La
Librería de El Sueño Igualitario
Cazarabet conversa con... Carlos Manuel
López Ramos, autor de “Muérase de una
vez, Dr. Freud” (Peripecias)
La Editorial
Peripecias edita este libro del escritor Carlos Manuel López Ramos.
El autor, acostumbrado
escribir ensayos, tiene al menos, tres ha pasado por primera vez la línea roja
que le lleva a la ficción, a la novela.
El novelista Carlos
Manuel López Ramos nos propone, en una novela corta, un acercamiento a la
figura de un Freud que casi no nos atreveríamos a pensar.
Puede que tengamos
de este personaje una idea demasiado preconcebida.
Esta novela corta
tiene la fuerza de que en poco espacio, en pocas palabras, nos dice mucho y de
una manera como descorrida y descosida.
Se trata de una
narrativa desasosegada, descarada y atrevida que nos engancha al libro de una
manera despiadada para la lectura nocturna al borde del sueño reparador.
La sinopsis de esta
apasionante y trepidante novela:
El doctor Sigmund Freud vive exiliado en Londres los dos últimos años
de su existencia, entre 1938 y 1939. Allí se dedica a negocios oscuros, de gran
envergadura, relaciones con la cocaína y el opio; y para ello cuenta, entre
otros apoyos, con la insólita e incomprensible complicidad de la Alemania nazi.
El trasfondo de estas actividades lo constituye una gigantesca conspiración
internacional en torno a la Corona Británica. Desde las sombras y controlando
la operación, actúa una enigmática y poderosa sociedad secreta: los Fulmanati, escindidos de los célebres Illuminati,
pero, dicho sea de paso, conformando una comunidad infinitamente más potente e
implacable. La Guerra Civil Española, preludio de la nueva contienda mundial, se encuentra en su fase
conclusiva, con la ya más que garantizada y rotunda victoria del bando
franquista ayudado por las fuerzas del Eje. En medio de una dramática inquietud
Europa se prepara ya para el desastre que se avecina. Otros factores destacados
de este formidable embrollo, cuyo centro de gravedad es el fundador del
psicoanálisis, son: un ambiguo y renombrado miembro de la familia Real del
Reino Unido; una espía desquiciada que tal vez no sepa ni para quien trabaja;
un perverso arqueólogo español cuyas tortuosas actividades en el ámbito político conducen siempre a
situaciones equívocas y desconcertantes; los servicios de inteligencia de
numerosos países; un Estado Vaticano movido, como de costumbre, por siniestros intereses; y ,para colmo,
muertos que resucitan y la intervención de ciertas jerarquías infernales. Entre
las características más relevantes del presente relato sobresalen: una osada
ironía llevada hasta el más desvergonzado sarcasmo y una eficaz destreza para
el desarrollo de la intriga, donde lo imprevisible desempeña una función de primera magnitud; además de un estilo sintético,
preciso, dinámico y, en no pocas ocasiones, corrosivo. Esta novela tiene, por
otra parte, el aliciente de ofrecer al lector un alto grado de participación
creativa a la hora tanto de captar el contenido como de interpretar el mensaje
subyacente al mismo, por lo que su
lectura se convierte en una auténtica construcción y reconstrucción del
significado de los hechos.
Muérase de una vez,
Dr Freud es, así una obra satírica feroz de toda esa
narrativa pseudohistórica especializada en la
explotación de presuntos misterios religiosos, mágicos y esotérica, parapsíquicos y mitológicos, que se ha generado a partir de
determinados modelos de éxito con valor exclusivamente comercial. Estamos,
pues, ante un ejemplo de crítica mordaz dirigida contra una subliteratura
de consumo que, manifestándose en apariencia como fórmula orientada hacia la
pura distracción, fomenta sin embargo, de manera preconcebida, una mentalidad
irracionalista, misticoide y reaccionaria con efectos
ideológicos de largo alcance.
El autor, Carlos
Manuel López Ramos es licenciado en filosofía y letras por la Universidad de
Sevilla, también se dedica a la crítica literaria, al ensayo y a ser
articulista de prensa. En la actualidad es consejero y asesor de la Fundación
Caballero Bonald y miembro del Centro de Estudios Históricos Jerezanos. Ya
tiene publicados numerosos ensayos y artículos en revistas especializadas. En
el año 2007 publicó La Andalucía de Ehrenburg. Una
crónica republicana y en el año 2010 publicó Utopía comparada. Dos poetas, dos
poéticas: Jesús Fernández Palacios y José Ramón Ripoll.
En 1999 recibió el Premio Nacional a la Lealtad Republicana, concedido por la
Asociación Manuel Azaña de Madrid; además con Peripeciaslibros
ha publicado el ensayo La noche de los relámpagos en 2014.
Cazarabet
conversa con Carlos Manuel López Ramos:
-Amigo
hay que ser muy atrevido y tener mucho sentido del humor para “meterse con Sigmund Freud”, ¿no?
