Cazarabet conversa con... Jorge Marco, autor de “Paraísos
en el infierno. Drogas y
Guerra Civil española” (Comares)
Comares se adentra desde este ensayo de
investigación de Jorge Marco en las drogas y la Guerra Civil Española.
Marco es un consagrado investigador y profesor
que se adentra, mucho, en el lado humano de la historia…
El libro se encuentra dentro de la colección
Comares Historia.
Este tema que tiene a ver con las drogas ya “lo tocó” en Salida de las
Tinieblas Memorias de un toxicómano en la República, la guerra y el franquismo.
Había un tiempo entre la guerra y en la guerra en que el alcohol, las
drogas iban de la mano de una
Lo que nos dice Comares de este libro:
Paraísos en el infierno estudia el rol del
alcohol, el tabaco, la morfina, la cocaína, el cannabis y las anfetaminas en la
guerra civil española. El libro analiza los discursos morales que se produjeron
en torno a estas seis sustancias psicoactivas, las políticas implementadas por
las autoridades civiles y militares republicanas e insurgentes, su consumo por
combatientes y civiles, y el papel que tuvieron en el esfuerzo bélico. A partir
de estos cuatro ejes, Paraísos en el infierno explora las experiencias
cotidianas de los soldados en el frente y los civiles en la retaguardia, los
efectos físicos, psicológicos y emocionales de la guerra, los rituales de
camaradería, o el impacto que la ausencia de estas sustancias tuvo en la moral
de ambos contendientes. Paraísos en el infierno presta también especial
atención al papel que jugaron estas sustancias en el desarrollo de
masculinidades respetables, chulescas y castizas, en la construcción de un
sentido de comunidad nacional y de nacionalismo cotidiano, y en la fabricación
de monstruos que legitimaban la violencia contra el enemigo.
Este libro, al detenerse en objetos de consumo tan cotidianos como el alcohol y
el tabaco, junto a sustancias tabú como la morfina, la cocaína, el cannabis y
las anfetaminas, aporta una mirada innovadora sobre la guerra de España. Una
guerra que vivió momentos de éxtasis y exaltación, de entusiasmo y certezas,
pero que como muestra Paraísos en el infierno, estuvo poblada de miedos,
aburrimiento e incertidumbres.
El autor, Jorge Marco; es profesor de Historia
y Política en el Departamento Politics, Languages and International Studies
en University of Bath (Reino Unido). Anteriormente
fue profesor en la Universidad Complutense de Madrid, donde fue miembro de la
Cátedra Memoria Histórica del siglo XX. Ha sido investigador y profesor
invitado en la London School of Economics,
Universidad de Nottingham, Universidad de Leeds y
Universidad de Exeter. Es co-editor de libros como El
último frente. La resistencia antifranquista en España (2008), No solo miedo.
Actitudes políticas y opinión popular bajo la dictadura franquista (2013) y Violência e sociedade em ditaduras ibero-americanas no século XX (2015), además de autor de monografías como Hijos
de una guerra. Los hermanos Quero y la resistencia
antifranquista (2010, edición actualizada en 2019), Guerrilleros y vecinos en
armas. Identidades y culturas de la resistencia antifranquista (2012, versión
en inglés en 2016) y coautor, junto a Gutmaro Gómez
Bravo, de La obra del miedo. Violencia y sociedad en la España franquista
(2011). Es también editor de Salida de las tinieblas. Memorias de un toxicómano
en la República, la guerra y el franquismo (2019). Su más reciente libro es
Paraísos en el infierno. Drogas y guerra civil española (2021).
En Comares, además tienes estos libros de los
que os acompañamos del título su sinopsis:
Salida de las
tinieblas: Salida de las
tinieblas no son unas memorias convencionales, como no lo fue tampoco su autor.
Adicto durante cuatro décadas a la morfina, las anfetaminas y el alcohol, Juan
Alonso recorre la historia contemporánea de España en paralelo a su tragedia
personal. El protagonista de este libro abre las puertas de su vida más íntima,
desde sus años de adolescencia atormentada por la marcha de su padre, a su
militancia política durante la Segunda República y la guerra civil. Luego llegó
el penoso tiempo de los campos de concentración, la cárcel y la depuración
franquista. Pero una vez superó el hostigamiento de la dictadura, tuvo que
enfrentarse a otras tinieblas en las que se había adentrado en los años
treinta, y de las que no consiguió salir hasta la Transición. Podría parecer
que se tratara de una metáfora de la historia de España, y en cierto modo así
lo fue. Sin embargo, su batalla principal en las tinieblas no fue contra el
fascismo y la violencia, sino contra su adicción a la morfina, las anfetaminas
y el alcohol.
