La
Librería de El Sueño Igualitario
Una
extraordinaria historia de aragoneses que marcharon al exilio de URSS a la División
Azul…desde la magnífica narración de Luis Antonio Palacio Pilacés.
Dos tomos
descansan sobre el lado izquierdo de mi escritorio, se trata de los dos tomos
que engullen las historias de los aragoneses en la URSS y en
la División Azul…y estas historias, nos las cuenta y descubre, para todos
nosotros, Luis Antonio Palacio Pilacés desde su exquisita pluma. Una pluma nada
barroca, pero muy sosegada, esforzada y que trabaja minuciosamente los temas
que, sobretodo, tienen a ver con la investigación histórica….Tiene, Palacio
Pilacés una sensibilidad especial para
acercarse a aquella época solitaria y empolvada a la que hay “cierto miedo” a
acercarse porque siempre se descubren o se recuerdan verdades que duelen, pero
que debemos afrontar para poder mirar nuestro pasado con dignidad y seguir
adelante con esa “enseñanza”…Esto es lo que trata de hacernos llegar, siempre,
Palacio Pilacés y lo consigue….si no lo conocen o no se han acercado, nunca , a
alguna de sus publicaciones, no lo duden ni un instante, háganlo…
Respecto
a esta obra: pues si quieren saber más y mejor de los aragoneses que marcharon
al exilio, que se fueron a URSS o que formaron parte de la División Azul…si
quieren saber más de todos ellos, éste es su libro, como les decíamos, bien
escrito, sin grandes pretensiones, pero muy bien escrito y expuesto…podríamos
entrar en redundancias y empezar a decir que el libro es imprescindible,
preciso y esto y aquello….no lo haremos: lo aconsejaremos desde la sinceridad
que nos trae el conocimiento de los
editores, del escritor y de un tema que nos fascina, la historia..El resto, deben
ponerlo ustedes de su cosecha porque leer este libro es casi toda una proeza
que les enriquecerá (son los tomos con un total de 1028 páginas) que les
llenará el alma , pero que también os entretendrá porque cada historia, muy a
su manera, es una aventura…y una manera de concebirla y acogerla.
Lo que
nos dice la editorial sobre el libro…
Transcurridos
más de setenta años
desde el final de nuestra contienda civil, mucho se ha escrito sobre los
innumerables compatriotas que hubieron de buscar refugio en una sombría Europa que se deslizaba inexorablemente hacia
el desastre. Bien conocida es la tragedia sufrida por quienes tuvieron la mala
fortuna de ser enviados a los campos nazis, o la epopeya protagonizada en las montañas francesas por quienes optaron por
enfrentarse con las armas en la mano a las fuerzas de ocupación
germanas. Mucho menos conocidos, por el contrario, son los rocambolescos
avatares vividos por los ciudadanos españoles
que por esos mismos días se verían
involucrados en el devenir de los acontecimientos en los lejanos territorios de
la hoy ya desaparecida Unión Soviética. Los alumnos pilotos sorprendidos en Kirovabad por el término de
la guerra española, los niños
evacuados a Ucrania o la Rusia europea y los exiliados afines al Partido
Comunista que se refugiarían en aquel país sufrirían en
carne propia la terrible embestida de la Operación
Barbarroja y buen número de ellos se sumarían a la titánica lucha entablada en el Frente del Este.
Tampoco se conoce en profundidad la peripecia vital de los hombres que de forma
voluntaria o forzados por las circunstancias formarían
en las filas de la División Azul para
enfrentarse bajo las banderas del Eje a las fuerzas del Ejército
Rojo. Etiquetados como héroes propios por el régimen de Franco o estigmatizados sin más como faná- ticos partidarios del fascismo
por sus opositores, por lo general sólo serían hombres que intentaban salir adelante en un
mundo sometido al albur de fuerzas ciclópeas.
Lo mismo podría decirse de quienes optaron
libremente por desplazarse hasta un Tercer Reich
abrumado por la guerra para trabajar en las grandes factorías
que sostenían el esfuerzo bélico
alemán. Si en su anterior trabajo La nación del olvido el autor recuperaba la desconocida
historia de los aragoneses que se exiliaron en el norte de África,
en esta obra sigue el rastro a unos hombres y mujeres que desde las torturadas
trincheras del cerco de Leningrado a las salvajes cumbres de las cordi- lleras del Cáucaso,
desde las remotas estepas de Uzbekistán a las calles arruinadas de un Berlín hundido en los estertores de la derrota, configurarían con sus innumerables experiencias
individuales una formidable aventura colectiva, tan emotiva y estremecedora
como desconocida para el público español.
El
autor, Luis Antonio Palacio Pilacés.
Este
escritor, investigador y divulgador, es licenciado en Historia Contemporánea y
en Trabajo Social por la Universidad de Zaragoza. En los últimos tiempos ha
estado trabajando en la recuperación de la memoria histórica, sobretodo de las
comarcas aragonesas de la Violada y el Bajo Gállego. Es coautor de los
volúmenes Entre raíces—2003-, De hombres y sueños—2006--, Rueda, rueda
palomera—2008--. Con el programa Amarga Memoria publicó el libro La nación del
olvido—2011—sobre cómo vivieron los aragoneses exiliados su “estancia” en el
norte de África cuando terminó la Guerra Civil…también ha elaborado un mapa,
después de un extenso recorrido que le llevó por más de un millas de
localidades, de las Fosas de la Comunidad Aragonesa. Extraordinario
investigador, se puso “la capa de sabueso” para escribir Carbón rojo. Crónica
del crimen de los carboneros—2011--, en torno a un trágico suceso ocurrido en
Cetina en 1905 y Caballos de hielo. El doble crimen del Alforjero—2012--, donde
se narra la increíble historia de Román Lacambra,
ejecutado en Huesca en 1949 y última persona a la que se le aplicaría la pena
capital en la provincia altoaragonesa. En los últimos años ha colaborado
asimismo con diversas publicaciones y reportajes audiovisuales…Suponemos, y
creo que suponemos más que bien, que ya trabaja en la elaboración de nuevos
proyectos.
