La
Librería de El Sueño Igualitario
Un
ensayo de investigación histórica desde la pluma de Luis Antonio Palacio Pilacés que se acerca
de los republicanos exiliados que continuaron en guerra luchando contra el
fascismo y el nazismo en las trincheras, en los campos de concentración, en la
lucha desde cualquier lugar y “manera” del exilio...de un exilio que los
vencedores bajo el paraguas del franquismo lazó al cuarto oscuro del olvido.
Aquello
que nos explica la editorial Comuniter del libro “El
horizonte infinito”:
Cuando
se cumplen setenta años desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el peor
conflicto bélico padecido por la humanidad desde sus orígenes, mucho se ha
escrito sobre la implicación de millares de ciudadanos españoles en aquella
tremenda contienda.
Los numerosos estudios publicados sobre los exiliados republicanos deportados a
los campos nazis, o sobre quienes lucharon junto a los alemanes en la División
Azul o del lado de los Aliados en la resistencia francesa, por citar sólo los
ejemplos más recurrentes, dan buena fe del interés de la historiografía y el
público por la suerte de nuestros conciudadanos implicados en aquella magna
partida que se jugó en un mundo convertido en inmenso campo de batalla.
Más complejo resulta esclarecer las motivaciones profundas que guiaron a cada
una de las personas que se unieron voluntariamente a la lucha;
especialmente por lo que se refiere a los integrantes de uno de los
colectivos más comprometido y, sin embargo, menos conocido: el de los
ciudadanos españoles que durante los últimos meses de la guerra y
contraviniendo las propias órdenes del Gobierno de Madrid optaron por alistarse
en las fuerzas de un Tercer Reich agónico que se
hundía inexorablemente en la destrucción y el caos de la derrota. Si en la
mayoría de ellos primó un firme compromiso ideológico con la causa del
fascismo, en otros, en cambio, tal aserto no parece tan claro. Ese es el caso
de Isidoro Lahoz Lázaro, protagonista indiscutible de la historia que aquí
relatamos. Procedente de la pequeña localidad zaragozana de Letux
e hijo de una familia implicada a fondo con las ideas republicanas y
socialistas, en los años de su infancia y adolescencia, Isidoro sería testigo y
protagonista del drama que iba a truncar el futuro de España. Pese a que al
término de la guerra los suyos fueron duramente represaliados por los
vencedores, para sorpresa de todos, Isidoro, un joven de carácter aventurero en
absoluto partidario del fascismo, optó por viajar al frente ruso formando parte
de la División Azul y, más adelante, por abandonar España de modo ilegal para
alistarse en la Wehrmacht cuando la lucha ya estaba
claramente perdida para los alemanes.
En su camino hacia el frente de Rumanía atravesaría la Francia ocupada y el
Berlín imperial devastado por las bombas, la idílica campiña austriaca que
parecía ajena a la guerra y una Hungría que se precipitaba hacia el desastre...
Capturado por los soviéticos en el frente de los Cárpatos, pasaría casi diez
años en los campos de prisioneros rusos, un largo cautiverio en el que tendría
ocasión de familiarizarse a fondo con todo aquel siniestro universo del Gulag,
con su carga de hambre, frío y padecimientos. Tras regresar a España a bordo
del Semíramis en la primavera de 1954, con el tiempo
se convertiría en uno de los últimos supervivientes de toda aquella
extraordinaria y rocambolesca historia. Como en el caso de tantos
españoles de su generación, hoy en día el relato de su vida se ha convertido en
un reflejo particularmente extremado de las vicisitudes atravesadas por toda
una generación que contra viento y marea consiguió abrirse camino superando
temibles tempestades de odio, fanatismo y destrucción.
Sobre
el autor, Luis Palacio Pilacés:
El
autor ha estado con nuestros Conversas en:
http://www.cazarabet.com/conversacon/fichas/fichas1/palacio.htm
http://www.cazarabet.com/conversacon/fichas/fichas1/alforjero.htm
Cazarabet conversa con Luis
Antonio Palacio Pilacés:
-Luis Antonio Palacio, cada vez que me pongo con un libro tuyo veo y noto del
valor de la hemeroteca, documentación,
el valor que solo dan las conversaciones y las entrevistas orales, la
investigación….pero sobre todo lo que más veo es tu trabajo de “ratón de
biblioteca”. ¿Qué nos puedes decir?
