Cazarabet conversa con... Gonzalo Broto Noguerol, autor de “Piedra y escarcha” (Mira)
Gonzalo Broto
Noguerol escribe una historia, con una narrativa muy cuidada, para la colección
Sueños de Tinta de Mira Editores.
Lo que nos dice Mira
editores del libro y cómo comienza el libro: Mi vida está marcada por tres
inviernos: aquel de mi infancia en el que fallecieron mis padres; aquel segundo
al cumplir los dieciocho y mudarme al piso en el casco viejo de la ciudad; y
este último, cuando abandoné la urbe para trasladarme a un pueblo en los
confines del Pirineo a comenzar mi vida laboral, una vida que, lejos de
llenarme de tedio y rutina, como esperaba, me lanzó de bruces contra el miedo y
la muerte.
Así comienza Jaime
Heredia la confesión extensa y pormenorizada de las tres semanas que
transcurren desde su llegada a este pueblo sin nombre, al que había sido
destinado como profesor de Lengua y Literatura tras licenciarse en la
Universidad, hasta que las circunstancias —la mayoría accidentales, cuando no
engañosas— lo expulsan del mismo bajo la acusación de unos crímenes que jura no
haber cometido.
A modo de diario, Jaime, joven novato e introvertido, referirá cuanto aconteció
durante esos veinticuatro días, desde el inicio de su breve estancia, lleno de
dudas y sin expectativas, hasta, viéndose injustamente condenado, su
irremediable partida. Su relato narra con despegada neutralidad lo que vio y lo
que ignoró, lo que sospechó y lo que imaginó, lo que desconoció y quizá,
también, lo que ocultó, dotando a su testimonio de una candidez y una
honestidad faltas de afecto y de impostación y ofreciendo al lector una visión
enteramente subjetiva de los hechos, desde la primera hasta la última víctima.
Suya es la única voz que escuchamos a lo largo de la novela, pues incluso las
voces ajenas son tamizadas y transcritas por él, con lo que el relato se
convierte en un ejercicio de individualidad e introspección absolutas, ante el
cual el lector debe posicionarse y tomar la decisión más ardua de todas: si
creerlo o no.
Así como Graeme Macrae Burnet en su novela Un plan sangriento, falso true
crime, «juega a su antojo con los límites de la ficción y cuestiona la validez
de los relatos», Gonzalo Broto maneja con extraordinaria destreza narrativa
temas como la «construcción» de la verdad, el derecho a mantenerse al margen,
la apología de la mentira o la autojustificación personal para vertebrar Pueblo
y escarcha, una novela/confesión ambientada entre montañas, bordas, huertas
yermas y calles nevadas que ofrecen «refugio y escondite, libertad, encierro y
condena a todos sus habitantes».
El autor Gonzalo
Broto Noguerol:
Es licenciado en
Filología Hispánica por la Universidad de Zaragoza y ha trabajado como profesor
de Lengua y Literatura españolas en diversos países del sudeste de Asia, entre
ellos, Singapur, Malasia y Tailandia, donde reside en la actualidad. Desde 2013
es profesor en la Escuela Internacional Suiza de Bangkok. En 2011 publicó en
formato digital la novela El hijo del faro, y, en 2012, su micro relato Nuestra
alma fue seleccionado para la colección Porciones creativas. Pueblo y escarcha
es su primera novela publicada en papel. Al margen de la literatura, también ha
realizado estudios de escritura de guion y dirección cinematográfica, y ha
escrito y dirigido dos cortometrajes, Clean (2011) y Sunday (2012).
Cazarabet
conversa con Gonzalo Broto Noguerol:
-Amigo, ¿qué te ha llevado a escribir
esta obra narrativa?
-El
proceso de gestación de la novela fue un tanto accidental y accidentado. En
aquel momento yo me encontraba trabajando en la planificación de otra novela, y
durante el proceso de documentación de la misma comencé a esbozar algunas
historias alternativas para construir y asentar la atmósfera y el contexto
previo de la historia que me proponía explicar, pero esas notas provisionales
fueron adquiriendo una proporción mayor hasta que me quedó claro que requerían
un tratamiento autónomo, y ahí fue cuando decidí concentrarme exclusivamente en
ellas y descartar (o posponer) la historia original que me llevó hasta ellas.
-¿Qué es para ti la narración?
-La
narración es una necesidad intrínseca del ser humano desde la prehistoria,
podríamos decir que se trata casi de un acto reflejo; la narración adquiere
ropajes muy diversos, la literatura escrita es solo uno de ellos. En mi caso,
la narración ha sido, de forma más o menos prevalente, parte de mi vida desde
la infancia, en forma de relatos orales, escritos, colectivos... La narración
es una forma de comunicación y de autoconstrucción.
