edition-104151.jpgCazarabet conversa con...   José Antonio Fernández López, autor de Ensayo y resistencia. Escritura, la filosofía y testimonio de la violencia después de Auschwitz” (Comares)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

José Antonio Fernández López reflexiona sobre la escritura, la filosofía y el testimonio de la violencia después de Auschwitz.

La sinopsis de este libro encuadrado en la colección de Comares Filosofía Hoy: A punto de cumplirse el septuagésimo quinto aniversario de su liberación, Auschwitz permanece como un símbolo de enorme trascendencia y significación. El lager por antonomasia ejemplifica el vacío significativo y la quiebra de la razón que ha representado para la historia el universo concentracionario. Auschwitz es uno de esos acontecimientos en los que, en palabras de Walter Benjamin, se conserva y se realiza el curso entero de la historia, un hecho epocal que se proyecta universalmente. Por esta razón, el genocidio perpetrado por el nacionalsocialismo exigió y sigue exigiendo una reflexión capaz de explorar el horror, la barbarie, de indagar en sus causas y en sus efectos. A lo largo de los años el silencio de la razón en Auschwitz, el fracaso del discurso logocéntrico occidental, ha suscitado una nueva forma de racionalidad al servicio de la obligada memoria de las víctimas de la violencia. Más allá de los juegos del lenguaje o de una consideración desencarnada de la historia, una forma alternativa de abordar la verdad y el ser del mundo puede y, tal vez, debe ser planteada.
Ensayo y resistencia. Escritura y testimonio después de Auschwitz, es un estudio original sobre la fundamentación anamnética y crítica de la obra de Jean Améry, Primo Levi e Imre Kertész. Supervivientes del Holocausto, sus respectivas obras literarias y ensayísticas conforman un conjunto heterogéneo donde el acto de escribir se erige como un acto de resistencia personal. Retorno, escritura, resistencia y existencia son categorías esenciales en un humanismo radical concebido a la sombra de Auschwitz, énfasis y pasión testimonial de unos autores cuyo pensamiento representa la múltiple tensión, nunca resuelta satisfactoriamente, entre la obra de arte, la obligación ético-política, la pulsión anamnética y la búsqueda de una liberación personal del trauma de sobrevivir.

El autor, José Antonio Fernández López: es doctor en Filosofía por la Universidad de Murcia y profesor en el Departamento de Filosofía de la misma Universidad. Temas principales de interés: filosofía medieval, en general, y pensamiento y la mística judía en particular; problema de la identidad y los procesos sociohistóricos contemporáneos, y su plasmación en la literatura. Publicaciones: Ética y fracaso (2009); Judaísmo finito-Judaísmo infinito (2010); Tiempo de Sefarad. La historia como consolación en el judaísmo medieval español (2016); A merced de la tormenta. Judaísmo y literatura en el siglo XX (2017).

 

 

 

Cazarabet conversa con José Antonio Fernández López:

s200_jos_antonio.fern_ndez_l_pez.jpg-Amigo, ¿qué es aquello que te ha hecho investigar sobre   la escritura, la filosofía y el testimonio de la violencia después de Auschwitz?

-A mi juicio, una literatura y una reflexión como esta que se ha acercado a un objeto epistemológico, ético e histórico de la trascendencia de Auschwitz merece toda la atención. Llevo vinculado a estos temas desde mi época de formación como estudiante de filosofía y ellos fueron, en parte, el contenido mi investigación doctoral. Reflexionar sobre el Holocausto desde una perspectiva filosófica es profundizar en un fecundo ámbito de creación y de representación, a mi juicio, escasamente tratado en nuestro país y en nuestra lengua. Caracterizado por una singular adecuación ética y estética al núcleo de experiencias asociadas a la Shoá, llevado a cabo por algunos supervivientes de la catástrofe, se trata de un conjunto de obras literarias y ensayísticas donde el carácter universal de sus logros se halla determinado y condicionado por la necesidad personal de dar testimonio frente al olvido. Creo sinceramente que estos testimonios, representaciones y reflexiones ofrecen una mirada a contrapelo sobre la idea de humanidad, subvierten nuestro humanismo biempensante, instalado en la asombrosa comodidad del olvido y del progreso.

-Ni que, en el holocausto, en aquella locura de la maldad, se hubiese invertido toda la maldad humana en forma de violencia, ¿no?, ¿es así?