-Bueno,
qué quieres que te diga… La verdad es que en los últimos quince años he pasado
muchas, muchas horas en archivos y hemerotecas, y lo de ratón de biblioteca, pues
tienes toda la razón del mundo. Soy lector compulsivo desde que era muy
pequeñajo; cuando era niño el mejor regalo que me podían hacer era un libro, y
por fortuna en casa me potenciaron esa faceta de mi personalidad. Lo que pasa
es que aunque los libros y documentos aportan datos objetivos, sin duda alguna
necesarios, la frescura la aportan siempre los testimonios personales, la
memoria oral de los protagonistas.
-Este libro, se centra mucho en la
narración de la vida de un hombre que se vio involucrado en la II Guerra
Mundial y para hacerlo integras como elemento narrativo el atractivo estímulo
de enseñárnoslo como un hombre como conviviendo con sus cuatro nacimientos.
Nosotros, si te parece, nos vamos a centrar en esta entrevista en el arranque del
libro. Así en el primer nacimiento el ambiente cruel y sombrío de la guerra de
Marruecos está muy presente. Mientras has ido leyendo e investigando te pareció
toda aquella guerra, y su gestión, como un “gran fracaso” de la política
exterior, pero, también, de la interior porque a la guerra solo iban los
pobres…los hijos de los ricos se libraban. Hasta aquí llegaba lo que
calificaría como una política miserable, corrupta y que practicaba la
desigualdad… En resumen, un fracaso rotundo de un país que, en algunas cosas,
parecía anclado en el siglo XV, XVI…con su prepotencia en torno a las colonias
y a las conquista por la fuerza.. ¿Qué te parece el
ambiente que rodea los primeros dos nacimientos, tanto el ficticio como el
verídico de Isidoro Lahoz?
-Bien,
no era un ambiente que invitase demasiado al optimismo, ¿no? Con la guerra
ardiendo en el norte de África, la democracia a punto de ser suprimida por el
golpe militar liderado por Miguel Primo de Rivera y los activistas anarquistas
golpeando duramente a la oligarquía, las cosas no pintaban bien en absoluto. Y
en un pueblecito de secano rabioso del campo aragonés las cosas sólo podían ir
rematadamente mal; máxime en un pueblo como Letux en
el que existía una derecha muy cerril vinculada al carlismo, sumamente reaccionaria
y hostil por definición a todo tipo de innovaciones sociales. Cierto que había bastantes republicanos -los
padres de Isidoro entre ellos-, pero la situación social no invitaba a hacerse
ilusiones: la pobreza siempre acechaba a
las familias humildes y las perspectivas económicas eran más que malas,
directamente inexistentes. En resumidas cuentas, que Isidoro no fue a nacer en
un mundo y un momento pletóricos de esperanzas.
-Todo esto demuestra que el destino, el
sino es algo muy frágil…
-En
realidad yo no creo en el destino. Acepto que a veces las cosas se desarrollan
de un modo sumamente curioso que nos hace creer en algo prediseñado, pero ni
creo en Dios ni creo en el destino. La vida es pura contingencia: Isidoro mismo
se libró por pura casualidad de ser fusilado en Rumanía. No existía ni la menor
posibilidad de que un oficial ruso que conocía España acertase a pasar por ahí
justo en el momento en el que iban a pasarles por las armas, pero mira por
dónde, allí estaba aquel ruso tan oportuno. Y si en vez de estar allí en ese
momento y ese lugar hubiera estado cien metros más allá no se hubiera dado
cuenta de lo que pasaba y nuestro protagonista llevaría más de setenta años
enterrado en un anónimo campo rumano. Pero eso, insisto, no es el destino. Es
la vida misma, que ofrece innumerables posibilidades que penden siempre de un
tenue hilo. Yo conocí el caso de un soldado que estuvo un día entero en una
pequeña garita de guardia sin que sonase un solo tiro. Como podrás imaginarte
estaba harto de estar allí. Al final acudieron a relevarlo y no hacía ni diez
minutos que había dejado el puesto cuando un proyectil de artillería pulverizó
la garita junto con el pobre mozo que había ocupado su lugar. ¿Dios? ¿El
destino? Ni hablar: pura y dura casualidad. ¡Y en las guerras anda que no hay
casualidades de esas…! No tiene nada que ver con merecerte o no esa buena o esa
mala suerte… Ese hombre que te digo se
hizo viejísimo y se murió en la cama, yo creo que de puro aburrimiento…
-Estamos ante la historia de un combatiente
español en la II Guerra Mundial. ¿Qué te hizo acercarte a él y al
acontecimiento de los combatientes en esta guerra, la que volvía a sacudir
Europa en pocos años?
