerpo de carabineros del Reino que,
aún participando en cierta medida de lo militar, tenía sus propias
características; un cuerpo afín a la República cuando llegó la hora de la
verdad. Circunstancias que, creo, por contraste, podían servir a mi propósito,
al tiempo que respondían a la realidad histórica, para mostrar la ilogicidad que está en la base de cuanto quería narrar. Ilogicidad que tuvo su manifestación más diáfana en la
violencia fratricida que sumió a los españoles en la barbarie.
Sí, se cuenta la historia más allá de la
guerra. De forma clara porque, aun estando participada de la ficción, la
mayoría de lo narrado tiene un fuerte asiento en circunstancias reales y, en
concreto, en aquellas que se constituyen como claves durante las décadas
previas a la Guerra Civil. Y de forma más sugerente y abierta, sin dejar
tampoco de lado la realidad, en la época postguerra, intentando dar con ello
pie a la reflexión del lector.
Por eso, la narración de El tamaño del
mundo abarca más de cuarenta años del siglo XX, cimentada en la vida,
biografía y devenir del protagonista Julián, quien aprende de su tío Pedro,
soldado de leva y superviviente, aunque enfermo y maltrecho, de la Guerra de
Cuba una verdad transcendente: que la guerra es un negocio para quienes la
piensan y una diversión o juego interesado para quienes la practican. No hay
que perder de vista esta enseñanza a lo largo de su lectura, porque es la clave
subterránea de la novela y, en realidad, de la situación española, tan dada -y
entregada- al estamento militar y sus algaradas en una época en la que, como
nación, era poco más que una piltrafa aunque algunos uniformados añorasen
interesadamente caducos laureles del pasado.
Necesitaba, al compás del crecimiento y vida
de un personaje, ir mostrando la realidad de ese país, decadente a la vez que
ansioso en su estéril lucha con el intento de levantarse. Y qué mejor para ello
que centrar todo ello en un territorio que, al tiempo que dejaba atrás su
quietud casi medieval, comenzaba a sentir las convulsiones de la novedad. Un
territorio que, atacado por aspectos innovadores como, por ejemplo, la
construcción de vías de comunicación -viales carreteros o ferrocarrileros, como
el caso del Canfranc- entraba de lleno en la flamante realidad del siglo XX y
en sus nuevas formas de entender la vida. Es decir, La vieja sociedad de siglos
y su resquebrajamiento en pocos años entrevistos junto al caminar de una
familia “de orden” (carabinero), iba como anillo al dedo a cuanto deseaba
contar. Especialmente, porque, cuando menos, esa familia permitía colocarse en
la distancia del observador que encarna el personaje Julián ante una sociedad
de siglos. Y, también porque éste, como posible nómada de destino en destino,
posibilitaba el contraste de territorios, la evolución social, ideológica,
económica, etc. Y, sobre ello, además, se asentaba sin dificultad el fluir del
tiempo.
-Efectos
colaterales que van más allá de la destrucción, de la muerte en el campo de
batalla, de la represión, del exilio…
-Sí, en la novela la guerra, a la hora de la
verdad, es lo de menos por varios motivos. Es casi un simple ruido de fondo. No
me interesaba el combate, sino los interiores de los personajes y sus
relaciones en un mundo de cambio acelerado. Además, quien combate sabe que está
próximo a las dificultades derivadas de éste, sean las que sean. Pero, al
menos, puede “defenderse” antes de morir. En suma, siempre he creído que el
problema de la guerra alcanza su verdadera dimensión fuera del frente y del
campo de batalla, donde, por cierto, no dudo de lo atroz que es asistir a su
desarrollo. Es decir, el problema no está en donde se libra la batalla, sino en
los efectos colaterales que conlleva. Siempre quien, a la postre, paga las
consecuencias verdaderas de la guerra es la población civil. Especialmente,
ancianos, mujeres y niños. No descubro nada nuevo. Hoy, si atendemos a las
guerras que se libran en el mundo -muchas más de las que, como vendiendo
pescado, hablan telediarios y periódicos- podemos observar precisamente este
sufrimiento de la población civil. Consecuencias que tienen distintas caras:
desde el hambre y la miseria, hasta la represión y, en último término, la
desaparición, sea ésta de corte físico o provenga del doloroso desplazamiento
territorial. Dejar atrás lo conocido duele y si éste es, además, querido, con
asideros y lazos de sangre y de familia, mucho más.
