La
Librería de El Sueño Igualitario
Un libro que forma parte, desde la temática de
Humanidades, de la Editorial Tirant lo Blanch y que nos brinda la pluma de
David Jorge.
En el libro Jorge David se adentra en el papel
de la Sociedad de Naciones en Guerra de España.
La sinopsis del libro y una aproximación al
mismo desde la opinión de Ángel Viñas, Helen Graham y Sebastiaan
Faber:
"El libro que me honro en prologar es uno
de los más importantes que sobre la Guerra de España se han publicado en los
últimos años. Esta afirmación puede sorprender a más de un lector. El período
1936- 1939 es, en efecto, el mejor estudiado en nuestra historia contemporánea.
Ahora bien, no todos los libros que se publican sobre tan dramático episodio
son de igual calidad o de parecidas ambiciones. El autor de esta obra ha apuntado
muy alto y ha jugado muy fuerte. David Jorge, en esta su primera gran obra, se
ha adentrado en territorio muy poco explorado monográficamente: el papel de la
Sociedad de Naciones en la Guerra de España. Parece mentira que hasta ahora no
se le hubiese otorgado la importancia que merece. Este libro defiende,
documental y teóricamente, la crucial importancia de los factores externos,
exógenos, para explicar tanto la derrota de la República como el triunfo de los
sublevados. La no aplicación de los preceptos del Derecho Internacional asestó
un golpe mortal al gobierno republicano. Su sustitución por una política de no
intervención, que siempre funcionó a favor de Franco, acentuó tal letalidad.
Debo recomendar a la atención de los amables lectores esta obra y a su autor,
un historiador de las nuevas generaciones nacidas en democracia, que con
habilidad, destreza y maestría ejemplifica hasta qué punto la antorcha de la
investigación sobre la guerra española está pasando a buenas manos". ÁNGEL
VIÑAS
"En este libro de investigación profunda
y exposición lúcida, David Jorge dice la verdad al poder. Demuestra cómo
durante la Guerra de España (1936-1939) las democracias occidentales -Gran
Bretaña, Francia y también los Estados Unidos- desplegaron una política de ´no
intervención´ cuyos efectos aniquilaron la joven democracia española asediada
por el fascismo internacional. Sumamente intervencionista en la práctica, y de
dudosa legalidad, la ´no intervención´ fue promovida por las élites de estos
tres países porque creyeron que era la estrategia más eficaz para sus propios
intereses políticos, tanto internos como imperialistas. Pero al obrar así,
estas mismas democracias occidentales coadyuvaron en la liquidación de la
Sociedad de Naciones, ya gravemente dañada por una serie de fracasos anteriores
de los que también fueron parcialmente responsables. Es más: al echar por
tierra la política de seguridad colectiva, que fue el principio clave del que
nació la Sociedad de Naciones, las democracias occidentales también destruían
lo único que protegía a sus propios ciudadanos ante el nuevo conflicto mundial
que se avecinaba". HELEN GRAHAM
"Este impresionante libro va a marcar un
auténtico hito en la historiografía sobre los aspectos internacionales y
diplomáticos de la Guerra de España. Redactado en un estilo claro y
contundente, el trabajo del Dr. David Jorge no sólo se distingue por el rigor
de sus investigaciones, basadas todas en una sólida labor de archivo, sino
también por su originalidad -propone marcos interpretativos innovadores que
cambian el campo de forma sustancial- y por la valentía con la que desafía
lecturas comúnmente aceptadas". SEBASTIAAN FABER
El autor, el historiador e investigador David
Jorge:
Doctor en Historia por la Universidad
Complutense de Madrid, actualmente es profesor-investigador del Instituto de
Estudios Internacionales ‘Isidro Fabela’ de la
Universidad del Mar-Huatulco y coordinador académico de la Cátedra
México-España de El Colegio de México. Previamente ha sido profesor en Wesleyan University (Estados
Unidos), en la UNAM (México) y en diferentes programas para estudiantes
estadounidenses en Madrid.
Cazarabet
conversa con David Jorge:
-David,
¿de dónde surge este libro; qué es lo que te ha llevado a realizar este estudio
y esta investigación tan minuciosa sobre la Sociedad de Naciones, la Guerra de
España y el fin de la paz mundial?