De
interés: http://www.aragondigital.es/noticia.asp?notid=80724&secid=12
http://www.republicahuesca.org/DeHombres/DeHombresysuenyos.html
Os
aproximamos a "Carbón Rojo. Crónica del crimen de los carboneros":
El 19 de enero de 1905, los restos de los cinco miembros de una familia de
carboneros formada por los padres y tres niños pequeños aparecieron entre los
escombros de la choza que habitaban en un apartado paraje del monte Chaparral,
a unos kilómetros de la localidad zaragozana de Cetina. Todos ellos habían sido
asesinados a cuchilladas, tras lo cual los autores del crimen habían prendido
fuego a su humildísima morada. El suceso conmocionó a toda la comarca y su
recuerdo ha llegado hasta nuestros días bajo el sobrenombre del "crimen de
los carboneros". Contemplados desde la perspectiva que nos ofrece el paso
del tiempo, la historia de los orígenes del drama, la investigación emprendida
por las autoridades para dar con los culpables y el posterior juicio de éstos
constituyen un verdadero documento histórico que nos proporciona un fiel
retrato de una sociedad primitiva y violenta que, nos guste o no, forma parte
de nuestro pasado y de nuestras raíces antropológicas más profundas.
Cazarabet conversa con Luis
Antonio Palacio Pilacés.
-Luis Antonio,
¿cómo fue el pensar en un trabajo de esta magnitud…qué te llevó a investigar
sobre los aragoneses en URSS y los
enrolados en la División Azul?
-Bueno, en realidad en un primer momento yo no pensé
en un trabajo de estas dimensiones, ni mucho menos. Mi idea inicial se limitaba
al relato de las peripecias atravesadas por los once miembros de la familia Salueña, niños y mayores, que al término de la Guerra Civil
se establecieron en la Unión Soviética. Esa primera idea se fue convirtiendo
casi sin darme cuenta en un proyecto mucho más amplio sobre el conjunto de los
aragoneses que se habían exiliado en la URSS, vinculado en cierto modo con mi
anterior estudio sobre el exilio de nuestra gente en África del Norte. Luego,
de forma natural fui ampliando mis objetivos para pasar a relatar la gran
odisea vivida en tierras rusas por los casi dos mil aragoneses que aceptaron
enrolarse de mejor o peor grado en la División Española de Voluntarios -la
“División Azul”- para combatir en Rusia al lado de la Wehrmacht.
Durante el trabajo de campo que desarrollé en busca de los últimos
supervivientes de esos colectivos me tropecé accidentalmente con algunos de los
tres centenares de obreros aragoneses que se trasladaron de forma voluntaria al
Tercer Reich a fin de prestar servicios laborales en
la industria bélica alemana. De allí a decidirme a incluir un capítulo
específico sobre su historia sólo mediaba un paso. Así pues, lo que en origen
iba a ser un trabajo breve centrado en una única familia de Fuendetodos
acabó convirtiéndose en algo incomparablemente mayor y más extenso: ni más ni
menos que la historia sobre seis grupos humanos procedentes de la región
aragonesa cuyas trayectorias nunca habían sido estudiadas con anterioridad, a
pesar de que muy bien podrían dar de sí para llenar varios volúmenes.
-¿Cómo fue la
estancia en URSS de los niños que “escaparon” de la guerra civil…? ; ¿Qué
destino les esperó a muchos de ellos? Porque seguramente tuvieron que
experimentar vivencias que les acabaron por llevar de una guerra a otra…
-Los tres mil niños que viajaron a la Unión Soviética
-en su gran mayoría de origen vasco y asturiano- fueron recibidos de modo
espléndido y desde el primer día se les trató como a huéspedes privilegiados.
Fueron alojados en una quincena de casas repartidas por Ucrania y la Rusia
europea. Aunque algunas eran urbanas la mayor parte estaban enclavadas en
entornos rurales, y a veces en antiguas mansiones rústicas que en su día había
sido propiedad de nobles desposeídos en el curso de la revolución de Octubre.
Recibieron una educación íntegramente española pero adaptada al modelo de
educación soviético, incomparablemente más eficaz. Su profesorado era en parte
de origen hispano, en parte de origen ruso. Además en las casas los niños eran
atendidos por educadores y auxiliares españoles. El hecho de que nunca
estuvieran solos y de que siempre pudieran contar con el respaldo de alguno de
esos empleados se tradujo en una sobreprotección que a la larga le provocaría
problemas a muchos de esos muchachos. Al producirse la invasión nazi todas las
casas fueron evacuadas a zonas que se consideraban seguras como el Alto
Cáucaso, el Volga Medio o el “Cinturón de Piedra” de los Urales. Por desgracia
una de las casas de Leningrado en la que se alojaban numerosos adolescentes se
vio atrapada en el interior de la ciudad cuando los alemanes cercaron la urbe y
alrededor de 70 chavales perdieron la
vida combatiendo junto a los soviéticos o a consecuencia del hambre. El resto
tampoco se libró de padecimientos, pues sufrieron ataques aéreos y situaciones
de auténtica penuria. Decenas de niños murieron como consecuencia directa de la
guerra o a causa de la tuberculosis, pero la dura experiencia de la evacuación
contribuiría a fortalecer su carácter. Y hay que subrayar que ni siquiera en
los peores momentos dejarían los maestros de cumplir con sus deberes educativos
Cuando en el verano de 1942 los alemanes se lanzasen sobre el Cáucaso y Stalingrado numerosos niños deberían volver a movilizarse
para buscar refugio aún más lejos, en el Asia Central. Indicar también que más
de una veintena de niños serían capturados por los alemanes y los finlandeses
durante su avance y entregados a las autoridades españolas, y un número
indeterminado quedarían aislados durante los avatares de la evacuación y
acabarían por integrarse en pandillas de delincuentes juveniles. La gran mayoría, empero, sobrevivieron a la
guerra y al término del conflicto pudieron retomar sus estudios en las nuevas
casas habilitadas en la región de Moscú.