-A ver, esta
novela, como digo en el prólogo, es un homenaje a Freud, pero un homenaje no exento
de ironía y desenfado, sin ceder a mitificaciones. El título, que por supuesto
no pretende ser ofensivo, hace
referencia explícita al deseo que tienen muchos personajes en este relato de
que el doctor Freud deje de respirar. Al ser un texto de ficción, el Freud que
ahí aparece es un ente ficticio, como lo son también el duque de Windsor y su
esposa Wallis Simpson, Hitler o Eugenio
Pacelli antes de ser Pío XII; personalidades que han
sido sometidas a un proceso de ficcionalización, lo
que no significa que estén totalmente despojadas de algunos de sus atributos
reales. Freud es un nombre imprescindible de la cultura y el pensamiento del
siglo XX. Nada volverá a ser lo mismo después de él, gracias a su
portentosa capacidad para observar e
interpretar la conducta humana. Derribó infinitos prejuicios, abrió caminos
insospechados, influyó poderosamente en la literatura y en las artes, en la
filosofía y la antropología, saltando, eso sí, por encima del estricto rigor
científico, pero guiado por una intuición excepcionalmente privilegiada y
creativa. Ahora bien, lo que no valen son las divinizaciones: ni de Freud ni de
nadie.
-¿Cómo se te ocurrió la trama?
-Siempre he sido, y
soy, un voraz lector de la novela policíaca y de espionaje. Desde mi infancia.
Una afición que me contagió mi madre, fidelísima seguidora de Agatha Christie, Georges Simenon, Edgar Wallace o Arthur Conan
Doyle entre otros; pero en especial de la primera.
Lógicamente, también me apasiona el cine de esos géneros. Todo ello hace que a
menudo me entretenga inventando historias truculentas en las que el crimen, en
toda su amplia y deslumbrante diversidad, es el elemento primario. En el caso
concreto de esta novela, tuve en cuenta los dos últimos años de la vida de
Freud, los de su exilio en Londres, que coinciden con una fase especialmente
convulsa de la crisis previa a la Segunda Guerra Mundial y con el desenlace de
la Guerra Civil española, que fue un ensayo del extraordinario conflicto bélico
que se estaba gestando. En Gran Bretaña aún subsistía la conmoción causada por
un embarazoso problema dinástico, como fue la abdicación del rey Eduardo VIII
el 11 de diciembre de 1936. Es decir, una época dorada de intrigas políticas,
espionaje a gran escala, conspiraciones de largo alcance y toda clase de
contubernios, por lo que se ofrecía la
atmósfera idónea para introducir ahí una historia rocambolesca y accidentada
aprovechando esa acumulación de coyunturas tan dramáticas. En fin, no es
cuestión de descubrir detalles del argumento, pero también consideré la
relación de Freud con la cocaína y la de Jean Cocteau
con el opio, y entonces sumé dos y dos.
-Perdona
la libertad, pero no serás “una víctima” del psicoanálisis—con todos los
respetos---
-[Risas] No, no,
por favor... Jamás me he puesto en manos de un psicoanalista; pero sí soporté,
en mi infancia y adolescencia, el sacramento de la confesión, que viene a ser
lo mismo pero con un estatuto de hechicería. Sotanas en vez de batas blancas.
En la actualidad, el psicoanálisis se define como un método no-científico de
estudio del inconsciente y de las enfermedades mentales, y está catalogado como
pseudociencia, o falsa ciencia, por los más
acreditados organismos internacionales de evaluación académica, aunque
ciertos psiquiatras y psicólogos todavía
lo siguen utilizando. Y bien que cobran las sesiones. Quedan muchos
psicoanalistas en Manhattan y en Buenos Aires. Ahora bien, y poniéndonos un
poco más en serio, pero sólo un poco, ojo; ¿se puede concluir categóricamente
que el psicoanálisis ya no sirve para nada? Cuidado que hablo como profano,
pero tengo constancia de que se están llevando a cabo encuentros parciales entre la neurobiología y ciertos protocolos
diferenciados del psicoanálisis, sobre
todo en lo concerniente a la conducta; sin embargo, insisto en que yo no soy un
experto, aunque sí leo bastante sobre esta temática porque me interesa. Mis
apreciaciones, pues, están tomadas de especialistas a los que cito con pelos y
señales para que se sepa de quién y de dónde vienen los datos. Además, cuando
estaba en la universidad, a mí me cogió la fiebre o la epidemia de la crítica
psicoanalítica de la literatura, y todo era Freud, Jung, Otto Rank, Northrop Frye, Bachelard, Lacan, Bruno Bettelheim,
Charles Mauron, etc. Bueno, diría que aquí hay cosas
bastante aprovechables, como la
incontrovertible presencia del inconsciente en la obra literaria, pero nada de
aquella escolástica del texto como síntoma psicopatológico y demás
extravagancias... La auténtica revolución en la psiquiatría no ha sido el
psicoanálisis, sino la psicofarmacología vinculada a la bioquímica de los
dinamismos cerebrales y a la actividad de los neurotransmisores. Si hay algo
que tengo claro es que eso que llamamos
mente es una función cerebral, según demuestra la neurofisiología, y no un
fantasma separado del cerebro. La mente no es la sustituta del alma. En esta
obra el psicoanálisis no es ni mucho menos el tema central o estructurante. A estas alturas, para mí no tendría sentido
una novela sobre una doctrina que, como construcción omnicomprensiva, ya es
algo obsoleto; esa teoría psicoterapéutica se contempla en esta narración desde una óptica desacralizadora
y humorística, pero no trascendente. Yo creo, y no soy el único, que, en el
fondo, el psicoanálisis se parece mucho
a una variante del conocimiento poético o literario. Las obras de Freud pueden
ser leídas como novelas interesantísimas que están muy bien escritas. Al
pronto, se me viene a la cabeza una excelente como es Moisés y la religión monoteísta, o La interpretación de los sueños, que es una gozada. La literatura también es una forma de
conocimiento sobre el ser humano, la sociedad, la existencia. Richard Rorty, partiendo de Wittgenstein, homologó el lenguaje de
la filosofía y el de la literatura. De hecho Rorty,
que fue uno de los grandes filósofos estadounidenses contemporáneos, tuvo en la
Universidad de Stanford una cátedra de literatura.