-Surge de lo que fue mi tesis doctoral. Quería
investigar algún aspecto relevante de la dimensión internacional de la Guerra
de España, y fue Ángel Viñas quien me sugirió en su momento el tema específico
y luego me dirigió la tesis. Su influencia fue determinante. Me propuso dos opciones y escogí ésta. Hay que decir que
el desarrollo de la investigación sobrepasó las expectativas que ambos
teníamos.
Pasaron muchas cosas relevantes en Ginebra que eran desconocidas. La
Sociedad de Naciones era el principal foro internacional de la época, y el
único al que el Gobierno de la República tenía acceso. Allí proyectó de forma
consistente su estrategia de política exterior. También se puso en claro la
posición hacia España por parte de los gobiernos de los países miembros de la
Sociedad de Naciones, y especialmente de aquellos no europeos y, por lo tanto,
sin presencia en el Comité de No Intervención.
-Coméntanos
el porqué del título, Inseguridad
colectiva…
-Viene por el fracaso del llamado ‘sistema de
seguridad colectiva’, surgido tras la Gran Guerra y que era aquel que debía
garantizar, en teoría, la Sociedad de Naciones mediante el cumplimiento de su
Pacto o Covenant.
Una seguridad colectiva que debía ser la esencia del modelo de orden
multilateral diseñado tras aquella Primera Guerra Mundial, con el fin de
impedir la repetición de un conflicto de tales características. ¿Cómo? Mediante
una especie de control colectivo que limitase los abusos de poder, las
ambiciones de las grandes potencias y las rivalidades agresivas entre las
mismas, además de la transparencia del debate internacional en detrimento de la
diplomacia secreta tradicional.
Creo que bastan esos dos términos para ilustrar
perfectamente el quid de la realidad
de la época: lo que se vio en Ginebra fue una progresiva inseguridad colectiva,
combinación de temores, prejuicios, autoengaños y cortoplacismos, que derivó en
el completo fracaso del orden nacido de Versalles tan sólo veinte años atrás.
En eso no debería haber matiz alguno, aunque en los últimos tiempos están
ganando eco corrientes revisionistas que desvirtúan ese fracaso alegando
supuestos éxitos secundarios, de carácter técnico, económico, etc., también
supuestamente ejemplificados en la transición de comités y personal desde la
Sociedad de Naciones a las Naciones Unidas a lo largo de los años de la Segunda
Guerra Mundial. Y ello se ha venido haciendo sin una contextualización
satisfactoria. Se pierde el foco de lo esencial para centrarse en lo accesorio,
situándolo en el centro del debate. Porque la Sociedad de Naciones no nació con
la regulación del tráfico de opio o la acumulación de estadísticas como
objetivos fundamentales. Evitar una nueva guerra mundial sí lo era; ergo:
fracasó. Lo demás no dejará de ser secundario. Y discernir
lo esencial de lo accesorio, plasmándolo en los resultados de investigación, es
también tarea del historiador.
-Sabemos
qué ocasionó en realidad las Guerras, como la de España, que acabaron con la
paz mundial... ¿El fascismo fue la principal causa? y ¿cómo fue el devenir
del capitalismo para ocasionar estas desestabilizaciones?
-No, no diría que el fascismo fuese en sí la principal
causa, pese al claro componente antifascista que tendría la guerra en el lado
republicano. El fascismo era una de las tres grandes opciones del
triángulo ideológico de entreguerras, junto al comunismo y a la democracia
liberal, en sus diferentes formatos. El cada vez más generalizado desencanto hacia
ese último modelo, el de las democracias liberales, va a radicalizar los otros
dos polos, consecuencias a su vez de la experiencia de la Gran Guerra. Y que,
naturalmente, van a estar presentes en la España de entonces, al igual que lo
estuvieron en otros países; empezando por el caso evidente de Francia.
