Cazarabet conversa con... Andrés
Piqueras, autor de “Las sociedades de las personas sin valor.
Cuarta Revolución Industrial, des-substanciación del capital,
desvalorización generalizada” (El Viejo Topo)
El Viejo Topo, desde la firma de
Andrés Piqueras, reflexiona sobre: “La Cuarta Revolución Industrial,
des-substanciación del capital, desvalorización generalizada…”.
La sinopsis del libro que edita El
Viejo Topo:
Este libro de Andrés
Piqueras trata de la dictadura básica del capitalismo, aquella que
condiciona cualquier proceso económico y proporciona los elementos de posibilidad
de la política, construye al ser social y modela las sociedades.
Las sociedades de las personas sin
valor trata, pues, de la dictadura de la
tasa de ganancia. De esa dictadura íntimamente vinculada a la ley del
valor, cuyos valedores han de luchar denodadamente contra su caída tendencial,
a cualquier precio, sea éste seres humanos, sociedades enteras o las propias
fuentes de la vida.
Así, a través de unos y otros pasos
analíticos, el escritor Andrés Piqueras ajusta aquí cuentas con pseudoteorías, con ilusiones sociales y con la difusión
premeditada de las mismas como si provinieran de la ciencia (agnotología).
Y lo hace dejando también en evidencia filosofías, propuestas éticas e
idealistas y proclamas políticas que no tienen en cuenta las bases científicas
ni los fundamentos estructurales de la sociedad en la que vivimos.
El autor, Andrés Piqueras que, además,
ya ha editado con El Viejo Topo, Claves para construir el socialismo del Siglo
XXI:
Andrés Piqueras es profesor titular de la Universidad Jaume I de Castellón. Obtuvo el
Premio Nacional de Investigación “Marqués de Lozoya”, del Ministerio de
Cultura español, por la investigación La trama de la identidad en el
País Valenciano. Un estudio de identidades colectivas (1994), del que
saldría su libro La identidad valenciana. La difícil construcción de
una identidad colectiva (1996).
Su línea de
investigación es Mundialización, nuevas identidades y sujetos
colectivos. En relación a ella ha realizado numerosas publicaciones sobre
identidad y sobre la construcción de sujetos en las sociedades tardocapitalistas, con trabajo de campo en Europa, América
Latina y África.
Es director de
cursos de doctorado sobre estos temas y de masters sobre
Desarrollo, dirigiendo una obra al respecto: Desarrollo y cooperación:
un análisis crítico (2008). En 2004 creó el Observatori
Permanent de la Immigració
en la Universidad de Castellón, dirigiendo durante 4 años investigaciones y
varias publicaciones sobre los procesos migratorios.
En la
actualidad, y desde 2008, es miembro del Observatorio Internacional de la
Crisis (OIC), con el que ha procedido a diferentes publicaciones, conferencias
y seminarios en diversos países de América Latina y Europa.
Entre sus
libros destacan El colapso de la
globalización. La humanidad frente a la Gran Transición(2011), Claves para construir
el socialismo del Siglo XXI. II Curso de verano de la Academia de Pensamiento
Crítico (2014), La opción reformista: entre el despotismo y la
revolución (2014), Capitalismo mutante. Crisis y lucha
social en un sistema en degeneración (2015), La tragedia de
nuestro tiempo. La destrucción de la sociedad y la naturaleza por
el capital. Análisis de la fase actual del capitalismo. (2017) y Las sociedades de las
personas sin valor (2018)
Recordemos, un poco, de qué iba ese
libro: La valenciana Academia de Pensamiento Crítico organiza cada año unos
cursos en los que destacados intelectuales disertan sobre los problemas más
acuciantes de nuestra época. Aquí se recogen algunos de los textos sobre los
que se basó el curso realizado en 2013, que en conjunto constituyen un
excelente manual para pensar la salida al vigente sistema político, económico y
social.
Cazarabet conversa con Andrés
Piqueras:
-Andrés,
¿por qué este libro…qué vacío, en la reflexión y/o pensamiento viene a suplir
y/o cumplimentar?