Toda disciplina, en tanto que construcción lingüística, es susceptible de ser
leída literariamente, lo que, como es obvio,
no equivale a impugnar su lectura original o de naturaleza propia... Los
resultados son asombrosos y esclarecedores.
-Pero
detrás de todo este gran embrollo en el que nos sumerges hay algo o algunos
guiños desde los rumores de la
historia…
-Por supuesto. Eso
es evidente. He intentado cuidar con precisión el marco histórico de la novela,
lo que no significa que, como se advierte en el prólogo, no haya ciertas
modificaciones esporádicas en beneficio de la fábula. Modificaciones realizadas mediante
una desfiguración grotesca en clave expresionista, con intención
cáustica, que tienen la finalidad crítico-analítica de poner de relieve las
facetas más aborrecibles de unos hechos que han sido falsificados con tenaz
reiteración. Estos artificios, que los historiadores se ven en la obligación de
soslayar, son perfectamente admisibles en la literatura.
Hay una versión de
esta novela que llevaba incorporadas
notas a pie de página, algunas bastante extensas, con información de todos y cada uno de los acontecimientos y personajes
históricos que iban apareciendo; pues
qué te digo, sobre la masacre de Nankín en la guerra Chino-Japonesa, o
el Pacto de Acero ítalo-germano de 1939,
o el desarrollo organizativo de la extrema derecha en Sudáfrica, pero la
lectura se hacía pesada y se perdía el hilo de lo que se estaba contando, por
lo cual eliminé ese dispositivo.
Yo quería que en la
novela siempre estuvieran pasando cosas, que hubiera mucha acción, y eso
incluía a los acontecimientos históricos, lo que explica que sean tantos los
episodios de esta índole que, de una forma acelerada, aparecen en la trama, ya
que he intentado reproducir el ritmo vertiginoso y funesto del siglo XX; pero
debo subrayar que no es una novela histórica, aunque la historia desempeñe en
ella una función de gran peso. También quise transmitir la impresión de una
ubicuidad espacio-temporal, simultaneando muchos lugares y tiempos en un texto
concentrado.
-Los
amantes de las conspiraciones se van a poner las botas con esta obra, ¿verdad?
-Bueno, espero que
los lectores se lo pasen bien y sobre todo se rían, como tú lo has hecho, según
me contaste. En la novela hay una conspiración tremebunda vinculada a ciertos
acontecimientos verídicos pero reelaborados de forma ficticia y humorística...
La credulidad enfermiza respecto a las
conspiraciones —lo que se conoce como conspiracionismo
o conspiranoia— es un fenómeno que está a la orden
del día y que se ha incrementado con la eclosión tecnológica y las redes sociales, lo que no
implica que no existan las conspiraciones, puesto que las ha habido siempre, y
las hay, que han sido verificadas, como el complot internacional nazi-fascista
contra la Segunda República española, sin ir más lejos, o el Proyecto MK Ultra
en los Estados Unidos, o la conjura contra el gobierno de Allende en Chile.
Pero el conspiracionismo es una hipertrofia, una
interpretación extraviada de la teoría de la conspiración, como la que se
refleja en cierta narrativa, de
índole exclusivamente comercial, basada en confabulaciones esotéricas, sectas ultrasecretas, fuerzas infernales, leyendas griálicas, tesoros cátaros, el mar de bronce, la santa
escuadra de oro, la palabra perdida de los masones y un larguísimo etcétera. You Tube está
repleto de documentales pretendidamente “veraces” sobre todas estas patrañas, igual que en Internet hay
miles de webs en torno a lo mismo. El
socorrido redescubrimiento de los Illuminati se
convirtió en una fuente de innumerables
cuentos para viejas, cuyo prototipo sería El
Código da Vinci, un libro peor que pésimo. Los pobres Iluminados de Baviera
fueron unos santos varones comprometidos con el ideario de la Ilustración.
Ojalá hubiera hoy muchos como ellos. Mi novela fustiga mordazmente este tipo de
literatura alienante que, a fin de cuentas, propicia una mentalidad
pararreligiosa, mística, teosófica,
mágica y pseudohistórica, lo que a su vez conduce
directamente a una ideología ultraconservadora y retrógrada.