-Los pilotos
que venían de la guerra civil española…muchos de ellos entraron como pilotos en
Kirovadad… A grandes rasgos, ¿cómo fue su estancia?
-En el caso de las tres primeras expediciones todo
transcurrió con bastante normalidad: los jóvenes españoles recibieron cursillos
intensivos de pilotaje de aviones de caza en Kirovabad
o de observadores de bombardero en Jarkov y a su
término regresaron a España. La estancia de esos muchachos coincidió con el
comienzo de las feroces purgas estalinistas que se cobrarían innumerables
víctimas, entre ellas algunos mandos de la propia escuela de pilotos de Kirovabad. Sin embargo ellos desconocían la enormidad de lo
que estaba ocurriendo y los roces ideológicos, cuando los hubo, no revistieron
gravedad. No olvidemos que los soldados republicanos procedían de todo el
espectro político antifascista español, no sólo del Partido Comunista. Otros
problemas tuvieron su origen en accidentes provocados por la impericia de los
jóvenes o por su tendencia a soslayar la disciplina del campo. No obstante
siempre se trató de encontronazos bastante manejables. El verdadero problema se
planteó con los jóvenes de la cuarta expedición a quienes el final de la guerra
de España atrapó en suelo soviético. Las autoridades de ese país, y más tarde
los líderes del PCE, les ofrecieron permanecer en la URSS como trabajadores
libres, pero muchos de ellos preferían trasladarse a países como Francia o
México para reencontrarse con los suyos. Curiosamente 30 de ellos solicitaron
viajar a China para combatir contra las tropas japonesas que habían invadido
aquél país. Su firme negativa a permanecer en la URSS fue derivando en un
soterrado enfrentamiento que se fue agravando hasta desembocar al cabo de
algunos meses en el envío de ocho de los jóvenes más contestatarios a los
campos de concentración enclavados en el Círculo Polar Ártico, donde la mayoría
perdieron la vida. El resto de los que se resistían a integrarse intentaron
obtener el respaldo de diversas embajadas extranjeras. En su desesperación,
tras la firma del Pacto Germano-Soviético incluso intentaron obtener el
respaldo de la embajada alemana, pero los soviéticos cortaron de raíz esa clase
de contactos y al producirse la invasión nazi en junio de 1941 todos fueron
deportados a los campos de concentración. Por lo que se refiere a quienes se
habían avenido a asentarse en la URSS, casi todos prestaron valiosos servicios
durante la guerra, bien como pilotos, bien como guerrilleros. Algunos murieron,
y quienes consiguieron sobrevivir permanecieron en la URSS hasta las
expediciones de repatriación de los años 50, o hasta el final de sus días. Como
dato revelador, señalar que el español que más tiempo permanecería en los
campos soviéticos no sería ningún oficial fascista de la División Azul sino el
altoaragonés Vicente Monclús Guallar, alumno piloto
en Kirovabad y militante de la CNT-FAI. En total
pasaría casi 16 años en el gulag y su testimonio escrito continúa siendo hoy en
día un alegato demoledor contra el estalinismo.
-Considero, que estamos conversando
con una persona que, por tu trayectoria como investigador y demás, sabe mucho
del exilio y de “sus consecuencias”… ¿Qué características específicas muestran
los exiliados en la URSS?... ¿Con qué se encontraron al llegar y qué les fue
acompañando durante su estancia en la Unión Soviética?
-Desde luego las características más claramente
diferenciadoras del exilio español en la URSS las constituyen su escasa entidad
cuantitativa y la ausencia de toda diversidad ideológica. La Unión Soviética filtró de un modo tan
riguroso a quienes podían ser aceptados que la suma de los que se trasladaron a
aquél país no pasó de un millar escaso. Es una cifra mínima si se la compara
con los más de 20.000 exiliados acogidos por México o los cientos de miles que
de mejor o peor manera encontraron acomodo en suelo francés. Hasta un país tan
alejado como Chile acogió más exiliados que la URSS. Además los que fueron
aceptados eran casi siempre dirigentes más o menos destacados y fiables del PCE
o mandos militares vinculados con los comunistas, lo que tampoco significa que
no se contasen entre los acogidos meros militantes de base. Sobre cómo
percibieron la realidad soviética a su llegada, en ese sentido el elemento
ideológico resultaría ser fundamental: la mayoría se mostraron encantados con
lo que encontraron en lo que consideraban la patria del proletariado. Si a sus
convicciones comunistas le sumamos que no sabían nada sobre la extensión de las
purgas y que el trato recibido fue privilegiado, pues no cabe extrañarse de que
nadie expresase dudas. El chocante culto a la personalidad del camarada Stalin
fue aceptado sin rechistar, y la mayoría se las apañaron para justificarse ante
sí mismos movimientos políticos tan dudosos como el Pacto Germano-Soviético de
agosto de 1939. Gran parte del exilio español colaboró activamente en la lucha
contra los alemanes y no fue hasta el final de la guerra, y especialmente hasta
la muerte de Stalin, cuando algunos comenzaron a expresar serias dudas sobre el
sistema soviético. Exiliados tan prestigiosos como Manuel Tagüeña
o Antonio Beltrán acabarían por alejarse del comunismo, y muy especialmente de
su concepción soviética, hasta convertirse en los más duros críticos de aquel
sistema.
