La
Librería de El Sueño Igualitario
Renacimiento
Editorial, afincada en Sevilla, es una editorial con el ánimo de conjugar
calidad con atractivo en sus ediciones y compromiso…recuperando escritos,
reflexiones, libros, ediciones y ciertas
plumas es, ya casi, una costumbre. Nos acercamos hoy a una pluma contundente y
de peso y en muchas dimensiones porque trataremos de comentar el libro Del frente popular a la rebelión militar desde
una de las personas que protagonizaban
la política por aquellos días, Diego Martínez Barrio. Este republicano y
sevillano, seguidor de Lerroux y masón fue un hombre muy implicado en
consolidar, bajo sus ideas, a esta II República. Tuvo una azarosa vida
política: ministro del gobierno provisional, vicepresidente del Partido Radical
y presidente del Gobierno de 1933…como no gobierna a gusto, al lado de la CEDA,
(la coalición derechista y conservadora)…lo que hace es romper con Lerroux… Nos
referimos a sus palabras: “…por incapacidad ética…”
Sigue activo y se une con Azaña desde su partido
Unión Republicana para lanzar el Frente Popular. Cuando la guerra desquebrajó
España, Martínez Barrios estaba presidiendo las Cortes…la República pierde la
guerra y Martínez Barrio marcha a un exilio que lo lleva por tres países:
Francia, Cuba, México. Allí en 1945 se le nombra, por parte de un puñado de
diputados en el exilio, Presidente de la II República Española en el exilio…los
políticos de entonces tenían una vida intelectual que , a veces, parece que no
se ha heredado con los de ahora, aunque, evidentemente, hay y hubo de todo, pero
hasta con los que “no comulgamos “ muchos o con muchas de sus ideas…hasta con
ellos estamos como con deuda..La etapa antes de la guerra, la guerra y el
exilio marcaron a aquellas personas.
“Mima” de
manera especial este libro Leandro Álvarez que es el que escribe el prólogo, un
experto de Martínez Barrio, entre otras muchas cosas…
Lo que
nos dice la editorial Renacimiento sobre el libro:
En este libro se reproducen dos escritos de Martínez Barrio redactados recién
iniciada su vida en el exilio. Publicados originalmente en Buenos Aires
(Páginas para la historia del Frente Popular, 1943) y como una serie de
artículos periodísticos en el semanario Hoy de México (La rebelión militar,
1940), ambos textos reflejan el testimonio de uno de los principales protagonistas
de una etapa crucial en la historia de la Segunda República: los meses que
median entre 1935, en que comenzó a tambalearse la coalición de centro-derecha
en el poder durante el segundo bienio y a gestarse el Frente Popular, y los
inicios de la rebelión militar de julio de 1936.
Hombre honesto, ajeno a todo despecho o rencor, republicano, demócrata y
liberal, Diego Martínez Barrio representó como pocos a esa tercera España que a
partir de 1936 se vio aplastada por los extremismos de derecha y de izquierda.
Los textos que aquí se reproducen y la trayectoria biográfica de Martínez
Barrio son analizados en el «Prólogo» que incluye esta obra, redactado por
Leandro Álvarez Rey, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de
Sevilla y autor de Diego Martínez Barrio. Palabra de republicano (Sevilla,
2008).
El
escritor, en su día de este libro:
Diego Martínez Barrio. Nacido en
Sevilla en 1883, Martínez Barrio se convirtió desde comienzos del siglo XX en
uno de los principales dirigentes republicanos de Andalucía. Seguidor de
Alejandro Lerroux e impulsor de la reorganización de la Masonería, tras la
proclamación de la Segunda República fue nombrado ministro del Gobierno
Provisional, vicepresidente del Partido Radical y Gran Maestre del Gran Oriente
Español. Presidente del Gobierno que convocó las elecciones de finales de 1933,
cuyos resultados supusieron un giro en la trayectoria del régimen republicano,
en 1934 decidió romper con Lerroux ante su incapacidad ética para gobernar
dependiendo del apoyo parlamentario de la derechista CEDA.
