Cazarabet conversa con... Francisco
Espinosa Maestre, coeditor del libro “Ayamonte, 1936. Diario de un fugitivo”
(Aconcagua) de Miguel Domínguez Soler
Miguel Domínguez Soler narra, en forma
de diario, la huida de un fugitivo.
El libro, editado por Aconcagua, tiene
como “cuidadores de la edición” a Manuel Ruíz y Francisco Espinosa.
Estamos ante un libro que son, más
bien, unas memorias con ese germen de “nacer como diario”, el de un fugitivo en
el Ayamonte de 1936.
Lo que nos narra Miguel Domingo Soler,
bajo el cuidado en la edición de Manuel Ruíz y Francisco Espinosa, es un exilio
poco estudiado, el que se dio en Marruecos.
La sinopsis del libro. Aquello que nos
cuenta:
Ayamonte, Tavira, Olhâo,
Lisboa, Cintra, Casablanca, Bouarfa, Kenadsa, Rabat, Agadir y Safí. Cuatro países. He aquí el itinerario que hubo de
recorrer Miguel Domínguez Soler desde que los fascistas ocuparon Ayamonte en
julio de 1936 hasta que, perdida la esperanza de que los aliados pusieran fin a
la dictadura de Franco, tomó conciencia de que su futuro estaba allí, en
Marruecos. De Ayamonte a Safí recorreremos también la
España republicana, el golpe militar y la guerra civil, la guerra mundial, la
invasión nazi del norte de África y finalmente el desembarco aliado.
Miguel Domínguez no volvió a España hasta
los primeros años ochenta. No hay exageración alguna en decir que sus recuerdos
se leen como una de aquellas novelas de aventuras en las que nos colocábamos un
atlas al lado para saber dónde ubicar aquellos lugares exóticos llenos de
misterio. Solo que al contrario de aquellas novelas, en este caso, todo es
real. Nos recuerda el desconocido exilio español al norte de África.
Por lo demás, es bueno leer
precisamente en estos tiempos la historia de un español que, con no pocas
dificultades, tuvo que establecerse en Marruecos para rehacer su vida.
Los dos cuidadores en la edición y
coordinación:
Francisco
Espinosa Maestre
Historiador y Doctor en Historia.
Autor de diversos trabajos sobre la República, la guerra civil y la represión
en el suroeste español. Entre ellos y en relación con Huelva destacan La
guerra civil en Huelva (1996; 5ª ed. 2018), La justicia de
Queipo (2005), Guerra y represión en el sur de España (2012), Contra
la República. Los sucesos de Almonte de 1932 (2012), y en colaboración
con José María García Márquez, “La desinfección del solar patrio. La represión
judicial militar en Huelva, 1936-1945”, dentro de La gran represión (2009),
y Por la Religión y la Patria (2014).
Manuel Ruiz
Romero
Profesor de EGB y Doctor en Historia.
Pionero y especialista en los estudios sobre Transición y tardofranquismo en
Andalucía. Miembro del Grupo de Investigación, Historia y Contenidos de la
Comunicación de la Universidad de Sevilla. Entre sus trabajos, aparte numerosos
artículos y colaboraciones en obras colectivas, destacan El proceso
autonómico de Andalucía durante la II República (1991), La conquista
del Estatuto de Autonomía para Andalucía, 1977-1982(2005), Blas Infante
Pérez, 1875-1936 (2010) y El bulo sobre el complot de Tablada. Sevilla,
1931 (2018).
Leer más: https://www.aconcagualibros.net/news/ayamonte-1936/
Cazarabet conversa con Francisco Espinosa Maestre:
-Francisco,
¿cómo llega a vosotros el diario y el testimonio, casi memorialístico, de
Miguel Domínguez Soler? ¿Cómo y por qué decidís trabajarlo en forma de libro
para darlo a conocer, editándolo con Aconcagua?
-Las memorias de Miguel Domínguez
Soler han llegado a nosotros como suelen llegar estas cosas: por una
concatenación de hechos casuales. En febrero de 1980, desde su lugar de
residencia, la ciudad costera de Safí, en Marruecos,
envió una carta de apoyo a Rafael Escudero, presidente de la Junta de
Andalucía. La carta podría haber corrido el destino de tantas otras cartas que
se recibieron en el mismo sentido, pero fue archivada por un motivo: aludía a
Blas Infante, al que conoció en la etapa que este estuvo al frente de la
notaría de Isla Cristina (Huelva) a
finales de los años veinte y del que prometía enviar sus recuerdos, lo cual
hizo poco después. Tuvieron que pasar diecisiete años hasta 1997 para que
Manuel Ruiz Romero encontrara la carta de Domínguez Soler mientras realizaba
una investigación sobre la etapa en que Plácido Fernández Viagas
ocupó la presidencia de la Junta de Andalucía. Fue él quien tuvo la iniciativa
de contactar con Miguel Domínguez, encontrándose con que ya había fallecido.
