Cazarabet conversa con... Ángel Olgoso, autor de “Astrolabio” (Reino de Cordelia)
Ángel Olgoso,
acompañado de las ilustraciones de Marina Tapia---extraordinarias---.
El escritor y artista demuestra que pueden haber muchas maneras, formas y perspectivas sobre una
historia que, a priori, puede parecer sencilla… o no tanto.
Este conjunto de relatos que
constituye Astrolabio parece que venga a reivindicar la literatura de género
fantástico.
Nos ofrece un retrato de retratos que viaja
hacia una literatura donde la creatividad y la imaginación, más esmerada, lo
puede todo… porque estamos ante un libro de literatura fantástica en este caso
desde poco más de cuarenta relatos repletos de una mirada muy suya a la metaliteratura de este género… hasta el punto de que ofrece
una especie de homenaje sobre las plumas que más se han acercado al mismo.
Reino de Cordelia apuesta por un
género que, a veces, parece dejado un poco de lado, pero que tiene y retiene
las plumas más provechosas en este y en otros géneros… muchos de los mejores
escritores y escritoras empezaron en el género de literatura fantástica que, a
veces, va muy de la mano o solo separados por una fina línea roja de la literatura
de ciencia ficción…
El libro gana cuerpo y enteros porque
se retroalimenta muy bien con las ilustraciones que nos vienen desde la
creatividad de Marina Tapia.
La sinopsis del libro:
Empeñado en lograr el cuento perfecto,
Ángel Olgoso se acerca en Astrolabio, un clásico del
relato donde insiste en una narrativa fantástica, de cuyos maestros, temas y
estilos demuestra ser un profundo conocedor. Los cuarenta y tres cuentos de que
consta este volumen, ilustrado por Marina Tapia, resumen su dominio del género.
Ángel Olgoso,
el autor de estos relatos: https://es.wikipedia.org/wiki/%C3%81ngel_Olgoso
Marina Tapia, la ilustradora, qué
mejor manera que acercarse a ella que….: https://marinatapiaperez.blogspot.com/
Cazarabet
conversa con Ángel Olgoso:
-Amigo, ¿qué te ha llevado a escribir este
conjunto de relatos de género fantástico?
-"Astrolabio" es un libro
poliédrico, acicateado por los retos narrativos y por la experimentación con
géneros y subgéneros; un libro con el que me permití zarandear un poco el
cuento tradicional. El título hace referencia al instrumento de navegación y
apunta, también, a la posibilidad que tiene el lector de visitar en un mismo
libro diferentes latitudes geográficas y temporales, a la unión de dos
magnitudes distintas (astro y labio), lo colosal y lo diminuto, la explosión y
la implosión, lo ardiente y lo tibio, lo lejano y lo cercano. En él hay revisitaciones históricas, relecturas mitológicas, piezas
policíacas, metaliterarias u orientales, hay
paradojas científicas, epifanías, juegos con el tiempo, personificaciones de
animales y objetos, experiencias místicas, placeres inefables, percepciones
extrasensoriales, metamorfosis, bilocaciones… Uno de los primeros lectores de
“Astrolabio” me comentó que le había parecido casi un menú de Ferrán Adriá, muy variado, de sabores audaces y texturas
sorprendentes. Y es cierto que ese ideal de depuración, de mezcla de magia,
emoción y laboratorio ha estado siempre presente en mi obra. Siguiendo con este
símil culinario, a la hora de crear miniaturas poéticas e intensas me gusta
retirar la aparatosa carcasa de la historia, los menudillos de la psicología y
de la genealogía, la grasa de los tiempos muertos, y dejar sólo un texto
destilado, donde a lo sumo aparece el tuétano de los personajes y el aroma
concentrado de la atmósfera.
-¿Qué es para ti
la narración en torno a este género?, ¿por qué eliges este género?, ¿qué te
hace sentirte más cómodo con él?