Por un lado, la ayuda a los sublevados por parte de
Mussolini primero, y de Hitler después, fue lo que hizo posible la
consolidación de un escenario de guerra en España. Pero las especificidades
españolas eran más complejas. Militarismo, catolicismo, problema agrario,
choque entre los nacionalismos periféricos y el centralista -todavía de marcado
carácter imperial-… En España había tensiones endógenas claras, cuyas raíces
nos conducirían demasiado atrás en el tiempo. No obstante, fueron los factores
exógenos los que, al confluir con la situación interna, hicieron posible el
estallido de todas esas tensiones acumuladas, y las llevaron a un nivel
dramáticamente superior. Y, desde luego, el inicio, la evolución y el resultado
de la Guerra de España no se pueden explicar sin su permanente y determinante
dimensión internacional.
-¿Qué
papel jugaron algunos intentos revolucionarios acontecidos, sobretodo, en
diferentes lares de Europa?- ¿Y, en concreto, la Revolución Rusa del 1917?
-La Revolución Bolchevique motiva una obsesión
anticomunista, a menudo paranoica, que determina la posición de las grandes
potencias respecto a España. En las democracias occidentales, el anticomunismo
se imponía al antifascismo, por fuertes que fuesen ambos rechazos. Y, como ha
reflejado alguien poco sospechoso como Mazower, las
elites gobernantes de la época eran en primer lugar anticomunistas, y sólo tras
ello demócratas. Eso aflora una y otra vez en las comunicaciones diplomáticas de
la época, como se pone de relieve en mi trabajo. En las dinámicas internas
españolas, lo que explica el auge del comunismo como elemento fundamental en la
resistencia republicana no es otra cosa que el abandono de las democracias
occidentales a su régimen homólogo español y la posterior intervención
soviética, además del efecto propagandístico y moral de la presencia de las
Brigadas Internacionales. Cuando la República se queda sola en el plano
internacional, sólo la Unión Soviética y, a nivel diplomático, México y Nueva
Zelanda, se inclinan del lado de gobierno español.
Evidentemente, Stalin no actúa así por inclinaciones
democráticas. Su intervención en España se explica por tres vías: en clave de
aviso a Hitler, en forma de guiño a las democracias europeas a través de un
compromiso manifiesto con el sistema de seguridad colectiva como barrera
antifascista y, por último, como oportunidad propagandística para ampliar las
simpatías hacia la Unión Soviética en el mundo.
-¿Tan
mal se cerró el conflicto de la Gran Guerra que fue ocasionando más
conflictos hasta desembocar en la II Guerra Mundial?
-No hay que caer en determinismos históricos. Unos
hechos no conducen irremediablemente a otros. El desarrollo histórico es
contingente.
Dicho esto, hay dos cuestiones diferenciadas. Por un lado, están las tres consecuencias fundamentales de la Gran
Guerra: la caída de cuatro grandes imperios europeos con el consecuente
problema de las minorías nacionales, y el drama de los desplazamientos y las
limpiezas étnicas que derivaron de ello; la Revolución Rusa y el pavor a la
expansión internacional del comunismo, que va a marcar en buena medida el resto
del siglo; y el nacimiento de la Sociedad de Naciones, en parte como respuesta
a la amenaza bolchevique. Por otra parte, está el trato dispensado a los
alemanes en Versalles, diktat
a sus ojos, y muy debatido y cuestionado desde entonces por su dureza. Sin
embargo, estos análisis suelen olvidar tener en cuenta el trato dispensado por
Bismarck a los franceses derrotados tras la Guerra Franco-Prusiana.
También conviene señalar que los años treinta del siglo XX tienen poco
que ver con la década anterior. Hablar de ‘período de entreguerras’ como un
todo más o menos homogéneo es una generalización. La ‘crisis de entreguerras’
en realidad la constituyen los años treinta: Manchuria, la llegada de Hitler al
poder, el fracaso de la Conferencia de Desarme, Abisinia, Renania, España, la
Segunda Guerra Sino-Japonesa, Austria, Checoslovaquia... Entre 1931 y 1936, los
tres países que se constituirían como Eje se sitúan ya en plena agresividad
exterior. A ello se une la pusilanimidad y debilidad de las democracias
europeas. En lugar de hombres de Estado como Lloyd George o Clemenceau
están personajes como Baldwin, Eden, Charmberlain, Blum, Delbos o Daladier. Nada que ver.