Fue su viuda, Abouch Mohaiti
Gaugui, la que le habló de la existencia de un texto
manuscrito que Miguel dejó sobre su vida y quien finalmente lo envió en 1998.
Lo que sigue son las gestiones
realizadas tanto por parte de Manuel Ruiz como desde Ayamonte para la
publicación de los recuerdos de Domínguez Soler. En cuanto a mi intervención en
el asunto fue fruto de la casualidad: un amigo me comentó la existencia del
documento. Acababa de publicar La guerra
civil en Huelva (Diputación de Huelva, 1996) y lógicamente me interesó ese
testimonio sobre lo que en principio creí que se circunscribía a Ayamonte y que
luego pude ver que era mucho más. Tras preparar laboriosamente el texto para su
publicación finalmente pudo ver la luz en 2001.
Para completar el testimonio de
Domínguez Soler decidí analizar en un anexo un documento procedente del Archivo
del Tribunal Militar Territorial Segundo que recogía una denuncia anónima sobre
la represión fascista en Ayamonte y la instrucción que se hizo de ella, que
recayó sobre un joven abogado llamado Antonio Pedrol Rius, miembro de la colonia catalana en Sevilla y que como
tantos otros se puso al servicio de la Auditoría de Guerra presidida por el
general Francisco Bohórquez Vecina desde que llegó a la ciudad. La primera
edición, muy corta, desapareció de inmediato, pero contra toda lógica y por
motivos nunca aclarados, Diputación decidió no publicar otra pese a la demanda.
Así quedó este proyecto después de
tanto trabajo y tanta ilusión puesta en la publicación de un testimonio tan
interesante como el de Miguel Domínguez Soler. Finalmente este sabor amargo se
apagó ante la posibilidad de sacar una nueva edición gracias a Ángel del Pozo y
su editorial Aconcagua, que es la que ahora se presenta. Creo que el libro
merecía este final.
-¿Qué os llama la
atención de este socialista onubense?;¿qué destacaríais de su perfil político?;
¿y de su personalidad o trazo-Miguel Domínguez es un socialista muy activo,
especialmente a partir de los años treinta, ¿cómo pasa él los años de la II
República siendo secretario de la Agrupación Socialista de Ayamonte? -¿El
protagonista, Miguel Domínguez se da cuenta, enseguida, de que Ayamonte para él
se ha convertido en una ratonera, es así?, contadnos un poco…
-Primero le salvó su instinto de
supervivencia. Mientras algunos de sus
amigos y paisanos volvían al pueblo a los pocos días cansados de la vida del
huido y convencidos de que su inocencia les libraría de todo mal, Miguel prefirió aguardar un poco más, pasar luego oculto a algunas casas de
confianza y salir finalmente hacia Portugal el día 1 de septiembre del 36. En este país su vida clandestina transcurrió
entre Tavira, Olhâo y Lisboa, desde donde dos años y
medio más tarde partiría finalmente hacia Casablanca unos días después de que
concluyera la guerra civil. Hasta ese
momento, primero por permanecer en Ayamonte y luego a través de las redes de
contrabando, estuvo siempre en contacto
con su familia e informado de lo que ocurría en el pueblo y sus
alrededores. De ahí el valor de su
testimonio. También debe tenerse en cuenta, aunque el autor no lo mencione, que
Miguel Domínguez Soler fue secretario de la Agrupación Socialista de Ayamonte
en los primeros años de la República, siendo Antonio Ceada
presidente de dicha agrupación, constituida el 1 de abril de 1931 por treinta y
cuatro afiliados que irían aumentando en meses sucesivos hasta pasar de cien.
En realidad dicha agrupación no tuvo representación política municipal hasta
finales de 1932, en que el alcalde Manuel Flores Rodríguez y ocho concejales
(Pedro Botello Díaz, Fernando Flores,
José Carro, José Mestre, José Miguel Gómez,
Juan Muniz Revuelta, Isidoro Gómez y José Calderón,
todos socialistas salvo el último, independiente) pasaron en bloque de la Unión
Ayamontina, presidida por Manuel Rubio Valdés, al
Partido Socialista.
