La
Librería de El Sueño Igualitario
Cazarabet conversa con... David Alegre
Lorenz, autor de “La Batalla de Teruel.
Guerra total en España” (La Esfera de los Libros)
El turolense David Alegre Lorenz se
para en esta batalla importantísima en el devenir de la Guerra Civil Española.
La batalla, reconocida, también, como
“la batalla del frío” fue de las más desgarradoras, dado que hay que tener en
cuenta que tenía a una ciudad a los pies
del caballo de la guerra.
Teruel cayó, sin más, a las
pretensiones de los militares rebeldes durante los primeros días de la
guerra….para convertirse en la primera y única ciudad reconquistada por el
ejército republicana entre el invierno 37-38 y para volver a ser conquistada
por las tropas de los alzados franquistas.
El libro lo ha editado la esfera de
los libros.
Una breve sinopsis:
La batalla de Teruel,
por su magnitud y virulencia, constituyó un punto de inflexión en la Guerra
Civil española. A través de la experiencia de civiles y combatientes,
testimonios orales y documentación de archivo, esta obra ofrece una visión
inédita y novedosa sobre uno de los acontecimientos bélicos clave del siglo XX
en España.
El
autor, David Alegre Lorenz:
(Teruel,
1988) es Doctor Europeo en Historia Comparada, Política y Social por la
Universitat Autònoma de Barcelona con la tesis titulada Experiencia
de guerra y colaboracionismo político-militar en Bélgica, Francia y España bajo
el Nuevo Orden..
Cazarabet conversa con David Alegre Lorenz:
-David,
explícanos, por favor, el por qué de este libro; de la necesidad de escribir un
libro que indague sobre la batalla de Teruel, su influencia en el devenir de la
guerra…
-El campo de las humanidades en general está atravesando por
un momento de grandes dificultades, más en este tiempo nuestro en que todo se
valora en términos productivos y de rendimiento económico. No es extraño
escuchar desde el establishment loas a la cultura y a las múltiples herencias
que han dado forma a nuestras sociedades. Sin embargo, muchas veces esas mismas
voces son incapaces de entender y valorar los esfuerzos y las necesidades sobre
los que se levanta todo nuestro patrimonio material e inmaterial, los tempos de
maduración que precisa, la necesidad real que tenemos de ella para repensarnos
a nosotros y nosotras mismas como individuos y comunidades humanas, para tener
unos puntos de referencia que nos permitan sobrevivir ante un mundo en
constante cambio (y desde luego no siempre para bien). Sin embargo, todo
aquello que dentro de nuestra cultura no sanciona el statu quo actual y los
estereotipos hegemónicos resulta molesto, se aparta y se minoriza, no se dota
de los canales adecuados para que llegue a la sociedad, ello aunque se mantenga
una pequeña cuota para mantener la ficción de la pluralidad.
Digo esto porque afortunadamente, y a pesar de todo, la
historia entendida como oficio es algo muy vivo y en constante evolución, muy
al calor de cada tiempo. Por eso también, desde la historiografía siempre
intentamos explicar que la manida cuestión de la objetividad no tiene sentido,
porque tal cosa no existe: es imposible que uno se desprenda de lo que es
cuando escribe y reflexiona, cuando analiza e interpreta. Pero al final ocurre
con todo en la cultura: uno escribe, esculpe y pinta siempre desde una
sensibilidad personal, desde una imagen y comprensión de la realidad que se ha
forjado sobre múltiples experiencias, sobre nuestro modo de vivir en comunidad.
Con esto quiero decir que las perspectivas y las interpretaciones se renuevan
constantemente de acuerdo a nuestras preocupaciones individuales y
comunitarias, y ahí es donde tenía sentido e importancia un libro que
revisitara un acontecimiento tan paradigmático e importante en muchos sentidos
como la batalla de Teruel. Yo creo que si algo nos enseña nuestro oficio a los
historiadores y a las historiadoras es la humildad: nunca existirá eso que a
veces los medios y el márketing quieren llamar "la visión definitiva
de", porque no solo es imposible, sino que además sería poco deseable. La
falta de interés por el pasado y la incapacidad para revisitarlo sería un
síntoma muy claro de estancamiento, de que algo no funciona, y desde luego cada
generación tiene el derecho y la responsabilidad de expresarse y pensar
respecto a un pasado que forma parte inevitable de su impronta. Y al final no
deja de ser también un ejercicio de autodescubrimiento necesario.
En definitiva, y después de intentar poner claro el punto de
partida, escribir un libro sobre la batalla de Teruel nacía de la necesidad de
aportar una nueva visión sobre un acontecimiento que fue universal y que es muy
representativo de la modernidad. Las guerras civiles y las guerras totales
siguen y seguirán siendo un elemento omnipresente de nuestro mundo,
desafortunadamente, por eso entender un episodio como el de Teruel, lo que los
combates y la guerra civil supusieron para los y las turolenses, pero también
para los soldados de toda España y de diferentes lugares del mundo que lucharon
en la batalla propiamente dicha nos puede aportar instrumentos básicos para
entender de forma crítica lo que está ocurriendo actualmente en conflictos como
el de Ucrania o Siria, o en los que vendrán. No es para nada casual que los
testimonios de los y las supervivientes que tengo la fortuna de poder
entrevistar habitualmente vean su experiencia de la guerra y la posguerra
reflejada en muchas de las imágenes, reportajes y documentales que se publican
sobre los conflictos de hoy. De ahí que sea tan importante recoger e
interpretar esos testimonios, porque nos dan la verdadera medida de lo que es y
lo que supone una guerra total en la vida de las personas y el territorio que
la sufren. Además de eso, y como turolense de cuna, sentía la obligación casi
diría personal de poder aportar una visión sobre un momento clave de la
historia de mi propia tierra a través de todo lo que he podido aprender estos
años de intensa y constante formación académica y humana, donde me he podido
beneficiar de a amistad y las enseñanzas de algunos de los y las mejores a nivel
nacional e internacional. Ha sido una experiencia investigadora increíble y muy
gratificante, pero también la más dura que he vivido hasta ahora, mucho más que
cualquier otra por la que haya pasado hasta ahora, incluida la tesis, siendo
que seguramente abordaba un episodio más complejo. Sin embargo, el vínculo
emocional que uno mantiene con el objeto de estudio, con mucha de la gente que
aparece en las páginas o que lo leerá, hacen que se sienta el peso de la
responsabilidad de una manera mucho más evidente y a veces diría que hasta
autolesiva.
-¿Qué aporta
este libro, “de nuevo”, a la investigación de la Batalla de Teruel?—hay que
tener en cuenta que es de las batallas sobre las que más tinta se ha derramado,
quizás después de la del Ebro….---
-Yo creo que lo que aporta de nuevo este libro es una visión
holística de lo que fue y supuso la batalla de Teruel, y de cómo se llegó hasta
ella, pero también de lo que dejó tras de sí. La obra fue concebida con la idea
y el deseo de aportar un fresco lo más amplio y complejo posible de la guerra
en los lugares donde tuvo lugar la batalla propiamente dicha. Y cuando digo
complejo me gusta insistir en ello: no me refiero a dificultar la comprensión
del hecho en sí, sino más bien a aportar una mirada completa y muy apegada al
terreno, atendiendo a las múltiples interacciones individuales y colectivas que
dieron forma al acontecimiento. Es verdad que existen bastantes trabajos de la
batalla de Teruel, pero también lo es que muchos de ellos estaban anticuados y
presentaban una imagen tan irreal o distanciada de lo que realmente fue la
batalla que era necesario aprovechar este 80 aniversario para revisitar el
acontecimiento. Más allá de eso existen obras que han sido y son muy valiosas
para mí a la hora de concebir mi propio trabajo, y por supuesto muy
inteligentes e interesantes en su modo de abordar lo ocurrido en Teruel durante
los años de la guerra. Pienso siempre en el libro de Pedro Corral, Si me
quieres escribir. Gloria y castigo de la 84ª Brigada Mixta del Ejército Popular,
un trabajo concienzudo, precioso, duro y desgarrador que nos da una idea muy
clara de la magnitud de la batalla y de eso que en la historiografía y en la
obra definimos como guerra total. También tienen una gran importancia las
últimas cosas que ha publicado Vicente Aupí sobre aspectos más parciales y
concretos de la batalla, esenciales para entenderla. Desde luego no se pueden
olvidar tampoco las investigaciones de Ángela Cenarro sobre el golpe de estado
y sus consecuencias inmediatas en la provincia de Teruel. En definitiva, lo que
quiero decir es que el trabajo de un historiador es uno de deudas constantes e
impagables con los que le han precedido y se han esforzado por aportar una
visión compleja del pasado, porque en su propio camino han abierto las puertas
que luego uno atraviesa al sumergirse en el estudio del episodio en sí. De
algún modo mi deseo sería haber conseguido lo mismo con este libro: abrir una
ventana al pasado, pero también ofrecer puertas para que otros historiadores e
historiadoras se animen a abordar cualquier aspecto de la propia batalla de
Teruel, o incluso a revisitar y reenfocar cualquier otro episodio de la guerra
civil en España.
Otra visión novedosa dentro del libro es que la mayor parte
del tiempo se mueve en la primera línea de combate y en los pueblos de las
inmediatas retaguardias tratando de dar con el modo en que combatientes y
civiles experimentaron la guerra, cómo se relacionaron entre sí, qué tipo de
conflictos y formas de solidaridad se dieron entre ellos, cuáles eran las
condiciones de vida de ambos colectivos. Hay que pensar que en los territorios
donde se dio la batalla de Teruel propiamente dicha los efectivos militares
doblaron con mucho a la población autóctona, lo cual en un terreno
semiestepario y con un tejido demográfico muy poco denso planteó retos humanos
y logísticos a todos los niveles que hicieron de la batalla una mucho más dura
e inmisericorde para los que hubieron de vivirla. No por nada la de Teruel es
la batalla de la guerra civil que más bajas causó, a pesar de ser más corta e
implicar menos efectivos que la del Ebro.
Hasta cierto punto es paradójico que no haya comenzado a
existir hasta hace muy pocos años una preocupación por hacer una historia
social de la guerra en los frentes de combate del 36-39. Esto se explica en
parte porque el enorme trauma que supuso la violencia y la represión durante
los meses posteriores al golpe, en la guerra y la posguerra ha requerido y
ocupado casi todos los esfuerzos de la historiografía dedicada al estudio de la
guerra civil. Podría decirse que era una suerte responsabilidad social de los
historiadores y las historiadoras abordar las múltiples formas de violencia que
existieron en ambas retaguardias y en la posguerra bajo el franquismo, y se han
publicado y se siguen publicando trabajos magníficos que también han sido
decisivos a la hora de dar forma a muchos aspectos de este libro. Sin embargo,
como decía, es extraño que en una guerra convencional como fue la civil
española y en un país con una historia donde lo bélico se encuentra tan
presente no haya existido más interés por parte de la historiografía más
avanzada hacia los aspectos militares del conflicto. Y dada la importancia que
han tenido los estudios de la violencia en la guerra civil aún sorprende más que
se haya prestado tan poca atención a la experiencia de guerra de los
combatientes y a su relación con los civiles, cuando la conscripción o recluta
obligatoria y la ocupación militar de las poblaciones fueron una de las formas
más evidentes y efectivas -aunque menos vistosas a priori- de violencia y
control político-social. Desde luego, muchas veces no ha ayudado el hecho de
que carezcamos de una tradición propia en el ámbito de lo que llamamos estudios
de la guerra o la nueva historia militar. Sin embargo, estamos en un gran
momento con toda una serie de jóvenes investigadores e investigadoras como
Ángel Alcalde y Miguel Alonso, ambos aragoneses, Fran Leira o James Matthews,
que a su vez se han beneficiado de un buen conocimiento de las principales corrientes
y debates internacionales, en buena medida por las contribuciones
decisivas de autores como Eduardo González Calleja, Xosé Manoel Núñez
Seixas y el también aragonés Javier Rodrigo. De hecho, la impronta que ha
tenido sobre mí la obra de este último hace que sea uno de mis puntos de
referencia fundamentales, sobre todo también en tanto que director de tesis y
mentor que ha sabido transmitir su magisterio al calor de lo que ya es una
hermosa amistad para toda la vida. Como decía, la historia es un oficio en el
que se contraen deudas impagables con tus predecesores, pero también con tus
compañeros y compañeras, y sin el camino abierto por ellos y ellas y los
debates compartidos sería mucho más difícil sacar adelante buenos
trabajos.