Hijos de una
guerra: A la guerra
grande”, le explicó la mujer de un guerrillero a su nieto, “le siguió la guerra
chica”. Los hermanos Quero, muy a su pesar, fueron
hijos y protagonistas de ambas guerras. Soldados republicanos y guerrilleros
antifranquistas, plantaron cara a la dictadura de Franco hasta la muerte
enarbolando un antifascismo más moral que ideológico. Diez años después de la
primera edición, Hijos de una guerra vuelve a la calle con nuevos documentos y
testimonios que arrojan luz sobre su historia"
No solo miedo: Aceptación, consenso,
consentimiento, aquiescencia, indiferencia, pasividad, rechazo, reticencia,
resistencia, oposición… han sido términos empleados para definir las complejas
y heterogéneas actitudes adoptadas por los españoles durante el franquismo. El
libro que tiene el lector entre sus manos se acerca a esa difícil y cambiante
realidad desde perspectivas y fuentes muy diversas pero que, en su conjunto,
tratan de mostrar la constante relación entre Estado y sociedad durante la
dictadura franquista y de atender a los múltiples factores que, junto a la
represión y al miedo, pero más allá de éstos, posibilitaron su nacimiento,
desarrollo, permanencia y desaparición.
No solo miedo es la prueba palpable del creciente interés que las actitudes de
los ciudadanos que vivieron bajo regímenes de carácter no democrático —fueran
estos de la naturaleza que fueran— siguen suscitando entre numerosos estudiosos
de diversas naciones y también, evidentemente, entre los historiadores del
franquismo. Un interés en buena medida explicable por la convicción cada vez
más generalizada de que tales sistemas no pudieron haber surgido y, en algunos
casos, permanecido en pie durante largos periodos de tiempo, sin la participación
de una parte de las sociedades sobre las que se edificaron. De esta forma, en
las últimas décadas, han sido prácticamente desmontadas aquellas visiones que
nos hablaban de dictaduras impuestas únicamente por la fuerza, apoyadas en el
ejercicio continuado de la represión y en la manipulación ideológica y
propagandística impuesta desde el poder, en las que los ciudadanos aparecían
como sujetos pasivos, carentes de cualquier capacidad de reacción o diálogo con
las instituciones del Estado. En su lugar, han aparecido enfoques más
imaginativos y menos lineales que han contribuido a dibujar un panorama más
complejo —y menos estático— tanto de los instrumentos empleados por los
regímenes dictatoriales para alcanzar el grado necesario de aceptación social
que garantizase su permanencia, como de los variados, cambiantes y
contradictorios comportamientos y actitudes individuales y colectivos exhibidos
por la población que convivió con ellos.
Probablemente han sido los investigadores encargados del análisis de la Italia
fascista, la Alemania nazi y la Rusia soviética, quienes más tiempo y páginas
han dedicado a examinar las actitudes de la sociedad, su relación con el Estado
y los mecanismos utilizados para lograr un respaldo social que les permitiera
desarrollar sus proyectos ideológicos y políticos. En Italia, sobre los
pioneros y controvertidos trabajos elaborados por Renzo de Felice
desde finales de la década de los sesenta del siglo XX, se han ido vertiendo
numerosos estudios que han ido esclareciendo el papel que los italianos
corrientes jugaron en la construcción de la dictadura fascista, la efectividad
de determinadas políticas de consenso impulsadas por ésta y la importancia que
los aparatos policiales y represivos tuvieron en la atenuación de actitudes de
disenso y rechazo entre la ciudadanía.
Guerrilleros y
vecinos en armas:
De campesinos a soldados, de soldados a guerrilleros. Así comienza la historia
de este libro, recogiendo la experiencia de una generación de jóvenes que
aprendieron a defender sus derechos con orgullo y con las armas primero durante
la guerra civil y, más tarde, en la posguerra. Un viaje desde las entrañas de
la historia. El viaje de una generación de excombatientes republicanos que, al
terminar la guerra, cuando regresaron a sus casas, ya no eran las mismas
personas que años atrás la habían abandonado. Guerrilleros y vecinos en armas,
con unos enfoques eclécticos que van desde la historia social a la
antropología, pasando por la historia cultural o la sociología, trata de explicar
esta transformación social, cultural e identitaria.
Una transformación que permite vislumbrar, como señaló Jorge Semprún, la historia de esta marcha nocturna a través de
Europa.
Cazarabet
conversa con Jorge Marco:
-Marco, ¿qué es lo que te llevó a
escribir este libro, Paraísos en el infierno?; ¿viene un poco de, quizás,
tirando o estirando de tu anterior libro, Salida de las Tinieblas Memorias
de un toxicómano en la República, la guerra y el franquismo?; ¿qué te inspiró o
qué te encendió el interruptor para decidirte a escribir este libro sobre las
drogas en la Guerra Civil Española..?
-Entiendo que para la mayor parte de los
lectores los vocablos “drogas” y “guerra civil española” nunca hubieran estado
asociados, e incluso que apelaran a dos mundos simbólicos completamente
separados. Esto tiene que ver con cómo se ha construido el conocimiento de la
guerra y de las drogas en España, que en muchos casos han perdido sus contextos
y genealogías. Sin embargo, para mí ambos mundos estuvieron estrechamente unidos
desde mi adolescencia. Mi tía abuela y madrina, Asunción, había sido criada
durante toda su vida de Juan Alonso, un médico que en 1976 publicó Salida de
las tinieblas, unas memorias donde narraba su experiencia como morfinómano
como estudiante de medicina durante la Segunda República, como médico
republicano durante la guerra de España y como médico represaliado en Xirivella durante el franquismo.