-Vacíos sociales hay
tantos en estos momentos que no me atrevo a pensar que se pueda llenar alguno
con un libro. La intención, mucho más modesta, es contribuir a desvelar algunas
de las claves que rigen nuestras sociedades, compartir el conocimiento sobre
ellas de la forma más accesible posible, lo que no es fácil dada la profundidad
de los temas que se tratan.
En ese sentido, el libro
se inserta en la línea de la ciencia social crítica y a la vez comprometida con
la transformación de aquello que se conoce (esta es la praxis marxista). Para
ello, como decía, el primer paso es desvelar los procesos que rigen nuestras
vidas, que en el caso de la sociedad capitalista son el valor, la mercancía, el
trabajo asalariado, el capital… Estos procesos no son optativos, sino que se
desarrollan dictatorialmente, sine qua non. Constituyen
también la base de la dominación de la clase capitalista (más allá de las
cambiantes formas epifenoménicas de institucionalidad
más o menos democrática que se puedan dar en cada momento). El primer elemento
de dominación de cualquier clase dominante, en cualquier sociedad de clases a
lo largo de la historia, es que los/as dominados/as no conozcan ni las claves
ni los resortes de su dominación. En ese sentido, sería obligación de la
ciencia social ejercer de defensa para la sociedad contra todo ello, pero
desgraciadamente buena parte de la ciencia en general y no sólo la social, se
debe a quien la financia. De ahí la importancia de esa forma distinta de hacer
ciencia que inauguró el marxismo.
-Vamos a diferencias: una cosa
son las “sociedades de las personas sin valor” y las otras son “las sociedades
de personas sin valores”?
-Claro, salvo psicópatas
todo el mundo se rige por unos valores. Se sedimentan en cada individuo a
partir de un ethos dominante,
conjunto de valores que se hacen congruentes con unas u otras formas de
estructura social (de ahí viene la ética).
De ese caldo social los tomamos los individuos y los tamizamos de diferente
forma, según nuestra posición en esa estructura y nuestras condiciones socio-culturales
y personales, para convertirlos en la moral propia por la que nos regimos. Pero
en el libro yo me estoy refiriendo al valor
en cuanto que mercancía fuerza de trabajo,
que es a la condición a que nos ha reducido el capitalismo.
¿Cómo perdemos valor?
-Confluyen muchos
procesos que nos hacen perder valor como fuerza de trabajo: 1) a través de la
reducción del valor de las mercancías que necesitamos para reproducir nuestra
fuerza de trabajo (reducción de los precios de producción de los bienes de
consumo corriente); 2) mediante innovaciones técnicas o nuevos métodos de
organización del trabajo, que hacen inútiles funciones previamente ejercidas y
que descartan fuerza de trabajo (con lo cual el tiempo socialmente necesario
para su formación equivale a nulo); 3) con el desplazamiento de la fuerza de
trabajo a tareas de nivel inferior, que le hacen perder valor (tu tiempo de
cualificación no cuenta o cuenta menos); 4) a través de la reducción del número
de años para la formación de la fuerza de trabajo, a través de sucesivas
reformas educativas, con miras a tener titulados/as en menos años, o distintos
niveles de titulados/as, más baratos/as. La inflación de titulados/as abarata
el precio medio.
-También se efectúa la depreciación
a través de reorganizaciones administrativo-empresariales. Se abolen
cualificaciones y oficios específicos. Con ello, no se reconocen las
cualificaciones ni la experiencia acumulada.
-Además, a todo esto hay
que sumar pérdida de capacidad de reproducción de nuestra fuerza de trabajo
debido a la extenuación del trabajo no pagado que hace falta para cubrir lo que
la miserabilización del salario no cubre, y que tiene
que explotarse también cada vez más porque aquél cubre cada vez menos. Esto
afecta de manera fundamental a las familias, que en gran medida es casi lo
mismo que decir, a las mujeres, que se tienen que multiplicar para mantener en
disposición aceptable una fuerza de trabajo precarizada o directamente sin
salario.
En claves interestatales
afecta también a comunidades enteras (étnicas, comunales, de linajes,
vecinales…) que tienen que garantizar por su cuenta la supervivencia de los
suyos.