-Háblanos un
poco de la Academia Frunze y de cómo se movilizó a los republicanos en URSS
-La Academia Mijail V.
Frunze era la Academia Superior del Ejército Rojo. Fue uno de los tres
organismos a los que fueron destinados los exiliados españoles a los que se
consideró más capacitados para cursar estudios militares o políticos. Las otras
fueron la Academia de Estado Mayor K. E. Voroshilov,
a la que fueron seis altos mandos del extinto Ejército Popular de la República,
y la Escuela Política de Planiersnaya, donde cursaron
estudios alrededor de 150 exiliados de ambos sexos. Por lo que se refiere a la
Frunze, allí fueron a parar una treintena de hombres, todos los cuales habían
tenido una intervención destacada en las operaciones militares de la guerra de
España. Cada uno de ellos recibió un falso nombre ruso cuyas iniciales
coincidían siempre con las de su nombre real; el aragonés Antonio Beltrán, por
ejemplo, sería durante su estancia en la academia Antón Antoniovich Bioloserov.
Se trataba de una treta legal un tanto absurda que pretendía guardar las formas
frente a una legislación que prohibía explícitamente la presencia de
extranjeros en las academias militares soviéticas. También se hizo en su día
con los alumnos pilotos destacados en Kirovabad.
Dentro de la academia los españoles estaban divididas en tres secciones, cada
una de las cuales estaba dirigida por un líder elegido en base a criterios que
tenían más de políticos que de meramente profesionales. Todos corrieron a
ofrecerse voluntarios tan pronto como se supo que los alemanes habían atacado a
la URSS, pero se les rechazó con amable firmeza como al resto de los
voluntarios españoles, con la única excepción de los pilotos profesionales.
Cuando los alemanes se presentaron ante las puertas de Moscú se requirieron sus
servicios para tareas de retaguardia como la vigilancia contra los incendios
provocados por los bombardeos, etc. De todos modos la academia enseguida fue
evacuada a la ciudad de Taskent, en la retaguardia profunda del Uzbekistán.
Allí continuaron con sus estudios, una decisión que acataron con disciplina
pero con honda decepción. Y es que el PCE y las autoridades soviéticas primaban
ante todo su preparación de cara a un posible regreso a España en un futuro más
o menos próximo.
-Se habla mucho de los niños españoles
en URSS. Muy brevemente, ¿qué retrato puedes hacer de ellos?
-Todo lo vinculado a este asunto es muy complejo,
claro, ya que cada persona experimenta vivencias muy similares de un modo
totalmente diferente. Los niños sobreprotegidos de la primera parte de su
estancia en la URSS se transformaron durante la invasión alemana en
adolescentes curtidos por las penalidades. Aun así siempre sobrevolaría sobre
ellos la mirada complaciente de la administración soviética, dispuesta a
facilitarles las cosas mucho más que a sus propios ciudadanos. Conste que esto
que digo no es una afirmación gratuita sino que responde a una constante que
ellos mismos han reconocido siempre. Una gran proporción de esos chicos y
chicas lograron cursar estudios medios y superiores en las universidades o en
escuelas técnicas vinculadas a las grandes factorías soviéticas. En ese sentido
casi todos reconocerían en el futuro que su estancia en la URSS les había
brindado unas oportunidades que la España de Franco difícilmente les hubiera
proporcionado. No obstante tampoco conviene incurrir en una visión
absolutamente idílica de la realidad: por muy agradecidos que le estuvieran a
las autoridades soviéticas, muchos de ellos no dejarían de considerar que la
URSS había impedido que al término de la guerra española pudieran volver a
reencontrarse con los suyos. Cuando ese reencuentro se produjo al cabo de
muchos años, a menudo se vio marcado por un lamentable alejamiento emocional,
pues ni los antiguos niños lograban identificarse con sus padres y hermanos ni
éstos acertaban a encontrar en ellos a esos pequeños a los que un día habían
acompañado a los centros de evacuación. Así pues la relación con la URSS
estaría teñida para muchos de ellos de una cierta ambivalencia, lo cual no
significa que no reconocieran y agradeciesen el esfuerzo real y sincero
realizado por los soviéticos para garantizar su bienestar.
-La División
Azul: ¿había más de ideal en los que se enrolaron o más de los que iban por
tener que ir como si con ello estuviesen “pagando alguna culpa familiar”,
“realizando una penitencia”….?
-En la División Azul hubo de todo. La historiografía
más cercana a las posiciones falangistas o franquistas “se apropió” por así
decirlo de un pedazo de historia que resultaba incómodo a ojos de muchos
historiadores progresistas, por lo que durante muchos años se transmitió una
visión simplista sobre la unidad y sobre los hombres que la integraron. Una
visión que les identificaba sin más con el régimen de Franco, con la Falange o,
al menos, con unos ardorosos sentimientos anticomunistas que no todos tenían.