-Habiéndose cumplido el septuagésimo quinto aniversario de su liberación, Auschwitz permanece como un símbolo de enorme trascendencia y significación. Auschwitz como símbolo del Holocausto, de la Shoá, ejemplifica el vacío significativo y la quiebra de la razón que ha representado para la historia el universo concentracionario. Auschwitz es uno de esos acontecimientos donde se conserva y se realiza el curso entero de la historia, un hecho epocal que se proyecta universalmente. Por esta razón, el genocidio perpetrado por el nacionalsocialismo sigue exigiendo una reflexión capaz de explorar el horror, la barbarie, de indagar en sus causas y en sus efectos. A lo largo de los años, el silencio de la razón en Auschwitz, el fracaso del discurso humanista occidental continúa exigiendo una forma de racionalidad al servicio de la memoria de las víctimas de la violencia. Afirmar, un tanto enfáticamente, que la filosofía y el arte siguen teniendo una responsabilidad al plantear su estatus después de Auschwitz, significa el que, más allá de los juegos del lenguaje o de una consideración desencarnada de la historia, una forma alternativa de abordar la verdad y el ser del mundo puede y debe ser planteada. Lejos de cualquier pretensión generalizadora y, por ende, restrictiva, una cultura que en su pensar y representar el mundo pase de largo olvidando a las víctimas de la barbarie, que no disponga entre el ingente caudal de sus creaciones de un ámbito de encuentro y de memoria de los caídos, de los olvidados, es un discurso lastrado por una intrínseca limitación histórica y moral. Con respecto a la idea del mal a la que os referís, no creo en la existencia de un Mal subjetivo y mayúsculo, como una forma de substancia que opera a la inversa de un Dios providente. Creo, sin embargo, en la existencia de una profunda y atávica capacidad del ser humano para experimentar la regresión moral, la vuelta a formas irracionales de existencia, así como también en el peligro real que albergan dentro de sí todas aquellas doctrinas políticas, pretéritas, presentes y futuras, que despreciando la condición humana de sus oponentes los colocan en la antesala de su eliminación, primero sociopolítica, y luego, simplemente humana.  

- ¿No sería mejor decir que aquellas violencias no dan o no han dado como pie a otras violencias?, pero si es así ¿qué otras violencias y cómo son?. -Para que al cabo de más de ochenta años las violencias que entroncan con aquellos nazismos y fascismos vuelven a estar aquí presentes. Sin memoria

-Permitidme que conteste a las dos preguntas, ya que están íntimamente vinculadas. En mi opinión, las dimensiones y características del extermino del pueblo judío perpetrado por el nacionalsocialismo durante la Segunda Guerra Mundial desbordan la memoria reciente o lejana de otros fenómenos similares. El concepto de “crimen contra la humanidad” fue formulado en la inmediata posguerra como respuesta casi en exclusiva a este genocidio, sin olvidar, por supuesto, que el Acuerdo de Londres, por el que se establecía el estatuto del Tribunal de Núremberg, definía dichos “crímenes contra la humanidad” en un sentido universal: “el asesinato, exterminio, esclavitud, deportación y cualquier otro acto inhumano contra la población civil, o persecución por motivos religiosos, raciales o políticos”. No existiendo ningún género de duda con respecto a la magnitud de los crímenes perpetrados por Alemania entre 1939 y 1945 y la diversidad étnica, religiosa y política de sus víctimas, no es menos cierta la compleja singularidad de su fijación genocida contra el pueblo hebreo. Dicho esto, conviene recordar que el antisemitismo ni era un fenómeno exclusivamente alemán, ni resultaba una novedad su irrupción en la historia, y que la singularidad del Holocausto no puede hacernos olvidar que la historia de la humanidad ha visto genocidios y exterminios desde sus orígenes. ¿Son las violencias del presente una consecuencia del pasado? Depende de qué violencias y de qué contextos. La violencia es connatural al ser humano y es, por desgracia, una de las formas entreveradas en la psique colectiva de la humanidad para la resolución de conflictos. Lo que sí podemos decir es que, en Europa, por ejemplo, después de haber pasado 75 años del fin de la Segunda Guerra Mundial, de haber caído el Muro de Berlín y haberse disuelto el modelo del socialismo real como un azucarillo en una taza de té, vemos por doquier la irrupción de partidos populistas que reivindican el legado más oscuro de un pasado de intolerancia, nacionalismo y fascismo no tan lejano de sus respectivos países. Polonia o Hungría, por ejemplo, sufren un retorno o regresión política a los años treinta del siglo pasado, pero, también, los países nórdicos, Alemania u Holanda ve proliferar fuerzas políticas que miran con indisimulada simpatía aquella época siniestra o despliegan sin complejos un ideario neofascista y xenófobo. ¿No tienen memoria? Sí que la tienen. La suya, selectiva, obtusa, resentida, focalizada desde una doctrina amigo-enemigo a la que entienden en su forma más primaria, con la avidez reiterativa de aquel que desea convertirse en actor político relevante aportando soluciones simplistas y primarias a problemas complejos.