No es pues de extrañar que muchos de
ellos, empezando por el alcalde y varios concejales, partieran de Ayamonte en
el pesquero “Guadiana” cuando los fascistas llegaron a Huelva. Esto creó un
sentimiento de agravio en muchos izquierdistas que no pudieron huir,
sentimiento presente en las memorias de Domínguez Soler y que solo la
desproporción y la duración del desastre iría disipando. De ahí que cuando por
fin el autor se encuentra cara a cara con el alcalde Flores Rodríguez es
incapaz de articular acusación alguna.
Miguel Domínguez, al igual que
sus compañeros, tenía que huir y él lo sabía. Es la Falange ayamontina
la que asalta y saquea la sede socialista o la logia “Redención” de la calle Cavalga, y es esa misma Falange la que se apropia de toda
la documentación, parte de la cual, la
socialista, se incorporará al sumario 95/37, mientras que otra, la masónica,
pasará a engrosar el inmenso archivo creado por Franco en Salamanca para luchar
contra sus obsesiones favoritas: la Masonería y el Comunismo.
-¿Cómo fueron los primeros momentos del Golpe
de Estado en Ayamonte?;¿Cómo los vive él? -Decide
pronto que lo mejor es escapar y se abre camino como improvisando para salvar
la vida…pero escapando del golpe, la represión…no le impide vivir el mismo
golpe y los días de guerra, así como las represiones…¿Qué
nos podéis contar?...me da que es una escapada sabiendo mucho lo que dejaba a
sus espaldas y eso como que le pesa…
-Las
memorias de Miguel Domínguez, interesantes en tantos conceptos, son
especialmente valiosas en todo lo que se refiere a la implantación del golpe
militar en Ayamonte. No andamos muy sobrados de memorias escritas y, mucho
menos, de memorias escritas por gente corriente. El autor deja muy claro que el
recurso a la violencia en los días posteriores al estallido del golpe, los
llamados días rojos, se canalizó
directamente hacia los objetos. Efectivamente los izquierdistas onubenses
causaron graves daños al patrimonio eclesiástico, pero como bien escribió
Miguel Domínguez Soler: Los santos se
rehacen; las vidas, no. Y quien esto decía no solo lo hacía desde un pueblo
donde los presos derechistas conservaron la vida sino que él mismo reconocía
haber impedido la destrucción de ciertas imágenes. Pero los diez días rojos volaron y casi sin darse
cuenta comenzaron a llegar noticias de que las fuerzas de Queipo, ese extraño
conglomerado de militares sublevados, guardias civiles fuera de la ley, señoritos
y fascistas, se iban aproximando.
Y un buen día Ayamonte fue ocupado por
dichas fuerzas, a las que se sumaron otras similares de Huelva, y por un
numeroso grupo hispano-portugués que penetró desde Villarreal de San Antonio y
que fue considerado erróneamente por el autor como origen de los llamados “Viriatos”, contingente portugués que se incorporó a la
lucha en ayuda de los sublevados. Ni que decir tiene que la ayuda portuguesa al
fascismo español a lo largo de toda la raya fue total y decisiva. La detención
y devolución de refugiados, contraviniendo la legislación internacional, fue un hecho diario plenamente conocido. En la zona portuguesa que limita con Badajoz
y Huelva llegó a funcionar incluso un rudimentario campo de concentración, el
de Coutadhina, donde los detenidos eran reunidos
antes de su entrega a las autoridades españolas. Muchos de ellos, como se
reconoce en los documentos oficiales que aquí se reproducen, serían asesinados
en las cercanías de Ayamonte, caso de numerosos vecinos de Puebla de Guzmán.
Han sido precisamente documentos portugueses los que nos han permitido saber,
por ejemplo, que el último alcalde republicano de Valverde del Camino, Juan
Fernández Romero, asesinado probablemente en Badajoz, fue detenido a mediados
de agosto del 36 cerca de Barrancos por una de las brigadas móviles que
vigilaban la frontera desde Portugal.
Las detenciones dieron comienzo el
mismo día de la ocupación, llenando rápidamente la cárcel y debiendo
habilitarse como depósito un cine. Esto se prolongó desde el 28 de julio hasta
el día 11 de agosto. En esos días la Guardia Civil tomó declaración a algunos
detenidos y se practicaron registros y saqueos de todo tipo. Un momento
especialmente tenso fue el de la ejecución pública de las autoridades civiles y
militares durante la tarde del 4 de agosto en un paseo de la ciudad de Huelva.