En El tamaño del mundo, el devenir de
la familia de Julián tiene esa función: mostrar esas caras, tan variadas,
aunque se dejen siempre abiertas las posibilidades al no darse, en la
narración, una solución cerrad, porque, como narrador, quiero dejar patente la
importancia que para mí tiene la reflexión del lector ante la historia que le
entrego.
Julián persigue su ideal de ser carabinero y
formar una familia unida y feliz. Lo consigue y casi llega a la felicidad total
tanto en el círculo familiar como en el social, pero el nubarrón de la guerra,
primero, y el violento estallido de ésta, después, acaba con esa cohesión
familiar y con esa felicidad utópica. La guerra divide, despareja, aísla, rompe
a la familia, modifica su entorno y lanza todo y a todos al abismo de lo
inesperado. Reina el azar, casi siempre teñido de tragedia, maldad y dolor. Una
situación que, siendo la familia la gran célula organizadora de la sociedad,
dice lo suficiente de los efectos colaterales por los que me preguntas.
-Hubo efectos secundarios o colaterales en
torno a los que se quedaron en esos pueblos, por ejemplo
del Pirineo, de sus valles, de las Sierras que vieron como el tiempo, si cabe,
se ralentizaba más… como si los inviernos fuesen más pesados, más oscuros y
fríos y como si los veranos nuca dejaban los suficientes frutos (estoy hablando
metafóricamente, pero me temo que también lo podemos aplicar literalmente)
-Claro, si las familias sufren, también, por
lógica, ese sufrimiento deberá repercutir en el entorno que habitan o en la
comunidad que componen. El efecto bélico tiene sus ondas expansivas en las
sociedades que son la suma de familias conformando pueblos, villas y ciudades.
En los valles del Pirineo y, en particular, en aquellos que fueron línea de
fuego o estuvieron, en retaguardia, próximos al frente, la guerra fue un
auténtico detonante que marcó parte de su subsistencia posterior.
Por eso, al golpe de muerte que para la
cerrada sociedad pirenaica, casi medieval como ya he dicho, conllevó la
apertura de carreteras o de vías férreas como el Canfranc, la instalación de
fábricas -piénsese en Sabiñánigo- o, entre otros, las obras públicas como la
construcción de pantanos -Mediano, pongo por caso-, se unió el desmesurado
torbellino de la guerra. Una guerra que no sólo sacudió con la evidente
violencia física de torturas, fusilamientos, incautaciones, exilios obligados y
demás, sino que, junto a la apertura de la mente por contacto de los autóctonos
con personas venidas de las ciudades como Barcelona -caso del Pirineo-, amplió
la grieta en lo que se refiere a la creencia, estabilidad y forma de sentir la
vida y la forma de ser practicada desde siglos entre montañas. El viejo
precepto unitario de la “Casa” y el derecho ancestral, ambos conceptos
milenarios y sustento de una forma de estar en el mundo, se hicieron añicos. El
sueldo ante un trabajo, la emigración a las ciudades en busca de una vida mejor,
etc. comenzaron a despoblar y diezmar el territorio.
Y si a esto se añaden hambres y otros factores
más sutiles, pero eficaces, como la excesiva vigilancia y represión de
posguerra, es lógico hablar de esa pesadez, oscuridad y grisura con la que se acompaña
la pregunta. Claro que, más tarde llegaría el turismo para rematar la
situación, pero ése es otro cantar.
-En los pueblos la guerra y la posguerra, ¿fue
aún más dura? El miedo, el silencio, el conocerse todos esto debió de endurecer
sobremanera la posguerra en estos lugares y con ello cada uno de los efectos
colaterales que acabaron desgarrando a una sociedad.
-Bueno depende. Y digo depende según donde se
ponga el punto de mira. Me explico. La guerra ya dejó una cruel “limpieza” de
gente no concordante con los vencedores. Supuso el exilio obligado, por un
lado, y la vejación permanente y vigilada por otro, hechos dolorosos que
ocurrieron en todos los sitios. Desde este punto de vista, la guerra y la
posguerra sí fue más dura en las zonas rurales que en las grandes urbes. La
respuesta afirmativa lo es, en gran medida, desde el punto de vista moral y
psicológico, por aquello del certero refrán de “pueblo pequeño, infierno
grande”. El individuo en la ciudad podía ser más anónimo que en el pueblo ¿no?