-Pero en
el libro dejas caer que, también, en otros lugares como en Manchuria
o Abisinia se iban fertilizando conflictos como en una “olla a
presión”…rémoras o efectos colaterales de una colonización sangrante que aún
hoy tiene una gran herida abierta… ¿qué nos puedes comentar?
-Los conflictos en Manchuria y Abisinia tuvieron
claras características de guerras coloniales.
Como también lo tuvo en España el avance del Ejército de Marruecos desde el sur
de la península. Y son las posesiones coloniales por parte británica y francesa
aquellas de las que hacen uso Hitler y Mussolini para legitimar su expansionismo,
denunciando una falta de trato de igualdad bajo el argumento de que los
imperios no tienen legitimidad para dar lecciones antiimperialistas. Argumento
que en Londres llegó a calar en determinadas esferas de poder, y que explica
parcialmente la ‘comprensión’ hacia el agresor propia
del appeasement.
-¿Para
qué sirve o sirvió en aquellos años la Sociedad de Naciones si no fue capaz ni
de controlar los rearmes de países como Alemania o URSS en Europa---por poner
solamente dos ejemplos?
-La Sociedad de Naciones no sirvió porque no cumplió
con su cometido. No porque estuviese condenada al fracaso de antemano. ¿Quiénes
fueron los primeros responsables de que así sucediese? Los Estados miembros; y,
en especial, aquellos con más peso en la organización. Fueron estos los que
hicieron que Ginebra fracasase. El Pacto estaba diseñado para imposibilitar una
degeneración colectiva como la que se desarrolló de forma progresiva durante la
década de los años treinta; lo que ocurrió es que el Pacto fue repetidamente
violado, tanto en letra como en espíritu. Hitler extrajo lecciones muy claras
de la guerra ítalo-etíope y de la impunidad que conllevaba la agresión
internacional.
Es tan sencillo como que si las leyes no se cumplen,
la cuestión no es que las leyes en sí no sirvan, sino el hecho de que no se
ponen en práctica. Ya sea por falta de voluntad o por falta de determinación.
Bueno, es parte de la debilidad clásica del Derecho Internacional: los Estados
con mayor potencial terminan imponiendo sus prioridades y consideraciones
nacionales. ¿Qué pueden hacer los Estados más débiles? Poco más de lo que
tradicionalmente han hecho: denunciar, tratar de obtener la mayor legitimidad
posible ante la opinión pública, ganarse el apoyo del alto funcionariado
internacional (cuya capacidad de acción, por limitada que sea, siempre puede
ayudar) y visualizar alianzas y equilibrios con aliados no necesariamente
naturales.
-¿Hasta
qué punto, o solamente es una impresión mía, Hitler fue utilizado, ya venía
bien, consentidas algunas de sus acciones…? Hasta que se les fue de la
mano….-Preguntado de otra manera: ¿consentían a Hitler en contrapeso del poder
del bolchevismo y del propio Stalin?
-Lo dijo muy claro el primer ministro británico,
Stanley Baldwin, en 1936: nada le agradaría más que ver a fascistas y
bolcheviques enfrentados en guerra entre sí. Londres trata de separar a
Mussolini de Hitler (y, de hecho, la aproximación bilateral y secreta hacia
Italia estuvo próxima a motivar un cambio de postura drástico de Francia
respecto a España); cuando los británicos aceptan la imposibilidad de llevarlo
a cabo, se busca un acuerdo a cuatro bandas con Francia, Alemania e Italia. Es
lo que se traduce en los Acuerdos de Múnich del otoño de 1938; es decir, el
culmen (o el canto de cisne, como se vea) de la política de appeasement. Un apaciguamiento
dentro del cual la no intervención constituyó la variable específica aplicada
al caso español.
-Amigo,
a menudo la “no intervención” como los silencios, las no-manifestaciones, el
callar o los no-posicionamientos cuestan muy, muy caros en el devenir de la
historia, ¿verdad? (claramente tengo la vista puesta en España)
-Desde luego que, en el caso español, la no
intervención no funcionó sino como una intervención a favor del lado sublevado.
Y las consecuencias fueron evidentes. Tanto que hasta Roosevelt se arrepintió
de no haber actuado de otro modo en relación a España, pese a la distancia de
la amenaza y a no formar parte los Estados Unidos de la Sociedad de Naciones
(ni, por lo tanto, estar obligado a asistir al gobierno español, a diferencia
de las democracias europeas).