-En tus creaciones ¿qué papel quieres darles a los personajes?,
¿prioritario frente a la trama y al escenario?
-Cada
texto sigue unos patrones diferentes que dependen de muchos factores, en
algunos predominan los personajes, en otros el argumento, en otros, elementos
como la atmósfera o el lenguaje. En el caso de “Pueblo y escarcha”, y como el
mismo título indica, el protagonista de la obra es el ambiente, el pueblo, y el
personaje narrador a través de quien conocemos los hechos, funciona a modo de
testigo, de lente u objetivo del entorno que lo rodea. En última instancia, sin
Jaime no habría narración, y sin el pueblo no habría argumento, así que es una
relación de interdependencia.
-Amigo, en esta novela se miran tres inviernos que marcaron a la
principal voz narrativa, al principal personaje, pero le marcan porque los
recuerda en demasía y ese recuerdo lo hace más susceptible hacia esa
estación y lo que sucedía en él lo hace a él también más propenso a vivir con
excesiva sensibilidad ese tiempo, ¿no? Es como si todo se retroalimentase,
¿verdad?
-En
cierto sentido, sí. Jaime Heredia, el protagonista de la obra, sintetiza al
principio de la narración su vida en tres inviernos, todos los cuales
supusieron un punto de inflexión en el devenir de su biografía (no siempre de
forma negativa o involuntaria, como en el primer caso). Desde esa óptica, el
invierno (también presente en el título en la palabra “escarcha”) se convierte
en un ‘leitmotiv’ a lo largo de toda la obra, que sirve tanto para anticipar el
paisaje físico que va a predominar en la novela como, más importante todavía,
el mundo interior del protagonista. El invierno funciona casi como una amenaza
o un laberinto del que el protagonista trata de escapar constantemente (mezcla
de pesadillas del pasado y del presente).
-¿Hasta dónde puede llevar esa retroalimentación?
-Uno de
los símbolos más claros y significativos del invierno en la novela es la estufa
de butano, que persigue al protagonista a lo largo de su vida (aparece de forma
más o menos trascendental en los tres inviernos a que aludía anteriormente); se
puede entender esta estufa como un ‘demonio’ personal, una manifestación de un
estado de ánimo frágil y temeroso que condiciona muchas de las sensibilidades,
miedos y rasgos de la personalidad de Jaime, lo cual concluye al final con la
última aparición de la estufa, que sirve como apertura y cierre del relato.
-¿Qué papel tienen aquí los personajes?
-En la
novela hay muy pocos personajes destacados, el principal de los cuales es
Jaime, que posee la única voz narradora de la obra. Toda la novela es una
confesión en primera persona de los acontecimientos, tamizados por su voz; la
obra es “su” relato, con todo lo que esto conlleva de verosimilitud, ambigüedad
e incluso ficción, y el lector debe tomar partido y concederle el beneplácito
de su confianza o retirárselo según considere oportuno.
En
cuanto a los otros personajes, todos ellos presentados y filtrados por el punto
de vista de Jaime, funcionan principalmente como catalizadores externos que
ayudan a Jaime a crecer, a desarrollarse y a encontrar su propósito en el
pueblo y en su vida, sin poseer una individualidad o un desarrollo comparables
a los del narrador.
-En una narrativa parece que el papel de la trama siempre es el
eje –a veces es un personaje en
la trama– sobre el que gira todo lo demás –hasta la paciencia, satisfacciones e
insatisfacciones del escritor o escritora–, pero a veces ¿la ósmosis entre
personajes y trama es tan fuerte que interaccionan de alguna manera?
-Cuando
comencé a trabajar en la novela, el primer aspecto que perfilé fue la trama;
los personajes vinieron después (en primer lugar los cuatro muchachos envueltos
en los acontecimientos de forma directa, y por último Jaime que, a pesar de
haber acabado siendo el eje vertebrador de toda la historia, fue el último
eslabón que inserté en la cadena narrativa). Una vez todas las piezas
estuvieron claras, es cierto que se produjo una interdependencia absoluta entre
el protagonista y la trama, y el desarrollo de la misma no podría ya explicarse
sin la voz narrativa de Jaime en primera persona, uno y otra
engarzados de forma indisoluble.
-¿Cuál y cómo es el papel que le otorgas al escenario en el que se
pasean los personajes y se desarrolla la trama? ¿El escenario, aquí, más que un
lugar o lugares es el invierno como tal?