-La
Segunda Guerra Mundial me ha apasionado desde pequeño. Es un acontecimiento de dimensiones
ciclópeas en el que verdaderamente
estaba en juego el destino de la humanidad. Cuando uno piensa en las decenas y
decenas de millones de personas que se vieron directamente involucradas en ese
cataclismo se da cuenta de la inmensa cantidad de historias que todavía están
por contar. Y la cantidad de secretos que muchos se habrán llevado de equipaje
para el más allá sin haber abierto nunca la boca… Y por supuesto, dentro de
todo aquel desastre el frente ruso fue con mucho el más determinante en todos
los sentidos. De no ser por el desgaste provocado a la Wehrmacht
por el Ejército Rojo los occidentales
nunca hubieran conseguido poner un pie en la costa normanda. Entonces, la vida
e historias de los españoles - y sobre todo de los aragoneses- que pasaron por
el frente del Este me parece fascinante de veras, al
margen de que luchasen en uno u otro bando. También me pareció muy atractivo
desde el punto de vista histórico que Isidoro luchara en los Cárpatos rumanos
-un frente del que en España no se sabe nada de nada-, formando parte del
Batallón Fantasma, que luchó en favor de Alemania burlando la prohibición
expresa del Gobierno de Franco. No hay demasiadas historias que hablen de los
hombres que decidieron hacerlo, y la mayor parte de las pocas que existen son
intragables por el tono fascistoide utilizado por sus
autores.
-Lo de la estrategia de utilizar a los
nacimientos es un buen hilo conductor para llevar a la historia casi mejor que
nunca y con una buena dosis de originalidad…
-Me
pareció que era un elemento de originalidad que no se da en las historias de
otras personas, por lo demás tan interesantes como las de Isidoro. Y una buena
excusa para hilvanar diferentes episodios de nuestra historia. Es como la frase
hecha de “has vuelto a nacer”, pero multiplicada, porque Isidoro volvió a nacer
en tres ocasiones… La gente ha entendido enseguida lo que yo pretendía. O al
menos eso creo.
-Investigas los hechos históricos y la
guerra como un historiador, pero, luego, me da ….al menos esta es mi impresión
que los pones sobre el papel como un “contador de historias”, como un narrador
nato… ¿Cómo lo ves?
-No
sé, eso me lo han dicho bastantes veces, y en ocasiones me han recomendado que
pruebe con las historias de ficción, pero a mí no me va demasiado lo de
escribir novelas. Lo digo sin ánimo peyorativo. Lo que ocurre es que muchas
veces la historia de la gente que anduvo
de guerra en guerra por España y Europa es tan novelesca que parece tener
elementos pertenecientes a ese género aunque te limites a contar la más
estricta realidad. Luego, sobre los personajes… En este libro no tanto, pero en
otros como “Carbón Rojo” o “Caballos de hielo” sí que me he permitido la
pequeña licencia de transcribir los pensamientos -obviamente inventados- de
algunos personajes. Pero las pocas veces que lo he hecho he seguido a rajatabla
la historia tal y como fue, e intento que esos pensamientos ficticios se
correspondan siempre con la lógica del relato. Quiero decir, que cuando a un
personaje real que tuvo un papel en la historia le he “hecho pensar” alguna
cosa determinada, se trata siempre de pensamientos lógicos, lo que cualquiera
de nosotros hubiera podido pensar en su situación. Sólo en el segundo de esos
libros voy algo más allá al transcribir los pensamientos de Román en el momento
de enfrentarse al garrote vil. Pero vamos, que yo creo que la novela no es lo
mío; cada uno valemos para una cosa…
-Muchos libros que nos trasladan a
realizar el ejerció de la Memoria Histórica, arrancan o hacen claras referencias
a la Guerra en el Norte de África. Amigo, tú que lees tanto, que te documentas
realizando investigación y demás ¿qué
reflexión haces de la misma? ¿Cómo afectó a la población?¿Qué
lecturas y conclusiones sacaba la población?; ¿Crees que “castigaron”
suficientemente las gestiones y
actuaciones de los políticos y sus decisiones en torno a la Guerra en África?