-Una
decisión la “no-intervención” que jugó más a favor de la intervención de los
alzados que de la defensa de la II República y de sus valores, ¿lo ves así?
-Evidentemente. Los sublevados no estaban atados por
disposición jurídica alguna. Se pudieron mover libremente contra una República
atada de pies y manos.
-¿Qué es
lo que a países como el Reino Unido, Francia y Estados Unidos les hizo tomar la
decisión de “no –intervención”, sabiendo que con ello sentenciaban, de alguna
manera, a la II República?
-Hay un error ahí: los Estados Unidos no forman parte
del Comité de No Intervención. Éste sólo admitía a países europeos. Por lo
tanto, es un caso diferente. Lo que se pone en marcha en Washington es un
embargo moral que, a partir de enero de 1937, pasa a ser un embargo legal. Pero
las responsabilidades no son las mismas. Ni estaban en la Sociedad de Naciones
ni en primera línea de contención antifascista. A Roosevelt le hubiese
resultado harto complicado de justificar ante la opinión pública de su país,
marcadamente aislacionista, la intervención en una nueva guerra exterior menos
de dos décadas después del trauma colectivo de la Gran Guerra. Y ello cuando a
la democracia española ni tan siquiera la ayudaban sus homólogas más próximas y
directamente afectadas por las tensiones europeas, como eran la británica y la
francesa.
-Por
otra parte, el secretario de Estado, Cordell Hull, no
era precisamente favorable a la causa republicana española; trató de disuadir a
los gobiernos latinoamericanos de meterse en la cuestión española, que calificó
de asunto sumamente incendiario y susceptible de dividir a las Américas.
-En cuanto a Europa, es evidente que el Reino Unido
sabía que con la no intervención se estaba enterrando a la República. Pero la
cuestión es que en Londres no gustaba la República… Y en Francia dominaba un
seguidismo casi a ultranza a los británicos, derivado de una autopercepción de debilidad y del pavor a quedarse en
solitario ante la creciente amenaza alemana e italiana.
-Una
Sociedad de Naciones para todo inoperante como lo es, hoy en día, la ONU; mucho
ruido y pocas nueces porque los derechos de los más vulnerables, una vez y
otra, han sido violados…
-Vuelvo a lo mismo: no puede haber equilibrio
multilateral sin la voluntad de los Estados nacionales de ceñirse a intereses
supranacionales en aras de unos beneficios menos inmediatos, pero compartidos.
El cortoplacismo se impone, y en unos tiempos acelerados y marcados por la
inmediatez, cada vez más.
Las organizaciones supranacionales no pueden funcionar
si los Estados nacionales miembros no se implican en ello de forma honesta y
decidida. Ése es el primer problema. Sin negar lo anquilosadas que puedan
resultar las estructuras y dinámicas de las primeras en sí. La necesidad de
refundar las Naciones Unidas viene siendo urgente desde hace ya demasiado
tiempo.
-La
España de la República, los que defendían la República en contra del fascismo
al final de la guerra solamente la pretendían prolongar porque presentían que
iba a estallar un conflicto a escala continental en Europa, pero salieron mal
parados, aunque su presunción fue acertada…¿Qué nos puedes comentar?
-La estrategia de resistencia de Negrín no fue suicida. Al contrario:
fue la más racional. Al ver la imposibilidad de una paz negociada, la única
alternativa era la rendición incondicional; es decir, entregar a su suerte a
aquellos que habían estado defendiendo la legitimidad republicana. Por ello
Negrín apuesta por una resistencia funcional, con la esperanza de enlazar con
una extensión de la guerra a suelo europeo (un escenario en el que la República
quedaría del lado aliado), o en su defecto, mantener una posición susceptible
de forzar a Franco a aceptar una mediación internacional y, sobre todo, que
permitiese una evacuación ordenada de los cuadros republicanos más
comprometidos y que serían las víctimas más claras del franquismo, como se vio
tras la victoria franquista. El golpe de Casado desmorona esa resistencia
funcional. Y que Negrín no estaba equivocado en absoluto se vio en sólo cinco
meses, con la declaración de guerra franco-británica a Alemania. No tenía nada
de quimera: la República había resistido más de treinta y dos meses.