Como te decía, estamos en un buen momento y espero que este
libro pueda ser una fuente de inspiración positiva para otros y otras colegas,
y también que pueda contribuir a romper ciertos tópicos persistentes en torno a
la historia militar, concebida como algo rancio y anticuado. Mi deseo sería
poder contribuir en la medida de lo posible a difundir una nueva perspectiva
mucho más amplia de las cuestiones castrenses y bélicas donde no solo tenga
cabida la dimensión puramente operacional y la descripción sin interpretación
como forma de narrar. En definitiva, creo que otra de las aportaciones
novedosas de este libro radica en que más allá del enfoque adoptado, primando
mucho la dimensión o perspectiva del individuo, el objetivo ha sido integrar el
mayor número de voces y variables posible: se habla de los civiles y los
combatientes, pero también de las heridas que sufrían, dejando a un altísimo
porcentaje de ellos inhabilitados de por vida; del modo de morir; de los
problemas logísticos y de intendencia; del sufrimiento animal; del trabajo
forzoso; de las estrategias de supervivencia; del miedo; de los errores
militares; etc. De algún modo, mi deseo último es que el lector entienda hasta
qué punto son erradas (e interesadas) las visiones tradicionales de la guerra,
donde las unidades y los ejércitos se presentan como números que avanzan de
forma aséptica y mecánica sobre el terreno, sin aparentes consecuencias sobre
el territorio y sus poblaciones. En estos relatos apenas hay margen para las
miserias y las dificultades, para los imprevistos o para dar cuenta del drama
de las exacciones en materia alimentaria, las múltiples formas de violencia y
la muerte individual junto al vacío que genera. Por último, tengo que reconocer
que el último capítulo, "Región devastada", es un poco mi ojito
derecho, porque da cuenta de lo que ocurre con un territorio afectado por la
guerra en los meses y años siguientes a esta, una cuestión que por lo general
no suele ser tenida en cuenta por los historiadores e historiadoras que llevan
a cabo el análisis integral de una batalla como el que planteo yo en el libro.
Se trata de algo que en mi opinión nunca debería faltar en este tipo de
estudios, porque la guerra acaba o continúa en otros escenarios, pero después
comienza una nueva lucha por la supervivencia.
-Una Batalla
local que llegó a ser más que trascendente en el devenir de la Guerra Civil,
¿verdad?, explícanos…
-Es importante el matiz o el calificativo de batalla local que
señalas en la pregunta, y lo es por varias razones, pero fundamentalmente una:
la batalla de Teruel, que tuvo lugar en las vegas, los montes, los páramos
esteparios y los pueblos del tercio provincial suroccidental constituye una
atalaya privilegiada para analizar un problema o una cuestión universal desde
una perspectiva local, y es ahí donde reside su importancia como objeto de
estudio. Eso también explica el subtítulo de la obra: "guerra total en
España", que para nada es casual. La guerra total, un concepto sobre el
cual se ha debatido y se sigue debatiendo mucho en el ámbito académico.
Básicamente, y para decirlo de manera rápida y sencilla, la guerra total sería
un fenómeno propio de la contemporaneidad, favorecido por los avances
tecnológicos de la industria armamentística, tanto en su capacidad masiva para
matar como para destruir. Sus tres rasgos fundamentales serían la movilización
de todos los recursos humanos y materiales a disposición de los contendientes;
la prosecución del conflicto hasta la destrucción total del enemigo con el
empleo de todos los medios necesarios para ello; y la disolución de la frontera
entre combatientes y civiles, haciendo de ambos objetivos militares en tanto
que sostenes del esfuerzo bélico en el frente y la retaguardia o habitantes de
un territorio o un espacio delimitado que debe ser batido. Durante la guerra
civil fue en la batalla de Teruel cuando esto ocurrió por primera vez en un
mismo escenario de forma más clara, masiva y evidente. Fue precisamente esto lo
que hizo de este rincón olvidado de la península ibérica uno de los centros del
mundo durante los más de dos meses que duró la batalla, algo que queda bien
reflejado en la última obra de Vicente Aupí, Crónicas de fuego y nieve,
que aborda el papel clave y la producción escrita de los corresponsales de
guerra que cubrieron los terribles embates del invierno del 37-38.
Desgraciadamente no pude incluir su obra entre las referencias de mi trabajo
porque justo entregué a imprenta el mío en los días en que se publicó el suyo.
Desde luego, para cualquier futura exploración será una fuente clave, sobre
todo porque en ese campo del impacto mediático de la batalla de Teruel y su
significación política a nivel internacional queda todavía mucho trabajo por
hacer en archivos y hemerotecas de todo el mundo.
Todo lo que comentaba más arriba es lo que hizo de la batalla
de Teruel el punto de inflexión de la guerra. En cualquier caso, fue planteada
como una maniobra secundaria de distracción para desviar la atención de Franco
de Madrid tras la caída definitiva del frente norte en el otoño de 1937. Y digo
maniobra secundaria porque el principal golpe se había previsto en Extremadura,
con el llamado Plan P. Este fue ideado por el estado mayor del ejército
republicano con el objetivo de separar la zona sublevada en dos y tratar de
recuperar la iniciativa con un golpe de efecto que diera credibilidad militar a
la República a ojos de la escena internacional. No obstante, el modo en que
discurrieron los acontecimientos en Teruel desde el primer momento hizo que
esta última operación hubiera de abortarse. Y es que, como es propio de la
guerra, y más aún de la guerra total, siempre hay en ella un margen muy alto de
impredecibilidad. Dicho de otro modo: una vez se pone en marcha una operación
militar a gran escala esta cobra vida propia sobre el terreno dentro del margen
de maniobra con que siempre cuentan unidades e individuos, dentro de la
variabilidad climatológica o de los errores tácticos. En última instancia, en
la guerra hay mucho de improvisación a ras de suelo y, desde luego, de lucha
por la supervivencia, hasta el punto que los conflictos armados casi siempre
escapan a lo preconcebido en las mesas de los estados mayores o los centros de
mando.
De algún modo se puede decir que las autoridades republicanas
consiguieron lo que querían, que no era otra cosa que una respuesta contundente
del mando sublevado que implicara a un número suficiente de efectivos como para
desactivar los planes para atacar Madrid. Sin embargo, no es como a veces se
suele decir que Franco mordiera el anzuelo. Desde luego, a nivel estratégico la
ciudad de Teruel no tenía ningún valor estratégico, y su pérdida no habría
representado ningún problema para el mando sublevado, pero las guerras, y menos
aún las civiles, no solo se rigen por cálculos o análisis estrictamente
militares, sino también de índole política. En este caso, para Franco la
resistencia de los rebeldes sitiados en Teruel y su liberación representaban
una nueva oportunidad para seguir forjando y reforzando algunos principios
sobre los que se sustentaría su autoridad y la legitimidad de su régimen: la
imbatibilidad del ejército rebelde y su condición de líder invicto que nunca
deja a los suyos en la estacada, que se niega a dejar ni un solo palmo del
suelo patrio en manos de un enemigo estereotipado por la propaganda fascista
como la Anti-España. Por eso mismo Franco ordenó el desvío de las tropas
golpistas hacia Toledo a finales de septiembre de 1936 con el objetivo de
liberar a los sitiados en El Alcázar: perdió un tiempo precioso para la toma de
Madrid, pero consiguió la forja de un mito fundacional de la "resistencia
heroica" de la "verdadera España" frente a sus enemigos
mortales. Cuando atendemos a la lógica de las operaciones en la guerra civil
española siempre hay que tener en cuenta los factores político-simbólicos y el
gran peso que juegan en la toma de decisiones. Así pues, puesto en marcha el
ataque republicano sobre Teruel el ingente despliegue de tropas sublevadas para
intentar conectar con los sitiados y reconquistar la ciudad y el fracaso para
conseguirlo convirtió la batalla en una de desgaste, al más puro estilo de la
Gran Guerra, si bien a la escala de las posibilidades de los bandos en liza.
Esto obligó a ambos contendientes a enviar cada vez más recursos humanos y
materiales, tanto para cubrir las numerosas bajas como para conseguir romper el
frente enemigo, en el caso rebelde, o aguantar las embestidas de las tropas
golpistas, en el caso republicano. El tremendo esfuerzo que supuso la batalla
para el Ejército Popular, levantado y organizado a costa de muchos esfuerzos y
sacrificios desde finales del año 1936 y a lo largo de 1937 desarticuló las
unidades, supuso la pérdida de gran cantidad de mandos intermedios u oficiales
de campo y generó tal cantidad de bajas que apenas pudo rehacerse del golpe y
recuperar la iniciativa. A partir de ahí la única salida para la supervivencia
de la República era ganar tiempo con el fin de conseguir enmarcar la guerra
civil en una guerra generalizada a nivel europeo que parecía muy cerca en el
verano del 38 a causa de la cuestión de los Sudetes, y ahí es donde cobra
sentido la batalla del Ebro.
-¿Cómo llegó a
influenciar la batalla por la ciudad de Teruel a toda la provincia?; porque fue
una batalla con un claro efecto dominó, ¿no?
-Como avanzaba al final de mi respuesta anterior, la batalla
de Teruel dejó al ejército republicano sin apenas reservas y sin capacidad de
respuesta ante la ofensiva general que lanzarían las fuerzas sublevadas el día
7 de marzo de 1938, dos semanas después de acabados los combates por la capital
meridional de Aragón. En poco más de un mes de operaciones las tropas
sublevadas avanzaron hasta 160 kilómetros, llegando a Vinaròs y Lleida. La
mayor parte de Aragón, incluida toda la parte nororiental de la provincia de
Teruel, que hasta entonces había sido parte de la retaguardia republicana, cayó
también en manos de los rebeldes. El éxito abrumador de esta operación, que
partió en dos la zona republicana, aislando del resto una zona vital para el esfuerzo
de guerra como era Cataluña, está directamente conectado con la magnitud de la
derrota sufrida por los republicanos en la batalla de Teruel. Sin embargo, en
la parte meridional y suroriental de la provincia, muy intrincada a nivel
orográfico, la guerra aún seguiría haciendo estragos durante varios meses más.
Quizás los combates más paradigmáticos de aquella última fase de la guerra en
la provincia fueron los que tuvieron lugar en torno a La Muela de Sarrión y el
Barranco de la Hoz durante el verano de 1938, con gran número de bajas por
ambos bandos y donde quedaría estabilizado el frente hasta marzo de 1939.
Evidentemente, el hecho de que el Aragón oriental fuera ocupado de manera tan
rápida por los rebeldes tuvo consecuencias inmediatas para sus pueblos, núcleos
paradigmáticos muchas veces del experimento colectivizador anarcosindicalista
de 1936-1937 y lugares que habían pasado por procesos traumáticos de
transformación social y política con un protagonismo evidente de la violencia
política. Sin embargo, lo que uno observa al analizar la represión franquista
tras la entrada de las tropas es que la gestión de la vida comunitaria y la
aplicación de la represión, ejecuciones incluidas, vino muy marcada por los
equilibrios locales imperantes en cada núcleo y por el papel de las autoridades
o fuerzas vivas de los pueblos. Así, encontramos lugares como Calanda, con un
alto índice de asesinatos por parte de ambos bandos, y otros como Aliaga o
Villalba Baja que también vivieron la guerra en las dos zonas y no tuvieron que
lamentar muertos, muchas veces contra el criterio de agentes externos que
llegaban con listas de individuos que debían ser ejecutados.
-Leyendo tu libro y otros sobre el paso, como un
huracán, de esta guerra por este territorio, sumándole como le podemos sumar
otros factores; se puede entender, mejor que nunca, que esta provincia esté
bajo la permanente amenaza de la desmembración social causada por, entre otras
cosas, la despoblación…. ¿Qué nos puedes reflexionar? , ¿Hubo detrás del paso
de la guerra un efecto irremediable?
-Como bien dices, el gran éxodo rural que ha puesto al borde
de la extinción una vida y civilización centenaria como es la del mundo rural
peninsular, algo que incluye el caso de Aragón de forma muy clara y evidente,
tiene muchas causas. En su mayor parte ha sido algo generalizado en el mundo
occidental, pero factores como las guerras carlistas, la desamortización de los
comunales de Madoz, la crisis finisecular del XIX, la estructura de la
propiedad y las particularidades geográficas de un territorio por lo general
árido y poco fértil hacen que haya sido más agudo en el caso español. Con
esto quiero decir que el problema forma parte de las lógicas propias del modelo
de capitalismo que ha acabado por imponerse, y que gira en torno al mundo
urbano. Tanto es así que en los casos donde a duras penas ha subsistido la vida
del mundo rural esto ha comportado una redefinición completa de esta,
subordinada en buena medida a los intereses y necesidades de la ciudad.