-Es cierto que durante décadas (llevo
cuarenta años escribiendo relatos) he defendido con gusto la adscripción de mis
textos a la literatura fantástica, y he disfrutado y cultivado todas sus
manifestaciones y temas, pero de un tiempo a esta parte veo mi obra más cercana
a la literatura de la extrañeza, de lo inquietante, de lo visionario. ”Sólo lo
extraño me es familiar”, escribió Carlos Edmundo de Ory;
“la literatura debe hacer la crónica de la extrañeza”, suele decir Merino. Yo
creo, además, que lo extraño modifica nuestra percepción de la realidad. Aunque
podría definir mi obra de manera más sencilla y general diciendo que levanto
construcciones imaginativas en prosa, construcciones de distinta envergadura
según las exigencias de cada historia. El escritor Miguel Ángel Muñoz (creador
del blog de referencia El síndrome Chéjov) considera
sin embargo que la lectura global de mi obra es una enciclopedia del género
fantástico, en el que hay ejemplos de todas sus modalidades, alternadas dentro
de mis libros “Cuentos de otro mundo”, “Los demonios del lugar”, “Astrolabio” y
“La máquina de languidecer”. Reconozco que me gusta lo poco común, que no me
interesa contar -ni tampoco sé hacerlo- lo que le pasa todos los días a todo el
mundo. Pero no he cultivado lo fantástico por mero capricho, sino porque
respondía a mi percepción de la realidad. Mi visión de las cosas es extraña y
la realidad lo es aún más. Proust decía que el verdadero descubrimiento no
consiste en buscar nuevos paisajes sino en poseer nuevos ojos. La mía es una
literatura de torsión de lo real, con un obsesivo gusto por los contenidos
expectantes y vertiginosos, insólitos y perturbadores. El relato imaginativo
permite escapar de lo consabido, de lo ordinario, de lo banal, del repertorio
tan limitado que tiene lo que Eça de Queirós llamaba “la impertinente tiranía de la realidad”.
La literatura fantástica nos permite innumerables formas de acercamiento al
envés de las cosas, es un mundo infinito de posibilidades, un mundo que se
enfrenta al mundo real y, al hacerlo, puede producir una enorme colisión o un simple
contraste, pero de ese choque se desprende una lluvia de chispas que ilumina nuestras pobres vidas. Mi
lema sería la siguiente consigna patafísica: me
esfuerzo de buena gana en pensar cosas en las que pienso que los demás no
pensarán. Sí, siempre me ha impulsado la eventualidad de hacer posible lo
imposible, de violentar el orden natural, de librar al lector de la prosaica,
vulgar y menesterosa cárcel de lo cotidiano, de mostrarle otras perspectivas,
otras dimensiones.
-¿Es el género fantástico el que, además, más
puede hermanarse con el género de la ciencia ficción?
-Evidentemente, la ciencia ficción es
un extremo del territorio fantástico, sustentado en este caso sobre elementos
científicos. Aunque estos no sean mis preferidos, también he explorado el
género de la ciencia ficción en relatos como "Si mi cabeza cae"
("Astrolabio"), “Van Utt y el millar de
mundos” (“Los líquenes del sueño. Relatos 1980-1995)”, "Materia
oscura" ("Las frutas de la luna") o "Nebulosa Rho Oph" ("Breviario negro"). La ciencia ficción
tiene ingredientes que me fascinan, como los bucles, los deslizamientos de
planos espaciotemporales, las distopías, etc. Y en
esos relatos siempre he tratado de reflejar el vértigo de la Astronomía de una
manera poética. Como digo, la mía es una literatura de imaginación que lucha
contra el hartazgo de lo real, pero partiendo de él. Las historias han de estar
unidas a la realidad aunque sea a través
de finos hilos de araña. No me gusta la fantasía del burro volando, y nunca
olvido que debe haber algún vínculo entre las palabras y el mundo. En mis
libros, el lector encontrará relatos fronterizos de la realidad, el sueño y la
pesadilla; hechos cotidianos contados como sucesos asombrosos y hechos extraños
y desaforados contados como sucesos corrientes. Creo que la razón no agota las
respuestas posibles y lo fantástico no niega la realidad, sólo amplía el foco
sobre ella y a su luz podemos ver ángulos inéditos, rincones apartados que
permanecen entre sombras; lo fantástico proporciona un privilegiado y libérrimo
mirador; lo fantástico es la realidad vista por dentro. Ya el Código de Hammurabi incluía en sus enumeraciones no sólo la realidad
común y observable, sino también lo excepcional y todo lo posible.
-¿Qué referentes
tienes en la literatura fantástica?