(el mismo padre de Isidoro no se libró de acudir a ella y de salir vivo, casi
por azar).
-Debo
confesarte que no he leído tanto sobre la guerra de África -quiero decir sobre
el desarrollo de las operaciones militares- como debería. Y pienso que en el
caso de Aragón aún está por escribir la obra histórica que plantee el modo en
que ese conflicto tan absurdo afectó a nuestra región. El modo en que afectó a la población… La
mejor y más sencilla manera de contestarte a esa pregunta es recordando la
placa que encontré un día en un cementerio de la zona de Albarracín en la que
se recordaba a los dos jóvenes del pueblo que sin comerlo ni beberlo desaparecieron
para siempre en aquello secarrales de Marruecos. ¿Qué pintaban dos zagales de
la serranía de Albarracín en los montes del Rif? Nada de nada. La gente lo
vivió como algo ajeno a sus verdaderos intereses y a los intereses de su país.
Y el hecho de que los ricos se libraran de ir pagando una suma considerable
para que otro fuese en su lugar era algo odioso, un privilegio incalificable
que alimentaba un rencor de clase que no podía conducir a nada bueno. Eso se
cae de cajón… Yo recomiendo encarecidamente la lectura de la novela “Imán”, de
Ramón José Sender; es un documento estremecedor sobre
la increíble carnicería de Annual y por supuesto en
su día estuvo prohibidísima en España. Respecto a tu última pregunta...
¿Castigó el pueblo de modo adecuado las decisiones del rey y de la clase
política? Yo creo que sí: la mejor respuesta consistió en la proclamación de la
República, que probablemente hubiera llegado antes de no haber sido por el
intento de mantener en pie el sistema mediante el régimen dictatorial de Primo
de Rivera. Otra cosa es que luego la República fuera destruida a sangre y
fuego, pero eso no fue culpa de la gente, claro.
-Hablemos, por favor, de los primeros
años en que Isidoro empieza su devenir por la vida en esa población tan quebrada
por un paisaje duro como es Letux en el Campo de
Belchite…-Se queda huérfano de madre, pero su padre, pronto, se casa con una
mujer de Letux que le dará más hijos y que, además,
le acompañará en sus ideas e ideario republicano… Esto lo debían de “captar”,
también, los más jóvenes de la casa…
-Evidentemente.
Su padre era un hombre muy comprometido con el republicanismo en una época y un
pueblo en el que no era fácil serlo. Ya os he dicho antes que Letux era un pequeño lugar en el que el carlismo tenía una fortaleza
sorprendente. Yo creo que era uno de esos pueblos -muy numerosos en Navarra y
el sur de Cataluña- en los que el carlismo pasaba de padres a hijos como
pasaban los campos o las mulas…. Por herencia familiar. El compromiso de la
familia subió de grado en la época republicana, ya más girado hacia el
socialismo. Y hay que tener en cuenta que tras el 14 de abril el ambiente en el
pueblo se crispó enseguida, y esa tensión permanente desembocó en los
sangrientos sucesos que le costaron la vida al alcalde Artigas. En esos
momentos extraordinarios pertenecer a una familia republicana o carlista
determinaba mucho la actitud y hasta las relaciones de los chavales. El odio
entre los mayores se traducía en un inevitable distanciamiento entre los más
pequeños.
-Su padre tenía sus propias tierras,
era un agricultor independiente ¿Qué comportaba esta “cierta libertad” a la
familia y, muy en concreto, cómo piensas que le pudo influir a Isidoro?