Al margen de las cuestiones señaladas, es evidente que la
guerra civil, la posguerra y las políticas del franquismo en lo referente al
agro tuvieron consecuencias terribles para las comunidades rurales. Sin ir más
lejos, las diversas formas de violencia y represión marcaron su cotidianeidad
de forma mucho más traumática y evidente que en las ciudades por la simple
razón de que las relaciones de los pueblos son de mayor dependencia, y por
tanto los vínculos sociales y laborales son mucho más estrechos. Hubo
poblaciones que no se recuperaron nunca de las consecuencias que dejó el
derramamiento de sangre, al menos según destacan sus testimonios, igual que
hubo muchos hombres y mujeres obligados a dejarlo todo atrás para buscar el
anonimato de las ciudades o el exilio y huir así de la marginación y del acoso
que sufrían en sus lugares de origen a manos de las nuevas autoridades. Tampoco
ayudó el hecho de que se consolidaran las relaciones laborales y económicas
imperantes en el campo desde la crisis finisecular, que hacían que una parte
sustancial de las clases populares con poca tierra dependiera del trabajo que
pudieran darle las clases dominantes, todo ello a cambio de salarios por lo
general muy bajos y en condiciones de trabajo que hoy calificaríamos de
explotación (y así lo ven los testimonios orales que he tenido ocasión de
recoger). Evidentemente, la falta de expectativas y la ausencia de justicia
social en muchos casos forzó a muchos habitantes del campo a emprender el
camino de la emigración a la ciudad en busca de mejores oportunidades. Tampoco
podemos olvidar el problema de las decenas de miles de mutilados y enfermos
crónicos que, hijos de familias humildes, volvieron a sus casas incapaces para
hacer trabajos pesados de por vida, agravando la situación de economías domésticas
ya de por sí precarias al convertirse en una carga para los suyos. Los
suicidios o muertes en circunstancias extrañas por cuestiones relacionadas con
la guerra también tuvieron un peso importante en la posguerra, tal y como se
puede seguir en la documentación judicial de los años 40 y en la propia memoria
colectiva. Tampoco podemos olvidar la contaminación de acuíferos y tierras por
la gran cantidad de chatarra de guerra que quedó diseminada en los principales
escenarios de combate, un problema con el que hubieron de lidiar los habitantes
de los pueblos mediante diferentes estrategias y que causó un goteo constante
de mutilaciones y muertes a lo largo de varios años. Finalmente, en muchos
lugares caracterizados por una combinación de núcleos poblacionales y masadas,
como el Matarranya, el Maestrazgo o la Sierra de Albarracín, los métodos de
lucha antipartisana empleados por la Guardia Civil para combatir a la
resistencia antifranquista pasaron en muchos casos por la imposición de toques
de queda. Un caso muy claro es el de Pena-Roja de Tastavins, donde se llevaron
a cabo políticas de reconcentración según las cuales los masoveros eran
obligados a acudir al pueblo para dormir, cuando sus masadas, sus tierras y sus
animales podían estar en muchos casos a distancias superiores a los diez
kilómetros. Basta con pensar el lastre que suponía para la actividad económica
de estos masoveros el tener que hacer el camino de ida y vuelta a sus casas
cada día. El objetivo no era otro que eliminar las facilidades de la guerrilla
para operar en un tejido demográfico de estas características restándoles
cualquier posible apoyo. Si a eso unimos el saldo de violencia que hubieron de
sufrir a manos de guerrilleros y guardia civiles o el aislamiento cada vez
mayor por la ausencia de inversiones en infraestructuras podría decirse que,
efectivamente, en muchos casos la guerra civil marcó un antes y un después
decisivo en la agonía del mundo rural. Un claro ejemplo de esto último es lo
que ocurrió con núcleos como Las Casillas de Bezas, en la Sierra de Albarracín,
donde la política de reforestaciones que puso trabas al pastoreo y las
negativas reiteradas de las autoridades franquistas a dotar el núcleo de
tendido eléctrico lo condenaron a la extinción. Otro caso sería el del Mas del Llaurador,
en el Matarranya, pueblo que durante unos meses formó parte de la línea del
frente y que fue completamente arrasado hasta los cimientos, hasta el punto que
las dificultades de los vecinos para acometer una reconstrucción de este
empujaron a la mayoría a la emigración. Si alguien quiere seguir este tema más
de cerca recomiendo la obra de Luis del Romero Renau y Antonio Valera Lozano, Territorios
abandonados. Paisajes y pueblos olvidados de Teruel, una obra muy bonita e
interesante.
-¿Arrastra de
alguna manera Teruel todavía los efectos de la guerra?
-Como comentaba en la pregunta anterior, la guerra, la fuerte
presencia de la guerrilla y los métodos para combatirla por parte del régimen
fueron determinantes para la destrucción del tejido demográfico característico
de ciertas comarcas, mucho más tupido entonces que en la actualidad. Al mismo
tiempo, en muchos pueblos hizo la vida materialmente imposible para muchas
viudas y huérfanos de guerra o mujeres e hijos de prisioneros en cárceles y
campos de concentración. En no pocos casos la falta de la fuerza de trabajo
masculina planteó un grave problema a la hora de sostener las economías
familiares, a pesar de que, todo sea dicho, hubo mujeres que salieron solas
adelante. También, en muchos pueblos como Alba del Campo existieron mecanismos
de solidaridad con los más desfavorecidos, y en otros como Aliaga las redes
clientelares del propio régimen y de las clases dominantes aseguraron el
sustento de muchas familias de las clases populares en situación difícil.
En cualquier caso, nada de lo dicho debe hacernos obviar que
estamos hablando de una situación de dependencia y unas políticas de caridad
generadas y queridas por un sistema de poder forjado durante la guerra y
concebido en ese sentido. Este tema ha sido muy bien estudiado por Miguel Ángel
del Arco para el caso de Andalucía oriental en su libro Hambre de siglos.
Mundo rural y apoyos sociales del franquismo, donde demuestra hasta qué
punto el hambre fue gestionada por el régimen en la posguerra como instrumento
de castigo y represión, pero también para la forja de los apoyos sociales sobre
los que se sostendría el franquismo. En este sentido coincido bastante con una
parte del análisis que hace Sergio del Molino en La España vacía: las
élites rectoras de los territorios peninsulares han vivido por lo general de
espaldas al mundo rural, concibiéndolo como una suerte de territorio inhóspito
y sin civilizar de donde podían extraer recursos fiscales y humanos para nutrir
sus huestes. Esta constante histórica alcanzó su cénit con las políticas del
franquismo, tanto durante la autarquía como durante el desarrollismo, con la
industrialización acelerada del país, dejando el desgarro irreparable de la
despoblación en las comunidades rurales y gravísimos problemas estructurales en
el modelo de país a todos los niveles. Del Molino dice con razón que
"Ningún dictador ha maltratado tanto y tan persistentemente la España
rural como Franco", lo cual no deja de ser paradójico y cruel cuando, tal
y como él destaca, la propaganda del régimen vendió durante más de una década
la idea de que el campo albergaba las verdaderas esencias patrias y debía ser
el foco de todos los esfuerzos del régimen.
Más allá de todo eso, los efectos persistentes de la guerra en
Teruel se dejan sentir a nivel discursivo, como en muchos otros territorios del
estado español, sobre todo en la relación que muchos ciudadanos mantienen con
el pasado, en la comprensión que han adquirido de este. Esto se observa de
inmediato cuando uno hace trabajo de campo recogiendo testimonios orales entre
personas nacidas a partir de los años 20. En casi todos los casos acaba
apareciendo la cuestión de Cataluña como una de las causas directas de la
guerra civil, algo que seguramente se agudiza por la cuestión de la vecindad.
Sin quererlo en muchos casos acaban abonando el discurso autolegitimador
elaborado y difundido durante todo el franquismo, aún hoy sostenido en ciertas
publicaciones de gran alcance público. Según este modo de pensar, el golpe de
estado y la guerra habrían sido inevitables por la supuesta situación de
conflictividad e inestabilidad que atravesaba España durante la República.
Quizás los historiadores e historiadoras no estamos sabiendo hacer llegar de
manera efectiva a la sociedad el hecho de que la única causa de la guerra civil
fue el golpe de estado propiamente dicho. De hecho, merece la pena mirar al
caso francés, comparable en buena medida al español en lo que se refiere al
grado de conflictividad político-social y laboral o en la existencia de un gobierno
frentepopulista entre 1936 y 1938. Sin embargo, en Francia no hubo una parte de
la oficialidad que diera un golpe de estado, única causa directa de la guerra
civil española y de las diferentes formas de violencia que se vivieron por todo
el país desde el verano del 36. Es por eso que resulta sintomático que muchas
personas mayores miren la situación de Cataluña con temor, muy marcadas por la
idea de que en los años 30 todo comenzó del mismo modo, cuando es evidente que
la situación no es comparable ni en la forma ni el desarrollo de los hechos, ni
por supuesto la guerra fue culpa de los catalanes. Otra cosa bien diferente es
que el modo en que veían la cuestión catalana, entre otras cosas, fuera una de
las motivaciones que movió a los militares golpistas a rebelarse contra la
República.
-Teruel,
ocupa y ocupó un lugar geoestratégico que hizo que el Ejército Republicano
apostase muy por su reconquista, ¿no?
-En realidad, como apuntaba ya antes, Teruel no tenía ningún
valor estratégico para ninguno de los dos contendientes, ni a nivel económico
ni a nivel geoestratégico. El hecho de que se optara por dar el golpe allí tuvo
que ver más con la supuesta facilidad de un objetivo que estaba muy expuesto,
pues conformaba un saliente en el frente del Aragón meridional, estaba
defendido por efectivos escasos y podía tener un impacto mediático importante
por ser capital de provincia. En aquel momento, tras haber perdido la campaña
del norte hacía falta un golpe de efecto que levantara la moral de la
retaguardia y del Ejército Popular. Al mismo tiempo, también se buscaba generar
una visión positiva de la República a nivel internacional como un estado sólido
y de confianza que no solo había sido capaz de poner fin a la violencia de
supuestos "elementos incontrolados" o la experiencia colectivizadora
de los anarquistas en la retaguardia. No menos importante era mostrar ante el
mundo que la República había sido capaz de crear un ejército moderno y eficaz
capaz de lograr éxitos militares e infringir derrotas a su enemigo, todo ello
también con la vista puesta en la posibilidad de que dentro de un eventual
conflicto europeo las democracias se aliaran con ella y le prestaran su apoyo
material y financiero.
-Pero no la
supo o no la pudo mantener bajo su dominio, ¿qué pasó?
-Existen varios factores que ayudan a explicar la derrota,
pero hay que dejar muy claro que los propios dirigentes republicanos eran
conscientes de que la ciudad no podría ser mantenida por mucho tiempo, que
aquello tan solo era una maniobra de distracción. De hecho, hay un testimonio
muy significativo del jefe de propaganda de la Generalitat, Jaume Miravitlles,
que fue recogida por Ronald Fraser y que aparece en mi libro. Una vez se
conoció la caída de los últimos reductos que resistían en Teruel entre el 7 y
el 8 de enero Miravitlles acudió eufórico a Indalecio Prieto, ministro de
guerra socialista en aquel momento, y le propuso organizar una gran campaña de
propaganda. Sin embargo, Prieto pronto le paró los pies y le dijo que la ciudad
en ningún caso podría mantenerse más allá de tres semanas, aunque al final se
equivocó y fueron seis. Miravitlles cuenta que en aquel momento se dio cuenta
de que no podrían ganar la guerra, que todo estaba perdido. En este caso, el
problema es que la batalla también se acabó convirtiendo para los republicanos
en una lucha de prestigio, y una vez dio comienzo militarmente ya no la podían
parar, algo a lo que también contribuyó la cobertura que le dieron los medios
estatales de ambos bandos e internacionales. Así fue como acabaron malogrando
allí sus mejores recursos humanos y materiales.
Más allá de todo lo dicho, la capacidad operativa o la
movilidad del ejército republicano sobre el terreno era muy reducida por la
notable carencia de mandos intermedios bien formados, que son precisamente los
que encuadran las unidades, comparten las miserias de las tropas y se encargan
de dirigirlas en la ejecución de las operaciones. De hecho, las academias
militares de la República no solo tenían menos capacidad para formar un número
suficiente de mandos intermedios, sino que además contaba con menos personal
profesional y formativo por la simple razón de que una mayor parte de los
militares intermedios de carrera se habían unido al golpe. En este sentido, el
ejército republicano tuvo problemas para explotar a fondo sus éxitos militares
desde el primer momento de la batalla por esas dificultades operativas. Y, en
definitiva, tampoco hay que obviar que el ejército sublevado era un tercio más
grande que el republicano, lo cual le daba ventaja en una batalla de desgaste
como la de Teruel; estaba mejor surtido de armamento por sus aliados, sobre
todo en materia de artillería y aviación, dos recursos fundamentales en la
guerra moderna; dicho armamento era mucho más homogéneo, algo que favorecía mucho
las cosas a nivel logístico cuando se trataba de repartir y gestionar las
municiones o la reparación de las armas dañadas.
-¿Por qué la
mencionas o le atribuyes el calificativo de “guerra total”?