Ese planteamiento se convirtió en piedra angular de la imagen que se pretendía
transmitir, por lo que no es de extrañar que todavía hoy en día defiendan con
uñas y dientes esa visión e intenten desacreditar cualquier trabajo que no
analice los hechos desde esa misma óptica. La pura verdad es que en la División
Azul hubo de todo: es cierto que muchos hombres se alistaron motivados
principalmente por su ideología -camisas viejas de Falange, jóvenes falangistas
del SEU, hombres que deseaban vengarse de los abusos sufridos a manos de
milicianos republicanos durante la guerra…-, pero muchos otros lo hicieron
guiados por una multiplicidad de motivos que muy poco tenían que ver con la
política. A estas alturas la inmensa mayoría han muerto, pero de los pocos
testimonios personales que pude recoger y de las palabras de los familiares de
decenas de divisionarios ya fallecidos –testimonios que por supuesto hay que
manejar con mucho cuidado- se infiere que en ocasiones se alistaron por motivos
tan prosaicos como poder ahorrar algo de dinero o dejar atrás situaciones
personales difíciles en el ámbito laboral o familiar. Hubo quienes deseaban
acceder al funcionariado y habían visto esfumarse sus posibilidades por haber
luchado junto a los “rojos” o por carecer de la condición de ex combatientes,
sin que faltasen quienes anhelaban escapar de una realidad cotidiana que les
resultaba asfixiante o aquellos que se alistaron motivados por sus ánimos de
aventura y el deseo de conocer mundo. Entre los militares, por ejemplo, los
habría que veían en la nueva campaña la oportunidad de mejorar en su carrera,
así como numerosos oficiales y suboficiales provisionales que deseaban ser
admitidos en la institución de forma permanente. Esos motivos no estaban
reñidos con una posible militancia en la Falange o con un auténtico deseo de
combatir contra el comunismo. A un número indeterminado, en cambio, les guiaría
ante todo la oportunidad de abandonar España sorteando los peligros de la
frontera para luego desertar, ya fuera en dirección a las líneas rusas o hacia
la retaguardia europea, donde muchos se buscarían la vida de mil y un maneras.
Baste con mencionar que algunos desertaban mucho antes de llegar al frente, tan
pronto como los trenes que les transportaban cruzaban la frontera francesa. Es
difícil sistematizar las distintas causas que guiaron a todos y cada uno de
aquellos 47000 hombres; posiblemente cada cual tenía sus propias motivaciones,
que podían ser diversas y perfectamente compatibles entre sí. Y aunque digo
“hombres”, lo mismo valdría para el centenar largo de enfermeras que
acompañaron a la División Azul hasta los hospitales españoles del este de
Europa. Eso por lo que respecta a los voluntarios, porque la presencia de
hombres que fueron enviados a la fuerza es incuestionable. Los testimonios en
ese sentido se multiplican y en ocasiones los propios documentos dejan
traslucir una evidencia que todavía es férreamente negada por esa corriente de
historiadores ultramontanos.
-¿Fueron muchos
los aragoneses en la División Azul?
-Pues sí, hubo bastantes. Yo conseguí localizar a más
de 1.700, que lucharon en la División Azul, la Legión Azul, la Escuadrilla Azul
o el “Batallón Fantasma”. Estos últimos, de los que han trascendido muy pocos
datos, son los que se alistaron de forma ilegal en unidades de la Wehrmacht o las Waffen SS después
de que el Gobierno de Franco retirase las unidades españolas y prohibiese
explícitamente el alistamiento de súbditos de nuestro país en cualquiera de los
ejércitos en pugna sobre suelo europeo. Esa cifra no está completa y de hecho
desde la publicación del trabajo ya he recopilado los datos de más de una
veintena de hombres a los que no había localizado con anterioridad. La mayoría
de esos nombres los conseguí rastreando sistemáticamente los listados de la
DEV; el resto, hasta un total de varios centenares, los conseguí indagando
entre la población más anciana de un sinfín de localidades aragonesas.
-¿Cómo fue su relación allá donde estuvieron? ¿Han transcendido algunas de
las relaciones entre las tropas alemanas y las misiones más importantes que
debieron tener que llevar a cabo?
-Más allá de tópicos, lo cierto es que la relación de
los soldados españoles con la población civil rusa y con las fuerzas alemanas o
valonas con las que les tocó combatir fue siempre bastante buena, salvo
excepciones puntuales. Particularmente en la primera retaguardia del frente del
Volchov, más que en el de Leningrado, residían aún
bastantes civiles rusos –mujeres, niños y ancianos en su totalidad- con los que
los guripas establecieron todo tipo de relaciones. Algunos comían o pernoctaban
en las isbas de los campesinos siempre que podían, otros entregaban su ropa
sucia a las mujeres para que la lavasen a cambio de víveres o algo de
dinero… Buen número de ellos
establecieron relaciones amorosas con jóvenes rusas -las famosas panienkas-, mucho
más liberadas sexualmente que las chicas españolas de la época. Esas relaciones
entre rusos y españoles siempre estuvieron marcadas por la simpatía y el
respeto mutuo. Los soldados españoles ayudaron a sobrevivir a esas familias en
esos tiempos difíciles y los rusos supieron agradecer ese trato correcto
entregando su calor humano y posiblemente cierta protección contra las acciones
de la guerrilla, en la que combatían muchos de los hombres ausentes de aquellos
poblados. Esa relación correcta se hizo extensible a los prisioneros; la
División Azul debía entregarlos obligatoriamente a los alemanes, pero los
españoles hacían caso omiso de esas órdenes y sus cautivos pululaban por
retaguardia y por la primera línea prestando diferentes servicios. Eso les
mantenía a salvo del brutal genocidio que los alemanes estaban cometiendo
contra los prisioneros de guerra soviéticos. La mejor prueba de todo lo que
digo es que llegado el año 1950 la comisión soviética que investigaba los
crímenes de guerra cometidos por los nazis contra la población civil exoneró a
la unidad española de ese tipo de actos a pesar de las presiones del PCE y del
escritor Iliha Ehrenburg. A
partir de los años 90 la comisión española que se dedicó a recuperar los
cuerpos de los divisionarios enterrados en los cementerios de guerra ya
desaparecidos pudo constatar la simpatía de la población rusa, una buena
disposición que los rusos nunca han extendido a las comisiones alemanas que
trabajan en Rusia con ese mismo objetivo. En cuanto a la relación con los
alemanes, la que se estableció entre soldados y oficiales de ambas
nacionalidades por lo general siempre fue buena; no así las que se entablaron
entre los altos mandos español y alemán, que sobre todo al principio estuvieron
marcadas por el desencuentro y por la actitud hostil del jefe de la Plana Mayor
de Enlace alemana. Esos roces pudieron tener consecuencias políticas graves,
pues los generales que ultimaban la Operación
Tifón -el asalto definitivo contra Moscú- en el otoño de 1941 se negaron a
acoger entre sus filas a los expedicionarios españoles, por considerarlos
indisciplinados y desorganizados. Para evitar que las tensiones dieran al
traste con la cooperación hispano-alemana se decidió sobre la marcha redirigir
a la unidad española hacia el frente de Novgorod.