Fundador del partido Unión Republicana e impulsor con Azaña del Frente Popular,
a partir de febrero de 1936 presidió las Cortes y ocupó interinamente la
jefatura del Estado. Iniciada la rebelión militar, el 19 de julio intentó en
vano formar un gobierno de conciliación que evitase la guerra civil. Refugiado
desde 1939 en Francia, Cuba y México y nombrado en 1945 por los diputados
supervivientes del Frente Popular Presidente de la Segunda República Española
en el exilio, falleció en París el 1 de enero de 1962.
Diego
Martínez Barrio :
http://es.wikipedia.org/wiki/Diego_Mart%C3%ADnez_Barrio
http://www.biografiasyvidas.com/biografia/m/martinez_barrio.htm
http://guerracivildiadia.blogspot.com.es/2013/03/diego-martinez-barrio-1883-1962.html
http://es.wikipedia.org/wiki/Partido_Republicano_Radical_Socialista
Cazarabet conversa con Leandro Álvarez
Rey:
-Leandro, ¿cómo podríamos definir,
políticamente hablando, a Diego Martínez Barrio...como un centrista liberal,
pero, sobre todo, como un republicano?
-En una
de sus últimas cartas Martínez Barrio se definió a sí mismo con estas palabras:
“A quienes me escuchan no dejo de
repetir que nosotros fuimos y somos simplemente liberales y demócratas. Primero
liberales, sin desfallecimientos ni intermitencias, y luego demócratas, porque
la fuente del poder es la democracia, pero a base de consagrar y practicar los
derechos de la libertad. Humilde catecismo que muchos olvidaron para desventura
común...” Pienso que, tal y como lo definió en su día Javier Tusell, Martínez Barrio fue un hombre con altura ética,
moderado, ajeno a todo rencor o deseo de venganza, y que llegó a ser
durante la Segunda República la expresión misma del centro político
-¿Cómo fue su paso por el Partido
Radical de Lerroux? ¿Cómo fue su relación con el líder Lerroux? ¿De todas
maneras yo siempre he visto a Lerroux como muy cerrado y tengo la impresión que
éste no era el carácter, para nada, de Martínez Barrio... por eso los veía como
un "tándem anti natura"... cómo lo ve un estudioso como tú?
-Como para muchos republicanos de su generación, el
Emperador del Paralelo, maestro del discurso demagógico y populista, fue para
Martínez Barrio una especie de ídolo de juventud, un maestro en el arte de
organizar y movilizar a las masas. Pero como muchos años después le confesaría
a Azaña, y este recoge en sus Cuadernos de la Pobleta,
hasta prácticamente la llegada de la República su relación con el jefe del
Partido Radical fue casi exclusivamente epistolar. Pienso que don Diego no
llegó a conocer realmente y a tener un trato personal con Lerroux hasta 1930 o
1931, y lo que fue conociendo de él, de sus intrigas, la venalidad de los
personajes que formaban su círculo más íntimo, acabó por alejarle políticamente
de don Alejandro. Aunque Martínez Barrio siempre guardó respeto por la figura
de quien había sido su mentor (a diferencia de Lerroux, que volcó todo su odio
y su bilis sobre su ex lugarteniente), hay una anécdota muy curiosa en esa
conversación que mantuvo con Azaña en plena guerra civil y que ilustra bien lo
duro que tuvo que ser para Martínez Barrio aquél desengaño con quien había sido
su jefe político durante treinta años: “Lerroux
–le dijo a Azaña– es muy afectuoso, muy simpático… me quería mucho. Pero en el
Partido Radical no se podía estar. Me dirán que he aguardado demasiado tiempo.