-Aunque, a veces, una cosa se
retroalimenta de la otra, ¿no? ¿es más fácil que se
llegue a las sociedades de las personas sin valor en sociedades carentes o en
carestía de valores?
-De nuevo, salvo enfermedad mental, es
imposible no tener valores. Lo que pasa es que los valores que el metabolismo
social capitalista secreta para sus células o individuos, son los propios de
sus reglas de funcionamiento: competencia, individualismo, aceptación o
naturalización de la jerarquía, la desigualdad, la exclusión, la explotación...
Por mucho que determinados sectores de ese organismo se empeñen en concienciar
sobre valores contradictorios con ese funcionamiento (cooperación, solidaridad,
igualdad, aprecio por la diferencia...), estos últimos tienen muy pocas
posibilidades de imponerse más allá de la epidermis del organismo capitalista
(el nivel declarativo social). Y pasaron a formar parte de esa dotación
declarativa gracias a las luchas y conquistas históricas de la población que
las impuso como valores deseables (o dignos de aspirar a ellos) a la burguesía
más reaccionaria. Por eso hoy, aunque por lo general no se practican en el
metabolismo cotidiano del capital, constituyen todavía lo que se considera
“políticamente correcto”. Y digo todavía, porque la reacción hoy de las
oligarquías y sus escuadrones de choque fascistas o parafascistas contra esos
valores es brutal, tanto para erradicarlos como, en su defecto, tergiversarlos
o deformarlos monstruosamente.
De todas
formas, la especificidad de la razón de ser de cualquier sociedad capitalista
pasa por un conjunto entrelazado de relaciones que estructuran la vida social:
el valor, el trabajo abstracto, la
mercancía y el dinero. Estas relaciones, que sujetan a los individuos entre sí
(las células del organismo), como decía al comienzo, no son modificables dentro
de la sociedad capitalista, forman parte de cómo se manifiesta dictatorialmente su estructura. Mientras estemos en una
sociedad capitalista la lógica del todo
(cuyo objetivo último es la acumulación de capital) determinará a cada una de
sus partes (sean el Estado, las múltiples instituciones socioeconómicas y sus
políticas, también las entidades culturales y las formas de conciencia o de
entendimiento del mundo; sean la propia vida de los individuos y sus opciones
personales, por ejemplo). Entender esto es imprescindible tanto para cualquier
análisis científico como para cualquier proyecto político que no quiera ser
puerilmente ingenuo o estéril, o peor aún, falso.
Por eso, aquellos valores epidérmicos
(“superestructurales”, en términos clásicos), entran
en colisión con lo que todas las personas en nuestras sociedades tienen que
hacer para salir adelante en la vida: pensar para sí mismas o “mirar por lo
suyo”, competir a ultranza, aceptar la jerarquía y las desigualdades, rechazar
lo diferente... Estos son los valores empotrados en la sociedad, que son los
que se viven día a día. Mientras que los otros son epidérmicos.
A partir de ahí, respondo a tu
pregunta diciendo que, verdaderamente, pugnar individualmente por ser alguien
en una sociedad que va eliminando el valor de la fuerza de trabajo, es tener
toda la garantía de quedarse sin valor alguno. Tengamos en cuenta que “fuerza
de trabajo” es la especial mercancía a la que nos han reducido. Ese es el
círculo vicioso del que cada vez es más difícil de ser dentro de estas
coordenadas, para el que nos han entrenado a través de los procesos de
individuación y de individualismo.
-La gente, la sociedad ha
demonizado mucho a todo lo que rodea el concepto de “revolución”, pero quizás
no nos demos cuenta de que el capitalismo nos tiene envueltos en una
revolución, la suya propia….y es constante se va revolucionando para ir
engullendo a la sociedad en un bucle…
-Yo hablaría más de mutación que de revolución. Entendida
aquélla como capacidad de adaptarse a las numerosas contingencias históricas
por las que atraviesa cualquier sistema socioeconómico. El capitalismo ha
conseguido en su decurso, diferentes regímenes de acumulación (formas
económico-político-institucionales de garantizar la acumulación de capital en
cada momento) y modos de regulación social (formas socio-político-culturales-institucionales
de garantizar el control social). Ha sido hasta hoy el modo de producción más
dúctil y “mutante” en este sentido (de hecho, como sabéis, escribí un libro con
el título de Capitalismo mutante).