Fue la señal de salida. En Ayamonte es posible que la represión se distribuyera
como Domínguez Soler expone en sus memorias y no con las fechas que se
inscribieron en el Registro Civil. La primera saca importante, la de los
veintiún hombres y tres mujeres, debió ser el día 13 de agosto. Coincide con
una matanza que afectó a varios pueblos del sur de la provincia y que tuvo su
origen en las protestas públicas producidas por la ejecución del joven diputado
socialista Juan Gutiérrez Prieto, localizado en su pueblo natal, Palos de la
Frontera, y eliminado igualmente en Huelva. La represión posterior, efectuada
cada seis o siete días, se extendió hasta los primeros días de octubre.
El diario de Miguel Domínguez nos
permite vislumbrar también uno de los aspectos más vergonzosos y desconocidos
del “Glorioso Alzamiento Nacional”: la violencia sobre las mujeres. Por ahora
sabemos que fueron asesinadas 185 mujeres en toda la provincia. Pero casi tan
malo como la muerte fueron las vejaciones y las terribles condiciones de vida a
que quedaron expuestas muchas de ellas por el mero hecho de tener alguna
relación familiar con izquierdistas huidos o asesinados. Entre los hechos de singular
crueldad ocurridos en Ayamonte, como en tanto otros pueblos, cabe destacar el
rapado del cabello de unas 30 ó 40 mujeres, a las que se obligó a ingerir
aceite de ricino y a marchar por las calles del pueblo entre el alborozo de los
vencedores. Este espectáculo horrible, celebrado pueblo a pueblo, tenía por
objetivo castigar y amedrentar a la población pero su verdadera misión era
propiciar el clima de depravación y de corrupción moral deseado por los
golpistas para llevar a cabo sus planes. Una de esas mujeres humilladas fue
precisamente la madre de la novia de Miguel Domínguez. Y yo, que lo oía todo, aquel día me sentí caer en la locura, escribió en el diario. En el informe de la
Policía se lee:
Los chicos que tocaban los tambores eran
flechas.
Las mujeres peladas eran rojas y los
hombres, invertidos y rojos. No se
fusiló a ninguna de estos [sic], y solo se les hacía a ellos y a ellas
comparecer en el Cuartel de Falange diariamente.
-Lo último que Miguel Domínguez
escuchó al dejar Lisboa fueron las terribles palabras de un policía salazarista, quien al escuchar que deseaba llegar a Méjico
le espetó que donde él tenía que ir era al cementerio de su pueblo. ¡Mira el hijo de puta qué bien habla
portugués!, añadió otro policía. En ese momento, después de tres años de
tensión constante, Miguel Domínguez se derrumbó y lloró amargamente antes de
poder acceder finalmente a su camarote. Probablemente sabía la terrible verdad
que las palabras de la policía encerraban: su lugar estuvo en la saca de cierto
día de agosto del 36 en la que hubiera ocupado el número 14, y en la fosa común
del cementerio donde yacían sus amigos y compañeros. Desde este punto de vista
salir de la península equivalía a escapar definitivamente del paredón y de la
fosa para él dispuestas. Nunca olvidaría que aquel viaje hacia la libertad solo
fue posible gracias a la ayuda anónima de izquierdistas portugueses de los que
por su relato solo llegamos a conocer a ese personaje un tanto novelesco
llamado Israel Isaac, representante de una compañía cinematográfica americana y
activo militante contra la dictadura portuguesa.
-La vida de Miguel Domínguez Soler
desde su llegada a Casablanca hasta su muerte es muestra ejemplar del destino
de la colonia española, una vida dedicada al trabajo con casi todos los
proyectos aplazados a la espera del final de la dictadura franquista. Miguel,
que no había olvidado los años infantiles con su madre trabajando en la
industria conservera ayamontina, se mete de lleno en
el mundo de las conservas y del salazón, mundo del que ya no saldrá y en el que
llegará a ocupar importantes puestos. Los contactos epistolares con su novia
fueron espaciándose y, poco a poco, enfriándose hasta que un buen día ella le
dijo que diera por rotas las relaciones.
Aquí se truncó todo cuanto fue mi
juventud y mis ilusiones. ¿Por qué y
para qué tengo que seguir luchando por la Reconquista de España?, escribirá
en su diario. Curiosamente Miguel Domínguez no legalizaría su relación con la
mujer marroquí con la que convivió toda su vida hasta que no le llegó la
noticia de la muerte de su antigua novia en Barcelona.
-Probablemente
fue la costumbre de escribir la que salvó e hizo más amable la vida de nuestro
protagonista. Domínguez Soler no volvería a pisar España hasta 1983, cuarenta y
cuatro años después de su salida. Sin duda, hubiera sido interesante conocer
sus impresiones sobre esa España de los años ochenta y, concretamente, sobre el
pueblo del que tuvo que huir en septiembre de 1936. Lo cierto es que, después
de más de cuatro décadas de exilio, la España Libre y Republicana que conociera
Miguel Domínguez Soler ya solo existía en su cabeza.