En mi casa teníamos un ejemplar de ese libro
con una dedicatoria a mi madre. Lo leí con interés, pasión y curiosidad por
primera vez cuando era un adolescente, aunque en aquella primera lectura no
tenía las coordenadas ni los conocimientos para ser consciente de la
importancia y excepcionalidad de este testimonio. Sin embargo, desde entonces
las drogas y la guerra en España formaron parte de mi imaginario. Muchos años
después inicié mi carreta como investigador especializado en la guerra de
España y, al revisitar las memorias de Juan Alonso, me di cuenta de la enorme
potencialidad de estas memorias por dos motivos. Primero, porque se trataba de
un testimonio excepcional a nivel nacional e internacional. Segundo, porque
abría las puertas a una experiencia totalmente inexplorada en España: la
relación entre las drogas y la guerra.
En 2019 le propuse a mi amigo, historiador y
editor, Miguel Ángel del Arco Blanco, reeditar las memorias de Juan Alonso,
dado que había tenido una escasa tirada en 1976 y estaban descatalogadas. De
algún modo quería que los lectores compartieran conmigo esa otra mirada sobre
la guerra que era prácticamente desconocida, pero que para mí era sustancial
para entender las complejidades de la experiencia bélica. Además, este tema me
permitía explorar como investigador la experiencia de los combatientes y civiles
durante la guerra desde una perspectiva innovadora. Le presté mi copia a Miguel
Ángel y en apenas una semana me respondió que Comares estaba interesado en
reeditar sus memorias. Para elaborar un estudio introductorio al testimonio de
Juan Alonso inicié una investigación. Fue entonces cuando, más allá de mi
primera intuición, constaté que un estudio sobre la relación de las drogas con
la guerra de España tenía una enorme potencialidad. Se lo comenté a Miguel
Ángel y le dije que, más allá de este estudio introductorio, quería también
escribir una monografía donde se abordara el papel del alcohol, el tabaco, la
morfina, la cocaína, el cannabis y las anfetaminas en la guerra de España. De
nuevo, Miguel Ángel acogió con entusiasmo la propuesta, por lo que me lancé
definitivamente a la investigación.
-Marco, te centras en las drogas en
las trincheras en la Guerra Civil Española; ¿por qué las drogas en las
trincheras?
-Paraísos en el infierno estudia el uso de diversas sustancias
psicoactivas en múltiples espacios, tanto en el frente como en la retaguardia.
Pero es verdad que dedico una especial atención a las trincheras. Esto se debe
a que las trincheras es quizás el espacio bélico donde los hombres -y digo hombres
porque, salvo en los primeros meses que hubo algunas mujeres milicianas en el
frente republicano, el resto de la guerra estuvo poblada fundamentalmente por
hombres- se enfrentaron a la experiencia vital más extrema y dramática de la
guerra y, en la mayoría de los casos, de sus propias vidas. En las trincheras
la vida propia y ajena adquiría un sentido diferente al que tenían los
combatientes y los civiles lejos del frente. En las trincheras se mezclaban de
forma paradójica y contradictoria la fragilidad y la fortaleza, el miedo y la
valentía, el odio, la apatía y la camaradería. En las trincheras el cuerpo y la
mente se disociaban al mismo tiempo que se amalgamaban en un complejo sistema
que conectaba emociones y sistemas nerviosos. Por ese motivo los soldados
republicanos e insurgentes recurrieron a diversas sustancias psicoactivas en el
campo de batalla; para regular sensaciones físicas y psicológicas que se veían
alteradas antes, durante y después del combate.
-Si estuvieron presentes en las
trincheras debió ser porque ya estaban, de sobra, en la calle antes, ¿no?
-Depende de las sustancias. En el caso del
alcohol y el tabaco, sin lugar a duda. Ambos productos eran cruciales en la
identidad y la sociabilidad masculina de la época, por lo que su uso cotidiano
en las trincheras resultaba fundamental para mantener la moral de los
combatientes. De algún modo, lo que se produjo durante la guerra fue una
transferencia y adaptación de los hábitos de consumo civiles a la vida militar.
La morfina tenía un extenso uso médico en
España desde el siglo XIX, lo que había generado cierto número de personas con
conductas adictivas antes de la guerra. Sin embargo, no fue este perfil -a
pesar de casos excepcionales como el de Juan Alonso- el que predominó durante
la guerra. Más bien fue lo contrario, la guerra fue la que provocó que un
número importante de combatientes sin experiencia previa con la morfina
tuvieran su primer contacto o un contacto más estrecho con ella. La morfina se
utilizaba en las enfermerías de campaña y en los hospitales para paliar el
dolor de los soldados heridos en combate y durante su rehabilitación. Eso
provocó que muchos de ellos acabaran con una dependencia a la morfina.