Incardinado en esa cualidad, también podemos considerar el concepto de Gramsci de revolución
pasiva o de “recambio”, cuando la
clase dominante, o al menos un sector de la misma, impulsa un nuevo régimen de
acumulación y de regulación social, ante la decadencia del anterior. En caso
extremo, podría emprender incluso el paso a un nuevo orden socioeconómico ante
el callejón sin salida a que ha llegado el capitalismo, según implosiona todo el viejo orden.
Frente a esa “revolución pasiva” se
sitúa la revolución propiamente
dicha, cuando el devenir del sistema genera unas concretas condiciones
socio-históricas que dan lugar de forma tendencial a los agentes sociales que
impulsan transformaciones no reversibles hacia otras formas de vida, otros
tipos de sociedad. Lo que requiere necesariamente de amplias y profundas
transformaciones sociales. Veremos hasta qué punto la “revolución pasiva”
extrema del capital es capaz de sobreponerse a toda la degeneración que
atraviesa el sistema y a las previsibles contestaciones sociales que va a
suscitar, para imponer un nuevo orden que bien pudiera ser otro modo de
producción. Ni energética, ni social ni económicamente lo tiene fácil.
-Las
personas ni individual ni colectivamente contamos para nada en este
tablero…solo se nos precisa numerosos y sedientos por un salario rácano y una
condiciones que, cada vez van más en retroceso, ¿verdad?
La fuerza de trabajo, antes que
personas, sin valor, tiene que hacer
todo lo posible por intentar valorizarse.
La ansiedad por no caer en el pelotón de los desechados obliga a una
constante puesta al día del yo, un
denuedo diario por adquirir destrezas, conocimientos o preparación que se
escapen al radio de acción de la automatización, como objetivos móviles que sin
embargo quedan obsoletos nada más adquiridos. Eso significa poner la vida en
permanente disponibilidad para la explotación, no importa si una creciente
parte del trabajo que se realiza en el ámbito laboral no sea remunerado. Aquí
hay que contar no sólo el trabajo que las personas llevan a cabo sin pago
(horas extras no pagadas, mucho del tiempo trabajado a través de contratos en
formación, trabajo de becarios, etc…), sino también
el que realizan para valorizarse a sí mismas en el mercado laboral o para
asistir a entrevistas, desplazarse en busca de oportunidades, conectarse, estar
al tanto de las últimas tendencias, conseguir una “buena presencia”, “estar en
forma” para rendir… Hay una creciente obsesión por la auto-valorización,
consecuente con un mercado que desvaloriza continuamente la formación
adquirida, que deja obsoletas a toda velocidad las aptitudes y habilidades, lo
que puede describirse como obsolescencia
programada del currículum. La cual puede entenderse como la otra cara de la
curriculización de la vida o el intento de traducir
todo lo que se hace en términos de currículum profesional (esto es, exhibido
como posibilidad de extracción de beneficio para el capital), ante la acuciante
angustia de perder valor como seres
humanos.
La extensión e intensificación de la
precariedad (laboral, social, vivencial…), devienen dispositivos privilegiados
de sometimiento homogeneizador (individuos precarizados, en condiciones de
hacer de ejército de reserva de sí mismos, son individuos también más subalternizados).
-Pero ¿hasta qué punto caemos nosotros
demasiado en esto de “ser” o “obedecer” al concepto calificativo de “personas
sin valor”?
-Los procesos de desvalorización y la
propia homogeneización que conllevan, nos vulgariza. Nos hace individualidades
mediocres. No tienes más que ir a cualquier estación de transporte, a cualquier
espectáculo de masas, a cualquier lugar turístico, o entrar en cualquier ámbito
de la red virtual, o en la vida diaria de cada quién, para percibir cómo se
parecen los individuos, a veces como gotas de agua, en su accionar, en su
vivir. Estamos programados para la vulgaridad. Con los ritmos que marcan el valor y la mercancía en nuestras sociedades no es fácil escapar a ello.