-Si consideramos acertada la
definición que dio Walter Pater del Romanticismo (“la
suma de la extrañeza y la belleza”), entonces soy un romántico, un ensoñador
(eso sí, un romántico rezagado, tardío) que cuenta con unos ancestros muy
numerosos y previsibles. Para no hacer una lista interminable de esta veta
nutricia, destacar a Poe, Kafka, Maupassant, Schwob, Dunsany, Machen, Borges,
Arreola, Denevi, Bradbury y
Aickman. Mención aparte para el cuarteto italiano: Buzzati, Landolfi, Manganelli y Calvino. Como diría Macedonio Fernández, son tantos los ausentes que
si falta uno más no cabe.
-En mayor medida me acerqué a la literatura
fantástica con revistas literarias en las que recuerdo que se daban cita muchas
plumas de diferentes lugares y con diferentes modelos de inspiración que
convergían en torno a lo fantástico y a la literatura de ciencia ficción… ¿cómo
de importante ves la aportación de ese instrumento para la difusión de
literatura fantástica?… ¿participaste de la misma?, coméntanos…
-Cuando comencé a escribir relatos, a
finales de los setenta, devoraba revistas como la mítica Nueva Dimensión, pero
ni siquiera se me pasó por la cabeza la posibilidad de publicar algo allí, una
cima inalcanzable para un adolescente. Más tarde sí he colaborado en revistas
estrictamente literarias como Quimera, Litoral, Batarro,
Ficciones, Luvina, Otras Voces, Extramuros, Letra
Clara, El Fingidor, etc. En fanzines eróticos como Espuma. Y me dedicaron un
Dossier-homenaje en la peruana FIX 100 (Revista Hispanoamericana de Ficción
Breve). Imagino que las revistas digitales han tomado el relevo de las que
publicaban en papel, y obviamente cualquier medio de difusión es positivo para
los creadores y sus obras, aunque supongo que el medio digital dispersa mucho
la recepción. Yo echo de menos el rigor de revistas como Lucanor, centrada en
el cuento literario, que en los años ochenta y noventa albergaba creaciones e
investigaciones. Y envidio la tradición americana de revistas específicas, con
abundantes lectores y colaboraciones pagadas.
-¿Qué te ha ido
inspirando estos relatos que presentas en Astrolabio?
-Lo mismo que el resto de mi
producción: intentar una modesta magia contra la opresión de una realidad
vulgar, asfixiante o aterradora; no se trata de un intento de evasión sino, en
todo caso, de revelación, de iluminación. Los relatos que componen este Astrolabio
son textos independientes que no tienen común denominador alguno, no están
escritos con voluntad de algo ni de ciclo que se abre o se cierra, cada uno de
ellos cristaliza según la necesidad interna que gobierna su extensión, su
estructura, su voz narrativa, su ritmo, de lo cual resulta -por debajo de la
brevedad de todos- una abundante variedad formal. Podrían emparentarse con los
“grutescos”. Montaigne definió los grutescos como
“pinturas fantásticas, cuyo encanto radica en lo variado y lo extraño”. En Astrolabio
he optado por una libertad total de enfoques, es un libro ecléctico, versátil,
un pequeño caleidoscopio hecho de sueños disparatados, un puñado de miniaturas
un tanto desaforadas y fulminantes. Si Los demonios del lugar fue un descenso concéntrico y alucinado a los infiernos, y Las
frutas de la luna una especie de cosmogonía con aura fatalista, casi de
revelación bíblica, Astrolabio tiene una atmósfera menos oscura, su
caligrafía es menos enrarecida, lúdica en ocasiones. De hecho, está muy
presente el juego formal en el tratamiento de los distintos temas y formatos,
como una sucesión de sensaciones físicas y placer intelectual.
-En tus
creaciones, aquí estamos ante un conjunto de relatos, ¿qué papel quieres darles a los personajes…? ¿prioritario o no
frente a la trama y al escenario?.