-Pero no todo es, ni fue, ni será negativo después de Auschwitz, me refiero a que hay luces que hablando del holocausto no buscaron ni la venganza, eso sí, fueron tenaces en buscar la justicia que no es, para nada, lo mismo.

-Un ejemplo fundamental para comprender esto que planteáis lo encontramos en la obra y en la vida de Jean Améry, pseudónimo de Hans Mayer, escritor e intelectual austriaco, superviviente de Auschwitz y de Bergen-Belsen. Él se preguntará incesantemente si es posible superar la condición de víctima de la violencia, si es posible la rehabilitación espiritual de aquel que ha padecido la muerte y el horror, que ha sido despojado de su patria y de su cultura. Pará él, más allá de una simplista justicia vindicativa, junto a la reivindicación de la dignidad perdida existía la necesidad de identificar correctamente la noción de culpabilidad de los verdugos y de sus cómplices. Se trata, pues, de un asunto de la polis, al modo clásico: sin justicia no puede haber una verdadera praxis política; allí donde no hay justicia, no hay lugar para los actores políticos que han padecido la injusticia, convirtiéndose estos en seres superfluos, en parias. ¿Deben las víctimas perdonar? En la respuesta que Améry da a la pregunta de Simon Wiesenthal, “¿qué habrías hecho tú en mi lugar?”, a partir del desarrollo de una reflexión conjunta sobre Los límites del perdón, indica con claridad que los conceptos de culpa y perdón son teológicos, ajenos a él y a su comprensión del mundo: perdonar o no perdonar se le antoja irrelevante, es una cuestión que atañe a sentimientos estrictamente personales, por lo que el problema en cuestión sólo puede contemplarse desde una doble perspectiva, política y psicológica. Dando prioridad en su respuesta a la primera de las perspectivas, Améry afirma con rotundidad que, políticamente hablando, no quiere oír nada que tenga que ver con el perdonar. Niega cualquier tipo de reconciliación con los criminales, o con aquellos que sólo por casualidad no llegaron a cometer atrocidades y, finalmente, con aquellos que con sus palabras ayudaron a preparar todos los inexplicables actos que se perpetraron. Esta posición radical, no es, por ejemplo, la de Primo Levi, tal vez porque sobrevivir a Auschwitz y volver a la vida en una Italia cuyo antisemitismo había sido folclórico y condescendiente, era completamente diferente a lo podía suponer hacer esto en Alemania o en Austria, en Polonia o Hungría. Por cierto, Levi no era un “perdonador”, ni nadie empeñado en la reconciliación con los verdugos. Sin embargo, sí que pudo reconciliarse con la sociedad italiana, a la que no culpaba en exceso de sus propios padecimientos. En cualquier caso, y para concluir, más que buscar una justicia cuya articulación quedaba fuera de sus posibilidades personales, Levi, Améry, Kertész y tantos otros interpelaron a una sociedad olvidadiza, complaciente o, simplemente ignorante, desde su testimonio personal con el fin, sobre, de hacerse justicia a ellos mismos y a su condición de excepcionales supervivientes.

-Háblanos, por favor, del proceso de investigación…de esa tarea tan ardua, de búsqueda, mucha lectura, poner orden….