-A grandes rasgos ya he definido el concepto en una de las
preguntas anteriores y su importancia para la historiografía, en tanto que
ayuda a aproximarse a la naturaleza de la batalla de Teruel y le devuelve la
magnitud y la universalidad que tuvo y que la caracterizaron. En cualquier caso
hay un rasgo más que a mi parecer define la guerra total como el paradigma de
la guerra en la modernidad, y que también se manifestó de forma muy evidente en
la batalla de Teruel. En la guerra total el conflicto no se detiene con la
llegada de los fríos y se reactiva con la primavera, tal y como había ocurrido
casi siempre hasta la llegada de la contemporaneidad, sino que persiste durante
todo el año, sean cuales sean las condiciones climatológicas y de vida de los
combatientes. Es más, el clima pasa a convertirse en un factor fundamental en
los cálculos y planificaciones militares, donde las autoridades buscan
aprovecharse o extraer ventajas de situaciones extremas. Una buena muestra de
ello fue la contraofensiva soviética del invierno del 41-42 frente a la
Wehrmacht, donde los mandos soviéticos aprovecharon la llegada de tropas de
refresco combinada con el cansancio, las bajas y el desgaste acumulado por los
alemanes y unas condiciones invernales extremas para las que no estaban
preparados.
Ya he comentado también que uno de los elementos definitorios
de la guerra total es la búsqueda de la rendición incondicional del enemigo. En
este sentido, la batalla de Teruel fue decisiva una vez más, porque el éxito
inicial y el gran coste que tuvo en vidas humanas consiguió acallar las voces
republicanas cada vez más numerosas y partidarias de buscar un armisticio con
los rebeldes para parar la guerra y salvar todo lo salvable del sistema
republicano. Nada de aquello entraba en los cálculos de los mandos militares y
las autoridades civiles golpistas, cuyo objetivo era suprimir por completo la
democracia, cualquier forma de disidencia y protesta y establecer un régimen
fascista, en la línea de lo que era común por entonces en casi todo el ámbito
contrarrevolucionario europeo.
Respecto a la desaparición de la distinción entre civiles y
combatientes, convertidos ambos en objetivos militares, encontramos una muestra
evidente de ello en el comunicado que dirigieron los mandos republicanos a los
sitiados en el interior de Teruel. Muchos de los que se habían refugiado en los
dos reductos, el del Seminario y el de Comandancia eran civiles, a menudo
familiares de los defensores o gente de derechas que temía por sus vidas
fruto de las historias que corrían sobre los republicanos y conocedores de la
virulencia que había tenido la violencia y represión en Teruel. Así pues, la
noche del 18 al 19 de diciembre el ejército republicano ofreció la posibilidad
de que los civiles y todos los combatientes que quisieran depusieran las armas
y se entregaran a los sitiadores con la garantía de conservar sus vidas. Todos
aquellos que no se entregaran serían considerados como combatientes a partir
del día siguiente, un rasgo que se observa de forma constante en los conflictos
de la contemporaneidad. Y así ocurrió: la dificultad para tomar los reductos,
por los laberintos de ruinas, el riesgo extremo de los combates urbanos y el
deseo de emplear el mínimo número de fuerzas en su conquista tuvo mucho que ver
en ello. El mando republicano tenía la necesidad de desplegar el máximo número
de hombres en el anillo exterior del cerco para frenar los intentos de rescate
enemigos desde fuera, y eso hizo que se optara por someter ambos reductos con
el empleo de toda la potencia de fuego disponible combinada con acciones
puntuales de la infantería. Más allá de la artillería pesada, lo más
característico fue el empleo de minas subterráneas bajo los cimientos de los
edificios de los reductos donde se hacinaban civiles y defensores, muchos de
ellos heridos, abrasados por la sed y cada vez más debilitados por el hambre.
Por supuesto, estos métodos fueron denunciados por el bando sublevado para
intentar deslegitimar la causa republicana a ojos del mundo dentro de la lucha
mediática librada por ambos bandos y sus partidarios en todo el orbe. Sin
embargo, los bombardeos aéreos de centros logísticos y de comunicaciones como
Alfambra y Perales del Alfambra fueron algo muy común, dejando derruidas gran
número de casas. Cualquier pueblo de la provincia que albergara tropas tuvo que
sufrir los efectos materiales y humanos de las bombas de la
aviación, especialmente en los espacios de operaciones, incluso se dio el
caso en que los cazas rebeldes ametrallaron a las columnas de refugiados
evacuados por el mando republicano en dirección a Segorbe.
-Háblanos de “esa cotidianidad” de la gente de la
calle?
-Siempre recuerdo algo que nos decía en sus clases de la
Universidad de Zaragoza otro turolense, Ignacio Peiró, que fue un maestro para
mí en muchos sentidos: "un buen historiador tiene que leer y empaparse de
literatura", y tenía toda la razón. En los últimos años he descubierto, he
leído y he releído la obra de la Premio Nobel de Literatura Svetlana
Aleksiévich. Esta autora de origen bielorruso y ucraniano ha sido una
inspiración constante y un punto de referencia fundamental para mí en el
intento y el deseo por poner cara y ojos a la historia. Y antes de avanzar en
mi respuesta no querría dejar de señalar algo que ella misma reconocía y que yo
he sentido: el enorme peso de la responsabilidad que se siente al trabajar con
los testimonios orales de los hombres y mujeres a los que uno entrevista en el
curso de una investigación, y las dificultades que comporta tanto para el
entrevistador como para el entrevistado. Aleksiévich lo decía bien en el
discurso de aceptación del Nóbel en el año 2015 cuando señalaba que el camino
para dar forma a su obra, basada en centenares de testimonios personales
tomados en todo el territorio de la antigua Unión Soviética, había sido muchas
veces superior a sus fuerzas: "Muchas veces me han conmovido y me han
dejado helada los seres humanos; he experimentado admiración y repulsión; he
tenido ganas de olvidar lo que había escuchado, de volver al tiempo en que yo
vivía en la ignorancia. Más de una vez igualmente he visto la belleza del ser
humano y he tenido ganas de llorar de alegría". Y creo que sensaciones así
las hemos vivido de forma muy intensa todos y todas los que trabajamos apoyados
en lo que se suele llamar historia oral, cuando vuelves a casa haciendo un
repaso mental de lo que has escuchado, abrumado y agradecido por un alma que se
acaba de abrir ante ti, que te ha compartido las miserias y las grandezas de la
vida del ser humano común. En este sentido, como decía la propia Aleksiévich
"me interesa el ser humano pequeño. El gran ser humano pequeño, como yo lo
llamaría, porque el sufrimiento lo engrandece. En mis libros esta gente cuenta
su historia pequeña, y al mismo tiempo cuenta la gran historia." Por eso,
uno de los objetivos fundamentales de mi libro era poder dar voz a la
experiencia de guerra de la población civil de los pueblos y la capital
turolenses, saber qué supuso para ellos la batalla, porque era una manera de
acceder a lo universal a través de lo local. Su memoria individual y colectiva
es un patrimonio inmaterial valiosísimo que no podemos perder porque nos aporta
claves esenciales para entender al ser y a las comunidades humanas en toda su
maravillosa y desgarradora complejidad. Por eso era tan importante para mí que
quedara bien recogida esa lucha diaria de las clases populares por la
supervivencia, una lucha que se alargó durante muchos años en todos los ámbitos
de la existencia, desde la guerra hasta muy entrada la larga y agónica
posguerra, y siempre dependiendo de la realidad y el pasado de cada familia,
pero también de cada pueblo.
Realizar un buen trabajo de campo entrevistando a los y las
supervivientes, la mayor parte de ellos aún niños o jóvenes durante la guerra y
la posguerra, es lo que da la medida de la complejidad real de las cosas a ras
de suelo en una guerra, de la gran variabilidad de las experiencias y
circunstancias que confluyeron en la batalla de Teruel. Y el deber del
historiador y la historiadora es transmitir al público lector y a la sociedad
la complejidad del pasado, que las cosas pocas veces suelen ser blancas o
negras del todo, que existen muchos matices. Eso es lo que he intentado con
este libro, y el resultado es sorprendente en el sentido de que la relación que
mantuvieron los civiles con los combatientes y el modo que tienen de verlos es
ambivalente: por un lado siempre inspiran compasión, siendo como eran jóvenes
reclutados a la fuerza en su mayor parte, muchachos destrozados
física y psicológicamente por el frío y la tensión a su vuelta de los combates;
por el otro se recuerdan los abusos y diferentes formas de violencia que
ejercieron en los pueblos de la inmediata retaguardia, con el constante goteo
de saqueos y requisas de alimentos, animales de tiro, mantas y ropas que
dejaban muy expuestas a las familias; las violaciones y los embarazos, que
suponían un trauma y un estigma de por vida para las víctimas; las muertes en
circunstancias poco claras; la ocupación forzosa de las viviendas; etc. Todos
estos sucesos, sumados a la violencia de los primeros meses posteriores al
golpe y a un estado de tensión habitual durante la guerra y la posguerra,
también dejaron un rastro muy profundo en forma de trastornos mentales difícil
de cuantificar y de valorar en su magnitud, pero los testimonios orales dan
cuenta de casos estremecedores.
Por ejemplo, los abusos en materia alimentaria parece que
fueron muy comunes y constantes en Gea de Albarracín, no así en Alba del Campo,
ambas en zona rebelde; lo mismo ocurre si vamos a pueblos de la zona republicana,
como Cuevas Labradas, Villalba Baja o Castralvo, después de ser tomado en la
ofensiva del 15 de diciembre, donde hubo saqueos y exacciones ante las que poco
podían hacer los vecinos, si bien hubo casos en los que estos se presentaban en
la comandancia para protestar por los abusos, consiguiendo traerse de vuelta a
casa los animales y alimentos que les habían robado. Como digo la experiencia
fue muy variada entre pueblos, y el recuerdo ambivalente, dependiendo mucho de
la posición socio-económica y política de cada familia y de quién ocupaba la
localidad, habiendo casos en los que incluso soldados que volvían con sus
familias a visitar los escenarios de la batalla se alojaban con aquellos que
les habían dado cobijo en la guerra, porque al final la convivencia también
podía acabar dando lugar a lazos de amistad. En muchos casos, la realidad
diaria de la ocupación y los problemas que había de enfrentar la población
civil dependían del grado de flexibilidad o disciplina que el comandante al
mando de cada plaza imponía sobre la tropa. Así nos encontramos con casos como
Calamocha, centro logístico y de concentración de tropas fundamental de la
retaguardia sublevada, donde parece que fueron muchas las jóvenes que quedaron
embarazadas por soldados. En casos así es casi imposible determinar en qué
condiciones se produjo la relación, por mucho que se puedan intuir cosas, pero
en núcleos como la mencionada capital del Jiloca era habitual que se produjeran
conflictos entre los autóctonos y las tropas, llegando a las manos por el
acecho al que eran sometidas las mujeres. También se dan casos como el de
Villalba Baja o el de Linares de Mora, en este último ya más avanzada la guerra
y fuera del marco de la batalla de Teruel, donde una población muchas veces
desprotegida debía buscar mecanismos de autodefensa. En el primer pueblo, sin
ir más lejos, un muchacho salvó a una joven de ser violada a manos de un grupo
de regulares (tropas voluntarias de origen magrebí por lo general) porque
empezó a gritar por la calle y al momento acudió un grupo de soldados
peninsulares que se enfrentó con los agresores a pesar de compartir bando. En
el caso de Linares de Mora ocurrió otro episodio significativo muy favorecido
por el poblamiento disperso de la zona, donde abundaban las masadas. Una de
ellas fue asaltada de noche por el balcón donde dormían las hijas de la
familia, y el padre tuvo que acudir corriendo para defender a su prole y
enfrentarse al agresor, que antes de caer por el balcón consiguió acuchillar y
asesinar al cabeza de familia.
Podríamos hablar de muchas cosas más, pero sobre todo, y para
acabar, merece la pena hablar de qué ocurrió acabada la guerra, cómo quedaron
el paisaje, los pueblos y las comunidades humanas posteriormente a la batalla.
Durante los combates había sido práctica común de ambos contendientes evacuar a
la población civil, tanto por razones humanitarias como para preservar el
secreto militar y poder emplear toda la potencia de fuego en las zonas de
combate sin las consecuencias propagandísticas que podía implicar la muerte de
civiles. En muchos casos, cuando los evacuados volvieron a sus pueblos meses y
años después se encontraron todo arrasado. Celadas, Concud y buena parte de
Teruel quedaron prácticamente arrasados hasta los cimientos, pero en todos los
pueblos ocupados por los sublevados en el curso de la ofensiva del Alfambra
(5-8 de febrero de 1938) o en las semanas siguientes, como Villalba Baja y
Cuevas Labradas, los vecinos se encontraron con que cualquier trozo de madera
había desaparecido: los marcos de las puertas y las ventanas, los aperos de
labranza, el mobiliario, todo. El terrible frío polar que presidió buena parte
de la batalla y la ausencia de arbolado adecuado para hacer leña en buena parte
de los escenarios de los combates llevó a los soldados a quemar todo lo que
encontraron en los pueblos para poder calentarse, muchas veces dentro de las
propias viviendas para resguardarse de las inclemencias. En muchos casos, la
vuelta a casa suponía empezar de cero en todos los sentidos, habiendo perdido
por lo general todo aquello de valor que no se hubiera podido acarrear en la
evacuación. Así pues, las tareas de reconstrucción y reacondicionamiento de las
viviendas y la reactivación de las tareas agroganaderas estuvieron marcadísimas
por las dificultades, sobre todo por los problemas para hacerse con materiales
de construcción. Esto mantuvo muy unidos los pueblos a la capital durante la
posguerra, donde los vecinos de los pueblos cercanos bajaban a intercambiar
alimentos por ladrillos, maderas, cemento, etc. Por supuesto, en una ciudad
como Teruel, con un altísimo grado de devastación, las familias que iban
volviendo se veían obligadas a compartir pisos por habitaciones, tal y como
ocurriría más tarde de forma recurrente en la segunda posguerra mundial.