Sí, sí. ¡Había tantos afectos!... Cuando, el año 34, inicié mi separación del
Partido Radical, a Lerroux no le faltó nada para suplicarme de rodillas que no
me fuera. Me tomó un odio profundo… Lerroux quería deshonrarme. Sí, sí: quería
comprometerme en alguna operación política deshonrosa, como fue después la
represión de Asturias, o cosa análoga. Por eso me fui… El día que salí del
Gobierno, en mi casa, donde nunca bebemos, destapamos unas botellas de
champán...”
-En el bienio negro a Martínez
Barrio se le hace imposible conciliarse con el mandato del CEDA ¿qué puntos
eran esos que le hacían estar éticamente tan distanciados...?
-La opinión de Martínez Barrio sobre la CEDA, en
general, y sobre la figura de Gil Robles en particular –que deja traslucir en
algunos fragmentos de los textos que se reproducen en este libro editado por
Renacimiento– pienso que estuvo siempre muy mediatizada por lo que fue su
personal y directo conocimiento de la derecha sevillana de aquella época. Y la
verdad es que no andaba muy descaminado cuando sostenía que ese partido, en
Sevilla particularmente, no escondía tras de sí más que al viejo y rancio
reaccionarismo clerical y ultracatólico, sostén del
señoritismo monárquico. Nadie mejor que Martínez Barrio supo del trato
indignante que Gil Robles le dio a uno de sus pocos ministros verdaderamente
preocupado por intentar resolver los problemas sociales y en particular los del
campo (me refiero al ministro de Agricultura sevillano Giménez Fernández, con
quien mantuvo una sincera amistad hasta el final de su vida), a quien Gil
Robles entregó, como víctima propiciatoria, a los “conservaduros”
de la CEDA, es decir, al sector de los grandes propietarios, terratenientes,
etc., que al final son quienes acabaron imponiendo su estilo y sus intereses en
la actuación de la CEDA. Martínez Barrio era lo suficientemente inteligente
como para saber que Gil Robles no era un fascista; para él era algo peor: era
un monárquico reaccionario, clerical y antirrepublicano, que no dudaría en
intentar restaurar la monarquía por el viejo y castizo sistema del golpe de
estado militar, para así volver a los “buenos viejos tiempos”. Por eso que el
Partido Radical le hiciera el trabajo sucio a la CEDA, apoyando
parlamentariamente Gil Robles al gobierno de Lerroux para que este pusiera en
marcha una política contrarreformista desde comienzos
de 1934 (incluida la amnistía a Sanjurjo, que ya se
había sublevado en Sevilla el 10 de agosto de 1932), era para Martínez Barrio
ética y moralmente inaceptable; era algo así como renegar de lo que habían sido
sus principios desde que se inició en política, para ir entregando la República
en manos de quienes percibía como sus peores enemigos: no los falangistas, los
carlistas, los comunistas o los anarquistas, que nunca tendrían fuerza por sí
mismos para acabar con la democracia; pero sí los seguidores de Gil Robles,
esos cientos de miles de entusiastas católicos afiliados a la CEDA que tenían
los medios, los recursos y los contactos para acabar con aquello en lo que
nunca habían creído: en la República y en la democracia. Y por eso en la
primavera de 1934 Martínez Barrio, que como le dijo Alcalá-Zamora era el
heredero “natural” de Lerroux y de sus “dos presidencias” (la del partido y la
del gobierno), decidió abandonar a don Alejandro y al Partido Radical.