-Como
he mencionado antes, el invierno posee en la obra tanto una dimensión externa
(puesto que determina desde los colores y luces hasta las rutinas diarias y
todos los detalles del día a día) como interna, pues describe el estado anímica
del narrador, no sólo en el presente sino enlazándolo irremediablemente con su
pasado, el frío convertido en una
metáfora de la gelidez y la misantropía de Jaime.
-Tu trabajo en diferentes lugares como docente y profesor, ¿te ha
ayudado a la hora de escribir este libro? ¿Cómo y de qué manera?
-El
narrador de “Pueblo y escarcha” es también profesor de secundaria, al igual que
yo, de modo que compartir profesión me ha ayudado a conocer y comprender desde
dentro los entresijos de una escuela, su funcionamiento y sus dinámicas, aunque
debo admitir que enfoqué el trabajo de Jaime más desde mi experiencia como
alumno durante los años 90, que desde mi experiencia docente en la última
década.
-¿Las víctimas en esta obra narrativa son algo más que
víctimas, quizás por el tratamiento que se les da o quizás, también, por la
dimensión que tienen y retienen ellas?
-Cada
víctima en la obra sirve dos propósitos principales: por un lado, aumentar la
desconfianza de los vecinos, sembrar un estado colectivo de duda y zozobra, y,
por otro (y de forma más determinante) empujar a Jaime en su camino de
autoconstrucción, quien en un principio perseguirá un aislamiento acérrimo pero
poco a poco se verá en la necesidad de implicarse, tomar partido, involucrarse,
con las funestas consecuencias que esto tendrá, a la postre, sobre él.
Las
víctimas son los desencadenantes de que Jaime cambie, mute, madure y se perfile
psicológicamente y, aunque no cuentan con voz propia (sus diálogos no dejan de
ser producto de la imaginación del narrador) sirven también para definir cómo
es el pueblo en el que viven, cuáles sus tabús e hipocresías. Desde un punto de
vista puramente estructural, también son importantes para dotar a la obra de
mayor variedad, dinamismo y contraste.
-Mientras, la voz narrativa va como por libre, como una ave rapaz que mirara y contase, ¿lo ves así?
-Sin
duda. La voz de Jaime es independiente y autárquica, tanto por voluntad propia
(él rehúye las interacciones sociales, no sigue las convenciones a que se
pliegan los demás, vive según sus propios códigos) como por su función en la
obra: él es el narrador en primera persona, y toda la obra es producto de su
voz, consciente y voluntaria de lo que dice y lo que calla, de lo que revela y
lo que oculta, de lo que destapa y lo que enmascara. Todo el relato es una
construcción narrativa deliberada e intencional y, desde este punto de vista,
se puede decir que Jaime es un ave rapaz sobrevolando por toda la novela y
eligiendo con cuidado y paciencia qué presas acechar y cuáles ignorar.
-Amigo, ¿la escarcha, entre otras
cosas, puede ser la metáfora de la frialdad, nuestra frialdad que, en un
ambiente de pueblo, es algo más que frío, es escarcha cínica, pero que ya se
encamina a la maldad?
-Hasta
cierto punto sí. Jaime sufre la desconfianza y las sospechas del pueblo, y él
lo menciona varias veces a lo largo de la obra, pero es siempre una crítica
despersonalizada y colectiva, nunca individual (de hecho, apenas hay ningún
vecino con nombre y apellido en toda la novela): el pueblo, como ente abstracto
que aglutina costumbres y hábitos ancestrales, es un lugar hermético y reacio
al cambio, y un forastero siempre supone, desde este prisma, un riesgo, una
amenaza de disrupción. De todas formas, no es tanto
maldad lo que caracteriza la actitud general del pueblo hacia Jaime o hacia las
víctimas, como, y esta es la clave, la actitud de mirar hacia otra parte y
encerrarse en uno mismo para evitar tener que hacerse preguntas incómodas o
arribar a respuestas acaso comprometedoras. Esta actitud de no querer
involucrarse, incluso cuando ello significa que haya víctimas inocentes, es lo
que más hiere a Jaime (quien, no lo olvidemos, comienza su andadura en el
pueblo con una actitud análoga, aunque poco a poco se va despojando de ella y
adquiriendo una personalidad mucho más proactiva e implicada).
-¿Por qué planteas la trama de una manera tan intensa, tan solo
tres semanas?
-En
cuanto tuve claro que quería estructurar la obra como un diario, se me planteó
el dilema sobre cómo enfocarlo: podía, por una lado, escribir un diario
discontinuo y fragmentario, que solo recogiese los momentos más significativos,
con elipsis y omisión de días y datos, para que la acción pudiese abarcar un
período temporal más largo y quizá disponer de espacio suficiente para
desarrollar más los personajes, pero este idea no me convencía, especialmente
porque el diario debía ser, en esencia, una ‘confesión’ ante un juez para
tratar de demostrar su inocencia, por lo que la necesidad de un relato
pormenorizado, fidedigno y detallado se impuso a cualquier otra consideración,
de modo que opté por condensar la narración lo máximo posible para que el texto
no se hiciera repetitivo o innecesariamente prolongado.