-Háblanos del trasfondo histórico de esta obra,
en particular de la agonía de la República…
-Los años treinta
del pasado siglo constituyen una etapa decisiva de la historia del mundo desde
todos los puntos de vista: político, social, económico, cultural, etc. Es una
fase de crisis para las democracias liberales EUROPEAS, y es también la hora
del ascenso de los fascismos y del apogeo del comunismo estaliniano en la Unión
Soviética, con el experimento del socialismo
en un solo país, pero a la vez con una intensa actividad de la III
Internacional que trata de extender universalmente el movimiento revolucionario, todo lo cual se
refleja en la Guerra Civil española, que es un campo de entrenamiento para la
gran conflagración mundial que estallará el 1 de septiembre de 1939. Como ya he
dicho, la novela se desarrolla en 1938 y 1939; dos años cruciales y de gran tensión,
mayormente en Europa. Son los dos últimos años de la vida de Freud, exiliado ya
en Londres; y también son los años de extinción de la Segunda República española, cuando ya es perceptible
la derrota del bando republicano y la moral de los antifascistas se va
derrumbando paulatinamente. La contienda está de alguna manera personificada
por el
protagonista de la novela, Severiano Pastrana, quien representa, digamos
que maliciosamente, un republicanismo conservador pero, en principio,
sinceramente democrático, aunque su cinismo mortífero y su inquietante
ambigüedad le sitúan por encima de toda
contingencia. La Guerra de España tenía que aparecer, pero no lo hace en un
primer plano, sino de modo intermitente y como una sombra siniestra que se
desliza de cuando en cuando por el escenario. Se dan noticias de algunos hechos
acaecidos en aquel bienio: la batalla del Ebro, la inhumana negativa de Franco
a una tregua solicitada por Pío XI en la Navidad del 38, la caída de Barcelona
y luego la de Madrid... Inexorablemente, la imagen de la guerra se desplaza ya
hacia una lejanía posterior al desastre, con la prefiguración del régimen
dictatorial que se instauraría en el país, la feroz represión y los prolongados
destierros. La información que se ofrece es lacónica, como en los teletipos de
una agencia de prensa.
-Es
también un poco una parodia de la narrativa de
espías…
-Exacto. Una
parodia que pone en solfa toda la parafernalia y los tópicos de género más ostensibles tanto de la narrativa de
espionaje como policial; tópicos como las más descabelladas operaciones
internacionales, la complicación delirante de los argumentos, los enigmas
indescifrables, la violencia en bruto, el
refinamiento de los venenos, el terrorismo, la abundancia de cadáveres,
el coeficiente de sorpresa llevado hasta extremos inconcebibles, la
infalibilidad de superagentes y detectives, la acumulación de vueltas de tuerca y de
salvaciones in extremis... A pesar de
todo, es una parodia no carente de cierta
cordialidad; y me refiero a esa visión benévola con la que siempre he
contemplado a iconos ideológicamente tan deplorables como Hercule Poirot, Auguste Dupin, Sherlock Holmes, George Smiley,
James Bond, Harry Palmer, Matt Helm,
el comisario Maigret, Ellery
Queen, el padre Brown y demás; casi todos ellos de
mentalidad reaccionaria y fervientes
guardianes del capitalismo y del imperialismo, con algunas excepciones,
como el Pepe Carvalho de Vázquez Montalbán; aunque he de reconocer que desde mi
niñez tengo el irrevocable instinto de tomar el partido de los villanos
porque el lado oscuro me resulta más atractivo y sugerente, y ello no por el
gusto decadentista de la fascinación del
mal, ni por la trasnochada manía de epatar a los biempensantes, sino por la
extraña, y para mí todavía inexplicable, sensación de confort psicofísico que
me provocan las maquinaciones de esos super-criminales
a los que nunca consiguen atrapar las fuerzas del orden, y cuyos máximos
exponentes serían Fantomas y Fu Manchú. Pero es que,
además, está la parodia de la literatura en sí, que es igualmente necesaria y
divertida, y que pasa por el cumplimiento de esa norma tan saludable que es
reírse de uno mismo. Por mi parte mantengo una actitud bastante irreverente
hacia el oficio de escribir cuando a éste se le otorgan esa solemnidad y esa
magnificencia como si estuviéramos hablando de los misterios de Eleusis. Esto que digo no es, ni por asomo, una minimización o un desprecio del ejercicio
literario, sino la aplicación de una óptica secularizadora y de pensamiento
crítico a una actividad que debe ser desposeída de falsos carismas asignados
desde posiciones corporativistas y elitistas. Sólo perdiéndole el respeto a la
literatura, en el sentido de no convertirla en una teología, en una religión
con sus castas sacerdotales, se puede escribir sin trabas y con auténtica
libertad. Mi entendimiento de la literatura se halla decididamente en el territorio de la sátira y deriva de un
imponente caudal de las letras castellanas que viene desde el Arcipreste de
Hita, las Coplas de Mingo Revulgo, Francisco Delicado
o Vélez de Guevara, pasando por el padre Isla o Torres Villarroel, hasta Valle-Inclán, Gutiérrez Solana, Jardiel
Poncela, los escritores de La Codorniz,
los letristas del Carnaval de Cádiz, Francisco Nieva o Fernando Arrabal. No
puedo dejar de nombrar a Georges Bataille, cuyos
paradigmas de transgresión vengo
trabajando, asépticamente, desde hace décadas. Respecto a la articulación
constructiva, procuro seguir de cerca
dos modelos tradicionales como son la novela picaresca y la comedia de
enredo del XVII. Sátira sí, pero, tengo que decirlo, matizada por un escepticismo militante y propensa al equívoco
y al jeroglífico. Ésta es mi primera
novela y mi segundo texto publicado de carácter
creativo. El primero fue La noche
de los relámpagos, en 2015, un ensayo, en la expresión más literaria del
término, sobre la obra plástica del pintor Manuel Caballero, escrito con una
técnica híbrida que conjuga contenidos de crítica de arte, biográficos,
autobiográficos, cronísticos, filológicos y fantásticos. Mis libros anteriores
a éstos son estudios literarios. Como asiduo
colaborador de prensa que soy, mis artículos discurren también dentro de esa misma tendencia incisiva.
-Es,
además, a su manera una novela coral, ¿no? ¿Cómo te lo has hecho para buscarlos
a todos una voz, una proyección y un protagonismo?