-Ni al
finalizar la Segunda Guerra Mundial, se encontró apoyo, algo más que una
decepción; yo lo calificaría de traición… ¿quién amparó las necesidades humanas
de este país y sus derechos humanos?
-El abandono a la democracia española en 1945 fue, de
hecho, una segunda no intervención. Y con el mismo actor principal al frente.
¿Las necesidades y los derechos humanos en España? ¿A quién le importaba? No al
general Franco, desde luego, que poco hizo para frenar la corrupción alrededor
de él mientras el grueso del país se hundía en la miseria. Paradójicamente,
Negrín mostró otra sensibilidad desde el exilio, pues apoyó la inclusión de
España en el Plan Marshall con el fin de paliar el hambre en el interior del
país. Le llovieron críticas por ello, claro. Como por todo. La derrota es
siempre huérfana.
-¿Pasó a
ser la España de la dictadura, la España de Franco, como una plataforma del
capitalismo que querían desarrollar EEUU, Reino Unido haciendo frente a la
Unión Soviética y a sus países satélites?
-No tanto una plataforma del capitalismo, sino una
barrera anticomunista. Eso es lo que pasó a ser considerada la España de
Franco. La autarquía que siguió a la guerra en el país no era precisamente el
modelo económico preconizado por las potencias anglosajonas.
-Preguntado
de otra manera, ¿les convenía tener a una España, desmantelada en democracia y
maltrecha en valores republicanos?
-El temor de las democracias occidentales no era a los
valores republicanos, perfectamente homologables con el carácter de sus propios
regímenes, sino a la posibilidad de un régimen con presencia o influencia
comunista en Europa Occidental. Eran conscientes de la fuerza y prestigio que
habían adquirido los comunistas españoles, franceses e italianos en la lucha
contra Hitler y Mussolini. Y Franco podía disgustar a las democracias liberales,
pero su régimen, aislado, no constituía un peligro en los nuevos tiempos de la
Guerra Fría; en cambio, una España con visibilidad comunista, sí.
-Amigo, ¿cómo ha sido
el proceso de documentación e investigación para este libro? Y háblanos de la
metodología de trabajo que has seguido para poner orden en todo lo que ibas
investigando…
-La investigación está basada en bastantes miles de documentos de la
época, procedentes de archivos franceses, británicos, estadounidenses,
mexicanos, chilenos… además, lógicamente, de los españoles y de los de la
propia Sociedad de Naciones en Ginebra. Esa masa de documentación fue
clasificada cronológica y temáticamente, combinando según cada caso, y
constituyó el esqueleto de la investigación. Eso permite que la base de la
investigación sea original. Estoy de acuerdo con la afirmación de Barbara Tuchman de que “el
material debe preceder a la tesis”. De ahí surgen nuevos perfiles, en ocasiones
muy diferentes a los repetidos en la historiografía, y ese proceder permite
ratificar o refutar las narrativas construidas en torno a un hecho histórico.
Una de las principales tareas del historiador, en tanto que científico social,
debe ser la de confrontar interpretaciones basadas en premisas falsas o
representaciones distorsionadas y superpuestas como herramienta de construcción
de una narrativa del pasado. Evidentemente, hay que saber cómo interrogar a la
documentación y luego complementar ese esqueleto basado en documentos de la
época con bibliografía especializada, pero ésta no puede constituir la base de
una investigación de raíz original.
24715
Inseguridad
colectiva. La Sociedad de Naciones, la Guerra de España y el fin de la paz
mundial. David
Jorge. Prólogo de Ángel Viñas
783 páginas
34.90 euros
Tirant lo Blanch
"El libro que me honro en
prologar es uno de los más importantes que sobre la Guerra de España se han
publicado en los últimos años. Esta afirmación puede sorprender a más de un
lector. El período 1936- 1939 es, en efecto, el mejor estudiado en nuestra
historia contemporánea. Ahora bien, no todos los libros que se publican sobre
tan dramático episodio son de igual calidad o de parecidas ambiciones. El autor
de esta obra ha apuntado muy alto y ha jugado muy fuerte. David Jorge, en esta
su primera gran obra, se ha adentrado en territorio muy poco explorado
monográficamente: el papel de la Sociedad de Naciones en la Guerra de España.