En una situación así no es de extrañar que la población
pusiera en marcha todo tipo de prácticas de supervivencia para sobrevivir,
defraudando al estado con la ocultación de parte de la producción agraria para
evitarse las cuotas impuesta por el estado a precios muy bajos. El estraperlo y
diferentes formas de corrupción fueron otra constante en la vida cotidiana de
los pueblos y la capital, con el tráfico constante de alimentos básicos y
materiales de construcción procedentes del parque de Regiones Devastadas a
cargo de la reconstrucción de los lugares más significativos de Teruel. A
Calamocha los trenes subían cargados con sacos ocultos en la parte de abajo de
los vagones, lo cual hacía que los ferroviarios tuvieran un papel privilegiado
en los circuitos de distribución alimentaria. Por toda la vega del Jiloca era
común ver mujeres procedentes de Segorbe y Altura con grandes sayas bajo las
cuales ocultaban envases de aceite que intercambiaban por otros productos o
vendían. Sin embargo, el dislocamiento de las economías locales y el control
sobre alimentos de primera necesidad planteó graves dificultades a muchos
habitantes de los pueblos, sin ir más lejos en los casos en que necesitaran la
ración de leche que tuvieran asignada en el racionamiento por tener a su cargo
criaturas en edad de tetar. Esto hizo que vecinos de Villalba Baja tuvieran que
bajar a Teruel varias veces a la semana para recoger su ración de leche,
recorriendo para ello diez kilómetros de ida y diez kilómetros de vuelta, a lo
que había que sumar la espera en las largas colas del racionamiento, de manera
que se veían forzados a perder de forma habitual una jornada de trabajo en el
campo.
La historia social de la guerra que se hace hoy en día apunta
en ese sentido, muy apoyada precisamente sobre la vuelta al individuo como
sujeto central del relato histórico, algo que en cualquier caso no tiene por
qué implicar obviar a los grandes sujetos como las clases, a las comunidades
humanas o a las tropas de un ejército. Por eso, y para dejar claras las
dificultades y problemas de este enfoque, me gustaría volver a las palabras de
Aleksiévich, quien decía sobre el rastro de la Segunda Guerra Mundial y el
comunismo en los territorios postsoviéticos que "la gente habla desde su
época, por supuesto, no puede hablar desde la nada. Pero es difícil llegar al
alma de un ser humano; está marcada por las supersticiones, los prejuicios y
los engaños. Por lo que se escucha en la televisión y lo que se lee en los
diarios." Por eso pesa tanto trabajar con testimonios personales, por eso
se siente una responsabilidad tan abrumadora: los y las supervivientes que te
brindan su confianza, que te abren la puerta de sus casas y que se entregan de
forma más o menos abierta y generosa pueden no sentirse identificados con las interpretaciones
que hacemos los y las investigadoras de vuelta a casa, con los cascos ya
puestos y al entrecruzar sus palabras con la documentación de archivo y con lo
que la historiografía ha ido desentrañando sobre el pasado en los últimos años.
-Depuraciones
de responsabilidades dentro del lado sublevado: ¿cómo se llevaron a cabo? ,
¿Por qué crees del ensañamiento?. Estoy segura que no surge de hoy para mañana…
-Supongo que te refieres a la violencia inmediatamente
posterior al golpe y a las diferentes formas de represión que tuvieron lugar en
la provincia. Se trata de un tema extremadamente complejo que no ha sido el
objeto central de atención en mi libro, pero que conozco bastante bien porque
mi compañero y antiguo director de tesis, Javier Rodrigo, lo ha trabajado a
fondo en muchas de sus vertientes. Las primeras semanas de enfrentamientos tras
el golpe estuvieron acompañadas por altas dosis de violencia, todo ello
favorecido por un tipo de enfrentamientos basados en la guerra de columnas, las
huidas a la montaña de fugitivos que huían de la recluta, la formación de
grupos armados marcados por la improvisación y, por último, el alto grado de
inestabilidad e incertidumbre respecto a cómo acabaría todo aquello. En este
sentido, los meses de verano y otoño de 1936 son los que más se asemejan a la
naturaleza de lo que han sido y suelen ser por lo general las guerras civiles:
escaramuzas localizadas, escuadrones móviles de la muerte, guerra irregular,
etc.
Por lo que respecta a la violencia está claro que en ambos
bandos tuvo un paraguas político y un marco propiciatorio creado por el golpe
de estado, que rompió los equilibrios comunitarios y sumió todos los
territorios peninsulares en un estado de excepción permanente. Sin embargo,
bajo ese paraguas confluyeron múltiples motivaciones y conflictos personales o
locales (temas de deudas, lindes, aguas, relaciones laborales de
semiexplotación, asuntos amorosos, etc.) que no tenían por qué ser única y
exclusivamente políticos. Aunque decir esto de forma categórica siempre es
peligroso por una razón muy simple: lo personal ciertamente suele ser político,
es decir, el resultado de problemas sistémicos o de tipo estructural muy
enquistados en el largo plazo. Por eso mismo, en buena medida la violencia fue
tan virulenta, porque se basaba en conflictos que a veces se habían transmitido
de generación en generación y que habrían tenido diferentes episodios y
manifestaciones a lo largo de las décadas previas a la guerra, pero que
alcanzaron su cénit en los años del conflicto y la posguerra. Existen casos en
el agro turolense donde hubo muchachas de buena familia que se enamoraron de
hombres de las clases bajas y que o bien tuvieron muchos problemas para llegar
a casarse con su pareja o simplemente no pudieron hacerlo. Si un conflicto de
este tipo acababa con derramamiento de sangre, tal y como ocurría a veces, es
evidente que era por la existencia de una sociedad muy dividida en clases y con
graves problemas de desigualdad y sumisión, algo que fue sancionado y reforzado
por el franquismo.
Sin embargo, como te digo, la violencia que estalló por toda
la península, incluida toda la provincia de Teruel y Aragón en su conjunto,
estuvo lejos de responder a elementos incontrolados, incluso, y en contra de lo
que se ha supuesto, también en el lado republicano. Este problema tenía mucho
que ver con esa situación de inestabilidad, indefinición y miedo de las
primeras semanas y meses, pero también con el intento de diferentes poderes
(militares, sindicales, gubernamentales, partidos políticos) por consolidar el
control del territorio mediante la eliminación de cualquier forma de
resistencia a través del asesinato y el terror. Seguramente los rumores,
determinantes en cualquier conflicto armado y que muy pronto empezaron a correr
de pueblo en pueblo alentados por el miedo de los vecinos o el interés de
ciertos agentes, fueron un elemento fundamental a la hora de dar lugar a una
violencia que no hizo sino retroalimentarse en muchos casos dando lugar a una
espiral. Por eso no es casual que pueblos como Aliaga o Villalba Baja, donde
durante la ocupación republicana no hubo asesinatos y donde los miembros de los
consejos revolucionarios sacaron la cara por sus vecinos el cambio de
autoridades se viera correspondido por la misma política de contención, lo cual
no implica que hubiera otras formas de represión económicas o encarcelamientos.
En cualquier caso, es evidente que la existencia de distintos proyectos y
agentes políticos en pugna, que emergieron y ganaron cotas de poder que hubieran
sido inimaginables hasta el fracaso parcial del golpe de estado, y que
incitaron, promovieron y ejecutaron la violencia como instrumento de lucha
política en la imposición de sus modelos de organización social, fue lo que más
favoreció que esta alcanzara grados de virulencia sin parangón en la historia
peninsular.
Respecto al modus operandi que se seguía en la ejecución de la
violencia merece la pena señalar varias cosas que contribuyen a arrumbar
algunos tópicos, muchas veces propagados de forma interesada por el propio
franquismo. La violencia que acabó con la vida de múltiples vecinos no fue algo
que viniera impuesto desde fuera, o desde luego no siempre. Esto es así tanto
en el caso de las columnas de milicianos que ocuparon el Aragón oriental y
meridional procedentes del País Valenciano o de Cataluña, como en el caso de
las tropas de voluntarios de Falange y la Guardia Civil que actuaron en la
parte occidental de la provincia, muchas veces procedentes de Zaragoza. En el
primer caso, muchos habitantes de los pueblos y sus descendientes se acogieron
a la tesis de la invasión de las columnas de milicianos que trajeron consigo la
violencia y la revolución por dos razones muy concretas: al franquismo le
interesaba promover un discurso antiobrero y anticatalanista y a las
comunidades les venía bien para tratar de restañar heridas y construirse una
suerte de martirologio según el cual Aragón habría sido una suerte de Arcadia
feliz antes de la guerra. Nada más lejos de la realidad. Tanto en uno como en otro
lado la mayor parte de las muertes tuvieron lugar por denuncias
intracomunitarias, es decir, de vecinos que acusaban a sus convecinos; por las
listas que habrían preparado elementos significados de derechas e izquierdas
que no tenían por qué ser del mismo pueblo pero que eran de la misma comarca y
la conocían bien al moverse de forma habitual por sus pueblos; y, también,
gracias a la cooperación de individuos naturales de los lugares donde tuvo
lugar la violencia que habrían emigrado previamente a Zaragoza, a Cataluña y al
País Valenciano, que se habrían politizado allí y que comenzado el conflicto
habrían vuelto a sus pueblos como parte de las milicias y unidades armadas de
uno u otro bando. Las dos últimas casuísticas han sido bien estudiadas por Assumpta
Castillo para el caso de la comarca oscense de La Llitera en un artículo muy
sugerente llamado "El forastero en la guerra civil española".
Volviendo a Teruel, en el caso de Calamocha, uno de los pueblos de la provincia
con una tasa de muertes más alta, se sabe bien que el cura tuvo bastante
responsabilidad en la muerte de los 33 vecinos que fueron ejecutados. Lo mismo
ocurre en Teruel, donde el nombre y la trayectoria de los vecinos más
significados que actuaron a menudo como denunciantes y verdugos es bien
conocido. No era diferente a lo que ocurría en el lado republicano, donde
fueron los miembros de los comités revolucionarios locales los que marcaron los
objetivos a batir y los que tenían cierto margen de poder para salvar las vidas
de vecinos en situación comprometida.
Algo corriente era llevar a cabo las ejecuciones de noche y en
términos municipales vecinos, siguiendo una praxis habitual en contextos de
guerra civil, de tal manera que al no ser un acto público y constatable de
forma visual por testigos sería como si nunca hubiera ocurrido y, por tanto, no
se podría acusar a nadie por la desaparición de los asesinados. Con esta medida
también podía esperarse limitar el impacto público de la violencia, que podía
llegar a repugnar de tal modo a sectores sociales proclives al bando de los
ejecutores como para generar desafección, restar apoyos fundamentales y
legitimidad a la causa. Sin embargo, hubo otras ocasiones en que las
ejecuciones se llevaron a cabo de forma abierta, como ocurrió a finales de agosto
del 36 con la ejecución de entre 11 y 13 hombres en plena plaza del Torico con
gran concurrencia de público, una forma muy efectiva de extender el terror a la
par que de mesurar el grado de apoyo popular a las políticas de los golpistas.
Algo similar se intentó hacer en La Puebla de Valverde, donde un mes antes un
grupo de falangistas venido desde Teruel con 22 prisioneros tomados a la
primera columna de milicianos llegados al sur de la provincia desde el País
Valenciano quiso ejecutarlos en la plaza del pueblo, algo que consiguieron
evitar las vecinas con sus quejas y su oposición.
-Creo recordar
que eres “un estudioso” del fascismo. ¿Cómo crees que influyó éste en las
depuraciones que llevó a cabo el lado sublevado en torno a la Batalla de
Teruel?