-Intuyo que fue
algo inevitable... La conspiración exigía la participación de muchas voces, ya
que había en marcha un plan diabólico de dimensiones planetarias. [Risas] En la
novela el diálogo es un factor primordial, pues en mayor o menor medida habla
muchísima gente: políticos, científicos, jerarquías eclesiásticas,
diplomáticos, miembros de la casa real británica, aristócratas, agentes
secretos, escritores, artistas, numerosos personajes secundarios, etc. Sus voces se corresponden
con diferentes discursos, tales como el poder en todas sus formas, la economía,
la violencia, la traición, la ciencia o el arte. Por otro lado, el concepto de tiempo está intrínsecamente relacionado con
la estructura coral. La mayor parte de los personajes hablan en el presente de
los hechos, pero no todos los personajes. Por ejemplo, el demonio que
interviene en el relato habla, ciertamente, desde la eternidad. El inefable
doctor Kellerman, quizás el actante más excéntrico de
la novela, habla desde su propio presente, que es un futuro interactivo en
relación al pasado de los hechos, y desde un pasado en el que se mueve a través
de su memoria. El narrador —que es omnisciente— habla en pasado sobre el presente
de los hechos, pero establecido en un futuro dudoso con respecto a esos hechos.
Este concepto de un tiempo narrativo sumamente elástico, en el que hay un uso
abundante del anacronismo y de las intersecciones cronológicas, contribuye, a mi modo de ver, a intensificar
la eficacia de esa composición coral, ya que posibilita una coexistencia
imprevisible de voces muy cronodistantes entre sí.
-Pero
si es relato o novela coral en el contenido, también lo es en el continente… en
la intencionalidad, ¿no?, quiero decir
que tocas muchos palos de manera tan
directa como descarada, ¿qué nos puedes decir?
-Sí, correcto. Hay
una combinación de planos temáticos y lingüísticos con un enfoque festivo y
caricaturesco. Formalmente, se incorporan múltiples lenguajes especializados,
distintas áreas terminológicas
referidas a la política, la psicología, la astrofísica, la estrategia militar,
la cirugía, el esoterismo, la cartomancia o la arqueología. Los códigos y los
temas, como tú dices, se utilizan con total descaro, con gran desparpajo,
porque es una novela satírica y lo
importante es la propuesta de cuestionamiento totalizador. Los registros de
habla están diversificados, desde el coloquial al hiperculto,
pasando por otras variedades diafásicas como ciertas
jergas tecnológicas o ese lenguaje
descoyuntado y paroxístico que se emplea en facebook y en los comentarios de
los periódicos digitales. El más estridente de estos juegos idiomáticos tal vez
sea el diálogo en galés (obtenido por medio de un traductor automático) que
sostienen Pastrana y un camarero en la batalla de la Bahía de Cardigan, pasaje en el que hay también un semi-plagio de Salustio, lo que
se llamaría un ejercicio de apropiacionismo... Luego
tenemos la manifestación de lo supuestamente sobrenatural o paranormal, que no
es del todo un factor de irrealismo,
puesto que es algo en lo que creen millones y millones de personas; para
empezar, todos los que profesan una religión, pero luego están los enganchados
a la magia, la adivinación, el horóscopo... Estas cosas forman parte de la realidad vivida por millones
de individuos; como ver la mano de Dios
o la del Diablo en todo lo que pasa. En esta novela interviene un demonio de
alto rango, con nombre propio, que anda entre sus páginas como Pedro por su
casa, un tributo al Mefistófeles de Goethe y también un sarcasmo del satanismo
como fe o como sectarismo polivalente.
-Intriga de misterios. Un relato largo o una
novela corta en el que hay muchas historias dentro de otras historias e
igualmente haces con los personajes, a modo de muñeca rusa, ¿es así?
-Te diría que este
procedimiento era una condición necesaria de la trama. En la realidad este flujo de eventualidades
sucede así. Las historias en la vida cotidiana se funden y confunden, se entrelazan,
empiezan y no acaban, o no sabemos cómo acaban, o vuelven a aparecer
inesperadamente. Hay historias que
emergen dentro de otras historias; cambios bruscos e imprevistos, situaciones
que, de repente, dan un giro escalofriante. El transcurrir de la vida es todo
menos ordenado y lineal, y ni siquiera
cronológico, al menos mentalmente; antes bien resulta fragmentario,
laberíntico, espiral..., hay ocasiones en que se diría que el pasado
regresa..., y también que no hay futuro... Esto pasa todos los días...Con las
personas ocurre tres cuartos de lo mismo.
La vida une y separa, era el título de una novela de Cecil Roberts, y es
verdad, ahí están las casualidades,
tantas idas y venidas, reencuentros, búsquedas, todo tipo de vicisitudes...,
incluso aquello que creíamos imposible. Y luego las transformaciones de los
seres humanos, a veces desconcertantes; las preguntas que nunca obtienen
respuestas, la comparecencia de lo insólito, la constante intromisión del
azar... En dosis variables, el desorden y el caos son parte de la existencia.
En una fase temporal determinada pueden
superponerse o intercalarse decenas de historias y personas, lo estamos viendo
continuamente.