-Es, en esencia, un proceso de verter y decantar. La lectura de los textos fundamentales sobre la cuestión es el inicio de un proceso en el que va desplegándose una suerte de esquema arbóreo en el que unas referencias llevan a otras. Una vez completado el esquema de lectura (siempre parcial y mejorable), al que acompañan todas las notas, fichas y reseñas que este ha generado, comienza el proceso de escritura que, por lo menos, para mí, es fundamentalmente la tarea cuasi artesanal de tejer un texto ordenadamente con todas esas aportaciones. Esta perspectiva, podríamos decir, vertical, tiene como complemento una perspectiva transversal. El texto se va enriqueciendo con aquellos nexos, no estrictamente vinculados a la temática tratada, pero sí a elementos culturales, a perspectivas filosóficas, a obras literarias, que permiten enfatizar lo que de universal tiene aquello que estoy tratando. Por poner un ejemplo, estudiar a Levi implica abordar la cuestión del trabajo concentracionario, lo cual puede suponer preguntarse qué relación existe entre el planteamiento de Levi y el de los teóricos operaístas y neomarxistas italianos de los años sesenta del siglo pasado. Esta indagación, que puede llevarte por otros derroteros como indagar cuál era la concepción del trabajo del nacionalsocialismo en sus escritos o en el de intelectuales afines (Ernst Jünger, El trabajador), puede también desembocar en una mirada estrictamente literaria como, por ejemplo, una novela del suizo Max Frisch (Homo faber) o del soviético Andréi Platónov (Chevengur), donde la idea del hombre como creador, la posibilidad de lo utópico o el fin de la utopía, se evidencia.

--Trabajas teniendo en cuenta como un guion de cuestiones a ir contestando, a ir dando respuestas.

Sí, siempre, pero es un guion que no cierro hasta la fase final de escritura y que comienza como unas “pistas de indagación”.

¿Cómo es coordinar todas estas plumas, teniendo en cuanta que, seguramente, cada una de ellas nos aporte un capítulo y/o participación desde donde se es especialista? 

-El trabajo como profesor de filosofía, la vida y la reflexión filosófica, están íntimamente ligados a cultivar una forma de pensamiento que tiende hacia la cosmovisión, hacia las perspectivas que buscan trascender la mera particularidad, aunque esta sea necesaria y siempre esté presente. Esta predisposición y necesidad para la conciliación de las aportaciones plurales es una exigencia del propio propósito de mi pensar y, por extensión, de mi reflexión escrita. Al final, resulta una actitud hacia la que se tiende casi naturalmente, no es forzada o impostada.

-¿Qué dirías, amigo, que aporta como de nuevo esta publicación al estudio del holocausto y de todo lo que de él se deriva?

-Ensayo y resistencia es un estudio sobre la fundamentación anamnética y crítica de la obra de Jean Améry, Primo Levi e Imre Kertész, autores que, a excepción del superviviente italiano apenas han sido tratados de modo ensayístico en España. Sus respectivas obras literarias y ensayísticas conforman un conjunto heterogéneo donde el carácter universal propio de toda gran creación se halla determinado y condicionado por una impronta personal, la necesidad de dar testimonio frente al olvido. Escribir, para estos autores, es un acto de resistencia. Frente a una sociedad que siempre tiene la tentación de pasar página, frente a una historia dominada por el gran relato donde lo individual es obviado, frente al progresivo empequeñecimiento de los crímenes y atrocidades de antaño por mor del paso del tiempo y la siempre sutil debilidad de la memoria colectiva, frente a los límites de la propia condición humana, Primo Levi, Jean Améry e Imre Kertész reivindican en sus escritos un singular ejercicio de racionalidad crítica y de lectura histórica que me parece fascinante. Mi libro quiere poner de manifiesto cómo las obras de estos autores miran al pasado y al presente vital con la tenacidad del resistente, del irreductible, de aquel que entiende que su vida se encuentra vinculada a unos hechos de enorme calado y trascendencia y que bajo ningún concepto pueden ser obviados. Retorno, escritura, resistencia y existencia son categorías esenciales en su humanismo radical concebido a la sombra de Auschwitz, un pensamiento que representa la tensión, nunca resuelta satisfactoriamente, entre la obra de arte, la obligación ético-política, la pulsión anamnética y la búsqueda de una liberación personal del trauma de sobrevivir.

-¿Hubo justicia después del holocausto…? sí, me refiero a la que se suma más allá de los “juicios más conocidos” como “los más mediáticos”…la que “se palpa” entre las y los conciudadanos?