Parece mentira que hasta ahora no se le hubiese otorgado la importancia que
merece. Este libro defiende, documental y teóricamente, la crucial importancia
de los factores externos, exógenos, para explicar tanto la derrota de la
República como el triunfo de los sublevados. La no aplicación de los preceptos
del Derecho Internacional asestó un golpe mortal al gobierno republicano. Su
sustitución por una política de no intervención, que siempre funcionó a favor
de Franco, acentuó tal letalidad. Debo recomendar a la atención de los amables
lectores esta obra y a su autor, un historiador de las nuevas generaciones
nacidas en democracia, que con habilidad, destreza y maestría ejemplifica hasta
qué punto la antorcha de la investigación sobre la guerra española está pasando
a buenas manos". ÁNGEl VIÑAS
"En este libro de investigación profunda y exposición lúcida, David Jorge
dice la verdad al poder. Demuestra cómo durante la Guerra de España (1936-1939)
las democracias occidentales -Gran Bretaña, Francia y también los Estados
Unidos- desplegaron una política de ´no intervención´ cuyos efectos aniquilaron
la joven democracia española asediada por el fascismo internacional. Sumamente
intervencionista en la práctica, y de dudosa legalidad, la ´no intervención´
fue promovida por las élites de estos tres países porque creyeron que era la
estrategia más eficaz para sus propios intereses políticos, tanto internos como
imperialistas. Pero al obrar así, estas mismas democracias occidentales
coadyuvaron en la liquidación de la Sociedad de Naciones, ya gravemente dañada
por una serie de fracasos anteriores de los que también fueron parcialmente
responsables. Es más: al echar por tierra la política de seguridad colectiva, que
fue el principio clave del que nació la Sociedad de Naciones, las democracias
occidentales también destruían lo único que protegía a sus propios ciudadanos
ante el nuevo conflicto mundial que se avecinaba". HELEN GRAHAM
"Este impresionante libro va a marcar un auténtico hito en la
historiografía sobre los aspectos internacionales y diplomáticos de la Guerra
de España. Redactado en un estilo claro y contundente, el trabajo del Dr. David
Jorge no sólo se distingue por el rigor de sus investigaciones, basadas todas
en una sólida labor de archivo, sino también por su originalidad -propone
marcos interpretativos innovadores que cambian el campo de forma sustancial- y
por la valentía con la que desafía lecturas comúnmente aceptadas".
SEBASTIAAN FABER
Índice
SIGLAS Y ABREVIATURAS 11
Prólogo 15
INTRODUCCIÓN 23
Capítulo I
¿La guerra que acabaría con todas las guerras?
1. ¿Qué condujo a un nuevo desastre de la Humanidad? Vista
atrás hacia Ginebra 44
2. La paz que siguió a la Gran Guerra
46
3. El anhelo de evitar la guerra
62
Capítulo II
La engañosa calma del lago Léman: Manchuria,
Abisinia, Renania (1931-1936)
1. La lección de Manchuria: la agresión puede quedar
impune 67
2. La Conferencia de Desarme: el fracaso del idealismo
versallesco 77
3. Mussolini y Abisinia: la ruptura del orden
internacional 79
4. Renania: Hitler inicia sus tanteos de conquista
progresiva 87
Capítulo III
Más allá de Ginebra. La consolidación de la guerra en España y del escenario
internacional: El Gobierno Giral (julio-septiembre
1936)
1. El caluroso verano de 1936
107
2. Hacia las ayudas exteriores
115
3. La mano francesa se escurre desde la solidaridad hacia la
no intervención 121
4. “No voy a meter a este país en una guerra contra nadie por
la Sociedad de Naciones” 136
5. Entre los miedos del Front Populaire
y los prejuicios del Foreign Office
147
6. Otros actores 159
Capítulo IV
La SDN, único altavoz internacional para la República: El Gobierno Largo
Caballero (septiembre 1936-mayo 1937)
A) El ámbito multilateral se diluye en la no
intervención 173