-Lógicamente, en un relato el autor no
dispone de mucho tiempo para profundizar en la psicología de los personajes, y
debe bosquejarlos lo suficiente para que dejen una impronta en el lector. Suelo
escoger personajes soñadores a los que la realidad tira por tierra, seres
vulnerables, perplejos por el acoso de la desgracia o la muerte, seres
melancólicos asombrados ante lo fugaz del tiempo... Creo que siempre me ha
obsesionado la extravagancia que supone lo efímero de la vida: no puedo dejar
de ver un esqueleto debajo de nuestra piel, ni mirar a un niño sin imaginarlo
viejo. Pero más que los personajes o incluso que la trama, la piedra de toque
de mis textos es la palabra, que tiene peso específico y es la que van
levantando la casa de papel. Para ello me valgo de cierta retórica, de cierto
preciosismo estilístico a la hora de crear atmósferas y, al mismo tiempo, busco
la palabra justa. Es lo que llamo un minimalismo barroco. Procuro que no falte
ni sobre ninguna palabra, pero a la vez proporciono detalles que enriquecen,
colorean y dimensionan la lectura. Son las palabras las que llevan literalmente
al lector a otro mundo. Se dice que el arte vive en las delgadas fronteras que
separan lo real de lo irreal. Es en ese mundo fronterizo, en ese límite donde
se borran las diferencias entre las imposibles criaturas de la mente y las
criaturas de la realidad. Se trata en definitiva de la facultad de jugar, de
agregar algo a la Creación (“enmiendas a los planes de la Creación” llamó
Arreola al fantástico), de suplantarla, de reinterpretarla mediante enfoques
temerarios y saltos impensados, mediante ejercicios libres de la imaginación
sin trabas que sitúan al lector sobre la cuerda floja del espacio y el tiempo,
impidiéndole una aceptación sumisa de la realidad.
-Por buena que sea la pluma, la historia, los
personajes, la trama…creo que a la literatura le va muy bien rodearse de la
ilustración, cómo lo ves?, ¿por qué?. Y en este caso,
en Astrolabio, tú lo has hecho con las ilustraciones que vienen desde la
creatividad de Marina Tapia, ¿cómo ha sido ese ejercicio de colaboración?;
¿cómo os lo habéis hecho?
-Siempre me ha interesado el maridaje entre la imagen y la palabra. De hecho, en 2016 publiqué -en colaboración con el
académico José María Merino- "Nocturnario. 101
imágenes y 101 escrituras", un libro en el que un centenar de escritores
españoles e hispanoamericanos "ilustraron" con su texto inédito el
centenar de collages que realicé en los años noventa. En cuanto a las
maravillosas y sugerentes ilustraciones de Marina Tapia, ha sido un privilegio,
un placer, un milagro añadido de la también milagrosa y generosa Marina
Tapia, que no sólo potencian los hechos abocetados de los textos sino que los
iluminan con otra luz y con otras sombras, vitaminizándolos
con el soplo de poesía y gracia propio de su arte y su persona. Marina es
esencialmente poeta -yo diría que de nacimiento- pero las palabras no son su
única habitación, como para Emily Dickinson. Las
palabras son la estancia principal de la casa creativa de Marina, que contiene
sin embargo otras piezas más coloristas y comunitarias, la de la pintura y la
ilustración, la de los títeres, la de la transmisión poética oral, o la del
contagio por la belleza y el conocimiento. Ella tuvo absoluta libertad, y optó
por enfocar creativamente sobre los relatos que contenían objetos, unificados
por un motivo rojo y una estela de palabras. "Astrolabio" fue el
primer libro mío que leyó y siempre había deseado aportar su visión.
-¿Cómo ha sido
trabajar con Reino de Cordelia y con su editor Jesús Egido?
-Desde el primer momento me sentí
abrumado y agradecido a Jesús por permitirme la entrada a esta gruta de las
maravillas que es la editorial Reino de Cordelia, llena de joyas tan variadas y
tan exquisitamente presentadas. No se encuentran con facilidad editores como él,
que se atrevan a correr riesgos estéticos y económicos, que luchen por una
deliciosa edición de belleza casi artesanal. Jesús Egido me parece un
incansable hombre orquesta, un Quijote, y Reino de Cordelia un lugar donde
brotan libros hechos para la fruición de los sentidos, con un papel, unos
detalles gráficos y una tipografía que son toda una tentación para los lectores
ávidos de belleza.
-Amigo Ángel,
¿nos puedes explicar en qué andas metido ahora?
-Estoy ultimando un libro que, en esta
ocasión, no es de ficción. Se trata de un volumen híbrido, fronterizo
entre lo confesional, lo literario y lo ensayístico. Lo comencé con el
confinamiento y ya está prácticamente terminado. Nunca había escrito tan
rápido.
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