-Y,
además no podía faltar la Iglesia y sus intereses. Tenemos ya asimilado que
lo uno va con lo otro, pero seguimos
tragando y hasta, a veces, participando, desde el “pasotismo” de cierta
vinculación que más tiene a ver con la complicidad. Es como si no fuésemos
capaces de quitarnos esa piel que deja en nosotros la religión y el educarnos
en ella…
-Efectivamente, no
podía faltar porque ella se encarga de estar en todas partes. La propia Iglesia
Católica te sirve en bandeja su particular faceta conspirativa desde los
tiempos de San Pablo. El Vaticano tiene
uno de los mejores servicios de inteligencia del planeta. Allí donde hay un
cura, hay un espía.¿Qué si
la Iglesia conspira? El Estado Vaticano actuó como paraíso fiscal y como canal
para el envío de dinero sucio del tráfico de armas a Sudamérica en complicidad con la Mafia y la Logia Propaganda 2, como quedó patente en el
famoso proceso de comienzos de los 80. En los 70, había participado en la guerra sucia contra el
comunismo financiando actos terroristas y la desestabilización generalizada
(como los intentos de golpes de Estado de signo autoritario en Italia) en
beneficio de la Casa Blanca y del Pacto Atlántico (OTAN). Tenemos escándalos
como el caso de la Banca Privata Finanziaria de Michele Sindona; la quiebra del
Banco Ambrosiano; los préstamos a
empresas fantasma; las conexiones con Tangentópolis (telaraña superlativa de corrupción, extorsión
y sobornos en toda Italia descubierta en 1992); los fabulosos gastos suntuarios
de la Curia y el desvío hacia la misma de los fondos del Denarius Sancti Petri (‘Óbolo de San Pedro’), así
como las toneladas de basura sacadas a la luz por los Vatileaks 1 y 2;
el tráfico de recién nacidos o las
beatificaciones y canonizaciones como máquinas de hacer dinero. Si esto
no es conspirar, que venga Dios y lo vea...El caso del poderío eclesiástico en
España es patético. Desde Don Pelayo, aquí se fue haciendo del catolicismo una
ideología nacional con un espíritu de cruzada. El erasmismo —corriente abierta
y progresista del cristianismo— fue
perseguido y liquidado. La Contrarreforma consolidó el proceso de estancamiento. Nuestra débil
Ilustración dio escasos frutos. La Inquisición duró más que en ningún
otro sitio. Y así. El penúltimo gran capítulo fue el nacionalcatolicismo de Franco.
De la poderosa influencia de la Iglesia nos vino el atraso pavoroso, el oscurantismo
y la superstición, la falta de libertad, el subdesarrollo de las ciencias...
Todavía, en buena parte, lo estamos
pagando. El último capítulo lo vivimos ahora con la incesante presión
sociopolítica de una Conferencia Episcopal anclada en un integrismo agresivo y
avasallador, tratando de imponer a toda costa, y sin reparar en los medios, su visión del
mundo, su ideología, sus dogmas...En el año 1936, José María Pemán expresó a las mil maravillas el destino católico de
este país: “La misión providencial e histórica de España ha sido siempre ésta:
redimir al mundo civilizado de todos sus peligros: expulsar moros, detener
turcos, bautizar indios...Ahora unos nuevos turcos, unos nuevos asiáticos,
rojos y crueles, vuelven a amenazar a Europa...”. Me lo sé de memoria. Fue una
alocución por Radio Sevilla. Ahí queda eso.El delito
de “herir los sentimientos religiosos”
es una aberración legal, ¿qué es esa bufonada de la blasfemia en
estos tiempos? Se presentan una
avalancha de denuncias por parte de organizaciones católicas fundamentalistas.
Es inaudito. Es algo propio de países dominados por dictaduras teocráticas como
las islamistas, del tipo Arabia Saudí...¿Y cuando ellos hieren los sentimientos de los laicistas,
los ateos o los de otras religiones? ¿Y cuando ciertos obispos justifican
solapadamente la pederastia diciendo que el aborto es peor? ¿Y cuando hacen
ostentación de la más rabiosa homofobia? ¿Y esas ocupaciones desmesuradas de
espacios públicos para celebrar actos
religiosos? Yo no soy antirreligioso, ni siquiera anticlerical, dentro de un
orden; ni me opongo a las manifestaciones públicas de religiosidad, pero sí soy enemigo de las
extralimitaciones flagrantes.
-Pero
sin sentido del humor y hasta sin saber utilizar cierta dosis de “buen cinismo”
es impensable leer al 100% esta novela, ¿qué nos puedes decir?
-Que eso es verdad.
La atmósfera de la novela envuelve al lector en un clima enrarecido y pronto se
hace cargo de que se trata de una historia nada convencional en la que se hace
imprescindible el sentido del humor como instrumento de interpretación. El
humor es un método de percepción y conocimiento del mundo, una modulación de la
inteligencia crítica y sistemática. Yo me inclino más hacia un humor negro, a
veces desmesurado, absurdo, surrealista... ¿Por qué? Por carácter y por
experiencia. He bebido mucho en todas las vanguardias del siglo pasado: las del
primer tercio, las inaugurales; luego las de segunda posguerra; las de la
década del 60, y así hasta los experimentalismos actuales. Bien. Pero la base
principal de ese humor que yo practico está en el día a día, sale de
situaciones reales, de las conversaciones en casa o en un café, de reuniones
con amigos, de los correos electrónicos, de las series de televisión o de
ciertas paráfrasis jocosas de otros
autores a los que lees o has leído. Esta novela reivindica la jovialidad
impúdica y libertina de aquella Abadía
de Thelema que aparece en el Gargantúa de François Rabelais; así como
la Patafísica de Alfred Jarry,
el Teatro de la Crueldad de Antonin Artaud, el OuLiPo (Ouvroir de Littérature Potencielle) de
Raymond Queneau y François Le Lionnais,
que es un centro de experimentación lingüística aún hoy con una extraordinaria
actividad, o ciertas proposiciones íntegramente vigentes, por adelantadas a su
tiempo, de Guy Debord y el Situacionismo; pero también la osadía del libelo, del
panfleto político y de la filosofía del insulto de Schopenhauer; y tal vez con
un punto de ese artefacto denominado Culture jamming, como voluntad de resistencia frente al
dirigismo cultural, a la cultura dominante. En última instancia, tengo la
sospecha de que la novela acaba siendo una especie de flash mob
(¿o flash crime?)