-Si tenemos o nos reconocemos
como “personas con valor”, ¿podemos hacernos sentir y ver de esta manera en la
sociedad, en esta sociedad por muy capitalista que sea…enfrentándonos a lo que
no nos gusta, nos incomoda o nos aprisiona?
-De momento intentamos contrarrestar
nuestra mediocridad sobre todo a través de la (falsa) distinción. No es casual que sea en esta tesitura histórica cuando
más se inyecta a bastantes sectores de las poblaciones la búsqueda de
“singularización” en forma de distinción profesional, social, artística,
deportiva, personal…; a través de la vestimenta, los rituales de consumo o el
consumo llamativo, la música, la práctica de actividades peculiares, “estilos
de vida especiales”. Es ahora también cuando los medios de socialización y
propaganda del sistema (una parte importante de la ciencia social) más insisten
en la importancia de la distinción, la diferencia, la significancia de la
individualidad, la autonomía y la construcción de propios “estilos de vida”, la
“libre disposición de uno mismo”, las elecciones libres de cada individuo, la
“autoconstrucción del yo”, etc., ayudando con ello a reportar pingües beneficios
al capital comercial. Mientras que, como digo, las condiciones de precarización
social y laboral nos van segando la hierba de la verdadera posibilidad de
realización bajo nuestros pies.
Es por eso que la incesante pulsión
por ser alguien dentro de sociedades sin valor, deja asimismo, necesariamente,
sus secuelas en forma de ansiedad, neurosis, depresión…, así como trastornos en
la interacción social, pues éstas obstaculizan la participación vecinal,
comunitaria, social y política de los individuos, y muy a menudo también
distorsionan o entorpecen sus relaciones íntimas, de pareja, familiares y
amicales. Aislada o volcada a la supervivencia diaria en el mundo laboral,
trabajando a veces sin empleo e incluso sin salario, desconectada de la
comunidad, la fuerza de trabajo hoy se ve fácilmente abocada a la individuación
de su vida y de su poder de negociación, así como a la desconexión política.
Individuos, como se dijo, insubstanciales en el mercado tienden a hacerse
quebradizos en lo individual, con mayores posibilidades de dar lugar a
expresiones míseras de socialidad y altas dosis de
corrosión y toxicidad en sus relaciones entre sí.
Las actuales dinámicas de extracción
del valor y de “cosecha del valor” (generalizada pugna capitalista por
apropiarse del cada vez más escaso valor
generado por otros), suponen la extensión de dinámicas tendentes a poner a
rentabilizar cualquier actividad humana destinada a preservar la vida, haciendo
también de la supuesta “colaboración cognitiva” una fuente de ganancia y
subordinación. Así que, como dije, no es sólo la fuerza de trabajo, sino
también la fuerza sustentadora del trabajo, sobre todo mujeres, la que queda en
condición de explotación intensiva y amplia, especialmente ante la rápida
retirada del Estado en al ámbito de la reproducción social de la población
activa.
-Nosotros como ciudadanas y
ciudadanos, ¿tenemos estrategias para salir del bucle?.
Lo primero es darse cuenta, pero aun siendo conscientes es difícil…¿qué otros pasos hay que ir dando?
Precisamente por eso, tales luchas no
pueden darse hoy con perspectiva keynesiana o bajo la orientación de las
ideologías y filosofías normativas que propugnan la amalgama y colaboración de
clases. No se cambia
un orden existente si no se elabora un metabolismo diferente al existente, si
no se construyen nuevas formas de ser y necesidades de otra índole a las que
éste ‘produce’. En nuestro caso, eso pasa por rechazar la ilusión en que el
trabajo como valor de cambio y la explotación puedan ser compatibles con la
emancipación humana. Conlleva poner las miras en asociarse como productores y
productoras libres, cooperando entre sí con medios de producción sociales o
comunes, que no estén en manos de unos muy pocos.