La situación de la cocaína fue diferente. La
cocaína llegó a España durante la Primera Guerra Mundial y se convirtió en un
hábito distintivo en los ámbitos de la bohemia, pero en ningún caso se trató de
un consumo masivo antes de la guerra. Bien es cierto que esta dependencia llevó
a algunos combatientes republicanos e insurgentes a buscar desesperadamente
esta sustancia en las trincheras, pero su número debió ser reducido. Por otro
lado, en los botiquines de la enfermería de compaña solía haber cocaína, pero
solo se administraba como analgésico durante operaciones, por lo que el nivel
de exposición que tuvieron los combatientes a esta sustancia fue muy bajo. Esta
explica porque la dependencia a la cocaína fue mucho menor que a la morfina
entre los soldados.
Finalmente, en el caso del cannabis, su
consumo era común entre los soldados marroquíes. Por ese motivo el ejército
insurgente suministró cannabis a los combatientes regulares desde el comienzo
de la guerra. Hubo una transferencia del consumo de los soldados marroquíes a
los combatientes españoles en el ejército franquista, particularmente entre los
legionarios. De hecho, fueron los legionarios -junto a las generaciones de
soldados que hicieron el servicio militar en Marruecos-, los que expandieron el
consumo de cannabis en España en las décadas posteriores.
-Investigar sobre todas las drogas que
interaccionaron en las trincheras, cómo ha sido…
-Fascinante. Estudiar los usos del alcohol, el
tabaco, la morfina, la cocaína y el cannabis por combatientes en la guerra de
España me ha permitido explorar aspectos hasta el momento poco estudiados en
España. Frente a las tradiciones relatos heroicos de los combatientes, frente a
las visiones ideológicas de la guerra, frente a la historia política del
conflicto armado, el uso cotidiano de estas sustancias por los soldados
republicanos e insurgente me ha permitido analizar la guerra desde un lugar
poco frecuentado por la historiografía.
De repente, los soldados corrientes en el
frente y en la retaguardia, sus experiencias corporales y emocionales, sus
deseos y necesidades, sus dolores y alegrías, aparecían en primer plano. De
este modo, la guerra perdía en gran medida su épica, o al menos la épica se
situaba en un plano de la realidad que no eclipsaba una multiplicidad de
experiencias cotidianas de los soldados. La guerra eran victorias y derrotas,
era alegría y entusiasmo, pero también dolor, miedo, desasosiego y tristeza.
Los soldados recurrieron a las sustancias
psicoactivas para combatir los dolores físicos, morales y emocionales que les
causaba la guerra. Así, he podido explorar en profundidad la tristeza de los
soldados por encontrarse lejos de su familia o de su novia, el dolor por la
pérdida de un camarada, el aburrimiento en los frentes en calma, el sufrimiento
causado por una bala o una esquirla que atravesaba el estómago y los
intestinos, la desesperación por el frío que entumecía los huesos y los pies
hasta generar cangrenas, o la epidemia de diarreas
que sufrían los soldados antes de entrar en combate.
Estos son algunos ejemplos de las experiencias
dramáticas que se exploran en el libro gracias al estudio de las drogas durante
la guerra. De algún modo, se expone un mundo prácticamente desconocido
explorando la vida cotidiana a través de los sentidos y las emociones. La
guerra en el frente olía sobre todo a excrementos y a orines, a vino rancio y a
tabaco, pero esos aromas putrefactos de la guerra se fueron perdiendo en los
relatos heroicos e historiográficos, por lo que apenas han llegado a los
olfatos de los lectores contemporáneos. En definitiva, la representación de la
guerra que se proyecta en Paraísos en el infierno está muy lejos de la
épica, sino que trata de mostrar de forma caleidoscópica la multiplicidad de
experiencias cotidianas de los civiles y los soldados corrientes durante el
conflicto armado español.
-¿Qué drogas eran la predominaban?,
¿las llamémoslas legales, el alcohol y el tabaco?
-Sin lugar a duda, el tabaco y el alcohol.
Ambas sustancias formaban parte de la sociabilidad masculina antes de la
guerra, y se convirtieron en un elemento clave de la identidad combatiente
durante el conflicto armado. El alcohol generó grandes controversias en la zona
republicana, dado que el Estado Mayor fomentó un uso moderado del mismo, pero
los combatientes reclamaban alcohol para regar cada una de las actividades
cotidianas en el frente antes, durante y después del combate. En torno al
tabaco, el problema principal radicó en que, a partir de febrero de 1937,
empezó a escasear en la zona republicana, lo que generó un enorme malestar en
las tropas y en los civiles, influyendo de forma muy significativa en la moral
republicana.
-Las otras drogas: cannabis, morfina, cocaína…
¿cómo fueron llegando a las trincheras y al consumo más o menos cotidiano?