-¿Cómo fue “su
retorno”, el enfrentarse y sentirse como parte de un ejército derrotado y el
llegar a España?
-Las primeras grandes expediciones de retornados
llegaron a España ya avanzada la primavera de 1942. Fueron recibidas en un
clima de auténtica euforia: a pesar del revés sufrido ante Moscú las fuerzas
del Eje seguían llevando la iniciativa en el Frente del Este y pronto volverían
a demostrar su formidable potencia desencadenando la Operación Azul, la gran ofensiva que pretendía conquistar el
Cáucaso y cortar la navegación por el Volga a la altura de Stalingrado.
El régimen franquista y sus seguidores creían todavía en la victoria alemana y
la prensa española estaba llena de historias de heroísmo, entregas de
condecoraciones y caídos heroicos. La Unión Soviética parecía hallarse en las
últimas, aunque no se ignoraba que la intervención americana en la guerra podía
complicarlo todo. Muchos de los que retornaban eran entrevistados por los
periódicos regionales y casi siempre se les ofrecían homenajes públicos en sus
localidades de origen, con nutrida presencia de autoridades civiles y
militares. Los comentarios negativos de algunos guripas sobre la altiva actitud
de los alemanes, las carencias en los suministros o cualquier otra cosa eran
sistemáticamente acallados y no llegaban a la opinión pública. Ese ambiente de
supuesto entusiasmo -las voces críticas brillaban por su ausencia- se fue
enfriando conforme se puso de manifiesto que la guerra iba cada vez peor para
el Eje. Una derrota alemana podía arrastrar consigo en su caída al régimen de
Franco y desde la primavera de 1943 el Gobierno español comenzó a maniobrar en
la sombra para alejarse del Tercer Reich. Esos
movimientos culminaron con la retirada de la División Azul ya entrado el otoño
de ese mismo año, y con el retorno de la Legión Azul en febrero de 1944. Para
entonces ya haría tiempo que las expediciones de retornados llegaban a nuestro
país envueltas en un silencio bastante revelador. Los actos de homenaje eran
cada vez más escasos y menos publicitados. Con el tiempo muchos divisionarios
se sentirían engañados por una administración a la que acusarían de haber
incumplido sus promesas, aunque en mi opinión también es cierto que muchos de
ellos se habían engañado a sí mismos a la hora de implicarse en todo aquel
asunto.
-El Ejército
Rojo y los españoles enrolados en él. Los hubo en todos los sitios: en el aire,
en el sitio de Stalingrado, en Leningrado, en la
guerrilla… Después de tu investigación, ¿qué nos puedes decir de su papel?
-Con la lógica excepción de quienes habían sido enviados
a los campos de concentración, los españoles residentes en la URSS se mostraron
unánimemente decididos a combatir en defensa del país que les había acogido. Y
eso vale tanto para los militares republicanos que cursaban estudios en las
academias militares como para quienes trabajaban en las fábricas o para los
adolescentes de las casas de niños. Fuentes del exilio cifran en más de 700 los
españoles de ambos sexos que combatieron por la URSS, de los que más de
doscientos perdieron la vida en el conflicto. Su presencia en el campo de
batalla recibió mucha atención por parte de los medios de comunicación
soviéticos, aunque su importancia, claro está, estribaba mucho más en el campo
de lo simbólico que en su importancia numérica real. Sin entrar en un excesivo
detallismo, baste decir aquí que hubo españoles en unidades guerrilleras del
Ejército Rojo y del NKVD, la policía secreta soviética. Combatieron
principalmente en las zonas pantanosas del norte de Bielorrusia, en el norte
del Cáucaso y en el área de Crimea, pero también se les pudo encontrar en
Ucrania, el lago Ilmen o los alrededores de Moscú.
Otros españoles combatieron en unidades regulares del Ejército Rojo y
estuvieron presentes en todas las batallas decisivas de la guerra, desde Moscú
hasta Berlín, pasando por Leningrado, Kursk o Stalingrado.
Tampoco faltaron, por último, los que por padecer determinadas disminuciones
físicas se vieron forzados a permanecer en la retaguardia, donde prestaron
servicios de intendencia aportando su pequeño granito de arena a la victoria de
las armas soviéticas. En total los combatientes españoles obtuvieron más de 700
condecoraciones, lo que pone de manifiesto el valor que sus anfitriones
otorgaron a sus servicios.