-Es evidente que la impronta fascista del régimen que los
sublevados fueron forjando a lo largo de la guerra tuvo un papel importante en
las características de la violencia y la represión que acompañaron a la batalla
de Teruel y que siguieron en la posguerra, al fin y al cabo el fascismo es una
cultura política que lleva a cabo una exaltación de la violencia como
manifestación de la verdadera masculinidad y de la superación de valores
burgueses considerados caducos, a la par que como un instrumento de lucha contra
sus enemigos políticos. Sin embargo, esta sublimación y visión de la violencia
era compartida también por los sectores revolucionarios agrupados bajo el bando
gubernamental, y así se pudo se manifiesto de muy diversas formas en la
retaguardia republicana. En ambos bandos la violencia fue utilizada como un
medio radical para la resolución de conflictos, la imposición de proyectos
políticos y el control del territorio, a la par que en la creación de un amplio
tejido comunitario de silencios y complicidades. En lo que respecta a las
prácticas de guerra está claro que la naturaleza política del golpe
cívico-militar y del nuevo régimen influyó en el tratamiento y clasificación de
los prisioneros de guerra, que eran "reciclados", es decir, reintegrados
en el ejército sublevado; destinados a batallones de trabajadores que cumplían
labores auxiliares en zonas aledañas al frente; enviados a campos de
concentración; o, en definitiva, fusilados en función de la información que se
tenía de ellos, que se extraía a través de los interrogatorios o que se podía
conseguir tras contactar con las autoridades locales de su lugar de origen,
caso de que estuviera ya en zona sublevada. De hecho, no deja de ser paradójico
que los batallones de trabajadores, prisioneros republicanos que "redimían
sus pecados" con su sudor, acabaran siendo vitales en el esfuerzo de
guerra sublevado acarreando y descargando suministros, limpiando de nieve
carreteras, recuperando municiones, cavando trincheras o construyendo
fortificaciones.
Sin embargo, un aspecto de la batalla de Teruel que ha quedado
pendiente de una mayor profundización en mi libro tiene que ver con las
políticas de ocupación del bando republicano en la estrecha franja de terreno
que ocuparon durante los combates, y que incluyó a la población de la capital y
de varios pueblos de su entorno más inmediato como Valdecebro, Castralvo o
Villaspesa. Se trata de un ejercicio interesante porque nos permite intuir cómo
habrían podido ser otras ocupaciones de poblaciones de cierta entidad como
Teruel, que contaba por entonces con 16.000 habitantes. A día de hoy ya estoy
trabajando en esta cuestión, con la vista puesta en preparar algún artículo, y
a estas alturas ya empiezo a tener algunas intuiciones que precisamente apuntan
a la naturaleza total que alcanzó la guerra en Teruel. Por ejemplo, y a pesar
de las órdenes expresas del gobierno republicano de tratar de forma humana y
respetuosa a los prisioneros y a la población civil, incluido de forma muy
especial el obispo Anselmo Polanco, hubo ejecuciones extrajudiciales en varios
casos, por ejemplo en el viejo asilo bajo los viaductos, frente a las Escuelas
del Arrabal o durante las evacuaciones de civiles de la zona de la calle San
Francisco en su camino a través de la carretera de Cuenca. Además, en La Puebla
de Valverde se estableció un puesto de control para el triaje de los evacuados
de la ciudad, para que se escapara ningún elemento significado, y también se
conoce allí la existencia de ejecuciones en las afueras del pueblo, aunque por
el momento desconozco más sobre la identidad y el pasado de la mayoría de las
víctimas, así como también de los ejecutores. Espero poder seguir recogiendo
testimonios y trabajando la documentación que tengo para poder arrojar más luz
sobre esta cuestión tan interesante.
Al final, como digo, buena parte de lo ocurrido en el curso de
la batalla de Teruel se explica a través del prisma de la guerra total, algo
que ocurre por ejemplo con la cuestión de los prisioneros de guerra en el marco
de los avances militares. El caso de la ofensiva sublevada del Alfambra fue
paradigmático en este sentido, y tenemos constancia documental de hasta qué
punto en muchos casos no se respetaron las regulaciones internacionales para el
ejercicio de la guerra al no tomarse prisioneros. Y esto no tenía por qué tener
que ver necesariamente con la deshumanización a la que había sido sometido el
enemigo por la propaganda o el odio que se le pudiera profesar por razones
políticas, que sin duda pudo jugar un papel en ocasiones, sino sobre todo con
las dificultades logísticas y los problemas de movilidad que plantea la toma de
numerosos prisioneros en el marco de una ofensiva. Desgraciadamente esto es
algo común a todos los conflictos, y a veces, por lo que se ha sabido a través
del testimonio de combatientes, la ejecución de prisioneros tiene mucho que ver
también con la rabia que provoca el saber que los que se rendían en general ya
no tendrían que seguir aguantando el infierno de la guerra en el frente.
-El paso de los italianos enviados por Mussolini,
¿cómo influyó en esta batalla?
-El CTV no participó en ningún momento de los combates por
Teruel, en parte por el descrédito que supuso su participación en la ofensiva
de Guadalajara de marzo de 1937, a pesar de que sí que habían tomado parte en
los combates de la campaña del norte durante el verano y otoño de ese mismo
año. Sin embargo, no ocurrió lo mismo con la Aviazione Legionaria, que sí apoyó
de forma decisiva las operaciones sublevadas durante la batalla de Teruel junto
a la Legión Cóndor y la Brigada Aérea Hispana siempre que las condiciones
climatológicas permitían despegar a los aviones, que partían de los aeródromos
situados en la vega del Jiloca, junto a Calamocha, una zona de espesas nieblas.
De hecho, fue poco más de una semana después de acabar la batalla de Teruel
cuando se produjo el terrible bombardeo de Alcañiz (3 de marzo) a manos de la
aviación expedicionaria italiana y poco antes de comenzar la ofensiva de
Aragón. Sea como fuere, había italianos desplegados por diferentes pueblos de
la vega del Jiloca, ya fueran pilotos, mecánicos o personal auxiliar de vuelo,
y la imagen que perduró de ellos en la cultura popular de pueblos como Alba del
Campo o Calamocha y en la memoria de los supervivientes fue bastante negativa.
Como siempre, detrás de los estereotipos hay una parte de prejuicio, ya que los
italianos fueron denostados y tratados con desprecio por sus propios aliados
españoles, y una parte de verdad que los implicaba de forma constante en rollos
de faldas, violaciones (se cantaba una coplilla que decía algo del tipo
"los italianos se marcharán y un bombo te dejarán") y robos, hasta el
punto que eran etiquetados como "pequeños, ladrones y gitanos". Todo
lo contrario ocurría en el caso de los alemanes de la Legión Cóndor, considerados
por lo general gente seria y de confianza que pagaba por los servicios y
recursos que demandaba de la población civil de Calamocha y los alrededores,
que era desde donde operaban y por donde se movían.
Por lo demás, fueron muy comunes los conflictos entre los
mandos y autoridades italianas y los españoles por la forma en que Franco
conducía la guerra. Sin ir más lejos, la decisión de este de no renunciar a
Teruel provocó una fuerte discusión y la incomprensión de los aliados
italianos, que acabaron por ver en el dictador español un inútil incapaz de
llevar la guerra a buen puerto. Evidentemente, aquellos tenían sus propios
intereses, su modo de enfocar la guerra y creían que las prioridades a la hora
de lanzar las operaciones debían ser otras, mientras que Franco, como ya hemos
dicho, buscaba reforzar su poder carismático con un nuevo hito para el relato
de la Cruzada. Tal llegó a ser la situación de tensión y el descontento
por el hecho de no haber tenido el CTV ningún papel en la batalla de
Teruel que desde Roma se amenazó con retirar sus fuerzas en caso de que no se
les otorgara un papel en futuras ofensivas. Esa fue una de las razones por las
cuales tomaron parte en la posterior ofensiva de Aragón.
-Pero también
merecen punto y aparte las Brigadas Internacionales y su paso por la provincia
y la capital….
-Como parte de la propia dimensión propagandística de la
ofensiva republicana sobre Teruel el mando del Ejército Popular decidió no
implicar a ninguna unidad de las Brigadas Internacionales en el principio de la
batalla, sobre todo con esa idea de demostrar ante el mundo su capacidad para
dar forma a una fuerza de combate eficaz conformada solo por españoles. De
hecho, hay una cuestión curiosa detrás de todo este asunto. Los mandos y
combatientes del bando sublevado tenían en muy mala consideración las
cualidades militares de los compatriotas que combatían en el bando contrario.
Tanto es así que al ver la destreza y el empuje con que se desenvolvían las
unidades republicanas implicadas en la ofensiva de Teruel muy pronto se hizo
correr el rumor de que las tropas a las que se enfrentaban en los Llanos de
Caudé eran parte de las Brigadas Internacionales, cuando en realidad se trataba
de la 11ª División al mando de Líster. No obstante, tras el fuerte desgaste
sufrido en las primeras dos semanas de combates y ante la inminente
contraofensiva sublevada para tratar de conectar con los sitiados en Teruel, el
mando republicano se vio obligado a recurrir a la 35ª División, que integraba a
las Brigadas Internacionales 11ª y 14ª, compuestas en su mayor parte por
austriacos y alemanes por un lado, y franceses por el otro. De hecho, ambas
unidades entraron en combate en uno de los momentos críticos de la batalla, el
29 de diciembre, y en un sector tan sensible como era el que separaba Concud de
los Altos de las Celadas. Desde entonces hasta primeros de febrero fue una de
las unidades más castigadas por los ataques sublevados y los contraataques
republicanos en la zona del Alto de las Celadas, el Muletón y el Barranco de
las Gilochas, siendo su objetivo frenar las acometidas de los rebeldes en
dirección al río Alfambra y evitar el cierre de la carretera de Alcañiz. En
aquellos lances fue una de las unidades del Ejército Popular que consiguió
mantener en pie el frente a pesar de la virulencia de los ataques que hubo de
soportar, pero pagó un altísimo precio en materia de bajas humanas hasta el
punto que el 7 de febrero les fue concedido a sus hombres un permiso en
València. Sin embargo, algo que nos da una buena idea del grado de exigencia
extremo en que había derivado la guerra civil con la batalla de Teruel es que
el permiso de esta unidad fue abortado a los tres días por la situación de
emergencia que se vivía en todo el frente de Teruel tras el descalabro
republicano en la ofensiva rebelde del Alfambra. Por entonces los días de la
batalla estaban contados ya, y a pesar de todo los hombres de la 35ª División,
que incluía las dos Brigadas Internacionales mencionadas, aún tuvieron que
ejecutar junto a otras unidades una operación de distracción en el saliente de
Vivel del Río, al norte del frente de Teruel con el fin de aligerar la presión
al sur, en el principal escenario de combate. Podemos hacernos una idea de lo
que supuso haber de volver al frente tres días después, con los nervios
destrozados y el cuerpo roto por semanas de combates continuados, de
privaciones y expuestos a los elementos y a la superioridad de medios
abrumadora de los sublevados. En este sentido, para conocer la experiencia de
las Brigadas Internacionales en Teruel desde una perspectiva muy íntima y
directa recomendaría el diario de James Neugass, La guerra es bella. Diario
de un brigadista americano en la guerra civil española, quien participó en
el conflicto como conductor de ambulancias y cuyas vivencias más significativas
de la batalla aparecen varias veces en mi libro.
Más allá del valor militar de su contribución a la batalla de
Teruel, la participación de las Brigadas Internacionales y el tratamiento que
se dispensó a sus prisioneros por parte de las autoridades militares sublevadas
nos revela algunas dimensiones importantes de la lucha política mucho más
amplia que estaba teniendo lugar en Europa entre la revolución y la
contrarrevolución. No es para nada casual que a finales de enero de 1938, en plena
batalla de Teruel, se ordenara desde el Cuartel General de Franco realizar
interrogatorios mucho más concienzudos contra los brigadistas prisioneros de
origen austriaco, seguramente a petición de los aliados italianos y alemanes.
Por aquel entonces, tanto Mussolini como Hitler estaban diseñando el futuro de
Austria, cada uno de ellos con objetivos y proyectos diferentes. El primero
apoyaba políticamente el régimen fascista del canciller Engelbert Döllfus en un
intento por hacer de Austria un estado títere, y el segundo ya tenía la vista
puesta en la anexión del país desde principios de noviembre, todo lo cual dio
lugar a algunos conflictos puntuales entre ambos países. En cualquier caso, el
hecho de que se intentara extraer más información sobre los austriacos,
asociados al socialismo o al comunismo por su pertenencia a las Brigadas
Internacionales, tenía que ver con el interés tanto del Reich como de Italia
por conocer las redes transnacionales europeas de solidaridad sobre las que se
movía la izquierda austriaca, sus cuadros políticos y sus enlaces con el
objetivo de desmantelarlas de forma definitiva. Al fin y al cabo, se suponía
que tras las luchas de febrero de 1934 en Austria, calificadas por una parte de
la historiografía como una auténtica guerra civil de cuatro días, toda la
izquierda del país había sido desmantelada a nivel organizativo e
institucional, lo cual incluyó detenciones masivas, ejecuciones y el exilio de
destacados líderes. De ahí que alemanes e italianos solicitaran cooperación a sus
aliados españoles con el objetivo de poder desentrañar los circuitos sobre los
que se sustentaba el envío de brigadistas austriacos a la guerra civil.