-De las sustancias que mencionas, la única que
tuvo un consumo cotidiano fue el cannabis entre los soldados regulares
marroquíes. Era una costumbre común entre ellos fumar una mezcla de tabaco con
hojas secas de cannabis denominado kif, por lo
que el Estado Mayor insurgente se encargó de suministrar regularmente a los
combatientes marroquíes con esta sustancia a través de la intendencia militar.
Además de esta vía de abastecimiento, los soldados regulares también podían
comprar kif legalmente a los vendedores
ambulantes que lo ofrecían en el frente, o en los cafés y prostíbulos regentados
por marroquíes en la retaguardia.
Muy diferente fue la situación de la morfina y
la cocaína, cuyo consumo nunca llegó a ser cotidiano entre los soldados, aunque
la primera si tuvo un apreciable incremento durante la guerra. El número de
soldados que tenían una conducta adictiva hacia la morfina y la cocaína antes
de comenzar la guerra era reducido. Sin embargo, ambas sustancias tenían un uso
médico aceptado socialmente para intervenir a los soldados que habían sido
heridos en combate. La morfina se utilizaba para paliar el dolor, mientras que
la cocaína se usaba como analgésico. Esta fue la forma más común por la cual
los combatientes republicanos e insurgentes entraron en contacto con ambas
sustancias. Aquellos que desarrollaron un gusto u adicción a la morfina o la
cocaína solo tuvieron entonces dos vías para continuar consumiéndolas tras su
periodo de convalecencia: o robarlas de las enfermerías de campaña o comprarlas
en el mercado negro. La morfina, gracias a que existía un stock abundante en
ambas zonas, tenía un precio bajo, lo que facilitó su difusión. Sin embargo, la
escasez de la cocaína en ambos territorios provocó que los precios fueran muy
elevados y, como consecuencias, su consumo no llegó a extenderse entre los
soldados.
-Éstas, seguramente, para muchos soldados eran
muy desconocidas ---quizás algunos no las habían oído nunca--…¿cómo
influye el hecho de que no conociesen ni un efecto de ellas?
La morfina y la cocaína no era
desconocidos para la población española antes de la guerra, ya fuera porque
hubiera sido consumido previamente o, sobre todo, porque hubieran tenido
noticias de ellas. De hecho, la morfina era un medicamento recetado asiduamente
por los médicos para paliar cualquier tipo de dolor a comienzos del siglo XX.
En los años 20 hubo algunas campañas lideradas por médicos y políticos en
España para advertir de la alta capacidad adictiva de la morfina y la cocaína.
La prensa generalista y militante -particularmente la anarquista y socialista-
se hizo eco también en los años 20 y 30 de los “peligros” que presentaba el
consumo de morfina y cocaína. De hecho, en amplios sectores de la sociedad se
empezó a considerar que el consumo de morfina y cocaína eran propios de
prostitutas y homosexuales, generándose un proceso de estigmatización social.
Con esto quiero decir que a la altura de 1936 la mayor parte de la sociedad
española conocía la morfina y la cocaína, ya fuera por experiencias médicas o
lúdicas previas o, sobre todo, por los discursos sobre ellas desplegados por
políticos, médicos y medios de comunicación. Ahora bien, la guerra lo que hizo
fue intensificar ese contacto con estas sustancias, particularmente con la
morfina.
-¿Quién llevaba las drogas
al frente?, --me refiero a las consideradas como “más duras”—
-La mayor parte de la morfina y de la cocaína
en el frente llegaba por los canales oficiales de la intendencia militar para
suministrar a las enfermerías y hospitales de campaña, aunque también existía
un mercado negro que lograba alcanzar el frente desde la retaguardia. En cualquier
caso, la mayor parte de morfina y cocaína que pasó al mercado negro era
desviada originalmente de los laboratorios y la intendencia militar. Es cierto
que también hubo un tráfico ilegal de ambas sustancias que cruzaron
clandestinamente la frontera de los Pirineos, pero según los datos que se
conocen hasta el momento, el volumen de estas entradas debió ser reducido.
-¿Y las conocidas “como legales”…?
-El alcohol y el tabaco llegaban al frente
también por medio de la intendencia militar. Hay que tener en cuenta que ambos
productos formaban parte de las raciones diarias que se entregaban a los
soldados, junto al café y la comida. Además de las raciones estipuladas que se
entregaban diariamente a los soldados, los Estados Mayores republicano e insurgente
procuraban también ofrecer cantidades extras de ambos productos, aunque esto
dependía de su disponibilidad.
Del mismo modo, los soldados podían comprar
alcohol y tabaco en las cantinas de campaña que acompañaban a cada unidad, o
proveerse de ellos cuando gozaban de un permiso en la retaguardia. La sociedad
civil también se organizó en la retaguardia republicana e insurgente para
enviar alcohol y tabaco en cantidades ingentes a los soldados. Empresas,
partidos políticos, sindicatos, repatriados, organizaciones extranjeras y
familiares organizaron colectas y mandaron regularmente remesas de alcohol al
frente para que, aquellos que sacrificaban su vida por sus respectivas causas,
dispusieran al menos de estos productos que eran tan ansiados por los soldados.