-Más allá de los juicios mediáticos (Juicios de Núremberg, Procesos de Auschwitz) la percepción de víctimas tan singulares como Jean Améry, Imre Kertész del devenir de la historia europea posterior a la Segunda Guerra Mundial y de la idea de justicia en torno a lo ocurrido en los campos y en la sociedad de sus respectivos países, desembocará en un desaliento frente al que ninguna clase de utopía pudo ser remedio eficaz. Para esta clase de víctimas, el mundo que emerge de la ruinas de la guerra y que contempla horrorizado el alcance y la magnitud del genocidio perpetrado por el nacionalsocialismo –pasados los primeros instantes de estupor, las condenas morales vehementes al grito coral de “nunca más”– dejó que su conciencia colectiva se diluyera en una autocomplaciente y miope “mirada hacia el futuro”. No tuvo lugar ninguna revolución ni se produjo ninguna clase de místico renacimiento de lo humano. Los restos psíquico-espirituales del nazismo, del fascismo racista y de la xenofobia permanecieron agazapados, transformados, por ejemplo, en la voluntad, férrea y ambiciosa de crear una nueva Alemania alejada en lo político y en lo social –hasta la exasperación– del reciente e ignominioso pasado o en una nueva Hungría convertida en el “paraíso” de una república de obreros y campesinos. Una empresa optimista tolerada con benevolente paternalismo y un enorme interés estratégico y económico por los “antiguos enemigos”. En Alemania, críticos y escritores de la generación de la inmediata posguerra como Heinrich Böll, Wolfgang Koeppen o Siegfried Lenz (parece que nos cuesta trabajo incluir ahora a Günther Grass) consignan la recepción, por parte de Alemania y de Austria, de una “libertad regalada”: habiendo hecho todo lo posible por arrebatar a otros pueblos la libertad, hicieron bien poco por recuperar la suya.

-Ha habido más holocaustos, por ejemplo en Latinoamérica , varios y de diferentes frentes y en diferentes épocas, quizás seamos más conocedores del caso acontecido con el holocausto en Alemania, pero ¿en todos se seguía como un plan cuyo último trayecto era “La solución Final” en el caso del holocausto las cámaras de gas; en Latinoamérica la caza de  los que no seguían al régimen y que acababan torturad@s , en prisiones inmundos o en el océanos y ahora aquí en Europa se produce un holocausto con los inmigrantes….Europa les tiene encerrados entre el barro, los alambres, los plásticos o ya les viene bien que el Mediterráneo haga la suya. Me pregunto, ¿hemos aprendido o acomodamos nuestros prejuicios en cuanto a los holocaustos a los tiempos y nuestras necesidades?; ¿Hasta qué punto o cómo “se copió” esto en Latinoamérica…?

-Me gustaría matizar algo que creo que es muy importante. Estoy de acuerdo con vosotros en que los hechos que apuntáis forman parte de la historia del mal y de la miseria moral de la humanidad, y deben ser calificados en su caso correspondiente como genocidio, destrucción de la dignidad humana, represión política, violencia institucional, terrorismo de estado, etc., pero creo que es necesario realizar una cierta clarificación terminológica para que estas tragedias y tampoco el holocausto del pueblo judío pierdan su íntima significación y relevancia. Los términos Holocausto, Shoá y Jurban, el primero una palabra de origen griego que significa “sacrificio expiatorio” y que traduce la hebrea olah y los dos últimos términos hebreos que significan, respectivamente, “catástrofe” y “destrucción”, se utilizan de forma directa para designar el genocidio del pueblo judío y la destrucción del hogar judío en Europa entre 1939-1945. “Holocausto”, en concreto, más allá de uso en la Biblia Septuaginta (Siglo III a. C.), se vinculó ya a la persecución del pueblo judío en crónicas medievales del siglo XII. En cualquier caso, no es la pura teoría sino el testimonio de las víctimas, lo que ha conferido significación teórica al sufrimiento particular del pueblo judío en el Holocausto, a su singularidad. Repito, no es que ese sufrimiento sea mejor, mayor, más intenso, que otros sufrimientos históricos del ser humano, sino “diferente”.  Se han distinguido tres niveles o escenarios que conforman el debate en torno a la singularidad o ejemplaridad negativa que simboliza la Shoá y Auschwitz como símbolo de esta: moral, histórico y epistémico. En primer lugar, con respecto a la singularidad histórica, existe un consenso generalizado sobre las características originales que la distinguen de otras tragedias de la historia: por primera vez en la historia, un Estado toma la decisión de eliminar a un grupo humano en su totalidad, poniendo al servicio de esta idea todos los medios tecnológicos de una potencia industrial; junto al punto de desmesura no alcanzado hasta entonces en la ya de por sí historia criminal del siglo XX, la esencia de Auschwitz descansa también en la perversa negación de la historia operada por los nacionalsocialistas, la negación del crimen dentro del crimen mismo, organizarlo para que no hubiera testigos ni restos materiales que pudieran testimoniar el horror. En segundo lugar, la singularidad moral de Auschwitz plantea la aceptación de la existencia de “una jerarquización del mal moral”. Puede reconocerse que, en Auschwitz, una fábrica de la muerte sin más objetivo y motivación que la propia muerte, la maldad humana alcanza una cota hasta entonces desconocida. Esto no es óbice para afirmar a la vez, que es imposible establecer un ranking en el sufrimiento subjetivo de las víctimas de todos los genocidios, algo estúpido, injusto y macabro. Por último, la singularidad epistémica es el resultado de un cuestionamiento de enorme relevancia filosófica: ¿es Auschwitz una novedad para el pensamiento de tal trascendencia que ya es imposible pensar como antes? Auschwitz posee un carácter fundacional: la exigencia ética, derivada de la catástrofe, de que “esto no se repita”, una ética más allá del puro deber moral kantiano que apela a la responsabilidad humana, para que “nunca ningún hombre vuelva a estar solo frente a ese mal”; una nueva comprensión del concepto de “verdad histórica”, cuya matriz es anamnética y que tiene como condición indispensable el “dejar hablar al sufrimiento”. Como corolario, Auschwitz debe ser considerado como algo más que un “crimen contra la humanidad”, entendido en sentido jurídico, ya que su esencia es radicalmente antropológica: “un atentado contra la integridad de la especie, contra el tipo de hombre que hemos conocido, de suerte que algo fundamental de la humanidad ha quedado dañado”.