Compartir inteligencia entre países con fines contrainsurgentes y represivos es
algo común, y en ambos casos, sobre todo en el alemán, la mirada ya estaba
claramente puesta en aplastar cualquier atisbo de oposición a la anexión del
país por parte del Reich, un hecho que se consumaría apenas un mes y medio
después. Así vemos cómo un documento militar aparentemente anodino conecta las
políticas de inteligencia sublevadas en los combates por Teruel con lo que
estaba ocurriendo en Europa y con lo que iba a determinar el futuro del
continente.
-¿Qué nombre,
qué mandos destacarías dentro de este tablero de ajedrez que fue la Batalla de
Teruel?
-De entre los mandos podríamos destacar a muchos por muy
diversas razones, pero si tengo que quedarme con uno de cada bando por lo que
ponen de manifiesto de la naturaleza de la guerra en general y de la guerra
civil en particular serían Rafael García-Valiño, del bando sublevado, y Enrique
Líster, del republicano. Está claro que mi trabajo es uno que se ha intentado
centrar en la experiencia del hombre y la mujer comunes, ya fueran combatientes
y civiles, pero es cierto que un buen análisis del desempeño y la mentalidad de
aquellos con poder y responsabilidad sobre la vida y la muerte puede aportarnos
información muy valiosa: desde el modo de hacer la guerra, a los estereotipos
de masculinidad, pasando por los equilibrios y tensiones políticas de cada
bando, la influencia de lo político sobre lo militar, las claves e intereses
que existen tras la forja de los relatos mito-poéticos de guerra y de los
héroes militares y, sobre todo, sobre la miseria absoluta que caracteriza a los
conflictos armados y a la muerte de masas que estos comportan en la modernidad.
Por ejemplo, vayamos al caso del entonces coronel
García-Valiño, que durante la batalla de Teruel comandó la 1ª División de
Navarra. Curiosamente, Paul Preston considera que este militar toledano fue
"uno de los más jóvenes y capacitados generales de Franco", una vez
alcanzó dicho rango. En cualquier caso, merece la pena excavar un poco bajo la
imagen de este militar africanista y saber cómo se forjó a sí mismo la imagen
de gran comandante, porque su concurso y modus operandi en la batalla de Teruel
nos revela una cara mucho menos brillante, al menos tal y como lo recordaban y
valoraban sus propios hombres años después de concluida la guerra. Él mismo
reconocía de forma implícita en sus memorias muchos años después las
condiciones infrahumanas en las que se vieron obligados a luchar los
combatientes, a menudo sin ninguno de los medios necesarios para enfrentar una
batalla invernal marcada por el frío polar. Sin embargo no lo hacía para
apiadarse de ellos, ni para lamentar los múltiples casos de muerte por
congelación o las amputaciones, sino para destacar la grandeza de la victoria
sublevada, la capacidad de resistencia de los soldados que habrían aguantado
por la pureza de los valores que los inspiraban en aquella situación extrema.
De hecho, García-Valiño motivaba a sus hombres estimulando una competencia
extrema entre ellos apelando a su virilidad y a su ardor combativo. Para ello
dividió su unidad en tres agrupaciones diferentes, una de falangistas, otra de
requetés y otra de reclutas convencionales, y explotó las rencillas políticas e
identitarias que siempre solían existir entre estos tres colectivos para que se
picaran entre sí a la hora de cumplir con los objetivos que les asignaba y en
un intento por demostrar que cada una era la más valiente y hábil haciendo la
guerra. Con estos métodos la División quedó en cuadro en menos de dos semanas
de combate al sur de La Muela, en la primera quincena de enero, perdiendo el
cincuenta por ciento de sus efectivos entre heridos, enfermos y muertos. Así
pues, como vemos la fama de García-Valiño se forjó sobre su falta de compasión
a la hora de enviar a sus hombres a morir, incluso cuando las condiciones eran
tan adversas como para desaconsejar las operaciones ofensivas. Y eso es lo que
pasó en el asalto final sobre Teruel, donde su 1ª División de Navarra volvió a
entrar en combate una vez repuestas las bajas. Su objetivo era cubrir todo el
dispositivo sublevado que había de cercar Teruel por el norte, cruzando el río
Alfambra, Sierra Gorda y cortando la carretera de València. La unidad de
García-Valiño debía cruzar el río desde Los Baños y llegar hasta el Cerro de
Santa Bárbara, pero para ello debía superar una zona con todos los ángulos muy bien
cubiertos por las armas automáticas, lo cual aconsejaba esperar primero avances
de la unidad desplegada al norte para poder silenciar el fuego de flanqueo que
amenazaba su avance por la izquierda. Sin embargo, una vez más no tuvo problema
en empujar a sus hombres a una muerte segura. Así ocurrió que en cuanto
intentaron avanzar los días 17 y 18 de febrero los números de bajas fueron
altísimos, tanto que los hombres quedaron inmovilizados y se aferraron a la
tierra tras todo aquello que pudiera representar un obstáculo para las balas,
ello a pesar de las amenazas proferidas por su propio comandante. De hecho, el
día 18 no se sabe muy bien por qué García-Valiño ordenó a su segunda
agrupación, al mando de su subordinado, el teniente coronel Rafael Tejero, que
atacara los objetivos que les habían sido asignados alegando que la resistencia
del flanco izquierdo ya había sido reducida por la división que avanzaba más al
norte, y que por tanto no encontrarían fuego desde ese lado. Sin embargo,
cuando comenzaron el asalto se vieron bajo una lluvia de acero cruzada, también
procedente del nido de ametralladoras que supuestamente había sido ya tomado al
norte. Esto comportó la pérdida de casi toda una compañía, unos 200 hombres,
con Rafael Tejero a la cabeza. Hay quienes dicen que se trató de un fallo en la
transmisión de la información y la coordinación entre unidades, lo cual nos
pone ante las consecuencias de los errores en una guerra, mucho más habituales
de lo que se suele señalar en la literatura bélica. Sin embargo, algún veterano
de la unidad acusaba a García-Valiño, a sus ansias de avanzar y a su inquina
contra Rafael Tejero, que contaba con el aprecio de la tropa y que solía
cuestionar muchas de las decisiones de su inmediato superior por el escaso
aprecio que mostraba por la vida de sus hombres. Nunca lo sabremos a ciencia
cierta, pero lo cierto es que las luchas de egos entre mandos militares y la
eliminación sutil de aquellos que pudieran hacer sombra a la hora de labrar el
propio discurso heroico y la propia carrera siempre han formado parte del mundo
castrense y de la guerra. Al parecer, y ya para acabar, contaba un veterano que
Tejero le decía a García-Valiño que "una bomba se compra con dinero, pero
una persona cuesta mucho esfuerzo, y tiene madre..." No nos engañemos: el
oficio de un militar profesional al mando de una tropa comporta conseguir una
serie de objetivos con las mínimas pérdidas posibles, pero a sabiendas de que
la metralla enemiga se cobrará la vida de algunos combatientes. Sin embargo, ha
sido común que algunas carreras supuestamente brillantes se hayan forjado
gracias a la falta de escrúpulos, a las amenazas y a la violencia ejercida por
ciertos mandos contra sus propios hombres, porque al fin y al cabo el mundo
castrense es uno basado en las jerarquías y la subordinación, en la sumisión de
la voluntad individual a las órdenes de los superiores.
Por su parte, Enrique Líster se caracteriza por un perfil
bastante similar en muchos aspectos relacionados con la dirección de su tropa.
También en su caso hubo subordinados como su comisario político que reconocían
haber enviado a la tropa a la ofensiva sin contar con los mínimos medios
necesarios para enfrentarse al frío, lo cual tuvo consecuencias terribles a
nivel de bajas por congelación. Bajo el pretexto de la inevitabilidad y la
obligación de cumplir con las órdenes encomendadas por el estado mayor
republicano su 11ª División sufrió centenares de bajas causadas por el fuego
enemigo y por el frío, mientras construían pistas en la nieve para hacer
posible el aprovisionamiento de la unidad, encargada de cerrar el cerco de
Teruel desde el este, y defender el perímetro exterior una vez conseguido esto.
A la par, en sí misma su figura es la encarnación de los profundos cambios
sociales y políticos a los que dio lugar la guerra civil española en el bando
republicano y la necesidad que este tuvo de crear sus propios mitos heroicos y
movilizadores. Por eso también resulta una personalidad difícil de estudiar,
por todo el halo de leyenda que existe en torno a él, aunque es bien conocido
su carácter ególatra, violento y su falta de escrúpulos tanto hacia sus hombres
como hacia el enemigo, que igual podían ser los anarquistas, cuando aplastó por
la fuerza las colectivizaciones del Aragón oriental en el verano del 37, que
los sublevados, entre los que a menudo no tomaba prisioneros. Y lo cierto es
que Líster era de algún modo un hombre hecho a sí mismo que supo construirse
durante la guerra la imagen de militante viril y ejemplar y hombre de acción
por excelencia: de familia obrera y cantero de profesión, emigra a Cuba y
regresa a España, pasa los años 30 en la Unión Soviética, donde es formado
política y militarmente y participa de forma muy activa en la paralización del
golpe de estado en Madrid y en la posterior defensa de la capital a finales de
1936. Su figura se convirtió en un mito dentro del bando republicano, a pesar
de su carácter problemático, pero también en una obsesión para el bando
sublevado, que a menudo lo presentaba como un estereotipo del comunista
monstruoso y sin escrúpulos. Tal llegó a ser su prestigio a nivel popular,
promovido por su partido y por la propaganda republicana, que fue el primer
militar no profesional del Ejército Popular que tuvo acceso a un rango superior
a comandante o mayor, contraviniendo un decreto de Largo Caballero de 1936 que
buscaba preservar los privilegios de los militares profesionales y garantizar
que el personal al mando de la tropa no era designado por razones políticas,
sino por sus cualidades castrenses. Esto nos da una idea de la precariedad de
los equibrios políticos dentro de la coalición republicana y del papel que
jugaba lo político en el Ejército Popular, porque Vicente Rojo, jefe del estado
mayor republicano, decidió ascenderlo sin consultarlo previamente con Indalecio
Prieto, ministro de Defensa. En parte, el objetivo de Rojo era conseguir picar
el orgullo de Líster para que acatara la orden de enviar a su 11ª División de
nuevo al frente, que había quedado completamente destrozada tras las dos
primeras semanas de combates en Los Llanos de Caudé, donde había lidiado contra
los embates más duros de los sublevados en su intento por conectar con los
sitiados dentro de la ciudad. Su condición de intocable en tanto que mito
propagandístico quedó clara cuando se negó a acatar las órdenes del jefe del
estado mayor republicano, lo cual podría haberle acarreado un consejo de guerra
y su ejecución con el código militar en la mano. En este caso no le faltaba
razón al alegar que sus hombres no estaban en condiciones de combatir, pero no
tuvieron tanta suerte los combatientes de la 84ª Brigada Mixta de la 40ª
División, que al negarse a volver al frente tras un mes terrible de combates en
el casco de Teruel y en La Muela no solo sufrieron el desmantelamiento de su
unidad, sino también la ejecución ejemplarizante 46 combatientes. Este episodio
ha sido investigado y narrado de forma muy intensa por Pedro Corral en su libro
Si me quieres escribir. Gloria y castigo de la 84ª Brigada Mixta del
Ejército Popular. En el caso del bando sublevado ni mis colegas Fran Leira
y Miguel Alonso, que están trabajando en torno a estas cuestiones internas del
ejército sublevado con documentación de archivo y testimonios orales, ni
tampoco yo en el estudio de la batalla de Teruel hemos encontrado un caso
similar, que también debió ser extraordinario en el bando republicano. En este
sentido, lo normal en el bando rebelde, que es el que mejor conozco, es
encontrar ejecuciones aisladas, por lo general de un solo individuo y con fines
ejemplarizantes sobre toda una unidad, obligando a menudo a formar el piquete a
los más allegados al finado para causar un mayor impacto.
-¿Qué piezas del puzle de esta batalla te han
costado más de rellenar o de encontrar respuestas?
-En un trabajo historiográfico que pretende plantear una serie
de tesis sólidas, como la de la naturaleza total que cobra la guerra en la
batalla de Teruel, y una visión holística de un acontecimiento bélico siempre
quedan cosas por cerrar. Es decir, soy consciente de que este no es el trabajo
definitivo de la batalla de Teruel ni nada por el estilo, porque ni tan
siquiera sería deseable que así lo fuera. Probablemente en el futuro haya
nuevas miradas desde nuevas preocupaciones y preguntas, y eso significará que
como campo de conocimiento habremos seguido progresando, lo cual será digno de
celebrar. Al final, una de las cosas que uno espera con un trabajo así es
ofrecer al público unas herramientas interpretativas y unas intuiciones para
comprender el alcance, la naturaleza y las consecuencias reales de una guerra
moderna, y por lo que respecta a otros y otras colegas de oficio el sueño sería
haber abierto puertas que atravesar y ventanas por donde reevaluar episodios
similares, tanto en referencia a la guerra civil española como a las campañas
de Marruecos o las guerras carlistas. Pero en definitiva, el deseo era acercar
las visiones más avanzadas de los estudios de la guerra a través del análisis
de la batalla de Teruel, por las razones que ya he señalado.