-Háblanos, amigo Luis Antonio, de cómo fue el papel de los aviadores
españoles en el Frente del Este…
-Hubo aviadores españoles luchando junto a los
alemanes con la Escuadrilla Azul y combatiendo junto a los rusos con las
fuerzas aéreas del Ejército Rojo. Con la Escuadrilla Azul -en realidad cinco
escuadrillas diferenciadas que se fueron sucediendo en el tiempo- viajaron al
frente ruso en torno a medio millar de militares españoles, de los que algo más
de noventa eran pilotos y el resto personal técnico auxiliar. Aunque todos eran
profesionales no todos tenían experiencia previa de combate y antes de llegar
al frente recibieron entrenamientos especiales en aeródromos del Reich o del sur de Francia. Combatieron con aviones
alemanes, pues España no envió aparatos al frente. Su papel fue muy digno y en
ciertos momentos, como durante la gran batalla de Kursk, podría calificarse
francamente de brillante por el gran número de aparatos enemigos que
derribaron. El precio a pagar también fue alto y decenas de pilotos y técnicos
perdieron la vida en el curso de los combates, bombardeos o accidentes
diversos. Del otro lado de la moneda, los pilotos españoles que se habían
exiliado a la URSS se ofrecieron voluntarios tan pronto se tuvieron noticias
del ataque alemán y no sólo fueron aceptados de inmediato sino que se facilitó
en todo lo posible su incorporación a filas. Y es que en junio de 1941 la URSS
estaba muy necesitada de pilotos experimentados ante la grave debilidad de sus
fuerzas aéreas y el duro castigo que estaban recibiendo a manos de la Luftwaffe. Al igual que sus compatriotas que combatieron en
tierra estuvieron presentes en todos los sectores del frente. Por citar sólo
algunas de sus intervenciones más espectaculares, mencionaremos su
participación en las tareas de escolta a los convoyes de camiones que abastecían
de alimentos a la sitiada Leningrado a través de la carretera trazada sobre la
superficie congelada del lago Ladoga. También fueron
muy llamativas las tareas de “guerrilla aérea” que llevaron a cabo durante la
batalla de Stalingrado: al mando de aparatos
capturados a los alemanes interceptaban a los aparatos de esa nacionalidad que
intentaban abastecer a las fuerzas del VI Ejército cercadas en esa ciudad del
Volga. Tras ofrecerse amablemente a escoltarles hasta su destino se situaban a
su cola y los derribaban a placer, privando así a los alemanes de unos
suministros que les eran de vital importancia.
-El gulag, otro
infierno sobre la guerra donde también hubo aragoneses. Cuéntanos, por favor.
-Los hubo, y lo más curioso es que eran seguidores de
posturas ideológicas de lo más diferentes. Los primeros españoles internados en
campos fueron los alumnos pilotos que no deseaban permanecer en la URSS y los
marineros de varios buques españoles decomisados al término de nuestra guerra
en los puertos soviéticos en los que estaban anclados. En total sumaron varias
decenas. Los siguientes en conocer los campos -de prisioneros primero y más
tarde de trabajo- fueron los hombres capturados cuando combatían en los cuerpos
expedicionarios enviados por el Gobierno español al frente ruso. Se les unirían
luego varias decenas de compatriotas capturados en diferentes puntos de Europa
cuando combatían en unidades de la Wehrmacht o las Waffen SS y un grupo de republicanos españoles que habían
sido deportados al Reich por los alemanes como
trabajadores forzados y que en los últimos días de la batalla por Berlín
tomaron la embajada española, abandonada por los diplomáticos, y alzaron en
ella una bandera republicana. Los rusos les tomaron por militares de la
División Azul y los deportaron a la URSS; pasarían más de tres años antes de
que se deshiciera el entuerto y fueran liberados. Al término de la guerra
quienes fueron a parar a los campos fueron los desertores de la División Azul;
mientras duró la guerra fueron utilizados en tareas de propaganda, pero a su
término la desconfianza propia del régimen estalinista acabó por conducirles a
los mismos recintos en los que se hallaban internados sus antiguos compañeros.
También es cierto que no estarían allí en igualdad de condiciones al resto de
los prisioneros sino ocupando puestos de alguna responsabilidad o efectuando
trabajos de captación política. Por último, los soviéticos también enviaron a
los campos a algunos de los “niños de la guerra”, que con el tiempo habían
caído en la delincuencia común. Lo más curioso es que en algunos campos esos
presos de tan distinta procedencia acabaron por agruparse en colectivos
españoles en los que por encima de consideraciones ideológicas primaba su
origen nacional y su afinidad de caracteres. En el campo de Borovichi
antiguos soldados de la División Azul y antiguos alumnos pilotos republicanos
protagonizarían juntos una huelga de hambre contra la prohibición de mantener
correspondencia con sus familias, y miembros de ambos colectivos sufrirían por
un igual la represión de las autoridades soviéticas. Para la historia quedan
también algunas fugas épicas protagonizadas por los españoles, sus plantes
laborales, etc…
-¿Cómo fue la
repatriación de los niños y niñas de los que hablábamos anteriormente…?