-La educación, ¿debe de hacer más y mejor lectura en torno a este o estos episodios de la historia? ¿Y cómo debe de enseñarse o educarse ante un acontecimiento de este carácter?

-Auschwitz tiene un carácter y un significado universal porque supone un vacío significativo y una quiebra de la razón tan vinculantes que no pueden ser obviados. Es uno de esos acontecimientos, como el genocidio de Ruanda, como la desaparición de enemigos políticos durante la dictadura argentina, como el apartheid sudafricano o el genocidio de armenios en Turquía, en los que, en palabras de Walter Benjamin, “se halla conservada y realizada y en la época, el curso entero de la historia”, un hecho epocal que se proyecta universalmente. Por su parte, el genocidio nazi sigue exigiendo una reflexión filosófica capaz de explorar el horror, de indagar en sus causas y en sus efectos., que genere una pedagogía en torno a singularidad. El silencio de la razón en Auschwitz, el fracaso del discurso logocéntrico de Occidente, puede ser la antesala de una nueva forma de pensamiento, que precede a la obligada memoria de las víctimas y la formación ética de las nuevas generaciones. La centralidad, singularidad o ejemplaridad de Auschwitz, entendida como problemática exigencia para la razón y la representación discursiva y artística, ha sido y sigue siendo el punto de partida de una fecunda e incesante actividad. En este ingente legado y en su proyección al futuro late como reto la radical distancia que separa el significado y la trascendencia del Holocausto simbolizado por Auschwitz de las estrategias de representación, reflexión, lectura y educación a partir de él. Afirmar, un tanto enfáticamente, que la cultura sigue teniendo una responsabilidad y un reto enorme al plantear su estatus después de Auschwitz, implica el que, más allá de juegos del lenguaje insustanciales o de una consideración desencarnada de la historia, una nueva forma de abordar la verdad y el ser del mundo puede y, tal vez, debe ser planteada. Lejos de cualquier pretensión generalizadora y, por ende, restrictiva, una filosofía y una literatura que en su pensar y representar el mundo pasen de largo olvidando a las víctimas, que no disponga entre el ingente caudal de sus creaciones de un ámbito de encuentro y de memoria de los caídos, de los olvidados, son discursos lastrados por una intrínseca limitación histórica y moral.

-¿Se puede y se debe educar desde qué lecturas?, ¿nos puedes poner algunas preguntas?