-Se va del Partido Radical y crea Unión Republicana y
se afianza con Azaña... ¿de dónde sacaba las fuerzas este hombre porque el
panorama era el que era...? (porque muchas
convergencias republicanas vienen de diferentes lares, corrientes....aunque
todas con el ideal republicano)
-Pienso que Martínez Barrio abandonó a Lerroux y
creó su propio partido para seguir defendiendo lo que siempre había defendido,
y para seguir ocupando el espacio político que quería ocupar. En mi opinión es
un error de perspectiva pensar que a partir de 1934 la política de centro en
España siguió ostentándola y defendiéndola el Partido Radical y Lerroux. Esa
política quien siguió preconizándola y representándola fue Martínez Barrio,
frente a unos lerrouxistas cada vez más derechizados
y dependientes de la CEDA. Su aproximación a Azaña fue una consecuencia de la
admiración personal –no tanto política– que Martínez Barrio siempre había
sentido por quien encarnó entre 1931 y 1933 el reformismo republicano
(admiración, ciertamente, no correspondida); y fruto también de lo que a partir
de 1934 pasó a convertirse en su principal objetivo político: crear un gran
partido que aglutinase a todos los grupos republicanos y que volviera a tender
puentes con los trabajadores (porque eso era la mayoría social del país, como
demostraron las elecciones de 1931 y 1936), y que se convirtiera, desde el
centro del espectro político, en el amortiguador de las tensiones entre
derechas e izquierdas. Sólo así, pensaba Martínez Barrio, se lograría
consolidar la República y la democracia en España.
-¿Cómo impulsa con Azaña y con
otros políticos lo del Frente Popular (fijémonos que, éstos, son ya dos
veteranos de la política y con mucho "peso"), lo ven como la única
manera de tumbar el "derechismo" y las maneras de hacer de la CEDA
que había estado en el poder dos años, los conocidos como el "bienio
negro"?
-Martínez Barrio lo explica muy bien en el primero
de los textos que se reproducen en este libro. La pretensión de las derechas de
implicar a Azaña en la revolución de octubre de 1934 (que quedó deshecha en
cuanto el ex Presidente pudo por fin defenderse ante las Cortes); la durísima
represión que el gobierno puso en marcha, principalmente contra las
organizaciones obreras, tras el fracaso de octubre, hubieran participado en el
movimiento revolucionario o no; y esa política de tierra quemada, de suspensión
de las políticas reformistas puestas en marcha durante el primer bienio, de
sustitución de los ayuntamientos republicano-socialistas por los caciques de
siempre en los pueblos, de vulneración sistemática de las bases de trabajo, de
los salarios, de las condiciones laborales... Todo ello creó el ambiente
propicio para volver a reconstituir aquella conjunción republicano-socialista
que había traído la República y la democracia a España en 1931. Eso lo supieron
entender muy bien Azaña, Martínez Barrio e Indalecio Prieto. Porque eso,
sustancialmente, fue el Frente Popular: una conjunción electoral de todas las
fuerzas del centro-izquierda que contrarrestase en número de votos lo que había
sido la coalición de derechas de 1933. Algo impuesto, además, por el sistema
electoral de carácter mayoritario del que se había dotado la República, que
obligaba a ir juntos, en grandes candidaturas, a quienes tenían pocos puntos en
común, pero que si iban separados a las urnas perdían inexorablemente.
Recordemos, explicado llanamente, que en el sistema electoral de la Segunda
República a la lista más votada se le adjudicaba el 80% de los escaños, y a la
segunda el 20% restante, aunque la diferencia entre una y otra candidatura fuera
de tan sólo un voto. Un auténtico
disparate, en mi opinión, que acabó forzando la formación de grandes bloques
electorales integrados por fuerzas políticas muy dispares, como se vio en 1936.
-Gana las
elecciones el Frente Popular y al cabo de muy poco se produce el Golpe de
Estado ¿cómo y de qué manera trata Martínez Barrio de parar la guerra,
recordemos que él estaba, entonces, de presidente de las Cortes?
-Todo ello lo explica con bastante detalle Martínez
Barrio en el último de los textos que se reproducen en este libro, y como suele
decirse mejor no contar el final de la película. Mi opinión es que, aunque
Martínez Barrio lo niegue, la tarea de parar la guerra era ya imposible el 19
de julio de 1936; es prácticamente imposible parar algo, cuando ese algo que
quieres parar ya ha comenzado. Yo me quedo con una frase que aparece en los
propios escritos de Martínez Barrio: Azaña esperó demasiado.