1. No hay que ensuciar el Palais des Nations; las
decisiones, en Londres 173
2. Rivas Cherif,
desastrosa designación en suelo helvético
192
3. En Ginebra nadie quiere hablar de
España 196
4. México salta a la
palestra 211
5. “Los campos ensangrentados de España
son ya, de hecho, los campos de batalla de la guerra mundial”
223
6. El gran desengaño: la Asamblea de la
SDN 230
7. La gran incógnita. ¿Por qué no nombrar
un delegado permanente ante la SDN? 240
8. El nacimiento del Eje y sus raíces
españolas 248
9. Los diferentes sueños de una mediación
imposible 256
B) Ni pruebas, ni territorios: piratas fascistas patrullan el
Mediterráneo 270
1. La “concepción pueril y simplista” de
la “guerra internacional” de España 270
2. El enigma del encuentro nocturno Eden-Delbos en Ginebra
288
3. Cortejando a las democracias con el
Marruecos español 310
4. Los rebeldes y sus reclamaciones
jurídicas ante la SDN 315
5. Lo que Eden y
Delbos reclamaban: las pruebas de la violación
italiana del Pacto 322
6. “En vez de caminar hacia la unidad
vamos hacia el encontronazo” 337
7. Negrín, un hombre internacional en “un
mundo muy desfavorable para la República”
342
Capítulo V
La apuesta de la República: Negrín, al frente del Gobierno (mayo 1937-abril
1938)
A) Las dudas francesas y la muerte de la (pen)última esperanza internacional
358
1. Se agotan las posibilidades
diplomáticas 358
2. Graves tensiones entre la República y
Alemania 368
3. Un punto revelador: por qué no se
nombró antes un delegado permanente ante la SDN
378
4. Negrín preside la Asamblea en Ginebra;
Gran Bretaña y Francia la desvirtúan en Nyon
395
5. Urgente reorientación hacia una Francia
dolida por la inclinación británica ante Italia
420
6. El presidente Negrín toma la palabra en
el Palais des Nations
423
7. Chile, el gran enemigo manifiesto para
la República en la SDN 447
8. El estropicio de la delegación
franquista en Ginebra 461
B) Vaivenes letales en Europa
470
1. Se suceden comisiones asamblearias…
mientras las ilusiones republicanas se desfondan
470
2. Londres simula actuar
486
3. Mussolini deja oficialmente la
SDN 491
4. Comienza 1938 y la guerra se
prolonga 495
5. La llegada de Halifax y Bonnet: doble
golpe para rematar a la República en el exterior
499
Capítulo VI
Una resistencia funcional para enlazar con la guerra mundial: La despedida de
la democracia española (abril 1938-abril 1939)
A) Entre la resistencia funcional de Negrín y el desplome
interno de la República 509
1. El último Gobierno de la II
República 509
2. (Ir)responsabilidades
históricas: los binomios Chamberlain-Halifax y Daladier-Bonnet
524
3. Las maniobras de un bando que se va
sintiendo vencedor 556
B) El continuum appeasement-no
intervención-appeasement
564
1. Sorpresa en Ginebra: Negrín anuncia el
adiós de las Brigadas Internacionales 565
2. Los Acuerdos de Múnich o la
ratificación formal de la muerte de la SDN
576
3. Jiménez de Asúa,
delegado permanente: un nombramiento tan certero como tardío
589
4. 1939: Despidiéndose de la Guerra de
España… y de la paz mundial 609
5. Gran Bretaña y Francia reconocen a
Franco; la República se descompone 621
C) No sólo Occidente miró hacia España en los albores de un
mundo globalizado 636
1. Nueva Zelanda, larga mano tendida a la
democracia española desde las antípodas
636
2. La Segunda Guerra Sino-Japonesa,
conflicto paralelo a España 650
D) Gestiones para cuando la política carece ya de
fundamento 673
1. Cuando la paz no es
posible 673
2. El ‘frente del arte’: la salvación del
patrimonio artístico español 678
3. El adiós de unos voluntarios tan
abandonados como la democracia española
691
4. Una resistencia imposible en un mundo
que ya no miraba hacia España 707
CONCLUSIONES 717
FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA 751
ÍNDICE ONOMÁSTICO 769
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