-Lo
comportaba todo: si contraías deudas y no podías pagarlas a tiempo estabas
acabado, lo perdías todo o te sumías en una situación que podría ser calificada
de “cuasi servidumbre”. En muchas
ocasiones hasta mediatizaba el sentido de tu voto, que ya no respondía a sus propios intereses sino
a los del propietario de las tierras con el que habían contraído la deuda. La
independencia económica les garantizaba la libertad de pensamiento, dentro de
los límites que ésta podía tener en un pueblo español de la época. Eso
significaba mucho en el campo aragonés, donde además el factor del orgullo
personal seguía siendo tan importante -a veces para bien, a veces para mal-. En
cuanto a Isidoro… yo creo que el hecho de que su familia fuera autosuficiente
no le influyó demasiado, aparte de introducirle en la importante dinámica del
trabajo cotidiano en los campos. No
olvidemos que era un crío cuando tuvo que dejar el pueblo llevando consigo a su
hermano pequeño; cuando la guerra acabó la familia lo había perdido todo o
prácticamente todo e Isidoro ya nunca volvió a tener relación con el trabajo de
la tierra, por eso creo que en la práctica el hecho de ser pequeños
propietarios independientes no fue algo muy determinante para él.
-Al menos el padre no vivió de la
opresión del clientelismo, de ver tu mano de obra, la trabajadora del campo y
de las tierras, como si se tratase de una subasta. Algo que es muy duro de
vivir y de ver, en el caso de que no se viva
de manera directa…
-Claro,
a eso me refiero. La familia no tuvo que pasar por esa constante humillación
que, además, provocaba un profundo rencor. Perfectamente comprensible, diría
yo… En algunos pueblos de esa zona, en
los años 30 las mujeres de las familias más acomodadas se ponían en la puerta
de la iglesia los domingos y repartían monedas de poco valor a los pobres o a
los hijos de las familias pobres… Cuesta creerlo pero era así: exactamente
igual a cómo debía de ser allá por el 1730…
Al final yo pienso que ese rencor acumulado fue el que provocó que en el
campo bajoaragonés la revolución libertaria fuese tan
violenta; mucho más que en las comarcas del norte de Aragón en las que el
grueso de la población eran pequeños propietarios. Sencillamente, había más
odio y más cuentas que saldar. Lo que
nunca he logrado entender es de dónde le salía tanto odio a los poderosos que
encabezaron la represión fascista en otros lugares; eran ricos, lo tenían todo,
dominaban la vida y las voluntades de muchos de sus vecinos y aun así, cuando
vieron amenazados sus intereses reaccionaron con un salvajismo atávico,
incomprensible.
-Pongámonos en los primeros años de
vida de Isidoro, ¿cómo era “su entorno ideológico” más inmediato? La religión, ¿qué lugar ocupó en el mundo, en
la crianza del protagonista? En la infancia es inevitable preguntar sobre la
educación y el mundo de la escuela… parece que el maestro era de derechas y que
además, también parece, que no “se acomodó” nada bien a la disciplina escolar…
-Pues
también muy poco, la religión jugó un papel muy escaso en su formación. Yo creo
que la familia no era especialmente religiosa para nada. Su madre no era de
estas mujeres que se pasaban la vida en la iglesia confesando al cura sus
pecados y fingiendo ser muy religiosas… Por cierto que llegado el momento
algunas de esas mujeres se convertirían en auténticas arpías llenas de odio y
nada cristianas... Pero bueno, me voy del tema.
El padre de Isidoro tampoco era religioso; aunque no existan pruebas
documentales, no tengo ninguna duda de que como buen republicano no quería
saber nada de los curas. No olvidemos que en las primeras décadas del siglo XX
si los republicanos españoles se caracterizaban por algo era precisamente por
su hostilidad a la Iglesia. Era, por así decirlo, un “rasgo característico” del
republicanismo. Eso no quiere decir que
anduviesen a tortas con el cura, pero es que en Letux
los roces se enconaron a raíz de la llegada al pueblo de Gerásimo
Fillat, un cura combativo y trabucaire que se implicó
en la política local de un modo impropio para un sacerdote destinado en una
pequeña localidad rural en la que debería haber intentado llevarse bien con
todo el mundo. La noche en la que uno de los suyos mató al alcalde Artigas tuvo
suerte de salvar el pellejo, porque la gente le culpaba de lo ocurrido, y con
bastante razón. Respecto al maestro, su primer profesor tenía mucho de
aventurero y parecía conservador, pero se fue pronto y el que llegó después era
muy republicano y de hecho tuvo problemas con algunos padres de derechas que se
quejaban de que estaba aleccionando a los niños en el republicanismo. Si la influencia familiar ya hacía lo suyo,
el maestro también debió de influirle.