-Gran parte de ellos regresaron a España formando
parte de alguna de las expediciones de repatriación que llegaron a nuestro país
en 1956 y 1957. Con ellos vinieron sus cónyuges de sexo femenino -a los maridos
soviéticos de las españolas no se les permitió viajar- y numerosos hijos de
matrimonios mixtos. Otros fueron regresando por su cuenta a partir de esas
fechas. La mayoría se readaptaron bien a la vida española, pero otros muchos se
encontraron con serios problemas a la hora de reanudar la relación con sus
familiares. Tampoco fue fácil abandonar una sociedad en la que siempre habían
sido protegidos por las autoridades para establecerse en un país del que ya
casi no se acordaban y donde la vida era muy diferente de lo que habían dejado
atrás, para bien y para mal. La policía franquista y agentes de la información
militar entrevistaron a casi todos ellos en los días que siguieron a su llegada
en busca de informaciones de interés. Luego los americanos se implicaron en el
asunto y llevaron a cabo sus propios interrogatorios. Con el tiempo decenas de
esos niños repatriados se verían envueltos en actividades antifranquistas y la
brigada Político-Social los pondría bajo su punto de mira. A algunos, el
régimen llegaría al extremo de pretender expulsarles a pesar de que a todos los
efectos se trataba de ciudadanos españoles. Como dato curioso, decir que uno de
los niños repatriados tras ser atrapado en Rusia por las fuerzas finlandesas
moriría en España, torturado y asesinado por su colaboración con la guerrilla
asturiana.
13636
Tal vez el día. Aragoneses en la URSS
(1937-1977). El exilio y la División Azul.
Luis Antonio Palacio Pilacés
1272 páginas 24 x 17 cms.
39,00 euros
Comuniter
Si en su anterior trabajo La Nación
del Olvido el autor recuperaba la desconocida historia de los aragoneses
que se exiliaron en el norte de África, en esta obra sigue el rastro a unos
hombres y mujeres que desde las trincheras del cerco de Leningrado a
las cumbres de las cordilleras del Cáucaso, desde las estepas de Uzbekistán
a las calles de un Berlín hundido en los estertores de la derrota,
configurarían con sus innumerables experiencias individuales una formidable
aventura colectiva, tan emotiva y estremecedora como desconocida para el
público español.
Luis Antonio Palacio Pilacés
Es licenciado en Historia Contemporánea y diplomado en Trabajo Social por la
Universidad de Zaragoza. En la última década ha trabajado en el ámbito de la
recuperación de la memoria histórica de las comarcas aragonesas de La Violada y
el Bajo Gállego como coautor de los volúmenes Entre las raíces (2003), De
hombres y sueños (2006), Rueda, rueda palomera (2008). Dentro del
programa Amarga Memoria publicó el volumen La Nación del Olvido (2011)
sobre los aragoneses exiliados en el norte de África al término de la Guerra
Civil y, en un extenso recorrido que le llevaría a más de un millar de
localidades, desarrolló las labores de investigación para la elaboración de un
Mapa de Fosas de la Comunidad Aragonesa. Ese mismo año publica Carbón
rojo. Crónica del crimen de los carboneros, en torno a un trágico suceso
ocurrido en Cetina en 1905 y en 2012 Caballos de hielo. El doble crimen del
Alforjero, sobre la increíble historia de Román Lacambra,
ejecutado en Huesca en 1949 y última persona a la que se aplicaría la pena
capital en la provincia altoaragonesa.
Contenido:
Introducción
La
escuela de pilotos de Kirovabad (1937-1939)
Los
prolegómenos de un drama
La primera expedición
La segunda expedición
La tercera expedición
La cuarta expedición
Los niños de la guerra (1937-1941)
Las distintas expediciones
La organización de las casas de niños
De Fuendetodos a Puhskin; la aventura de la familia Salueña
En el laberinto
El exilio español en la Unión Soviética
(1939-1941)
En la patria del proletariado
Los alumnos aragoneses de la Academia Frunze
El resto del exilio
La Gran Guerra Patria. La pleamar
(1941-1942)
La movilización del exilio español en la Unión
Soviética
La tragedia de los niños españoles
La División Azul en marcha hacia el frente
ruso
Hombres distintos, motivos diferentes
La Expedición nº 8 en marcha hacia el Reich
El largo viaje hacia el corazón de Rusia
En el campamento de Grafenwöhr
Antisemitismo, crímenes de guerra y
divisionarios
El largo viaje hacia el corazón de Rusia
El Batallón de los maños en el frente del Volchov
La guerra del Este en Aragón
Crisol de hombres: el Ilmen
y la Bolsa del Volchov
Otros hombres, otro mando, otro frente…
El retorno de los veteranos
¿Amigos o enemigos? Población civil,
prisioneros y guerrilleros
Productores aragoneses en el Reich
En cielos extraños: aviadores aragoneses en el
Frente del Este
La Escuadrilla Azul
Pilotos aragoneses en el Ejército Rojo
La Gran Guerra Patria. El reflujo (1942-1945)
Españoles en la guerrilla soviética
Sombras en la lucha guerrillera: informantes y
desertores
La División Azul y los guerrilleros españoles
La Batalla de Stalingrado
El 4º Destacamento de guerrilleros españoles
La División Azul frente a la ciudad de los
zares
La Hoja de Campaña
Matanza en el Ladoga
Aragoneses en la carnicería de Krasny Bor
Ecos de desastre
Sombras en la División Azul: Indeseables,
procesados y desertores
Los últimos meses de la División Azul
El regreso de los refugiados españoles a la Rusia europea
La Legión Azul
El canfranés Miguel
Ezquerra y el Batallón Fantasma
Tras el regreso
La estabilización del exilio
Aragoneses en el Gulag
Prisioneros de Krasny
Bor
La larga espera
Rumbo a casa
El viaje del Semíramis
La repatriación de los niños y los exiliados
El exilio después de las expediciones de
repatriación
Fuentes orales bibliográficas
Anexo: Los dos mil aragoneses de Rusia
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LA LIBRERÍA DE CAZARABET - CASA SORO (Turismo cultural)
c/ Santa Lucía, 53
44564 - Mas de las Matas (Teruel)
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