No obstante, desde otra perspectiva como la
alimenticia, por ejemplo, creo que los pueblos, pese a todo, al ser más
autárquicos –no en el concepto de “autarquía” del régimen, claro-, al tener más
posibilidades de aprovisionamiento personal debido a su trabajo y hacienda,
sufrieron menos las hambrunas y las miserias dentro de la común grisura del
país.
-¿Hasta qué punto esto ocasionó la sangría
demográfica?; ¿se quiso sibilinamente, de alguna manera, cultivar este caldo de
cultivo para desmenuzar a la población y así poder disponer del territorio a
disposición de la explotación?
-Como ya he expuesto, pienso que la guerra es
un elemento más de la despoblación del Pirineo. Al menos en dos vertientes.
Una: la represión y el exilio, consecuencia claves durante la guerra y, sobre
todo, más trascendental al terminar ésta. Dos: Por el contacto con nuevas
formas de vida que suponía el conocer otras formas de vida aportadas por
quienes procedían de la ciudad. En ese sentido, muchas personas nacidas en el
Pirineo, al calor de la camaradería bélica, formaron lazos que, una vez acabada
la guerra, dieron su fruto con el abandono del solar natal y la marcha a la
ciudad. Son dos sangrías muy importantes que hirieron de muerte el concepto
tradicional resquebrajándolo, primero, y rompiéndolo, después.
Cuando el eje vital de la subsistencia
pirenaica, la “Casa”, sufre ambos embates la dificultad, por un lado, y la
consiguiente rebelión, por otro, están servidas. Los
hermanos no herederos saben que hay otras posibilidades de subsistir, ya no
arriman el hombro como antes por el bien de la hacienda y el apellido. La
ciudad, los diversos oficios y posibilidades que en ella existen, las obras
públicas, etc. Son una salida más que digna y la sociedad pirenaica siente el
tambaleo. En otros territorios en los que la guerra pervive mediante las
guerrillas del “maquis” aún habrá otro golpe de efecto más rotundo y que
yugulará de forma definitiva la pervivencia de siglos de la vida en el campo.
El caso de las “masadas” de Teruel y su declive en la posguerra es el ejemplo
más elocuente. La orden del general Pizarro, verdugo del “maquis”, obligando a
abandonar el “mas” durante la noche y pernoctar en pueblos y aglomeraciones
mayores, y, por lo tanto, más controlables –al tiempo que así privaba de
sustento a la guerrilla-, fue, como es sabido, un golpe mortal para la vida
secular en el campo turolense.
-Crees que la novela, el relato, la ficción;
lo que es contar las historias y las cosas sin ser ensayo, estudio e
investigación, ¿nos acerca a la historia de una manera más amena?
-La narración es una vía más de exploración y
reflejo de la realidad que nos envuelve. Contar historias, a pesar de
limitaciones y prejuicios que a todos nos acechan, es indagar e intentar
conseguir la conexión entre los sucesos que edifican tales historias y las
personas que las llevan a cabo. Es, además, un vía más para apuntalar la
memoria de la que, en el fondo, estamos hechos los seres humanos. Pues es la
memoria la que permite, si se ejercita de manera serena y lejos de todo interés
malsano, no volver a errar. Por eso, convertir la Historia en narración, con
una manera amena de adentrarse a fondo en ella, no siendo la única vía posible,
ayuda sobremanera a esa necesidad de memoria con la que se construye el ser
humano. Es necesario y obligado el conocimiento de la verdad que late en medio
de los diversos factores que componen la marea de la Historia. Y más si
tratamos los sucesos y la temática de la Guerra Civil, tan proclive a un olvido
interesado o a un silencio insano. Conocer, como ya he dicho, cando menos, debe
ayudar a no errar.