totalmente enloquecido. Pero es que la
vida cotidiana supera no pocas veces las más alucinantes entelequias de los
creadores.
-Pero
es que, además, nos lo “concentras” de una
manera en que la lectura se hace, además de breve, fácil. ¿Es parte de tu estrategia como
creador?; aunque no tiene que ser nada fácil…
-Mi objetivo
prioritario fue no aburrir al lector. Espero haberlo conseguido. Por el momento
recibo buenos comentarios de los lectores. Verás, lo que yo puedo contar en
media página no me interesa contarlo en veinte. Mi proyecto creativo consiste
en una literatura ajustada proporcionalmente al ritmo histórico de los
tiempos. Un ritmo endiablado a causa del
proceso de mundialización y de la permanente revolución tecnológica. Aquí hay
muchas bifurcaciones. Y el que escribe debe tener muy claro qué literatura
quiere hacer, cuál es la que mejor se adapta a sus facultades y propósitos,
aquella con la que uno se siente más satisfecho al realizarla. Yo lo entiendo
así, y esto es parte de mi idea de la escritura en este tumulto de la
modernidad líquida. En cuanto a mi preferencia por el formato restringido, de
aquí no se deduce que me desagraden las narraciones largas, pero más vale que
las escriban otros...No es fácil, no,
eso de la brevedad y la fluidez. Conlleva un esfuerzo de síntesis, de condensación, de concreción; hay que
seleccionar constantemente, renunciando
incluso a buenos materiales, escenas, personajes..., siempre con el riesgo de
equivocarte... Hay que trabajar las estructuras oracionales para que éstas sean
rentables en términos semánticos, sin necesidad de entrar en amplificaciones
que pudieran resultar superfluas, de ahí lo de suprimir aquello que se siente
como prescindible, lógicamente sin llegar a una vacuidad minimalista. Yo trato
de evitar el preciosismo gramatical, el retoricismo, la ornamentación
exuberante —salvo que se trate de ridiculizar algo— y, por descontado, también
esa sobreinformación que puede llegar a ser abrumadora para la lectura. Juzgo
que en una novela no hace falta contarlo todo, hay que dejar cierta iniciativa a la imaginación del lector,
hacerlo que participe... Pero, ojo, estos son planteamientos privativos; hay
muchos otros modelos igualmente válidos...
-Carlos,
pero tú has querido lanzar un mensaje con este relato. Cuéntanos, cómo y de qué
manera…
-Bien. El mensaje
incide en la permanente amenaza del poder y la aterradora manipulación de la sociedad; en cómo los
poderosos juegan con las personas, con sus vidas y bienes, con sus mentes y
pensamientos. Al margen de disquisiciones paranoicas y libros de caballería, en
la novela se quiere patentizar la existencia de fuertes grupos de presión
transnacionales más o menos camuflados, que tampoco es que estén hoy tan
ocultos. La Comisión Trilateral, el Bohemian Grove o
el Club Bilderberg son reales, tienen páginas
digitales, publican nóminas de miembros, declaraciones... Sabemos cuándo se
reúne Bilderberg, por ejemplo, quiénes pertenecen a
ese grupo o asisten como invitados. Algunas agendas de estas conferencias se
filtran: unas veces intencionadamente, con ánimo de desinformar; otras es
posible que se filtren a pesar de los organizadores. Esto no es ficción, sino
algo que ha existido siempre: los pactos y tratados secretos entre Estados, o
entre Estados y grandes agrupaciones
privadas con fines inconfesables. Los poderosos de todas las épocas negocian el
reparto de los mercados y las zonas de influencia política... Las planificaciones de distintas formas de orden
mundial no son habladurías: ahí están los Acuerdos de Bretton
Woods de julio de 1944, la Post-Guerra Fría con la Cumbre de Malta de 1989 y la
guerra del Golfo Pérsico de 1990-1991, y todo lo que vino después... Estas
alianzas y transacciones han sido y son diseños de un determinado orden mundial
a todos los niveles. Y esto ha ocurrido a la luz del día, aunque, naturalmente,
muchos extremos de dichos tejemanejes nunca llegan a la superficie. Sin
embargo, la teoría del gobierno mundial es un asunto distinto, es una idea que
viene del Antiguo Egipto, de las monarquías mesopotámicas y de la Pax Augusta. Hay montones de proyectos,
como el Sacro Imperio Romano Germánico, la Res
Publica Totius Orbis de
Francisco de Vitoria o, más o menos, la Paz
Perpetua de Kant, y muchas otras sutilezas... Es una idea política que se ha desarrollado
conforme a patrones imperialistas o, por el contrario, como arquetipos de paraísos terrenales. Como
utopías y distopías; pero hoy este tema es el que más
se presta a fantasmadas y trolas conspirativas.Por
otra parte, en la novela se alude a lo engañoso de los discursos históricos oficiales, y diría más,
aún a los no oficiales; pero ello sin moralismos, sino desde un ángulo
burlesco, a través de la anaideia,
concepto del griego clásico que significa desvergüenza y provocación, actitud
que fue practicada por la escuela cínica; y también de la parresía, que era hablar con
atrevimiento, con libertad perfecta y la intención de servir a la verdad.