Por último, los combatientes pudieron gozar de
una mayor cantidad de alcohol y tabaco en momentos esporádicos gracias a los
saqueos que practicaban cuando ocupaban un nuevo territorio. De hecho, son
bastante comunes las noticias en la prensa de ambas retaguardias donde se
recogían las celebraciones de los soldados republicanos e insurgentes mientras
disfrutaban del tabaco y el alcohol requisado al enemigo.
-En las drogas como el tabaco y el
alcohol…aquello de: “repartir una ración doble si todo va bien…”,
¿funcionaba así?, ¿se utilizaba así, como a modo de incentivo?
-Sí. Los jefes de las unidades militares del
ejército republicano e insurgente utilizaron el alcohol y el tabaco como
incentivos en la medida de su disponibilidad de ambos productos. Por ejemplo,
en ocasiones se entregaban raciones extras a aquellos que habían demostrado
mayor braveza en el combate, mientras que aquellos que se habían quedado
rezagados obtenían menos cantidad o, incluso, podían perder sus raciones.
También se repartía el tabaco en función de las posiciones que se adoptaban en
el frente. Los soldados que tomaban las posiciones de vanguardia podían recibir
mayor cantidad, dado que asumían más riesgos, mientras que los que esperaban en
posiciones retrasadas se tenían que conformar con los restos. Estas medidas
dependían en gran medida de la decisión de los oficiales y del abastecimiento
que cada unidad tuviera en cada momento, pero fueron habituales.
-Las otras, las llamadas como más duras, ¿se
utilizaban como una manera de tener más tensionados, más “despiertos”, “más en
alerta”, “más para aguantar” las largas horas de combate?
-La propaganda republicana e insurgente
acusaron a los Estados Mayores enemigos de suministrar cocaína, morfina, éter, opio
y otras sustancias similares a los soldados para revertir su falta de valentía
y de convicciones políticas. La prensa republicana e insurgente recurría
constantemente a la idea de que sus enemigos solo podían combatir gracias a al
valor que adquirían inyectándose, ingiriendo o esnifando este tipo de
sustancias “maléficas”. Ahora bien, hay que tener en cuenta que esta era una
estrategia utilizada por ambas propagandas para denigrar al enemigo.
En la realidad, el uso de estas sustancias por
los combatientes republicanos e insurgentes para combatir el miedo, mantener un
mayor estado de alerta o aguantar largas fases de combate ocurrió, pero tan
solo de manera excepcional. Bien es cierto que, desde la guerra colonial en
Marruecos, algunos oficiales y soldados utilizaron la morfina y la cocaína para
potenciar sus habilidades en el campo de batalla. Durante la guerra civil
española ocurrió lo mismo, pero se trató de casos aislados e individuales. En
ningún caso los Estados Mayores republicano e insurgente distribuyeron cocaína
u otras sustancias a los soldados con este propósito -como si
ocurrió en los ejércitos británico, norteamericano,
alemán, francés, australiano y japonés durante la Primero y la Segunda Guerra
Mundial. Por lo tanto, en el caso español nos encontramos con el fenómeno de la
autoadministración, pero sin que esta práctica estuviera extendida en las
tropas del ejército republicano e insurgente.
-Amigo, ¿utilizaban unos y otros drogas
diferentes… me explico los sublevados preferían unas drogas ante otras y
viceversa?
-Las políticas de suministros de los Estados
Mayores republicano e insurgente, al igual que los hábitos de consumo de los
soldados, fueron prácticamente similares en relación con el alcohol, el tabaco,
la morfina y la cocaína. Bien es cierto que el ejército republicano hizo un
mayor esfuerzo por disciplinar a sus soldados en un uso moderado del alcohol,
pero finalmente tuvieron que claudicar ante la exigencia continua por parte de
la tropa. La única diferencia entre ambos ejércitos se produjo en torno al
cannabis, dado que el Estado Mayor insurgente lo distribuyó entre los soldados
regulares marroquíes, mientras que el ejército republicano nunca suministró
esta sustancia.
-¿Qué consecuencias tenían o tuvieron
el abuso de estas sustancias?
-Muy graves. La guerra estimuló el incremento
de las conductas adictivas al alcohol, al tabaco y a la morfina. Por ejemplo,
se calcula que la guerra provocó la existencia de al menos medio millón de
nuevos alcohólicos en España. En relación con el tabaco, he calculado que antes
de la guerra aproximadamente un 75% de la población masculina mayor de 13 años
en España era fumadora habitual u ocasional, pero la guerra aumentó
significativamente estos porcentajes en ambas zonas. La morfina es un caso
distinto. Dado que se trataba de un producto tabú en la sociedad de la época,
carecemos de informes o encuestas que permitan realizar una evaluación exacta
del impacto que tuvo la guerra en su consumo. Sin embargo, basándome en las fuentes
disponibles, puedo afirmar que la guerra provocó un apreciable incremento de
conductas adictivas a la morfina. Ahora bien, tampoco hay que caer en
especulaciones sensacionalistas. Por eso es importante recalcar que la mayor
parte de los 3 millones de soldados que combatieron en España entre 1936 y 1939
no desarrollaron una dependencia a la morfina.