En la presente edición del “Diario de
un fugitivo” se ha intentado respetar al máximo el texto original. El mayor
problema planteado fue el ajuste general del tiempo narrativo, pues es probable
que lo que fue un diario escrito en presente fuese reescrito y retocado después
para su redacción definitiva, produciéndose desajustes narrativos. También ha
habido que agrupar un texto disperso en exceso y donde la influencia de otros
idiomas produjo en ocasiones frases de complicada construcción y extraño
significado. Nada de esto, sin embargo, disminuye el valor del “Diario” ni la
gran fuerza que Miguel Domínguez supo imprimir a sus recuerdos escritos. No hay
exageración alguna en decir que se leen como una de aquellas novelas de aventuras
en las que nos colocábamos un atlas al lado para saber dónde ubicar aquellos
lugares exóticos llenos de misterio.
Solo que al contrario de aquellas novelas, en este caso, todo es real y no hay
final feliz.
-No
es posible dejar de pensar, cuando se lee el diario de Domínguez Soler, en la
desazón y en la profunda tristeza del exiliado, en la angustia del inocente que
ve destrozada su vida sin poder hacer nada para evitarlo y que nunca más, ni
siquiera con el final del régimen político causa de todos sus males, podrá
recuperar los derechos que injustamente le fueron arrebatados, ni recibirá
compensación ética, política o económica alguna. Ciertamente la España de la
transición tuvo con Miguel Domínguez Soler, al igual que con todos los que
lucharon contra el fascismo, los mismos miramientos o recuerdos que hacia
aquella República dueña de la única y verdadera legitimidad histórica, es
decir, ninguno, el olvido más absoluto. Cuatro décadas de franquismo no habían
pasado en vano y cualquiera que, como nuestro protagonista, volviera a España
tras un largo exilio podía captarlo. Muy poco o nada pesó entonces la certeza
histórica de que la democracia tenía el supremo deber de la memoria. Lo que
ocurrió fue casi exactamente lo contrario, instaurándose lo que podríamos llamar
el reinado del olvido y propiciándose así la penetración e influencia de todo
tipo de simplificaciones y falsedades. Y así, amparados en la tranquilidad y en
la desfachatez que propician la desmemoria y la ocultación del pasado, llegaron
los mistificadores con la especie de que fue la República la que condujo al
caos, de que la guerra fue inevitable (“no fue posible la paz”, escribió el
mismo Gil Robles que pasaba armas por Portugal a los fascistas de Badajoz), de
que ambos bandos fueron responsables por igual del desastre y –como gran burla
final– de que todo había sido necesario para llegar a la situación actual. No
era la mentira del 39, ya insostenible; ni las posteriores, que atufaban
igualmente. Se trataba de la mentira final del franquismo: los dos bandos
fueron malos, pero el rojo más; su
libro de cabecera hasta hoy: “Pérdidas de guerra”, del general Salas
Larrazábal.
Y es que, como escribió el historiador
francés Pierre Vidal-Naquet, “lo propio de la mentira es presentarse como la verdad”. Con ello, y
así ocurrió de hecho, igualábamos a Miguel Domínguez Soler, y a sus amigos y
vecinos de Ayamonte, con los militares traidores y con aquellas bandas
paramilitares con capellán que, precisamente por carecer de representación
política alguna, se lanzaron con saña inimaginable a la destrucción de la
democracia en España. Y ahora, esta otra España de la transición, creía ser el
paradigma de la ecuanimidad al condenar a ambos al olvido, sin tener en cuenta
que, al igual que la democracia exige el ejercicio de la memoria, sin ésta todo
futuro es incierto. De esta forma a los historiadores nos ha quedado la triple
tarea de investigar aquellos hechos históricos, poner en evidencia las
versiones seudo-históricas y, lo más difícil,
explicar por qué desde ámbitos de cultura y del mundo de la información se
amparó –y se sigue amparando– el olvido y la falsedad. Sinceramente, no es
fácil explicar las razones por las qué hay que juzgar a Pinochet por los veinte
casos que la justicia ha logrado documentar y, sin embargo, nadie, ni siquiera
el Estado democrático, deba, no ya juzgar, sino simplemente reconocer los 115
casos de Ayamonte o, por ceñirnos al marco provincial, los más de cinco mil desaparecidos a consecuencia del golpe
militar del 36.
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