-¿Planteas un nudo en la trama y desenlazas casi sin mirar, como deshaciendo algo aparentemente sencillo, pero que no lo es? ¿Quieres dar esa sensación de que nada es tan eternamente ruin ni
lleno de bonanza?
-La
palabra que mejor resume mi propósito al escribir la novela es ‘verosimilitud’.
Nunca me había enfrentado a este género con anterioridad, así que mi objetivo
era construir una trama cerrada, lógica, coherente, sin lagunas, incongruencias
ni giros repentinos e irrelevantes, cuyo único propósito es crear una tensión
que muchas veces no va a tener ningún desarrollo o continuidad. Hilvané la
historia como un ovillo de lana, todo tenía un sentido, toda la trama era
sencilla, razonable, y a partir de ahí lo más difícil era cómo armar la
estructura narrativa en torno a ella para que su simplicidad no se tradujese en
aburrimiento, para que su sencillez se vistiese con un atavía narrativo
interesante. Así que es acertado decir que comencé por el nudo de la obra, la
historia de los cuatro muchachos, y a partir de ahí el resto se erigió como
sillares alrededor del núcleo para darle cuerpo y vida narrativa.
-Amigo,¿ este libro ha tenido proceso de
investigación, de búsqueda de datos, de contrastar?
-La
novela se ambienta en los primeros años 90 en un pueblo innominado del Pirineo
aragonés. Esa fue la época que yo viví, también en un ambiente semejante, de
forma que gran parte de la documentación consistió en rebuscar en la memoria
(no solo la mía, que no suele ser muy fiable en los viajes al pasado, sino en
la de mis compañeros y conocidos de aquella época, cuyas rememoraciones y datos
me fueron de gran utilidad).
También
fue necesario recabar información sobre temas más exactos como precios de los
más diversos productos cotidianos (alimentos, menús o tabaco), horarios de
autobuses, sistema educativo, horario y currículo escolar de aquellos años,
manuales de enseñanza...
Aunque
el pueblo en que se desarrolla la trama no tiene nombre, es en gran parte una
“reconstrucción” idealizada y nostálgica del pueblo de mi infancia, aunque me
he tomado muchas libertades para alterarlo y adaptarlo a mis necesidades
narrativas.
-¿Cómo ha sido la metodología de trabajo, cómo trabajas lo que vas
investigando, lo que escribes por primera vez?
-Siempre
escribo en cuatro fases, y “Pueblo y escarcha” no ha sido una excepción: en la
primera, mientras voy documentándome, tomo notas y realizo esbozos de
personajes y tramas, de escenas concretas, lugares y escenarios; en una segunda
fase, y sin tener todavía un esbozo íntegro de la obra, escribo un borrador a
mano de la obra completa, desde el principio al final. Este manuscrito sirve
entonces como punto de referencia y, en una tercera etapa, lo mecanografío,
poniendo un énfasis especial en este caso en la redacción, para finalmente
llegar al proceso más largo y laborioso de todos, la relectura, la corrección,
los innumerables (grandes y pequeños) cambios para pulir el texto hasta su
publicación. Los últimos cambios se producen el día antes de ser enviado a la
imprenta.
Por
otro lado, y como mencionaba al principio, “Pueblo y escarcha” nació de forma
accidental como producto de la documentación que estaba llevando a cabo para
otra novela, por lo que en un principio consistía únicamente de notas y bocetos
inconclusos y deslavazados, sin ningún engranaje ni conexión, por lo que el
proceso de escritura fue, en muchos casos, un ejercicio de construcción de
puentes entre las diferentes ideas que había ido esbozando, lo cual, a pesar de
suponer un ejercicio creativo fructífero, también resultó agotador.
-¿Y cómo ha sido trabajar con Mira?
-Vivo a diez mil
kilómetros de España, por lo cual era esencial que la comunicación entre Mira y
yo, que en ningún caso podía producirse en persona, fuese lo más cercana y
fluida posible y, en este sentido, no podría estar más satisfecho. A pesar del
cambio horario y de la distancia, la comunicación entre nosotros ha sido
constante y afectuosa desde el principio, siempre guiada por la profesionalidad
y la honestidad. Siendo mi primera experiencia editorial, me he sentido en todo
momento arropado y alentado por ellos, por todo lo cual les estoy muy
agradecido.
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