-De tu manera de narrar y contar las
historias vemos que estructuras los libros como en “grandes bloques”, en “grandes capítulos”. Cada uno de ellos largos
y “muy explícitos”…eso me llama un poco la atención, dada la agilidad en la
narración y con la cantidad de acontecimientos que vas explicando… ¿Qué nos
puedes comentar?
-Bueno,
es que en el caso concreto de Isidoro su existencia se ciñe muy bien a esos
“bloques históricos”, por llamarlos de algún modo. Su infancia coincidió con la
dictadura de Primo de Rivera y la época republicana; al estallar la guerra
justo estaba entrando en la adolescencia y todavía era un adolescente cuando el
conflicto llegó a su término e ingresó en prisión; en su primera juventud se
alistó en la División Azul, luchó en el frente ruso y después se integró en la Wehrmacht, y el periodo de su primera madurez vino a
coincidir con el cautiverio en la Unión Soviética. Todo parece ceñirse a un
guion previo, aunque por supuesto no sea así. Por otra parte, al margen ya de
la vida personal de Isidoro se trata de momentos históricos y de situaciones
muy diferentes. Ten en cuenta que todo empieza en el campo de Belchite y concluye en Zaragoza… ¡pasando antes por
Francia, Alemania, Austria, Hungría, Rumanía y la Unión Soviética!
-La Guerra Civil llega y golpea.
Explícanos brevemente cómo fue vivida por nuestro protagonista. Nos atrevemos a
decir que, dejó huella porque nuestro protagonista es, luego, un combatiente en
la II Guerra Mundial del lado que empieza ganando y que acaba agonizando,
siendo incluso hecho preso por el ejército soviético y encerrado 10 años en un
Gulag…. Es como si la guerra de aquí le hubiese dado como aire para ir más
allá.
-La
guerra española la vivió Isidoro como la gran mayoría de los chavales de su
edad a los que les tocó vivirla en zona republicana: como espectador
privilegiado y víctima a la vez. Fue testigo de la revolución anarquista, le
tocó sufrir una larga retirada bajo las bombas cuidando de su hermano pequeño en
la que perdió todo contacto con su familia, luego la evacuación en Levante
acogidos por una familia que por suerte se portó muy bien con ellos y
finalmente el regreso y el encarcelamiento en la prisión de Torrero, de todo
punto inexplicable teniendo en cuenta su edad. Como tantos y tantos críos
españoles, pagó en carne propia por las ideas de sus padres. Y eso no fue lo
peor, porque lo que se encontró al retomar contacto con los suyos fue
demoledor: su madre presa, sus hermanas pequeñas muertas -una de ellas durante
el traslado de su madre a otra prisión-, su padre desaparecido y sin saber si
estaba vivo o muerto -tardaron diez años en volver a verle-, la familia, en
suma, destrozada. Puede parecer difícil
entender cómo ante un panorama semejante a Isidoro se le pasó por la cabeza la
idea de enrolarse para luchar en Rusia, porque desde luego no hubo ningún
planteamiento ideológico de por medio. Pienso que el factor determinante tuvo
que ser la necesidad de evadirse de una realidad tan penosa como la que se abría
ante él en esos primeros años cuarenta. Hay que entender que eran jóvenes en un
país en el que la vida, más que vida, era una travesía por el desierto.
Particularmente si eras hijo de una familia tan identificada con los
perdedores. La necesidad de buscar horizontes más amplios tuvo que pesar
muchísimo. Y luego está el peculiar concepto de la guerra que existía entonces,
que es algo en lo que yo no me cansaré nunca de insistir. Buscar una vida
diferente yendo al campo de batalla puede parecernos aberrante, pero entonces
la guerra era algo bastante normal, estaba siempre allí desde hacía siglos y
cualquier varón europeo podía estar razonablemente seguro de que en algún
momento le tocaría combatir en alguna de ellas. Los bisabuelos de muchos
españoles combatieron en las guerras carlistas, los abuelos en Cuba o
Filipinas, los padres en Marruecos y ellos en España. Ante Isidoro la guerra
europea se presentaba, simplemente, como una posibilidad; y no de las peores.