-Me da la impresión que Martínez
Barrio tenía un carácter conciliador, dialogante... una vez la guerra va avanzando:
¿cómo lo va sintiendo este político?
-Pues como un dolor, un fracaso y una frustración
íntima y personal. Algo que le acompañaría el resto de su vida. Las guerras, y
especialmente las guerras civiles, no suelen ser un buen escenario para las
personas y partidos conciliadores, dialogantes y moderados; sobre todo cuando
tienen que escoger un bando, cuando tienen que elegir entre lo malo y lo peor.
Por eso los republicanos quedaron, en general, anulados durante la guerra; y
por eso quienes a casi nadie representaban en julio de 1936, unos meses después
acabaron representando a las dos España en guerra: los falangistas y los
comunistas.
Las guerras civiles es el momento idóneo para
quienes están ideológicamente en los extremos, no para quienes querían encarnar
a una Tercera España. Lo cual nos lleva además a una reflexión creo que
interesante: si resulta que antes de julio de 1936 ni falangistas ni comunistas
tenían, ni por asomo, ni un ápice de la fuerza que llegarían a alcanzar apenas
unos meses después, habrá que concluir que no fue la importancia de los
situados en los extremos lo que acabó con la República en España. Quiero decir
que la situación de España no tuvo nada que ver con lo que pasó en la Alemania
de la República de Weimar –con la que a veces se le ha querido comparar–, pues allí los partidos antisistema
(nazis y comunistas), sumaban cientos de diputados en el parlamento. Aquí la
Falange de José Antonio sumaba 0 escaños (y las elecciones se habían celebrado
unos meses antes), y el PCE unos 17 (gracias a su inclusión en las listas del
Frente Popular), en un parlamento de 470 diputados. Aquí, pienso, el ascenso de
los extremos fue el resultado del fracaso de un golpe de estado militar que
desembocó en guerra civil; no fue la fuerza arrolladora y el peso de esos
extremos, como tantas veces se nos ha pintado, lo que provocó el “fracaso” de
la República y de la democracia en España.
-Se pierde la guerra y Martínez
Barrio marcha al exilio... ¿cómo "sufre" Martínez Barrio esta etapa?
-Conectando con la pregunta anterior, yo diría también que
como un dolor, un fracaso y
una frustración íntima y personal. El exilio, o el destierro como prefería denominarlo
Martínez Barrio, pienso que genera un estado de desgarro interior difícil de
definir con palabras, debe ser como una especie de vacío en el estómago que te
acompaña cada instante de tu vida, siempre pensando en tus paraísos perdidos,
en tu ciudad amada, la familia y amigos que dejaste atrás. Don Diego creo que
lo expresó muy bien en una de sus últimas cartas dirigida a uno de sus viejos
amigos de Sevilla: “Viejos
y solos –decía– nuestro
presente no es presente, sino pasado, y en el recuerdo de otras horas vivimos
como supervivientes milagrosos de un tiempo consumido… La única débil esperanza
que acariciamos es la de ver nuevamente a España y, sobre la tierra amada,
pasar los últimos días de la vida. ¿Pero esa esperanza, se convertirá en
realidad…?” Si a ello le unimos que
estamos ante un hombre que siempre se consideró a sí mismo, por los cargos que
ejerció al frente de las instituciones republicanas, como uno de los
responsables de aquella tragedia –cuando en realidad la lista de más
responsables que Martínez Barrio creo que sería bastante larga– el resultado
pienso que se resume en pocas palabras: desgarro y amargura interior. No me
resisto a reproducir aquí unas frases que Martínez Barrio le escribió a su
amigo Giménez Fernández, hombre de misa y comunión diaria y ex ministro de la
CEDA, apenas un año antes de su muerte. Era la respuesta al pésame que éste le
hizo llegar tras conocer el fallecimiento de su mujer. La respuesta de Martínez
Barrio fue ésta: “La carta de
usted que recibí hace varios días me produjo gran consuelo. En el desorden de
mi pensamiento sólo las voces de la amistad tienen eficacia, porque,
desgraciadamente, no encuentro en mí mismo conformidad y resignación […] Cuando
vuelvo la vista atrás se me arrasan los ojos. ¡Cuántos duelos en estos 25 años!