Ese es el
impulso que abrió el camino de la humanidad hacia el socialismo, por más que se
viera truncado una y otra vez hasta ahora. Pero se truncó ante todo porque ningún orden
social perece antes de haber desarrollado todas las fuerzas productivas que caben dentro
de él, como nos
dijera Marx. Hoy, sin embargo, hemos llegado a ese punto de extenuación
capitalista. En vez de desarrollar más fuerzas productivas, lo que está
haciendo ya este sistema y lo que hará crecientemente mientras dure será
esparramar más y más las fuerzas destructivas. Ya lo estamos viendo. Armas y
militarización mundial, guerras, obsolescencia programada de las mercancías,
aceleración de la sustitución tecnológica (sin poder utilizar toda la vida útil
de las máquinas), multiplicación de la velocidad de rotación del capital
(mercancías puestas a la mano y listas para tirar enseguida)…
-Me da que el capitalismo es
como un fantasma que te puede salir desde cualquier rincón y siempre
aprisionarte o vencerte…se reinventa constantemente y cada vez nos coge como
más débiles, quizás nació para, entre otras cosas, tener como esclavizada a la
sociedad…y es ahí donde empieza la aniquilación de la clase media…bueno, casi
no queda porque si la que está como adiestrada…
-La clase media fue el mejor invento
social del capitalismo. El que todo el mundo, hasta quien friega escaleras o
clava tornillos en una cadena de montaje, se creyese clase media. Pero las
clases medias reales son muy poca parte de la población, incluso en las
sociedades de capitalismo avanzado.
Si
consideramos que el empleo-salario es en nuestras sociedades la principal
fuente de distribución de la riqueza, podemos imaginarnos las repercusiones que
su carencia o la creciente reducción del salario conllevan para la desigualdad
social, traducida por una apabullante concentración de la riqueza en una exigua
élite social. Oxfam
publicaba el 20 de enero de 2014 un informe que desglosaba cómo había crecido
el porcentaje de participación en la renta del 1% más rico de la población en
24 de los 26 países que tienen registrados estos datos (The
World Top Incomes Database). A escala global señalaba que el 10% más rico del
planeta poseía el 86% de los recursos, mientras que el 1% acaparaba cada vez
más cerca de la mitad de la riqueza mundial. Apenas un año después por primera vez en la historia de la
humanidad, el 1% de la población acaparaba más del 50% de los activos
mundiales, según el Credit Suisse.
Y quieren hacernos creer que esto es compatible con la democracia. Es decir, que un sistema así es “democrático”.
Uno de los investigadores que más ha
incidido sobre este asunto, Branco Milanovic, además
de recalcar esa monstruosa progresión desigualitaria, tras seguir un minucioso
método de ponderación concluye indicando la extendida y a todas luces peligrosa
pérdida de importancia de las clases medias a escala mundial: en el año 1998,
bastante antes de la aparición del actual estallido de la Larga Crisis (que no
era a la sazón ni concebida por la economía ortodoxa), sólo el 6,7% de las
personas del mundo percibían ingresos que las situaban entre la clase media
mundial.
Con la aniquilación de la relación
salarial, que fue la que permitió a una buena parte de la clase trabajadora
sentirse “clase media”, lo que nos muestran sin lugar a dudas estos datos es
que todas las clases sociales que dependen del empleo, del salario o de
remuneraciones provenientes de la masa global de ingresos por el trabajo, están
siendo afectadas, y pauperizadas. Hecho que, a su vez, tiene profundas
consecuencias sobre el consumo y por tanto sobre las propias posibilidades del
beneficio capitalista.
-¿Hasta qué grado, entonces, y hasta cuándo
tamaña desigualdad se puede compatibilizar con las instituciones del
capitalismo industrial regulado? ¿Es viable una mínima cohesión social y
regulación democrática con esa desigualdad?
-Creo que ya he respondido a eso.
Sería vital para los seres humanos convertidos en individuos sin valor,
des-individualizarse y empezar a reaprender a compartir, a colaborar, a
participar en lo común, a organizarse colectivamente, a plantar cara a los
diferentes poderes organizadamente. Buscar estructuras políticas, sindicales,
vecinales, movimientistas, que vayan a la raíz de las cosas, que desafíen al
capital desde sus propias bases. Y si no se encuentran o
no convencen, crearlas. O eso, o esperar a que te aplasten en soledad, sin
defensa, apegado/a a los tuyos, que quedan tan indefensos como tú.
Sólo añadir que ya no sólo nos jugamos
la dignidad, nos estamos jugando la propia existencia (incluso como especie).
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