-Además, a esto hay que sumar el estrés post
traumático de algunas acciones en tiempo de guerra, ¿cómo lo ves?; ¿qué
interacción se produjo?
-Así fue. La combinación de experiencias
límite y traumáticas en el frente -aunque también en la retaguardia- y el abuso
en el consumo de alcohol, morfina y cocaína, generó cuadros psicológicos de
enorme gravedad. Miles de combatientes republicanos e insurgentes sufrieron
trastorno por estrés postraumático (TEPT), el cual se vio agravado en muchos
casos por conductas adictivas al alcohol y la morfina. Además, téngase en
cuenta que, debido a la falta de materias primas y al incremento de la demanda,
la calidad de las bebidas alcohólicas producidas en ambas retaguardias llegó a
ser atroz durante la guerra. Como consecuencia, el alcohol que en muchos casos
se distribuido a los soldados no era adecuado para el consumo humano, lo que
provocó colapsos y trastornos psicológicos entre los combatientes.
España vivió una situación de emergencia en
términos de salud mental durante la guerra. Los Servicios de Psiquiatría
Militar e Higiene Mental del ejército republicano desarrollaron unos programas
innovadores de rehabilitación para soldados con conductas adictivas al alcohol
entre febrero de 1938 y abril de 1939, pero se clausuraron tras la derrota
republicana. En contraste, el ejército insurgente y la dictadura de Franco no
afrontaron la crisis sanitaria que estaba padeciendo el país. Al contrario,
negaron la existencia del problema o lo achacaron a la “degeneración de los
rojos”, lo que agravó aún más la situación.
Como consecuencia, me atrevo a afirmar que el
trastorno por estrés postraumático y las conductas adictivas al alcohol y la
morfina fueron unos factores que influyeron en las altas tasas de muertes y
suicidios en los campos de concentración y prisiones franquistas, donde los
prisioneros eran tratados como seres infrahumanos. En este sentido, las
extremas condiciones de confinamiento impuestas por las autoridades franquistas
agravaron el vulnerable estado de los combatientes republicanos.
Los soldados del ejército insurgente no
tuvieron que enfrentarse a estas terribles condiciones de reclusión. Sin
embargo, la dictadura de Franco, al negar la crisis sanitaria, abandonó a sus
propios soldados, quienes en muchos casos tuvieron que lidiar por su propia
cuenta con los problemas de salud mental y conductas adictivas que padecían. El
Estado no ofreció ningún tipo de soporte psicológico ni implementó ningún
programa de rehabilitación. Esto provocó que los combatientes y civiles con
problemas de salud mental y conductas adictivas al alcohol y la morfina en
muchos casos acabaran siendo ingresados en manicomios en los años cuarenta, donde
fueron sometidos tratamientos forzados farmacológicos e incluso electroshocks,
perdiendo en no pocos casos totalmente la cordura.
-Un cigarro o una copa en medio
de un receso en una ofensiva…entre los pocos silencios de un griterío
ensordecedor, “no es nada” si se sabe lo que se toma, pero el hacerlo por
costumbre, como “panacea”… Nos haría entrar en un círculo vicioso que nos
podría conducir a un precipicio… ¿llegó a pasar esto?
-Totalmente. Los combatientes recurrieron al
alcohol para sobrevivir a las experiencias límite a las que se tenían enfrentar
cotidianamente en el campo de batalla. Los Estados Mayores insurgente y
republicano, conscientes de la importancia de suministrar alcohol a los
soldados para mantener su moral, regaron el frente de bebidas fermentadas y
destiladas. Bien es cierto que la cultura entre la población masculina española
antes de la guerra tenía completamente naturalizado el consumo de alcohol a lo
largo del día, pero la guerra incrementó aún más esta tendencia. Los soldados
no se conformaban con las raciones de vino asignadas en la comida y en la cena,
sino que reclamaban desayunar con aguardiente, con anís o con una copa de coñac
junto al café o el chocolate que les servían en la cocina. Durante el resto del
día, cualquier actividad en el frente podía ir acompañada de un trago de
cerveza, de vino, o de cualquier otro tipo de licor. Así ocurría durante los
periodos de inactividad, pero su consumo adquiría todavía mayor abundancia
cuando se entraba en combate. Este fue el motivo principal del incremento de la
conducta adictiva al alcohol entre los combatientes durante la guerra.
-El título Paraísos en el infierno está muy,
muy bien… pero me cuesta ver algo mínimamente parecido o emparejado con el
sustantivo de Paraíso en la guerra, que es, sí, todo un infierno… ¿cómo lo ves?