¡Cuánto esfuerzo desparramado por el mundo sin beneficio inmediato para España!
Quienes vimos acercarse la catástrofe no tenemos otra responsabilidad que la de
nuestra impotencia. Unos y otros hemos pagado, y pagamos aún, las culpas del
fratricidio. Le reitero, querido amigo, el testimonio de
mi mayor consideración. En usted, como en mí, el afecto está decantado por la
contemplación resignada y estoica de nuestro día actual, sin mañana ya en el
curso de la vida. Un abrazo de Diego Martínez Barrio” No me imagino a muchos dirigentes políticos de la
Segunda República, mucho más responsables que Martínez Barrio en el
desencadenamiento de aquella catástrofe, escribiendo una carta así.
-Desde el exilio "nace" este libro que, en
realidad, es el compendio de varios libros (dos) y muchas reflexiones...¿qué
aporta, de nuevo, este estudio que, creo se nota aunque escrito desde el exilio
ya se nota que está escrito desde la distancia de haber vivido la guerra, la
derrota y, creo, de no atisbar la luz...(creo que el saber de la derrota tan
amarga, el haberla sufrido, el tener que estar en el exilio, saber de
compañeros y amigos políticos muertos, como Azaña)
-Pienso que la principal aportación de este libro es
ofrecernos un testimonio muy valioso de ese momento crucial de nuestra historia
reciente como fueron los últimos meses de la Segunda República, antes de julio
de 1936. Cómo lo vivió uno de los principales protagonistas políticos, como fue
Diego Martínez Barrio, cuya actitud conciliadora y de moderación contrasta
vivamente con esa exaltación de las pasiones políticas que podemos encontrar en
otros protagonistas de este período. Nada más aleccionador que contrastar este
testimonio con el que nos ofrece –por ejemplo– José María Gil Robles en su
polémico No fue posible la paz, cuyo eje argumental viene a ser más o menos
éste: todos tuvieron la culpa de la guerra civil, menos yo; a pesar de
reconocer, como reconoció en esas páginas, que no dudó en entregar parte de los
fondos electorales de la CEDA a los militares que estaban organizando un golpe
contra la República.
-Desde la proclamación de la II
República al golpe de Estado y a la guerra... el arma (la guerra y sus
consecuencias) que terminaría por apuntillar a la República... Son cinco años
frenéticos en muchas cosas, pero en el panorama político se vive un
"intríngulis" importante....si miramos hacia atrás me da la impresión
que los políticos estaban mucho más formados de lo que imaginamos y muy
preparados, eran gentes con un ideal muy formado y concreto; también gentes con
idiomas (aunque en España nunca ha sido, por desgracia, su fuerte esto de los
idiomas), pero eran gentes con la mente abierta, el propio Martínez Barrio era
masón...
-Ciertamente lo que podríamos llamar el nivel medio de la
clase política de la Segunda República, en cuanto a su preparación intelectual,
vocación de servicio, formación, etc. creo que no admite comparación con lo que
lamentablemente estamos acostumbrados a ver en nuestro país, especialmente en
los últimos tiempos. Y esto vale para todos los partidos e ideologías. Mi
impresión es que se trataba de gente muy preparada, muy ilusionada y sobre todo
que creía sinceramente en lo que decía. Y un aspecto también muy a valorar y a
tener en cuenta: en su inmensa mayoría era gente muy honesta y muy decente;
escándalos de corrupción como el del estraperlo o el llamado caso Nombela, que
se llevaron por delante al Partido Radical y hundieron al gobierno Lerroux en
1935, serían hoy, en comparación con lo que estamos acostumbrados a ver todos
los días, una especie de juego de niños, escándalos que seguramente no
merecerían ni una línea en los periódicos.