En este sentido, efectivamente, hay toda una serie de
preguntas para las que ya no encontraremos respuestas, o no del modo que habría
sido deseable. Me refiero por ejemplo a cómo se perdió la oportunidad de
realizar un buen trabajo de campo con entrevistas orales a combatientes de
ambos bandos en los años 90, cuando muchos de ellos aún estaban vivos. Hubiera
sido fundamental poder conocer su experiencia de primera mano, y no solo a
través de diarios o memorias que están a menudo reescritos en el primer caso y
muy repensadas y contaminadas de discurso político y estereotipos en el
segundo. Otra vía para intentar acercarnos a este tema es a través de
familiares, generalmente hijos e hijas de combatientes, pero en muchos casos la
segunda generación no ha tenido el interés que tenemos los de la tercera. Eso
tiene una explicación muy simple en muchos casos, y tiene que ver con la
saturación provocada por el adoctrinamiento que impuso el régimen franquista en
las escuelas, en la prensa, en la cultura popular o en los actos públicos,
donde promovió por activa y por pasiva la visión heroica de la guerra civil
como Cruzada, algo de lo que muchos y muchas jóvenes huyeron por agotamiento,
por rebeldía o por distancia respecto a la guerra. Y en el caso de los
veteranos de izquierdas quizás ha sido más común cultivar y transmitir
generacionalmente los recuerdos de la guerra y la lucha contra el fascismo. No
obstante, también los hubo que debido al trauma de la guerra (esto en ambos
casos) y de la derrota, ya fuera por vergüenza, por estigma o por preservar a
la propia descendencia de problemas políticos se sumieron en el más absoluto
silencio y murieron sin que los suyos supieran realmente qué habían tenido que
pasar ni quiénes habían sido en cierto modo, porque la guerra marcó a decenas
de miles de hombres de forma irreparable. Precisamente cuento esto porque hace
unos días me escribió un compañero mexicano comentándome esto mismo que estoy
diciendo: que su abuelo había muerto sin soltar prenda, sin explicar el dolor
que llevaba dentro por todo lo que había vivido al combatir en batallas como la
de Teruel, en la retirada y enel exilio. En cualquier caso, estoy seguro de que
hay mucho más trabajo hecho del que pensamos, tanto de investigadores e
investigadoras locales (en Teruel tenemos el gran trabajo que hizo Pompeyo
García, por suerte) como de extranjeros, que en el último caso tenían más éxito
durante los años 70 y 80 por el miedo que existía (y que en algunos casos sigue
existiendo) a hablar de ciertas cosas entre españoles. De hecho, existen grupos
de investigación como HISTAGRA, de la Universidade de Santiago de Compostela,
que cuentan con un valioso fondo de testimonios orales relacionados con la
guerra del 36-39. Y estoy seguro también de que ciertas asociaciones y grupos
de investigación comarcales han realizado trabajos en este sentido que todavía
están por abordar de forma exhaustiva o que pueden ser revisitados al calor de
las nuevas preocupaciones historiográficas.
Otra cuestión importante y difícil de analizar es el tema de
las tropas voluntarias de origen norafricano que combatían en las unidades de
regulares y en las meha-las (policía político-militar del Protectorado español
en Marruecos). Todos sabemos que detrás de cualquier mito o leyenda existe algo
de verdad, pero que una vez comenzamos a diseccionarlos damos con distorsiones
de la realidad, con muchas más aristas del problema y con los intereses que han
dado lugar a esas imágenes o relatos estereotipados. En el caso de los llamados
"moros" existe una leyenda negra en la que se les culpabiliza de
cometer todo tipo de tropelías contra la población civil, especialmente
violaciones contra mujeres, a la par que se los presenta como combatientes
salvajes y carentes de escrúpulos frente al enemigo. Es evidente que detrás de
este discurso, sobre todo en el último punto, hay un claro sesgo racista
heredado de las propias campañas de Marruecos y provocado por el choque o la
barrera cultural que generaban las costumbres y las lenguas de los norafricanos
entre los peninsulares. La brutalidad y el salvajismo que se les atribuía tenía
mucho que ver con los supuestos alaridos que proferían al atacar las posiciones
enemigas, pero ese discurso también fue activamente promovido por la propia
maquinaria propagandística rebelde para infundir terror en el enemigo. Y
respecto a la cuestión de las violaciones tampoco parece casual que se hayan
cargado tanto las tintas contra los combatientes magrebíes, pero también contra
los italianos, lo cual da la sensación que podría ser un modo de ocultar las
vergüenzas y las tropelías cometidas por los propios soldados peninsulares. No
era difícil culparlos, al fin y al cabo acabada la guerra regresaron a sus
lugares de origen y por lo general no tuvieron ni han tenido la oportunidad de
aportar su visión de los hechos. Sin embargo, lo poco que sabemos es que
pasaron mucho miedo (de ahí los alaridos y la violencia en combate) y que
quedaron marcados por el alto número de muertos que sufrieron en sus unidades,
dada su condición de tropas de choque y obligados como eran a menudo a avanzar
a pecho descubierto sin apoyo de la artillería. En cualquier caso, aunque es
imposible saberlo a ciencia cierta, es posible que el índice de violaciones
fuera más alto entre tropas de origen extranjero, sobre todo porque la cercanía
cultural de los españoles respecto a sus compatriotas podía generar un mayor
grado de contención. Desgraciadamente, esto tiene mucho que ver con el
comportamiento colectivo de los hombres armados al encontrarse lejos de sus
casas combatiendo en otros países, lo cual da cierta sensación de impunidad. Es
común que dentro de los grupos primarios, que son pequeñas cuadrillas de
combatientes que se forman dentro de las unidades en base a la afinidad
personal y a la experiencia compartida, una de las cuestiones que mide la
virilidad de cada uno de sus componentes es el número de
"conquistas", y desde luego estas no siempre tienen lugar a través
del amor, la complicidad y el consentimiento de la mujer, sino a menudo todo lo
contrario. Yo he tratado de aportar algo en este sentido en el libro respecto
al papel real de los combatientes magrebíes, que con toda certeza fueron
62.000, e incluso más, y que fueron vitales en la victoria del bando sublevado.
Para más inri, y ya para acabar, el tema de las violaciones es
muy difícil de seguir más allá de lo que podemos rastrear en la memoria
colectiva al trabajar con los testimonios de supervivientes, porque estas no
solían dejar rastro en la documentación en tanto que los mandos entendían a
menudo que era una consecuencia inevitable de la guerra y una vía de escape
para la tensión producida por los combates. Esto forma parte de una visión de
muy largo alcance en la guerra, muy asociada también al predominio histórico
del heteropatriarcado, donde las mujeres del enemigo formarían parte del botín
de guerra por derecho de conquista. Pero como digo, a pesar de que no quedara
registro documental de ellas existieron y debieron ser frecuentes, tanto por
parte de peninsulares como de los contingentes extranjeros que combatieron en
uno y otro bando. Solo hace falta escuchar la famosa invectiva radiofónica de
Queipo de Llano en el verano del 36, donde invitaba a los soldados del bando
sublevado a enseñarles a las mujeres de los milicianos lo que era un hombre de
verdad.
-Porque,
seguramente, todavía hay vacíos o dudas muy, muy fuertes…
-Siempre hay dudas: es una labor dura la del historiador y la
historiadora cuando tratan de trabajar con rigor y ambición. Por supuesto
siempre quedan vacíos, también es lo hermoso de un oficio como la historia y
sus productos en forma de libro, que valen tanto por los instrumentos de
análisis que ofrecen como por las preguntas que plantean. Arriba he dejado
expresados algunos de esos vacíos. A ciertas cosas solo podemos llegar de forma
indirecta, por lo implícito o a través de intuiciones, atendiendo a nuestro
conocimiento de lo ocurrido en otros conflictos similares del periodo, por eso
al hacer historia de la guerra es importante tener una visión y un conocimiento
amplio de lo que hay detrás de cualquier conflicto armado. Y por eso es tan
importante mantenerse activos como historiadores o historiadoras, no dejar
nunca de leer las nuevas aportaciones, ampliar horizontes en el estudio de
batallas y guerras o renovar los métodos, que es justamente lo que intentamos
desde la Revista Universitaria de Historia Militar, la
cual coedito junto a mis inestimables colegas y amigos Miguel Alonso y Fran
Leira.
-David, eres
un estudioso e investigador que imaginamos no paras, ¿nos puedes decir en qué
estás trabajando en la actualidad?
-Proyectos hay muchos, lo que falta son el tiempo y los
recursos. En lo que se refiere a Teruel, su batalla y su posguerra sigo
entrevistando gente y recogiendo documentación con la mente puesta en la
posibilidad de hacer una historia social de la posguerra en nuestra tierra,
pero esto es algo que me planteo largo plazo.
Ahora mismo el objetivo central es preparar algunos artículos
antes de llegar al ecuador del año, tanto relacionados con mi tesis doctoral
sobre los voluntarios europeos y el colaboracionismo en el Nuevo Orden fascista
durante la Segunda Guerra Mundial como sobre el Teruel de la batalla y la
posguerra. En este último caso hay una serie de aspectos parciales que querría
haber tratado más a fondo, siendo dos de ellos las políticas de ocupación
republicanas durante los dos meses que tuvieron la capital y sus alrededores
bajo su poder y la cuestión de los suicidios en la posguerra. En el año 2019
espero publicar mi tesis doctoral en formato libro bajo el título Los
voluntarios europeos en el Nuevo Orden: colaboracionismo político-militar en
Bélgica, Francia y España (1941-1945). Además, en muy poco tiempo publicaré
junto a mis colegas Javier Rodrigo y Miguel Alonso Ibarra un libro colectivo
con autores y autoras de referencia internacional en el ámbito de los estudios
de la guerra o la nueva historia militar bajo el título Europa desgarrada:
Guerra, ocupación y violencia (1914-1950), donde se abordan diferentes
cuestiones y casos de estudio de todo el continente europeo. Finalmente, estoy
trabajando con Javier Rodrigo en un ensayo sobre las guerras civiles en el
siglo XX que entregaremos a finales de este año y donde yo me haré cargo de la
segunda mitad de la centuria. En cualquier caso, a día de hoy uno de los
proyectos que más tiempo me ocupa junto a mis colegas es mantener la pujanza y
el nivel de la Revista Universitaria de Historia Militar, que os invito a
conocer y a descargar en nuestra web.
27108
La Batalla de Teruel.
Guerra total en España. David Alegre Lorenz
520 páginas 16 x 24 cms.
23.90 euros
La Esfera de los Libros
La
batalla de Teruel, por su magnitud y virulencia, constituyó un punto de
inflexión en la Guerra Civil española. A través de la experiencia de civiles y
combatientes, testimonios orales y documentación de archivo, esta obra ofrece
una visión inédita y novedosa sobre uno de los acontecimientos bélicos clave
del siglo XX en España.
«El autor combina lo mejor de la historia
militar tradicional y los enfoques más novedosos de la llamada nueva historia
militar. Sin duda estamos ante una obra que cambiará nuestra percepción de la
Guerra Civil española».
Klaus
Schmider, Royal Military Academy Sandhurst
«David Alegre tiene en cuenta las múltiples
dimensiones de la guerra total en su trabajo. Este nos ofrece una nueva
comprensión de la Guerra Civil española a través de un estudio exhaustivo de la
batalla de Teruel».
Jeff Rutherford, profesor asociado en la
Wheeling Jesuit University (Estados Unidos) y autor de La guerra de la
infantería alemana. 1941-1944.
Índice e introducción:
http://www.esferalibros.com/uploads/ficheros/libros/primeras-paginas/201803/primeras-paginas-primeras-paginas-la-batalla-de-teruel-es.pdf
David Alegre Lorenz (Teruel, 1988) es Doctor Europeo en
Historia Comparada, Política y Social por la Universitat Autònoma de Barcelona
con la tesis titulada Experiencia
de guerra y colaboracionismo político-militar en Bélgica, Francia y España bajo
el Nuevo Orden (1941-1945). Desde el año 2014 es coeditor de la Revista Universitaria de Historia Militar, un espacio de encuentro transatlántico para el
análisis y el debate donde se promueven los estudios de la guerra. Ha realizado
estancias de investigación en Alemania y ha publicado diversos trabajos sobre
los estudios de la guerra, la identidad del combatiente, la experiencia de
guerra y el fascismo, todos ellos centrados por lo general en la guerra civil
española, la Segunda Guerra Mundial y sus posguerras.
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