-Elegí este título por varios motivos. En
primer lugar, porque desde el siglo XIX varios intelectuales europeos habían
jugado con la imagen de los “paraísos artificiales” para referirse a las
sensaciones que experimentaban al consumir sustancias como el cannabis, el opio
o la morfina. Esta imagen de los “paraísos artificiales” fue tan poderosa que,
cuando surgieron las primeras campañas contra el consumo de estas sustancias a
finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, recurrieron a diferentes juegos
de palabras para referirse a los “infiernos” que provocaban estos supuestos
“paraísos artificiales”. Pero también elegí este título porque mostraba con
claridad como muchos soldados y civiles recurrieron al alcohol, al tabaco, a la
morfina, a la cocaína y al cannabis para crear un pequeño paraíso que les
permitiera evadirse del infierno de la guerra, aunque fuera tan solo de forma
efímera y precaria.
-La investigación, la recopilación de
documentación, el contrastar todo ello…el aproximarse a testimonios más o menos
directos sobre vuestro trabajo…es un trabajo que requiere
de trabajo, minuciosidad, pero también deja mucha gratificación… ¿qué
nos puedes decir?
-Yo disfruto tanto del proceso de
investigación como el posterior, cuando es necesario articular las ideas y,
finalmente, transferirlas a un cuerpo narrativo. Investigar supone enfrentarse
a insatisfacciones y dilemas, y para ello los historiadores contamos con una
caja de herramientas donde contamos con metodología, marcos teóricos, y fuentes
primarias. El proceso de investigación te obliga a reflexionar de forma
continua, a buscar y contrastar las fuentes, a replantearte constantemente las
preguntas de tu investigación y los argumentos. También implica momentos dolorosos,
de incertidumbre, de estancamiento. Todo este proceso, donde se combinan
elementos racionales y emocionales, me producen una
enorme gratificación, una sensación de vitalidad.
-¿Trabajas sobre un guión de cuestiones y/o
preguntas sobre las que ir encontrando respuestas? ¿Y qué metodología de
trabajo sueles seguir o mejor dicho has seguido para con este
libro?
-Siempre empiezo con un conjunto de preguntas
que me ayuden a afrontar las investigaciones. Yo entiendo la investigación
histórica como una forma de enfrentarme a insatisfacciones frente a los relatos
del pasado. Primero identifico un problema, y a partir de ahí construyo las
primer dudas y preguntas. En el caso de Paraísos en el infierno, después
de leer una abundante bibliografía internacional sobre drogas y conflictos
armados, formulé seis primeras preguntas que me ayudaron a orientar mi
proyecto. Sin embargo, según empecé a trabajar con fuentes primarias, me di
cuenta de que estas preguntas eran insuficientes, por lo que formulé otras seis
nuevas preguntas a las que quería responder.
En la introducción de Paraísos en el
infierno expongo cómo fue el proceso y las diferentes fases por las que
pasó la investigación, presentando los dos bloques de preguntas que formulé en
cada etapa. Creo que es importante que los historiadores mostremos nuestro
propio proceso de investigación, la metodología que aplicamos a lo largo de
nuestros proyectos. Enseñar la “cocina” de una investigación es un ejercicio de
honestidad y transparencia que, desde mi punto de vista, ayuda a los lectores a
comprender con mayor profundidad como se construyen los relatos del pasado.
-Bueno ya estás acostumbrado a
trabajar y repetir con Comares, así que es seguro que te sientes cómodo con él…
pero, amigo, explícanos, ¿cómo es trabajar y mantenerse con una editorial con
Comares tanto tiempo?... --en estos tiempos esta fidelidad a dos bandas no es
nada habitual pero es algo que hasta al lector/a creo que agrada, de veras…--
-Mi relación con Comares se remonta al año
2007, cuando yo apenas era un doctorando de primer año. Yo llevaba ya tres años
trabajando por mi cuenta en un proyecto sobre los hermanos Quero
y un amigo mío se lo contó a un editor de Comares, quién se puso en contacto
conmigo y después de un par de reuniones, me propuso publicar un libro con
ellos. Esta confianza en mi proyecto,
sin que yo apenas hubiera publicado nada previamente, fue un gesto que nunca
olvidaré. Pocos meses después conocí a Miguel Ángel del Arco Blanco, quien
además de director de -al menos en mi opinión, la mejor colección de historia
contemporánea en España hoy en día-, es una figura única en el mundo de la
edición española actual, dado que es al mismo tiempo un magnífico editor e
historiador. Además, pronto la relación profesional con Miguel Ángel se tornó
en amistad.
Desde entonces, la mayor parte de mis
proyectos los he publicado con Comares. Por un lado, por su generosidad y su
amistad. Al mismo tiempo, conozco el mundo editorial español desde fuera y
desde dentro porque, además de ser autor, también realicé un máster en edición.
Del algún modo, esta perspectiva me hace también apreciar especialmente el
trabajo de Miguel Ángel del Arco al frente de la colección de historia en
Comares. Su capacidad crítica como historiador, su honestidad a la hora de
enfrentarse a los proyectos que le presento, y su profesionalidad como editor,
son virtudes difíciles de encontrar en otro editor de historia en España hoy en
día.
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Cazarabet
c/ Santa Lucía, 53
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