-Aunque no deja de ser otra manera
de contar la historia en la cual el escritor debe de estar, también,
claro está muy, muy documentado…
-Por supuesto. Cuando un escritor se adentra
temáticamente en la marea de la Historia debe buscar la verdad, dejando
prejuicios y atendiendo a la máxima cantidad posible de fuentes. Debe también
ser muy consciente de su papel de transmisor, dejando de nuevo los prejuicios a
un lado y apurar al máximo su discernimiento y capacidad de reflexión. Por eso,
la documentación es transcendental. Y cuanto mayor y más dispar, mejor. El
escritor debe abrir su mente a todo tipo de documentación para después, mediante
la reflexión, llegar lo más cercano a la verdad -las limitaciones siempre están
ahí, presentes y acechando-. Y, al final, debe conseguir que esa documentación
no se note, pero sí que permanezca al fondo de la narración. En suma, la
documentación, además de abundante y reflexionada, debe ser y funcionar como
las vigas de un edificio, que están en él, pero que apenas son visibles cuando
se observa el conjunto del edificio.
En El tamaño del mundo hay mucha
documentación histórica, tanto de ensayo como proveniente de la oralidad, pero
también hay otra documentación que sin ser histórica con mayúsculas, para mí si
posee valor de coadyuvante. Pienso en la documentación espacial y paisajística,
tan esencial también, aunque no se note.
-Porque, aunque sea una novela que retrata el
Aragón de posguerra y los efectos que se prolongan sobre ella, sobre la
idiosincrasia y la sociología de esta tierra, porque detrás de cada contienda,
de cada trauma ha habido un silencio que se ha escenificado más allá de la
muerte humana con la tierra que se ha desangrado perdiendo a sus habitantes…
-Claro, detrás de los sucesos claves de la
Historia, están los miles de sucesos insignificantes, con un valor, digamos,
consuetudinario que acompañan y dan músculo a lo que se cuenta. La macrohistoria de los sucesos históricos quedaría en el
limbo de lo abstracto de no contar con lo cotidiano y su capacidad múltiple,
que abarca desde la simple capacidad unitiva, hasta el rebozo de la
significación.
En El tamaño del mundo los hechos
claves de la Historia casi actúan como un fondo de lo que se cuenta, porque la
familia del protagonista y los espacios en los que ésta se asienta, a pesar de
su insignificancia, son quienes cuentan la verdad de la existencia. El
deambular y el devenir de los personajes en la encrucijada de posibles caminos
sobre los que, en el fondo, se va haciendo la Historia, es quien da fe de ésta.
La Historia, en la novela, es la resultante de lo que acontece a los seres
humanos y a su entorno y de los que ellos cuentan. Todo ello, por supuesto,
está trufado por la indagación y posterior reflexión de quien escribe, tras
cerner y purgar acontecimientos, vivencias, noticias, documentos...
-Tenemos el escenario, Aragón (más
concretamente el Alto Aragón); tenemos el tiempo que es la guerra y la
posguerra y tenemos a los personajes “muy tocados” por un humanismo que rompe
barreras y se traslada a través de los tiempos cronológicos. Háblanos del peso
que tienen en El Tamaño del Mundo estos personajes, sobre todo el de Julián…
-Julián es la clave de la novela. En varias
direcciones. En lo personal, al formar una familia o seguir un sueño que de la
utopía pasa a la realidad. También al convertirse en un observador privilegiado
que, al indagar en la memoria y reflexionar, le permite intuir el futuro.
Circunstancia que le hace prever la posibilidad de una guerra y, como
consecuencia, el intento de salvaguardar a su hijo, el más expuesto a esa
violencia que él cree que se acerca veloz. Es el primer golpe a la unidad y a
la felicidad que quiso edificar. Golpe al que, con celeridad, seguirán varios
más, hasta acabar en la desolación casi total y que convierten la utopía y la
felicidad de un pasado en sinsentido del presente a lomos del azar.
También es clave desde la perspectiva de lo social porque, al ser centro
de un resquebrajamiento familiar, acabará siendo una posible luz para observar
el resquebrajamiento de la sociedad pirenaica en la que vive y de la que, pese
a su nomadismo y el especial oficio de carabinero, él forma parte.
-Hay valores que se transmiten
generacionalmente, más allá de las circunstancias y los tiempos, ¿es este el
caso entre los personajes y la trama?