-Junto a esta necesidad y exigencia de la que hablo arriba, existe ya una literatura, una representación y una reflexión que cumplen tales propósitos, un ámbito de creación y representación fecundo caracterizado por la adecuación ética y estética en pos de la verdad. Llevada a cabo por los supervivientes de la catástrofe, se trata de un conjunto heterogéneo de obras literarias y ensayísticas donde el carácter universal de sus logros se halla determinado y condicionado por la necesidad personal de dar testimonio frente al olvido. Existe cierta clase de master-narrative que marca, a mi juicio, los límites de la adecuación representativa. Desde luego, en el sentido de una búsqueda entendida como “tentativa”, como la problemática aspiración a un marco de “autenticidad expresiva”, la “industria cultural del Holocausto” ofrece incontables ejemplos. Otro asunto es saber cuáles de esos productos culturales a la sombra de Auschwitz podemos reconocer como efectivos y veraces. En escritores como Jean Améry, Primo Levi, Imre Kertész, Robert Antelme, David Rousset, Paul Steinberg, Paul Celan, en cineastas como Alain Resnais, Claude Lanzmann, Roman Polanski, Lázsló Nemes, tal adecuación parece significar mucho más que una suma de componentes aislados (experiencia personal, voluntad de testimoniar, maestría estilística, pasión por la verdad, cura de la razón, superación del trauma de la propia supervivencia). El resultado final de sus obras propicia en el lector o espectador es una experiencia donde emerge una indefinible autenticidad ética y estética, más allá de una superficial percepción de conjunto.

-Hace cosa de año y medio salieron  a la luz sucesivas noticias en las que se podía ver porque se hacen fotos que cuelgan de redes sociales , como instagram, que hay jóvenes que en visita a Auschwitz se hacían esas fotos como si estuviesen el la Torre Eiffel, la Sagrada Familia o La Gioconda—en el caso en el que en La Gioconda se pueden hacer fotos---es la más pura banalización de un episodio—el del exterminio-- y un escenario—el del propio Campo-- que solo de pensarlo pone los pelos de punta….¿se banaliza lo que pasó?; ¿qué es lo que se ha hecho mal para que la gente haga esas cosas?

-El “Auschwitz” objeto de cultura de masas, el símbolo manido y maltratado, utilizado sin referencia desde la política local hasta las más altas instancias de la geopolítica, el símbolo ambiguo usado de modo torticero como comparación arrojada contra el pueblo judío en el conflicto de Oriente Medio (del cual el Estado Israelí tiene una evidente y parcial responsabilidad), es una sombra adulterada que oculta –en muchos casos interesadamente– la verdadera dimensión y trascendencia de un hecho insoslayable: el asesinato, el horror y la puesta en cuestión radical de la humanidad operada en el espanto del lager; el sistema concentracionario, ideado para la “reeducación mediante el internamiento” de los enemigos del nacionalsocialismo, puesto al servicio de la Solución Final. Ahora bien, el caso que comentáis no tiene tanto que ver con una negación consciente de la trascendencia de aquello que simboliza Auschwitz, como de la evidencia de lo banal y superfluo de nuestra cultura y de nuestra concepción del mundo como una aldea global de la diversión. Los negacionistas del Holocausto son otra especie que merecería una reflexión aparte de estas líneas. Son, fundamentalmente, nazis o fascistas vergonzantes que, estando convencidos de que lo que en los campos se operó fue “bueno y necesario”, no tienen el valor o el interés estratégico de defenderlo.

-El “escuchar” al testimonio de la barbarie por parte de la sociedad es una herramienta para tener en cuenta?

-Creo que todas mis respuestas no han sido sino una afirmación y reafirmación de esta idea. La reflexión en clave de racionalidad negativa sobre “lo que queda de Auschwitz”, esclarecer racionalmente el sentido de la Shoá, del Holocausto, como un naufragio sin parangón de la cultura occidental o pensar sobre el uso y el abuso de la terminología y los símbolos del genocidio perpetrado contra el pueblo judío en la ética, en la política o en el arte contemporáneo, son modos de filosofar legítimos que ahondan en la sugerente dimensión de quiebra civilizatoria que el acontecimiento de Auschwitz encarna. También resulta sugerente o incluso necesario, sin obviar la problematicidad que para el pensamiento contemporáneo representa la Shoá, la exploración de su significación, de las formas representativas de su recepción y, por encima de todo, de su función como generador anamnético, como suscitador de la memoria, como elemento dinamizador de una nueva forma de leer la historia.

Muchas gracias.

 

 

_____________________________________________________________________

Cazarabet

c/ Santa Lucía, 53

44564 - Mas de las Matas (Teruel)

Tlfs. 978849970 - 686110069

http://www.cazarabet.com

libreria@cazarabet.com