Los políticos españoles de la Segunda República, y esto vale
también para todos los partidos e ideologías, estaban hechos evidentemente de
una pasta muy distinta a la de muchos cuyos nombres hoy, para sonrojo de todos,
aparecen de continuo en las televisiones y en los medios de comunicación. Es
esa decencia y ese sentido ético de la política uno de los valores que pienso
resulta más urgente recuperar hoy en nuestro país. De ahí que volver la vista
atrás y recuperar, en lo que tuvo de valioso, la etapa de la Segunda República
considero que no es una tarea ociosa, pues es en ella donde desarrollaron su
actividad –con sus aciertos y sus errores–, personajes como Diego Martínez
Barrio, pero también Fernando de los Ríos, Niceto Alcalá-Zamora, Manuel Giménez
Fernández, Julián Besteiro, Marcelino Domingo,
Indalecio Prieto, Álvaro de Albornoz y tantas otras personalidades, que forman
parte de nuestra más valiosa y genuina tradición liberal y democrática.
18960
Del Frente Popular a
la rebelión militar.
Diego Martínez Barrio. Prólogo de Leandro Álvarez Rey
184 páginas 15 x 21 cms.
16,00 euros
Renacimiento
En este libro se reproducen dos
escritos de Martínez Barrio redactados recién iniciada su vida en el exilio.
Publicados originalmente en Buenos Aires (Páginas para la historia del Frente
Popular, 1943) y como una serie de artículos periodísticos en el semanario Hoy
de México (La rebelión militar, 1940), ambos textos reflejan el testimonio de
uno de los principales protagonistas de una etapa crucial en la historia de la
Segunda República: los meses que median entre 1935, en que comenzó a
tambalearse la coalición de centro-derecha en el poder durante el segundo
bienio y a gestarse el Frente Popular, y los inicios de la rebelión militar de
julio de 1936.
Hombre honesto, ajeno a todo despecho o rencor, republicano, demócrata y
liberal, Diego Martínez Barrio representó como pocos a esa tercera España que a
partir de 1936 se vio aplastada por los extremismos de derecha y de izquierda.
Los textos que aquí se reproducen y la trayectoria biográfica de Martínez
Barrio son analizados en el «Prólogo» que incluye esta obra, redactado por
Leandro Álvarez Rey, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de
Sevilla y autor de Diego Martínez Barrio. Palabra de republicano (Sevilla,
2008).
Diego Martínez Barrio. Nacido en Sevilla en 1883, Martínez Barrio se
convirtió desde comienzos del siglo XX en uno de los principales dirigentes
republicanos de Andalucía. Seguidor de Alejandro Lerroux e impulsor de la
reorganización de la Masonería, tras la proclamación de la Segunda República
fue nombrado ministro del Gobierno Provisional, vicepresidente del Partido
Radical y Gran Maestre del Gran Oriente Español. Presidente del Gobierno que convocó
las elecciones de finales de 1933, cuyos resultados supusieron un giro en la
trayectoria del régimen republicano, en 1934 decidió romper con Lerroux ante su
incapacidad ética para gobernar dependiendo del apoyo parlamentario de la
derechista CEDA.
Fundador del partido Unión Republicana e impulsor con Azaña del Frente Popular,
a partir de febrero de 1936 presidió las Cortes y ocupó interinamente la
jefatura del Estado. Iniciada la rebelión militar, el 19 de julio intentó en
vano formar un gobierno de conciliación que evitase la guerra civil. Refugiado
desde 1939 en Francia, Cuba y México y nombrado en 1945 por los diputados
supervivientes del Frente Popular Presidente de la Segunda República Española
en el exilio, falleció en París el 1 de enero de 1962.
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