-Sí, en la novela hay una búsqueda de valores
y una búsqueda de la verdad -otra cosa diferente es si se ha logrado-. Valores
como ética, legalidad, honradez, fidelidad, cumplir como ser humano... son
algunas de las aureolas que aletean siempre sobre los personajes de El
tamaño del mundo. Todos ellos son valores en medio de una época virulenta,
de cambio y búsqueda, de ideales y confrontación. Época que sacará lo peor y lo
mejor de quienes la vivan. Porque, incluso, en la deriva, en el abatimiento, en
el horror... que preside la maldad caben huecos para lo contrario. El
comportamiento de algunos personajes de la novela es ejemplo de ello, en forma
positiva y negativa, al lado del apocamiento, la prevención, la cobardía o el
nadar guardado la ropa.
Por otro lado, es también la necesidad de
mostrar quienes, haciendo caso omiso a los valores citados, buscaron el derribo
de la República, fruto de una elección y de una voluntad popular que muchos
parecen haber olvidado o hacen creer que no fue así.
-La Guerra Civil y la posguerra, contada en
forma de relatos, novela, más o menos corta, se ha convertido de las mejores
formas de llegar al lector y lectores…
-Bueno es una más. Tampoco debemos convertir
todo en amenidad. El viejo concepto clásico “docere,
delectare” debe existir al lado de otras formas de acercarse a la realidad del
ser humano. Cuantas más formas existan, mejor. Eso significa que la mente
reflexiva funciona frente a la mente adocenada. Es peligroso ensalzar vías
únicas porque amansan y el amansamiento siempre es interesado y dominado por
unos pocos, generalmente invisibles a la mayoría.
Cuando se practique amenidad a la hora de
contar la Historia, creo que todo escritor debe huir de la relajación y, con
pulso sabio, conseguir una amenidad informativa que, tras esa información,
agite la mente del lector. Cerrar un libro no debería significar acabar con la
lectura. Pienso que la lectura no debe quedarse en un simple paladear el
momento. Una lectura debe seguir en la mente picoteándola de tanto en tanto,
sirviendo de aprendizaje y comprensión ante las situaciones que salgan al
encuentro de uno. El pasado, la memoria, es nuestra fuente de conocimiento.
-Amigo, El tamaño del mundo es algo muy, muy
relativo, según los ojos con que se mire; para algunos siempre es más estrecho
que para otros y al revés… ¿qué piensas?
-El tamaño del mundo, como se dice en la
novela, no depende de dimensiones, sino de vivencias, emociones y sentimientos.
Todos deben conocerlo, cuando menos para conocerse. El tamaño del mundo reside
en el interior de uno y en la necesidad de una vida con otros. Es vital,
vivencial y, además, necesario, lejos de la abstracción.
-Ramón, ¿en qué andas trabajando en estos
momentos; amigo nos puedes ir dando alguna pista?
-En varias cosas, sin prisas. Una novela
juvenil, una novela sobre la amistad que ya lleva zanganeando un par de años y
un libro/viaje con Jesús Moncada como mentor y guía, producto de un encargo
editorial.
25523
El tamaño del
mundo. Ramón Acín
171 páginas 16 x 22 cms.
15.00 euros
Doce Robles
En Monte Oscuro,
la penuria siempre había empujado a sus más audaces moradores hacia el
esfuerzo. Un esfuerzo que, muchas veces, comenzaba en la misma infancia".
Julián es un niño maravillado por las historias de su tío Pedro, un
superviviente de la guerra de Cuba que a principios del silgo XX le enseña a
enfrentarse a la vida. Años más tarde Julián tendrá que enseñar a sus hijos que
el tamaño del mundo no tiene relación con las dimensiones del planeta, sino con
el corazón y las ilusiones de los hombres y mujeres que lo pueblan.
El tamaño del mundo, la nueva novela del oscense Ramón Acín,
trata sobre los efectos de la guerra civil, que aniquiló y dividió a familias
enteras. Pero también sobre el olvido de los pueblos pequeños, el éxodo
obligado de la montaña a las ciudades, los bellos recuerdos de la infancia, el
amor adolescente o la admirable dignidad de hombres y mujeres a quienes les
arrebataron la memoria por la fuerza de las armas.
_____________________________________________________________________
Cazarabet
c/ Santa Lucía, 53
44564 - Mas de las Matas (Teruel)
Tlfs. 978849970 - 686110069