Siempre tengo muy presentes a Juan Ruiz, a Cervantes, a Rabelais,
a Quevedo, a Swift, Voltaire o Twain... Y estimo que, a veces, es necesario hablar hasta irrespetuosamente en el sentido
más literal del término: eso de que todo y todos merecen un respeto es una falacia; hay miles de cosas y
de personas que no merecen ningún respeto, ninguno en absoluto. Y por poner un
ejemplo relacionado con la novela, podría señalar a los Estados y gobiernos,
con sus cloacas, ocupados en cocinar
auténticas atrocidades cuyas víctimas son siempre los ciudadanos y, más en
concreto, las clases populares. Una palabra que lo dice todo: los
administrados, o sea, que nos administran; es decir, que hacen con nosotros lo
que les da la gana; y, consecutivamente, conviene flagelar a los políticos
corruptos e hipócritas que hacen de la mentira y el latrocinio un modus vivendi. Y meto en el mismo saco a
los empresarios sin escrúpulos, gerentes del fraude y la explotación más abyecta; como meto a las
oligarquías financieras y a los grandes especuladores que no vacilan en
arruinar a tantísimas personas indefensas que cometen el error de confiar en
ellos. Esos megadelincuentes y saqueadores sólo se mueven por la codicia, no se
conforman con unos índices de beneficios razonables... ¿Qué respeto puede
merecer esta gente? Para mí, desde luego, ninguno.
26442
Muérase de una vez,
Dr. Freud. Carlos
Manuel López Ramos
102 páginas 24 x 14 cms.
12,00 euros
Peripecias
El doctor Sigmund
Freud vive exiliado en Londres los dos últimos años de su existencia
(1938-1939). Allí se dedica a negocios oscuros, de gran envergadura,
relacionados con la cocaína y el opio; y para ello cuenta, entre otros
apoyos, con la insólita e incomprensible complicidad de la Alemania nazi. El
trasfondo de estas actividades lo constituye una gigantesca conspiración
internacional en torno a la Corona Británica. Desde las sombras, y
controlando la operación, actúa una enigmática y poderosa sociedad secreta:
los Fulminati,
escindidos de los célebres Illuminati,
pero, dicho sea de paso, conformando una comunidad infinitamente más potente e
implacable.
La guerra civil en España, preludio de una nueva contienda mundial, se
encuentra en su fase conclusiva, con la ya más que garantizada y rotunda
victoria del bando franquista ayudado por las fuerzas del Eje. En medio de una
dramática inquietud, Europa se prepara ya para el desastre que se
avecina.
Otros factores destacados de este formidable embrollo, cuyo centro de gravedad
es el fundador del psicoanálisis, son: un ambiguo y renombrado miembro de
la familia real del Reino Unido; una espía desquiciada que tal vez no sepa ni
para quién trabaja; un perverso arqueólogo español cuyas tortuosas
actividades en el ámbito político conducen siempre a situaciones equívocas y
desconcertantes; los servicios de inteligencia de numerosos países; un Estado
Vaticano movido, como de costumbre, por siniestros intereses; y,
para colmo, muertos que resucitan y la intervención de ciertas
jerarquías infernales.
Entre las características más relevantes del presente relato sobresalen: una
osada ironía llevada hasta el más desvergonzado sarcasmo y una eficaz destreza
para el desarrollo de la intriga, donde lo imprevisible desempeña una
función de primera magnitud; además de un estilo sintético, preciso, dinámico
y, en no pocas ocasiones, corrosivo.
Muérase de una vez, doctor Freud es,
así, una sátira feroz de toda esa narrativa pseudohistórica
especializada en la explotación de presuntos misterios religiosos,
mágicos y esotéricos, parapsíquicos y
mitológicos, que se ha generado a partir de determinados modelos de éxito con
valor exclusivamente comercial. Estamos, pues, ante un ejemplo de crítica
mordaz dirigida contra una subliteratura de
consumo que, manifestándose en apariencia como fórmula orientada hacia la pura
distracción, fomenta sin embargo, de manera preconcebida, una mentalidad
irracionalista, misticoide y reaccionaria con efectos
ideológicos de largo alcance.
Carlos Manuel López Ramos
(Cádiz, 1955), Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Sevilla,
es crítico literario, ensayista y articulista de prensa. Es consejero Asesor de
la Fundación Caballero Bonald y miembro del Centro de Estudios Históricos
Jerezanos. Ha publicado numerosos ensayos y artículos en revistas
especializadas. En 2007 publicó LaAndalucía de Ehrenburg. Una crónica republicana (Jerez, Asociación
Cultural Barataria / Servicio de Publicaciones de la
Diputación de Cádiz); y, en 2010, Utopía comparada. Dos poetas, dos poéticas:
Jesús Fernández Palacios y José Ramón Ripoll (Jerez,
Publicaciones del Sur). En 1999 recibió el Premio Nacional a la Lealtad
Republicana, concedido por la Asociación Manuel Azaña de Madrid.
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