Es por ello por lo que debemos leer su historia intentando liberarnos de
prejuicios ideológicos; no debemos juzgarle como si hubiera sido uno de los
fanáticos falangistas que lucharon a su lado guiados por una clara motivación
ideológica. En circunstancias normales, de no haber estado la guerra de por
medio, con toda seguridad hubiera encontrado vías de escape muy diferentes para
sus ansias de ver mundo y de vivir una vida más atractiva y menos monótona. No
sé, quizás hubiera emigrado a la Argentina, o a México… O puede que
sencillamente se hubiera quedado en España dedicado a ocupaciones más acordes
con su carácter dinámico y aventurero. La guerra destruyó todas las
expectativas de innumerables jóvenes como él, que, por absurdo que pueda
parecernos a nosotros -cómodamente instalados tras la pantalla de un ordenador-
buscaron en una guerra lejana la respuesta a todas sus dudas e inquietudes. Por
eso no debemos juzgar la conducta de Isidoro sino aprovechar su asombrosa
experiencia para adentrarnos en episodios poco conocidos de nuestra historia
cuyo conocimiento nos enriquece a
nosotros, y, por supuesto, a todo nuestro legado común.
22166
El horizonte
infinito. Los cuatro nacimientos de Isidoro Lahoz. Luis Antonio Palacio Pilacés
302 páginas
18,00 euros
Comuniter
Cuando se cumplen setenta años
desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el peor conflicto bélico padecido
por la humanidad desde sus orígenes, mucho se ha escrito sobre la implicación
de millares de ciudadanos españoles en aquella tremenda contienda.
Los numerosos estudios publicados sobre los exiliados republicanos deportados a
los campos nazis, o sobre quienes lucharon junto a los alemanes en la División
Azul o del lado de los Aliados en la resistencia francesa, por citar sólo los
ejemplos más recurrentes, dan buena fe del interés de la historiografía y el
público por la suerte de nuestros conciudadanos implicados en aquella magna
partida que se jugó en un mundo convertido en inmenso campo de batalla.
Más complejo resulta esclarecer las motivaciones profundas que guiaron a cada
una de las personas que se unieron voluntariamente a la lucha; especialmente
por lo que se refiere a los integrantes de uno de los colectivos más
comprometido y, sin embargo, menos conocido: el de los ciudadanos españoles que
durante los últimos meses de la guerra y contraviniendo las propias
órdenes del Gobierno de Madrid optaron por alistarse en las fuerzas de un
Tercer Reich agónico que se hundía inexorablemente en
la destrucción y el caos de la derrota. Si en la mayoría de ellos primó un
firme compromiso ideológico con la causa del fascismo, en otros, en cambio, tal
aserto no parece tan claro. Ese es el caso de Isidoro Lahoz Lázaro,
protagonista indiscutible de la historia que aquí relatamos. Procedente de la
pequeña localidad zaragozana de Letux e hijo de una
familia implicada a fondo con las ideas republicanas y socialistas, en los años
de su infancia y adolescencia, Isidoro sería testigo y protagonista del drama
que iba a truncar el futuro de España. Pese a que al término de la guerra los
suyos fueron duramente represaliados por los vencedores, para sorpresa de
todos, Isidoro, un joven de carácter aventurero en absoluto partidario del
fascismo, optó por viajar al frente ruso formando parte de la División Azul y,
más adelante, por abandonar España de modo ilegal para alistarse en la Wehrmacht cuando la lucha ya estaba claramente perdida para
los alemanes.
En su camino hacia el frente de Rumanía atravesaría la Francia ocupada y el
Berlín imperial devastado por las bombas, la idílica campiña austriaca que
parecía ajena a la guerra y una Hungría que se precipitaba hacia el desastre...
Capturado por los soviéticos en el frente de los Cárpatos, pasaría casi diez
años en los campos de prisioneros rusos, un largo cautiverio en el que tendría
ocasión de familiarizarse a fondo con todo aquel siniestro universo del Gulag,
con su carga de hambre, frío y padecimientos. Tras regresar a España a bordo
del Semíramis en la primavera de 1954, con el tiempo
se convertiría en uno de los últimos supervivientes de toda aquella
extraordinaria y rocambolesca historia. Como en el caso de tantos españoles
de su generación, hoy en día el relato de su vida se ha convertido en un
reflejo particularmente extremado de las vicisitudes atravesadas por toda una
generación que contra viento y marea consiguió abrirse camino superando
temibles tempestades de odio, fanatismo y destrucción.
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